lunes, 12 de septiembre de 2016

Habéis sido rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual heredasteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




PASTOS FRESCOS PARA LA CONGREGACIÓN: OVEJITAS DEL SEÑOR

Exhortación a una vida santa
1 Pedro 1:13-21
13 Por eso, con la mente preparada para actuar  y siendo sobrios, poned vuestra esperanza completamente en la gracia que os es traída en la revelación de Jesucristo. 

14 Como hijos obedientes, no os conforméis a las pasiones que antes teníais, estando en vuestra ignorancia. 

15 Antes bien, así como aquel que os ha llamado es santo, también sed santos vosotros en todo aspecto de vuestra manera de vivir, 16 porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. 

17 Y si invocáis como Padre a aquel que juzga según la obra de cada uno sin hacer distinción de personas, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación. 

18 Tened presente que habéis sido rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual heredasteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles como oro o plata, 19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación. 

20 El, a la verdad, fue destinado desde antes de la fundación del mundo, pero ha sido manifestado en los últimos tiempos por causa de vosotros. 

21 Por medio de él creéis en Dios, quien lo resucitó de entre los muertos y le ha dado gloria; de modo que vuestra fe y esperanza estén en Dios. 

cinco incentivos espirituales que nos anima

Manteniéndose Limpio en un Mundo Contaminado                    1 Pedro 1:13–21

En la primera sección de este capítulo Pedro recalcó la idea de andar en esperanza; pero ahora su énfasis es andar en santidad. Las dos cosas van juntas, porque “todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3).
El significado de raíz de la palabra que se traduce “santo” es diferente. Una persona santa no es una persona estrafalaria, sino una persona diferente. Su vida tiene una calidad que indica que es diferente. Su forma de vida presente no sólo es diferente de su manera pasada de vida, sino que es diferente también de los estilos de vida de los no creyentes que le rodean. La vida de santidad del creyente les parece extraña a los perdidos (1 Pedro 4:4), pero no es extraña para otros creyentes.
Sin embargo, no es fácil vivir en este mundo y mantener un andar santo. La atmósfera contraria a Dios que nos rodea y que la Biblia llama “el mundo” siempre está oprimiéndonos, tratando de obligarnos a que nos conformemos. En este párrafo Pedro presenta a sus lectores cinco incentivos espirituales para animarles a ellos (y a nosotros) a mantener un estilo de vida diferente, un andar santo en un mundo contaminado.

  La gloria de Dios (1 Pedro 1:13)
“Cuando Jesucristo sea manifestado,” es otra manera de referirse a “la esperanza viva”. Las acciones y decisiones presentes de los creyentes son gobernadas por esta esperanza futura. Así como una pareja comprometida hace todos sus planes a la luz de esa boda futura, así los creyentes hoy viven con la expectativa de ver a Jesucristo.
“Ceñid los lomos de vuestro entendimiento” simplemente quiere decir: ¡Ordenen sus pensamientos! ¡Tengan una mente disciplinada! La imagen es la de un hombre vestido con una túnica, metiéndose la falda de su túnica debajo del cinturón, de modo que pueda correr. Cuando centras tus pensamientos en el regreso de Cristo, y vives de acuerdo a eso, escaparás de muchas de las cosas mundanales que atiborran tu mente y estorban tu progreso espiritual. Pedro puede haber tomado la idea de la cena pascual, porque más adelante en esta sección identifica a Cristo como el Cordero (1 Pedro 1:19). Los judíos en la Pascua debían comer la comida de prisa, listos para marchar (Éxodo 12:11).
La perspectiva determina el resultado; la actitud determina la acción. El creyente que busca la gloria de Dios tiene una mayor motivación para la obediencia presente que el creyente que ignora el retorno del Señor. El contraste se ilustra en las vidas de Abraham y de Lot (Génesis 12–13; Hebreos 11:8–16). Abraham tenía sus ojos de fe fijos en la ciudad celestial, así que no tenía interés en propiedades de este mundo. Pero Lot, que había probado los placeres del mundo en Egipto, gradualmente avanzó hacia Sodoma. Abraham trajo bendición a su casa, pero Lot acarreó juicio. La perspectiva determina el resultado.
No sólo debemos tener una mente disciplinada, sino que también debemos tener un entendimiento “sobrio”. La palabra quiere decir tener calma, ser firme, controlado; sopesar las cosas. Desdichadamente algunos “se dejan llevar” por los estudios proféticos y pierden su equilibrio espiritual. El hecho de que Cristo vuelve debe animarnos a tener calma y ecuanimidad (1 Pedro 4:7). El hecho de que Satanás anda rondando es otra razón para ser sobrios (1 Pedro 5:8). Cualquiera cuya mente se vuelve indisciplinada, y cuya vida “se desbarata” debido a los estudios proféticos, da evidencia de que en realidad no entiende la profecía bíblica.
También debemos tener una mente optimista. “Esperad por completo” quiere decir fijen por completo su esperanza. ¡Tengan una perspectiva esperanzada! Un amigo mío me envió una nota un día que decía: “Cuando la perspectiva externa es lóbrega, ¡trata de mirar hacia arriba!” ¡Buen consejo, en verdad! Tiene que estar oscuro para que las estrellas aparezcan.
El resultado de este modo de pensar espiritual es que el creyente disfruta de la gracia de Dios en su vida. De seguro experimentaremos gracia cuando veamos a Jesucristo, pero también podemos disfrutar de gracia hoy al esperar su regreso. Hemos sido salvos por gracia y dependemos momento tras momento de la gracia de Dios (1 Pedro 1:10). Esperar el regreso de Cristo fortalece nuestra fe y esperanza en los días difíciles, y esto nos imparte más de la gracia de Dios. Tito 2:10–13 es otro pasaje que muestra la relación entre la gracia y la venida de Cristo.

  La santidad de Dios (1 Pedro 1:14, 15)
El argumento aquí es lógico y sencillo. Los hijos heredan la naturaleza de sus padres. Dios es santo; por consiguiente, como sus hijos, debemos vivir vidas santas. Somos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4) y debemos revelar esa naturaleza en una vida santa.
Pedro les recordó a sus lectores lo que eran antes de confiar en Cristo. Habían sido hijos de desobediencia (Efesios 2:1–3), pero ahora deberían ser hijos obedientes. La verdadera salvación siempre resulta en obediencia (Romanos 1:5; 1 Pedro 1:2). También habían sido imitadores del mundo, “conformándose a sí mismos” según las normas y placeres del mundo. Romanos 12:2 traduce estas mismas palabras como conformarse a este mundo. Los incrédulos nos dicen que quieren ser “libres y diferentes”; ¡sin embargo, todos se imitan unos a otros!
La causa de todo esto es la ignorancia que conduce a la indulgencia. Los inconversos carecen de inteligencia espiritual, y esto les hace entregarse a toda clase de indulgencias carnales y mundanales (ve Hechos 17:30; Efesios 4:17 en adelante). Puesto que nacimos con una naturaleza caída, era natural que viviéramos vidas de pecado. La naturaleza determina los apetitos y las acciones. Un perro y un gato se portan de forma diferente porque tienen naturalezas diferentes.
Todavía estaríamos en esa triste situación de pecado si no hubiera sido por la gracia de Dios. ¡El nos llamó! Un día Jesús llamó a Pedro y a sus amigos y les dijo: “Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Marcos 1:17). Ellos respondieron por fe a su llamado, y eso cambió por completo sus vidas.
Tal vez esto explica por qué Pedro usó la palabra “llamados” tan a menudo en esta carta. Somos llamados a ser santos (1 Pedro 1:15). Somos llamados “de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). Somos llamados a sufrir y a seguir el ejemplo de Cristo en humildad (1 Pedro 2:21). En medio de la persecución somos llamados a “hereda[r] bendición” (1 Pedro 3:9). Lo mejor de todo, somos llamados “a su gloria eterna” (1 Pedro 5:10). Dios nos llamó antes de que nosotros clamáramos a él en busca de salvación. Todo es completamente por gracia.
Pero la elección de la gracia divina de los pecadores para que lleguen a ser santos siempre incluye responsabilidad, y no simplemente privilegio. El nos escogió en Cristo “para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4). Dios nos ha llamado a sí mismo, y él es santo; por consiguiente, nosotros debemos ser santos. Pedro citó de la Ley del Antiguo Testamento para respaldar esta amonestación (Levítico 11:44–45; 19:2; 20:7, 26).
La santidad de Dios es una parte esencial de su naturaleza. “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Cualquier santidad que nosotros tengamos en carácter y conducta se debe derivar de él. Básicamente, ser “santificados” quiere decir ser apartados para el uso y placer exclusivos de Dios. Incluye separación de todo lo que es impuro y también completa devoción a Dios (2 Corintios 6:14–7:1). Debemos ser santos “en toda vuestra manera de vivir” de modo de que todo lo que hagamos refleje la santidad de Dios.
Para el creyente dedicado, no hay cosa tal como “secular” y “sagrado”. Toda la vida es santa puesto que vivimos para glorificar a Dios. Incluso actividades ordinarias tales como comer y beber pueden ser hechas para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31). Si algo no puede ser hecho para la gloria de Dios, entonces podemos estar seguros de que no es la voluntad de Dios.

  La Palabra de Dios (1 Pedro 1:16).
“¡Escrito está!” es una declaración que lleva gran autoridad para el creyente. Nuestro Señor Jesucristo usó la Palabra de Dios para derrotar a Satanás, y lo mismo podemos hacer nosotros (Mateo 4:1–11; ve Efesios 6:17). Pero la Palabra de Dios no es sólo una espada para la batalla; también es una luz para guiarnos en un mundo oscuro (Salmo 119:105; 2 Pedro 1:19), comida que nos fortalece (Mateo 4:4; 1 Pedro 2:2) y agua que nos limpia (Efesios 5:25–27).
La Palabra de Dios tiene un ministerio santificador en las vidas de los creyentes consagrados (Juan 17:17). Aquellos que se deleitan en la Palabra de Dios, meditan en ella, y procuran obedecerla, gozan de la dirección y bendición de Dios en sus vidas (Salmo 1:1–3). La Palabra de Dios revela la mente de Dios, así que debemos aprenderla; revela el corazón de Dios, así que debemos amarla, y revela la voluntad de Dios, así que debemos vivirla en la práctica. Todo nuestro ser: mente, voluntad y corazón, debe ser controlado por la Palabra de Dios.
Pedro citó del libro de Levítico: “Sed santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:44). ¿Quiere decir esto que la Ley del Antiguo Testamento es autoritativa para los creyentes del Nuevo Testamento? Ten presente que los primeros creyentes ni siquiera tenían el Nuevo Testamento. La única Palabra de Dios que poseían era el Antiguo Testamento, y Dios usó esa palabra para dirigirlos y nutrirlos. Los creyentes de hoy no están bajo las leyes ceremoniales dadas a Israel; sin embargo, incluso en estas leyes vemos revelados principios morales y espirituales. Nueve de los Diez Mandamientos se repiten en las epístolas, así que debemos obedecerlos. (El mandamiento del sábado fue dado específicamente a Israel, y no se aplica a nosotros hoy. Ve Romanos 14:1–9.) Al leer y estudiar el Antiguo Testamento aprendemos mucho en cuanto al carácter y la obra de Dios, y vemos verdades indicadas en tipos y símbolos.
El primer paso para mantenerse limpio en un mundo impuro es preguntar: “¿Qué dice la Biblia?” En la Biblia hallamos preceptos, principios, promesas y personas que nos guían en las decisiones de hoy. Si en realidad queremos obedecer a Dios, él nos mostrará su verdad (Juan 7:17). Aunque los métodos de Dios para obrar pueden variar de edad en edad, su carácter sigue siendo el mismo, y sus principios espirituales nunca varían. No estudiamos la Biblia simplemente para conocer la Biblia. Estudiamos la Biblia para poder conocer mejor a Dios. Demasiados dedicados estudiantes de la Biblia se contentan con bosquejos y explicaciones, y en realidad no llegan a conocer a Dios. Es bueno conocer la Palabra de Dios, pero esto debe ayudarnos a conocer mejor al Dios de la Palabra.

  El juicio de Dios (1 Pedro 1:17)
Como hijos de Dios debemos tomar en serio el pecado y la vida santa. Nuestro Padre celestial es santo (Juan 17:11) y justo (Juan 17:25). Él no hará acomodos con el pecado. Es misericordioso y perdonador, pero también es un disciplinario amante que no puede permitir que sus hijos disfruten del pecado. Después de todo, fue el pecado que envió a su Hijo a la cruz. Si llamamos “Padre” a Dios, entonces debemos reflejar su naturaleza.
¿Qué es este juicio del que Pedro escribe? Es el juicio de las obras del creyente. No tiene nada que ver con la salvación, excepto que la salvación debe producir buenas obras (Tito 1:16; 2:7, 12). Cuando confiamos en Cristo, Dios nos perdonó nuestros pecados y nos declaró justos en su Hijo (Romanos 5:1–10; 8:1–4; Colosenses 2:13). Nuestros pecados ya han sido juzgados en la cruz (1 Pedro 2:24) y por consiguiente no se puede esgrimirlos contra nosotros (Hebreos 10:10–18).
Pero cuando el Señor vuelva, habrá un tiempo de juicio llamado “el tribunal de Cristo” (Romanos 14:10–12; 2 Corintios 5:9–10). Cada uno de nosotros dará cuenta de sus obras, y cada uno recibirá la recompensa apropiada. Este es un “juicio de familia”, donde el Padre trata con sus hijos amados. La palabra griega que se traduce “juzgar” lleva el significado de juzgar para hallar algo bueno. Dios examinará los motivos de nuestro ministerio; examinará nuestros corazones. Pero él nos asegura que su propósito es glorificarse en nuestras vidas y ministerios “y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5). ¡Qué estímulo!
Dios nos dará muchos dones y privilegios, conforme crecemos en la vida cristiana; pero nunca nos dará el privilegio de desobedecer y pecar. El nunca malcría a sus hijos, ni se hace de la vista gorda. No hace acepción de personas. El “no hace acepción de personas, ni toma cohecho” (Deuteronomio 10:17). “Porque con Dios no hay favoritismos” (Romanos 2:11, NVI). Años de obediencia no pueden comprar una hora de desobediencia. Si uno de sus hijos desobedece, Dios debe castigarlo (Hebreos 12:1–13). Pero cuando su hijo o hija obedece y le sirve en amor, él toma nota y prepara la recompensa apropiada.
Pedro les recuerda a sus lectores que eran solamente “peregrinos” en la tierra. La vida era demasiada corta como para desperdiciarla en la desobediencia y el pecado (ve 1 Pedro 4:1–6). Fue cuando Lot dejó de ser un peregrino, y se convirtió en residente de Sodoma, que perdió su consagración y su testimonio. Todo aquello por lo que vivió, ¡desapareció en humo! Recuerda siempre que eres un “extranjero y peregrino” en este mundo (1 Pedro 1:1; 2:11).
En vista del hecho de que el Padre celestial con amor disciplina a sus hijos hoy, y que juzgará a sus obras en el futuro, debemos cultivar una actitud de temor santo. Este no es el temor aterrador del esclavo ante su patrón, sino una reverencia de amor de un hijo ante su padre. Esto no es temor del castigo (1 Juan 4:18), sino un temor de desilusionarlo y de pecar contra su amor. Es un temor santo (2 Corintios 7:1), una reverencia sobria hacia el Padre celestial.
A veces pienso que hoy hay un aumento en el descuido, incluso ligereza, en la manera en que hablamos en cuanto a Dios o hablamos con Dios. Hace casi un siglo el obispo B. F. Westcott dijo: “Cada año me hace temblar el atrevimiento con que la gente habla de las cosas espirituales”. ¡El buen obispo debería oír lo que se dice hoy! Una actriz mundana llama a Dios: “El hombre arriba”. Un jugador de béisbol le llama “el gran Yanqui celestial”. El judío del Antiguo Testamento temía tanto a Dios que ni siquiera pronunciaba su santo nombre, y sin embargo hoy hablamos a Dios con liviandad e irreverencia. En nuestra oración pública a veces parecemos tener tanta familiaridad que otros se preguntan si estamos tratando de expresar nuestras peticiones o de impresionar a los oyentes con nuestra cercanía a Dios.

  El amor de Dios (1 Pedro 1:18–21)
Este es el motivo máximo para la vida santa. En este párrafo Pedro les recordó a sus lectores su experiencia de salvación, un recordatorio que todos necesitamos en forma regular. Por esto se estableció la cena del Señor, para que con regularidad su pueblo pueda recordar que él murió por ellos. Nota los recordatorios que Pedro dio.
Les recordó lo que ellos eran. Para empezar, eran esclavos que necesitaban ser puestos en libertad. La palabra “redimidos” es, para nosotros, un término teológico; pero tenía un significado especial para las personas del imperio romano delprimer siglo. ¡Había probablemente 50 millones de esclavos en el imperio! Muchos esclavos llegaron a ser creyentes y participaban en las asambleas locales. Un esclavo podía comprar su libertad, si lograba reunir suficientes fondos; o su amo podía venderlo a algún otro que pagaba el precio y lo ponía en libertad. La redención era algo muy precioso en esos días.
Nunca debemos olvidar la esclavitud al pecado (Tito 3:3). Moisés instó a Israel a que recordaran que habían sido esclavos en Egipto (Deuteronomio 5:15; 16:12; 24:18, 22). La generación que murió en el desierto se olvidó de su esclavitud en Egipto ¡y siempre querían volver!
No sólo que vivían una vida de esclavitud, sino también una vida vacía. Pedro la llamó “vana manera de vivir” (1 Pedro 1:18), y la describió más específicamente en 1 Pedro 4:1–4. En esa época esas personas pensaban que sus vidas eran “llenas” y “felices”, cuando en realidad eran vacías y miserables. Las personas no salvas hoy están ciegas viviendo de sustitutos.
Mientras ministraba en Canadá conocí a una mujer que me contó que se había convertido temprano en la vida, pero que se había descarriado a la vida de sociedad que era emocionante y satisfacía su ego. Un día, mientras conducía a una fiesta de naipes sucedió que sintonizó un programa radial de la Biblia. En ese mismo momento el predicador decía: “Algunas de las mujeres que me escuchan ¡saben más de naipes que de la Biblia!” Esas palabras le penetraron. Dios le habló al corazón, así que volvió a su casa, y desde esa hora dedicó su vida a vivir completamente para Dios. Ella vio la inutilidad y vanidad de una vida fuera de la voluntad de Dios.
Pedro no sólo les recordó lo que eran, sino también les recordó lo que Cristo hizo. El derramó su preciosa sangre para comprarnos y sacarnos de la esclavitud del pecado y hacernos libres para siempre. “Redimir” quiere decir poner en libertad al pagar un precio. El esclavo podía ser puesto en libertad al pagar dinero, pero ninguna cantidad de dinero jamás puede poner en libertad al pecador perdido. Sólo la sangre de Jesucristo puede redimirnos.
Pedro fue testigo de los sufrimientos de Cristo (1 Pedro 5:1) y mencionó a menudo en esta carta la muerte sacrificatorio de Cristo (1 Pedro 2:21 en adelante; 3:18; 4:1, 13; 5:1). Al llamar a Cristo “Cordero” Pedro les recordó a sus lectores una enseñanza del Antiguo Testamento que era importante en la iglesia inicial, y que debe ser importante para nosotros hoy. Es la doctrina de la sustitución: una víctima inocente da su vida por el culpable.
La doctrina del sacrificio empieza en Génesis 3, cuando Dios mató animales para vestir a Adán y Eva. Un carnero murió por Isaac (Génesis 22:13), y el cordero pascual fue inmolado por cada hogar judío (Éxodo 12). Isaías 53 presenta al Mesías como Cordero inocente. Isaac hizo la pregunta: “¿Dónde está el cordero para el holocausto?” (Génesis 22:7) y Juan el Bautista la contestó señalando a Jesús y diciendo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). En el cielo los redimidos y los ángeles cantan: “El Cordero que fue inmolado es digno” (Apocalipsis 5:11–14).
Pedro indicó claramente que la muerte de Cristo fue planeada y no un accidente; fue ordenada por Dios antes de la fundación del mundo (Hechos 2:23). Desde la perspectiva humana nuestro Señor fue asesinado cruelmente; pero desde la perspectiva divina, él puso su vida por los pecadores (Juan 10:17–18). ¡Pero resucitó de los muertos! Ahora, cualquiera que confía en él será salvo por la eternidad.
Cuando tú y yo meditamos en el sacrificio de Cristo por nosotros, ciertamente querremos obedecer a Dios y vivir vidas santas para su gloria. Cuando era apenas una jovencita, Frances Ridley Havergal vio un cuadro del Cristo crucificado con esta leyenda: “Yo hice esto por ti. ¿Qué has hecho tú por mí?” Rápidamente ella compuso un poema, pero no quedó contenta, así que lo arrojó al fuego. ¡El papel no se quemó! Más tarde, por sugerencia de su padre, ella publicó el poema, y hoy lo cantamos.
    Mi vida di por ti,    Mi sangre derramé,    Por ti inmolado fui,    Por gracia te salvé.    Por ti, por ti inmolado fui,    ¿Y, tú, qué das por mí?
¡Buena pregunta, en verdad! Confío en que podamos darle una buena respuesta al Señor.
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