domingo, 29 de septiembre de 2013

La Revelación de Dios: La Biblia y su estudio con provecho

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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La Biblia como revelación

Uno de los más importantes beneficios que nos da la Biblia es el de proporcionarnos información que no se encuentra en ninguna otra parte. Nuestras universidades nos ofrecen riqueza de conocimientos adquiridos por investigación humana del mundo natural. Aprendemos por observación, análisis, y especulación abstracta. Comparamos y contrastamos variedad de opiniones de doctos notables. Pero con todas las habilidades del conocimiento que tenemos a nuestra disposición en este mundo, no hay quien nos pueda hablar por medio de una perspectiva trascendental, nadie que pueda razonar con nosotros, como dicen los filósofos, sub specie aeternitatis.

Sólo Dios puede proporcionarnos una perspectiva eterna y hablar con nosotros con autoridad absoluta y terminante. Las ventajas que ofrece la Escritura consisten en proveernos de conocimientos no accesibles por ninguna otra fuente. Claro que la Escritura nos habla de asuntos que pueden aprenderse por otros medios. No dependemos enteramente del Nuevo Testamento para saber quién fue Augusto César o la distancia que hay entre Jerusalén y Betania. Pero el mejor geógrafo del mundo no nos puede enseñar el camino a Dios ni el mejor psiquiatra del mundo nos podrá dar una respuesta concluyente al problema de nuestra culpabilidad. Hay asuntos en la Sagrada Escritura que descubren lo que no está expuesto al curso natural de la investigación humana.

Aunque se puede aprender mucho de Dios por medio de un estudio de la naturaleza, es la revelación de él mismo en la Escritura la más completa y valiosa para nosotros. Existe una analogía entre cómo llegamos a conocer a las personas en este mundo y cómo nos relacionamos con Dios. Si queremos saber algo acerca de una persona hay muchas maneras de conseguirlo. Podríamos escribir a agencias oficiales indagando si tienen alguna ficha suya. Podríamos solicitar una copia de sus calificaciones en la escuela o la Universidad. Con estos documentos podríamos descubrir su biografía básica, registro médico, logros académicos y atléticos. Luego podríamos entrevistar a sus amigos para obtener una evaluación más personal. Pero todos estos métodos son indirectos y muchas de las cualidades intangibles de la persona quedarán fuera de nuestro escrutinio. Todos estos métodos no son más que fuentes secundarias de información.

Si deseamos obtener un conocimiento más exacto del individuo necesitamos conocerlo personalmente, observar su aspecto exterior, ver cómo se desenvuelve, qué modos emplea. Hasta quizás podríamos colegir cómo siente, cómo piensa, lo que valora y lo que le disgusta. Pero si deseamos llegar a conocerlo íntimamente tendremos que entrar en algún tipo de comunicación verbal con él. Nadie puede expresar con mayor claridad o exactitud lo que cree, siente, o piensa que la persona misma. A menos que el sujeto en cuestión escoja revelar esas cosas verbalmente, nuestro conocimiento estará limitado a la adivinación y la especulación. Sólo las palabras nos iluminarán.

Asimismo, cuando hablamos acerca del concepto de la revelación nos estamos refiriendo al principio básico de la autorrevelación. Las Escrituras nos llegan como autorrevelación divina. Aquí la mente de Dios se muestra descubierta en muchas cuestiones. Con un conocimiento de la Escritura no necesitamos depender de información de segunda mano o mera especulación para aprender quién es Dios y lo que Él valora. En la Biblia Dios se revela a sí mismo.

Teoría y práctica


Como el cristiano que rehúye la teología, hay aquellos que desdeñan cualquier tipo de búsqueda de conocimiento teórico de Dios, insistiendo más bien en ser “prácticos”. El espíritu de los EE.UU. ha sido definido como el espíritu del pragmatismo. Este espíritu en ningún lugar se manifiesta tan claramente como en el campo de la política o en el sistema de escuelas públicas. Este último ha sido informado por los principios y métodos de educación establecidos por John Dewey.
El pragmatismo puede ser definido simplemente como la aproximación a la realidad que toma la verdad como “lo que da resultado”. El pragmatismo se preocupa por los resultados, y los resultados determinan la verdad. El problema con este tipo de pensamiento, si se priva de ser informado acerca de la perspectiva eterna, es que los resultados tienden a ser juzgados en términos de metas a corto plazo.

Este dilema lo experimenté al matricular a mi hija en el sistema de escuela pública en el kindergarten. La niña asistió a una escuela muy progresiva fuera de Boston. Después de unas semanas recibimos una notificación de la escuela anunciando que el director sostendría una reunión abierta con los padres con el fin de explicar el programa y los procedimientos empleados. En la reunión el director explicó cuidadosamente el programa diario. Dijo: “No se alarmen si su hijo llega a casa y les dice que estuvo armando rompecabezas o jugando con arcilla plástica. Puedo asegurarles que todo en la rutina diaria se hace con un propósito. De 9:00 a 9:17 A.M. los niños juegan con rompecabezas que han sido cuidadosamente diseñados por expertos ortopedistas para desarrollar los músculos motores de los últimos tres dedos de la mano izquierda”. Siguió explicando cómo cada minuto del niño estaba planeado con hábil precisión para asegurar que cada cosa fuese hecha con un propósito. Quedé muy impresionado.

Al final de su presentación, el director nos invitó a hacer preguntas. Yo alcé mi mano y dije: “Estoy profundamente impresionado por la cuidadosa planificación que se ha llevado a cabo en este programa. Puedo ver que cada cosa se efectúa con un propósito en mente. Mi pregunta es: ¿Cómo decide usted qué “propósito” emplear? ¿Qué tipo de propósito final se usa para decidir los propósitos individuales? ¿Cuál es el propósito general de sus propósitos? En otras palabras, ¿qué clase de niño está usted tratando de producir?”

El hombre se puso blanco y después rojo y en términos vacilantes contestó: “No lo sé; nadie me había hecho esa pregunta”. Le agradecí el candor de su respuesta y la humildad genuina que demostró, pero al mismo tiempo, su respuesta me aterró. ¿Cómo podemos tener propósitos sin un propósito? ¿Dónde podemos acudir para descubrir la prueba máxima de nuestro pragmatismo? Aquí es donde la revelación trascendental es más crítica a nuestras vidas. Aquí es donde el contenido de la Escritura es más relevante para nuestra práctica. Sólo Dios nos puede dar la evaluación final de la sabiduría y valorar nuestras prácticas.

La persona que desdeña la teoría y se llama práctica no es sabia. Quien se preocupe por sí mismo solamente con metas a corto plazo puede tener serios problemas cuando se trate de metas a largo plazo o la eternidad. Debo añadir también que no puede haber práctica sin alguna teoría en el fondo. Hacemos lo que hacemos porque tenemos una teoría en cuanto al mérito de hacerlo. Nada revela más elocuentemente nuestras más profundas teorías que nuestra práctica. Puede que nunca pensemos seriamente acerca de nuestras teorías ni las pongamos en tela de juicio, pero todos las tenemos. Como en el caso del cristiano que quiere a Cristo sin la teología, la persona que quiere la práctica sin la teoría generalmente termina con malas teorías que llevan a una mala práctica.

Como que las teorías que se hallan en la Escritura proceden de Dios, la Biblia es eminentemente práctica. Nada podría ser más práctico que la Palabra de Dios pues procede de una teoría que se establece de la perspectiva eterna. La debilidad fatal del pragmatismo sucumbe ante la revelación.

El cristiano sensual

Frecuentemente me he visto tentado a escribir un libro titulado El cristiano sensual. La mujer sensual, El hombre sensual, La pareja sensual. La divorciada sensual … al punto de saturación, todos han sido éxitos de librería. ¿Por qué no El cristiano sensuall?

¿Qué es un cristiano sensual? Un diccionario define sensual como “perteneciente a los sentidos u objetos sensibles: altamente susceptible por los sentidos”. El cristiano sensual es el que vive por los sentimientos más que por su entendimiento de la Palabra de Dios. El cristiano sensual no puede ser movido al servicio, la oración, o el estudio a no ser que él “tenga ganas”. Su vida cristiana es solamente tan efectiva como la intensidad de los sentimientos en ese momento. Cuando experimenta la euforia espiritual, es un remolino de actividad divina; cuando está deprimido, es un incompetente espiritual. Constantemente busca experiencias nuevas y frescas y las utiliza para determinar la Palabra de Dios. Sus “sentimientos internos” se convierten en la máxima prueba de la verdad.

El cristiano sensual no necesita estudiar la Palabra de Dios porque él ya conoce la voluntad de Dios a través de sus sentimientos. Él no quiere conocer a Dios: quiere experimentarlo. El cristiano sensual iguala “la fe de un niño” con la ignorancia. Él piensa que cuando la Biblia nos llama a tener la fe de un niño se refiere a una fe sin contenido, una fe sin entendimiento. Él no sabe que la Biblia dice: “Sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” (1 Co. 14:20). No se da cuenta de que Pablo nos dice una y otra vez: “No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio” (véase, por ejemplo, Ro. 11:25).

El cristiano sensual va alegre por su camino hasta que se encuentra con el dolor de la vida, que no es tan alegre, y se desploma. Por lo general termina por abrazarse a un tipo de “teología relacional” (la más terrible maldición de la cristiandad moderna) donde las relaciones personales y la experiencia toman precedencia sobre la Palabra de Dios. Si la Escritura nos demanda una acción que pueda poner en peligro una relación personal, entonces la Escritura debe ponerse en tela de juicio. La ley más elevada del cristiano sensual es la de que los sentimientos malos deben ser evitados a toda costa.

La Biblia está dirigida primordialmente, aunque no exclusivamente, a nuestro entendimiento. Eso, en cuanto a la mente. Esto resulta difícil de comunicar a los cristianos modernos que están viviendo en lo que podría ser el período más antiintelectual de la civilización occidental. Nótese, no dije antiacadémico ni antitecnológico ni antidocto. Dije antiintelectual. Hay una fuerte corriente de antipatía hacia la función de la mente en la vida cristiana.

En punto de hecho, existen razones históricas para esta clase de reacción. Muchos laicos han sufrido el resultado de lo que un teólogo ha definido como “la traición del intelectual”. Tanto escepticismo, cinismo, y crítica negativa han salido del mundo intelectual de los teólogos que los laicos han perdido su confianza en los proyectos intelectuales. En muchos casos se teme que la fe no pueda sostenerse bajo el escrutinio intelectual, por lo que la defensa se convierte en la denigración de la mente humana. Nos volvemos a los sentimientos en lugar de volvernos a nuestras mentes para establecer y preservar nuestra fe. Este es un problema muy serio al que nos enfrentamos en la iglesia del siglo xx.
El cristianismo es supremamente intelectual, aunque no intelectualista. O sea, la Escritura está dirigida al intelecto sin al mismo tiempo abrazar un espíritu de intelectualismo. La vida cristiana no debe ser una vida de meras conjeturas o racionalismo frío; debe ser una vida de pasión vibrante. Fuertes sentimientos de gozo, amor, y exaltación se manifiestan una y otra vez. Pero esos sentimientos pasionales son una respuesta a lo que con nuestras mentes entendemos que es verdad. Cuando leemos en la Escritura: “Confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33), el bostezo no es una respuesta apropiada. Podemos sentirnos animados porque entendemos que Cristo ciertamente ha vencido al mundo. Eso estremece nuestras almas y nos hace bailar de contento. ¿Qué es más maravilloso que experimentar la dulzura de la presencia de Cristo o la cercanía del Espíritu Santo?
Dios no permitió que perdiésemos nuestra pasión o que pasáramos por el peregrinaje cristiano sin una experiencia de Cristo. ¿Qué sucede cuando hay un conflicto entre lo que Dios dice y lo que yo pienso? Debemos hacer lo que Dios dice, nos guste o no. Eso es de lo que trata el cristianismo.

Reflexione un momento. ¿Qué sucede en su propia vida cuando usted actúa según lo que tiene ganas de hacer y no según lo que sabe y comprende que se le está pidiendo que haga? Aquí nos enfrentamos a la cruel realidad de la diferencia entre la felicidad y el placer. ¡Cuan fácil es confundir las dos cosas! La búsqueda de la felicidad se considera nuestro “derecho inalienable”. Pero la felicidad y el placer no son la misma cosa. Los dos son agradables, pero sólo uno es duradero. El pecado puede traer placer, pero no la felicidad. Si el pecado no fuese tan placentero, apenas representaría una tentación. Pero, mientras que el pecado frecuentemente “es agradable”, no produce felicidad. Si no conocemos la diferencia o, peor aun, no nos importa la diferencia, habremos avanzado a grandes pasos para convertirnos en el máximo cristiano sensual.

Es precisamente en el punto de discernir la diferencia entre el placer y la felicidad en el que el conocimiento de la Escritura es tan vital. Existe una relación maravillosa entre la voluntad de Dios y la felicidad humana. El engaño fatal de Satanás es la mentira de que la obediencia jamás nos podrá proporcionar felicidad. Desde la tentación primordial de Adán y Eva a la seducción satánica de anoche, la mentira ha sido la misma. “Si haces lo que Dios ordena, no serás feliz. Si haces lo que yo digo, serás ‘liberado’ y conocerás la felicidad”.

¿Qué tendría que ser verdad para que el argumento de Satanás fuese cierto? Parecería que para que el argumento de Satanás fuese cierto, Dios tendría que ser una de estas tres cosas: ignorante, malévolo, o engañoso. Podría ser que la Palabra de Dios no funcione para nosotros porque procede de sus divinas equivocaciones.

Simplemente, Dios no sabe lo suficiente para decirnos lo que necesitamos hacer para obtener la felicidad. Probablemente desea nuestro bienestar, pero simplemente no sabe lo suficiente como para instruirnos adecuadamente. A Él le gustaría ayudarnos a salir adelante, pero las complejidades de la vida y las situaciones humanas sobrecogen su mente.

Tal vez Dios es infinitamente sabio y sabe lo que es bueno para nosotros mejor que nosotros mismos. Tal vez Él entiende las complejidades del hombre mejor que los filósofos, moralistas, políticos, maestros de escuela, pastores, y la Sociedad Psiquiátrica. Pero nos odia. Él conoce la verdad pero nos lleva por mal camino para Él seguir siendo el único ser feliz en el cosmos. Probablemente su ley es una expresión de su deseo de deleitarse alegremente en nuestra miseria. Por tanto, su malevolencia hacia nosotros lo lleva a adoptar el papel del Gran Impostor. ¡Disparates! Si eso fuese cierto, entonces la única conclusión a la que podríamos llegares que Dios es el diablo y el diablo es Dios, y las Sagradas Escrituras son en realidad el manual de Satanás.

¿Absurdo? ¿Inconcebible? Yo desearía que lo fuese. Literalmente en miles de estudios de pastores, la gente está siendo aconsejada a actuar en contra de la Escritura porque el pastor quiere que sean felices. “Sí, Sra. Pérez, vaya y divorcíese de su esposo a pesar de que no tiene usted la orden bíblica, ya que estoy seguro de que usted nunca encontrará la felicidad casada con un hombre como ese”.
Si hubiera algún secreto -un secreto cuidadosamente velado- para alcanzar la felicidad humana, sería aquel expresado en un catecismo del siglo que dice: El fin primordial del hombre es el de glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre”. El secreto de la felicidad se encuentra en la obediencia a Dios. ¿Cómo podemos ser felices si no somos obedientes? ¿Cómo podemos ser obedientes si no sabemos a qué obedecer? En resumen, la felicidad no puede ser completamente descubierta mientras permanezcamos ignorantes de la Palabra de Dios.

Dicho sea de paso, el conocimiento de la Palabra de Dios no garantiza que haremos lo que dice, pero cuando menos sabremos lo que deberíamos estar haciendo en nuestra búsqueda de realización como humanos. La cuestión de la fe no es tanto si debemos creer en Dios, como si realmente creemos al Dios en quien creemos.

Una cuestión de deber

¿Por qué debemos estudiar la Biblia? Hemos mencionado brevemente el valor práctico, la importancia ética, y el camino de la felicidad. Hemos visto algunos de los mitos que proponen las personas que no estudian la Biblia. Hemos discurrido algo acerca del espíritu de pragmatismo y el clima antiintelectual de nuestros días. Hay muchas facetas en la pregunta e innumerables razones por las que debemos estudiar la Biblia.

Yo podría tratar de convencerlos de estudiar la Biblia para su edificación personal. Podría tratar, mediante el arte de la persuasión, de estimular su búsqueda de la felicidad. Podría decir que el estudio de la Biblia probablemente sería la experiencia educacional más satisfactoria y ventajosa de toda su vida. Podría citar numerosas razones por las que saldría beneficiado de un estudio serio de la Escritura. Pero, en última instancia, la razón principal por la que debemos estudiar la Biblia es porque es nuestro deber.

Si la Biblia fuese el libro más aburrido, insípido, y menos interesante del mundo, y aparentemente irrelevante, aun así sería nuestro deber estudiarla. Si su estilo literario fuese torpe y confuso, el deber seguiría existiendo. Vivimos como seres humanos bajo una obligación por mandato divino de estudiar diligentemente la Palabra de Dios. Él es nuestro Soberano; es su Palabra y Él nos ordena que la estudiemos. Un deber no es una opción. Si aún no ha empezado a responder a esa orden, entonces necesita usted pedirle a Dios que lo perdone y tomar la resolución de llevar a cabo su deber desde este día en adelante.

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