miércoles, 26 de febrero de 2014

puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros: ¿Quiénes son "vosotros"?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 

 
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Resurrección y Responsabilidad

Juan 20:1–21:25

“Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros” (Juan 20:19)

“Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21).

En el Antiguo Testamento, cuando se quería hacer hincapié en el poder de Dios, siempre se hacía referencia al éxodo. La mano poderosa del Señor se había hecho muy evidente en la noche de la pascua y en todos los años de la peregrinación.
Al pasar al Nuevo Testamento, los autores, siempre bajo la dirección del Espíritu Santo, citaban la resurrección como una prueba contundente del poder divino. El capítulo 20 de Juan testifica de ese poder y sus consecuencias. Los que niegan la resurrección de Cristo se oponen también a los cuatro evangelios, al resto del Nuevo Testamento y a los profetas del Antiguo. La resurrección es una doctrina central en la enseñanza bíblica y en nuestra fe.


EL DESCUBRIMIENTO
20:1–29


María Magdalena 20:1
Es fácil de entender la devoción que esa mujer tenía por Señor. Las Escrituras dicen que es la misma de quien Cristo había sacado siete demonios, por lo que su gratitud era inmensa. Estuvo presente ante la cruz con otros amigos fieles. Aunque acompañada por otras mujeres (Lucas 24:1), Juan indica que ella fue la primera en llegar a la tumba “el primer día de la semana… siendo aún oscuro…” (20:1).


EL VALOR DE QUIENES NO SE ESPERABA,
CONTINUÓ MANIFESTÁNDOSE: JOSÉ,
NICODEMO Y LAS MUJERES.



Cuál fue su sorpresa cuando “vio quitada la piedra del sepulcro” (v. 1). Su conclusión natural fue que alguien había violado la tumba, aunque la cueva había sido sellada la noche anterior con una especie de puerta, además del sello oficial puesto por las autoridades. La puerta en sí consistía de una piedra redonda, grande y, por supuesto, muy pesada. Imagínese una gran rueda de piedra que descansaba en una ranura o zanja angosta. Dicha ranura pasaba por la entrada en un plano descendente, su parte más baja quedó directamente frente a la abertura de la cueva.
Antes de ser usada la tumba, tal vez la piedra estaba en la parte alta (siempre en su ranura), sostenida en su lugar por una cuña. Al cerrar la tumba se debe haber quitado la cuña, haciendo que la piedra se deslizara hacia abajo en su ranura, cubriendo así la abertura. Las mujeres, encaminándose hacia el sepulcro, iban preocupadas pensando quién les ayudaría a mover semejante mole de piedra otra vez hacia arriba para abrir la tumba. Al llegar allí, dice Juan que encontraron la piedra “quitada”, o sea, removida, fuera de la ranura, que era el lugar correcto.

Pedro y Juan 20:2–10
María les avisó de su hallazgo y ellos corrieron al sepulcro. Juan llegó primero, pero no necesariamente porque fuera mejor atleta, aunque sí era más joven. Por otro lado, es posible que Pedro cargara con el peso extra de su conciencia que le remordía. Sin duda, en el camino ambos iban pensando que María se había equivocado. Como dice un comentarista: ¡Nadie se apresura a un cementerio para ver a los muertos! Tampoco esperaban que la resurrección hubiera ocurrido.
Su reacción a lo que encontraron al llegar a la tumba la podemos resumir en tres versículos que enfatizan el verbo “ver.”
Juan “bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró” (v. 5). La palabra que el Espíritu guió a Juan a usar quiere decir “percibir y entender”. Entonces, el discípulo no sólo dejó que sus ojos grabaran la escena, reportando los detalles a la mente. Desde el principio, ¡Juan entendió la magnitud del hecho! Lo que vio no era resultado de un robo; ¡Cristo había resucitado!
Pedro “entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte” (vv. 6–7). Esta vez el Espíritu Santo que inspiró a los que escribieron la Biblia, vuelve a usar la palabra “vio”, que significa “presenciar”, como alguien cuando va al teatro.
Juan entró también “y vio y creyó” (v. 8). La palabra combina “ver” y “saber”. Quiere decir que Juan supo con certeza, y creyó de la misma manera, que Cristo había resucitado, aun antes de verlo personalmente.
Estos hombres no habían entendido lo que Cristo les había enseñado acerca de la resurrección (v. 9), pero la visita a la tumba vacía empezó a levantar la neblina de su mente.

¡LA TUMBA VACÍA ES LA EVIDENCIA
INCONTROVERTIBLE DE QUIÉN ES CRISTO!


María y Cristo resucitado 20:11–18
María regresó a la tumba con un pequeño ajuste de perspectiva. Aparentemente ya no pensaba tanto en un robo, sino en que algún amigo se había llevado el cuerpo a otra parte, tal vez para preservarlo. De todos modos, el cuerpo había desaparecido, y ella dio rienda suelta a sus lágrimas. Es asombroso que no se asustara al ver a los ángeles (v. 12), sino que tuvo valor para explicarles su sentir. En eso, dio la vuelta y vio a Jesús sin saber quién era.
No fue hasta que oyó su nombre pronunciado por los labios de su Señor que supo quién era. Juan traduce “Raboni,” como “Maestro” para sus lectores no judíos. Pero para ellos, quería decir “mi propio maestro, muy querido”. La reacción muy natural de María, que pensaba que había “perdido” a su Maestro para siempre al morir, fue de abrazarlo y detenerlo para no dejar que se fuera otra vez. El Señor no permitió que su reacción continuara, y le dio dos razones: Primero, que todavía no había ascendido y tenía algo pendiente que hacer. Antes debía ascender al Padre para presentarle oficialmente su sangre derramada en propiciación por los pecados en el Lugar Santísimo, ante la presencia de Dios en el cielo. La segunda razón que le dio para que desistiera de su actitud, fue que tenía una encomienda especial para ella (v. 17): Ir a reportarlo todo a sus “hermanos”.

Los discípulos y Cristo resucitado en dos domingos 20:19–29
Los discípulos. El grupo de sus seguidores todavía no había entendido completamente la realidad de su resurrección. No disfrutaban del gozo que debieran tener, sabiendo que ésta se había realizado, sino que sufrían por miedo a los judíos. En eso estaban cuando milagrosamente Cristo apareció entre ellos saludándolos en su forma característica: “Paz a vosotros”. ¡Cómo la necesitaban! Los eventos de los últimos dos o tres días los habían lanzado a una tempestad de distintas emociones. Y ahora, sin pasar por la puerta, llegaba Cristo poniéndose en medio de ellos. Sí, les hacía mucha falta la paz.
El Señor les mostró las evidencias de su muerte en la cruz y “se regocijaron viendo al Señor” (v. 20). Fue entonces que les recordó que les había dado una comisión. Para cumplir con esa tarea era necesario un poder especial. Entonces “sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (v. 22). En esa ocasión les dio lo que necesitaban para ser sus representantes mientras llegaba el día de Pentecostés. Fue un período único, el lapso entre la ascensión de Cristo y la venida del Espíritu.
“A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (v. 23). La facultad de perdonar pecados sólo pertenece a Cristo. A sus seguidores corresponde anunciar al mundo que en Cristo hay perdón. Este versículo no enseña que un hombre puede perdonar el pecado. Tampoco es el principio de una ordenanza o sacramento. Es una comisión de predicar la remisión de pecados por la sangre de Cristo. Al no hacerlo, “les son retenidos.”


¡CON CADA PRIVILEGIO, CRISTO
NOS DIO UNA RESPONSABILIDAD!



Tomás. Tomás se había perdido de la bendición maravillosa que los otros habían experimentado. Aun con toda la evidencia que se había ido acumulando, expresó su duda. El quería practicar un examen físico de la evidencia. Precisamente el domingo siguiente tuvo su oportunidad. Estando él presente con los demás discípulos en el mismo lugar que antes, Cristo volvió a aparecer y extendió a Tomás la invitación para que tocara sus heridas, pero éste no aceptó. Con sólo ver, declaró: “¡Señor mío, y Dios mío!”

El propósito del cuarto evangelio 20:30–31
En cierto sentido, el encuentro con Tomás representa el clímax del libro. Su confesión es exactamente lo que Cristo buscaba de todos sus oyentes. Esto concuerda con el objetivo de Juan al escribir el libro. Véase la primera lección que trató acerca de este tema.
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EPÍLOGO: ¡A SERVIR!
21:1–25


El último capítulo es un suplemento, una especie de apéndice que trata algunos asuntos pendientes entre los discípulos. No cabe duda que el tema principal de la obra termina en 20:31. Sin embargo, el mismo autor, probablemente en el corto plazo, agregó una conclusión a su obra maestra. No hay ningún manuscrito original entre los que existen que no tenga el capítulo 21 como parte integral del evangelio. Debemos dar gracias a Dios porque aclaró varios puntos sobre los que hubieran quedado dudas. Tal vez esto es precisamente lo que Juan tenía en mente.

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Los pescadores y Cristo resucitado 21:1–14
La escena cambia de Jerusalén a Galilea. Según el mensaje angelical de Mateo 28:7, el Señor prometió encontrarlos allí. Además, debido a la inseguridad que sentían los discípulos en aquellos días, no les pareció mala idea regresar “a casa”.
Siete de ellos, bajo la influencia del siempre impetuoso Pedro, decidieron salir a pescar, tal vez porque estaban cansados, aburridos, o por necesidad económica; no hubo nada malo en ello. El Señor no los regañó, pero, como que esos expertos ya habían perdido “el toque”, porque aunque estuvieron fuera toda la noche, no pescaron nada.
Una figura indistinguible en la playa les preguntó si habían recogido algo a lo que respondieron en forma típica de pescadores frustrados, con un fuerte, lacónico, y desanimado “¡No!” Entonces la voz autoritaria de la misma figura les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis” (v. 6). En eso, Juan reconoció al Señor, y Pedro se lanzó al agua para llegar hasta él.
Los peces abundaban en la red (v. 11), pero Pedro estaba más interesado en estar al lado de Cristo. Eso fue lo que caracterizó a Pedro en toda la historia del ministerio terrenal de Cristo. El Señor también manifestó algo típico de él: hizo provisión para los suyos y les preparó el desayuno.

¡PENSEMOS!

 Cristo tiene un gran propósito para los suyos. El plan incluye la geografía, o sea el lugar donde debemos estar. En el caso de los discípulos, tenían una cita en Galilea. El plan de Dios se nos revela a través de su Palabra. La voz que vino por sobre las aguas del lago, dijo: “Echad la red a la derecha” y es la misma que nos habla por toda la Biblia. El plan también considera las necesidades de los suyos y hace la provisión necesaria. ¡Cómo han de haber saboreado aquel desayuno delicioso en la playa! Sin duda, les gustó más porque Cristo estaba presente. El Señor también atiende las necesidades de los suyos en esta época: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19). Este es parte de su plan.

“El pescador” y Cristo resucitado 21:15–19
Es interesante notar que los elementos “pescado” y “fuego” se mencionan siempre en relación con los seguidores de Cristo. Su reclutamiento inicial ocurrió cuando se dedicaban a la pesca. Al final de la historia, Pedro sufrió una derrota ignominiosa alrededor de una fogata ante una sirvienta. Aquí, alrededor de otra fogata, Cristo tiernamente habla con el discípulo apenado y arrepentido.
Con Pedro, Cristo hizo hincapié en el amor. Claro que era imprescindible responder positivamente a la luz que Cristo arrojaba. Los fariseos no lo hicieron. La doctrina que el Hijo enseñó venía del cielo, desde donde él vino a revelar la obra y carácter de Dios.
La doctrina tiene una gran importancia. Pero, al fin y al cabo, uno tiene que enamorarse de Cristo. Este no es un factor adicional a la doctrina, o a la luz. El amor viene por obra del Espíritu, a través de la doctrina y la luz, y crece en una vida de obediencia a ellas. La prueba del carácter cristiano y grado de fe que uno profesa está en el amor que tiene por Cristo.


EL CRISTIANISMO ES CRISTO.
SER CRISTIANO ES SOSTENER UNA
RELACIÓN PERSONAL CON ÉL.
ESTA RESULTA EN AMOR, QUE A SU VEZ
PRODUCE SERVICIO.



Pedro el pescador, ya reconciliado con su Maestro, recibió una nueva comisión. La figura que el Señor emplea ya no es de pescador, sino de pastor de ovejas, a las que le encomendó que apacentara. ¡Gracias a Dios por su misericordia! Sin duda, Pedro diría como Pablo: “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio” (1 Timoteo 1:12).
Durante los momentos cuando confiaba más en sí mismo (Juan 13:37), Pedro había dicho que estaba dispuesto a poner su vida por Cristo. En ese entonces no sabía cuán débil era. Ahora, al lado del mar de Galilea, con un espíritu mucho más humilde, escuchó al Señor prometerle una muerte semejante a la suya. No obstante las dificultades, la oposición y el odio del mundo, o la muerte en forma de cruz, le dijo: “¡Sígueme!”. Dios pudo hacer uso de Pedro como relata Hechos 1 y 2, porque obedeció de corazón lo que Cristo le dijo.


Dos discípulos y dos rutas qué seguir 21:20–23
Dios tiene un solo plan, pero los detalles no son idénticos para todos los creyentes. El Señor había señalado la forma en que Pedro moriría. Dando muestras de que no había cambiado totalmente, el Pedro de antes señaló a Juan y preguntó a Jesucristo: “¿Y qué de éste?” La contestación del Señor originó el rumor de que Juan no moriría, sino que quedaría vivo hasta su segunda venida.
Pero Cristo no lo dijo así, y Juan mismo lo aclaró: “Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?” (v. 24). Perceptivo como siempre, Juan reconoció que todo dependía de la voluntad de Dios y que su plan era personal y oportuno. A ellos les tocaba dedicarse a vivir su propia vida, siempre con el poder del Espíritu Santo, sin preocuparse de los detalles del plan que Dios tenía para los demás.

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Comentario final 21:24–25
Las penúltimas palabras representan el testimonio de otro autor, tal vez procedente de los hermanos de Efeso. El último versículo alude al muchísimo material que no se incluyó en ninguno de los evangelios. Los tres años y medio de ministerio de Cristo produjeron más de lo que se podría incluir en una biblioteca completa de libros.
Sin embargo, tenemos en la Biblia exactamente lo que Dios quiso. Es más; él no nos responsabiliza por lo que no está incluido en su Libro, sino por lo que sabemos de su voluntad y la manera en que lo ponemos en práctica.

¡PENSEMOS!

 Principiamos el presente estudio diciendo que el Evangelio de San Juan presenta leche y viandas a la vez. Para los nuevos creyentes, hay leche y pueden disfrutar de los aspectos más sencillas de, por ejemplo, Juan 3:16. Este mismo versículo ofrece también vianda para el creyente más maduro. Ni este libro ni la Biblia nos defraudan nunca. Cada vez que se abre, hay más tesoros que debemos apropiarnos.

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