viernes, 19 de agosto de 2016

Si alguno es sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restaurenlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Lleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo....Si alguno se cree que es algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




CAPACITANDO PARA ACONSEJAR
Las presuposiciones básicas desde las que los consejeros actúan. 
Estas presuposiciones se refieren: 
  1. al contexto socio-cultural en el que viven los consultantes, 
  2. al momento especial en el que las familias  consultan, 
  3. a la persona del consejero o consejera como parte integrante del conjunto terapéutico, y 
  4. al proceso que se crea de la interacción entre el consejero y la familia. 
A continuación se explican y al mismo tiempo se ofrece algunas recomendaciones.
I. Presuposiciones acerca del CONTEXTOLas personas viven en la historia, en lugares determinados, en medio de condiciones y circunstancias específicas. Así pues, el consejero pastoral necesita estar consciente de que ejerce su ministerio en medio de ciertas condiciones y en situaciones que influyen en las personas y familias que le consultan. 
No es lo mismo asesorar a una familia urbana de clase media que a una familia de escasos recursos que recién ha llegado a la ciudad en busca de trabajo. Asesorar a una pareja de profesionales que quiere casarse será muy distinto de asesorar a una pareja que «se juntó» porque no tenía el dinero suficiente para realizar una boda.
En la actualidad, en los EE.UU la mayor parte del trabajo lo realizan  con inmigrantes hispanos de primera generación en los Estados Unidos, y que están en proceso de asentamiento y asimilación en el contexto norteamericano. Aunque la inmigración sea un factor importante que identifican a casi todos los hispanos en los Estados Unidos, las razones por las cuales las personas han salido de su país de origen son muy diversas. 
Por ejemplo, en un extremo, hay personas que han sido transferidas por sus empresas, tienen sus papeles en regla y, por lo tanto, gozan de seguridad económica y social; en el otro extremo hay personas que han huido de la guerra, la violencia o la pobreza en su propio país y que viven en continuo sobresalto porque no tienen los recursos necesarios para la subsistencia ni los documentos requeridos para buscar mejores trabajos. 
También hay hispanos que se han mudado «al Norte» porque aquí se encuentra ya la mayor parte de sus familiares y, por lo tanto, ya cuentan con una red significativa de apoyo; mientras que otros han dejado a sus hijos encargados con parientes para poder trabajar con mayor dedicación, ahorrar dinero y mandar a traer el resto de la familia en un futuro cercano. 
Los hispanos de procedencia urbana, de clase media y profesional son los que más rápidamente se integran a la cultura que los hospeda porque su estado legal está en regla y sus conductas y valores —aunque con diferencias culturales significativas— se acercan a los estándares norteamericanos. No sucede así con los campesinos que arriesgan su vida para cruzar la frontera clandestinamente, que trabajan con papeles falsos o aceptan trabajos temporales siguiendo las cosechas en los distintos estados de la Unión Americana.
Toda familia que vive en este tiempo parece enfrentar más dificultades para realizar los ajustes necesarios a fin de mantener su salud, criar a sus hijos y sobrevivir a las crisis. 
Podemos señalar unas pocas razones: 
  1. Las familias ya no son tan numerosas como antes. En todas partes del mundo hay una mayor conciencia sobre la planificación del número de hijos porque ya no son «más brazos para trabajar», sino «más bocas que alimentar». 
  2. La madre ya no se ocupa solamente de la crianza; por lo general también trabaja fuera de casa ya sea para colaborar al sustento de la familia (especialmente en sectores de la población en los que un solo salario no es suficiente para sobrevivir), para no aburrirse sola en casa, o para cumplir con su vocación en la vida. 
  3. Se han perdido o debilitado las redes de apoyo debido a los procesos de industrialización, urbanización, migración —interna o externa— y la tendencia a la nuclearización de la familia. 
  4. En el pasado, otras personas además de los padres —familiares, compadres, vecinos y amigos— cuidaban de los hijos. En el presente, cada familia tiene que librar una dura batalla contra valores y conductas que tratan de socializar a nuestros hijos mediante la escuela, el mercado, la televisión, las pandillas, entre otros. 
  5. El deterioro de la economía local y global junto con la descomposición social de muchos sectores del mundo empujan a poblaciones enteras a salir de su terruño para buscar sobrevivir y / o encontrar mejores oportunidades para sus hijos en las ciudades o en el extranjero.

Aunque cada situación es única, es posible identificar algunas características comunes a las familias que asesoramos pastoralmente. Será provechoso, por ejemplo, que la consejera pastoral sepa que toda familia está en un continuo proceso de ajuste, que se rige por una serie de valores, y que abriga una serie de creencias que rigen su conducta.
1. Las familias viven en un continuo proceso de             ajuste. Los cambios vertiginosos en la sociedad actual ponen a las familias en un estado de transición permanente. Esto significa que las familias de hoy viven bajo la constante presión de ajustarse a los rápidos cambios y a revisar periódicamente los papeles que tradicionalmente se le asignaban a cada uno de sus miembros. 
Por ejemplo, cuando don Pedro y su familia emigran del México rural a Los Angeles, California, en busca de trabajo y un futuro mejor para sus hijos, no sólo viajan 300 kilómetros, sino también 300 años en la historia. En su pueblo, don Pedro era conocido y respetado, tenía sus parientes y compadres, tenía crédito en la tienda aunque no supiera leer ni escribir, ni tuviera sus documentos al día. En Los Angeles, en cambio, don Pedro necesita una tarjeta de identidad, un número del Seguro Social, un permiso de trabajo, una dirección, crédito, y muchas cosas más, sólo para comenzar a buscar escuela para sus hijos o casa para vivir. 
Su esposa e hijas posiblemente encuentren trabajo antes que él —limpiando casas o cuidando niños— y traigan el pan a la casa. Sus hijas están en riesgo de convertirse prematuramente en madres solteras ya sea por inocencia, por ignorancia o por «revelación» de que un niño nacido en los Estados Unidos es un ciudadano americano que califica para la ayuda pública (welfare). 
En poco tiempo los hijos de don Pedro aprenderán inglés en la escuela, se asimilarán a la subcultura circundante y vivirán bajo la presión continua de unirse a las pandillas, a los traficantes de drogas, o de convertirse en los intérpretes y cuidadores de los padres, invirtiendo de esta manera los papeles de la familia tradicional. 
La brecha generacional aumenta, la jerarquía familiar es confusa, los hombres se refugian en el alcohol u otra droga, y la violencia doméstica puede aparecer o aumentar por la inseguridad y la incertidumbre en que se vive. 
Elaine P. Congress, trabajadora social, investigadora y con años de trabajo en clínicas urbanas de salud mental de Nueva York, afirma que hay detonadores de crisis que afectan a las familias inmigrantes. Entre ellos menciona el desempleo y subempleo, el cambio de papeles o roles de género en la pareja, los conflictos intergeneracionales, el fracaso escolar de los hijos, por solamente mencionar algunos.
. . . Por lo tanto . . . la consejería pastoral debe estar enterada —tanto como le sea posible— de las condiciones sociales, culturales y económicas que afectan a las familias de su comunidad.
2. La cultura hispana asigna un valor elevado al             conjunto llamado «familia». En la lengua castellana, el término familia no se restringe al núcleo de padre, madre e hijos. Incluye también a la familia extendida, a los parientes ¡y hasta a los compadres! 
Los científicos sociales han descrito a los padrinos y compadres como «familia ficticia» o «familia de elección» que cumplen importantes funciones sociales.
El compadrazgo, por ejemplo, conlleva una serie de obligaciones y contra-obligaciones morales, económicas e incluso políticas en los países latinoamericanos. 
Un campesino pobre elige a un padrino para sus hijos que esté mejor situado económica y socialmente. Cuando los chicos enferman, cuando van a la escuela o cuando las parejas están en apuros, los padrinos están en la obligación moral —que se asume en el ritual del bautismo o del matrimonio— de extender una mano de ayuda. 
A su vez, en tiempo de elecciones, el campesino y su familia están en la obligación de apoyar la candidatura y el partido político del padrino de sus hijos, sin importar lo corrupto o inepto que éste pueda ser.
Con la conversión al protestantismo, millones de latinoamericanos se han sacudido de muchas de esas prácticas comprometedoras, pero, al mismo tiempo, han perdido las redes de apoyo que las acompañaban. Sin embargo, cada congregación tiene el potencial de convertirse en su familia de la fe, la «familia tribal» que se perdió con la modernidad y que es capaz de proveer esos lazos significativos que no solamente los ayudarán a sobrevivir, sino también a humanizarse y a desarrollar a las nuevas generaciones.
Será muy difícil saber a ciencia cierta si fue la alta valoración de los lazos familiares la que produjo el desarrollo de las estrategias de sobrevivencia en los sectores populares, o si fue la necesidad de sobrevivir la que condujo a asignarle a la familia tan alta estima. El hecho es que el intercambio de favores y la prestación y contraprestación de servicios entre la familia nuclear, la extendida y la «ficticia» han contribuido a la supervivencia de los sectores populares con ingresos muy por debajo del nivel de subsistencia.
En las familias latinas los ancianos y los niños han tenido lugares específicos en la economía del hogar que han sido designados por la cultura y la tradición. Los ancianos han cuidado del hogar y de los niños; los niños mayores han cuidado de sus hermanitos y han ayudado en los quehaceres de la casa. 
En los mercados populares —incluso en Estados Unidos mismo— no es difícil ver cómo toda la familia latina se moviliza para asegurar que el pequeño negocio familiar prospere. 
Padres y abuelos —incluyendo a todos los ancianos de la comunidad— han sido tradicionalmente respetados como figuras de autoridad. Se espera que los hijos cuiden de los ancianos, así que la idea de enviarlos a un asilo generalmente se rechaza. 
Aunque hay muchos aspectos positivos en este tipo de solidaridad e interconexión de las generaciones, también hay desventajas. Las obligaciones y lazos emocionales se prestan para abusos e injusticias. En Norteamérica, donde el individualismo se ha afirmado al extremo, los respetados lazos de sangre de los hispanos han sido vistos como una amenaza a la libertad y a la independencia de las nuevas generaciones. 
Sin embargo, en los últimos años, nuevas voces de educadores, legisladores y terapeutas señalan los efectos desastrosos que el individualismo ha tenido sobre la familia y la sociedad en general, y han hecho llamados para recobrar los vínculos y las obligaciones familiares que se asocian con la salud, la responsabilidad y el desarrollo.
 . . . Por lo tanto . . . la consejería pastoral debe tomar conciencia de la herencia cultural de sus consultantes, de los valores, lealtades y mutuas obligaciones de quienes habitan bajo el mismo techo
3. La cultura latina tiende a preservar las estructuras     y los roles tradicionales en la familia. 
El machismo —la idea de la supuesta superioridad masculina y su práctica social— se ha asentado en la mente de hombres y mujeres a través de los siglos y de muchos medios. 
Entre estos últimos podríamos mencionar la tradición patriarcal de la cultura occidental y los siglos de influencia árabe en la antigua España. Esto provocó que durante la conquista y la colonización de América Latina, tanto españoles como portugueses abusaran sexualmente de las mujeres nativas —y luego de las esclavas negras— engendrando hijos pero no criándolos. 
A su vez, los hijos mestizos criados por las madres —y con una religión donde se exalta el papel de la madre, idealizado por la Virgen María— desarrollaron con ellas un círculo afectivo del cual los padres fueron emocionalmente excluidos. El resultado es una sociedad donde los hombres son definidos como fuertes, racionales, dominantes y proveedores, mientras que las mujeres son definidas como débiles, afectivas, sumisas y sacrificadas; una sociedad donde se espera de los niños obediencia, sumisión y colaboración económica para la supervivencia de la familia.
La vida contemporánea no sólo cuestiona estos papeles tradicionales, sino que también los altera. 

  • Las mujeres ahora tienen acceso a la educación y a los puestos de trabajo asignados generalmente a los hombres y con pagos cada vez más parecidos.
  • Los medios masivos de comunicación han difundido los derechos de la mujer.
  • Las escuelas han educado a nuestros hijos con modelos más igualitarios. 
  • En la nueva economía globalizada en el campo y la ciudad —y con el continuo empobrecimiento de la clase trabajadora— ambos progenitores tienen que trabajar para sustentar a la familia. 
  • El libre acceso que hoy día se tiene a información sobre la sexualidad hace cuestionar el injusto doble estándar de moralidad que ha existido para hombres y para mujeres. 
  • Con la independencia económica y la conciencia de sus derechos, más y más mujeres ya no «aguantan más» relaciones abusivas (y no tienen por qué hacerlo) y rompen los vínculos matrimoniales que antes no se atrevían a romper por temor a quedarse en el desamparo. 
  • En los trabajos se observa que la primera generación de hispanos inmigrantes en los Estados Unidos, en su afán por afirmar su identidad cultural, tienden a volverse más conservadores que sus contemporáneos en sus países de origen. No es difícil ver cómo el conservadurismo apela a la religión legalista para afirmar sus reclamos. Generalmente esto provoca una reacción más fuerte por parte de las nuevas generaciones que han sido socializadas en el ejercicio de sus derechos y, por consecuencia, las brechas generacionales se agrandan.

 . . . Por lo tanto . . . los consejeros pastorales deben ser sensibles y respetuosos de las afirmaciones culturales de sus consultantes y, al mismo tiempo, cuidadosos de no perpetuar los patrones mentales y de conducta que sean dañinos, injustos, que contradigan a los valores del reino de Dios y que afectan a los segmentos más desprotegidos de la población. 
II. Presuposiciones acerca de LA FAMILIA
Tanto las personas como las familias, generalmente buscan ayuda cuando han agotado todos sus recursos o la tensión es insoportable. 
Sin embargo, entre las comunidades latinas tanto el asesoramiento como la psicoterapia todavía son resistidos. Cuando nuestra gente experimenta tensión y vive problemas que no puede resolver, primero busca la ayuda familiar médica y pastoral, antes que la psicológica. Hay varias razones para ello. 
  • Por un lado, se ve a los psicólogos y psiquiatras como el último recurso, como el profesional a quien se dirigen las personas que han traspasado la frontera de la normalidad, es decir, «los locos». Aunque debido a los procesos de urbanización y globalización esta percepción está cambiando paulatinamente, todavía predomina en muchos sectores de la población hispana. 
  • Otra razón puede estar en el hecho que la familia extendida, incluyendo padrinos y compadres, son vistos como los recursos más próximos y «naturales» para obtener consejo en caso de necesidad. 
  • En la Iglesia Católica, usualmente los sacerdotes han sido los asesores y consejeros de las clases sociales acomodadas, mientras que los pobres eran descuidados en este servicio aunque tenían acceso al confesionario. Con el vertiginoso crecimiento del protestantismo, cada vez se demanda más y más este servicio por parte de los pastores. 
  • Aunque el consejo pastoral sea parte integral de su oficio, el problema que se puede presentar es que el ministro no esté debidamente preparado para desempeñar tal función. 
  • Es muy común que se confunda asesorar / aconsejar con dar «buenos consejos» saturados de textos bíblicos. Los buenos consejos tienen su lugar en el trabajo pastoral, especialmente cuando son solicitados, pero de ninguna manera representan el ministerio de acompañar a las personas en su desarrollo a fin de que puedan hacer decisiones sabias, vivir en la luz de Dios y confrontar los problemas de la vida con madurez y esperanza. Los buenos consejos, mientras más efectivos sean, corren mayor peligro de propiciar dependencia e inmadurez. De modo que, cuando una familia viene en busca de consejo pastoral, los consejeros deben tener en mente las siguientes presuposiciones:
1. La familia que busca al consejero pastoral ya ha       caminado un buen trecho en su camino hacia la         restauración de su saludNinguna familia pide asesoramiento apenas surge un problema. Por lo general busca ayuda cuando la tensión ha llegado a un nivel insoportable o cuando ha agotado todos los recursos acostumbrados y disponibles. 
Cuando una familia llega a la oficina pastoral —o cuando el consejero es invitado a casa después de concretar una cita para tratar un problema específico— ha dado ya algunos pasos significativos para la resolución de sus preocupaciones. Se ha dado cuenta que necesita ayuda; ha tomado la iniciativa para buscarla; ha hecho arreglos en su horario para acudir a la cita. Es decir, ha asumido responsabilidad por su situación, ha invertido tiempo y esfuerzo en la búsqueda de su bienestar, y con ello se ha apropiado de su proceso.
 . . . Por lo tanto . . . Dios merece la alabanza, y la familia el reconocimiento por su valentía y voluntad de buscar alternativas para su situación. La consejería debe comunicar, de todas las formas posibles, ese reconocimiento y la convicción de que la familia cuenta ya con recursos humanos y divinos para su sanidad y desarrollo.
2. Una familia, por lo general, busca asesoramiento       en un momento crucial de su desarrollo, casi             siempre en un punto importante de transición o         en una crisis. 
Individuos y familias atraviesan por estados de desarrollo que son universales y predecibles. 
Los procesos de desarrollo familiar han sido conceptualizados convencionalmente alrededor de ciertos eventos como: 
  • el inicio del matrimonio, 
  • el advenimiento y el cuidado de los hijos, 
  • el alentar a que sus hijos vuelen con sus propias alas, 
  • la jubilación, y muchos otros. 
En las familias latinas, los linderos de las etapas de desarrollo han estado poco definidos. Por ejemplo, la adolescencia en un ambiente agrario, hasta hace poco, era más corta, y llegar a ser adulto no era tan complicado como en los medios urbanos. 

Los jóvenes comenzaban sus propias familias no lejos de sus padres y a veces bajo el mismo techo. Los nietos llegaban pronto y eran criados por toda la familia extendida. Los procesos de urbanización, modernización, migración y globalización han perturbado ese aparente suave movimiento familiar de una generación a otra y de una etapa a otra en el ciclo de vida de una familia. 
Al comparar la vida de hace medio siglo con la de hoy, nos damos cuenta de que hay cambios dramáticos que se han incorporado al desarrollo de cada ciclo. Las transiciones de una etapa a otra tienden a ser más difíciles y dolorosas. En todo el mundo la familia hoy en día sufre el desarraigo, el incremento del costo de vida, la falta de seguridad en el trabajo, la carencia de redes de apoyo para la crianza de los hijos, el constante sobresalto por el aumento de la criminalidad y el terrorismo. Si estas situaciones provocan estrés en todas las familias, todavía es peor para las familias que social y económicamente son menos favorecidas. 
La acumulación del estrés en tiempos de transición —cuando la familia es más vulnerable— a menudo presentará síntomas, dolor y la necesidad de ayuda de parte de un consejero o consejera.
 . . . Por lo tanto . . . la consejería pastoral no se apresura a poner letreros o a marcar a las familias y a sus miembros con etiquetas diagnósticas (patologizantes). Primero explorará los obstáculos que estén impidiendo que la persona o familia evolucione y se mueva a la próxima etapa de su desarrollo. Utilizará un acercamiento «salutógeno»; es decir, se enfocará en los recursos que la persona o familia tienen para sanar más que en las carencias.
3. Con frecuencia las expectativas de una familia           consultante son confusas y a menudo                          contradictorias. 
Si esto es cierto respecto a toda familia que busca ayuda, tiene un giro especial con los latinos que tendemos a expresarnos en círculos antes que en forma lineal. Las culturas pre-hispánicas también parecen privilegiar la expresión circular. 
El idioma puede prestarse para «ornamentar» un asunto antes de enfocarlo directamente. Esto se ve con frecuencia entre las familias hispanas inmigrantes que están en proceso de aculturación/asimilación; en otras palabras, cuando los valores y las normas de la cultura de origen coexisten con los valores y las normas de la nueva cultura que se imparten en la escuela, la iglesia, el lugar de trabajo, el vecindario, y otros más. 
El grado de aculturación o asimilación de una familia puede ir desde estar en la marginalidad hasta la plena aculturación o asimilación, pasando por un estado de dualidad cultural. 
De manera individual toda persona pasa por este proceso, pero la familia como un todo también lo experimenta. A pesar de ello, las familias parecen «asignar» roles a sus miembros que permiten mantener el equilibrio (homeostasis). Así, si un miembro se distingue por elogiar las virtudes de la nueva situación y empuja al sistema familiar hacia un mayor grado de integración en la nueva cultura, otro miembro lo critica y pondera las virtudes de la cultura de origen. Esta tensión no se resuelve del todo en una sola generación.
 . . . Por lo tanto . . . la consejería pastoral, lo más pronto posible, trabajará con sus consultantes para definir: 1) lo que la familia espera del proceso de ayuda y de la consejera; 2) el problema inicial que se debe abordar; y 3) cómo se sabrá que se ha logrado las metas o se ha progresado en el                  asesoramiento.
III. Presuposiciones respecto al CONSEJERO
Todo consejero, sin importar su marco teórico, juega un papel activo al facilitar y guiar las interacciones en la consulta. 
De manera continua, e incluso inconscientemente, se efectúan negociaciones entre el consejero, la familia y sus miembros individuales. De la misma manera en que las familias revelan los valores del ambiente del que proceden, los consejeros también reflejan los valores culturales de su grupo de procedencia, su cosmovisión, sus convicciones teológicas y su predilección por ciertas teorías y técnicas. 
Las siguientes presuposiciones sobre la persona del consejero —elemento componente del sistema terapéutico— ayudarán a tener una mejor perspectiva en el trabajo del asesor pastoral.
1. La identidad cultural y de género siempre                   acompañarán al consejero pastoral. Cuando una persona ejerce la función de asesor o consejero —al igual que en cualquier otro trabajo— no se puede desasociar de su identidad. 
Por ejemplo, soy varón, latinoamericano, de más de 50 años, casado con la misma mujer por más de 30, y con tres hijos adultos y dos nietos pequeños. Después de entrenar consejeros pastorales y terapeutas familiares por casi 20 años, mi principal trabajo ahora es entrenar pastores y líderes hispanos para mi iglesia en los Estados Unidos. 
Este corto resumen de mi vida tiene mucho que ver con la forma en que asesoro a las familias, sean hispanas o no. Tengo ventajas, ciertamente, cuando asesoro a la primera generación de hispanos inmigrantes en los Estados Unidos, pero pierdo esa ventaja cuando trabajo con la segunda o tercera generación. 
Como varón, aunque hago todo el esfuerzo posible, me cuesta trabajo entender totalmente a una madre que lucha con su sentimiento de culpa por dejar a su pequeño hijo en la escuela para ir a trabajar. En otras palabras, los consejeros pastorales también somos seres humanos, producto de nuestra propia cultura, enriquecidos y limitados por nuestra propia historia, identidad y género.
 . . . Por lo tanto . . . la consejería pastoral debe tomar conciencia de quién es, de su etnicidad, su género, su clase social, las ventajas y las limitaciones con las que se conecta y acompaña a las personas y familias que asesora.
2. Con mucha frecuencia el consejero pastoral intercambia dos oficios: el de       pastor y el de consejeroLos pastores «se ponen varios sombreros» en su trabajo: de evangelista, maestro, predicador, consolador, exhortador, consejero. Cada una de esas funciones requiere el ejercicio de destrezas específicas. La gente los ve sin todas esas distinciones. Sin embargo, es imprescindible, saludable y necesario asumir conscientemente la función que el pastor ejerce cuando usa «el sombrero de asesor o consejero» y no otro. Para ofrecer asesoramiento debe estar seguro que las personas han tomado la iniciativa y solicitado ese servicio. 
Si el pastor los busca, les podrá ofrecer otros servicios: 
  • orientación, 
  • exhortación, 
  • oración, 
  • consuelo, pero no asesoramiento.

 . . . Por lo tanto . . . es deber del consejero pastoral estar consciente de «ponerse el sombrero» apropiado para no entrar en dinámicas que provoquen confusión para sí mismo y en las personas que atiende.
IV. Presuposiciones respecto al PROCESO
En la cultura occidental, especialmente en la norteamericana, el individuo es la unidad operacional. La independencia y la autonomía son altamente valoradas y premiadas. La terapia generalmente estimula las opciones individuales sobre las familiares. Los hispanos, por el contrario, nos relacionamos, por lo general, en una forma «colateral»; esto es, que la opinión de familiares, amigos y colegas cuenta mucho, tanto para la celebración de los triunfos como para la resolución de los problemas. 
Entre los hispanos las relaciones se construyen a partir de la confianza. La gente se aproxima a los consejeros no por sus grados académicos ni por sus credenciales religiosas, sino por el nivel de confianza que evocan en la persona o familia. Esto pone el asesoramiento con hispanos en un proceso especial en el cual se deben tener en cuenta las siguientes presuposiciones.
1. Toda relación humana —incluyendo la relación de ayuda— atraviesa por un      proceso. La relación de ayuda llamada asesoramiento o consejo pastoral se inicia, como hemos venido diciendo, cuando la persona, pareja o familia toma la iniciativa y pide esa ayuda. Sólo así se puede saber que las personas están listas para este tipo de ayuda; por decirlo de manera popular: «que la masa está lista para tamales». 
Además, la relación de una familia latina con su consejero estará coloreada por el tipo de relación que incluye la expectativa: «Si yo confío en usted, usted no me puede fallar». Esta expectativa puede ser aún mayor si el consejero es un pastor, sacerdote o rabino, de quienes se supone que viven más cerca de Dios, que sus oraciones tienen mayor alcance, y que su tarea es la salvación y la salud de todas las almas. 
Debido a la larga y muy enraizada tradición católica-romana en donde el sacerdote es el intermediario de los bienes sagrados, esta creencia, aunque no sea verbalizada, parece existir incluso entre los evangélicos que afirmamos el sacerdocio universal de todos los creyentes. Esto puede producir un sentimiento de ansiedad en el consejero o consejera. Ya que los consejeros son los responsables por guiar el proceso hacia un fin saludable y satisfactorio para todos, necesitan tener claro cómo comenzar el asesoramiento, qué hacer durante el proceso y cómo terminarlo. Sobre todo, deben saber cómo controlar la ansiedad sin perder el contacto.
 . . . Por lo tanto . . . la responsabilidad del consejero o consejera es mantener sus manos en el timón y, al mismo tiempo, revisar que su conexión con los consultantes se mantenga saludable. Guardar ese equilibrio lo ayudará a guiar sin imponerse, a evitar las luchas de poder y a resistir la manipulación de quienes «han confiado» en él o ella.
2. El consejo pastoral tiene sus límites. En ninguna relación de ayuda, incluyendo la que se ofrece en nombre de Cristo, funciona la «varita mágica». Ningún consejero puede solucionar todas las necesidades presentadas, esperadas o requeridas por quienes lo consultan. 
Los consejeros pastorales estarán en contacto continuo con una abrumadora cantidad de necesidades, problemas y desafíos. 
El asesoramiento no es el único modo de ayudar, ni siquiera el más importante. Hay otras áreas del saber humano que pueden intervenir para hacer la evaluación de una situación y hallar la solución para los problemas relacionados con el motivo de consulta. 
Un examen médico puede revelar un desbalance hormonal relacionado con la depresión, o una mala dieta puede ser responsable por la distracción y poco rendimiento escolar. 
Hay otros niveles de intervención en los cuales los consejeros pastorales —al igual que todos los cristianos— debemos participar. 
  • Los servicios de compasión y misericordia, 
  • la acción social en búsqueda de justicia y reconciliación, 
  • la organización comunitaria, 
  • el cuidado de la creación y la intervención política, son apenas algunas de las esferas legítimas de trabajo que están más allá del asesoramiento.
 . . . Por lo tanto . . . tan pronto como le sea posible, la consejera pastoral necesita discernir cuáles metas serán posibles y alcanzables en el asesoramiento, a fin de acordarlas con la familia; y cuáles áreas requerirán la evaluación de otros profesionales, y/u otros niveles de intervención.
3. La perspectiva espiritual no puede esconderse. Cuando las personas —creyentes o no— acuden al consejero cristiano, no esperan recibir una evaluación psicológica de su situación o de sus dificultades y dolores, sino una opinión, un acompañamiento y un consuelo que incluya la dimensión espiritual. 
Hoy más que nunca la gente sabe que sus dolores y desajustes no sólo son el resultado de desbalances químicos, psicológicos o sociales, sino también el producto de herencias ancestrales, de fuerzas espirituales de maldad, de valores equivocados. 
Sobre todo, los hispanoamericanos —que han sido nutridos tanto por el animismo pre-hispánico, la cosmovisión africana y el misticismo católico ibérico— intuyen que sus sufrimientos y sus soluciones deben tener componentes que están más allá de su comprensión y alcance. 
Por ejemplo, todavía es posible encontrar familias latinas en las cuales los hijos se despiden de sus padres pidiéndoles la bendición. 
En el conversar cotidiano —y ahora incluso entre los artistas de la televisión— es posible encontrar que se usan frases como: «Dios mediante», «¡Gracias a Dios!», «Que Dios te bendiga», lo cual expresa una profunda convicción en la cultura de que lo sobrenatural se hace presente en lo natural, de que lo eterno irrumpe en la historia humana. 
Así pues, cuando una persona o una familia latina busca a un consejero cristiano —repetimos una vez más— lo que espera no es tanto un agudo análisis clínico de su caso, y un tratamiento psicológico. Más bien —y por encima de todo— espera alguna luz espiritual, alguna promesa bíblica, alguna palabra de fe y esperanza, alguna intercesión y bendición. 
Sin embargo, esto no excusa al consejero pastoral de prepararse adecuadamente para esta noble tarea de aconsejamiento mediante la adquisición de ciertos conocimientos, el manejo de ciertas destrezas, el crecimiento personal y la supervisión adecuada.
 . . . Por lo tanto . . . la consejería pastoral debe recordar con frecuencia que su trabajo es un ministerio que se origina en el corazón amoroso de Dios Padre, quien anhela la salud y la reconciliación de toda Su creación, modelado en la persona y obra de Dios Hijo (Jesucristo), y capacitado por la acción poderosa de Dios Espíritu Santo.
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