domingo, 6 de julio de 2014

El maestro de Escuela Dominical: Ayuda en el dolor emocional de los niños

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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El Dolor Emocional de los Niños: Cómo Ayudar

Es importante aclarar desde un principio los parámetros que definen lo que estoy llamando “ayuda pastoral al niño”. Cuando uno se acerca al dolor emocional de los niños, la tendencia es de responder con una u otra actitud que representa dos extremos. 

Una de esas actitudes es negar la realidad de que existe dolor en la vida de los niños, porque preferimos seguir creyendo que ellos son felices por naturaleza e incapaz de entender las dimensiones de la angustia humana. La otra actitud es de creer que la resolución del dolor en el niño supera totalmente nuestras capacidades y que la única solución es recurrir a la ayuda de psiquiatras o consejeros profesionales. 

La primera reacción no es válida y que la segunda es absolutamente necesaria, pero solo en algunos casos. Es mi fuerte convicción de que no podemos ayudar al niño si no partimos del hecho de que todo niño sufre dolor emocional, algunos más que otros, por las vivencias que experimenta en su hogar y en su entorno social. Es también mi convicción que todo adulto, y especialmente los que somos maestros, podemos hacer mucho para aliviar ese dolor y lograr sanidad emocional en la vida del niño. Y no tenemos que ser consejeros profesionales para lograrlo.

El maestro que trabaja en el contexto religioso tiene importantes recursos espirituales para ofrecerle al niño una contención correcta y adecuada. Aún más, son los recursos espirituales que nosotros mismos gozamos que nos dan la confianza para lanzarnos a esta tarea. Pero es necesario señalar que lo primero que hace falta para que esa ayuda se haga realidad es que el maestro defina su ministerio por algo más que la tarea de enseñanza. Debe ver su ministerio como una “tarea pastoral” y su vida como el instrumento que Dios utiliza para ofrecer al niño la contención espiritual que necesita, similar a lo que ejerce el pastor en relación a la congregación. Ese enfoque cambia el sentir de lo que hace, y demanda un compromiso distinto en cuanto a la tarea de formación espiritual del niño. Para empezar, impone la obligación de lograr una capacitación cabal para comprender las necesidades del niño en sus distintas etapas de desarrollo. Pero también requiere que haya una disposición conciente de permitir que Dios utilice su vida como un canal de ayuda y bendición para el niño, en formas que son más que una mera presentación académica de la lección bíblica en una clase los días domingo.

Lo que la ayuda pastoral NO es
Esta postura que quiero presentar es sencilla. Para empezar, el maestro NO está asumiendo un papel para el cual no está capacitado, como por ejemplo, el de asumir el rol de psicopedagogo o psicólogo. NO asume el papel de ser un experto en la terapia familiar. Tampoco NO está tratando de restarle autoridad al pastor titular de la iglesia ni a asumir una autoridad espiritual que no le haya sido delegada. NO cree tener todas las soluciones para resolver la confusión y el dolor del niño ni tampoco tiene la capacidad ni el tiempo de atender a todos los casos que le puedan llegar. Al contrario, acepta con humildad sus limitaciones y se da cuenta, desde el inicio de su ministerio, de que las necesidades de sus alumnos superan sus capacidades como ser humano. Igualmente reconoce que el entorno familiar del niño queda fuera de su alcance en cuanto a lograr transformaciones que uno desearía para el bien del niño. Su ayuda se limita, en la mayoría de los casos, a fortalecer espiritualmente al niño para que éste pueda enfrentar con otra actitud su triste realidad que probablemente no tenga soluciones inmediatas.

Debo enfatizar que la ayuda pastoral al niño NO debe proponer soluciones mágicas. Hoy en día en muchas de las iglesias evangélicas latinoamericanas hay una constante búsqueda por ver milagros. Parece que tenemos la necesidad de creer que el “Dios de lo imposible” puede intervenir en forma espectacular en las circunstancias que limitan el bienestar de los humanos. Eso hace que la oración se transforme en una forma de manipuleo a la soberanía de Dios, donde se insiste que él conceda el milagro que tanto anhelamos. Para dar más evidencia de una fe vigorosa, declaramos con soberbia que Dios va a conceder lo que hemos pedido, como si esto fuera nuestro derecho. Entonces, cuando le hacemos promesas al niño sobre el obrar de Dios (ejemplo: “Dios no va a permitir que tus padres se separen”), es jugar con su tierna fe y crear la posibilidad de un desengaño cuando no acontece lo que se dijo. La tendencia del niño es creer absolutamente en la palabra de su maestro y cuando ve defraudado esa confianza, es posible que empiece en él un proceso de desilusión en cuanto a Dios y en cuanto a la iglesia. Por eso el maestro, siendo responsable del correcto cuidado pastoral que ofrece al niño, debe presentarle a Dios como realmente es: un Dios soberano involucrado en la vida de sus hijos para ayudarlos a tomar buenas decisiones ante las circunstancias de la vida y para fortalecerlos cuando experimentan dolor y sufrimiento. Es, además, un Dios que se compromete con sus hijos para ayudarlos a resistir la tentación al pecado y a transformar situaciones luego que ellos hayan permitido que Dios los transforme primero. Reitero, entonces, que la oración no es una varita mágica para eliminar los contratiempos de la vida. La oración es el diálogo constante que utilizamos para desarrollar y fortalecer nuestra relación personal con Dios y por la cual vamos entendiendo sus propósitos en nuestra vida.

La ayuda pastoral al niño NO debe definirse en términos de una “guerra espiritual”. Aunque este enfoque se ha hecho muy popular en las iglesias evangélicas, debemos cuidarnos mucho con utilizar esta metodología con los niños. No hay duda que el Enemigo de nuestras almas lucha continuamente para destruir la vida espiritual de grandes y pequeños. No podemos negar tampoco que Satanás utiliza a adultos para dañar y destruir a los niños. La guerra espiritual es una realidad en la vida del creyente, sea adulto o niño. Sin embargo, cuando definimos la vida cristiana en estos términos, siempre existe el peligro de distorsionar las circunstancias. Por ejemplo, decir que un niño agresivo, malhumorado o deprimido está endemoniado, y a veces hasta decírselo al niño mismo, es acusarlo de algo terrible que le crea más confusión aún. Cuando a ese niño se le trata de hacer una “liberación” utilizando los métodos de la guerra espiritual, es posible crear una reacción traumática en el niño y le hace daño a su desarrollo espiritual. Hay niños que han sufrido grandes trastornos por ser tratados de esa manera.

Por cierto, hay niños que han sido expuestos a influencias satánicas por ser obligados a participar en horribles ritos de ocultismo. Otros, que han vivido en hogares donde los adultos habitualmente practicaban algún tipo de brujería, han sido víctimas de estas influencias que han contribuido al abuso físico y sexual. Algunos han sufrido increíblemente por el efecto del alcoholismo o la drogadicción en sus padres. En todos estos casos donde uno puede ver el descontrol de los padres en cuanto a su propia vida uno puede decir que se debe en gran medida a la opresión demoníaca. Cuando un maestro siente que la conducta de un alumno demuestra trastornos de índole satánico, debe buscar la ayuda de personas experimentadas en la intercesión y en la liberación que han demostrado tener discernimiento espiritual para enfrentar esta realidad en una manera eficaz. Es importante no ir a los extremos en esto: por un lado de “ver al diablo” en todas las malas conductas de los niños, y por otro de negar totalmente que hayan influencias satánicas que pueden haber dañado al niño.

¿Cómo se define la correcta ayuda pastoral al niño?
Para elaborar una definición adecuada a este tipo de ministerio entre los niños, relato un incidente que ocurrió en una clase de niños de 9 a 11 años de edad. Un alumno llamado Jorge llegó a la clase un domingo con una cara “de tormenta”. Se notaba por su rostro que algo le estaba afectando profundamente. Desde el inicio de la clase, su actitud fue de un desinterés total, algo no habitual en él. Además, los dos maestros se sorprendieron al ver conductas agresivas del niño hacia sus compañeros, ya que generalmente era un niño apacible y feliz. Cuando terminó la clase, uno de los maestros lo abrazó y le preguntó si podía quedarse unos minutos para charlar. Los dos maestros se sentaron a su lado y le preguntaron si le pasaba algo, porque veían que estaba molesto. El niño reaccionó en una manera inesperada. Escondiendo su rostro entre sus brazos, se largó a llorar amargamente. Cuando pudo contenerse, les contó de algo que le había dicho la hermana mayor en camino a la iglesia que lo había herido profundamente. Le había dicho que no era hijo real de sus padres, que era adoptado. Los maestros escucharon con atención, luego le aseguraron al niño que lo que había dicho la hermana no era cierto porque ellos conocían muy bien a la familia y le preguntaron si quería que ellos hablasen con sus padres y su hermana. El niño respondió enérgicamente que no, se calmó de su llanto y les sonrió. “Ahora estoy bien” les dijo secándose las lágrimas. Los maestros oraron por él y lo despidieron viendo a un niño transformado.

Una presencia que acompaña
Este pequeño incidente ilustra la esencia de lo que entiendo es la ayuda pastoral al niño. Todo niño interpreta sus vivencias emocionales en forma exagerada. El niño del incidente que relaté no se puso a analizar por qué su hermana le había dicho esas palabras. Tampoco entendía que lo había hecho por celos, o simplemente por fastidiarlo. 

El niño tomó las palabras con toda la fuerza de su impacto y reaccionó emocionalmente transformándolas en conductas. Su transparencia habitual hizo imposible esconder sus sentimientos. Dichosamente, los maestros supieron interpretar las transformaciones de conducta del niño como señal de algún problema aún no verbalizado.

La ayuda pastoral se puede definir como la disposición del adulto de interesarse lo suficiente en la vida del niño como para entender e identificar las áreas de necesidad en su vida y encontrar maneras de ayudarlo. Podemos agregar a eso la disposición de jugarnos por el niño para brindarle ayuda como la que el Señor mismo le ofrecería, es decir, una o todas las actitudes expresadas por las siguientes palabras: consuelo, apoyo, protección, compañía, bendición, guía, afirmación y esperanza. Es decir, brindarle al niño los maravillosos aportes que se describen tan bellamente en el Salmo 23.

Quiero ser claro: la ayuda pastoral no es tanto resolver los problemas que le trae la vida al niño, sino el fortalecerlo de diferentes maneras para enfrentar esos problemas. En el caso de Jorge que mencioné antes, el sentirse escuchado y afirmado por sus maestros, además de recibir una orientación distinta y el consuelo espiritual de sus oraciones, era suficiente para que él saliera de allí fortalecido en cuanto a su identidad y ayudado para hacer frente a la relación con su hermana.

Estoy convencido de que mucha de la angustia del niño de hoy, que se ve reflejada en su hiperactivismo, su agresión o su pasividad, está radicada en su sensación de soledad frente a la vida. Para el niño, el solo sentirse acompañado, aunque sea por un maestro que ve una vez por semana, le traerá alivio, seguridad y esperanza. El niño rápidamente aprende, como todos nosotros lo hicimos, que el mundo es difícil y que las convivencias son complicadas. Carole Klein, en su libro El mito del niño feliz, dice:

  No deberíamos ponernos a la defensiva mientras ellos luchan por definir su personalidad. Al comprender las limitaciones de nuestra capacidad de cambiar el curso de su desarrollo, podremos acompañarlos siempre con nuestro afecto, listos para ofrecer cualquier ayuda que podamos dar a medida que ellos van enfrentando los inevitables desafíos de la niñez.

Bruno Bettelheim, una autoridad en la correcta crianza de niños, declara:

  Una de mis prioridades en la enseñanza es corregir la falacia actual que sostiene que es deseable que los niños sean criados aislados de las frustraciones y dificultades de la vida. En cambio, debemos enseñarles desde la infancia que el éxito en la vida reside en la capacidad de saber enfrentar las dificultades, de luchar y de salir adelante.

Creo que en los planes de Dios para el correcto desarrollo de los niños, la ayuda pastoral adecuada apunta a eso.

Dentro de la iglesia siempre habrá algunos niños con problemas emocionales más severos que requieren ayuda profesional. Los maestros y los directores de los programas de niños deben estar atentos a casos así y la iglesia debe contar con el apoyo de profesionales para estas situaciones que requieren una consejería a largo plazo o, si hace falta, una terapia familiar. No debemos sentir vergüenza ni interpretar como algo contradictorio a nuestra fe, el que haya personas, ya sean niños o adultos, que pueden requerir ayuda profesional para resolver sus conflictos. Vivimos en un mundo caído donde abunda el pecado, lleno de crisis existenciales, donde la preocupación y la ansiedad son elementos constantes en la vida. No debe sorprendernos que haya trastornos mentales y emocionales en la gente. Pero en la mayoría de los casos, los niños que llegan a nuestras iglesias no requieren atención profesional. Ellos necesitan simplemente una mano extendida que representa el amor del Señor en nosotros. La ayuda pastoral, asumida correctamente, le ofrece esa mano al niño.

Ayuda para hablar de dolor
Este libro ha sido escrito originalmente con la intención de proveerle al maestro ayudas prácticas para ayudar al niño a hablar de su dolor. Esas ayudas ilustradas se dan por medio de láminas, una serie de actividades, juegos interactivos y libritos que sirven para crear un espacio en donde se le facilita al niño la posibilidad de hablar sobre los problemas que esté enfrentando.

¿Por qué es importante que el niño hable de sus problemas? Porque si no encuentra la forma de expresar lo que le pasa, seguirá sin aliviar el dolor que sufre y sus conductas, su rendimiento escolar y su capacidad de disfrutar de la vida serán afectados. El dolor internalizado, que nunca se resuelve, carcome profundamente la autoestima y distorsiona la vida emocional. Alguien me preguntó una vez si era suficiente sólo con escuchar al niño, sin hacer otra cosa. Mi respuesta fue que probablemente no fuera suficiente, pero mejor poco que nada. Ser escuchado representa una cuota enorme de la ayuda que el niño necesita recibir. Una de las angustias más grandes del niño es no saber cómo expresar lo que siente. Pero una vez que el niño haya encontrado las palabras para describir y nombrar lo que le sucede, él mismo podrá comenzar a entender que podrá transformar sus actitudes en relación a las circunstancias que le toca vivir. Cuando su maestro es capaz de orientar sus pensamientos hacia Dios y ayudarlo a entender que a través de diversas maneras Dios lo acompaña en medio de sus circunstancias, su vida espiritual será fortalecida. Para muchos niños sentirse escuchados por un adulto, sea su maestro o sus padres, forma sus primeras experiencias en saberse escuchado por Dios.

Estoy convencido de que el niño actual necesita desesperadamente de este tipo de ayuda. Ni la tecnología más avanzada, ni la película más divertida, ni el juego electrónico o programa de computación más ingenioso podrán ocupar el lugar de una relación comprometida de afecto e interés personal entre un maestro y su alumno, especialmente porque el maestro también representa una dimensión espiritual para el niño. Esto también se puede decir en cuanto al trato de los padres en relación a sus hijos. Una relación de afecto, donde los padres ponen el empeño de escuchar con cuidado a sus hijos, bautiza la relación con una dimensión pastoral porque ellos están contribuyendo a la creación de vidas sanas.
 

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