domingo, 30 de septiembre de 2012

Lecciones para Escuela Dominical: Búsqueda y Cuidado de Dios


biblias y miles de comentarios
 

La  teología  cristiana  enseña  la  gracia  preveniente,  que,  dicho  brevemente,  significa  que  el hombre, antes que busque a Dios, Dios está buscándole.
Antes que el hombre pueda pensar bien acerca de Dios, debe haber en él una iluminación interior.  Esta puede ser  imperfecta,  sin embargo,  el  hecho existe y es  la causa de todos  los anhelos, búsquedas y oraciones subsiguientes.

Buscamos a Dios porque él  ha puesto en nosotros deseos de dar con él.  "Nadie puede venir a mi —dijo el Señor Jesús- si mi padre celestial no le trajere" Y es esa atracción de Dios lo que nos quita todo vestigio de mérito por haber acudido a él. El impulso de salir en busca de Dios emana del propio Dios, pero el resultado de dicho impulso es que sigamos ardorosamente en pos  de él.  Y mientras  andamos  en pos  de él,  estamos  en sus manos.  "Tu diestra me ha sostenido" Salmos 63:8 V.M.

En este sostén divino, y seguimiento humano no hay contradicción alguna, porque como dice von Hugel, Dios es siempre previo Pero en la práctica (esto es, cuando el hombre responde la obra de Dios)  el  hombre  debe  salir  en busca de Dios.  Debe  haber  de nuestra  parte una respuesta recíproca a la atracción de Dios, si queremos disfrutar de la experiencia. Este interés, este anhelo ferviente, lo tenemos expresado en el Salmo 42, donde dice "Como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por tí, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré, y compareceré delante de Dios?" Este es un profundo llamado a lo profundo, y así lo entenderá el corazón anhelante.

La doctrina de la justificación por la fe -verdaderamente bíblica y bendita liberación del legalismo estéril y los vanos esfuerzos personales- ha caído en nuestros días en mala compañía.

Muchos la han interpretado en manera tal  que ha formado una barrera entre el  hombre y el conocimiento de Dios. Todo el  procedimiento de la conversión religiosa ha llegado a ser una cosa mecánica y sin espíritu. La fe, según dicen, puede llegarse a ejercer sin que tenga nada que ver con los actos de la vida, y sin turbar para nada al yo adámico. Se puede "recibir" a Cristo sin entregarle el alma ni tenerle amor alguno. El alma es salvada, pero no llega a sentir hambre y sed de Dios. Los que sostienen tal doctrina reconocen que el alma es capaz de contentarse con muy poco.

El  hombre de ciencia moderno ha perdido a Dios entre las maravillas de su mundo.  Nosotros  los  cristianos  corremos  peligro de perder  a Dios  entre las  maravillas  de su Palabra. Casi hemos olvidado que Dios es Persona, y que, por tanto, puede cultivarse su amistad como la de cualquier persona. Es propio de la persona conocer a otras personas, pero no se puede conocer a una a través De un solo encuentro. Solo al cabo de prolongado trato y compañerismo se logra en pleno conocimiento.

Toda relación social entre los seres humanos se origina en el trato personal de unos con otros. A veces comienza con un encuentro casual,  pero con el  trato continuo dicho encuentro fugaz se convierte en la más íntima amistad. La religión, siempre que sea genuina, es la respuesta que dan las personas creadas al Creador. "Esta, empero, es la vida eterna, que te conozcan el solo Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado."

Dios es persona, y en las profundidades de su poderosa naturaleza piensa, tiene deseos, goces,  sentimientos,  amor y padecimientos,  como puede tenerlos cualquier otra persona.  Para darse a conocer a nosotros se nos presenta como una persona.  Se comunica con nosotros por medio de nuestra mente,  nuestra  voluntad y nuestras  emociones.  El  intercambio continuo e ininterrumpido de amor y pensamiento entre Dios y el alma creyente, es el corazón palpitante de la religión del Nuevo Testamento.

Conocemos esta relación personal entre Dios y el alma por medio de la conciencia que tenemos  de ello.  Se trata de algo personal,  que no nos  llega  por  conducto de un grupo de creyentes, sino que cada persona, individualmente, sabe lo que es. El conjunto se entera de ello por medio de las personas que lo forman.  Y la persona es bien conciente de ello,  porque es imposible que el alma no se entere de ello, como ocurre con el bautismo de niños. Entra dentro de la esfera del conocimiento, de modo que el hombre "sabe" lo que es encontrarse con Dios, como sabe de cualquier otra cosa que le ocurre.
Usted y yo somos en pequeño (exceptuando nuestros pecados) lo que Dios es en grande.

Habiendo sido hechos a la imagen suya, tenemos la facultad de conocerle. Cuando estamos en el pecado, carecemos de ese poder, pero cuando el Espíritu nos da vida en la regeneración, todo nuestro  ser  siente  el  parentesco  con  Dios.  Y gozoso  se  apresura  a  reconocerlo.  Este  es  el nacimiento celestial sin el cual no podemos ver el reino de Dios. Pero la regeneración, o nuevo nacimiento, no es el fin del proceso sino simplemente el principio. Es el mero momento cuando comenzamos la búsqueda,  la feliz exploración que hace el  alma en busca de las inescrutables riquezas  de  la  Divinidad.  Es  ahí  donde  comenzamos,  pero  nadie  puede  decir  dónde  nos detendremos, pues las misteriosas profundidades de Dios, Trino y Único, no tienen fin.

Mar  sin límites,  ¿quién podrá sondearte? Tu propia eternidad ha de rodearte,  ¡Divina Majestad'
El haber hallado a Dios, y seguir buscándole, es una de aquellas paradojas del amor, que miran despectivamente algunos ministros que se satisfacen con poco, pero que no satisfacen a los
buenos hijos de Dios de corazón ardiente.

San Bernardo se refirió a esta santa paradoja en un sonoro cuarteto que comprenderán fácilmente aquellos que rinden culto a Dios con sincero corazón:

Gustamos de tí, santo y vivo pan
y ansiamos seguir comiendo aún más;
Bebemos de tí, puro manantial
Sin querer dejar de beber jamás.

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