viernes, 30 de octubre de 2015

Considerad vuestros caminos: Sembráis mucho y recogéis poco; coméis y no os saciáis; bebéis, pero no a plenitud; os arropáis, pero no entráis en calor; y el asalariado echa su jornal en saco roto

RECUERDAEl que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6








¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? 
1Corintios 3:16
¿No es el tiempo de reedificar el templo de Dios?
Hageo 1:1-11

1      El año segundo del reinado de Darío, en el mes sexto, el primer día del mes, llegó la             palabra de YHVH a Zorobabel ben Salatiel, gobernador de Judá, y a Josué ben                     Josadac, sumo sacerdote, por medio del profeta Hageo, diciendo:
2      Así ha hablado YHVH Sebaot, diciendo: Este pueblo dice: Aún no es tiempo, el tiempo         de reedificar la Casa de YHVH.
3      Entonces llegó palabra de YHVH por medio del profeta Hageo, para decir:
4      ¿Acaso es tiempo de que vosotros, especialmente vosotros, habitéis en casas                     artesonadas, mientras esta Casa está en ruinas?
5      Pues ahora, así dice YHVH Sebaot: Considerad vuestros caminos:
6      Sembráis mucho y recogéis poco; coméis y no os saciáis; bebéis, pero no a plenitud;           os arropáis, pero no entráis en calor; y el asalariado echa su jornal en saco roto.
7      Así dice YHVH Sebaot: Meditad sobre vuestros caminos.
8      Subid a los montes y traed maderos, y reedificad la Casa, y Yo lo aceptaré, y en ella             mostraré mi gloria, dice YHVH.
9      Emprendéis mucho, y resulta poco; metéis en la casa, pero Yo lo aviento. ¿Por qué?           Dice YHVH Sebaot: Porque mi Casa está en ruinas, mientras cada uno de vosotros se         ocupa de su propia casa.
10    Por eso, por causa vuestra, los cielos han retenido la lluvia, y la tierra su cosecha.
11    Y he llamado a la sequía sobre la tierra, y sobre los montes, y sobre el trigo, y sobre el         mosto, y sobre el aceite, y sobre todo lo que produce la tierra, y sobre el hombre, y               sobre el ganado, y sobre todo trabajo de las manos.

No es una leyenda del pasado Hageo 1:1-11

Una advertencia  
Hageo 1:1–11

Hageo 1:1–6. La Biblia es un libro histórico, nos indica el tiempo con fechas. Dios se apareció en el mundo “cuando vino el cumplimiento del tiempo” (Gálatas 4:4). Lo que está registrado en el libro de Hageo no es una leyenda del pasado. De una manera extraordinaria, Dios ha unido los acontecimientos de la Biblia con la historia secular.

El comienzo del libro lo demuestra; por medio de la pluma del profeta Hageo, Dios tuvo gran cuidado de anotar clara y minuciosamente la fecha de cada una de las cuatro “palabras” del Señor que incluye el libro. El libro comienza diciendo: “En el año segundo del rey Darío (también llamado Ciro), en el mes sexto, en el primer día del mes, fue dirigida esta palabra de Jehová por medio del profeta Hageo”.


Templo en ruinas

Al llegar a esta parte algunos críticos menean la cabeza en señal de incredulidad. El capítulo 4 de Esdras, que habla de la reconstrucción del templo y menciona a Zorobabel y a Josué, que claramente pertenecen a nuestra historia, también menciona una carta que le fue enviada a Artajerjes. Esa carta fue el resultado de una acusación que había sido hecha por los enemigos de los judíos ya en el tiempo de Jerjes. 

Se menciona tanto a Jerjes como a Artajerjes, y el versículo 24 al final del capítulo dice: “se detuvo la obra de la casa de Dios que estaba en Jerusalén, la cual quedó suspendida hasta el segundo año del reinado de Darío, rey de Persia”. Los críticos dicen que es claro que eso no puede ser correcto, porque se sabía que el templo había sido terminado bajo el gobierno del rey Darío que había reinado antes de Jerjes y de Artajerjes.

Podemos explicar el problema si recordamos que Esdras estaba escribiendo historia; él vivió en la época Artajerjes. Por inspiración, no sólo escribió acerca de toda la oposición que hubo contra el pueblo de Dios cuando reconstruyeron el templo, sino también narró la oposición que se desató contra los trabajos de restauración de la muralla que había alrededor de Jerusalén. Desde su punto de vista en la historia, Esdras sabía de toda la oposición, y por inspiración de Dios la incluyó en el capítulo cuatro aunque no encajaba cronológicamente.

La New International Version en inglés sigue claramente esta idea cuando separa del resto esta sección de Esdras 4, y la titula: “Oposición posterior bajo el gobierno de Artajerjes”.

La razón para mencionar este “problema” es que, como creyentes de la Biblia, no tenemos que avergonzarnos cada vez que alguien encuentra algo que es históricamente inverosímil (en su opinión). El solo hecho de que nos falten datos históricos para verificar algo que afirma la Biblia, no es prueba de que esté equivocada. 

Cualquiera que lo afirme, se apoya en la falta de datos conocidos, y se ha demostrado muchas veces que ese tipo de argumentos no son correctos. No hace mucho tiempo que la gente decía que en la época de Moisés no existía el arte de escribir y que los hititas no habían existido. Desde entonces, los descubrimientos arqueológicos han demostrado que las dos afirmaciones eran falsas.

Hageo existió como un verdadero personaje histórico. En cierto momento de la historia se sentó a escribir su libro. La palabra le fue predicada en primer lugar a un pueblo que en realidad existió y que pasaba por problemas y peligros particulares. Así como nosotros, seres temporales: nos sentamos en el sofá, prendemos la lámpara, abrimos la Biblia en el libro de Hageo, y lo leemos, también de esa misma manera temporal y natural, se escribió este libro y se le anunció al pueblo de Dios en los días de Hageo.

El primer versículo dice que la palabra del Señor les llegó por medio del profeta Hageo a Zorobabel y a Josué. Esta es una repetición de la manera en que Dios trataba con su pueblo en el tiempo del Antiguo Testamento. Él escogía a los profetas para que le hablaran al pueblo de parte suya y les dijeran una y otra vez: “Así ha hablado Jehová de los ejércitos”.

A Zorobabel y a Josué, no les fue más fácil que a nosotros en la actualidad, cuando nuestros pastores nos anuncian: “Así dice Dios”, creer que en verdad era Dios el que les estaba hablando. Cuando Zorobabel y Josué miraron, vieron a Hageo. Probablemente lo conocían como vecino, tenía peculiaridades y características como cualquier otro ser humano, se ponía las sandalias una por una como cualquier otra persona de su tiempo. 

Y fue este hombre el que dijo: “Así ha habado Jehová de los ejércitos”. Lo que sí vale la pena notar es que Zorobabel y Josué creyeron que era verdad. ¡En realidad era Dios el que hablaba! El versículo 12 de del capítulo 1 de Hageo nos dice, “Entonces Zorobabel hijo de Salatiel, y Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y todo el resto del pueblo, oyeron la voz de Jehová su Dios, y las palabras del profeta Hageo, tal como le había encargado Jehová su Dios”.

Este es el milagro del sermón que se le predicó al pueblo de Dios: que un ministro, que claramente es un ser humano pecador, se puede poner de pie delante del pueblo y les anuncia las palabras divinas, ¡y la gente cree!. El apóstol Pablo también se maravilló de ese milagro cuando vio a su pueblo en Tesalónica: “Nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1 Tesalonicenses 2:13).

El pueblo dijo: “No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada”. Esto plantea el problema que Hageo tuvo que enfrentar con su pueblo.

Es muy fácil dejar para después las cosas que conciernen al Señor, y son muy impresionantes las razones que se dan para hacerlas esperar. Hubo un numeroso grupo de samaritanos que fruncieron el ceño cuando escucharon la palabra templo.

En Esdras 4:2 leemos que los bien intencionados habitantes del lugar se acercaron haciendo este ofrecimiento: “Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios, y a él ofrecemos sacrificios.”

Pero los líderes les respondieron: “No nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios” (Esdras 4:3). Lástima que la doctrina de los samaritanos estuviera tan errada; es triste que los líderes no pudieran pasar por alto sus “pequeñas” diferencias para que, con la ayuda ofrecida, el pueblo se pudiera beneficiar en la tarea monumental que tenía ante sí. 

Mejor era esperar. Y ¿por qué arriesgarse a hacer enojar a los persas? ¿Para qué aventurarse a que se enteraran de que somos tan fanáticos con respecto a los asuntos de Dios como para construir un templo impresionante en medio de un lugar a campo abierto? Sería mejor disimular el aspecto religioso. ¡Esperen! Después de todo, debemos pensar en los niños. Además, los persas tienen la horrible costumbre de empalar los cuerpos de los revoltosos en una estaca (ver Esdras 6:11)
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Había muchas razones para esperar, pero tal vez la verdadera razón para todo esto se encuentra en el versículo 4; en resumen el Señor dice: “¿Es para vosotros tiempo de habitar en vuestras casas artesonadas mientras esta casa está en ruinas?”

Ahora el problema se había reducido a una transgresión del primer mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Eso incluye al diosecillo socarrón de la conveniencia personal y al ídolo reflejado en el espejo, que siempre hace que nos veamos a nosotros mismos tal como somos cuando a menudo lo adoramos. El Señor dice de un modo que no se ve afectado ni por el tiempo ni por la cultura: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).

Ya hemos mencionado el llanto de algunas personas al ver cómo la construcción del templo estaba avanzando. También hablamos de la conjetura de cierto comentador acerca de la causa de ese llanto. Una cosa sí es cierta, ya había desaparecido el espíritu de generosidad para la casa del Señor que se menciona en los tiempos de Moisés: “El pueblo trae mucho más de lo que se necesita para la obra que Jehová ha mandado que se haga”. 

Entonces Moisés dio esta orden: “Ningún hombre ni mujer haga más para la ofrenda del santuario. Así se le impidió al pueblo ofrecer más; pues tenían material abundante para hacer toda la obra” (Éxodo 36:5–7). Ya había desaparecido el deseo de enfrentar la oposición espiritual. Jonatán es un ejemplo de fe firme cuando le dijo a su paje de armas: “Ven, pasemos a la guarnición de estos incircuncisos; quizás haga algo Jehová por nosotros, pues no es difícil para Jehová salvar con muchos o con pocos” (1 Samuel 14:6).

Siempre causa gran tristeza cuando el pueblo de Dios pierde la determinación y el deseo de establecer su iglesia y de edificar su casa. Por esto mismo el profeta nos debe hablar hoy. En tiempos en los que el ingreso personal y la riqueza son más altos que en cualquier época anterior en la historia del mundo, y muchos países han recibido grandes bendiciones materiales, la iglesia anda mendigando. 

Los proyectos de construcción avanzan con dificultad y tropiezan, los modestos planes para misiones se archivan. Hasta los niños aprenden a reconocer lo que significa “la crisis presupuestal” en la iglesia. ¿Acaso podemos decir que nuestra situación es más difícil que la de los exilados que regresaban a Jerusalén? Puede ser que nosotros también contestemos rápidamente con: “Ahora no es el momento oportuno”, pero el Señor es igualmente rápido en preguntar: “¿Es para vosotros tiempo de habitar en vuestras casas artesonadas mientras que esta casa está en ruinas?”

El versículo siete contiene una frase que se repetirá cierto número de veces a través del libro: “Meditad sobre vuestros caminos”. El Señor quiere que tengamos mucho cuidado con la manera en que vivimos, quiere que evaluemos repetidamente lo que hacemos. Él nos hace responsables por “el camino” que seguimos.

En las Escrituras son muchas las referencias a “el camino”. En el libro de Proverbios Salomón dice: “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él” (16:7). En este mismo capítulo él añade: “Hay camino que parece derecho al hombre, pero su final es camino de muerte” (16:25).

Hay algo más en cuanto al camino que Dios quiere para nosotros, el cual está en contra del modo de vida natural del ser humano. En cuanto a encontrar el camino correcto, debe ser el Señor quien nos indique cómo hacerlo, “Porque Dios es el que en vosotros opera tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). A nosotros sus hijos, nuestro Padre nos puede decir: “Ten cuidado con lo que haces”. Antes de la conversión del apóstol Pablo en el camino a Damasco leemos acerca de él: “A fin de que si hallaba algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén” (Hechos 9:2). Pablo sabía que él no era parte de ese Camino, pero años después ya había cambiado de sentir cuando le habló a Félix el gobernador: “Pero esto te confieso, que según el Camino que ellos llaman secta, así doy culto al Dios de mis padres” (Hechos 24:14).

La frase “medita bien en lo que haces” en hebreo, literalmente significa “pon tu corazón por sobre tus caminos”. También se podría decir “que tu corazón guíe tu camino”. Juan ofrece el mismo consejo en 1 Juan 3:18: “Hijitos míos, no hablemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”. Es fácil decir que amamos a Jesús, ¿pero es evidente? Una forma de decirlo es poner atención a la prioridad que le damos a su casa y a su obra.

¡Necesitamos la bendición de tener como prioridad la casa de Dios!
Puede ser que el pueblo de Dios titubeara al considerar sus propias necesidades económicas y decidiera economizar en los gastos de la casa de Dios. En otras palabras, la gente no da ni trabaja para él como debiera, porque tiene la idea de que al hacerlo carecerán de algo.

Pero como el Señor nos lo hace ver en los versículos 6 y 9–11, esta idea es contraproducente. La esencia de lo que nos dice en estos versículos es: “Cuanto más trabajes para ti mismo, tendrás menos. Cuanto más trabajes para el Señor, más tendrás”. Sólo tenemos que ver a la gente que tiene la casa revestida de lujo y descuida la casa de Dios. Las cosechas se malogran, escasean la comida y la bebida, la ropa no abrigará. Los sueldos desaparecen… la cartera tiene huecos. Dios hace que las expectativas se esfumen. Hay sequía y hambre. La obra de sus manos queda truncada y falla.

1:7–11. El remedio para lo malo que le sucede a la gente, que construye su propia casa a costo de la casa de Dios, se encuentra en el versículo 8. “Subid al monte, y traed madera, y reedificad la Casa; yo me complaceré en ella y seré glorificado”, dice el Señor. Cortar los árboles del Líbano y llevarlos 160 km o más hasta Jerusalén era un trabajo agotador (ver Esdras 3:7). Además, era costoso y tomaba mucho tiempo; pero había una razón para todos esos trabajos: “Yo me complaceré en ella y seré glorificado”.

¡Qué incentivo para construir la casa de Dios! ¡Glorificarlo a él! Lo que le da valor a una ofrenda es la dedicación de gran parte de: tiempo, dinero, pensamiento, y fuerza. El obsequio de una gran cantidad de dinero que llega como una idea de última hora, y que ni siquiera equivale al interés del préstamo del capital principal, no es gran cosa para el que lo recibe. Por otro lado, un presente que puede ser modesto y sin pretensiones para cualquier extraño, para el destinatario llega como un premio; pues sabe el trabajo y el esfuerzo, que puede haber detrás de él.

Así es con la casa de Dios. Puede ser que nuestra iglesia no sea el edificio más espléndido del mundo, y que no se jacte de tener en su lista a las personas más elocuentes y de más talento; puede ser que nuestros esfuerzos en la predicación y la enseñanza, no se lleven a cabo con refinamiento ni belleza. Pero eso no importa, es la casa de Dios. Nosotros somos los que la llamamos así, no los extraños… y Dios también lo hace. Es hermosa, si fue construida con amor, sin que importe la estructura. El Señor sabe los motivos que hay en el corazón de las personas.

También él conoce a los que le vuelven la espalda y a los que bostezan con indiferencia, y hace algo en cuanto a esto; todo va a la ruina. La desdicha llega “por cuanto mi casa está desierta, mientras cada uno de vosotros corre a su propia casa”.
No se puede hablar más claro, este es un juicio. No nos gusta la acusación, ¡pero ni modo, ahí está! La única manera en que podemos escapar de ella es estar seguros de que ponemos la casa de Dios antes que nuestros propios intereses. “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).

No hay nada más importante que un gobernante (o pastor) le pueda enseñar a su pueblo; al adoptarlo y ponerlo en práctica, la vida prospera y es buena. Es una promesa contundente. La palabra de Dios debe ser tomada con toda seriedad tanto con respecto a la advertencia como con respecto a la promesa.

Tal vez aquí se impone la advertencia de que no debemos juzgar por lo que vemos para declarar culpable a una persona. En otras palabras, nosotros no debemos juzgar el fracaso de la cosecha de un agricultor cristiano, ni todo accidente o desgracia que un cristiano pueda sufrir, como alguna referencia directa a la infidelidad de la persona o al desprecio hacia la casa de Dios y su obra. Job podría ser un ejemplo. Algunas veces el Señor da, y algunas veces quita. 

Firmes en todo, la bendición está a la espera. “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni a su descendencia que mendigue pan” (Salmo 37:25). Y en el caso de Job leemos también que al final de su vida el Señor lo bendijo y le dio el doble de lo que había tenido antes. La razón está relacionada directamente con el hecho de que en su vida puso en primer lugar a su Dios.

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