sábado, 5 de septiembre de 2015

No tengo ni plata ni oro, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 


Preparemos nuestro sermón expositivo
Hechos 3: 1-10

Pedro sana a un cojo en el templo
1 Pedro y Juan subían al templo a la hora de la oración, la hora novena.  
2 Y era traído cierto hombre que era cojo desde el vientre de su madre. Cada día le ponían a la puerta del templo que se llama Hermosa, para pedir limosna de los que entraban en el templo. 
3 Este, al ver a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba para recibir una limosna. 
4 Entonces Pedro, juntamente con Juan, se fijó en él y le dijo: 
—Míranos. 
5 El les prestaba atención, porque esperaba recibir algo de ellos. 
6 Pero Pedro le dijo: 
—No tengo ni plata ni oro, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda! 
7 Le tomó de la mano derecha y le levantó. De inmediato fueron afirmados sus pies y tobillos, 8 y de un salto se puso de pie y empezó a caminar. Y entró con ellos en el templo, caminando, saltando y alabando a Dios. 
9 Todo el pueblo le vio caminando y alabando a Dios. 

10 Reconocían que él era el mismo que se sentaba para pedir limosna en la puerta Hermosa del templo, y se llenaron de asombro y de admiración por lo que le había acontecido. 

El MILAGRO DE SANIDAD (3:1–10)


1 Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. 2 Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo 3 Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. 4 Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. 5 Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. 6 Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.

7 Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; 8 y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. 9 Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. 10 Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido.

Entre el patio de los gentiles y el patio de las mujeres había una bella puerta de bronce labrado, de estilo corintio, con incrustaciones de oro y plata. Era más valiosa que si hubiera sido hecha de oro puro.

En la Puerta Hermosa, Pedro y Juan se encontraron con un hombre cojo de nacimiento al que llevaban a diario y dejaban fuera de ella para que pidiera limosnas (regalos de caridad). Más tarde leemos que el hombre tenía más de cuarenta años. Jesús pasó por allí muchas veces, pero es evidente que el hombre nunca le pidió sanidad. También es posible que Jesús en la providencia divina y sabiendo los tiempos perfectos, dejó a este hombre para que se pudiera convertir en un testigo mayor aún cuando fuera sanado más tarde.

Cuando este hombre les pidió una limosna, Pedro, junto con Juan, fijó sus ojos en él. Qué contraste este momento con los celos que los discípulos se mostraban mutuamente antes (Mateo 20:24). Ahora actúan en conjunto, en completa unidad de fe y de propósito. Entonces Pedro, como vocero, le dijo: “Míranos”. Esto hizo que el hombre pusiera toda su atención en ellos, y suscitó en él la esperanza de recibir algo.

Sin embargo, Pedro no hizo lo que él esperaba. El dinero que tenía, muy probablemente ya se lo había dado a los creyentes necesitados. Pero sí tenía algo mejor que darle. Su declaración: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy”, exigió fe de su parte. No hay duda de que lo dijo bajo el impulso del Espíritu Santo, que le había dado un regalo (un don) de sanidad para este hombre (1 Corintios 12:9, 11).

Entonces Pedro, en forma de mandato, le dijo: “En el nombre de Jescuristo de Nazaret, levántate y anda”. Al mismo tiempo, puso su fe en acción, al tomar al hombre por la mano derecha y levantarlo. Inmediatamente, los pies y los tobillos de aquel hombre recibieron fortaleza (se le afirmaron). Es muy posible también que la fe de aquel hombre recibiera una sacudida al ser mencionado el nombre de Jesús, Mesías de Nazaret. Quizá alguno de los tres mil que fueron salvos en Pentecostés ya le había testificado. Con seguridad habría oído de otros que habían sido sanados por Jesús.

Cuando los pies y los tobillos de aquel hombre se llenaron de fortaleza, Pedro no tuvo que seguirlo levantando. El hombre saltó, se puso en pie por un instante y comenzó a caminar. Puesto que era cojo de nacimiento, nunca había aprendido a caminar. No hay sacudida psicológica capaz de realizar esto.

Ahora que el hombre estaba sanado, podía entrar al Templo. Puesto que no se les permitía a los impedidos entrar, ésta sería la primera vez en su vida. Entró caminando normalmente con Pedro y Juan, daba unos cuantos pasos y saltaba de puro gozo, gritando continuamente las alabanzas de Dios. Dios lo había tocado y no podía contener el gozo y la alabanza.

El versículo 11 indica que todavía sostenía la mano de Pedro, y también tomó la de Juan. Qué escena tan maravillosa debe haber sido la del hombre aquel que entraba caminando y saltando en el patio del Templo, y arrastrando a Pedro y a Juan consigo.

Toda la gente que lo veía, lo reconocía como el hombre que había nacido cojo y estaba siempre sentado pidiendo limosna en la Puerta Hermosa. Por consiguiente, su sanidad los llenó de asombro (no la palabra ordinaria, sino otra que está relacionada con el terror) y de espanto (implica también perplejidad). Estaban atónitos y sobrecogidos.

Aunque en los evangelios pocas veces podemos ver a Pedro y Juan juntos, cuando lo hacen generalmente es para mostrar o dar testimonio de algo. La tradición ha tratado de hacer a Juan menor, pero es probable que tuvieran aproximadamente la misma edad. Lo importante, no obstante, no está en la edad sino en la capacidad de unir dos caracteres tan distintos y dos vidas dispares para hacer algo similar para el Señor. Supieron trabajar juntos como pescadores (Lc. 5:10), oyeron el mismo llamado y recibieron el mismo bautismo (Jn. 1:41). Los dos prepararon la pascua (Lc. 22:8). Juan llevó a Pedro al palacio del sumo sacerdote (Jn. 18:16) y presenció las negociaciones. Pedro negó al Señor y se distanció, pero la amistad no se enfrió porque con Juan fueron al sepulcro en la mañana de la resurrección (Jn. 20:6).

Después de la resurrección creció aún más el afecto entre los dos, después que Pedro ajusta sus relaciones con el Señor Jesús. Fue Pedro quien preguntó “Señor ¿y qué de éste?” (Jn. 21:21), señalando a Juan, pensando que una decisión de Cristo los separaría del ministerio.

Ahora están definitivamente unidos, porque las rivalidades de la inmadurez pasaron al olvido (Mt. 20:20; Mr. 10:35). Juntos van a Samaria (8:14) y también respaldan la labor de Pablo y Bernabé entre los gentiles (Gá. 2:9).
a.     La visita al templo

Los dos apóstoles están a punto de entrar al templo a las tres de la tarde, la hora del sacrificio. La tradición hebrea había establecido la hora tercia (9 de la mañana), la hora sexta (12 del mediodía) y la hora novena (3 de la tarde) para la oración privada. Daniel tenía esa misma costumbre (Dn. 6:10, 13) y también otros siervos de Dios (Sal. 55:17), aunque las frecuencias variaban (Sal. 119:164). Prácticas similares parecen haber prevalecido hasta principios del siglo II, aunque las circunstancias cambiaron a causa de la posterior desaparición del templo en el año 70 DC, y también por la extensión del evangelio en territorio gentil.

Además, la enseñanza de la Biblia es orar en todo lugar (10:4; 12:5; 16:13; Ro. 12:12; Col. 4:2) y en todo tiempo, que es una manera de dejar el judaísmo atrás y para siempre. Al margen de esta enseñanza nos conviene observar la lección para nosotros: (1) “subían juntos”—unidad de propósito; (2) “a la hora de la oración”—prolijidad en el horario fijado.
b.     La presencia del paralítico
No sabemos si este era el único paralítico; pensamos que no. Seguramente había otros, pero a Lucas le interesa destacar este caso porque tiene presente por lo menos dos cosas: (1) ilustrarle a Teófilo cómo eran los milagros que Jesús realizaba después “que fue recibido arriba” (1:2); (2) mostrar cómo la oposición no podría destruir la comunidad de los santos.

Aunque hemos de estudiar el caso como algo real y práctico, no podemos dejar de decir que este hombre es una figura de la triste situación de la humanidad: espiritualmente paralítica, cerca de la religión pero lejos de Dios. Una humanidad en busca de favores de los hombres que no pueden dar las soluciones de fondo porque no tienen poder para enfrentar la situación.

Aunque en 2:43 vimos que “muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles”, este caso es el primero que disponemos al detalle. Por esta causa es importante dedicarle atención.

Miremos: 

primer lugar al paralítico, desahuciado por la sociedad, con más de cuarenta años de dolor en todos los sentidos: físico, moral, espiritual, etc. Era pobre y dependiente de la sociedad aun para el escaso movimiento que podía realizar.

En segundo lugar, y lo que a nuestro juicio es lo más importante, está la actitud de Pedro y Juan como representantes de un cristianismo activo. Si bien lo que piensan encarar es un desafío, se interesan por el prójimo, muestran interés por hacer el bien, y lo concretan.

Ambos “pusieron en él los ojos”, buscando penetrar en el secreto de lo que pasaba en el interior de esta persona. Actuaron de un modo muy particular: 
(1) “Míranos”, es decir, pon en nosotros tu atención. No somos igual que los demás, porque representamos al Dios viviente. 
(2) “Él estuvo atento”, es decir, logran que preste atención. Están seguros de que tienen algo para él, pero el hombre ignora qué es. Los apóstoles quieren que deje todo para descubrir en detalle todo lo que sucederá y posteriormente esté en condiciones de saber a quién atribuir lo acontecido. 
(3) Le hablan y se identifican con él. Pedro le dice: “no tengo plata ni oro, etc.”, frase con la que el apóstol se hizo famoso hasta hoy. Parte de esa fama surge de que siendo los apóstoles depositarios de las donaciones de la iglesia, no disponían de dinero para sí; y parte podría ser porque la iglesia que reclama ser sucesora de los apóstoles hoy tiene una fortuna incalculable.

La cláusula central de su dicho es: “en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (v. 6), que como veremos es el epicentro del terremoto producido en los religiosos del sanedrín. 

(4) Transforman al cojo en un testigo, tomándole de la mano para ayudarle a concretar públicamente lo que acaba de oír.

Antes de analizar el método de la sanidad, es bueno que notemos cómo estos hombres vincularon la vida devocional con la vida social. Ven a las personas en su necesidad y no se limitan únicamente a la “oración de las tres de la tarde”. La lección es de actualidad. Tenemos la tendencia a desligar lo espiritual de lo social, y para algunos hermanos nada tiene en común una cosa con la otra. Pero no es así porque en un sentido somos luz, pero en otro sal metidos en la sociedad.
c.     El “nombre de Jesucristo de Nazaret”
El paralítico instalado en la puerta la Hermosa, que algunos identifican como la de Nicanor de tiempos posteriores, era la entrada principal oriental a los recintos del templo, desde el patio de los gentiles. Era bonita y elegante. Por las constantes visitas que los creyentes hacían al templo, se conocen las experiencias de la nueva comunidad.

Pero ahora se produce un verdadero incendio, al resonar “el nombre de Jesucristo de Nazaret” para dar sanidad a uno de los más antiguos paralíticos. Para Pedro, hacer uso de su don de sanidad es normal. Tiene una potencia que Jesucristo le otorgó y que puede dar simplemente impartiendo órdenes. 

Le dijo: “lo que tengo te doy”. Opera en el mismo nombre que había exaltado en Pentecostés y por cuya autoridad miles conocieron la verdad y fueron bautizados (2:38). Es la causa que encoleriza a los sacerdotes y produce la primera reacción virulenta contra la iglesia, reacción que estudiaremos más adelante.
d.     La reacción de la multitud
“Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios” (v. 9). El paralítico—ahora sanado—de inmediato pone en funcionamiento sus nuevas capacidades mostrando a la gente al menos cuatro maneras para activar sus facultades restauradas: 
(1) “se levantó” y se afirmaron sus pies, cobró fuerzas; 
(2) inicia su camino de progreso: “anduvo”; 
(3) se compromete con sus benefactores: “entró con ellos al templo”; 
(4) agradece a Dios: “saltando y alabando a Dios.”

El testimonio es singular; la gente nunca había visto nada semejante y “se llenaron de asombro y espanto”. Esto último, posiblemente al observar que el Jesús despreciado por los hombres y crucificado como blasfemo, era más poderoso que toda la religión y su aparato tradicional que no les había proporcionado nada.
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