jueves, 3 de septiembre de 2015

No me avergüenzo del Evangelio... es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree...El justo por la fe vivirá

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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Preparemos nuestros sermones 
ROMANOS 1:16–18

  LA VIBRANTE EXPRESIÓN DE LA PROCLAMA 
(Romanos 1:16–18)

16  Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. 
17   Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá. 
18   Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad.



¡El evangelio! Este es el gran tema que hace vibrar el corazón de Pablo. Lo presenta desde su corazón, hacia el corazón de sus lectores, ya preparado por sus oraciones y por lo que les ha anticipado (vv. 1–15). Pablo acaba de decir: “en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma” (v. 15). Ha tomado una decisión irrenunciable. 

Después de considerar todos los factores que hasta el momento le han impedido hacer su deseado viaje a Roma, y a pesar de todo eso, afirma su disposición y decisión: “pronto estoy”. Y relaciona ese pensamiento con una razón, con un “porque” con que inicia el v. 16. Está pronto para ir a Roma porque no se avergüenza del evangelio.

La estridente declaración de los vv. 16–18 es la más grandiosa que se haya oído jamás en el universo creado. Trastocó una vez las estructuras del imperio romano, volvió a conmocionar al mundo con la Reforma del siglo XVI, y sigue siendo todavía el poder de Dios, capaz de salvar y transformar personas, iglesias, países y continentes. 

En este evangelio se revela, se manifiesta y actúa la justicia de Dios. Es la única justicia verdadera e inapelable, la que condena a todos, por cuanto todos pecaron. A la vez es la única que puede justificar a los que primero ha condenado, bajo la sola condición de que esa justificación se obtiene por medio de la fe en Jesucristo, y sólo por medio de la fe en El.

    1.      La actitud de Pablo hacia el evangelio: ¿vergüenza u orgullo?

“No me avergüenzo del evangelio”

      a)      Negativo
Veamos primero esta expresión en sentido negativo, tal como está expresada. ¿Qué es la vergüenza, sino un sentimiento paralizante de la acción? Todos podemos recordar alguna situación de la niñez en que la vergüenza nos dejó tiesos, mudos y cabizbajos, mientras cumplíamos el rol de involuntarios actores principales.

Pablo pondera la situación que tiene que afrontar. Se ha convertido en el principal actor, por la elección que Dios ha hecho de él, para la presentación y difusión del evangelio. Todas las miradas, unas llenas de receptividad y las demás de odio o de indiferencia, están puestas sobre él. 

Pablo sabe que la predicación del evangelio lo identifica con un Jesús: 
  • rechazado por la religión judía, 
  • Negado por la cultura griega, y 
  • Crucificado bajo la ley romana (Jn. 19:19, 20).


Ante un rechazo general tan reciente del crucificado, ¿sería fácil pasar de la timidez natural a la osadía sobrenatural que se requería para no sentirse avergonzado de anunciar el evangelio? La respuesta se encuentra en el mismo evangelio que predica.

No se avergüenza del evangelio porque conoce bien, por la revelación que Dios le ha hecho, qué es el evangelio. Frente a ese conocimiento, toda duda, temor y vacilación, se desvanecen como las sombras de la noche ante la salida del sol, para dar paso a una intrepidez a toda prueba. Y exclamará aquellas palabras inmortales que han sido de inspiración para legiones de predicadores y lo siguen siendo para nosotros: ¿vergüenza? “No me avergüenzo del evangelio” y “ay de mí si no anunciare el evangelio” (1 Co. 9:16) (siendo el evangelio lo que él sabe que es).

Decir “no me avergüenzo del evangelio” no es como silbar en la oscuridad en una situación de confrontación probable. Este no me avergüenzo es más bien lo que podríamos llamar una declaración en situación real. Y es hasta cierto punto una vivencia jactanciosa de parte de Pablo (“me glorío y aún me gloriaré.” Fil. 1:18). 

Es como mirar la multitud de discípulos que ceden terreno a las intimidaciones del enemigo mientras que él avanza de manera resuelta para ponerse del lado de su Señor. “Yo no me avergüenzo, no puedo avergonzarme del poder (gr. DYNAMIS, de donde deriva el vocablo ‘dinamita’) que Dios ha puesto en acción para salvar a cualquiera que cree”. 

Los valores desvalorizados de este mundo pueden hacer pensar que identificarse con un Cristo rechazado es un acto de debilidad, y que identificarse con un evangelio que es “locura para los que se pierden”, es un acto de pobreza intelectual. 

Para ellos, el evangelio insiste en cosas tan poco atractivas al hombre como dos toscos travesaños de madera manchados por la sangre de un crucificado. Cuando hay una multitud que se burla y niega, es difícil dar un paso al frente y decir “es mi Cristo”, “es mi evangelio”. 

Un resuelto Pedro no pudo hacerlo (antes de Pentecostés) y le negó tres veces. Pablo tiene su lección aprendida en carne y sangre. Y entonces afirma, con mayor certidumbre aun que cuando un maestro dice a sus alumnos:
 2+2=4. 
“Evangelio = poder de Dios …”

Aplicación
¿Y no será, estimado consiervo, que nuestra falta de valentía por el evangelio tiene su raíz en nuestra falta de un mayor conocimiento intelectual, espiritual y experimental de lo que es el evangelio?

Por más que creamos conocer el evangelio que predicamos, nunca alcanzaremos a agotar la posibilidad de ese conocimiento pues, como ya vimos, el evangelio se origina en Dios mismo, y siendo así, conocer el evangelio implica vivir el evangelio y conocer el mismo corazón de Dios.

Confesamos con vergüenza nuestra vergüenza muchas veces disimulada de identificarnos en forma abierta con el evangelio y de predicarlo siendo que se trata de algo apenas conocido.

“No me avergüenzo del evangelio”

      b)      Positivo
Ahora miremos esta expresión en sentido positivo. Equivale a decir: “Estoy orgulloso del evangelio”. Es como expresar: “Tengo absoluta confianza en el evangelio”, o bien, “no hay nada en el mundo que se pueda comparar con el evangelio”. 

Pablo tiene tal confianza en el evangelio que puede predicarlo, aun ante los que se oponen, y hacerlo de una manera osada, abierta, sin abrigar el menor temor de que en algún momento pueda tener que arrepentirse de haberlo recomendado. Sería un imposible.

    2.      Qué es el evangelio.

      a)  “El evangelio es el poder de Dios”
La desgracia mayor del hombre es haber caído, a poco de ser creado por Dios, bajo el poder destructor del enemigo Satanás.

Ilustración: 
El evangelio podría representar una poderosa grúa espiritual capaz de levantar al hombre de su posición caída y colocarlo por encima de sí mismo, de sus circunstancias deprimentes y aplastantes, situándolo en los brazos a la vez tiernos y fuertes de un Salvador amante que es Cristo el Señor. 

Y al mismo tiempo, hacer eso habiéndolo transformado mediante el poder de Dios, manifestado en la obra redentora de Jesucristo, de un estado de pecado y ruina a un estado de santidad y gloria.

Pablo probó en carne propia el poder del evangelio cuando yendo camino a Damasco, se convirtió de perseguidor en discípulo (Hch. 9). No podía avergonzarse de un evangelio tan poderoso, que lo había conmocionado de tal manera en ese encuentro personal con Cristo, el ungido Señor, ante cuya autoridad y poder capituló diciendo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” 

El uso enfático del pronombre “yo”, que podría ser obviado en la expresión de nuestro idioma, no hace sino remarcar de una manera clara y relevante, la distancia que Pablo vio entre el hombre de la tierra y el Cristo de la gloria a quien él en su ignorancia e incredulidad había creído ser su deber combatir (Hch. 9:6).

Tú allá y yo acá. 
Tú santo y yo pecador. 
Tú exaltado y yo humillado. 
Tú vencedor y yo vencido. 

¿Qué quieres, Señor? 
                ¿Cuáles son las condiciones de mi rendición incondicional? 
La respuesta de Cristo se sintetiza: “para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto …” (Hch. 26:16; ver también vv. 17–18) es decir, del evangelio. Aquella visión transformadora de Cristo había revelado el poder del evangelio para hacer de Saulo un hombre totalmente nuevo, diferente, valiente y decidido, y había producido en él una verdadera identificación entre su Señor y su evangelio.

Aplicación: “Poder de Dios.” Uno de los más preocupantes problemas de la Rusia post comunista ha sido: ¿quién tiene el poder (nuclear)? Y nosotros podemos preguntarnos con asombro: ¿Quién tiene el poder de salvación? No hay otra respuesta que decir que lo tiene Dios, y que lo ha depositado en ‘su evangelio’. Cualquier redimido que anuncia el evangelio de Dios (y no un evangelio diferente al de Dios) se convierte en un bienaventurado comunicador y transmisor del poder de Dios para salvar a todo aquel que cree. En un mundo donde el poder se utiliza en su mayor proporción para destruir, sabemos que somos poseedores de un precioso depósito de verdad que debe ser anunciada, de un evangelio que es de Dios, y que es poder de Dios para salvar, para librar de la destrucción presente y eterna a todo aquel que cree.

¿Podemos avergonzarnos? De ninguna manera. ¿Tenemos que andar escondiendo este poder de los que se burlan o se oponen? Tampoco. Antes, podemos sentirnos santamente orgullosos, satisfechos, confiados, urgidos a llevar este evangelio por todas partes, “porque [el evangelio] es poder de Dios para salvar”.

      b)      “Poder … para salvar” (ver 1 Co. 1:24.)
El evangelio es el poder de Dios en plena acción salvadora en favor de las personas que al oírlo lo aceptan.

¿Oyen nuestras congregaciones “el evangelio de Dios”? ¿O están oyendo otra clase de apelaciones que los llevan a tomar otro tipo de decisiones que no conducen a su salvación eterna y presente?

Es grande, sin duda enorme, la responsabilidad que tenemos como siervos del Señor, de tener entre manos un poder tan grande y no emplearlo en forma correcta. Parafraseando He. 2:3 podríamos decir: “¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos un poder de salvación eterna tan grande?” Eso es lo que ha pasado por la mente y consideración de Pablo cuando exclama: “Ay de mí si no anunciare el evangelio”. ¡Ay de mí si enseño doctrina de hombres o pongo la atención de la congregación en otras cosas por más buenas que sean que no llevan la poderosa verdad del evangelio al corazón mismo de los oyentes!

¡Qué herramienta de poder ha puesto Dios en las manos de sus obreros que anhelamos servirle! ¡Qué mensaje tan dinámico, en el sentido de “dinamita”, que echa por tierra las estructuras del pensamiento y del accionar humano e implanta los pensamientos y el accionar del Dios Salvador, Jesucristo, nuestro Señor!

La palabra salvación, se refiere a la liberación del poder del pecado; es una salvación que tiene un alcance mucho mayor que la salvación del peligro físico tan común en el A.T. Pablo era consciente de que antes había utilizado el poder de los hombres para destruir a los seguidores de Cristo. Nada ni nadie podría impedirle ahora que utilizara el “poder para salvar” que Dios le había encomendado con el evangelio.

En nuestra incapacidad tendemos a identificarnos con los poderes para salvar (?) que utilizan los hombres, que son ‘poderes sin poder’, ‘sal sin sabor’. Como hijos de Dios tenemos que ponernos en forma decidida del lado de Pablo, del lado de Cristo, del lado de un evangelio que salva al hombre de la ruina del pecado, y lo salvará del desastre de sus consecuencias. La única solución a todos los problemas presentes y futuros que pueda tener el hombre, pasa por su total rendición a la autoridad de Cristo, y por la operación del poder que hay en su evangelio.

Aplicación: 
¿Lo creemos así? ¿O pensamos que la solución del hombre es Cristo y algo más, o es el evangelio y algo más? ¿Cuándo entenderemos como iglesia de Jesucristo el “sin Cristo nada” de la iniciación cristiana definido en Jn. 15:5, que nos lleva enseguida al “con Cristo todo” de la madurez cristiana presentado por Pablo en Fil. 4:13?

Las mismas cosas, los mismos métodos, los mismos argumentos valen si proceden del poder del evangelio de Cristo, pero llegan a ser inoperantes si proceden de nosotros. Un vaso de agua dado en nuestro nombre, tiene el valor del momento por el cual calma la sed. Pero el mismo vaso de agua dado en el nombre de Cristo tiene valor de eternidad. Es algo así como la distinción entre activismo carnal y actividad espiritual.

Pablo podía ser confundido con un activista, pero su accionar nacía en el poder del evangelio. ¡Qué diferencia! ¡Qué cambios veríamos si abandonáramos del todo el activismo humano y nos entregáramos del todo a la actividad del Espíritu Santo; si como individuos y como cuerpo actuáramos bajo su consciente control!

“Poder para cambiar toda una vida y darle más”, dice una canción que describe la necesidad de nuestro compromiso de predicar el evangelio de Cristo. Poder para transformar al hombre y la sociedad, al hombre y al mundo.

“Judío y … griego.” Religión y cultura. Poder para salvar una religión que necesita ser salvada. Poder para salvar una cultura que ha sido definida por algunos como poscristiana. Primero la “religión”. Si la iglesia de Cristo no vive delante de los hombres como una comunidad donde rige el reino de Dios y su justicia (Mt. 6:33), no estará a la altura del poder salvador del evangelio. Luego la “cultura”. Mal que les pese a los que exaltan la cultura por la cultura misma y propician conservar aun las formas más primitivas y a veces aberrantes que condicionan al hombre sin Cristo, la cultura debe ser salvada, cambiada, transformada por el poder liberador del evangelio.

Religión y cultura van de la mano porque son inherentes a la vida del hombre. Pero el evangelio es la “contrarreligión cristiana”, así como vivir el evangelio ha sido definido como la “contracultura cristiana”.

    3.      El alcance del evangelio.

“A todo aquel que cree.”
La universalidad del mensaje y de su poder (como la fe de antaño), “fue buena para Pablo y es buena para mí”. Pablo no desperdició sus diálogos con los hombres; hizo con sus palabras lo mismo que hacía en sus viajes: “desde … y hasta … todo lo he llenado del evangelio de Cristo” (15:19). “Desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone” (Is. 45:6). ¡Qué cobertura total!

Aplicación: Resultan apropiadas ciertas antiguas reflexiones que dicen: “¿Por qué los que debieran hablar callan, cuando los que recién empiezan a leer escriben?” Yesta otra: “La mentira ha recorrido medio mundo, cuando la verdad recién empieza a calzarse para perseguirla”.

Con Pablo no era así. Sabía quién era Cristo y conocía qué implicaciones y alcances tenía el evangelio. Para él era la verdad que debía ser proclamada en toda circunstancia, en todo lugar y a toda criatura. Era la luz que debía iluminar no debajo de una mesa donde perdería efecto, sino por encima de todo, donde lo aclarara todo. El evangelio es de carácter único y universal: al judío primeramente (el que practicaba la religión conocida) y también al griego (el que seguía la cultura dominante).

    4.      El evangelio y la justicia de Dios (v. 17)

El evangelio explica, demuestra y revela de qué manera justifica Dios al hombre, es decir, de qué forma lo pone en una relación correcta con El. ¿Cómo resuelve la justicia de Dios el problema del pecado y su merecida condena?

En el evangelio tenemos la justicia de Dios en acción. Es una justicia que en lugar de perseguir al pecador para condenarlo, está empeñada en perseguirlo para salvarlo, tal como se expresa del Señor Jesús mismo en Jn. 3:17, 18. Es una justicia que no se detiene hasta que el Juez puede declarar al culpable no culpable, y lo pone sentado en el lado derecho, como hacían los jueces antiguos con los que eran declarados inocentes. Si observamos en otros pasajes de la Biblia, el lado derecho es el de los justos (las ovejas a la derecha; ver Mt. 25:33, 37). Jesús se sentó a la derecha del trono de Dios, el lugar de la justicia (He. 12:2). El propósito de Dios es sentarnos (ya justificados) juntamente con Cristo (Ef. 2:6).

El evangelio es el despliegue, la revelación de la justicia de Dios. Tal es el contenido del evangelio que Pablo desarrollará en la extensión de su carta y sobre el cual debemos preguntarnos: ¿apunta mi predicación básicamente a la revelación de la justicia de Dios o a las necesidades presentes del hombre? El punto puede parecer intrascendente, pero hace a la esencia misma del evangelio. Según que la justicia de Dios, los derechos de Dios, constituyan el centro del mensaje, o que el centro sea la necesidad del hombre y los derechos del hombre, estaremos o no acertando con el propósito de Dios referente al evangelio.

a) La importancia de la fe.
La justicia de Dios, con todo lo que veremos que ella implica, se descubre (revela) por fe y para fe. La justicia de Dios revelada en el evangelio es la justicia que el justo (el justificado) alcanza por medio de la fe y no de otra manera, ya que esa justicia por la fe es la vida misma de todo aquel que cree.

Ilustración: 
Cuando tomamos una fotografía, por lo general hay una persona o un objeto o una escena que es el centro de atención. El foco de la cámara va dirigido a eso. Lo demás entra en la foto porque es lo que acompaña, es el entorno.

Si tomamos el v. 17 como si fuera una fotografía, tenemos que concluir (o destacar) que el foco de lo que dice está centrado en la fe. No podemos negar la importancia que tiene el justo—declarado así por la justicia de Dios—ni tampoco la realidad de que ese “justo” o “justificado” tiene nada menos que la vida. Sin embargo, ese justo no sería justo y esa vida no sería vida si no hubiera intervenido la instrumentalidad de la fe. Si sacamos la fe del centro, al instante advertimos que ni existe alguien que pueda ser declarado justo, ni existe la posibilidad de que ese alguien pueda tener vida para con Dios.

La fe, entonces, es el foco de la declaración. La fe es el camino—el único y excluyente camino—para llegar a la justificación ante Dios y, en consecuencia, para llegar a la participación de la vida de Dios.

Y aun al hablar de la fe como la forma, como el instrumento, como el camino o como el medio que Dios ha establecido para que el hombre sea justificado y viva para Dios, debemos tener cuidado de una cosa. La fe es todo eso, pero a la vez nada más que eso: forma, instrumento, camino, medio. Esto significa que la fe no es un “algo meritorio”. El justo vivirá por la fe (Hab. 2:4). Pero no hay ningún mérito atribuido a la fe ni tampoco a la persona que ejercita la fe. Como el mismo Pablo lo aclara “No [es] por obras, para que nadie se gloríe”. Es “por la fe” pero esto no como algo que pertenece a la persona, pues la fe “es [un] don de Dios” (Ef. 2:8 y 9).

También notamos que la justicia de Dios es “por fe y para fe”. Esto equivale a decir, como algunos han traducido: es “por fe desde el principio hasta el fin”. Empieza por la fe, sigue por la fe y termina siendo consumada por la fe.

Ilustración
La fe es la llave que abre la puerta de entrada. Una vez adentro, veremos cuál es la base, el fundamento, los beneficios de la justificación, y también sus responsabilidades. Por fe y para fe es “fe de punta a punta”. 

Esta expresión que tomamos para ilustrar, describe a alguien que ganó una competencia, por ejemplo, una carrera pedestre, y que no tuvo ningún rival que lo sobrepasara ni siquiera durante un tramo de la carrera. “Por fe y para fe” quiere decir justamente eso. Es por la fe y nada más que por la fe, es decir por la “sola fe”, con exclusión de todo otro competidor, con exclusión de obras, de méritos personales, de dinero, de religiones, de filosofías o pensamientos humanos. Todo queda excluido.

b) El disfrute de la vida justificada. 
“Vivirá”. No es la extensión de la vida lo que tiene la mayor importancia acá, sino la calidad de la vida. La vida que viene de Dios y de la cual Jesucristo dijo: “Yo les doy vida eterna” (calidad—no extensión—) y además, “no perecerán jamás” (aquí sí puede ser extensión). Es la vida que tiene su origen, su permanencia y su proyección en Dios.

El justo es entonces alguien que no era justo (porque no hay ni siquiera uno que lo sea), pero que ha sido colocado por Dios mismo en una correcta relación con El, es decir, ha sido justificado por Dios.

    5.      El Evangelio y la ira de Dios (v. 18)

El evangelio incluye por su naturaleza y esencia una solemne declaración de que “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad”.

Por más que quisiéramos terminar la consideración sobre el evangelio en el v. 17, con la gloria que significa la vida de fe, no podemos eludir a conciencia la declaración del v. 18 en cuanto a la revelación de la ira de Dios. El evangelio es mensaje de salvación para el que cree, porque de lo contrario ya es mensaje de condenación para el que no cree. El evangelio es lo que es (buena noticia, noticia segura y de valor eterno) en razón de que hay una sentencia condenatoria que pesa sobre el pecado y que pone en acción la justa ira de Dios.

Aplicación: 
¿Nos afectan o no las definiciones enunciadas en cuanto al evangelio? Si comparamos nuestra predicación, ¿qué puntos nos veríamos obligados a suprimir por no formar parte del evangelio de Dios? ¿O qué puntos nos veríamos obligados a incluir porque están excluidos, en forma implícita o explícita, de nuestra predicación? 

¿Es el evangelio de Romanos diferente de nuestro evangelio? ¿O es más correcto decir que nuestro evangelio es diferente del de Romanos? Y si vemos que hay diferencias, ¿con cuál de los dos nos tenemos que quedar? 

¿Cuál de los dos producirá los resultados de salvación presente y eterna para los cuales el evangelio nos ha sido dado? ¿Tendremos la valentía de presentarnos delante de Dios con el evangelio que predicamos, y pedirle a El mismo que apruebe lo que concuerda con su evangelio y descalifique lo que no concuerda? 

¿Podemos pedirle la audacia necesaria para que no nos avergoncemos de predicar “su evangelio”, aunque al hacerlo no podamos recoger honores personales, ni podamos contabilizar la cantidad de personas que solemos alcanzar con “nuestro” evangelio?

Oración: 
Señor, si tengo la convicción de que me has enviado a predicar el evangelio, dame la convicción de cuál es el evangelio que me has enviado a predicar, “no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo” (1 Co. 1:17).

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