jueves, 9 de febrero de 2012

La Palabra bien dicha: ¿A qué se parece?


biblias y miles de comentarios
 
Tipo de Archivo: PDF | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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Misión posible
Manzana de oro con adornos de plata es la palabra dicha oportunamente.
Proverbios 25:11
¿Qué ocurre si no encontramos una ilustración adecuada? Han pasado unos cuantos años desde que sucedió, pero lo que más recuerdo del suceso fue la desesperada búsqueda que emprendí tras una buena ilustración para comenzar una charla… y solo tenía segundos para encontrarla. Estábamos mi esposa y yo en Paraguay para una graduación de FLET. Luego del hermoso acto, el Dr. Rodolfo Plett, director de nuestro programa en ese país, hizo arreglos para llevar a todos los graduados a cenar en uno de los mejores restaurantes de Asunción. El salón estaba lleno de personas, y una vez que llenamos las mesas que habíamos reservado (para unas 35 a 40 personas adicionales) no cabía ni siquiera un alfiler.
Estábamos comiendo y disfrutando el momento, cuando el dueño del restaurante se levantó, micrófono en mano y, parándose en el centro del lugar, comenzó a decir: «Mi buen amigo, el Dr. Plett, me informa que tenemos en el restaurante esta noche a un educador internacional que visita nuestra patria. Además de educador, es un predicador reconocido. ¿Qué les parece si invitamos al Rev. Les Thompson a darnos un breve mensaje?» y comenzaron los aplausos.
Todo eso me sorprendió. No me había avisado el Dr. Plett, y con un restaurante lleno de gente inconversa, ¿qué iba a decir? Me levanté y comencé a caminar hacia el lugar donde estaba parado el dueño con el micrófono, orando desesperadamente, y buscando algo que pudiera decir que captara la atención y el interés de esa audiencia en su mayoría irreligiosa. Se me ocurrió hablar sobre el tema del amor. Ahora necesitaba una ilustración con que captar la atención de todos.
«¡Qué ambiente más hermoso!», comencé diciendo mientras revisaba mi mente con rapidez y rechazaba una ilustración tras otra. Así que dije lo siguiente: «Con poca luz y la música suave que ha estado tocando, me veo obligado a hablarles del amor». De los clientes se oía un «Ah, sí… qué lindo!» (y en ese momento me llegó la ilustración):
«Nunca olvidaré mi primer amor. Ambos teníamos quince años de edad. Ella era la más linda, hermosa y magnífica chica que mis ojos habían visto. En cuanto la vi, me enamoré, y ella me correspondió. Todas las tardes, después de la última clase, nos reuníamos en un pequeño parque cerca de la escuela. Y me creía en el cielo. Pasaron varias semanas, yo vivía anhelando esa hora en la tarde cuando podía estar con mi Betty. Un día, en que habían cancelado las clases, no podía esperar hasta la hora de mi encuentro con Betty. Ya que el lugar donde nos encontrábamos había llegado a ser casi sagrado para mí, determiné llegar temprano allí para pasar un rato pensando en esa mujer que robó mi corazón. Al acercarme oí unas voces. ¿De quién era esa voz varonil?, porque la que parecía ser de la mujer me era muy conocida. Qué gran sorpresa fue encontrar a mi Betty en los brazos de otro hombre. (Todo el mundo se rió al imaginarse el momento.)
«Hay varios tipos de amor», continué diciendo. «Hay amor falso y engañoso. Seguramente todos aquí hemos descubierto ese amor traicionero. No obstante, hay un amor que es puro, fiel y verdadero. Soy uno de esos dichosos que encontró ese amor. Carolina, querida, por favor ponte de pie. Damas y caballeros, allí tienen ustedes un amor real, leal y verdadero».
«Pudiera entretenerles un buen rato hablándoles de mi querida esposa», continué diciendo, «y así lo haría, a no ser que descubriera un amor aun más profundo y hermoso. Sería muy injusto si no les contase de ese amor. El amor de que les hablo es el de un personaje real, que conocí, y que año tras año me ha mostrado por sus hechos, su vida y su ejemplo, lo que en verdad es amar. Ese amor se describe en el siguiente verso: Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en el cree no se pierda, mas tenga vida eterna» (y por unos 10 minutos les hablé de Jesucristo).
Tratamos en este capítulo lo que llamaremos «Misión posible», es decir, encontrar ilustraciones eficientes y apropiadas y que capten la atención de una audiencia de inmediato.
Recuerdo los días de mi pastorado. Tenía que predicar por lo menos tres sermones cada semana, además de servicios fúnebres, en bodas e invitaciones especiales. Si quería captar la atención de los asistentes, tenía que hacer buena planificación. Los domingos en la mañana predicaba sermones temáticos, ya que no era una audiencia fija, pues venía bastante gente que no eran miembros. Los domingos en la noche, ya con una asistencia bastante fija, daba mensajes expositivos. Miércoles, mensajes doctrinales. Como soy un gran creyente en el poder de las ilustraciones, por tanto, para cada predicación tenía que encontrar maneras efectivas de ilustrar lo que predicaba. En cada predicación usaba por lo menos cinco ilustraciones. Estas tenían que ser contemporáneas, dinámicas, del tipo que comprende la gente de hoy. ¿Por qué? Fíjese lo que nos informa la UNESCO: «El estudiante latinoamericano promedio, durante sus años de escolar pasa ante las pantallas de cine o televisión, quince mil quinientas horas, muchas más de las que pasa en las aulas de clase. El joven estadounidense promedio se devora al año dieciocho mil páginas de historietas. La venta y especialmente el alquiler de videocasetes alcanza proporciones todavía imposibles de cuantificar a nivel mundial. La venta anual de discos sobrepasa la astronómica cifra de los quinientos mil millones anuales en el mundo; número este sobrepasado por la venta de audiocasetes.1
Hoy día no hablamos a un mundo pasivo, tranquilo, que tiene poco conocimiento. A causa de la televisión, de la movida música moderna, las revistas seculares bien ilustradas, y el hecho de que tantos estudian, nuestro público hoy exige un lenguaje pictórico, vívido, contemporáneo. El pastor moderno tiene que darse cuenta que está en competencia con todo el entretenimiento que ofrece el mundo. Lo que dice tiene que interesar, o la gente no vendrá para escucharlo.
Entonces, ¿dónde encontrar las ilustraciones que necesitamos? Osvaldo Mottesi, en su texto, Predicación y Misión, indica: «Las ilustraciones pueden surgir de una sola palabra, una frase breve, una oración gramatical completa, o uno o varios párrafos. La extensión no es lo más importante, aunque la brevedad y precisión son virtudes de toda buena ilustración».2
Dice el muy elocuente pastor bautista, Adrian Rogers (que pastorea una de las más grandes iglesias en los Estados Unidos, Belleviu Baptist Church, en Memphis, Tennessee): «La persona con vida, que respira y piensa se ahoga en ilustraciones, si solo abre sus ojos. Creo, sin embargo, que el secreto de tener buenas ilustraciones es saber de antemano sobre qué va a predicar. Es así que siempre está escuchando, mirando, buscando ilustraciones para ese tema. Cuando creo que hay algo que se aplica al mensaje que voy a dar, saco mi pluma y ahí mismo lo anoto. Si es algo que leo en un periódico o en una revista, arranco la hoja. Si quiere tener buenas ilustraciones lea, piense y escuche mucho; creo que las buenas ilustraciones brotan del que está alerta, del que está interesado en la vida».3
Craig A. Loscalzo, profesor de Predicación Bíblica en Southern Baptist Theological Seminary, Louisville, comenta: «En el pasado, los grandes predicadores usaban ilustraciones extraídas de las grandes obras literarias. Hoy día, desafortunadamente, nuestras congregaciones no conocen la literatura… las personas están mucho más familiarizadas con el cine. Ilustraciones sacadas de ese medio o de la televisión dan al predicador la oportunidad para crear magníficos puntos de comunicación con una audiencia».4
Me asombra el Dr. Salvador Dellutri, pastor en Buenos Aires, por la manera tan fácil en que extrae excelentes ilustraciones del cine moderno. He observado, cuando las presenta, que la audiencia lo sigue sin perder la atención. A la gente le gusta que relacionemos las verdades de Dios con las cosas que conocen y viven.
Tipos de ilustraciones
Una de las mejores listas de ilustraciones que un predicador puede utilizar la he encontrado en el texto de Mottesi.5 Estúdiela con cuidado, ya que le ayudará a comprender la gran variedad de maneras en que se puede ilustrar una verdad:
a.     El símil es una expresión de carácter pictórico. Consiste en la comparación directa que se hace entre dos ideas o realidades, por la relación de semejanza, similitud, que hay entre ellas en uno o varios de sus aspectos. Encontramos muchos ejemplos en el Antiguo y Nuevo Testamentos. Jesucristo utilizó constantemente el símil. Un buen ejemplo es: «¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!» (Mt 23:37).
b.     La metáfora, que es la figura literaria por excelencia en la lengua española, consiste en palabras o expresiones que dicen que una realidad es como otra parecida. Es decir, se traslada el sentido de una persona o cosa a otra en virtud de la relación de semejanza que hay entre ellas. Como en el caso de los símiles, las metáforas son numerosas en la Biblia, y constituyen uno de los recursos retórico–literarios más utilizados para ilustrar en la enseñanza y predicación de Jesucristo. Para muestra, solo un par de ejemplos: «Yo soy el buen pastor, el buen pastor su vida da por las ovejas» (Jn 10:11); «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5:14a). Es impresionante e iluminador el hecho de que en el sermón del monte podemos encontrar cincuenta y seis metáforas.
c.     La analogía funciona, en la ilustración, basada en el principio de que las realidades o situaciones que se asemejan en ciertos aspectos, lo harán también en otros. Esto no debe confundirse con la comparación. En la analogía solo hay similitud entre dos o más atributos, circunstancias o efectos. El parecido es en forma proporcional. Por ejemplo, los filósofos antiguos, preocupados por el sentido total de la vida humana, al observar que la mariposa, viva y bella, emergía de una crisálida aparentemente muerta y poco atractiva, decidieron por analogía que el alma viviente del ser humano emergería en forma similar de su cuerpo muerto. Es decir, su observación de ciertas leyes naturales los llevó, a través del paralelismo analógico, a formular argumentos antropológicos. Por ejemplo, según Jesucristo, el acto de evangelizar es análogo al de pescar, y para Pablo, el evangelio es análogo a la dinamita. Con James Crane concordamos en que uno de los mejores, sino el mejor ejemplo del uso de la analogía en Jesucristo, es: «Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en é1 cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Jn 3:14–15).
d.     La parábola es, etimológicamente, la combinación de dos vocablos griegos: para, la preposición que significa «al lado de, junto a»; y ballein, el verbo «echar o arrojar». Juntos significan aquello que se coloca al lado de otra cosa, para demostrar la semejanza entre las dos. En resumen, parábola significa «semejanza». La parábola es semejante al símil, pero sus detalles se han ampliado como narración. En cierto sentido, la parábola es la extensión del símil. Es una historia concreta y fácilmente comprensible de lo cotidiano —real o imaginario— a fin de ilustrar una verdad que, quien la usa, quiere hacer clara y central en sus oyentes. La parábola se compone normalmente de tres partes: la ocasión, la narración y la aplicación o lección espiritual. La parábola enseña siempre una sola verdad central, exactamente como todo otro tipo de buena ilustración en el sermón.
Cuando la verdad del sermón se ilustra objetivamente a través de una historia que parece inocente, y se ejemplifica en la vida de alguien, su moraleja puede obrar positivamente en los oyentes. La parábola bien
construida no necesita explicar ni moralizar, puesto que estas funciones deben estar implícitas en la misma. Jesucristo no solo utilizó parábolas inspiradas en la naturaleza y en la vida social, política y doméstica, sino que también perfeccionó este género retórico–literario. Sus parábolas son ejemplos notables de ilustración, por su fuerza, equilibrio estructural y economía del lenguaje. La preparación de parábolas como material de ilustración para nuestros sermones, es una tarea difícil, pero su uso, en los casos no muy numerosos en que se hace posible, vigoriza el carácter pictórico y docente de la predicación.
e.     El suceso histórico es la imagen forjada en palabras sobre características de algún personaje o situación de la historia, preferiblemente de nuestros pueblos, que ofrezca ejemplos sobre aspectos de nuestros temas, aun en relación con manifestaciones de la providencia de Dios a través del devenir humano. Esto último obliga a la prudencia y cautela extremas en el uso de este tipo de ilustraciones. Además, somos llamados a buscar tales recursos en nuestra propia historia, pletórica de material ilustrativo. Los libros de ilustraciones, por ser hasta el presente en su mayoría traducciones del inglés, aunque proveen gran número de referencias a hechos históricos, son muchas veces desconocidos y completamente ajenos a los intereses de nuestras congregaciones. Lo mismo se aplica a las anécdotas ilustrativas, que a continuación comentaremos.
f.     La anécdota es el relato breve de un hecho curioso, poco conocido y ejemplificador, ya sea sobre personajes y situaciones reales o imaginarias. Su valor yace no tanto en su interés histórico o biográfico como en sus características narrativas, basadas más en lo inusual que en lo moral. Es lo fuera de lo común lo que, por vía de ejemplo, ofrece la lección espiritual. Este recurso, muy usado en nuestros púlpitos, requiere selección y formulación cuidadosas. Uno de los peligros de la anécdota es su degeneración en fábula. Esta, en su significado negativo, es la narración falsa, engañosa, de pura invención, que carece de todo fundamento. Es la ficción artificiosa con que se encubre o disimula una verdad. Aparece en casi toda la literatura de género mitológico. El uso más positivo de la fábula es como composición literaria, generalmente en verso, en que por medio de una ficción alegórica y la representación de personas y de personificaciones de seres irracionales, inanimados o abstractos, se da una enseñanza útil o moral. Entre las colecciones más conocidas por nuestra gente están las fábulas de Esopo, Samaniego y Hans Christian Andersen. El púlpito, opinamos, no es lugar para la fábula. Las anécdotas, ya sean reales o imaginarias, pero válidas por su relación directa y ejemplificadora con las verdades del evangelio y las necesidades humanas, tienen un lugar valioso en la predicación.
g.     La poesía es un género literario muy utilizado, con propósito ilustrativo, en la predicación. La buena poesía no solo contiene los pensamientos más sublimes que puede concebir la mente sino que además penetra y expresa las complejas profundidades de la naturaleza humana. Tanto los clásicos de todos los tiempos, como la poesía contemporánea, en sus expresiones cristianas, como en el amplio mundo de lo llamado secular, ofrecen en nuestra lengua cervantina una fuente inagotable de material ilustrativo. Aunque en general a nuestras congregaciones les agrada el uso de la poesía desde el púlpito, debemos ser muy cuidadosos. Una cosa es la poesía como medio de ilustración; otra es su uso como flor, adorno, para hacer más bonito el sermón. Por ello, a veces será sabio usar solo una estrofa o líneas del poema que ilustren el aspecto del tema en cuestión. Con lo dicho no desestimamos la belleza que el género poético agrega a la predicación; solo apuntamos que la ética antes que la estética debe dominar nuestro mensaje.
h.     El episodio o incidente biográfico es uno de los tipos de ilustración sermonaria de mayor uso y valor. Y esto con razón, pues, como bien apunta James D. Robertson: «No hay aspecto de la vida que no tenga paralelo en alguna biografía. Es aquí donde podemos encontrar un ejemplo concreto para cada verdad bíblica que tiene que ver con el ser humano».6 Un tipo especial, dentro de este género, es la autobiografía o experiencia personal de quien predica. El caso del apóstol Pablo, que reiteradamente usa sus propias experiencias para ilustrar la verdad, defender su ministerio y ensalzar la gloria de Dios, es constantemente emulado en nuestros púlpitos. Los testimonios personales son elementos comunes a nuestra predicación. El peligro está cuando, quien testifica, se transforma, inconsciente o conscientemente, en el personaje o héroe de la historia. Ahí es cuando la experiencia personal, que pretendía ilustrar una verdad, pierde su valor dentro del sermón, pues desvía la atención de la congregación del Personaje único, en última instancia, de todo sermón, Jesucristo, y la centra en quien predica. Las experiencias personales, como ilustraciones de nuestros sermones, deben ser pocas, breves, sencillas y claramente dirigidas a destacar explícitamente la gloria de Dios.
i.     Los medios visuales constituyen un recurso ilustrativo que es muy poco explotado en la predicación. Si prestamos seria atención a lo ya dicho al comenzar estos comentarios sobre la ilustración, esto es, que el ochenta y cinco por ciento del conocimiento que captamos es a través de lo que vemos, entonces comprenderemos el tremendo valor de usar todo tipo de objetos visibles como ilustraciones de lo que predicamos. Las posibilidades son múltiples, y es ahí donde nuestra creatividad al respecto será probada. Desde una simple moneda, hasta la proyección luminosa de una o varias imágenes mientras predicamos, pasando por todo aquello que pueda ser útil para ilustrar las enseñanzas del sermón, debemos aprovecharlo todo como material visual ilustrativo.
Debemos ser simples sin ser simplistas
Se cuenta de un viejo y sabio pastor que invitó a un joven recién graduado del seminario a predicar un domingo en su iglesia. Queriendo impresionar al anciano, el joven uso el vocabulario más rebuscado posible. Luego del mensaje, el anciano le dijo:
—Lo felicito por sus lúcidas palabras esta mañana. En mi oficina tengo un libro que las tiene todas.
—Imposible —le dijo el joven—. ¡Fue un mensaje original!
—Es más que cierto —respondió el anciano con toda seriedad— le enviaré una copia por correo.
A los dos o tres días el joven predicador recibió el paquete. Era un nuevo Diccionario de la Real Academia.
Cuento la historia por la tendencia que tenemos a pensar que un buen sermón tiene que ser una obra de gran erudición. Al contrario, tiene que ser una obra de gran claridad. El sermón bueno es uno que es práctico y entendible. Las cosas deben ser explicadas de tal forma que los simples lo entiendan, pero que el contenido satisfaga intelectualmente a los más entendido de la congregación. Esto se logra cuando lo dicho tiene relación directa y vital con las necesidades de la audiencia.
En su texto, Predicación y Misión, Osvaldo Mottesi cita a Lester Mathewson en una muy importante afirmación. Es relevante porque nos hace ver la función de la ilustración. Ella no es una interrupción que se hace a mitad de una charla para contar un relato, chiste o historia que le gustó al predicador. No, la ilustración no es una interrupción, es una aclaración. Juega un papel muy importante en el sermón. Aclara, amplia, explica algo de importancia que ha dicho el predicador. Mathewson7 describe las seis características de una ilustración:
1)     Ejemplifica algún principio.
2)     Ayuda a ver ese principio en acción.
3)     Ayuda a realizar la aplicación del principio.
4)     Contribuye a demostrar la necesidad y la ventaja de ese principio.
5)     Muestra la frecuencia del principio.
6)     Demuestra que puede haber resultados peligrosos si no se pone en práctica el principio que ella ilustra.
Como dice Mottessi:8
La clave está en la cuidadosa selección y elaboración de buenas ilustraciones. Escojamos y preparemos, entonces, ilustraciones comprensibles, apropiadas, interesantes, gráficas, breves y dignas de crédito. Huyamos de las ilustraciones trilladas, ya conocidas de todos. Jamás preparemos un sermón en torno a una ilustración. Las ilustraciones que necesitamos explicar, no sirven. Eliminemos toda inexactitud e imprecisión en nuestras ilustraciones. Seamos cuidadosos en el número de ilustraciones en cada sermón; posiblemente no más de una por cada división.
Conclusión
¿Dónde podemos encontrar las ilustraciones? Se oye a veces la expresión: El gran predicador es uno que lee mucho. Cierto, pues en los libros que leemos, en las experiencias vividas diariamente, en las revistas a nuestro alcance, en los programas de televisión que vemos, si los analizamos y estudiamos, encontraremos una gran variedad de ilustraciones. Dice Gayle Stone:
«Alguna gente pasa su vida entera sin darse cuenta del 90 por ciento de las cosas que ocurren a su alrededor». La realidad es que cada uno de nosotros tenemos capacidad para prestar atención. Algunos se fijan más que otros, quizás porque sus padres les enseñaron a observar todo. Tales personas tendrán la mente llena de recuerdos. Si alguien puede acercarse a usted y enseñarle cómo abrir la puerta a su memoria, es posible que tenga un rico caudal de información que ni sabía que tenía. Si usted se fija en todo, debe tener su cabeza llena de incidentes y sucesos interesantes. Pero, si acaso nunca se ha fijado mucho en lo que sucede a su alrededor, comience ahora. No hay límite en lo que puede aprender. Mientras tenga vida y respire, puede aprender a observar. Además, se sorprenderá, una vez que se ponga a pensar y a recordar, cuánto hay escondido en su subconsciente.9
La verdad es que todo lo que se ve, se oye, y se vive sirve para ilustrar conceptos. Nuestra misión posible es aprender a cómo reconocer esas ilustraciones que nos rodean a diario.
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