domingo, 11 de enero de 2015

A los que habéis alcanzado… una fe igualmente preciosa que la nuestra

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información

EL CONOCIMIENTO
Aclarando su esencia 2Pedro (1:1–21)


Fuente del conocimiento para el creyente. 1:1–4
La carta: De quién y para quién (1:1–2). Siguiendo la forma acostumbrada en que se enviaban misivas en la época del primer siglo, ésta también empieza dando el nombre de su autor. Sin embargo, no es como las demás cartas del Nuevo Testamento, porque empieza dando dos nombres de la misma persona. Desde el principio, 2 Pedro es única.

Este hecho naturalmente refuerza la identidad del autor, sobre todo, cuando se considera que en un buen número de textos, aparece la forma original de “Simón” es decir, la forma hebraica “Simeón”. Ningún falsificador del segundo siglo hubiera introducido la forma no hebrea que aparece en la epístola. Por otro lado, sería muy natural que Pedro el apóstol sí la usara.

Pero si los nombres en sí no son suficientes para establecer la identidad del autor, ¿qué tal sus dos credenciales mencionadas en seguida, siervo y apóstol? “Siervo” es traducción de la palabra que se usaba para hablar de un esclavo. Sin embargo, no se refiere aquí a la servidumbre involuntaria, sino a alguien que con muy buena voluntad y hasta entusiasmo se rinde a su amo, en este caso el Maestro, el Señor Jesucristo. A esas alturas, Pedro ya no era el pescador impetuoso e independiente, sino un hombre maduro, totalmente sumiso a su Salvador y Señor.

La palabra “apóstol” coloca al autor en compañía muy selecta. Fueron pocos los que podían adjudicarse semejante título. Efectivamente, Pedro estaba entre los primeros escogidos por el Señor, juntamente con Juan y Jacobo. Él presenció los milagros del Jesucristo, escuchó sus grandes discursos, así como sus parábolas y sencillas lecciones. Anduvo con Cristo por las veredas de Tierra Santa, entró con él a Samaria y subió con él al monte de la Transfiguración. En la última semana de la vida terrenal de nuestro Señor, Pedro estuvo presente durante las grandes enseñanzas del aposento alto, y poco después, descendió al valle más oscuro de su vida, cuando entre los enemigos de Cristo negó a su Señor. Gracias a Dios, su biografía no termina allí.

También fue testigo de la resurrección triunfante y posteriormente fue totalmente restaurado. Entonces, cuando los apóstoles estudiaron (Hechos 1) el dilema de quién tomaría el lugar del traidor Judas, fue Pedro quien hizo una lista de los requisitos de apóstol. Luego, en el siguiente capítulo (Hechos 2), el mismo apóstol llegó a ser el intenso predicador del día de Pentecostés. Años después y estando a más de 2,300 kilómetros de distancia, en la ciudad de Roma, escribió la carta que estamos estudiando, cuyo autor es Pedro, apóstol de Jesucristo.

Los receptores de ésta, su última obra, se catalogan como “los que habéis alcanzado… una fe igualmente preciosa que la nuestra” (1:1). El versículo establece que eran creyentes, pero no indica directamente si eran gentiles o judíos. Tampoco establece el lugar geográfico donde se encontraban.

Si 2 Pedro 3:1, que dice: “Amados, esta es la segunda carta que os escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento”, se refiere a 1 Pedro, entonces los destinatarios son los mismos que se mencionan en 1 Pedro 1:1: “…los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia”. En ese caso, quienes recibieron la segunda carta eran creyentes judíos (“los expatriados”) de Asia Menor.

Por otro lado, es posible que 2 Pedro 3:1 se refiera a otra carta (una ya perdida), es decir, a una que no llegó a formar parte del canon del Nuevo Testamento. Varios eruditos piensan de este modo. Si así fuera, no tendríamos ni la menor idea de quienes fueron los recipientes de 2 Pedro. Sabríamos de ellos únicamente por lo poco que la carta revela, que aunque es “poco”, es muy importante.

Habiendo “alcanzado… una fe” (1:1) indica que eran creyentes que lógicamente, habían aceptado a Cristo hacía relativamente poco tiempo, pero cuya salvación era igual a la de los que aceptaron antes; igual en el sentido de que tenía la misma fuente (la obra de Dios) y los mismos resultados.

Hay una importantísima expresión teológica en la frase “nuestro Dios y Salvador Jesucristo”. Pocas, pero fuertes, son las referencias novotestamentarias donde se identifican directamente a “Dios” con “Jesucristo”. (Véase Juan 1:1; 20:28; Tito 2:13 y la explicación de Pablo en Colosenses 2:9.) No debe extrañar al estudiante del Nuevo Testamento que sea Pedro el que lo dice, reforzando lo que dice en su doxología de 3:18. Es de interés notar que en el Nuevo Testamento el término “Salvador” se aplica a Jesucristo unas 16 veces, 5 de las cuales aparecen en 2 Pedro.

El saludo “Gracia y paz os sean multiplicadas” (1:2) es igual al de 1 Pedro, pero como los saludos de Pedro no hay igual en todo el Nuevo Testamento. En los de Pablo, no se incluye el verbo como aquí, cuando dice: “sean multiplicadas”, siguiendo el estilo formal de los griegos. El uso del verbo, que es un estilo de composición más oriental, en este caso parece indicar que los destinatarios ya habían recibido esos elementos, pero, que a la luz de los maestros falsos que estaban entrando en el cuadro, los hermanos necesitarían una mayor cantidad de esos importantes ingredientes, la gracia y la paz.

No se debe pasar por alto la primera aparición en la carta de la palabra “conocimiento”. La palabra, los derivados de ella o términos análogos, se encuentran unas 16 veces en 2 Pedro, lo cual enfoca lo que él consideraba que era el antídoto para el veneno de los maestros falsos.

La causa: 
De dónde viene la vida (1:3)
La fuerza del versículo se capta en la paráfrasis, “¡Todos, absolutamente todos los recursos necesarios para disfrutar y demostrar la relación que el creyente sostiene con su Dios, él los ha dado ya!” Dios, siempre de acuerdo con todas sus demás perfecciones, planificó, ejecutó y soberanamente aplicó al individuo todo su poder. Y no le entregó solamente lo requerido para el inicio de la vida eterna, sino que también le proveyó todos los recursos necesarios para garantizar y desarrollar esa vida. Dios nos ha reclutado para ser sus soldados y para que entremos en la milicia bien equipados para la pelea.

Entonces, ¿a quiénes se refiere específicamente el pronombre “nos” (1:3)? Debido a la frase “por su gloria” se cree que el “nos” se refiere a los mismos apóstoles. Por cierto, los relativamente recién convertidos (en comparación con los apóstoles) a quienes Pedro escribió, no podían formar parte de ese “nos” por razón de tiempo y geografía. Ellos no habían visto la “gloria” del Señor Jesucristo. En cambio los apóstoles sí la vieron, algunos en el monte de la Transfiguración y todos en el Cristo resucitado. Por otro lado, la fuente de vida es la misma, ya se trate de los apóstoles, de los lectores de la carta, o de nosotros de la edad presente.

Por segunda vez en sólo dos versículos, el autor menciona “conocimiento”. La vida que complace a Dios no le pertenece al hombre caído por naturaleza; es un don de Dios. Y sus detalles se encuentran en la Biblia.

¡QUÉ MARAVILLOSA ES LA GRACIA DE DIOS,
QUE PERMITE AL HOMBRE CONOCERLO!


 El hecho de que un ser humano, finito, con todas las limitaciones que semejante descripción comprende, pueda llegar a conocer al Dios infinito, es en sí un milagro. ¿Cómo es posible? Solamente mediante una obra sobrenatural de parte de ese mismo Dios. En primer lugar, el Dios infinito tenía que revelarse, es decir, él mismo tuvo que comunicarse, dándonos a conocer como es, qué ha hecho, y cuáles son sus planes. De otra manera, el hombre no podría haber sabido nada de él. Aun así, por lo que le pasó al hombre en el jardín de Edén y por consiguiente, a toda la raza, una revelación del Dios infinito no sería suficiente. Por muy inteligente que sea, la Biblia dice: “…el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios porque para él son locura” (1 Corintios 2:14). Tuvo que haber una obra de parte del Espíritu Santo de Dios para convencer al hombre al respecto (Juan 16:7–11). Solamente así puede la mente de un ser finito conocer al Creador infinito.

Ahora bien, este no es un conocimiento puramente intelectual, aunque, claro, la información referente al plan de Dios revelado en su Palabra es absolutamente necesaria. Su aceptación, sin embargo, tiene que ser no solamente del cerebro, sino también del corazón. Es decir, “creer”.

Las Consecuencias: 
De qué somos participantes (1:4)
Aquí Pedro ofrece una especie de definición de lo que quiere decir ser cristiano: “participantes de la naturaleza divina…” (1:4). Las grandes y muy valiosas promesas de Dios en este contexto nos fueron dadas por la “gloria y excelencia” de Cristo (v. 3), cuyo carácter garantizó el valor de ellas.

El resultado no es que el creyente llega a ser un dios ni siquiera un mini-dios. Esta es la meta que tienen varias sectas en la actualidad. Los mormones enseñan que el hombre llegará a ser un dios. La iglesia ortodoxa oriental también cree en la divinización futura del hombre, y de igual manera postulan muchas de las religiones falsas. Pedro jamás hubiera enseñado semejante error. Más bien, la frase “ser participantes de la naturaleza divina…” toma en cuenta que el Espíritu Santo ha impartido a cada creyente una naturaleza nueva, y que es ahora capaz de entrar en comunión con Dios. El apóstol Pablo lo explica de la siguiente manera: “…Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).

Por otro lado, tenemos que confesar que las Escrituras establecen como meta para el creyente que llegue a ser como Cristo: “Amados ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él és” (1 Juan 3:2). No seremos dioses pero, sí tendremos el cuerpo glorificado, lo cual nos facilitará aún más glorificar a nuestro Salvador.

 

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