domingo, 6 de julio de 2014

El mensaje de Oseas: Un mensaje por descifrar

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Información
I.      IDENTIFICACIÓN  PLENA 1:1
El versículo 1 es el título del libro. Todo el libro se caracteriza por la frase La palabra de Jehovah (v. 1a). La palabra no es solo lo que Oseas dijo, es decir sus palabras como tales, sino el mensaje unificado de Dios que se expresa en todo el ministerio de Oseas. Toda la tradición del profeta refleja la revelación del Señor que recibió o le sucedió a él. Es la revelación dada por el Señor a través de la vida de un hombre específico dentro del escenario de la historia. Entonces, su proclamación y su vida son un testimonio, una expresión del evento de la revelación de Dios.

El título solo dice que Oseas es hijo de Beeri. Su nombre significa “Salvación”, igual que la forma original del nombre de Josué. Oseas fue también el nombre de un efrateo contemporáneo de David, según 1 Crónicas 27:20. Por eso, su nombre, relacionado con la tribu de Efraín, y su dialecto señalan que era hombre del norte, de Israel.

Es interesante, entonces, que cuatro reyes de Judá son nombrados mientras que se menciona solamente el nombre de un rey de Israel, Jeroboam II (786–746). Alguien ha sugerido que en comparación con este rey, quien llevó a Israel a la prosperidad, los últimos seis reyes de Israel no merecen ser nombrados. Es más probable que este versículo refleje el hecho de que el libro fuera compuesto después de la caída de Samaria (en el año 722 a. de J.C.) pero en el territorio de Judá. 

El autor sería Oseas, o sus discípulos que conservaron sus palabras. Evidentemente el libro se escribió para un público que conocía mucho mejor la cronología de Judá que la de los reyes de Israel. Al marcar el período de los cuatro reyes demostró a los lectores que el ministerio de Oseas comenzó durante el reinado de Jeroboam y duró hasta el fin del reino del Norte.
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BOSQUEJO HOMILÉTICO
La Palabra de Dios
Os. 1:1, 2
Introducción: La Palabra viva de Dios toma la iniciativa para intervenir en la situación humana, ya que Dios se interesa en el hombre. 
Así su Palabra:
        I.      Es dada a los hombres.
      1.      La Biblia es un libro divino.
      2.      Así como vino a Oseas, viene a nosotros.

        II.      Es expresada por intermedio humano.
      1.      Es un libro humano, escrito para satisfacer las necesidades del hombre.
      2.    Así como fue dada por medio de Oseas, Dios quiere dar a conocer su mensaje por nuestro
              intermedio.

        III.      Expresa la voluntad de Dios y el llamado al individuo.
      1.      Afecta nuestra vida personal y familiar.
      2.      Nuestra obediencia muestra el carácter y el amor de Dios.

Conclusión: Demos gracias a Dios por su Palabra y compartamos su mensaje con nuestra vida y nuestra voz a aquellos que nos rodean.
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Las fechas del ministerio de Oseas son aproximadamente del 752 al 722 a. de J.C. A pesar de las dificultades cronológicas, es probable que Uzías y su hijo, Jotam, hayan compartido el trono desde el 750 a. de J.C. hasta la muerte de aquel (ver Biblia de Estudio Siglo XXI). 

Acaz reinó durante los años 742–727; y Ezequías, del 727 hasta el 698, si seguimos la cronología de Miller y Hayes. Ningún oráculo en el libro exige una fecha después de la caída de Samaria. Por eso, podemos poner el año 722 como el fin del ministerio de Oseas. También, los eventos del cap. 1 requieren un período de por lo menos unos seis años, y estos eventos tienen que haber sucedido durante el reinado de Jeroboam II o su hijo. Jeroboam murió en el 746; por lo tanto podemos fijar el comienzo del ministerio del profeta por el año 752 a. de J.C.

Debemos decir que poner las fechas del 752 al 722 para el ministerio de Oseas no significa necesariamente que él murió en este último año. Su ministerio a Israel terminó (porque Israel como tal desapareció). Sin embargo, es posible que el profeta haya escapado a Judá y que allá haya comenzado a escribir el libro que lleva su nombre. También es igualmente posible que él muriera en el desastre de Israel, pero que escaparan algunos discípulos suyos quienes conservaron sus palabras, y que en Judá se escribiera el libro. De todas maneras, es interesante notar que el cap. 1 se escribió en tercera persona.

Con ese título del versículo 1, sabemos que las narraciones y los oráculos de este libro no son solamente palabras, sino que son la palabra de Jehovah, eventos que revelan al hombre el carácter de Dios. Los vv. del 2 al 9 forman una unidad literaria compuesta por cuatro eventos simbólicos. Los eventos históricos de la vida de Oseas se subordinan al propósito de presentar un modelo para la relación existente entre Dios y su pueblo. Es decir, tenemos eventos históricos en la vida de Oseas, pero no debemos utilizar estos datos para escribir sobre la vida de Oseas o su matrimonio. 

Lo que tenemos es la predicación de Oseas en palabras y acciones. Los nombres de sus hijos no describen el estado de su matrimonio sino el estado del pacto entre Dios e Israel. En el pasaje hay una economía de expresión para que el mensaje de Dios se manifieste en una forma más brillante y más clara.

  II.      MODELO DEL MATRIMONIO, 1:2–3:5
  1.      La tragedia de la infidelidad, 1:2-9
Esta sección tiene su propio título: El principio de la palabra de Jehovah por medio de Oseas (v. 2a). Los eventos que se encuentran en esta sección son el inicio del ministerio del profeta y durante el reino de Jeroboam. No es el “llamamiento” de Oseas, sino que es el contenido del primer período de su predicación. En un tiempo de paz y prosperidad Oseas, como Amós su contemporáneo, declara la destrucción del reino de Israel tanto con palabras como con acciones. Su familia misma llega a ser un sermón vivo delante del pueblo.

En primer lugar, Oseas recibe el mandato: Vé, toma para ti una mujer dada a la prostitución (v. 2b). El heb. dice “una mujer de prostituciones”, lo cual ha sido interpretado en varias maneras. Desde la época de Orígenes y Jerónimo, este capítulo se interpreta como visión o alegoría. Tal interpretación se origina en la incapacidad del intérprete para creer que Dios pudiera mandar a un profeta a hacer algo tan repugnante. Sin embargo, es mejor pensar en el matrimonio como un evento real en la vida de Oseas. Hay eventos simbólicos en los otros profetas muy semejantes a los de este capítulo, por ejemplo los nombres de los hijos de Isaías.

Otros aceptan el matrimonio histórico de Oseas, pero dicen que la mujer de prostituciones es una descripción metafórica y esta “prostitución” es la idolatría de Gomer al igual que la de la nación. Ella es solamente una de los demás israelitas que no adoran al verdadero Dios según las tradiciones de sus padres.

Una tercera interpretación ve a Gomer como a una mujer que tenía tendencias de prostitución/adulterio, pero que no era prostituta cuando se casó con Oseas. Solamente después del matrimonio que le fue infiel. Así, por medio del dolor de su vida, Oseas aprendió del dolor del Señor con su pueblo infiel. Por eso, en los años posteriores a estos eventos, Oseas reinterpretó el significado de su matrimonio con Gomer desde la perspectiva divina.

Estas interpretaciones eluden a lo que se presenta en el texto como un choque a los sentidos: “¡Ve! ¡Cásate con una prostituta!”. Como el texto lo presenta, este mandamiento fue dado a Oseas antes del matrimonio. No es que Oseas aprendió por medio de sus experiencias algo que puede aplicarse a Dios y a su pueblo, sino que es Dios quien revela la verdad a Oseas y manda que su vida familiar sea un modelo de la relación que existe entre Dios e Israel. Así, es necesario que esta “prostitución” de la mujer sea conocida por Oseas y todo el pueblo. No es que esa mujer era “solamente” una israelita o que más tarde se dio a la prostitución. Sus “prostituciones” fueron evidentes antes de que ella se casara con el profeta.
Una cuarta interpretación sugiere que ella era una prostituta común. Sin embargo, la palabra “prostituciones” no es el término para una prostituta común.

Otros dicen que ella era una prostituta sagrada o prostituta cultual, comprometida en la adoración de Baal en algún sentido. No obstante, la palabra “prostituciones” (zenunim2181) tampoco es la palabra “prostituta cultual” (qedeshah6945), palabra que ocurre en 4:14. Sin embargo, se usa esta palabra “prostituciones” para describir a Jezabel en 2 Reyes 9:22, una mujer comprometida en la adoración de Baal. También en Génesis 38:24 Tamar es acusada de “prostituciones” porque está embarazada. Note que en Génesis 38:21 Judá, después de tener relaciones sexuales con ella en el camino a Timnat, le mandó el pago a la “prostituta cultual” de Enaim. Por eso, esta palabra “prostituciones” nos guía a un asunto sexual/cultual. Entonces, parece mejor pensar en Gomer como un tipo de “prostituta cultual”.

Es posible que en ese tiempo haya existido la costumbre entre las señoritas israelitas de ofrecerse por un tiempo como prostitutas culturales antes de casarse para recibir de Baal la fecundidad en su matrimonio. Gomer, según algunos, era una de esas mujeres que se habían dedicado a Baal para ser fértil. No obstante, a pesar del sincretismo de la religión de Israel en el tiempo de Oseas, es imposible probar que esta práctica existiera. Es más probable que Gomer era una prostituta al servicio del culto a Baal.

Ese matrimonio sería un escándalo sensacional. Todos irían a preguntarle: “Profeta, ¿qué significa esto?”. Entonces, Oseas les respondería: La tierra se ha dado enteramente a la prostitución (v. 3c). Prostituirse acá es metáfora para adorar a otros dioses, ídolos. Así, Gomer es modelo apta porque ella participa en la prostitución espiritual de Israel por medio de su prostitución física en los cultos a Baal.
Sin comentar los pensamientos de Oseas en cuanto a la orden que recibió, el texto dice que fue y se casó con Gomer, la hija de Diblaim. Inmediatamente la atención del lector se pone en el nacimiento del primer hijo, que por orden de Dios recibe por nombre Jezreel. 

En sí, esto es extraño porque Jezreel es el nombre de un lugar, no de una persona. El nombre significa “Dios siembra” y puede entenderse como una bendición. Jezreel es un valle rico en Israel, importante en la agricultura. También fue el sitio de batallas y victorias en la historia de Israel, por ejemplo las de Débora y Barac (Jue. 4 y 5) y Gedeón (Jue. 6 y 7).

Sin embargo, el profeta no proclama un mensaje de bendición y fertilidad. Jezreel también es el nombre de una ciudad que ha sido sitio de hechos de sangre, y el profeta condena la casa real por estos pecados. Esa ciudad ha visto el crimen de Acab y Jezabel contra Nabot entre los pecados de la casa de Omri. No obstante, es la casa de Jehú la que es condenada. Los hechos de sangre aluden a los eventos de 2 Reyes 9 y 10. Jehú mató no solo al rey de Israel, en su golpe de estado, sino también al rey de Judá. Era responsable de la matanza de los setenta hijos de Joram. 

Dirigió la exterminación de los que adoraban a Baal, aunque él mismo no adoraba a Dios en una manera pura (2 Rey. 10:29). Jehú era culpable de violencia igual que los que lo precedieron, y los que le siguieron. Por eso el fin de su dinastía se acercó. El nombre extraño de su primer hijo le dio a Oseas la oportunidad de predicar el mensaje de Dios. La sorpresa era que el mensaje no era uno de fertilidad y prosperidad. Jezreel no indicaba que Dios sembraría bendiciones; al contrario, él iba a sembrar destrucción.

El v. 5 es otra palabra de Oseas, pero fue pronunciada en un período posterior de su ministerio, probablemente cerca del año 733 a. de J.C. cuando el rey de Asiria tomó en batalla el valle de Jezreel. Ahora, este nombre se aplica al valle, no a la ciudad, para recalcar que estos eventos son el juicio de Dios y que ahora este juicio se aplica a Israel como nación entera y no solamente a la casa de Jehú.
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La “descendencia” del pecado
 OSEAS1:4–9
Introducción: Así como Oseas recibió la indicación de poner nombres a su descendencia, Dios nombra el juicio al pueblo pecador.
        I.      Jezreel: El juicio de Dios anunciado.
      1.      Jezreel significa “Dios siembra”.
      2.      “El arco” de Israel sería quebrado.

        II.      Lo-rujama: El amor de Dios retirado.
      1.      Lo-rujama significa “no compadecida”.
      2.      Dios ya no mostrará su compasión al pueblo rebelde.

        III.      Lo-ammí: El pueblo de Dios desechado.
      1.      Lo-ammí significa “no mi pueblo”.
      2.      Al final, todo lazo con Dios queda destruido a causa de la desobediencia.

Conclusión: El pecado va profundizando en la vida del individuo y el juicio de Dios es seguro sobre los incrédulos. Hoy es el tiempo del arrepentimiento y de volver a Dios.
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Los vv. 6 y 7 forman el tercer evento simbólico de esta sección. Gomer concibió de nuevo y dio a luz una hija. Oseas es el padre de esta hija y por la orden de Dios le pone el nombre “no recibe el amor del padre”. Otra vez, no debemos leer el nombre de esta hija como descripción del estado del matrimonio del profeta. Aunque el texto no dice que dio a luz (comp. v. 3b), la omisión debe considerarse como una parte de la economía de expresión que se muestra en el pasaje. Como parte de esa misma “economía”, la palabra Dios no aparece aquí en el texto heb. del v. 6 (ni en el v. 9, como explica la nota en la RVA). Se entiende, entonces, que la recién nacida es la hija de Oseas, y porque ella es su hija el nombre va a incitar al pueblo a preguntarle: “Profeta, ¿qué significa esto?”.

Oseas contestará que, a pesar de la esperanza que Judá pudiera tener (v. 7), Israel no recibirá la compasión o protección que un hijo espera de sus padres porque no se comporta como hijo. Si el “no” de la frase previa se aplica a ésta también, se ha de entender como que Dios dice de su hija Israel: “No la soportaré más”. Otra traducción sería: “Ciertamente, los llevaré”. De traducirse así, tiene que entenderse como profecía del cautiverio asirio de Israel.

El cuarto evento simbólico de la sección se presenta en los vv. 8 y 9. Comienza: Después de destetar a Lo-rujama… (v. 8a). La frase es más que una nota biográfica. Normalmente, las israelitas destetaban a sus hijos cuando tenían unos tres años (comp. 1 Sam. 1:24). El evento era importante y hasta festivo en Israel (Gén. 21:8). Pero el detalle es mencionado en este pasaje para subrayar que Dios había esperado un largo tiempo antes de dar este tercer signo de su castigo. El detalle testifica la paciencia divina, e implica que hay otro propósito que solo la destrucción en el juicio de Dios. Él busca el arrepentimiento y la reconciliación.

Sin embargo, la gente no respondió a esta invitación, y por eso el nacimiento del tercer hijo llegó a ser la ocasión de proclamar la palabra más dura que Dios envió a Oseas: Ponle por nombre Lo-ammí. Que este nombre, “no pueblo mío”, se aplica a Israel y no al hijo me parece claro. En la interpretación del nombre, por primera vez, Dios habla directamente a Israel: Vosotros no sois mi pueblo ni yo soy vuestro Dios. La traducción de esta última frase en RVA representa una ligera enmienda textual muy común (ver también RVR-1960). Sin embargo, tanto el texto masorético (TM) como la Septuaginta (LXX) pueden ser traducidos lit.: “Y yo no yo soy para vosotros”. Puede entenderse cómo Oseas emplea el nombre de Dios que se reveló en Éxodo 3:14, YO SOY. La interpretación del nombre Lo-ammí sería: “Vosotros no sois mi pueblo, ni soy YO SOY para vosotros”.

Se nota una progresión del castigo cada vez más severa en los vv. 4 al 9. Israel tendrá un desastroso futuro sin rey (v. 4), sin el amor fraternal de Dios (v. 6), y ahora, un futuro sin Dios mismo (v. 9). Que Dios no sea el YO SOY de Israel equivale a decir en términos radicales, que el pacto ya se abolió. El pueblo de Dios rompió el pacto, y ahora sufrirá la maldición que el pacto mismo prescribió en las tradiciones preservadas en Deuteronomio 31:16–18. Con este oráculo parece que no hay más que decir. Sin embargo, este es solamente un lado del mensaje de Oseas.


  2.      La felicidad potencial, 1:10–2:1
Oseas ahora ofrece la esperanza de un nuevo futuro para el pueblo de Dios. Algunos han expresado dudas en cuanto a que Oseas proclamaría este mensaje después de lo que dijo en los vv. 2 al 9, pero hay que notar dos cosas: 1) La esperanza es una parte integral del mensaje de Oseas (2:14–23; 3:1–5; 11:8–11; y 14:4–8), y 2) la posición actual de 1:10–2:1 probablemente se debe al proceso de redacción del libro y no a un estricto orden cronológico de la predicación del profeta. Cuando se escribió el libro, posiblemente se sentía la necesidad de poner juntos los dos tipos de mensajes, juicio completo y salvación.

Realmente los mensajes no son alternativas opcionales. La salvación no es una opción que Israel puede escoger, sino que, al igual que el juicio, es totalmente la obra de Dios. En un futuro lejano, después del futuro más inmediato, Dios iniciará el cumplimiento de las promesas a los patriarcas (Gén. 32:12; 22:17), dice Oseas. Sin embargo, esta esperanza se presentará solamente después del juicio ya proclamado por el profeta. Y sucederá que en lugar de lo que se les dijo: Vosotros no sois mi pueblo, se les dirá: Hijos del Dios viviente (v. 10c).

Lit. el versículo dice: “Y sucederá en lugar de que se les dijo…”. Varios eruditos han sugerido que “en lugar de que” es sinónimo de “en vez de”. Sin embargo, tal traducción, según otros eruditos, estaría sin paralelo en el AT. Otros opinan que el artículo definido está presente implícitamente y que por eso sería mejor entender la frase lit. “en el lugar donde”. La pregunta entonces sería: “¿Cuál lugar?” La palabra “lugar” en el AT puede significar un santuario, un lugar santo. Entonces, en el mismo santuario en el cual Oseas proclamaba sus mensajes de los nombres de sus hijos, nuevos nombres serán dados, y nuevos significados se proclamarán. O, si “lugar” no es un centro cúltico, entonces se refiere a Jezreel, un lugar que es de mucha importancia para la predicación de Oseas.

Maestro de la Escuela Dominical: Jesús siempre respondió de un modo perfecto a las circunstancias que le tocó vivir

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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  En una ocasión, una maestra amiga me compartió una experiencia triste que recién había vivido.
  —Hace unos días fui a visitar a tres niños de mi Escuela Dominical que acababan de perder a su madre por un cáncer—me comentó muy perturbada—. Pero cuando llegué, no sabía qué hacer o qué decir. ¡Nunca me sentí tan inútil!
  —¿Qué pasó? ¿Por qué estás tan mal? —le pregunté.
  —Cuando llegué abracé a los tres niños —dijo— y me largué a llorar a la par de ellos. Pero para mi sorpresa uno de los tíos me retó y me dijo que los niños no necesitaban verme llorando. ¡Tuve la sensación que mi visita les había molestado! Me fui de allí muy mal, sintiéndome como una intrusa. Todavía me queda una sensación fea, como que fracasé en mi intento de consolarlos.

Yo traté de darle a mi amiga otra perspectiva con relación al incidente que había vivido.
  —¿Qué te parece que hubiese hecho Jesús con esos niños? —le pregunté.
  Se quedó mirándome y luego me contestó que seguramente Jesús hubiese sabido perfectamente cómo consolar mejor a esos tres niños angustiados.
  —Puede ser —le dije—, pero creo que hubiese hecho lo mismo que tú hiciste. Creo que él los estaba consolando de la mejor manera a través de tus abrazos y tus lágrimas.

Nos cuesta pensar en un Jesús humanizado respondiendo en formas sencillas a la las complicadas demandas de la vida. Preferimos pensar que Jesús siempre respondió de un modo perfecto a las circunstancias que le tocó vivir, sin tener las dudas con las cuales nosotros luchamos. Nosotros, en cambio, no sabemos qué hacer o qué decir en ciertas circunstancias y llevamos un sentido de culpa por no tener las respuestas adecuadas. Por eso elaboramos enormes distorsiones en el concepto de Dios y, sin darnos cuenta, se las transmitimos a los niños. Las distorsiones pueden ser cambiadas solamente por una fe sencilla y natural demostrada por personas que aman a Dios y han aprendido a amar a los niños. Mi amiga estaba mostrando el amor de Dios a esos pequeños niños de la mejor forma, compartiendo su desolado dolor. Sus abrazos y lágrimas eran un reflejo de la misma actitud que el Señor demostró cuando lloró por la muerte de su amigo Lázaro y compartió la angustia de sus hermanas y amigos (Juan 11:17 a 37).

Este pequeño incidente que he relatado ilustra uno de los elementos más importantes del ministerio pastoral a los niños. El hecho de ejercer lo que llamo “ayuda pastoral” significa que aprovechamos cada oportunidad que se nos presenta para contribuir a la formación espiritual del niño. La enseñanza que recibe en la clase es solo una parte de lo que llamaríamos su “formación espiritual”. Idealmente, el entorno familiar debería contribuir a ello; mejor dicho, debería ser el fundamento de esta formación. Pero como esto no se da en la mayoría de los hogares, aun en aquellos donde los padres son cristianos. En tanto, es el maestro de Escuela Dominical u otro adulto comprometido a su bienestar quien juega un papel decisivo en la formación espiritual del niño. El nivel de influencia que ejerce esta persona dependerá en dos cosas: de la relación afectiva que tiene con el niño y de su comprensión de cómo guiar al niño en el desarrollo de su relación con Dios.

La necesidad de una relación personal con Cristo
Para que el niño pueda recibir la ayuda pastoral en su mayor sentido, debe conocer a Cristo como su Salvador personal. Esto no es una excusa para hacer diferencias en el trato con los niños. Pero no se puede hablar de formación espiritual sin que la persona, en este caso el niño, haya hecho un compromiso inicial de fe en Cristo como Salvador. Esta experiencia afecta el alcance de lo que se puede lograr en su formación espiritual. Por eso no debemos perder de vista la necesidad de estructurar momentos especiales donde podemos presentarles el plan de salvación y darles la oportunidad de tomar sus primeros pasos hacia un compromiso inicial con el Señor.

Hay muchas maneras de presentar el plan de salvación a los niños. La inmensa variedad de caminos a través de los cuales las personas llegan a Dios hace imposible fijar una sola fórmula que deba aplicarse para toda persona como pasos inalterables en la decisión de fe. La individualidad del niño es tan absoluta como la del adulto, y no debería ser ignorada por el uso de esquemas presuntamente aplicables a todos. No obstante, el niño debe entender en alguna medida ciertas verdades básicas para aceptar a Cristo como su Salvador. Sugiero que en este proceso de guiar al niño en su decisión de fe el maestro use un lenguaje sencillo (ver la explicación que sigue) sin entrar en explicaciones simbólicas, ya que, por su desarrollo intelectual, el niño no capta aún los simbolismos. También es mejor usar un solo texto bíblico para no confundirlo. Sugiero el uso de Juan 3:16 de la Versión Popular “Dios habla hoy”, en el cual, después de que el niño haya orado personalmente expresando su necesidad a Dios, el maestro puede leer el versículo con él sustituyendo la palabra “mundo” y la frase “todo aquel” con el nombre del niño.

Estas son las verdades básicas que el niño debe entender (los versículos en paréntesis son para el conocimiento del maestro):
1. Dios ama a todos sin excepción y quiere que seamos parte de su familia. Así lo declara Juan 3:16.
2. Todos hemos pecado y por eso no podemos sentir el amor de Dios ni tampoco ser sus hijos. El pecado es la actitud que dice: “Yo hago lo que yo quiero y no lo que Dios quiere”. El pecado me separa de Dios (Romanos 3:23).
3. Cristo, el Hijo perfecto de Dios, murió en la cruz por mis pecados (1 Juan 4:10, Romanos 5:8).
4. Si siento tristeza por mis pecados, puedo arrepentirme y pedirle perdón a Cristo. En ese momento, él me perdona y llega a ser mi Salvador personal, haciéndome un hijo de Dios (Juan 1:12).
5. Vivir como hijo de Dios significa obedecer lo que Dios quiere de mi vida. Él está conmigo para ayudarme a vivir así (1 Juan 2:17, Gálatas 2:20).

Este esquema cubre los puntos importantes del evangelio. Por supuesto, el niño puede responder a la invitación de recibir a Cristo como su Salvador sin entender todo lo que estos conceptos teológicos significan. La regeneración de una vida es obra del Espíritu Santo y no se ve limitada a nuestros tiempos ni esquemas de vida. Dios es original en todo lo que hace en cada vida. En la ayuda pastoral que el adulto ofrece al niño, uno no está obligándolo a cierto proceso sino acompañándolo en entender y profundizar su relación personal con Dios. Es importante reconocer y respetar los diferentes procesos que Dios utiliza en cada vida.

La confesión del pecado y el perdón de Dios
Los encuentros pastorales con niños en forma individual ofrecen hermosas oportunidades para profundizar los conceptos espirituales más importantes. Por ejemplo, cuando el niño reconoce que ha estado involucrado en algún problema que ha surgido de su conducta, el maestro tiene la oportunidad ideal para hablar del arrepentimiento y la confesión y, cuando es oportuno, preguntarle si quiere confesar su conducta incorrecta a Dios y pedir su perdón. Sin embargo, uno debe tener mucho cuidado de no culpar al niño por alguna conducta porque es posible que él haya sido víctima de circunstancias fuera de su control. Pero cuando el niño mismo acepta responsabilidad por su desobediencia, o cuando confiesa tener sentimientos de odio y rencor, la oportunidad se presenta para hablar del perdón que el Señor ofrece cuando confesamos nuestros errores. 

Un encuentro pastoral, donde se puede admitir los errores y pecados cometidos, es un momento propicio para que el niño comience a entender la importancia del perdón que él puede recibir. El niño debe ser ayudado a entender que él, al igual que todos, necesita practicar el hábito de pedir perdón por los errores que comete. También debe entender que él puede ofrecer perdón a otros. Merece señalar aquí que nunca se le debe obligar al niño a perdonar a las personas que le han hecho un daño. Más bien, uno debe explicarle que Dios nos capacita para perdonar a otros de la manera en que él nos perdona a nosotros, y que cuando uno perdona a la persona que me ofendió o me hizo daño, yo encuentro verdadera paz. Hay niños que necesitan ser ayudado en el difícil proceso de perdonar a quienes le han hecho daño: a sus padres, a sus hermanos, a sus maestros, a sus compañeros, a sus vecinos u otros. El poder perdonar a otro libera al niño, como lo hace también al adulto, de las emociones dañinas de odio, rencor y amargura. El perdonar a otro nos fortalece espiritualmente y hace posible la reconciliación entre las personas ofendidas o heridas.

Como el perdón es un concepto intelectual, el niño necesita algún elemento concreto para entender las circunstancias cuando debe perdonar y cuando podrá perdonar a otros. Una herramienta que he encontrado muy eficaz para esto es la “La rueda del perdón” (ver ilustración). La rueda más grande es para usar con un niño que necesita reconocer ciertas circunstancias donde debe perdonar a otro por algún daño cometido contra él (me mintió, me gritó, etcétera). La rueda intermedia contiene los nombres de las personas que pueden haben cometido el daño (amigo, padre, hermano, etcétera) y se usa para ayudar al niño a tomar conciencia de las personas que él puede perdonar. La rueda del medio especifica aspectos del perdón, como por ejemplo, “Yo lo perdono por…” o “Voy a escribir una carta que dice…”, etcétera).

El Concepto de Dios
El niño adquiere un concepto de Dios gradualmente a través de muchos factores que influencian su entorno. Si sus padres son cristianos y tienen el hábito de asistir a una iglesia, el niño irá formando su concepto a través de todo lo que escucha en la iglesia, principalmente por las clases donde recibe enseñanza bíblica, por las prédicas del pastor, por su participación en los cultos, y por los encuentros pastorales, si las hay. La adquisición de un concepto positivo de Dios es quizá el beneficio más importante en el ministerio pastoral entre la niñez. El niño, por su necesidad de tener representaciones concretas de los conceptos intelectuales, distorsiona fácilmente su imagen de Dios por lo que escucha en la iglesia y por lo que vive en su casa. 

Por ejemplo, sus primeras ideas acerca de Dios Padre han de estar estrechamente condicionadas por la percepción que tiene de su propio padre y de las experiencias que vive con él. Si esa relación es distante o conflictiva, su percepción de Dios adquirirá las mismas características. Es dichoso el niño que goza de una relación vital y afectiva con su padre, que confía plenamente en él y que siente que él está interesado e involucrado en su vida. 

Una relación así crea parámetros ideales para una relación sana e íntima con Dios. Debemos recordar la importancia que tiene la presencia de otro adulto en la vida del niño, especialmente en los casos donde el niño no tiene un modelo positivo. Este niño necesita a alguien confiable que puede estar involucrado en su vida y que sepa demostrarle amor incondicional y una vida que refleja las características del Señor. Cuanto más disfuncional sea la familia del niño, tanto más importante es el maestro u otro adulto en su formación espiritual. Esta persona puede ser hombre o mujer, pero es esencial que su compromiso con el niño sea incondicional y que sus interacciones con él manifiesten la actitud de gracia que Dios muestra hacia nosotros: “Tú eres mi hijo amado; estoy muy complacido contigo” (Marcos 1:11, NVI).

Todo programa religioso dirigido hacia el niño está impartiendo de muchas maneras información que condiciona su imagen de Dios. Piense en el escenario donde tal programa puede distorsionar el concepto de Dios en vez de edificarlo. Sería así: el programa de la Escuela Dominical está totalmente desorganizado; lo que se promete no se hace; los maestros no cumplen ni con los horarios ni con sus responsabilidades y manifiestan interés en cualquier otra cosa menos que en sus alumnos; el espacio físico donde se desarrollan las clases es estrecho, incómodo e improvisado; y la actitud de la congregación hacia ellos es sacarlos de los cultos para que no molesten. En ese escenario, el niño va recogiendo una impresión que ha de condicionar negativamente su vida de fe: “En la casa de Dios, no me toman en cuenta”.

Aunque ésta es la triste realidad en muchas iglesias, es más que evidente que no debemos insultar la dignidad del niño sujetándolo a esas condiciones. Tenemos que incentivar otra actitud hacia el niño, para que podamos sembrar conceptos positivos acerca de Dios en su vida. La redefinición que propongo en cuanto a la tarea del maestro es que él sea más que una fuente de información (preocupado únicamente por el contenido de la lección o las actividades de un programa) o más que un niñero (ocupado en entretener al niño durante el tiempo del culto de los adultos). Vuelvo a decir, entonces, que el maestro debe pensar en su labor en términos de dar cuidado pastoral a los niños bajo su cargo y debe orientar su tarea como un ministerio hacia ellos. Ese ministerio enfocará entre otras cosas las necesidades emocionales del niño, especialmente su dolor. De esa forma nuestras iglesias llegarán a ser verdaderamente lugares en donde los niños viven la realidad de las palabras de Jesús: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos” (Marcos 10:14, NVI).

La libreta de oración
Un aspecto fundamental del ministerio pastoral con los niños es la oración. La práctica de la oración es algo que se aprende. Dichosa la persona que aprendió de niño el hábito de la oración. La mayoría de las personas no han tenido esa experiencia y como tal luchan por incorporarlo en su vida adulta. El niño puede aprender el hábito de la oración. También puede experimentar que Dios se hace real en la vida a través de la oración porque por ella expresamos no solamente nuestras necesidades y problemas sino también nuestra gratitud y adoración. El niño necesita sentir la seguridad que la oración le puede dar para enfrentar sus vivencias. Esa seguridad queda confirmada cada vez que puede compartir un momento de oración con su maestro. 

Hay algo importante y concreto que el maestro puede hacer para reforzar con sus alumnos la importancia de la oración: esto es tener una “Libreta de Oración”. El maestro explica que esta libreta es su propiedad privada y que adentro hay una página que corresponde a cada niño. En ella anota las peticiones especiales que le puede compartir algún niño durante una clase o en un encuentro pastoral individual. Es importante que el maestro permita que los niños vean que usa su libreta (quizá cuando está anotando alguna petición) pero que lo guarde en seguida para que ellos sepan que sus peticiones más personales son mantenidas por el maestro en completa confidencialidad. En los encuentros pastorales subsiguientes con el niño, es valioso revisar las peticiones que ha expresado y cómo Dios ha obrado en ellas.

En mi ministerio he visto muchas veces cómo el niño responde a las palabras “estoy orando por ti”. Después de que yo haya tenido un encuentro privado con un niño y él haya compartido algún problema conmigo, cuando lo veo en domingos subsiguientes me acerco a él y le digo, a veces al oído: “estoy orando por el problema que me compartiste”. En seguida sus ojos destellan y brota una sonrisa. Con esas palabras sencillas, él sabe que no está solo. Hay un adulto que se interesa en él y lo acompaña en su lucha. Ojalá muchos adultos entendieran la importancia de sostener al niño de esta forma.
 


Cuáles son los planes para evangelizar: Evangelización, la tarea suprema del cristiano

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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  El problema de los métodos de evangelización
Propósito y pertinencia: estos son los problemas cruciales de nuestra labor. Tienen relación mutua y la significación de toda nuestra actividad dependerá en gran parte de la medida en que logremos que ambos elementos sean compatibles. El hecho solo de que estemos ocupados (o de que seamos hábiles) en alguna actividad no significa necesariamente que estemos cumpliendo algún propósito. Siempre habrá que preguntarse: ¿Vale la pena hacerlo? ¿Se cumple la tarea establecida?
Estas son las preguntas que debieran plantearse constantemente en relación con la actividad evangelizadora de la iglesia. En nuestros esfuerzos por llevar adelante las cosas, ¿estamos realmente cumplimentando la gran comisión de Cristo? ¿Vemos como resultado de nuestro ministerio una comunidad creciente y pujante de hombres consagrados que comunican al mundo el evangelio? No se puede negar que estamos muy ocupados en la iglesia, afanados por llevar a cabo un programa tras otro de evangelización. Pero, ¿estamos cumpliendo el propósito deseado?

  A la función le sigue la forma
Nuestra atención se centra de inmediato en la necesidad de idear una bien madurada estrategia de acción diaria, en función de la meta a largo alcance que nos proponemos alcanzar. Debemos estar conscientes de cómo armoniza determinado curso de acción con el plan general que Dios tiene para nuestra vida, si queremos que conmueva nuestra alma con un sentido de destino. Esto es así en cualquier procedimiento o técnica que se utilice para propagar el evangelio. Al igual que un edificio se construye de acuerdo con un plano diseñado en función de su uso, así también todo lo que hacemos debe tener un propósito. De lo contrario, nuestra actividad puede resultar inútil por falta de rumbo y por confusión de metas.

  Estudio de los principios
Lo anterior explica lo que ha motivado este estudio. Es un esfuerzo por descubrir los principios que dirigieron las acciones del Maestro; con la esperanza de que nuestros propios esfuerzos puedan conformarse a una pauta semejante. Por consiguiente, el libro no pretende interpretar métodos específicos de Jesús en la evangelización personal o de masas.* Es más bien un estudio de los principios que forman el sustrato de su ministerio: principios que determinaron sus métodos. Se le podría llamar un estudio de su estrategia de evangelización en torno a la cual orientó su vida sobre la tierra.

  Necesidad de más investigación
Causa sorpresa lo muy poco que se ha publicado acerca de este tema, aunque, desde luego, la mayoría de los libros que tratan de métodos de evangelización contienen en forma somera algo acerca de ello. Lo mismo podría decirse de los estudios acerca de los métodos docentes de Jesucristo, como también de las historias generales que tratan de su vida y obra.

Probablemente el estudio más esmerado que se ha escrito hasta la fecha, en cuanto al plan general de evangelización del Maestro, haya sido en relación con la preparación de los discípulos. Destaca entre todos el libro The Training of the Twelve (La Preparación de los Doce) de A. B. Bruce. Publicado por primera vez en 1871 y revisado en 1899, este relato del crecimiento de los discípulos en la presencia del Maestro, no ha sido superado en cuanto a riqueza de ideas. Otro volumen, Pastor Pastorum, de Henry Latham, escrito en 1890, hace hincapié sobre todo en la forma en que Jesús preparaba y capacitaba a hombres, aunque resulta menos comprensivo en su análisis. Después de estos primeros estudios, han aparecido unos cuantos volúmenes menores que proporcionan ideas estimulantes siempre en relación con el mismo tema. No todos estos volúmenes tienen el mismo punto de vista teológico evangélico, pero es interesante advertir que coinciden cuando se trata de evaluar la característica fundamental de la obra que Jesús realizó con los discípulos.

Lo mismo se puede decir de muchas obras prácticas acerca de diversas fases de la vida y ministerio de la iglesia que han sido publicadas en años recientes, sobre todo de los escritos relacionados con el movimiento creciente de testimonio laico y de grupos pequeños dentro de la iglesia. Estamos conscientes de que estos autores no han escrito de modo primordial desde el punto de vista de la estrategia de la evangelización; con todo, debemos reconocer lo mucho que les debemos por tratar de los principios fundamentales del ministerio y misión de nuestro Señor.

Sin embargo, el tema de la estrategia básica de Jesús muy pocas veces ha recibido la atención que merece. Aunque agradecemos los esfuerzos de los que la han estudiado —y no prescindimos de sus hallazgos—, sigue siendo apremiante la necesidad de más investigación y aclaración, sobre todo en el estudio de las fuentes primarias.

  Nuestro plan de estudio
Para comprender plenamente el plan de Jesús, debemos acudir al Nuevo Testamento y, en especial, a los Evangelios. A fin de cuentas, son los únicos relatos de primera mano que nos hablan del Maestro en acción (Luc. 1:2, 3; Jn. 20:30; 21:24; 1 Jn. 1:1). Es cierto que los Evangelios se escribieron primordialmente para presentarnos a Cristo el Hijo de Dios, y para que por fe podamos tener vida en su nombre (Jn. 20:31). Pero lo que a veces no acertamos a ver es que la revelación de esa vida en Cristo incluye la forma cómo vivió y enseñó a otros a vivir. Debemos recordar que los testigos que escribieron los libros no sólo vieron la verdad, sino que la verdad los cambió. Por consiguiente, al escribir el relato nunca dejan de hacer resaltar lo que más influyó en ellos y en otros para que dejaran todo y siguieran al Maestro. Claro que no lo mencionan todo. Como cualquier otro historiador, los autores de los Evangelios presentan un cuadro de conjunto, poniendo de relieve unas pocas personas y experiencias características y haciendo resaltar ciertos puntos vitales dentro del desarrollo de los acontecimientos. Pero en lo que respecta a esas cosas que se seleccionan y detallan con esmero y con integridad absoluta bajo la inspiración del Espíritu Santo, podemos tener la seguridad de que conllevan la intención de enseñarnos cómo seguir las huellas del Maestro. Por esto, los relatos evangélicos de Jesús constituyen nuestro mejor e infalible libro de texto sobre la evangelización.

De ahí que el plan de este estudio es el de seguir las pisadas de Jesús, tal como se describen en los Evangelios, sin recurrir mayormente a fuentes secundarias. Para ello se ha examinado con detenimiento —repetidas veces y desde varios puntos de vista— el relato inspirado de su vida, con el afán de descubrir la razón que lo indujo a llevar a cabo su misión en la forma en que lo hizo. Sus tácticas se han analizado desde el punto de vista de su ministerio en conjunto, con la esperanza de entender de este modo el significado más amplio que revistieron los métodos que siguió con los hombres. Hay que confesar que la tarea no ha sido fácil, y sería yo el primero en admitir que queda mucho por aprender. Las dimensiones ilimitadas del Señor de Gloria no pueden en modo alguno encerrarse en alguna interpretación humana de su perfección, y cuanto más lo contempla uno, tanto más se da cuenta de que así es.

  Cristo: ejemplo perfecto

No obstante de reconocer esta realidad, ningún otro estudio resulta más satisfactorio. Por limitadas que sean nuestras facultades perceptivas, sabemos que en Jesús tenemos al Maestro perfecto. Nunca cometió error alguno. Si bien compartió nuestra vida y fue tentado como nosotros, no estuvo sujeto a las limitaciones de la carne de que se revistió por nuestro bien. Aun en los casos en que decidió no utilizar su omnisciencia divina, su mente tuvo una claridad absoluta. Siempre supo discernir la senda recta y, como hombre perfecto, vivió tal como Dios viviría entre los hombres.

  Su propósito fue claro
Los días que Jesús vivió como hombre no fueron sino la manifestación, en el tiempo, del plan que Dios concibió desde el principio. Siempre lo tenía presente en su mente. Quería salvar del mundo y reservarse para sí un pueblo y también edificar una iglesia del Espíritu que nunca pereciera. Tenía puesta la mirada en el día en que su reino aparecería con toda gloria y poder. Este mundo era suyo por creación, pero no quiso convertirlo en su morada permanente. Sus mansiones estaban en lo alto. Fue a preparar para su pueblo un lugar que tenía fundamento eterno en los cielos.

Nadie estaba excluido de su propósito de gracia. Su amor era universal. No nos confundamos en cuanto a esto. Era “el Salvador del mundo” (Jn. 4:42). Dios quiso que todos los hombres se salvaran y llegaran al conocimiento de la verdad. Para ello se entregó Jesús a fin de ofrecer a todos los hombres la salvación del pecado, y al morir por uno, murió por todos. Al contrario de nuestra forma de pensar superficial, en la mente de Jesús no existió jamás distinción alguna entre misiones extranjeras y domésticas. Para Jesús era todo evangelización mundial.

  Se propuso triunfar
Toda su vida se encaminó a este propósito. Todo lo que hizo y dijo fue parte del plan general. Su significado emanaba del hecho de que contribuía al propósito último de su vida de redimir el mundo para Dios. Esta fue la visión rectora de su conducta. Fue la norma de todos sus pasos. Démonos bien cuenta de ello. Ni por un momento perdió Jesús de vista su meta.

Por esto es de suma importancia examinar la forma cómo Jesús realizó su propósito. El Maestro puso de manifiesto la estrategia de Dios para la conquista del mundo. Tenía confianza en el futuro precisamente porque vivió de acuerdo con ese plan en el presente. En su vida nada hubo fortuito: no hubo energías malgastadas ni palabras ociosas. Se dedicó a los negocios de su Padre (Luc. 2:49). Vivió, murió, y resucitó según lo previsto. Al igual que un general planea el curso de la batalla, el Hijo de Dios hizo planes para triunfar. No se pudo permitir el lujo de correr riesgos. Sopesó todas las alternativas y los factores variables en la experiencia humana, después de lo cual concibió un plan que no fallaría.

  Su plan merece cuidadoso examen
Es sumamente revelador estudiarlo. Reflexionar en ello con seriedad conduce al cristiano a conclusiones profundas y a veces abrumadoras, si bien es probable que su plena comprensión resulte lenta y ardua. De hecho, a primera vista podría incluso parecer que Jesús no tuvo plan alguno. Otros descubrirán una técnica particular pero no las normas básicas. Y aquí radica una de las maravillas de esa estrategia. Es tan modesta y silenciosa, que el cristiano atolondrado no atina a descubrirla. Pero cuando el discípulo dispuesto llega por fin a caer en la cuenta del método general de Jesús, le sorprende su sencillez y se pregunta cómo la pudo pasar por alto anteriormente. Sin embargo, cuando se reflexiona acerca del plan de Jesús, la filosofía básica del mismo es tan diferente de la de la iglesia moderna, que sus implicaciones resultan poco menos que revolucionarias.

Las páginas que siguen pretenden aclarar ocho principios rectores del plan del Maestro. Sin embargo, debe aclararse que no hay que entender los distintos elementos si se dieran siempre en un mismo orden, como si el último no comenzara hasta tanto que los otros estuvieran en pleno funcionamiento. De hecho, cada uno de ellos implica todos los demás y, en cierto modo, todos comenzaron con el primero. El esquema sólo pretende estructurar el método de Jesús y hacer resaltar la lógica progresiva del plan. Se observará que a medida que el ministerio de Jesús se desarrolla, los elementos se hacen más patentes y la secuencia de los mismos se vuelve más perceptible.

El maestro de Escuela Dominical: Ayuda en el dolor emocional de los niños

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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El Dolor Emocional de los Niños: Cómo Ayudar

Es importante aclarar desde un principio los parámetros que definen lo que estoy llamando “ayuda pastoral al niño”. Cuando uno se acerca al dolor emocional de los niños, la tendencia es de responder con una u otra actitud que representa dos extremos. 

Una de esas actitudes es negar la realidad de que existe dolor en la vida de los niños, porque preferimos seguir creyendo que ellos son felices por naturaleza e incapaz de entender las dimensiones de la angustia humana. La otra actitud es de creer que la resolución del dolor en el niño supera totalmente nuestras capacidades y que la única solución es recurrir a la ayuda de psiquiatras o consejeros profesionales. 

La primera reacción no es válida y que la segunda es absolutamente necesaria, pero solo en algunos casos. Es mi fuerte convicción de que no podemos ayudar al niño si no partimos del hecho de que todo niño sufre dolor emocional, algunos más que otros, por las vivencias que experimenta en su hogar y en su entorno social. Es también mi convicción que todo adulto, y especialmente los que somos maestros, podemos hacer mucho para aliviar ese dolor y lograr sanidad emocional en la vida del niño. Y no tenemos que ser consejeros profesionales para lograrlo.

El maestro que trabaja en el contexto religioso tiene importantes recursos espirituales para ofrecerle al niño una contención correcta y adecuada. Aún más, son los recursos espirituales que nosotros mismos gozamos que nos dan la confianza para lanzarnos a esta tarea. Pero es necesario señalar que lo primero que hace falta para que esa ayuda se haga realidad es que el maestro defina su ministerio por algo más que la tarea de enseñanza. Debe ver su ministerio como una “tarea pastoral” y su vida como el instrumento que Dios utiliza para ofrecer al niño la contención espiritual que necesita, similar a lo que ejerce el pastor en relación a la congregación. Ese enfoque cambia el sentir de lo que hace, y demanda un compromiso distinto en cuanto a la tarea de formación espiritual del niño. Para empezar, impone la obligación de lograr una capacitación cabal para comprender las necesidades del niño en sus distintas etapas de desarrollo. Pero también requiere que haya una disposición conciente de permitir que Dios utilice su vida como un canal de ayuda y bendición para el niño, en formas que son más que una mera presentación académica de la lección bíblica en una clase los días domingo.

Lo que la ayuda pastoral NO es
Esta postura que quiero presentar es sencilla. Para empezar, el maestro NO está asumiendo un papel para el cual no está capacitado, como por ejemplo, el de asumir el rol de psicopedagogo o psicólogo. NO asume el papel de ser un experto en la terapia familiar. Tampoco NO está tratando de restarle autoridad al pastor titular de la iglesia ni a asumir una autoridad espiritual que no le haya sido delegada. NO cree tener todas las soluciones para resolver la confusión y el dolor del niño ni tampoco tiene la capacidad ni el tiempo de atender a todos los casos que le puedan llegar. Al contrario, acepta con humildad sus limitaciones y se da cuenta, desde el inicio de su ministerio, de que las necesidades de sus alumnos superan sus capacidades como ser humano. Igualmente reconoce que el entorno familiar del niño queda fuera de su alcance en cuanto a lograr transformaciones que uno desearía para el bien del niño. Su ayuda se limita, en la mayoría de los casos, a fortalecer espiritualmente al niño para que éste pueda enfrentar con otra actitud su triste realidad que probablemente no tenga soluciones inmediatas.

Debo enfatizar que la ayuda pastoral al niño NO debe proponer soluciones mágicas. Hoy en día en muchas de las iglesias evangélicas latinoamericanas hay una constante búsqueda por ver milagros. Parece que tenemos la necesidad de creer que el “Dios de lo imposible” puede intervenir en forma espectacular en las circunstancias que limitan el bienestar de los humanos. Eso hace que la oración se transforme en una forma de manipuleo a la soberanía de Dios, donde se insiste que él conceda el milagro que tanto anhelamos. Para dar más evidencia de una fe vigorosa, declaramos con soberbia que Dios va a conceder lo que hemos pedido, como si esto fuera nuestro derecho. Entonces, cuando le hacemos promesas al niño sobre el obrar de Dios (ejemplo: “Dios no va a permitir que tus padres se separen”), es jugar con su tierna fe y crear la posibilidad de un desengaño cuando no acontece lo que se dijo. La tendencia del niño es creer absolutamente en la palabra de su maestro y cuando ve defraudado esa confianza, es posible que empiece en él un proceso de desilusión en cuanto a Dios y en cuanto a la iglesia. Por eso el maestro, siendo responsable del correcto cuidado pastoral que ofrece al niño, debe presentarle a Dios como realmente es: un Dios soberano involucrado en la vida de sus hijos para ayudarlos a tomar buenas decisiones ante las circunstancias de la vida y para fortalecerlos cuando experimentan dolor y sufrimiento. Es, además, un Dios que se compromete con sus hijos para ayudarlos a resistir la tentación al pecado y a transformar situaciones luego que ellos hayan permitido que Dios los transforme primero. Reitero, entonces, que la oración no es una varita mágica para eliminar los contratiempos de la vida. La oración es el diálogo constante que utilizamos para desarrollar y fortalecer nuestra relación personal con Dios y por la cual vamos entendiendo sus propósitos en nuestra vida.

La ayuda pastoral al niño NO debe definirse en términos de una “guerra espiritual”. Aunque este enfoque se ha hecho muy popular en las iglesias evangélicas, debemos cuidarnos mucho con utilizar esta metodología con los niños. No hay duda que el Enemigo de nuestras almas lucha continuamente para destruir la vida espiritual de grandes y pequeños. No podemos negar tampoco que Satanás utiliza a adultos para dañar y destruir a los niños. La guerra espiritual es una realidad en la vida del creyente, sea adulto o niño. Sin embargo, cuando definimos la vida cristiana en estos términos, siempre existe el peligro de distorsionar las circunstancias. Por ejemplo, decir que un niño agresivo, malhumorado o deprimido está endemoniado, y a veces hasta decírselo al niño mismo, es acusarlo de algo terrible que le crea más confusión aún. Cuando a ese niño se le trata de hacer una “liberación” utilizando los métodos de la guerra espiritual, es posible crear una reacción traumática en el niño y le hace daño a su desarrollo espiritual. Hay niños que han sufrido grandes trastornos por ser tratados de esa manera.

Por cierto, hay niños que han sido expuestos a influencias satánicas por ser obligados a participar en horribles ritos de ocultismo. Otros, que han vivido en hogares donde los adultos habitualmente practicaban algún tipo de brujería, han sido víctimas de estas influencias que han contribuido al abuso físico y sexual. Algunos han sufrido increíblemente por el efecto del alcoholismo o la drogadicción en sus padres. En todos estos casos donde uno puede ver el descontrol de los padres en cuanto a su propia vida uno puede decir que se debe en gran medida a la opresión demoníaca. Cuando un maestro siente que la conducta de un alumno demuestra trastornos de índole satánico, debe buscar la ayuda de personas experimentadas en la intercesión y en la liberación que han demostrado tener discernimiento espiritual para enfrentar esta realidad en una manera eficaz. Es importante no ir a los extremos en esto: por un lado de “ver al diablo” en todas las malas conductas de los niños, y por otro de negar totalmente que hayan influencias satánicas que pueden haber dañado al niño.

¿Cómo se define la correcta ayuda pastoral al niño?
Para elaborar una definición adecuada a este tipo de ministerio entre los niños, relato un incidente que ocurrió en una clase de niños de 9 a 11 años de edad. Un alumno llamado Jorge llegó a la clase un domingo con una cara “de tormenta”. Se notaba por su rostro que algo le estaba afectando profundamente. Desde el inicio de la clase, su actitud fue de un desinterés total, algo no habitual en él. Además, los dos maestros se sorprendieron al ver conductas agresivas del niño hacia sus compañeros, ya que generalmente era un niño apacible y feliz. Cuando terminó la clase, uno de los maestros lo abrazó y le preguntó si podía quedarse unos minutos para charlar. Los dos maestros se sentaron a su lado y le preguntaron si le pasaba algo, porque veían que estaba molesto. El niño reaccionó en una manera inesperada. Escondiendo su rostro entre sus brazos, se largó a llorar amargamente. Cuando pudo contenerse, les contó de algo que le había dicho la hermana mayor en camino a la iglesia que lo había herido profundamente. Le había dicho que no era hijo real de sus padres, que era adoptado. Los maestros escucharon con atención, luego le aseguraron al niño que lo que había dicho la hermana no era cierto porque ellos conocían muy bien a la familia y le preguntaron si quería que ellos hablasen con sus padres y su hermana. El niño respondió enérgicamente que no, se calmó de su llanto y les sonrió. “Ahora estoy bien” les dijo secándose las lágrimas. Los maestros oraron por él y lo despidieron viendo a un niño transformado.

Una presencia que acompaña
Este pequeño incidente ilustra la esencia de lo que entiendo es la ayuda pastoral al niño. Todo niño interpreta sus vivencias emocionales en forma exagerada. El niño del incidente que relaté no se puso a analizar por qué su hermana le había dicho esas palabras. Tampoco entendía que lo había hecho por celos, o simplemente por fastidiarlo. 

El niño tomó las palabras con toda la fuerza de su impacto y reaccionó emocionalmente transformándolas en conductas. Su transparencia habitual hizo imposible esconder sus sentimientos. Dichosamente, los maestros supieron interpretar las transformaciones de conducta del niño como señal de algún problema aún no verbalizado.

La ayuda pastoral se puede definir como la disposición del adulto de interesarse lo suficiente en la vida del niño como para entender e identificar las áreas de necesidad en su vida y encontrar maneras de ayudarlo. Podemos agregar a eso la disposición de jugarnos por el niño para brindarle ayuda como la que el Señor mismo le ofrecería, es decir, una o todas las actitudes expresadas por las siguientes palabras: consuelo, apoyo, protección, compañía, bendición, guía, afirmación y esperanza. Es decir, brindarle al niño los maravillosos aportes que se describen tan bellamente en el Salmo 23.

Quiero ser claro: la ayuda pastoral no es tanto resolver los problemas que le trae la vida al niño, sino el fortalecerlo de diferentes maneras para enfrentar esos problemas. En el caso de Jorge que mencioné antes, el sentirse escuchado y afirmado por sus maestros, además de recibir una orientación distinta y el consuelo espiritual de sus oraciones, era suficiente para que él saliera de allí fortalecido en cuanto a su identidad y ayudado para hacer frente a la relación con su hermana.

Estoy convencido de que mucha de la angustia del niño de hoy, que se ve reflejada en su hiperactivismo, su agresión o su pasividad, está radicada en su sensación de soledad frente a la vida. Para el niño, el solo sentirse acompañado, aunque sea por un maestro que ve una vez por semana, le traerá alivio, seguridad y esperanza. El niño rápidamente aprende, como todos nosotros lo hicimos, que el mundo es difícil y que las convivencias son complicadas. Carole Klein, en su libro El mito del niño feliz, dice:

  No deberíamos ponernos a la defensiva mientras ellos luchan por definir su personalidad. Al comprender las limitaciones de nuestra capacidad de cambiar el curso de su desarrollo, podremos acompañarlos siempre con nuestro afecto, listos para ofrecer cualquier ayuda que podamos dar a medida que ellos van enfrentando los inevitables desafíos de la niñez.

Bruno Bettelheim, una autoridad en la correcta crianza de niños, declara:

  Una de mis prioridades en la enseñanza es corregir la falacia actual que sostiene que es deseable que los niños sean criados aislados de las frustraciones y dificultades de la vida. En cambio, debemos enseñarles desde la infancia que el éxito en la vida reside en la capacidad de saber enfrentar las dificultades, de luchar y de salir adelante.

Creo que en los planes de Dios para el correcto desarrollo de los niños, la ayuda pastoral adecuada apunta a eso.

Dentro de la iglesia siempre habrá algunos niños con problemas emocionales más severos que requieren ayuda profesional. Los maestros y los directores de los programas de niños deben estar atentos a casos así y la iglesia debe contar con el apoyo de profesionales para estas situaciones que requieren una consejería a largo plazo o, si hace falta, una terapia familiar. No debemos sentir vergüenza ni interpretar como algo contradictorio a nuestra fe, el que haya personas, ya sean niños o adultos, que pueden requerir ayuda profesional para resolver sus conflictos. Vivimos en un mundo caído donde abunda el pecado, lleno de crisis existenciales, donde la preocupación y la ansiedad son elementos constantes en la vida. No debe sorprendernos que haya trastornos mentales y emocionales en la gente. Pero en la mayoría de los casos, los niños que llegan a nuestras iglesias no requieren atención profesional. Ellos necesitan simplemente una mano extendida que representa el amor del Señor en nosotros. La ayuda pastoral, asumida correctamente, le ofrece esa mano al niño.

Ayuda para hablar de dolor
Este libro ha sido escrito originalmente con la intención de proveerle al maestro ayudas prácticas para ayudar al niño a hablar de su dolor. Esas ayudas ilustradas se dan por medio de láminas, una serie de actividades, juegos interactivos y libritos que sirven para crear un espacio en donde se le facilita al niño la posibilidad de hablar sobre los problemas que esté enfrentando.

¿Por qué es importante que el niño hable de sus problemas? Porque si no encuentra la forma de expresar lo que le pasa, seguirá sin aliviar el dolor que sufre y sus conductas, su rendimiento escolar y su capacidad de disfrutar de la vida serán afectados. El dolor internalizado, que nunca se resuelve, carcome profundamente la autoestima y distorsiona la vida emocional. Alguien me preguntó una vez si era suficiente sólo con escuchar al niño, sin hacer otra cosa. Mi respuesta fue que probablemente no fuera suficiente, pero mejor poco que nada. Ser escuchado representa una cuota enorme de la ayuda que el niño necesita recibir. Una de las angustias más grandes del niño es no saber cómo expresar lo que siente. Pero una vez que el niño haya encontrado las palabras para describir y nombrar lo que le sucede, él mismo podrá comenzar a entender que podrá transformar sus actitudes en relación a las circunstancias que le toca vivir. Cuando su maestro es capaz de orientar sus pensamientos hacia Dios y ayudarlo a entender que a través de diversas maneras Dios lo acompaña en medio de sus circunstancias, su vida espiritual será fortalecida. Para muchos niños sentirse escuchados por un adulto, sea su maestro o sus padres, forma sus primeras experiencias en saberse escuchado por Dios.

Estoy convencido de que el niño actual necesita desesperadamente de este tipo de ayuda. Ni la tecnología más avanzada, ni la película más divertida, ni el juego electrónico o programa de computación más ingenioso podrán ocupar el lugar de una relación comprometida de afecto e interés personal entre un maestro y su alumno, especialmente porque el maestro también representa una dimensión espiritual para el niño. Esto también se puede decir en cuanto al trato de los padres en relación a sus hijos. Una relación de afecto, donde los padres ponen el empeño de escuchar con cuidado a sus hijos, bautiza la relación con una dimensión pastoral porque ellos están contribuyendo a la creación de vidas sanas.
 

Dios bendiga como hasta ahora a aquellos maestrros de la Escuela Dominical: Pastores de Niños

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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PASTORES DE NIÑOS: uNA OCUPACIÓN IMPOSTERGABLE


  Me impacta la escena que observo todos los domingos. Niños de todos los tamaños entran corriendo en el plantel educacional de la iglesia. No saludan a nadie hasta llegar a los pisos superiores donde están las aulas. Si la directora de la escuela dominical está en la puerta o en un pasillo, la saludan al pasar, pero su saludo es seguido siempre por la misma pregunta: “¿Está mi maestro?”. Esa expectativa de encontrarse con su maestro es, en realidad, una expresión del anhelo entusiasmado del niño de encontrarse con la persona que lo toma en cuenta, que lo llama por nombre y le da lugar para hablar de sus cosas en un ambiente preparado especialmente para él. Yo creo que éste es el contexto más adecuado para ejercer la ayuda pastoral al niño.

Debo explicar el sentir que le doy a través de todo el libro del término “ayuda pastoral”. Me refiero al trato que un adulto puede darle al niño que se caracteriza por una relación de afecto y que ofrece guía, orientación, apoyo, aliento, compañía y consuelo dentro de un contexto establecido. No estoy usando el término en relación al liderazgo y autoridad implícito en el puesto de pastor de una iglesia. Creo que esta ayuda está relacionada con un lugar físico, la iglesia, el edificio que va adquiriendo para el niño un significado especial relacionado con Dios. Esa ayuda se expresa por individuos que sienten la vocación y el llamado para el ministerio entre la niñez. El lugar y las personas, entonces, establecen el medio ideal donde el niño dolorido ha de ser escuchado y donde, a la vez, se habla de Dios y se aprende de su Palabra. Las personas ideales para ofrecer este tipo de ayuda son los maestros que tienen a su cargo la formación espiritual de los niños. Esos maestros no pertenecen a la familia del niño, pero por lo general la conocen y por eso pueden servir de puentes entre el niño y su familia cuando surgen circunstancias de dolor y confusión. Los maestros pueden llegar a ser los “abogados defensores” del niño, cumpliendo con el llamado de Jesús cuando dijo: “El que recibe a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí” (Mateo 18:5). ¡Qué tarea privilegiada!

El éxito que puede tener la persona en cuanto a la ayuda pastoral al niño depende en gran medida en la relación afectiva que se forma entre el maestro y su alumno. Creo que el lugar más apropiado para que esta relación se fomente es en la iglesia donde ya existen programas dirigidos hacia los niños. También hay situaciones donde una iglesia tiene otras formas de contactarse con niños de la comunidad, como por ejemplo, por una escuela privada o por programas especiales de deportes. Muchas veces se brinda como parte del programa pedagógico un consultorio de ayuda al niño y su familia, supervisado por un psicólogo profesional y llevado adelante por maestros capacitados o posiblemente por integrantes del equipo pastoral de la iglesia. En estos casos, sin embargo, la ayuda pastoral tiene un contexto académico, casi siempre relacionado con el rendimiento del niño en sus estudios. En cambio, cuando la ayuda pastoral se ofrece en la iglesia, está definida por el ambiente de la Escuela Dominical y basada en una relación voluntaria donde el maestro puede ganarse la amistad y confianza del niño.

Las oportunidades para realizar la ayuda pastoral pueden darse de diferentes maneras. La más natural es cuando nace como reacción o respuesta a la actividad de aplicación de una lección bíblica. La lección en sí ha tocado cierto tema. Digamos que sea, por ejemplo, la descarga de enojo de uno o varios miembros de la familia. Al observar las reacciones de los alumnos, el maestro puede darse cuenta de si hay algún niño que está siendo afectado por esta realidad. Es posible que, en forma espontánea, un niño diga: “Mi papá se enoja mucho conmigo. A veces me pega”. O que otro diga: “Yo me enojo mucho con mis hermanos”. El maestro, entonces, busca un momento donde puede conversar a solas con uno u otro de sus alumnos para darles la oportunidad de compartir, si desea, lo que está pasando en su hogar. En ese encuentro individual el maestro está dando oportunidad a que el niño hable de su realidad. Si el maestro es sensible a las reacciones de sus alumnos cuando se da la aplicación de la lección, estas situaciones pueden producirse continuamente. Muchas personas adultas me han comentado que en su experiencia de niño en la iglesia jamás tocó su realidad porque “nadie nunca me preguntó nada”. Recibieron una enseñanza bíblica artificial que nunca llegó a penetrar su diario vivir. Después de todo, el propósito de la enseñanza religiosa es lograr la transferencia de los conceptos bíblicos a la vida práctica. En ese proceso, el maestro tendrá reiteradas oportunidades de ofrecer una ayuda pastoral a sus alumnos.

Otra oportunidad donde la ayuda pastoral puede darse es cuando alguna circunstancia inesperada despierta en los niños un interés urgente en un tema, a tal punto que el maestro se ve obligado a dejar de lado la lección preparada para esa clase para atender el reclamo de sus alumnos. Recuerdo una clase que tuve la semana después de la muerte repentina del hijo del pastor de mi iglesia. El joven había fallecido de un infarto en plena reunión el domingo anterior. Los niños de la clase no habían tenido oportunidad de expresar sus interrogantes ni de hablar de sus temores en relación con lo que había sido una experiencia traumática para todos. Inicié la clase orando por la familia del pastor, y en cuanto dije “amén”, toda la clase quería hablar del tema. Sus preguntas y comentarios me dieron una excelente oportunidad de crear un encuentro especial sobre el tema de la muerte, dándoles lo que llamo “ayuda pastoral” para entender la realidad de esta experiencia trascendental que afecta la vida de toda persona.

Una tercera manera de llevar a cabo el cuidado pastoral al niño es a través de encuentros individuales que el maestro estructura con sus alumnos. Muchas veces el impulso para programar este tipo de encuentro se da cuando el maestro reconoce que un alumno necesita atención especial para hablar de alguna circunstancia que le está afectando. Dependiendo en la circunstancia o en la gravedad del problema, el maestro acuerda con el alumno tener uno o varios encuentros privados. Este libro describe estas circunstancias y brinda pasos prácticos para ayudar al maestro a trabajar con el niño en la resolución de sus problemas.

Una cuarta manera de realizar la ayuda pastoral al niño es a través de la formación de un equipo especializado de consejeros. Esto es un paso más complejo ya que requiere que haya personas con una capacitación suficiente como para atender a los niños que requieren una atención específica para resolver problemas más severos. Este equipo debe tener la aprobación y el apoyo del liderazgo de la iglesia y ser compuesta de quienes han demostrado capacidades especiales para aconsejar a los niños. Pueden ser personas que forman parte del plantel de maestros de la Escuela Dominical o, preferiblemente, personas con una capacitación especial en la asistencia social o en la consejería. Para un mejor rendimiento, este equipo debe establecer días y horarios específicos que se dan a conocer para que los padres puedan tener acceso a esta ayuda para sus hijos. Hace unos años se presentó el caso en nuestra escuela dominical de tener tres niños que manifestaban necesidades emocionales muy evidentes y que estorbaban el desarrollo normal de las clases. Para proveer una dimensión de apoyo a los maestros, la directora de la Escuela Dominical libró a una de las maestras de tener una clase para que estuviera disponible para poder llevar aparte a uno u otro de estos niños y darle la atención que necesitaba. Lo interesante fue que estos niños no veían como una disciplina el hecho de ser separados de su clase normal para tener este tiempo a solas con la otra maestra. Inclusive, luego de estar un tiempo con actividades especiales dirigidas por la maestra, generalmente decían: “Ahora estoy mejor. ¿Puedo volver a mi clase?” Era como si necesitaran de un respiro emocional con alguien que supiera proveerles un pequeño oasis donde calmar su ansiedad y nerviosismo. Estos encuentros especiales se hacían en una pequeña oficina de la iglesia o si no en algún rincón disponible, hasta a veces en una de las escaleras. Lo importante era que estos niños perturbados podían recibir la atención personalizada que necesitaban. Aunque los niños no se dieron cuenta, estaban participando en un encuentro pastoral.

El maestro que se dedica al cuidado pastoral de sus alumnos buscará toda oportunidad posible para conocer mejor a cada uno. Al decir esto, me doy cuenta que todo maestro lucha con las muchas demandas sobre su vida y tiempo, y encuentra difícil apartar el tiempo necesario durante la semana para hacerlo. Pero cuando servimos a Dios, debemos mantener un ideal alto y definirnos no lo que podemos hacer sino lo que debemos hacer. Esto quiere decir que como maestro establezco como prioridad dedicar tiempo para estar con mis alumnos en alguna actividad o momento, y entonces me organizo para llevarlo a cabo. ¿Qué puedo hacer para conocer mejor a mi alumno? Lo puedo hacer tratando de estar presente cuando él juega un partido de fútbol, cuando tiene una participación en un programa especial en el colegio, o cuando se celebra un evento especial en su vida, como su cumpleaños. Si el alumno se enferma, el maestro lo llama por teléfono y trata de visitarlo. Si alguien en su familia sufre un accidente, un robo o un incendio, o si se presenta alguna circunstancia traumática como la muerte de un ser querido, el maestro debe hacer lo posible para estar presente para consolar al niño y su familia. Pero más que nada, el cuidado pastoral se desprende de esos momentos que se dan todos los domingos en la iglesia donde el maestro se muestra cálido en su afecto y genuino en su interés por la vida y las actividades de su alumno. De esta manera el maestro crea un ambiente donde el alumno sabe que será escuchado y tomado en cuenta. Cuando existe una relación así entre maestro y alumno, siempre se darán en forma espontánea oportunidades para ejercer el cuidado pastoral. No hay forma de medir el impacto para bien que puede tener tal relación sobre la vida de una niño o un adolescente.

Hoy yo me gozo en la evidencia de que el cuidado pastoral del niño tiene grandes beneficios. A menudo recibo cartas, llamadas telefónicas o e-mails de niños, adolescentes o adultos que me cuentan de sus vidas, sus estudios, sus noviazgos, sus casamientos, sus hijos y una infinidad de experiencias que son parte de la vida. Y siempre me agradecen mi interés, mis oraciones y mi amor expresado hacia ellos. Me recuerdan incidentes y circunstancias cuando necesitaban la comprensión de un adulto, y me agradecen en palabras de gran emoción todo lo que representó para ellos mi vida. No hay recompensa más enorme que las vidas de mis ex-alumnos que hoy aman y sirven al Señor.

Siempre me impacta cuando observo en la puerta de la iglesia, o en un pasillo o en la vereda, a un maestro dialogando con un alumno, haciéndole preguntas e interesándose por sus actividades. Uno ve en la cara del niño el gozo e entusiasmo de ver que es tomado en cuenta. Uno ve el aprecio que siente el niño por su maestro cuando lo saluda con un beso al llegar o con un abrazo al despedirse. Al ver esas escenas, pienso que así era el Señor con todos los niños y me inspira ver que hay entre sus seguidores muchos que siguen su ejemplo. El cuidado pastoral del niño es, al fin, nada más complejo que saber expresarle el afecto genuino.
 


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