miércoles, 20 de abril de 2016

Ustedes han oído que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero les digo que todo el que mira a una mujer para codiciarla ya adulteró con ella en su corazón.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




El Divorcio: ¿Es posible entre cristianos?
Concesión divina para aliviar una tragedia humana
El divorcio es producto de las ideas humanas y rompe el ideal divino para el matrimonio. Sin embargo, cuando este ocurre dentro de las excepciones que menciona la Biblia, es una cirugía indispensable para una relación matrimonial que tenía una enfermedad humanamente incurable.
Nunca estaré de acuerdo con las corrientes que abogan por el divorcio. Toda brecha que se intente abrir en los límites perfectos que Dios estableció y que abra una puerta que motive el divorcio, no solo pone en peligro la integridad de la familia, sino que abre frentes de destrucción que afectarán directamente a la disposición mental, sicológica y sociológica de las nuevas generaciones. 

Aliarse a los que promulgan un divorcio fácil significa apoyar un libertinaje no establecido por la verdad divina.

Por otro lado, tampoco actuaríamos de acuerdo a la gracia de Dios si negamos una vía de escape a quienes sufren realidades que exigen el divorcio por los serios conflictos que son parte de esa relación conyugal enferma. Creo que en estos casos excepcionales, el divorcio se convierte en un medio de restauración de la persona para que comience a actuar con mayor normalidad en medio de su familia y la sociedad.

Esta concesión divina está al alcance de los que sufren una tragedia humana en sus matrimonios. Esto no significa que van a abusar de ella quienes no desean cumplir su compromiso de amar a una persona hasta que la muerte los separe.

La declaración que aparece en Mateo 19:6, «lo que Dios juntó, no lo separe el hombre», es una gran verdad. Expresa el ideal de Dios para el matrimonio y la meta que toda pareja debe esforzarse por alcanzar. Aunque es lamentable que en la práctica muchos han abusado de esta declaración divina y la han usado fuera de su contexto.

Creo firmemente que la indisolubilidad es la meta divina para el matrimonio. Este es un ideal que corresponde a las normas perfectas del evangelio, que debe ser el eje motivador de todo matrimonio y el motor que mueve los días oscuros por los que pasa la realidad matrimonial. Sin embargo, este ideal, esta regla, igual que todas las demás normas éticas establecidas o no por Dios, desgraciadamente pueden romperse.

La Biblia de ninguna manera anima ni apoya las corrientes en pro del divorcio. La indisolubilidad del matrimonio es la declaración de la buena voluntad de Dios para la pareja. Esto sin duda representa la definición del matrimonio de la forma en que lo quiere Dios, en su más alto grado de perfección y como único modelo para la pareja humana.

La declaración que dice: «Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre», no es un simple enunciado. Sin duda es un mandamiento. Es el plan, el ideal de Dios para el matrimonio. Es la revelación de una ley moral, tal como lo son: «no matarás», «no cometerás adulterio», «no codiciarás», etc. No cabe duda alguna que la indisolubilidad es la expresión de la voluntad divina para nuestra felicidad conyugal.

La práctica del amor genuino que nos permite perdonar, que nos incita a ayudar, que da, que reconcilia, sigue y seguirá siendo el único camino para la satisfacción plena de la persona y de la pareja.

La intención de Dios con Adán y Eva en el huerto del Edén, antes que pecaran, era que el hombre tuviera una mujer y viviera con ella en una relación monógama de amor y aprecio. Después del pecado ni la intención, ni los planes de Dios cambiaron. Lo que sí cambió fue el corazón humano. Los hombres poseemos una naturaleza pecaminosa que constantemente intenta alejarnos de los principios divinos. Moisés, en Génesis, y el propio Jesucristo, en Mateo 19:8, demuestran que el pensamiento original fue: «Un hombre con una mujer, unidos para siempre».

Debemos recordar que en el principio el pecado todavía no estaba presente y el mismo Señor declara que entonces esto no era así. Dios no planificó el divorcio, sino que se debió al pecaminoso corazón humano. Jesucristo dice que en el principio no existía el «divorcio».

Según Génesis 5:1–2, el hombre que Dios creó no estaba contaminado, pues estaba formado a la imagen y semejanza de Él. Lo que marca la diferencia es la caída del hombre en el pecado. En el versículo 3 nos muestra que aquel hombre creado a imagen y semejanza de Dios procrea un hijo conforme a su semejanza (a la de Adán). 

Allí se inicia el proceso mediante el cual el pecado invadió el género humano y trajo terribles consecuencias. Aunque el hombre sigue teniendo la imagen de Dios, se agrega a ella la del hombre. Imagen que impactó en todos y cada uno de los seres humanos. Todas las familias, ciudades y naciones de la tierra han sufrido las consecuencias.
Las enseñanzas de Jesucristo
Las enseñanzas de Jesucristo son fundamentales. Es indispensable que las analicemos a fin de comprender la enseñanza bíblica sobre el divorcio. Las referencias que hizo Jesucristo a este tema aparecen en cuatro pasajes en los Evangelios. Aunque para el lector común estos versículos podrían indicar una contradicción en sus enseñanzas, quienes analizamos profundamente sus palabras nos damos cuenta que se usan en diferentes contextos y con distintos propósitos.

En Lucas 16 y Marcos 10, Jesucristo se refiere al ideal del matrimonio. Mientras que en Mateo 19 enseña sobre la regla de excepción a la permanencia conyugal.

Si queremos conocer con sinceridad el punto de vista de Jesucristo concerniente al tema del divorcio, necesitamos hacer un profundo y sincero análisis de sus enseñanzas. Jesucristo anuncia que Él vino para cumplir la Ley. La explica de la única manera en que debe hacerse, es decir, completa y acertadamente. Solo Jesucristo podía comprender la revelación divina a la perfección, y solamente Él podía exponer la realidad de las Escrituras con verdad y gracia.

No debemos olvidar que los escribas y los fariseos veían a la Ley como el modelo de grandeza espiritual o la manera absoluta de entablar una buena relación con Dios. Es precisamente para ellos, para estos que más exigían el respeto a la Ley, que Jesucristo tiene una severa advertencia. Les dice con firmeza y claridad que todos los que intentan acercarse a Dios por la vía de la Ley debían cumplirla íntegramente. Demos entonces una mirada a los principios que Jesucristo enseñó al explicar los ideales de la Ley Mosaica.

Al estudiar el pasaje entenderá que Jesús va a la raíz del problema. Analiza cada tema con mayor profundidad que los mismos intérpretes de la Ley. En nuestro análisis creo que es importante analizar qué ocurre en el capítulo 5 de Mateo, en el conocido Sermón del Monte. 

Aquí vemos al Señor dedicando tiempo para hablar con sus discípulos sobre algunos temas que considera muy importantes.
Los herederos del Reino
En los versículos 1 al 12 se habla del carácter de quienes heredarán el Reino de Dios. A estos se les llama bienaventurados por las bendiciones que heredarán, pues tienen a su disposición las deseables cualidades de delicia, contentamiento y satisfacción. Note que no son bendiciones ganadas, sino heredadas. 
No nos enseña que toda persona que demuestre misericordia, ni que llore será heredero del reino. En cambio dice que a los que tienen el llamado de ser hijos de Dios, mediante el Espíritu Santo, reciben la capacidad de tener ese carácter y por la elección divina soberana heredarán el reino de Dios.

En los versículos 13 al 16 les presenta el llamado y la posición que tenían en el mundo. 
El Espíritu Santo que vendría continuaría la obra de Jesucristo y formaría en los creyentes el carácter de Cristo. En estos versículos existe un claro llamamiento para que los ciudadanos del reino sean luz y sal en el mundo. Nuestro mundo va camino al infierno. Juan dice que nosotros «somos de Dios y el mundo entero está bajo el maligno» (1 Juan 5:19). 

Los caminos del mundo son el reverso de los caminos de Dios y nosotros tenemos el llamado a influir de manera que se logren resultados sin el ejercicio visible de nuestras fuerzas ni de nuestros mandamientos.
Tragedias humanas
Los discípulos de Cristo debemos mover el salero y prender los focos de testimonio. Debemos realizar buenas obras debido a la salvación que recibimos. Como personas salvadas debemos luchar contra la gran tragedia llamada pecado. Jesucristo en forma magistral describe las tres más grandes tragedias humanas. 
  • El asesinato que destruye a otros humanos, 
  • el adulterio que destruye la relación de intimidad y 
  • el divorcio que destruye la relación conyugal.

Asesinato. En primer lugar, Jesucristo menciona que una de las grandes tragedias humanas, que rompía el ideal divino y que impedía que los hombres vivieran en un ambiente de aceptación, ayuda mutua y amor, era la violencia producto de la ira. Menciona directamente el asesinato (Mateo 5:21–22). Acto que va en contra del ideal divino para las relaciones interpersonales.

Aunque tristemente el asesinato fue y forma parte de la sociedad, Jesucristo presenta su rechazo a esa forma de relacionarse. Les enseña que siempre y en toda circunstancias es malo y traerá juicio. La Ley tipifica la acción errónea (versículo 21). Sin embargo, Jesucristo también saca a relucir la actitud errónea que se demuestra en la ira pecaminosa (versículo 22). 

Les advirtió que el asesinato no solo se lleva a cabo con un arma, que no es una simple acción. Antes de llevarse a cabo, el asesinato comienza en el pensamiento, en el corazón. Jesucristo enseña que incluso se mata con el pensamiento. Exhortó a sus seguidores que, para evitar cometer este pecado siempre que adoran a Dios, examinen su vida y traten de resolver sus diferencias con sus semejantes antes que estas se agranden al punto de moverles hacia la ira.

Adulterio. En segundo lugar, y pensando en otro acto que rompe el propósito original de Dios, Jesucristo habla del adulterio (versículos 27 y 28). Les muestra el contraste existente entre la interpretación de la Ley que habían escuchado y su propia interpretación que es mucho más profunda. Jesucristo dice que no solo el acto real de adulterio es condenable, sino que el pensamiento es tan condenable como la acción.

El adulterio rompe el ideal divino de que un hombre y una mujer vivan en una relación fiel y monógama. Exhortó a sus seguidores que luchen contra ese pecado desde el momento que nace en sus mentes y que no hagan provisión para que este se materialice en acciones pecaminosas. 

Jesucristo les enseñó que no debían buscar oportunidades para que los miembros de su cuerpo, que tiene una naturaleza pecaminosa, anhelen llegar al adulterio. Que eviten toda ocasión en que su cuerpo tenga la oportunidad de estar en el ambiente propicio para pecar. Jesús sabía que sus discípulos no podrían evitar que existieran lugares, circunstancias y personas que propiciarían las condiciones ideales de exponerlos a esas oportunidades. 

La exhortación es que debemos cortar toda posibilidad que nuestro cuerpo anhele el pecado y para ello debemos evitar las situaciones y personas pecaminosas.

Al mencionar la actitud, Jesucristo no nos habla del simple hecho de mirar a una persona del sexo opuesto, sino de hacerlo con intención lujuriosa. Nosotros podemos promover una necesidad lujuriosa. Podemos usar nuestras manos o permitir que nuestros pies nos lleven a lugares donde nuestra tentación se intensifique. Por eso debemos evitar las acciones, los pensamientos, las palabras que estimulan los sentimientos de seducción y sensualidad dentro de nosotros. Cuando nos movemos a terrenos de mayor seducción y miramos para promover la lujuria, o tocamos para estimularla, estamos realizando acciones ilícitas en el campo sexual.
Divorcio. En tercer lugar Jesucristo habla del divorcio que es otro acto que rompe el ideal establecido por Dios, esta vez en el ámbito del matrimonio. El ideal divino es la permanencia de un hombre y una mujer en un compromiso matrimonial hasta la muerte. En su explicación les demuestra que la interpretación de ellos es limitada, al igual que interpretaciones anteriores. Jesucristo les demuestra que también en este caso su interpretación es mucho más profunda que la de ellos.
Una vez más Jesucristo ve la realidad y les explica que de la misma manera que por el pecado del hombre y la dureza de su corazón existe el asesinato y el adulterio, también existe el divorcio. Jesucristo exhorta a sus seguidores que no debían imitar el estilo de vida de los escribas y los fariseos que pregonabas que se podían divorciar por cualquier causa. Jesucristo dice que no solo comete pecado de adulterio quien se involucra en una relación ilícita con otra mujer, sino también quien abandona a su mujer por una causa que no sea el adulterio que Él con anterioridad había condenado.
Propósito de las enseñanzas de Jesús
En los pasajes analizados, los casos de adulterio y asesinato son pecados por los que opta el individuo. Por tanto, se deben sufrir las consecuencias. En el caso del divorcio, junto con condenar a la parte culpable del adulterio, ofrece una oportunidad de restauración al cónyuge inocente. El Señor analiza mucho más profundamente esta situación y sin duda nos da sus pautas al respecto. Brinda, a la persona obligada a convivir con un cónyuge que mantiene relaciones adúlteras, una oportunidad de liberarse de la esclavitud.
Estas afirmaciones son muy importantes. Tanto, que merecen un serio análisis. Observemos algunas verdades fundamentales:
     Es fácil establecer que quien habla en este pasaje es Jesucristo.
     Jesucristo se refiere en este mismo pasaje a tres temas distintos, es decir, el asesinato, el adulterio y el divorcio.
     Jesucristo se está refiriendo a la Ley.
     Ninguna de las afirmaciones de Jesucristo es menos importante que la otra.
     Todos los comentarios y todas las implicaciones que Jesucristo agregó a la interpretación que realizaban los fariseos, tenían el mismo nivel de importancia.
Estas y otras enseñanzas de Jesucristo sobre el tema son el fundamento para una buena interpretación que encontramos en cuatro pasajes de los Evangelios. No obstante, obtenemos más luz en el pasaje de Mateo 19.
La interrogante que se nos presenta es la siguiente: ¿Tuvo Jesucristo el propósito de incorporar a la Ley estas implicaciones tan profundas? ¿Deseaba que la Ley condenara a las personas no solo por las acciones sino también por sus pensamientos? Examinemos esto por un momento.
Las afirmaciones del Señor deja una seria interrogante en sus interlocutores: ¿Qué legislación podía tratar con los pensamientos, motivos o deseos ocultos del hombre? Por supuesto que no existía legislación posible, ni tampoco Jesucristo pretendía crear una que les permitiera condenar el pensamiento.
Es imposible tener bases para condenar lo que no puede verse. ¿Cómo condenar si las acciones no se ven? ¿Cómo condenar los pensamientos y motivaciones que están en lo más profundo del corazón si no se observan las acciones?
Debido a ello, es razonable concluir que lo que Jesucristo añadió acerca del asesinato y el adulterio nunca lo hizo con el propósito de incorporarlo al código social y legal del pueblo de Israel. Jesús no intentaba reglamentar de que si alguien se airaba con su hermano, debía ser culpable de la pena capital. Ni mucho menos que se debía apedrear hasta la muerte a la persona que tenía pensamientos inmorales por cometer un adulterio mental.
La pregunta que se nos presenta entonces es esta: ¿Por qué Jesucristo realizó estos comentarios? Sin duda, estará de acuerdo conmigo en que Jesucristo no intentaba rechazar la Ley ni tampoco crear algo nuevo que añadirle. Esa no era su intención. Más bien quería expresar su punto de vista sobre la responsabilidad y la actitud que debían tener todos los que se enfrentaran a semejantes situaciones.
Jesucristo y las enseñanzas de la ley
Lo que dictaminó Jesucristo con respecto al divorcio y el nuevo casamiento y los comentarios que realizó están relacionados con el certificado de divorcio que conocían los judíos en su época.
Recordemos que Jesucristo rechazó los mandamientos de la Ley que decían: «Ojo por ojo, y diente por diente». En cambio, tanto con su ejemplo como con sus palabras, animó a que los miembros de la familia cristiana actuaran con gracia, misericordia y amor. Es muy significativo el hecho que no condenara el divorcio por adulterio a pesar de que podía hacerlo tal como lo hizo con la práctica del «ojo por ojo, y diente por diente».
Cuando hablamos del tema del divorcio y de la posibilidad que tiene una persona de volverse a casar, debemos investigar tanto lo que la Ley dice, así como lo que la gracia permite a las personas que se encuentran en este tipo de tragedia.
Una pregunta que resulta válida es la siguiente: ¿Podemos solamente condenar a una persona sin buscar su restauración y aun así decir que imitamos el ejemplo de Jesucristo? De ninguna manera. El pecador arrepentido debe ser restaurado. Entonces, la pregunta sería: ¿Cuál es el camino bíblico para hacerlo? Para responder sabiamente como cristianos a una realidad tan dolorosa, debemos hacer un análisis de la Palabra del Señor. Debemos no solo analizar los mandatos de la Ley en el Antiguo Testamento, sino también las enseñanzas que aparecen en el Nuevo Testamento. Además, es indispensable realizar un profundo estudio de todo el concepto de la gracia para comprender las enseñanzas bíblicas sobre este tema del divorcio. Para ello, debemos estudiar algunas palabras clave que nos ayudarán a entender las enseñanzas de Jesús.
¿A quién se considera un adúltero?
Notemos lo que dice Lucas capítulo 16 versículo 18:
Todo el que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del marido, adultera.
¿Es este versículo un indicativo de que todas las personas que se vuelven a casar están adulterando? ¿Significa esto que tendrán que vivir para siempre en constante pecado y como consecuencia se les prohibirá el servicio o comunión en la Iglesia de Jesucristo?
Debo reconocer que durante años estos versículos impactaron profundamente mi vida porque todas las respuestas a estes preguntas eran un legalista «Sí». También debo reconocer con dolor, que por años mi posición fue legalista y falta de gracia. Una de las razones que tenía para actuar así era que personalmente no había dedicado el tiempo necesario para estudiar en serio el tema y llegar a mi propia conclusión. Me arrepiento por haber asumido una actitud muy diferente a la de Jesucristo. Fueron muchos los años que condené al que sufría por su divorcio, a pesar de que algunos de ellos estaban arrepentidos de los pecados cometidos y anhelaban la restauración de su vida. Me duele no haber actuado con gracia con aquel que quería cambiar de vida, sobre todo porque en la práctica le impedía su restauración.
De ninguna manera quiero comunicar que ahora mi posición es de apoyar a todos los que quieran destruir sus familias y que irresponsablemente tratan de iniciar otra relación conyugal que tal vez terminará de la misma manera. Debe quedar bien claro que mi intención no es ser más bueno que Jesucristo ni traspasar sus límites. El Señor me libre de eso. No intento apoyar a quienes buscan separarse aun inventándose problemas o creándolos para satisfacer su pecaminosidad. No estoy de acuerdo con quienes no quieren perdonar al cónyuge que ha pecado y que desea su restauración, ni con quienes quieren divorciarse por incompatibilidad de caracteres. Esas son acciones que he condenado y seguiré condenando mientras viva porque el Señor las condena. Digo un rotundo «no» a los que abogan por el divorcio y un rotundo «sí» a quienes condenan el pecado, aman al pecador y ofrecen la gracia restauradora de Dios.
¿Es lícito volverse a casar?
La inadecuada interpretación que antiguamente realizaba de la exhortación de Pablo en 1 Timoteo 3:2, también por momentos corroboró mis actitudes legalistas. El apóstol dice:
Y es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer.
Mi posición era similar a la que todavía sostienen respetables eruditos en el estudio de la Biblia. No aceptaba en ningún caso que una persona se volviera a casar y mucho menos podía aceptar que al hacerlo esa persona pudiera tener la posibilidad de ministrar.
¿Debemos acatar la Ley?
Todavía una mayor interrogante dejaba en mi mente el pasaje de Lucas 16:16–17:
La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él. Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley.
Por muchos años pensé que estos dos versículos, que preceden a la enseñanza de Jesucristo sobre el divorcio y que aparece en el versículo 18, decían que esa ley debía mantenerse. Mi conclusión era lógica. Creía que todo aquel que se volvía a casar estaba en adulterio.
¿Qué establece la Ley?
Al analizar lo que establece la Ley, me percaté de una serie de conceptos que tenía el pueblo de Dios de la época. Todos los judíos creían que era legal divorciarse. Las diferencias radicaban en las causas por las que se permitía el divorcio. Aun más, para ellos el divorcio implicaba la posibilidad de un nuevo matrimonio.
Para estudiar lo que dice la Ley de Moisés, debemos leer Deuteronomio 24:1, 2 que es uno de los pasajes clave:
Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa. Y salida de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre.
Examinemos un poco la forma en que Jesús trató tan delicado tema. En el Evangelio según Marcos capítulo 10 encontramos uno de los acostumbrados diálogos entre los fariseos y Jesucristo. El versículo 2 describe la intención de estos hombres:
Y se acercaron los fariseos y le preguntaron, para tentarle, si era lícito al marido repudiar a su mujer.
La respuesta de Jesucristo es una pregunta que aparece en el versículo 3:
¿Qué os mandó Moisés?
Obviamente el intento de Jesucristo era llevarles a la Ley. Los fariseos respondieron en el versículo 4:
Moisés permitió dar carta de divorcio, y repudiarla.
Jesucristo se dirige a los fariseos que hicieron la pregunta para que ellos mismos fueran los que analizaran lo que decía la Ley. Esta porción que Jesús quería que se investigara se encuentra en el pasaje que leímos en Deuteronomio 24:1, 2.
Por lo general, con el solo hecho de tratar de interpretar lo que dice la Ley y de sugerir cómo debe aplicarse en nuestros días, tendremos mucho debate. De ahí que sea necesario realizar una profunda investigación de ella para entenderla en su contexto cultural y nacional a fin de poder asimilar lo que Jesucristo enseñaba.
Tampoco debemos descuidar lo que la Palabra de Dios nos enseña con respecto a la gracia y la verdad que vino junto con la llegada de Jesucristo (Juan 1:17). Podemos ver ejemplos muy claros en los que notamos que Jesucristo trajo una nueva enseñanza que no solo comunicó con sus palabras, sino también modeló con su estilo de vida.
Regulaciones de la Ley sobre el divorcio
Haciendo un estudio de Deuteronomio 24, que es el pasaje que expone la ley donde aparece esta regulación sobre el divorcio, notamos algunas cosas importantes que debemos considerar. En este pasaje descubrimos lo que la Ley establecía en cuanto al divorcio. Este es el texto al que se refieren los fariseos cuando le preguntan a Jesús sobre el divorcio en Mateo 19.
Observe algunas conclusiones que se desprenden al observar este texto:
No se prohíbe el divorcio
La Ley no prohíbe el divorcio, más bien lo reconoce y establece reglamentos de cómo debe efectuarse.
Incluso, note que a quien se divorcia no se le pide que lleve ningún sacrificio al tabernáculo para tener una relación adecuada con Dios. En este pasaje no se prohíbe el divorcio, sino que se reglamenta.
La ley certifica la causa del divorcio
El pasaje dice literalmente: «Por haber hallado en ella alguna cosa indecente» (en el original dice: «por cualquier cosa»). Esto no necesariamente se refiere al adulterio ni a las relaciones prematrimoniales porque la Ley penaba estos pecados con la muerte, según Deuteronomio 22.
Es difícil entender qué incluye; pero sin duda pueden considerarse cosas indecentes las que se relacionan con desviaciones sexuales. También podemos incluir el trato destructivo que incluye acciones indecentes que demuestran que no existe un deseo de cambio en la persona. Creo que estas causas están bien establecidas en el Nuevo Testamento donde encontramos explicaciones acerca de las condiciones para el divorcio legítimo.
Establece el procedimiento que debe seguirse
En los casos en que el divorcio era inevitable, se especifican claramente los pasos a seguir:
Se debía escribir una carta de divorcio. La función de esta carta era entregar a la mujer un documento que certificara que era libre y que podía casarse con otro hombre sin peligro de que la acusaran de adulterio. Si se casaba sin tener una carta de divorcio, cometía adulterio y recuerde que eso significaba la muerte.
Esta ley impedía que el hombre jugara con la mujer. Muchos se separaban simplemente para dejarla como una repudiada sin darle carta de divorcio. En muchos casos el hombre maltrataba a la mujer y la buscaba cada vez que quería tener relaciones sexuales. La mujer, por lo tanto, estaba sometida a un estado de esclavitud, de abandono, como dice la definición de la palabra shalach.
El hombre debía despedir a la esposa de la casa. El hecho de que al darle carta de divorcio el hombre debía despedirla de la casa es otra muestra tangible del final de la relación. Debía terminar dicha relación interpersonal y ella abandonaba la casa con su carta de divorcio quedando libre de su compromiso.
Entre muchas otras cosas, la Palabra del Señor nunca deja de asombrarme por su excelente equilibrio. Aun en este tema tan emocional como es el divorcio, descubro que la Palabra de Dios otorga con mucha sabiduría la mejor salida sin irse a ningún extremo perjudicial. Notamos con claridad que no tienen apoyo bíblico quienes creen que solamente porque son cristianos deben permanecer toda la vida bajo el maltrato. No existe apoyo escritural para soportar con paciencia el adulterio de un cónyuge. En ese caso, en vez de presionarlo a que decida con quién se va a quedar, le anima a seguir jugando con sus dos relaciones.
Si alguien encuentra apoyo en los pasajes que hablan de la sumisión de la mujer para aconsejar la permanencia sin confrontar y solo orando, tiene una interpretación limitada y equivocada de este concepto. Por supuesto, tampoco encuentro que la Biblia promueve el divorcio. También se equivoca quien interpreta así el mensaje divino.
Si investiga con cuidado las enseñanzas de Pablo, se dará cuenta de su posición. Recuerde que el apóstol tiene un buen equilibrio y piensa en las personas que después de buscar las más excelente soluciones descubre que es imposible seguir soportando esa relación. Este excelente equilibrio se percibe en que Pablo, dirigido por el Espíritu Santo, piensa en un tiempo importante de una relación conyugal conflictiva. Me refiero al período que existe desde que la persona cree que la situación del hogar es incontrolable e insoportable y debe divorciarse, y el momento en que esto realmente ocurre. En ese período de total decepción, confrontación y divorcio, las enseñanzas de Pablo nos muestran que existe una opción intermedia. Existe un período muy importante y decisivo entre la unión en un matrimonio destructivo y el divorcio. A ese período el apóstol lo llama separación.
En este proceso como en cualquier otro puede haber manipulación. En muchas oportunidades, al aconsejar, me he dado cuenta que algunos cónyuges creen que con el simple hecho de separarse por un tiempo, sus problemas tendrán solución.
Alejandro y Celestina habían pasado por tres períodos de separación. En cada uno de ellos intentaban lo mismo. Querían reencontrarse y reflexionar para determinar si debían continuar su relación conyugal. En cada período ocurría lo mismo. Se separaban molestos y dispuestos a terminar con todo. Después estaban dispuestos a hacerlo por un par de meses. Luego venía un período de temor e indecisión. Allí comenzaban a extrañarse y deseaban volver. Luchaban por cierto tiempo y luego poco a poco volvían a juntarse. El resultado era siempre el mismo.
Los primeros días de la nueva relación eran interesantes. Sobre todo en la última vez. La separación se prolongó ocho meses y no habían tenido relaciones sexuales como en las oportunidades anteriores. Además, tenían el consejo de su pastor que les ministró espiritualmente durante este tiempo. Hablaron de sus problemas con el pastor y oraron juntos. Sin embargo, no recibieron consejos técnicos de cómo enfrentar los conflictos. En respuesta al consejo pastoral volvieron después de un retiro matrimonial donde planificaron una luna de miel. Durante quince días vivieron experiencias lindas. Pero, como era lógico, debido a que los problemas no se habían resuelto, una vez más volvieron al sistema destructivo de su relación conyugal.
Así como ellos, muchos otros han buscado mi asesoramiento en las mismas condiciones. Decepcionados de sus intentos de arreglo por medio de la separación. Creían que estando separados, tendrían tiempo de reflexionar, poner en orden sus pensamientos y luego continuar la relación con normalidad.
Debo admitir que en muy pocos casos una separación sin planes ni metas que cumplir y sin la dirección profesional adecuada, tuvo éxito. El tiempo de separación sugerido y dirigido por un consejero puede convertirse en una excelente herramienta. Este incluye tareas que cumplir para lograr el propósito común: la sanidad de cada cónyuge y de la relación conyugal. Además, se delimitarán los términos. Se valorará si la relación matrimonial tendrá posibilidades de ser saludable o si se tendrán las pruebas que demuestren la necesidad del divorcio.
Esta enseñanza sobre la separación se encuentra en el Nuevo Testamento en 1 Corintios 7:10–11. Podemos concluir que entre cristianos, el apóstol ve la separación como un medio para lograr un buen fin. Pero la separación debe realizarse bajo asesoramiento que permita mostrar el propósito por el que se realiza y donde se establezcan formas de evaluar el progreso en los aspectos de conflicto.
La mujer podía volverse a casar. El versículo dice: «Podrá ir y casarse con otro hombre». Esta declaración demuestra a las claras que este procedimiento daba la libertad a la persona de volverse a casar. No existe ninguna indicación que el volverse a casar se haya considerado una acción pecaminosa. Más bien se aceptaba como algo normal. Recuerde una vez más que la mujer no tenía posibilidad de subsistir sin la protección de un hombre. Su padre o esposo debía sostenerla. Ella podía volverse a casar y así encontrar otra fuente de sostenimiento y apoyo.
A la mujer se le prohíbe volver a su primer esposo, aun después de la muerte de su segundo marido porque el antiguo vínculo estaba roto. El pasaje considera que la mujer no debía volver a su antiguo marido y si ella lo hacía, ese acto era declarado como una «abominación delante del Señor».
Pero si la aborreciere este último [el segundo hombre, es decir, con quien se casó después que recibió la carta de divorcio de su marido], y le escribiere carta de divorcio, y se la entregare en su mano, y la despidiere de su casa; o si hubiere muerto el postrer hombre que la tomó por mujer, no podrá su primer marido, que la despidió, volverla a tomar para que sea su mujer (Deuteronomio 24:3, 4).
Además, este acto se considera una perversión cuando agrega: «Y no has de pervertir la tierra que Jehová tu Dios te da por heredad». Esta es una prohibición bastante fuerte, una oposición absoluta a que la mujer vuelva a entablar un nuevo vínculo con el anterior marido cuando ya había existido el divorcio. Sea que el nuevo marido haya muerto o le haya dado carta de divorcio, la mujer no podía volver a su antiguo marido.
Costumbres Y Vida Social En Israel
No entendemos muy bien las costumbres de esta nación en los tiempos bíblicos porque no solo está a miles de kilómetros de nosotros, sino porque tuvo una cultura e idioma diferentes y sus costumbres distan miles de años de la época en que vivimos. Por eso es necesario que analicemos la situación y las costumbres de esa época.
Matrimonio
A fin de realizar un estudio a conciencia es necesario hacer una investigación de lo que ocurría con el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. No podemos entender la razón de la inclusión del comentario sobre el divorcio sin analizar la situación de la relación conyugal en aquella época.
Los hombres y las mujeres que Dios escogió para ser una nación santa, distinta a las demás que le rodeaban, poco a poco fueron perdiendo su distinción. Abandonaron su deber de ser un pueblo distinto al realizar matrimonios mixtos. Judíos y gentiles se mezclaron al unirse en matrimonios, a pesar de la clara y expresa prohibición de Dios. Este era un acto de desobediencia de las expresas directrices divina. Obviamente eso debía corregirse.
Debido a ello y otras razones que analizaremos más adelante, a Moisés se le dio la autoridad para que permitiera que en determinadas circunstancias se otorgara carta de divorcio (Deuteronomio 24:1–4). Esta no era una ley necesaria para reglamentar la buena conducta del pueblo, sino más bien una concesión divina para enmendar actos inadecuados debido a la rebeldía de la gente.
Jesús afirma que esta concesión divina se realizó «por la dureza de … corazón». Dios no cambió sus planes para el matrimonio. No abrió una puerta para que cualquiera y por cualquier motivo abandonara a su cónyuge. No estableció un nuevo sistema para la familia.
Pensando en cómo ilustrar un poco la situación de la nación, se me ocurrió que Dios miraba a su pueblo como un padre mira a sus hijos. Suponga que usted tiene dos hijos adolescentes que conocen muy bien las reglas del hogar. Saben que no deben tratarse inadecuadamente y que deben vivir en paz, respeto y armonía. Sin embargo, por alguna razón se atacan incluso físicamente. Suponga que a pesar de todas las recriminaciones, los consejos y las advertencias que reciben, persisten en su mal comportamiento, provocando un serio peligro para ellos y el resto de la familia. Suponga que la situación alcanza niveles insoportables y usted decide que uno de ellos debe abandonar el hogar. Su decisión la tomó con el fin de evitar una tragedia y no para destruir la familia, ni mucho menos con el propósito de cambiar sus principios.
De la misma manera la concesión divina ante el pecado humano no tenía la intención de destruir los principios de la familia, sino presentar una salida a los matrimonios que debido a la dureza del corazón de uno o ambos cónyuges corrían el peligro de destruir sus vidas.
Repudio vs. carta de divorcio
En su libro: La Vida y Obra, Flavio Josefo, que fue un gran historiador que vivió en los tiempos de Jesucristo, escribe una paráfrasis que nos ilustra bien esta ley de Deuteronomio 24. Él dice:
Aquel que desea divorciarse de su esposa por cualquiera causa, déle en un documento escrito la seguridad de que nunca volverá a usarla como su esposa. De esta manera ella puede tener la libertad de casarse con otro esposo, porque antes de que esta carta de divorcio sea entregada, ella no tiene el permiso para hacerlo.
Esta descripción de Flavio Josefo nos comunica que la mala costumbre de dar carta de divorcio por cualquier causa todavía era una realidad en el tiempo de Jesucristo.
Para saber lo que Dios piensa de esta situación que ocurría y que aún ocurre en la vida de los seres humanos, y para saber si Él alguna vez otorgó un divorcio, debemos realizar una investigación bíblica. Esta nos confirmará que Dios trató con severidad el adulterio de su pueblo. Sin embargo, también concluiremos que la Biblia registra un divorcio en el que Dios actúa. Analicemos lo ocurrido:
Me dijo Jehová en días del rey Josías: ¿Has visto lo que ha hecho la rebelde Israel? Ella se va sobre todo monte alto y debajo de todo árbol frondoso, y allí fornica. Y dije: Después de hacer todo esto, se volverá a mí; pero no se volvió, y lo vio su hermana la rebelde Judá. Ella vio que por haber fornicado la rebelde Israel, yo la había despedido y dado carta de repudio; pero no tuvo temor la rebelde Judá su hermana, sino que también fue ella y fornicó (Jeremías 3:6–8, cursivas añadidas).
¿Qué nos explica Jeremías en este pasaje? Muestra que Dios advierte a Judá que se va a meter en problemas. A la nación de Israel ya la habían llevado cautiva y Judá por su pecado iba rumbo a la misma dirección. Sufrirían las mismas consecuencias. Dios le dijo a Jeremías que advirtiera a Judá que ya había sido testigo de la infidelidad de su hermana Israel y que había visto cómo Dios le dio carta de divorcio. Dios repudió a la nación de Israel; pero aun así su hermana Judá no escarmentó y fornicó.
De ninguna manera quiero decir que según este pasaje Dios es el que realiza los divorcios. Por supuesto que no. Pero sí quiero establecer que Él aplicó la misma ley de Deuteronomio 24 para mostrar lo que hizo en el caso del adulterio de Israel.
Para entender una de las razones que tuvo Dios para hacer una concesión a quienes optaban por el divorcio en cieras circunstancias debemos entender la debilidad humana que provocó el mandato de Moisés. El pecado del hombre había llegado a extremos en que no había salida al enredo en que se habían metido.
La historia nos relata que los grandes hombres de Dios de la antigüedad no solo se casaron con una mujer, sino con varias. Es obvio que ese no era el mandato de Dios, sino un acto de pecaminosidad del hombre. Dios nunca permitió la poligamia. Fueron los hombres los que prefirieron ese estilo de vida.
Los patriarcas de nuestra fe fueron también hombres de Dios que procuraban guardar sus mandamientos. Pero, al igual que nosotros, fueron humanos, con una naturaleza pecaminosa. Estaban bajo la influencia de su debilidad humana y a veces hasta de su propia cultura. En ocasiones, también cayeron víctimas de su pecaminosidad. Dios nunca aceptó la poligamia. Sin embargo, algunos de ellos la practicaron y se casaron con una y con otra mujer. Con sus actos pecaminosos no solo desechaban la ley divina, sino que humillaban y esclavizaban a las mujeres. Algunos, cuando se cansaban de ellas y querían separarse, ni siquiera les daban carta de divorcio, simplemente la repudiaban. En ese estado ellas no podían volver a casarse. La mujer quedaba esclavizada a ese hombre y este siempre tenía la posibilidad de buscarla para usarla cuando él estimara conveniente. Si el hombre no se divorciaba de ella y solo la repudiaba, la dejaba todavía unida a él y si ella llegaba a casarse cometía adulterio.
La situación no era fácil para la mujer. Volverse a casar no solo era una opción que le ayudaba a encontrar otro hombre como compañía, sino que era de alguna manera esencial para sobrevivir. Además era muy importante económicamente para la mujer porque dependía del sustento de un hombre, sea su padre o el esposo.
El acto de despedir o repudiar a la mujer era diferente al que implicaba la palabra «divorcio». Cuando estos hombres despedían a una mujer, las separaban de ellos sin darle una carta de divorcio. Es decir, sin dejarla en libertad sino en esclavitud. Las mujeres repudiadas seguían esclavas de quien no daba carta de divorcio. La palabra que describe ese despido o repudio en hebreo es shalach, que es diferente a la usada para referirse al divorcio. Esta es la palabra keriythuwth, que se usa aquí en este pasaje de Jeremías.
En el caso del adulterio de la nación de Israel, Dios no solo la despidió sino que le dio carta de divorcio. Es decir, rompió los vínculos matrimoniales mediante un divorcio legal, con documento escrito tal como manda en Deuteronomio 24.
Esta carta de divorcio le otorga a la mujer la misma dignidad que al hombre. La libera de la esclavitud y de la posibilidad de que la usara como esclava. Además, por supuesto, permite un posterior matrimonio a la separación. Así lo explican los versículos 1 y 2. La carta de divorcio le permitía que ella saliera de la casa y quedara en libertad para casarse con otro hombre. Es indiscutible que la práctica injusta del repudio o el simple despido de la mujer era y seguirá siendo ue serio peligro.
El peligro que corrían las mujeres de antaño, es el mismo que enfrentan en nuestros días quienes no se divorcian de sus cónyuges y solo prefieren la separación durante largos períodos sin enfrentar el problema con sabiduría. Existe el mismo peligro de seguir usando a la mujer para propósitos sexuales porque la tendencia del hombre es la misma de antes.
Durante dos años, Carmen se sentía que su marido la usaba. La situación no podía ser más cómoda para Fernando. Manifestó su irresponsabilidad en los cinco años de matrimonio. Trabajaba esporádicamente. No tenía estabilidad en sus trabajos. Su esposa, en cambio, la mayor parte de esos años mantuvo económicamente a su marido y sus dos hijos. Fernando era tan incumplidor en los trabajos que iniciaba, que lo despedían en seguida por faltar demasiado al trabajo. Por lo general, faltaba al trabajo los lunes después de un fin de semana de diversión y borrachera.
Fernando no solo era así en su trabajo, sino también era infiel a su esposa. Cansada de la situación, Carmen logró que saliera de la casa. Fernando en represalia estuvo alejado por más de seis meses sin siquiera apoyar económicamente ni visitar a sus hijos. Pero cuando tuvo problemas con la otra mujer que vivía, comenzó a mostrar preocupación y a simular amor por su familia.
Carmen poco a poco le dio cabida. Fernando logró conquistarla y de vez en cuando la manipulaba para tener relaciones sexuales. Ella las justificaba diciendo que todavía era su esposo.
Un día, Carmen llegó a mi oficina emocionalmente destruida. Durante dos años había permitido que jugaran con sus emociones y su cuerpo. Ella, por no establecer los límites apropiados, permitía que la maltrataran.
En la antigüedad, las esposas despedidas, aunque no vivían con el hombre, seguían siendo de su propiedad. Sin duda era una cultura muy cruel con la mujer. Esta no podía obtener la libertad, pues el marido no le daba el divorcio y en esas condiciones se le impedía iniciar una nueva relación matrimonial sin cometer adulterio.
El diccionario hebreo Langenscheid Pocket Hebrew Dictionary (McGraw-Hill, 1969) define la palabra shalach como «despido o repudio». Por supuesto, Dios odia y rechaza este inhumano despido.
La carta de divorcio
El estudio de las costumbres judías nos permiten comprender un poco más acerca de la validez del divorcio. Edersheim escribe con respecto a la seriedad de este compromiso, lo siguiente:
A partir de ese momento María era la mujer desposada de José; la relación entre ellos era tan sagrada como si ya se hubiesen casado. Cualquier violación de la misma se consideraba adulterio; el enlace no podía tampoco disolverse, salvo—igual que después del casamiento— mediante un divorcio formal».
Por lo tanto, no solo antes del matrimonio, sino en el matrimonio podían dar carta de divorcio. Note que no solo los «duro de corazón» daban carta de divorcio por cualquier causa. No solo ellos se separaban de sus esposas sin darle la libertad mediante la carta de divorcio, sino que también lo hacían los justos por razones justas.
La fórmula de divorcio y nuevo casamiento se contemplaban en el certificado, en la carta que debía firmarse. Este no era un certificado cualquiera. Más bien se debía redactar cuidadosamente a fin de que la mujer tuviese una forma de demostrar con claridad su libertad de volverse a casar. Una transcripción de un certificado dice lo siguiente:
El ______________ [día de la semana], del _______ de ______________ [mes] de _______ [año], yo, que tambíén me llamo híjo de ______________, de la cíudad de ______________, a oríllas del río ______________, por este acto doy consentímíento por mí propía voluntad, no estando restríngído en modo alguno, y te líbero, repudío y despído a tí, mí mujer ______________, que también se llama hija de ______________, que se encuentra hoy en la cíudad de ______________, a oríllas del río _______, que has sído mí esposa por un buen tíempo. Y de esta manera te líbero, te repudío y te despído a fín de que tengas permíso y control sobre tí mísma para que vayas y te cases con cualquíer hombre con el que desearas hacerlo. Y, para que níngún hombre pueda ímpedírtelo a partír de este día, tíenes permítído unírte a cualquíer hombre. Esto te será de mí parte un certífícado de despído, documento de líberacíón y acta de líbertad, según la Ley de Moísés y de Israel.
______________ híjo de ______________ Testígo
______________ híjo de ______________ Testígo
Jesucristo nunca aprobó el divorcio, ni tampoco presentó una nueva fórmula. La intención obvia era corregir los abusos aprobando el debido uso de la carta de divorcio en el caso que Él específicamente menciona.
Con sus declaraciones, el Señor aclaraba a los judíos que no podían divorciarse de sus mujeres por razones ridículas como las que usaban como excusa para sus pecados. Jesús rechazó los deseos de quienes rápidamente querían terminar con su relación matrimonial y para ello buscaban cualquier causa. No quería que repudiaran a las mujeres ni quería que ellas sufrieran el estigma del abandono y la posterior esclavitud a un hombre.
El Señor dejó claramente establecido que la fornicación era la única razón válida. Reafirmó la carta de divorcio judía. La misma que establecía que en caso de que la mujer la recibiera, se podía volver a casar.
Sería falso pensar que Jesucristo aceptaba solamente la primera parte de la carta que permitía el divorcio por adulterio, pero rechazaba la parte que establecía que recibieran el certificado que les permitía volverse a casar.
Estudiemos ahora el alcance de los vocablos griegos que se usaban con relación a la carta de divorcio y al repudio.
Análisis de los términos griegos
Debido a que el Antiguo Testamento se escribió en hebreo y el Nuevo Testamento en griego es muy importante que estudiemos las palabras que se usan. Así como definimos los términos usados en el Antiguo Testamento, también es importante que establezcamos el significado de los términos griegos del Nuevo Testamento.
En el Léxico del Nuevo Testamento, escrito por Arndt-Gingrich, se cita la palabra griega apostacion como un término técnico que describe el acto de entregar una carta de divorcio. Esta carta de divorcio se usaba antiguamente, como en 258 a.C.
La palabra apoluo no significa «divorcio», sino más bien describe la situación de una mujer que se considera una esclava y que recibe el repudio, o una mujer a la que le privan de los derechos básicos que tenía dentro del matrimonio y en la monogamia.
Debemos recordar también que en esos tiempos existía un dominio total del hombre sobre la mujer. Existía una gran cantidad de abusos con la mujer y grandes privilegios pecaminosos para los hombres.
La palabra apostacion, en cambio, significa que el matrimonio se terminó y, por lo tanto, se permite otro matrimonio legal. Lo que se destaca es que en el divorcio se extendía un documento, la llamada «carta de divorcio», que debía entregarse en la mano. Cuando se despedía a la mujer y esta se iba de la casa llevando su carta en la mano, según Deuteronomio 24:2 podía casarse con otro hombre. Debemos entender entonces que el término griego apoluo que significa «repudiar» no es un divorcio técnicamente hablando. Aunque a menudo estas palabras se usan como sinónimos, realmente su significado es distinto.
Siendo que la carta de divorcio incluía la separación definitiva y la posibilidad de un nuevo matrimonio, la referencia de Jesucristo a que es posible el divorcio por causa de fornicación, de acuerdo a mi interpretación, debe incluir que es posible un nuevo matrimonio. La declaración de Jesucristo fue sencilla y no fue su intención dejar a la gente sumida en la incertidumbre. Recuerde que las mismas palabras de Jesucristo y sus enseñanzas con respecto al divorcio por adulterio y un nuevo matrimonio las confirma Pablo veinticinco años más tarde.
Un mal necesario
El hecho de que el divorcio se constituyó en un mal necesario producto del pecado del hombre lo descubrimos en muchos casos en la Biblia. También es evidente en el Antiguo Testamento que el procedimiento de cómo debía realizarse estaba claramente reglamentado.
Deuteronomio 24:1–2 dice: «Le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa. Y salida de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre». Es a esta carta que Jesucristo hace referencia en Mateo 5:31–32, diciendo: «También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, déle carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio».
También, la costumbre legal judía decía que se podía dar carta de divorcio en el período de compromiso, como lo demuestra el caso de José.
Cuando José descubrió que María estaba embarazada, el pensamiento lógico que le asaltó fue que le había sido infiel. De acuerdo a la ley, actuando como un justo, porque según la Palabra de Dios era un hombre justo, podía darle la carta de divorcio y casarse con otra mujer (Mateo 1:19).
El divorcio secreto era un modo misericordioso de evitarle a la esposa adúltera la vergüenza y el dolor de tener que enfrentar un juicio en los tribunales judíos. Cuando un judío colocaba en las manos de la mujer el certificado en presencia de dos testigos, la unión se reconocía oficialmente como disuelta.
Al estudiar la historia, como estamos analizando, uno se da cuenta que la carta de divorcio se podía usar justa o injustamente. Como cualquier otro procedimiento, podía realizarse debida o indebidamente. Unos lo usaban para la sanidad que tanto necesitaban y que no podían encontrar de otra manera, y otros como una excusa para el pecado y para romper relaciones conyugales con conflictos normales.
En fin, algunos judíos no daban carta de divorcio, sino solo repudiaban a su esposa. Mientras que otros se sometían al espíritu y la letra de la concesión otorgada por Moisés.
Dios aborrece el divorcio
La posición de Dios respecto al divorcio está bien definida. Por eso, al hablar del tema del divorcio es imposible evitar que venga a la mente el pasaje de Malaquías 2:10–16, donde se nos dice que Dios aborrece el divorcio. Algo muy interesante es notar lo que dice el versículo 16:
Porque el Señor Dios de Israel ha dicho que Él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo Jehová de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales.
Es indudable que Dios abomina el divorcio. Creo que yo también detesto el hecho de que alguien tenga que divorciarse. Lo odio porque no es la meta de Dios para la familia y porque lamentablemente tendrán que vivir serias consecuencias.
He sido testigo del terrible sufrimiento de decenas de parejas y muchos más niños. Pero también he sido testigo del horrible sufrimiento de muchas personas que sufren el maltrato de sus cónyuges. He sido testigo de muchas lágrimas de quienes sufren porque el cónyuge vive en adulterio.
Todos estamos de acuerdo que las enfermedades más graves requieren de las cirugías más serias y peligrosas. Para poder comunicar mejor mi pensamiento quisiera ilustrarlo con un ejemplo de la vida cotidiana.
Creo que a nadie le gusta, más bien todos odiamos, que sea removido un órgano de nuestro cuerpo por medio de una cirugía. El ideal y plan es que estemos completos y que nunca se realice una cirugía. Sin embargo, hay ocasiones en que esta es imprescindible porque el cuerpo no podrá seguir saludable si es que ese órgano enfermo sigue unido al resto del cuerpo.
No cabe duda de que Dios nos creó para que vivamos con dos riñones o con un órgano llamado vesícula. Dios los puso allí porque son necesarios, pero muchas veces un riñon o la vesícula tienen que extirparse para que la persona salga de esa enfermedad en la que se encuentra. El plan de Dios es que vivamos con todos los miembros de nuestro cuerpo, pero existen momentos en que la remoción de uno de ellos es mejor que la enfermedad degenerativa.
En la opinión infalible de Dios, el divorcio es un acto terrible y que merece su aborrecimiento porque rompe el propósito que Él tiene para el matrimonio. Sin embargo, Moisés tuvo que hacer provisión para el divorcio debido a la dureza del corazón. En la Ley de Israel no existían divorcios fáciles, aunque en los tiempos de Jesucristo habían corrientes que lo facilitaban. No olvide que los fariseos querían sorprender a Jesucristo y saber hacia dónde Él se inclinaba.
En aquella época existían dos lineas de pensamiento. Una de ellas, la escuela rabínica dirigida por el rabino Hillel, enseñaba que se podían divorciar por cualquier causa, aun si la esposa dejaba muy salada la comida. En cambio, la escuela del rabino Shammai sostenía que el divorcio solo se permitía en caso de fornicación.
Observemos lo que dice Malaquías. En el caso que el profeta está tratando dice que no hay razón para el divorcio. A Dios no le agrada que el divorcio llegue a la familia, mucho menos que un esposo decida abandonar a su esposa sin darle una carta de divorcio. Eso también lo aborrece Dios.
Analicemos ahora un poco el contexto de este pasaje para entender lo que Dios quiere comunicar.
El pueblo de Dios había sido infiel. Observe el versículo 11: «Se casó con hija de dios extraño». Eran mujeres paganas que adoraban a dioses ajenos. El versículo 14 nos asegura que Dios había sido testigo del matrimonio entre los hijos e hijas de su pueblo. Le dice: «[tú] has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto». Para casarse con las mujeres paganas, los esposos abandonaban y despedían a sus esposas. Abandonaban a sus mujeres repudiándolas. Por eso dice que Dios aborrece ese repudio.
En el versículo 15, Dios expresa su molestia y determina claramente el porqué le desagradaba esa acción: «Porque buscaba una descendencia». Dios buscaba una descendencia. Dios quería tener un pueblo santo. Por repudiar a las mujeres de su mismo pueblo y al casarse coa otras que creían en dioses paganos, estos hombres echaban a un lado el plan de Dios. Decidieron no participar en el propósito divino de formar su familia, su pueblo y crear una descendencia para Dios. En vez de casarse con mujeres de su nación, preferías buscar mujeres paganas. Piense que ese es el momento de la historia en que tenemos evidencia de esta concesión divina a esta debilidad humana.
Creo que este es el momento oportuno para recordar que estos pasajes escriturales nos han ayudado a identificar hasta el momento dos razones por las que Moisés mandó a entregar carta de divorcio. La primera es un acto de dignidad. Es un acto de justicia con la mujer para evitar el pecado y que los hombres abandonaran a sus mujeres por cualquier causa y para que en casos de adulterio entregaran carta de divorcio. La segunda fue para que los hombres del pueblo de Israel, pueblo escogido por Dios, se separaran de las mujeres paganas y volvieran a casarse con mujeres de su nación y así se cumpliera el deseo de Dios de tener descendencia.
El versículo 16 dice que Dios aborrece el «repudio». Siendo que la única forma de evitar lo que Él aborrecía era entregando carta de divorcio, Dios permite a Moisés que establezca el divorcio. De esa manera evitó lo pecaminoso del acto de repudio que llevaba a la mujer al adulterio.
Después de realizar este estudio es mucho más fácil entender con mayor claridad Lucas 16:18, que dice: «Todo el que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera». Esta práctica de despedir o repudiar a la esposa por cualquier causa o de no querer entregar la carta de divorcio si existía adulterio era cruel. El repudio llevaba al adulterio porque si no se entregaba la carta, no se rompía el vínculo. Por lo tanto, no existía el divorcio y sin este quien se casaba cometía adulterio.
Jesucristo también rechazó el divorcio
Al examinar nuestra Biblia es interesante notar que Jesucristo también usa el término «repudiar» y mantiene el mismo pensamiento de rechazo a esa acción de repudio.
Nuestra versión castellana usa el término repudiar en Malaquías, Deuteronomio y en Jeremías. El mismo término usa Jesucristo según sus palabras que aparecen en el libro de Mateo.
Cualquiera que repudie a su mujer, déle carta de divorcio (Mateo 5:31).
Es notoria la preocupación de Jesús. No deseaba que las mujeres quedaran en un estado de repudio. Al contrario, que si alguien debe repudiarla, basado en las causales mencionadas en el siguiente versículo, debe entregarle la carta de divorcio y no solo dejarla en estado de repudio. Note lo que dice el versículo 32:
Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio (cursivas añadidas).
Jesucristo dice que comete adulterio el que se casa con la «repudiada», no con la «divorciada», porque a la repudiada no se le ha dado el derecho de volverse a casar. Este derecho lo recibía quien había recibido la carta de divorcio y de por medio existía fornicación.
Ante la pregunta que hacen los fariseos a Jesús, en Mateo capítulo 19, versículo 7: «¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?» Jesús respondió: «Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así».
Desde el principio Dios nos dio el derecho de tener un matrimonio. Vio que el hombre necesitaba una mujer. Vio que el hombre estaba solo y le dio la oportunidad de que tuviera una mujer. Sin embargo, el hombre por la dureza de su corazón usó el «repudio» para casarse con otra mujer, dejando a la repudiada imposibilitada por la ley para volverse a casar. De esta manera el hombre le quitaba el derecho básico que Dios le entregó también a la mujer. El hombre no le daba la libertad que ella necesitaba para volver a restaurar su vida y unirse en matrimonio.
Es evidente que las palabras de Jesucristo demandaban obediencia a ley para que de esta manera ambos tuvieran los mismos derechos.
Aquí existe una clara indicación que repudiar a la mujer lleva al adulterio, tanto a aquel que la repudia, como a la repudiada si se casa con otro hombre sin recibir la carta de divorcio. Aun quien se casa con la repudiada comete adulterio.
Creo que las palabras de Jesucristo que demuestran que existe una cláusula de excepción son interesantes e importantes pues debemos recordar que una mujer culpable de inmoralidad sexual según la ley debía morir. Mediante las palabras de Jesucristo y su refuerzo a lo dictaminado por la ley, la mujer que era víctima de esta injusticia por parte de hombres pecaminosos, recibía la posibilidad de restauración.
Si al estudiar la seriedad de las palabras de Jesucristo y las implicaciones que tienen siente preocupación, no se sorprenda porque usted no es el único que ha reaccionado de esa manera. Si estos pensamientos le hacen pensar que el matrimonio requiere de un compromiso serio y que no se puede jugar con los sentimientos de su cónyuge y que es mejor tener seriedad para llegar al matrimonio y medir muy bien el compromiso, usted no está reaccionando de una forma diferente que los discípulos.
La seriedad con que Jesucristo trata el tema y la claridad y determinación de sus palabras causaron una profunda impresión en los discípulos, quienes sorprendidos le dicen:
Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse.
Culturalmente, muchos hombres de su época no estaban listos para escuchar las enseñanzas de Jesucristo pues no estaban acostumbrados a vivir con una sola mujer y para toda la vida. Para muchos de ellos, lo peor que Jesucristo podía hacer era darle a la mujer los mismos derechos que ellos tenían. La carta de divorcio entonces fue la solución a la cruel práctica de repudiar a las mujeres.
Divorcio y nuevo matrimonio en el Nuevo Testamento
Íntimamente ligado al tema del divorcio de los cónyuges se encuentra el de un nuevo matrimonio. Mi intención es que en esta parte de nuestro estudio descubramos que existen dos claras circunstancias en que se permite el divorcio y tres situaciones en que el volverse a casar después de haber vivido el dolor del divorcio es una alternativa bíblica.
He descubierto que muchas personas no tienen tanto conflicto para aceptar que hay relaciones tan dañinas y peligrosas, que no existe una salida más sabia que separarse. He notado que un mayor número de personas tienen más problemas para aceptar que esa persona se divorcie y legalmente logre la independencia de su cónyuge, pero un número mucho mayor rechaza la idea de que esa persona tenga apoyo bíblico para volverse a casar. Quisiera que independientemente de lo que ha creído en el pasado realice conmigo una investigación seria sobre lo que la Biblia enseña con respecto a este tema. Por supuesto, que mi interpretación solamente debe servir como un estímulo para que usted lleve a cabo su propio estudio y llegue a sus propias conclusiones.
Podemos concluir diciendo lo siguiente:
     El propósito de Dios para el matrimonio es que sea una relación permanente que rechace la inmoralidad y que permanezca hasta la muerte de uno de los cónyuges.
     Dios permitió el divorcio y estableció reglas claras para que los hombres por la «dureza de corazón» no abusaran de la ley.
     Dios permitió un nuevo matrimonio a quienes tienen legítimas razones bíblicas como son la inmoralidad sexual y la deserción.
Como resultado de mi estudio sobre estos aspecto, he arribado a las siguientes conclusiones:
     El divorcio tiene apoyo bíblico: Primero, cuando uno de los cónyuges cristianos vive una vida de adulterio y no desea abandonar ese estilo de vida pecaminoso o cuando abandona el hogar. El cónyuge inocente de ese pecado tiene libertad para buscar el divorcio. Segundo, una persona puede divorciarse cuando está unida en matrimonio a un cónyuge no cristiano que con sus acciones y/o palabras está comunicando su determinación de abandonar al cónyuge cristiano por cualquier razón, incluso por su fe.
     Es bíblicamente permitido que una persona divorciada se vuelva a casar cuando el divorcio ha ocurrido en las dos circunstancias mencionadas anteriormente, y cuando el matrimonio y el divorcio se llevó a cabo con anterioridad a la salvación.
Pasemos a examinar las situaciones en que el divorcio y el nuevo matrimonio tienen apoyo bíblico.
El divorcio con apoyo bíblico
Examinaremos específicamente las dos situaciones en que el divorcio tiene apoyo bíblico y las tres razones en que es posible un nuevo matrimonio.
La Palabra de Dios permite un nuevo matrimonio cuando el anterior matrimonio y el divorcio se llevaron a efecto antes de la salvación. El pasaje de 2 Corintios 5:1 nos muestra que en Cristo somos nuevas criaturas y nos asegura que las cosas viejas pasaron. Otro pasaje que ayuda a entender esta verdad es Efesios 2:1–7, 19–22. Según mi interpretación, pasajes como estos, que hablan de la nueva vida en Cristo, no pueden enseñar que sí existe nueva vida en Cristo, pero que está limitada. Estos pasajes de seguro no enseñan que todas las cosas son hechas nuevas a excepción de la vida y relación de una persona divorciada. Si estos pasajes excluyeran la situación de una persona divorciada, es decir, si se acepta que son nuevas en Cristo todas las personas y cosas a excepción de las personas que han vivido la dolorosa experiencia del divorcio, este se convertiría en el único pecado que no cubriría la sangre de Jesucristo. Sería la única mancha negra de nuestro pasado que no podría limpiarse.
Para mí, las palabras «nueva criatura» significan precisamente lo que dicen. La persona que está en Cristo es una nueva criatura. Esta declaración incluye a toda persona. Aun la que se divorció antes de ser salva. Toda persona, sin importar los pecados cometidos, cuando va al Señor, es una nueva creación y por ello tiene la libertad de buscar su restauración. Ahora, con el poder de Cristo, la dirección del Espíritu Santo, la instrucción de líderes fundamentados en la Palabra de Dios, puede evitar seguir viviendo en su condición anterior, Pablo dice que Dios, a pesar de que «estando muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo» (Efesios 2:5).
Es bíblicamente permitido el divorcio y el nuevo matrimonio en un matrimonio cristiano cuando un cónyuge ha cometido inmoralidad sexual y no está dispuesto a arrepentirse y volver a vivir fielmente con su cónyuge. Hay claras evidencias de lo que el Señor nos quiere decir cuando se refiere a «inmoralidad sexual». Los consejeros cristianos deben analizar cada caso de forma independiente a fin de tener un criterio más objetivo de si en verdad existen los antecedentes necesarios que certifiquen que uno de los cónyuges optó por vivir en la inmoralidad.
No debemos olvidar lo que el Señor dice en Mateo 19:9. Él nos aclara que comete adulterio cualquiera que se casa sin recibir carta de divorcio. Pero que no comete adulterio quien se divorcia por inmoralidad sexual y se vuelve a casar.
Esta declaración de Jesucristo ha recibido muchas interpretaciones. Sin embargo, he encontrado un principio que tenemos muchos de los que tenemos como responsabilidad predicar de acuerdo al texto bíblico. Este principio es una gran ayuda en la interpretación bíblica y nos dice que si el sentido normal del pasaje, tiene un buen sentido, no debemos buscar otro. Este principio debe aplicarse también para interpretar este pasaje.
Estudie este pasaje y note que Jesús está contestando preguntas de los fariseos. En el versículo 3 le preguntan: «¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?» En otras palabras, preguntan: ¿Es legal divorciarse por cualquier causa, por cualquier razón? Al escuchar la respuesta de Jesús en los versículos 4 al 6 que les dice que en el principio Dios no planificó el divorcio y que más bien su plan era un hombre y una mujer unidos en el matrimonio para siempre, sus interrogadores se sintieron motivados a realizar su siguiente pregunta: «¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio?» De nuevo la respuesta de Jesús es muy clara: «Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestra mujeres, mas al principio no fue así». Luego el Señor hace una importante distinción que cree necesaria cuando dice: «Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera» (v. 9).
Después de su respuesta concerniente a la razón que tuvo Moisés para permitir a su pueblo repudiar a una mujer, Jesucristo expone su propio criterio. En caso que usted se pregunte por qué me atrevo a decir que esta es la opinión de Jesús, le respondo que es claramente evidente porque Jesucristo dice: «Y yo os digo». No debemos buscar otro sentido que el específico que el Señor le da a su explicación.
Respondiendo a los fariseos que le preguntan si es lícito divorciarse por cualquier razón, Jesús les dice que no, que cualquiera que lo haga comete adulterio, a excepción de aquellos que lo hagan porque uno de los cónyuges vive en adulterio. El Señor dice que una persona puede divorciarse y volverse a casar, si es que su cónyuge vive en inmoralidad sexual.
A fin de entender más profundamente el significado original de la palabra «fornicación», o «inmoralidad sexual», usada por Jesús, es necesario entrar por un momento al estudio de la palabra porneia que es el término griego que Jesús usó para describir este pecado. De esta palabra obtenemos nuestro término «pornografía». Jesucristo por ser el Hijo de Dios estaba dando enseñanzas importantes a sus seguidores. Usaba toda su sabiduría porque cada palabra que salía de su boca era muy importante. De ahí el porqué encuentro muy interesante que Jesucristo a pesar de que tenía a su disposición algunos términos para describir este pecado, no usara el término griego moicheia que se traduce como adulterio. El Señor prefiere usar la palabra porneia que en el Nuevo Testamento, en mi criterio y el de muchos expertos, se utiliza para describir una actividad sexual ilícita con otra persona que no sea su cónyuge, o con una persona de su mismo sexo (homosexualismo) o con el sexo opuesto antes o después del matrimonio.
Existen personas que restringen el significado de la palabra porneia a la palabra fornicación y aseguran que se refiere exclusivamente a un pecado sexual antes del matrimonio y de esa manera llegan a la conclusión que tal como lo quería hacer José, la persona podía divorciarse antes del matrimonio si existía pecado sexual, pero no después de casarse. La verdad es que tanto el término fornicación como el término adulterio son sinónimos en las Escrituras y a menudo intercambiables. Podemos citar como ejemplo otras palabras como «reino de Dios» y «reino de los cielos» o las palabras «alma» y «espíritu» que a veces se usan como sinónimos e intercambiables. El término hebreo zanah significa fornicación y se emplea para describir también el pecado de una mujer casada, por ejemplo, en Amós 7:17.
La palabra porneia, que aparece en Mateo 5:32 y 19:9, representa o incluye el adulterio,
En Números 25:1–2 se usa la palabra zanah para describir el pecado sexual que cometieron los israelitas con las hijas de Moab y no todos eran solteros. Incluso Pablo, en 1 Corintios 10:8, se refiere a ellos como personas que fornicaron. Esa declaración incluía a los casados y solteros.
De la declaración de Jesucristo que dice que en el principio no fue así, podemos notar que Él reafirma que con Adán y Eva no estaba presente el divorcio. Pero que luego, por la dureza del corazón, Moisés permitió el divorcio.
Luego Jesús agrega: «Pero yo os digo». Yo os digo que cuando uno de los cónyuges es culpable de conducta sexual inmoral (porneia) existe la oportunidad de divorciarse y volverse a casar.
Sé que algunos de mis lectores estarán de acuerdo con esta interpretación. Quizás digan que en realidad esto fue lo que Jesús enseñó. Sin embargo, si esto se enseña, habrá muchos que se aprovecharán para romper su relación conyugal por cualquier razón.
Como un predicador comprometido con la doctrina de la gracia creo que quien se atreve a evitar enseñar las declaraciones de Jesús sobre el divorcio por temor a que alguien abuse, actúa como quienes no querían predicar en sus congregaciones la doctrina de la seguridad eterna de la salvación o la doctrina de la gracia de Dios, solamente porque algunos comenzarían a vivir una vida de pecado. Es obvio que estas enseñanzas no deben manipularse, ni usarse como una rápida excusa para escapar por medio del divorcio de problemas que con esfuerzo pueden resolverse.
Jesucristo no nos da un mandato para el divorcio, ni abre una puerta facilista. Él brinda la posibilidad de restauración a la parte inocente que están maltratando y que no encuentra salida para su conflicto.
No existe un pasaje del cual podamos desprender todo el pensamiento de Dios con respecto a este tema. En definitiva, debemos recurrir a otros pasajes bíblicos que nos brindan mayor información. Todos los que creemos firmemente en mantener una minuciosa hermenéutica en nuestros estudios de los pasajes bíblicos sabemos que para establecer una doctrina se debe examinar lo que la Palabra del Señor enseña con respecto a ese tema. Se debe escudriñar en toda la Biblia y no establecer una doctrina después del estudio profundo de un solo pasaje.
Para realizar un estudio confiable, es indispensable que examinemos otros pasajes que aportan luz sobre el mismo tema. Pablo agrega un poco más de luz y nos permite obtener mayor información necesaria. Su pensamiento es claro y no contradice lo que ya hemos estudiado. Pablo afirma que cuando la persona que ha cometido la inmoralidad sexual no está dispuesta a arrepentirse, que cuando el cónyuge infiel no está dispuesto a rectificar su conducta y vivir fielmente con su cónyuge en una renovada relación matrimonial, la parte inocente puede usar la opción de divorciarse. Si existe esa negativa a vivir conforme al santo estado del matrimonio, también existe causal para el divorcio. Obviamente que esta negativa se puede expresar no solo con palabras, sino también con el comportamiento. O sea, si la parte infiel demuestra una total ausencia de cambio, existiría causal para el divorcio.
Creo que la palabra porneia describe un acto de adulterio que puede ser rápido, pasajero, o una inmoralidad constante que ata a la persona y le impide volver a ser fiel en su relación matrimonial original. Pero además creo que en el caso en que uno de los cónyuges cometa un pecado de inmoralidad sexual, pero está arrepentido y anhela cambiar, el cónyuge inocente de ese pecado tiene la obligación de cumplir el mandato divino de perdonar. Si la persona pecó y está sinceramente arrepentida, el perdón no es una opción para el cristiano, sino una obligación. Sin embargo, es obvio que debe comprobarse la sinceridad de quien expresa su arrepentimiento.
Cuando el cónyuge determina vivir un estilo de vida inmoral, cuando ha tomado la determinación de involucrarse con otra persona que no es su cónyuge, a pesar de la obligación y el mandato bíblico para los esposos a permanecer en fidelidad, existe la posibilidad del divorcio. Con sus acciones, el que está en pecado demuestra que desea mantenerse en ese estilo de vida pecaminoso. El cónyuge fiel tiene la opción de abandonar al que ha cometido tal agravio y no se arrepiente ni quiere abandonarlo. Digo que es una opción, de ninguna manera un mandato, pues eso es lo que podemos interpretar en la explicación de Pablo. Si alguien determina vivir en ese sufrimiento es su opción, pero no culpe a Dios de haberlo metido en una prueba. Esa no es la prueba de la fe del creyente, sino de un acto voluntario de someterse a un sufrimiento innecesario. Esa es mi interpretación, que Dios no manda, pero permite al cónyuge fiel obtener la libertad de dicho individuo creyente o no creyente. Quien opta por un matrimonio puro puede liberarse de quien opta por vivir en el pecado. En esa condición lo único que aquel puede ofrecerle es una vida cruel y miserable con serios peligros para la integridad física y emocional.
Es bíblicamente permitido el divorcio y el nuevo matrimonio cuando el cónyuge no creyente, voluntaria y permanentemente, abandona al cónyuge creyente. En 1 Corintios 7:15, Pablo nos da algunos consejos sobre el matrimonio. Específicamente aconseja sobre los matrimonios mixtos, es decir, el de un creyente con un incrédulo.
Es interesante, pero el concepto del apóstol es que no todos los matrimonios entre un creyente y un incrédulo van a fracasar y que no se debe argüir que existe causal para la separación solo por el hecho de que existe una diferencia de fe.
Es cierto que la Biblia condena que un cristiano se una en un yugo desigual con un incrédulo, pero una vez casados, de ninguna manera manda que los cristianos terminen su relación matrimonial con un no cristiano porque este no le permite asistir a su congregación.
Pablo aconseja al cristiano que vive en medio de los conflictos surgidos por la diferencia de creencias, que busque la armonía. Pide que sea un ejemplo, que viva la vida cristiana manteniendo un comportamiento ejemplar. De esta manera, dará evidencias de su auténtico cristianismo. El cónyuge cristiano tiene el deber de establecer los límites en su relación conyugal. No puede aceptar someterse a las imposiciones antojadizas de quien no es creyente. No debe aceptar conductas inmorales. No debe aceptar que lo obliguen a romper todo vínculo con la iglesia. Así como el cónyuge cristiano no tiene derecho a prohibirle a su marido jugar fútbol los sábados, si esa es su opción y deseo, tampoco debe permitir que el cónyuge no cristiano le prohíba su asistencia a la iglesia. El cristiano debe cumplir sus obligaciones como tal, pero no necesita estar sujeto a esclavitud.
Si el cónyuge incrédulo quiere mantener un estilo de vida pecaminoso, si esa persona abandona los principios de moralidad y con palabras o acciones demuestra su deseo de abandonar su relación matrimonial, el creyente no está obligado a permanecer en ese yugo. Tampoco es mandado a abandonar esa relación, pero si no existe una mejor salida y ha intentado por todos los medios que sobreviva el matrimonio y no lo ha logrado, está permitido abandonar aquel vínculo matrimonial.
Si el incrédulo decide abandonar al cónyuge creyente, el consejo de Dios es que debe permitirle que se vaya. En otras palabras, el cristiano no tiene la obligación de rogar a su cónyuge en pecado para que se quede, más bien debe dejarle que cumpla su decisión de irse.
Así como Pablo pregunta ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?, y así como su respuesta es clara y definitiva cuando dice: «De ninguna manera», también creo que de «ninguna manera» los matrimonios en conflictos deben abusar de la misericordia y el amor que Dios demuestra al brindar una salida a quienes sufren situaciones lamentables.
No porque exista una salida debemos escapar lo más pronto posible y por cualquier causa. Por lo tanto, es importante advertir algo. Creo que es un pecado abandonar la relación matrimonial por conflictos que con esfuerzo y ayuda tienen solución. Creo que tienen una actitud muy pecaminosa quienes quieren tomar decisiones rápidas de abandonar la relación conyugal después de una discusión. Tampoco afirmo que se debe abandonar la relación conyugal cuando la pareja ha tenido serios conflictos que se han prolongado durante muchos años solo por la negativa a cambiar y la falta de disposición a aprender a convivir con amor y respeto.
Antes de esta trascendental decisión se deben buscar todos los medios de comunicación y se debe hacer todo intento de sanidad en esa relación matrimonial herida. La búsqueda más importante debe ser la de un consejero que oriente bíblicamente y les ayude a tomar decisiones con sabiduría. Estos intentos de solución con asesoramiento no deben realizarse una sola vez, sino tantas veces como sea posible.
El versículo 15 dice que el hermano o la hermana no están bajo esclavitud en los casos en que se han intentado muchas soluciones adecuadas. El creyente no está obligado a vivir en esclavitud si el cónyuge infiel persiste en su rechazo al cambio, o continúa realizando promesas de cambio de su estilo de vida pecaminoso, peligroso y destructivo, sin nunca llegar a realizarlos. Si un cónyuge persiste en vivir con el otro pero quiere seguir practicando la inmoralidad, no creo que el cónyuge cristiano debe sujetarse a esa esclavitud. Debe separarse y con mayor razón si el cónyuge infiel decide abandonar el hogar.
Es importante considerar lo que significa la palabra «servidumbre» que menciona el apóstol Pablo. La palabra griega usada aquí es doulos, que significa «esclavo». Los esclavos estaban unidos a sus amos para siempre. Es decir, sugiere que es algo sólido, firme. Me recuerda lo que dice en Génesis 2: «Y se unirá a su mujer». En ambos casos se comunica la idea de un vínculo permanente.
En 1 Corintios 7:39 dice que una esposa es esclava de su marido. Está unida a su marido mientras este vive. No obstante, en caso de muerte del cónyuge, está en libertad de volverse a casar. Este término es el que me interesa porque en el versículo 15 se nos dice que aquel cristiano que su cónyuge abandonó, no está en servidumbre nunca más. Dice el apóstol que «no está sujeto a servidumbre». El sentido normal es muy claro, no hay necesidad de buscar otro. Lo que el apóstol nos dice es que tiene libertad y obviamente eso es lo que significa. Está libre de la responsabilidad en ese matrimonio. No está bajo servidumbre, bajo obligación de permanecer en ese matrimonio. Antes del divorcio se encontraba bajo servidumbre, unido en un nexo matrimonial, pero después del divorcio ya no se encuentra en ese estado.
Esta enseñanza no se contradice a lo que Pablo dice en Romanos 7:2. Aquí afirma que «la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras este vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido». Pablo anota que en los casos de 1 Corintios 7:10, 11 la opción es quedarse sin casar, pero no en el caso del versículo 15. Jesucristo tampoco dijo «quédese sin casar» en Mateo 5:32 y 19:9.
Si investigamos profundamente nos damos cuenta que no existe contradicción en la posición de Pablo. Algunos se apoyan de este versículo pasando por alto a todos los demás a fin de aseverar que no se debe permitir el divorcio y que quien lo hace vive en adulterio.
El pasaje claramente enseña que la muerte rompe el vínculo y deja a la persona en libertad de casarse. Pero de ninguna manera nos da en un solo pasaje de las Escrituras todas las razones por las que se rompe el vínculo matrimonial. El apóstol entrega una segunda razón en 1 Corintios 7. Allí menciona la deserción de un esposo.
No debemos esperar que toda una verdad doctrinal aparezca exclusivamente en un solo versículo y no se debe establecer una doctrina de ese versículo exclusivamente si existen partes de esa doctrina en otro pasaje bíblico. Es obvio que no todas las implicaciones de esa doctrina se enseñan en un solo pasaje. Notemos que lo mismo ocurrió en el caso de Jesucristo. El Señor, en Mateo 5:19, menciona la excepción por la que se permite el divorcio y omite mencionar esa importante excepción en su enseñanza que aparece en Marcos y Lucas. Estos Evangelios anotan el principio general, la meta, el ideal del matrimonio. En Mateo, Jesucristo menciona la excepción, el caso en que se rompe el ideal divino para el matrimonio.
No debemos tomar la enseñanza de Romanos 7:2 como una doctrina completa, sin tomar en cuenta u obviando las enseñanzas que la complementan en otras partes de las Escrituras. Si usted se pregunta por qué Pablo no incluyó la excepción, es difícil saberlo. Sin embargo, tal vez lo motivó el hecho de que en este capítulo no estaba hablando del divorcio ni del matrimonio. A lo mejor esa fue una motivación que le llevó a pensar que no necesitaba hacerlo. Pablo estaba usando la destrucción del vínculo matrimonial por medio de la muerte del cónyuge como una ilustración de la verdad teológica que está enseñando en este pasaje. Su propósito es enseñar cómo morimos a la Ley por medio de Cristo y cómo estamos unidos a Él. Por eso lo ilustra con la destrucción del vínculo matrimonial por medio de la muerte cuando se cumplió con el ideal divino para el matrimonio. No usa este ejemplo para enseñar sobre el matrimonio o el divorcio.
Por lo tanto, concluimos que la deserción de un incrédulo rompe el vínculo. Le da libertad al creyente para divorciarse y volverse a casar. Es obvio que el apóstol Pablo no está incitando al divorcio facilista ni está promoviendo el libertinaje para divorciarse y volverse a casar, de ninguna manera. Constantemente afirma la permanencia del vínculo matrimonial y nos exhorta a que hagamos todo lo posible por otorgar perdón, buscar la reconciliación y permanecer unidos hasta la muerte. Sin embargo, también brinda una salida de la esclavitud en que se encuentra quien tiene un matrimonio con características destructivas.
El deseo de Pablo y de Dios es que los matrimonios permanezcan unidos, aunque existan diferencias de fe. El apóstol dice que el esposo incrédulo se santifica por la esposa creyente. Esto no significa que se salva a través de ella, sino que tendrá la posibilidad de ser testigo del amor divino y beneficiario de las bendiciones que Dios entregue al creyente y que disfrutará por ser parte de la familia.
Este caso es similar a lo que ocurre con el concepto del pacto del Antiguo Testamento. El niño judío llegaba a ser parte del pueblo del pacto mediante la circuncisión. Esta de ninguna manera le garantizaba la salvación, pero le incluía como parte del pacto de Dios con su pueblo. Le brindaba la oportunidad de tener las ventajas de ser parte de una familia y pueblo donde aprendería del amor de Dios.
Algunos han pensado que cuando Pablo dice: «Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios» (1 Corintios 7:15), se está refiriendo a una separación pero no al divorcio. Sin embargo, la palabra griega para «separar» es chorizo. Pablo usa este término en el versículo 10. Se refiere a la mujer y dice: «Que la mujer no se separe [choristhenai] del marido». Usted podrá notar la diferencia de términos, pues Pablo en el versículo al referirse al hombre dice: «que el marido no abandone [aphienai] a su mujer».
Aphienai significa divorcio y el término choristhenai también se usó como uno que describe el divorcio. Tal vez Pablo uso términos distintos en un mismo pasaje como una variante en su estilo literario.
Mateo 19:6 usa este mismo término para referirse al divorcio. Este es un pasaje que agrega una nueva causal de divorcio. Pablo dice que la esposa estaba esclavizada por la ley a su esposo y que este vínculo matrimonial podía romperse con la muerte del cónyuge (versículo 39) o por el divorcio (versículo 15). Esto nos lleva a concluir que cuando un incrédulo decide divorciarse de un creyente debido a que este vive para Cristo y conforme a las enseñanzas bíblicas, se debe otorgar el divorcio. Al creyente no se le demanda que siga esclavizado en ese vínculo matrimonial y tiene la libertad de volverse a casar.
Al tratar la situación de los creyentes en Corinto, Pablo está consciente de que en algunos casos el incrédulo desea abandonar al creyente. En ese caso, el creyente debe dejar que se vaya. El creyente no tiene la obligación de insistir y suplicar por la permanencia de quien quiere marcharse.
Pablo establece dos razones para dejar que el incrédulo se marche: Primera, el creyente no está sujeto a servidumbre. Con su abandono voluntario el no creyente ha quebrantado el contrato matrimonial por lo que se da la primera causa para el divorcio y el nuevo matrimonio. Segunda, el creyente tiene el llamado a vivir en paz. Esto no sería posible si el creyente intenta suplicar, forzar y presionar a que se quede el incrédulo que desea marchar.
Creo que debido a lo delicado del tema y la gran necesidad de sabiduría necesaria es que en versículos anteriores el apóstol sugiere la separación momentánea. Considero que la separación puede ser una buena herramienta que le permitirá a la pareja analizar seriamente la situación. Le permitirá investigar las implicaciones de un posible divorcio o evaluar las condiciones y acuerdos para volverse a juntar.
Cuando un no creyente abandona a un creyente, cuando existen pruebas verdaderas y fidedignas de que ha iniciado su vida matrimonial o sexual con otra persona y que en verdad son nulas las opciones de reconciliación, existe causal para el divorcio. El apóstol manda y aconseja la permanencia. Su consejo es que los cónyuges busquen los medios más eficaces, aprendan de los consejos más sabios y hagan todo esfuerzo para aprender a convivir aunque uno de ellos no sea cristiano.
Pablo aconseja la separación en los casos que sea imposible continuar. En los casos donde con hechos o con palabras el no creyente abandona al cónyuge fiel, pues existe peligro de la integridad física y emocional de alguno de los cónyuges porque uno de ellos lleva una vida no cristiana y peligrosa.
En tales casos, creo que la exhortación de Pablo es a que la iglesia obre con gracia. Sobre todo, cuando es imprescindible el divorcio. Aconseja, además, que si el cónyuge cristiano tiene el don de continencia, sería mucho mejor que no se volviera a casar porque esta es la alternativa que tiene quien no tiene dicho don.
Me gusta lo que dice John Stott: «[El divorcio fue] una concesión divina a la debilidad humana». Ningún cristiano debe buscar agresivamente la disolución de su vínculo matrimonial. Es anticristiano planificar y tener un comportamiento soez con el deseo de provocar cansancio en la otra persona a fin de lograr el divorcio.
Una de las cosas más hermosas que encontramos en la Palabra de Dios es la constante exhortación a permanecer unidos aun en tiempo de dificultades matrimoniales. Es también cierto que existen algunos casos extremos que terminarán en divorcio a pesar de los esfuerzos de uno de los cónyuges, a pesar de los extremos esfuerzos realizados por alguien comprometido a mantener la unidad matrimonial.
Personalmente creo que existe un abandono del creyente cuando este corre serios peligros debido a que un cónyuge con instintos criminales lo maltrata física o sicológicamente. Hay personas que consciente o inconscientemente destruyen a su cónyuge a través de abusos físicos o emocionales. En este caso, la persona afectada debe tomar serias precauciones y buscar ayuda para poder entender como es debido el procedimiento que debe seguir. Hay casos en que existe un constante maltrato físico a uno de los cónyages. Incluso, algunos de ellos acostumbran a castigar físicamente y no solo lo hacen en estado de ebriedad ni en momentos de ira, sino aun estando en sus cinco sentidos.
En algunos casos, la mujer se siente impotente de tomar la determinación de abandonar a su marido. De alguna manera siente temor o no tiene opción de defensa porque no cuenta con familiares cercanos o personas en las cuales puede confiar. El constante maltrato físico que realiza uno de los cónyuges o el constante maltrato sicológico, es decir, insultos constantes, amenazas de castigo, de muerte, constantes presiones, son razones para que la mujer que vive en esta condición busque asesoramiento, pues quizás esté casada con un hombre con serios trastornos mentales. El cónyuge que sufre este tipo de abuso debe buscar la forma de separarse de quien le está causando los conflictos. Lo más sabio es acudir a un consejero cristiano y si este, después de examinar con mucho cuidado la situación cree que el divorcio es inevitable, eso es lo que esa persona debe realizar. Estas situaciones de maltrato no solo implican peligro para la mujer, sino también en el caso de que existan hijos.
Es lamentable, pero hay países en que no existe protección policial para la familia y donde las esposas no pueden denunciar ni recibir ayuda. Los cónyuges que sufren por su unión a personas como las descritas anteriormente, deben buscar protección de las autoridades o de su familia. Si persisten en convivir con un enfermo mental o alguien con serios trastornos que se manifiestan en su conducta dañina y destructiva, corren un serio peligro. No se trata de que esta situación constituya un serio peligro físico, sino que los hechos que se derivan van también en detrimento de la salud emocional de la persona. En estos casos extremos y debido al peligro de venganza que existe, la persona afectada debe buscar ayuda inmediata abriendo su corazón a familiares, personas de mucha confianza o a los líderes de la congregación a la que asiste.
Las enseñanzas bíblicas en la práctica
Cuando examinamos la realidad lamentable en que viven algunas personas. Cuando nos damos cuenta de la necesidad de la liberación de un vínculo pecaminoso y notamos lo que algunos cristianos piensan en nuestros días, no podemos evitar darnos cuenta que lamentablemente existe una actitud inmisericorde. Creo que es una actitud legalista y ausente de gracia obligar a las mujeres divorciadas que aceptan a Cristo como su Salvador e inician su vida cristiana, a volver a sus antiguos maridos. Sobre todo, si estos se han vuelto a casar y ya tienen hijos en su nueva relación.
Victoria conoció al Señor en medio del gran sufrimiento que había experimentado. Habían pasado dos años y aún no se había podido reponer emocionalmente del abandono de su marido, quien se divorció de ella y se fue con una mujer joven.
Victoria amaba a su marido y nunca se imaginó que tendría que pasar por una experiencia tan devastadora. Alguien le habló de Jesucristo y su necesidad de aceptarlo como Salvador. Era el momento preciso de vulnerabilidad que el Espíritu Santo había provocado.
Sus tres primeros meses fueron maravillosos. Luego los líderes de la congregación le incluyeron en un grupo de mujeres que recibían instrucción para arreglar su situación matrimonial. Victoria se percató de que otras cinco mujeres estaban en la misma situación. Se sintió identificada y apoyada. Recibía tan buenos consejos que aprendió a controlar su vida y volvió a tener la esperanza de que algún día recuperaría a su marido. Le hablaron tanto de Dios y su poder así como los milagros que Él podía hacer, que su fe aumentó y también la esperanza de reiniciar su matrimonio.
Finalmente llegó el momento de la gran prueba. Junto a uno de los líderes debía ir a buscar a su ex marido para a fin de perdonarlo y restaurar su matrimonio. Después de tres meses de ese acontecimiento, todavía Victoria rompía en llanto al recordar la experiencia traumática que vivió. Su ex marido tenía otra esposa y dos hijos. Cuando su amante tenía seis meses de embarazo, él decidió abandonar a su esposa. Ahora tenía dos hijos con esa joven mujer e indignado, inclusive amenazante, le repitió mil veces que no quería volverla a ver en su vida.
Victoria dice que nunca había vivido una experiencia tan humillante y traumática. Por más de seis meses tuve que tratar su dolor, amargura y, lo que es peor, la decepción. Victoria se decepcionó de Dios, de la iglesia y de las enseñanzas de la Biblia.
Con este ejemplo, de ninguna manera estoy diciendo que el divorcio fue algo bueno que Dios creó. Pero sí creo que era una respuesta a un mal que a sus ojos era peor.
Dios pidió a ciertos hombres que se divorciaran de sus esposas paganas. Dios demostró que hay ciertos valores espirituales que transcienden. Estos son tan importantes que no debemos permitir que una relación pecaminosa, peligrosa y enfermiza siga destruyendo a una persona y afectando su relación con Dios. En ese caso, el divorcio es aconsejable. El divorcio da una vía de escape a quienes están atrapados en una relación enferma que, aunque se llama matrimonio, no cumple los requerimientos divinos de fidelidad y trato con gracia. Después de un serio estudio que compruebe que la relación conyugal es peligrosa y pecaminosa y que uno de los cónyuges no acepta ayuda ni está dispuesto al cambio, la pareja debe emprender el proceso de divorcio.
Conclusiones lógicas
Al llegar al final de esta parte de nuestro estudio, relacionado con las razones bíblicas para el divorcio, y después de examinar las enseñanzas del apóstol Pablo en sus epístolas, enseñanzas que ahondan el pensamiento de Jesucristo en los Evangelios, quiero ofrecerle algunas conclusiones:
1. Dios odia el divorcio porque rompe su propósito de que el matrimonio sea una unión monógama permanente, pero ama al pecador que ha realizado este acto.
2. No todas las personas que buscan el divorcio tienen motivos pecaminosos, pero la raíz de todo divorcio es el pecado. En muchos casos el pecado de uno y en muchos otros el pecado de ambos cónyuges. Si los cónyuges no pecaran y se relacionaran con gracia, no existiría el divorcio.
3. Dios permitió el divorcio en la época de la Ley para que su pueblo escogido no contaminara su descendencia al permanecer casados con cónyuges paganos. Dios permitió el divorcio en la época de la gracia por causa de la inmoralidad sexual.
4. Pablo exhorta a la reconciliación de los separados y divorciados, y no anima la separación porque el divorcio no es un derecho sino un permiso (1 Corintios 7:10–11).
5. Pablo exhorta a la permanencia en la relación conyugal (1 Corintios 7:39–40; Romanos 7:1-4).
6. Pablo permite el divorcio debido al abandono por diferencias religiosas (1 Corintios 7:15).
7. Pablo aconseja quedarse solteros después de un divorcio, pero debido a la incontinencia sexual permite un nuevo matrimonio (1 Corintios 7:28).
No obstante a todo lo analizado con respecto al divorcio y su apoyo bíblico, recuerde que todos los pasajes mencionados nos animan a la permanencia fiel en el matrimonio y no al divorcio. El divorcio no es parte del diseño original de Dios. Moisés lo permitió por la dureza del corazón de los humanos. Y ahora se permite porque el pecado puede ser tan vil que es preferible el divorcio que continuar en la indecencia. Nunca debemos enseñar que Dios ordenó el divorcio, sino que es una evidencia del pecado, de la dureza del corazón del hombre.
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