domingo, 16 de noviembre de 2014

El evangelio es contrario a la política: La Verdad Vs la mentira

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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El anuncio del evangelio ante el poder imperial en Tesalónica
A la luz de la historia política de Macedonia y Tesalónica se ve que la misión de Pablo y su equipo en esa ciudad tenía implicaciones políticas frente al poder romano. Anunciaban un nuevo Rey. Ese Rey había triunfado sobre la cruz, el instrumento de terror empleado por Roma para mantener su dominio. Los disturbios suscitados por la predicación del evangelio representaban una amenaza a la pax romana y a los privilegios especiales que Tesalónica disfrutaba dentro del Imperio
El establecimiento de la iglesia de Tesalónica parece ser, a primera vista, nada más el resultado de la conversión de varios individuos en una ciudad principal del Imperio romano.
 Sin embargo, el relato que Lucas nos deja en el segundo volumen de su libro escrito a Teófilo (cp. Lc. 1:1–4; Hch. 1:1–2) testifica también de la relación íntima entre la proclamación del evangelio y el poder político. 
Muestra que las buenas nuevas no solamente transforman a las personas que se aferran al mensaje, sino también desafían a las estructuras políticas que buscan establecer su poder absoluto. La proclamación misma resalta el contraste entre el poder que ejerce el Estado y el poder del reino de Dios que lo sujeta y lo juzga. El lenguaje del mensaje cristiano confronta de una manera profunda y relevante las realidades políticas del primer siglo. De hecho, el evangelio de Cristo era el contrapunto al evangelio del César.
Durante su segundo viaje misionero, Pablo, acompañado por Silas y Timoteo (Hch. 15:40–16:3), llegó a la ciudad de Troas Alejandrino en la región de Misia, donde recibió la visión nocturna de un varón macedonio que le rogaba: “Pasa a Macedonia y ayúdanos” (16:6–10).1 Pablo y su equipo,2 convencidos de que Dios así los había llamado a predicar el evangelio en esa provincia, zarparon de Troas para cruzar el Mar Egeo. Pernoctaron en la isla de Samotracia y llegaron el próximo día a Neápolis, el puerto de la ciudad de Filipos (16:11). De ahí subieron a Filipos, donde lograron fundar una congregación cristiana a pesar de la mucha oposición y humillación que experimentaron en aquella colonia romana (16:16–40; 1 Ts. 2:2). Después del encarcelamiento y la liberación de Pablo y Silas, salieron de Filipos y, viajando por la Vía Egnatía, pasaron por las ciudades de Anfípolis y Apolonia, donde aparentemente no había comunidades judías,3 y luego llegaron a Tesalónica (Hch. 17:1).4
La estrategia de Pablo era predicar el evangelio primeramente a los judíos (Ro. 1:16–17), y cuando lo rechazaban dirigía su predicación a los gentiles (Hch. 18:5–6; 19:8–10). En Tesalónica encontró una sinagoga y ahí discurrió sobre el evangelio durante tres sábados, debatiendo con los judíos desde las Escrituras (Hch. 17:2). Explicaba y demostraba “que era necesario que el Mesías padeciera y resucitara” (cp. Lc. 24:45–46; 1 Co. 1:23; 15:3–4) y que “este Jesús que les anuncio es el Mesías” (17:2–3; cp. Hch. 9:22; 18:5, 28; Mt. 16:16). 
 
La respuesta de aquellos que lo oyeron fue mixta. Algunos de los judíos se convirtieron (17:4), pero su número fue tan mínimo que los apóstoles ni siquiera se refieren a ellos en su Primera Carta a los Tesalonicenses. De hecho, la epístola da a entender que los miembros de esa congregación eran principalmente gentiles (1 Ts. 1:9; 2:14), y la narrativa de Hechos precisa que “un buen número de mujeres prominentes y muchos griegos que adoraban a Dios” se convirtieron (17:4). 
 
Así, este primer grupo estaba compuesto de mujeres de la élite de la ciudad (cp. v. 12), esposas de los hombres principales (τῶν πρώτων, cp. 13:50; Mr. 6:21), y los temerosos de Dios, gentiles que se aferraban a la sinagoga pero no habían llegado a ser prosélitos completos.5 Estas personas adoptaban la ley moral del judaísmo pero no se sometían a la circuncisión.6 1 Tesalonicenses 1:9–10 hace memoria de la conversión de los tesalonicenses de la idolatría, lo cual implica que los apóstoles también desarrollaron un ministerio directo y exitoso con otros gentiles en la ciudad.
 
La cuantía de personas que salieron de la sinagoga provocó una reacción fuerte de parte de los judíos no convertidos,7 quienes “armaron una turba” por medio de “unos maleantes callejeros”, peones que se congregaban en la ágora de la ciudad en búsqueda de trabajo (Hch. 17:5). Plutarco habló de este tipo de hombres diciendo:
Por lo tanto cuando Apio vio a Scipio corriendo a la ágora, donde había hombres de la clase baja que recientemente habían sido esclavos pero que frecuentemente se congregaban en la ágora y podían montar una turba y forzar cualquier decisión por medio de peticiones y gritos, levantó su voz y dijo …8
Los opositores lograron alborotar toda la ciudad y fueron a buscar a Pablo y sus compañeros en la casa de Jasón, quien servía como su patrón durante su estadía en la ciudad. 
La turba quería llevar a los apóstoles ante la asamblea de la ciudad (ὁ δῆμος), pero cuando no los hallaron allí arrastraron a Jasón y a otros convertidos a los gobernantes de la ciudad (οἱ πολιτάρχοι), denunciándolos a gritos: “¡Estos que han trastornado el mundo entero han venido también acá, y Jasón los ha recibido en su casa!” (17:6–7a). 
Obviamente la mala reputación de la fe cristiana ya había llegado a Tesalónica.9 Construyendo sobre este fundamento de la mala fama, presentaron una acusación condenatoria: “Todos ellos actúan en contra de los decretos del emperador, afirmando que hay otro rey, uno que se llama Jesús” (v. 7b). 
La denuncia causó no poca conmoción entre las autoridades y la población (v. 8), y los gobernantes tomaron una fianza de Jasón para asegurar que los apóstoles no causarían más problemas en la ciudad (v. 9).10 
La única opción que les quedó a los mensajeros del evangelio fue salir de Tesalónica (v. 10), dejando la congregación novata en la fe sin liderazgo y sin toda la instrucción cristiana que necesitaba. Además, la persecución se desbordó sobre la iglesia y los cristianos sufrieron mucho a manos de sus compatriotas (1 Ts. 1:6; 2:14; 3:3–4).
 
El patrón de la evangelización de Tesalónica cabe bien dentro de la historia que Lucas relata del establecimiento de las iglesias en otras ciudades. Pablo predicaba el evangelio a los judíos y, después de ser rechazado, se dirigía a los gentiles. Siempre había algún tipo de conflicto, y luego el equipo apostólico salía del lugar. Posteriormente Pablo volvía a visitar a la iglesia ya fundada.
 
Además, cuando leemos este relato en Hechos 17 a la luz de la historia y las instituciones políticas del día, resalta el choque entre la comunidad cristiana y el poder imperial. La evangelización de Tesalónica no se puede separar de la historia y las realidades políticas de esta ciudad macedonia.
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2 La narrativa de Hechos cambia a este punto de la tercera a la primera persona plural (16:10), indicando que el autor de Hechos, Lucas, acompañó al equipo a Filipos. El cambio a tercera persona otra vez (v. 40) implica que Lucas se quedó en esa ciudad mientras Silas y Timoteo continuaron la misión con Pablo.
3 Sobre las comunidades judías en Macedonia, véase Irina Levinskaya, The Book of Acts in Its Diaspora Setting (The Book of Acts in Its First Century Setting 5; Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1996): 153–62.
4 Aunque Lucas no lo menciona en Hch. 17:1–9, Timoteo continuó con Pablo durante el ministerio en Tesalónica (cp. 17:14–15; 1 Ts. 1:1; 2:7, 13; etc.).
5 Véase el estudio extenso de la evidencia epigráfica sobre este grupo en Levinskaya, The Book of Acts in Its Diaspora Setting: 51–126.
6 Véase la descripción de ellas en Juvenal 14:96–106.
7 La salida de estas personas significaría una pérdida económica sustancial para la sinagoga (cp. Hch. 10:2; Lc. 7:1–5).
8 Plutarco, Aemilius Paulus 38.4.
9 La reputación de los cristianos ante los ojos de los romanos se puede leer en Tácito, Anales 15.44.2–8; Suetonio, Nerón 16.2; y, a principios del segundo siglo, Plinio el joven, Epistulae 10.96.
10 A. N Sherwin-White, Roman Society and Roman Law in the New Testament (Grand Rapids: Baker Book House, 1963): 95–96.

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