miércoles, 21 de enero de 2015

Por todo el país se están muriendo de hambre en el campo de la oración

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 29MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información

DESATE
EL POTENCIAL
DE LA ORACIÓN
Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día.
Salmo 25.4–5
Crecí en un hogar cristiano donde la oración era importante. Como pastor pasaba mucho tiempo orando cada día. Pero no fue hasta que Dios me trajo un compañero de oración que mi vida y ministerio prorrumpieron con poder y los resultados comenzaron a multiplicarse de una manera increíble.
Todo comenzó en 1981 cuando acepté ser el pastor principal de la iglesia wesleyana Skyline en San Diego, California. Mi esposa, Margaret, y yo nos mudamos a esa ciudad con nuestros hijos, Elizabeth y Joel Porter, después de haber pasado dos años como director ejecutivo de evangelización en Wesleyan World Headquarters [Oficinas Centrales Wesleyanas Mundiales] en el estado de Indiana. Antes de eso fui pastor de dos iglesias en Indiana y Ohio respectivamente.
Estaba emocionado de volver a ser pastor y sobre todo por ir a Skyline. Estaba ansioso por conocer el personal, evaluar el ministerio de la iglesia y su liderazgo e identificar los líderes clave que me ayudarían a llevar a cabo la misión de la misma. Traté de alcanzar lo mayor posible en el menor período posible, lo cual mantuvo mi agenda muy ocupada.
Un martes por la mañana, aproximadamente seis semanas después de llegar a Skyline, estaba revisando la agenda del día cuando vi una cita prevista para reunirme con una persona cuyo nombre no reconocí.
—¿Quién es Bill Klassen?—pregunté.
—Es la persona citada para las diez—respondió Bárbara, mi asistente.
—Eso veo … pero, ¿quién es? ¿Es algún líder?—pregunté. Había pasado las últimas semanas concentrando mi atención en conocer los líderes de mi congregación.
—No, no lo es—dijo Bárbara—. A propósito, ni siquiera asiste a la iglesia Skyline.
Bárbara pudo ver la tristeza en mi rostro.
—Dijo que tenía que verle. Insistió mucho—añadió enfáticamente.
—Bueno—dije—, déme como quince minutos con él y si para ese entonces no hemos terminado, interrúmpanos.
Mi plan consistía en comprender cuál era su agenda, arreglar cualquier problema que pudiera tener con amabilidad, pero con rapidez, y continuar con el trabajo que tenía que hacer ese día.
UN LAICO LLAMADO A ORAR
Bill resultó ser un caballero blanco en canas de unos sesenta años de edad. Su rostro era agradable, casi radiante. Me recordó que quizás Moisés lucía así cuando bajaba del monte Sinaí. Comenzó a hablarme de él, de su trabajo en la construcción en Canadá, cuando vendía barcos de vela en Washington y el sur de California, y también de su trabajo de discipular en el ministerio de los Navegantes.
«John», dijo, «creo que Dios me ha llamado como laico a preparar, alentar y orar por los pastores, y vine hoy para poder orar por usted».
¿Quería orar por mí?, pensé. En todos los años que llevo como pastor nunca tuve un laico que viniera a orar por mí. Toda mi agenda comenzó a esfumarse. Sentí que el Espíritu Santo me inundaba diciendo: «John, mi agenda es más importante que la tuya. Tu vida no es una calle de una sola vía en la que solo tú ministras para otros. Hay personas que quieren ministrarte y he mandado este laico para que ore por ti».
Cuando Bárbara vino a interrumpirnos, le dije que saliera. Bill y yo estuvimos probablemente una hora orando juntos ese día y lloré al saber que Dios mandó a alguien para orar solamente por mí. Bill satisfizo una necesidad personal que ignoraba tenía, y ardía en él ese continuo deseo de que sus oraciones nos cubrieran a mí, a mi iglesia, mi familia y mi ministerio.
Un rato después me comunicó que había estado orando dieciocho meses para que Dios le enviara un pastor por quién orar. Después de nuestra reunión de aquel día, se fue a casa e inmediatamente habló con su esposa Marianne.
«Encontré nuestro pastor hoy, Marianne», dijo. «No le he oído predicar, pero sí lo escuché orar». El domingo siguiente Bill y Marianne fueron a la iglesia y se sentaron en un banco cerca del frente. Y desde entonces siguieron sentándose allí.
EL PODER DEL COMPAÑERISMO
EN LA ORACIÓN
Nuestras vidas no siguieron siendo las mismas después de aquella reunión. Bill se convirtió en mi compañero de oración y confidente, y continuó ayudándome a organizar un ministerio de compañeros de oración en Skyline, un grupo de personas que oraba por mí todos los días durante mis catorce años de permanencia allí, que se reunían en pequeños grupos en la iglesia cada domingo para cubrir los cultos con sus oraciones. Este ministerio comenzó con treinta y un miembros y finalmente creció hasta llegar a ciento veinte.
Durante esos catorce años la congregación, que contaba con poco más de mil personas, se triplicó hasta llegar a tener casi tres mil quinientas. El ingreso anual ascendió de setecientos cincuenta mil a más de cinco millones de dólares. El ministerio de Skyline floreció y el número de los laicos involucrados aumentó de ciento doce a mil ochocientos.
Sin embargo, el verdadero poder asombroso de esas oraciones se ha reflejado de manera individual en las vidas: Miles de personas han aceptado a Cristo durante esos años. Mis compañeros de oración crecieron espiritualmente participando activamente del poder milagroso de la oración en sus vidas diarias. Bill y Marianne Klassen iniciaron su propio ministerio enseñando en otras iglesias a comenzar sus grupos de compañeros de oración, y durante esos años Dios me ha guiado por un sendero increíble. Además de todas las maravillas que sucedieron en nuestra iglesia, comencé a trabajar cada vez más con otros pastores enseñándoles sobre liderazgo y crecimiento de la iglesia, es por eso que, establecí injoy, una organización cristia-na sin denominación dedicada a brindar ayuda a líderes de modo que alcancen su máximo potencial en iglesias, negocios y familias. Hasta he llegado a tener el privilegio de hablar en algunas conferencias de Cumplidores de Promesas por todo el país.
Sin las oraciones y el poder del Espíritu Santo creo que nada de eso hubiera sucedido. Todo honor y gloria corresponden a Dios. Pero el crédito por haber desatado ese poder y mantenerme protegido un día tras otro lo merecen esos compañeros de oración.
COMPAÑEROS DE ORACIÓN EN LA HISTORIA
El concepto de buenos laicos que acompañan en oración no es nuevo. Se remonta a los tiempos del Antiguo Testamento en el libro de Éxodo cuando Moisés oró sobre la cumbre del collado para que Josué derrotara a los amalecitas (discuto el incidente con más detalles en el capítulo cinco).
Continúa en el Nuevo Testamento, particularmente en los primeros días de la iglesia en desarrollo del primer siglo, tal como se narra en el libro de Hechos. Tal vez recuerde cómo oraron los ciento veinte discípulos en los días comprendidos entre la ascensión de Jesús y el Pentecostés (Hechos 1.14). El día en que descendió el Espíritu Santo un simple pescador llamado Pedro dio su testimonio y tres mil personas se convirtieron.
Sin duda, a través de los siglos han habido innumerables ocasiones en que los fieles han acompañado a sus predicadores con sus oraciones. Aunque no hay constancia sino en el cielo de muchas de ellas, sí conocemos la historia de algunas más recientes:
Predicador: Charles Finney
Año:
1830
Lugar:
Rochester, New York
Resultados:
En un año de los diez mil habitantes de la ciudad mil se entregaron a Cristo.
Compañero:
Abel Clary. Finney escribió: «El señor Clary continua-ba orando mientras yo proseguía y seguía hacién-dolo hasta que no terminaba. Nunca se presentó en público pero se entregó por completo a la oración».
Predicador: D. L. Moody, un desconocido trabajador de la YMCA [Asociación Cristiana de Jóvenes Metodistas]
Año:
1872
Lugar:
Londres, Inglaterra
Resultados:
En diez años se añadieron cuatrocientos nuevos convertidos a la iglesia donde predicaba.
Compañero:
En Londres una muchacha postrada en cama llama-da Marianne Adlard leyó un recorte impreso acerca del ministerio de Moody en Chicago y oró para que Dios lo mandara a su iglesia.
Predicador: Jonathan Goforth,
misionero canadiense
Año:
1909
Lugar:
Manchuria, China
Resultados:
Un gran avivamiento por toda Manchuria.
Compañero:
Más tarde durante su estancia en Londres llevaron a Godford a ver una dama inválida. Al conversar sobre un avivamiento en Manchuria ella le pidió que mirara su libreta de notas. Allí tenía anotada la ocasión en que sintió un poder especial que le ins—taba a orar por Manchuria. Goforth se sobrecogió de temor al comprender que esos eran precisamente los días en que fue testigo del gran poder que recibió Manchuria.
Predicador: Mordecai Ham,
evangelista sureño
Año:
1934
Lugar:
Charlotte, Carolina del Norte
Resultados:
Muchas personas allí se conmovieron profundamente entre ellos el hijo de un campesino llamado Billy Graham quien se convirtió también.
Compañeros:
Algunos comerciantes junto con el padre de Billy Graham pasaron un día en la finca de los Graham orando para que Dios impactara su ciudad su estado y su mundo.
Predicador: Billy Graham
Año:
1949
Lugar:
Los Ángeles, California
Resultados:
Una larga campaña que trajo como resultado un cambio en el método de alcanzar las personas para Cristo lo cual guió hacia una nueva era de evange-lización masiva.
Compañeros:
Graham había conducido muchas campañas simila-res con menores resultados. Más tarde comprendió que la única diferencia entre la cruzada de Los Ángeles y todas las anteriores consistía en la cuantía de oración que él y los suyos le dedicaron.
Estos ejemplos atestiguan el tremendo poder de los compañeros de oración. No importa si el líder es un pastor o un laico, ni si la persona que ora es un hombre, una mujer o un niño. Cuando alguien entre bastidores acompaña en oración a uno de los siervos de Dios a la vanguardia, suceden cosas asombrosas.
LA ORACIÓN CAMBIA
EL MUNDO
Es difícil decir cuánto ha cambiado el mundo como resultado de la oración reservada de los cristianos a través de la historia. ¡La oración es poderosa! Juan Wesley lo reconocía cuando dijo:
Denme cien predicadores que no teman sino al pecado y deseen solo a Dios, y nada importa en absoluto si son clérigos ni laicos, solo eso sacudirá las puertas del infierno y establecerá el reino de los cielos en la tierra. Dios no hace nada si no es a través de la oración.
Cuando los pastores y las personas oran juntos, la mano de Dios se mueve. Dios hace posible lo imposible.
A través de la oración Dios multiplica grandemente nuestros esfuerzos. C.H. Spurgeon dijo: «Cuando Dios se determina a hacer algo, primero dispone a su pueblo a orar». En un momento de revelación Spurgeon descubrió que ni sus sermones ni sus buenas obras contaban para el impacto espiritual de su ministerio. Fue en cambio, como un escritor dijo: «Las oraciones de un hermano laico analfabeto que se sentaba en los peldaños de la plataforma rogando por el éxito de los sermones». Fue su asociación con las personas que oraban lo que le daba eficacia.
Personalmente puedo testificar de los beneficios que las oraciones de otros me han dado. Ha habido ocasiones en que, ya listo para dar un culto o conferencia, me he sentido físicamente exhausto. Pero cuando mis compañeros de oración me imponen sus manos y les veo orar por el auditorio, recibo nuevas fuerzas físicas, mentales, espirituales y emocionales. Me siento preparado para recibir el poder de Dios y eso permite que mi ministerio cause gran impacto en la vida de las personas.
Mis compañeros de oración también me han dicho: «Pastor, durante el culto cubriremos las personas a nuestro alrededor con oración. Cuando nos vea en el culto, levantaremos nuestros pulgares en señal de victoria. Así sabrá que estamos orando por usted y tenemos su área cubierta». Cuando hemos tenido un culto particularmente bueno, sé que la causa se debe a mis compañeros de oración.
Jamás olvidaré la conferencia sobre el Crecimiento de la Iglesia que INJOY celebró en Anderson, Indiana, hace dos años. Asistieron como dos mil quinientas personas y varios de mis compañeros de oración estaban allí. Me encontraba en la plataforma con Sheryl Fleisher, una amiga y compañera en el pastorado. Mientras Sheryl hablaba, un miembro del cuerpo administrativo de la universidad donde celebrábamos la conferencia bajó apresuradamente por el pasillo y se dirigió a la plataforma. Capté por la expresión de su rostro y los movimientos de su cuerpo que algo andaba mal.
«John», dijo, «he recibido el mensaje de que un tornado tocó tierra como a tres kilómetros de aquí y se dirige hacia nosotros».
Interrumpí a Sheryl y calmadamente indiqué a las personas que se refugiaran en el sótano. Mientras se dirigían hacia las escaleras, Brad Hansen, nuestro líder de alabanza, subió a la plataforma con su acompañante, Terry Hendricks, y suavemente nos dirigieron en el himno «Solo de Jesús la sangre». Alrededor de las tres cuartas partes del grupo pudo apretujarse en el sótano y el resto hizo fila junto a la pared. Algunos de nosotros permanecimos en la plataforma mientras Brad continuaba dirigiendo el canto. Al mirar a mi alrededor divisé a Bill Klassen y unos cuantos compañeros de oración y comencé a orar también ordenando a Satanás y sus huestes a retirarse por el poder de Dios.
En pocos minutos nos avisaron que el tornado súbitamente había cambiado de rumbo hacia el norte y estábamos libres de amenaza. El período de enseñanza fue en particular agradable ese día luego que todos regresaron al auditorio. Y en la conferencia más de cien personas se consagraron al servicio cristiano a tiempo completo. Las oraciones de esos pocos fieles puso en movimiento el poder de Dios, evitaron un desastre casi inminente y ayudaron a edificar el Reino de Dios.
LA ORACIÓN ME CAMBIA A MÍ
Jesús le dijo a sus discípulos: «De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido» (Juan 16.23–24). Si la oración no hiciera más que lo que Jesús prometió, este fuera uno de los más grande dones que Dios nos haya otorgado. Pero la oración hace aun más. Cambia a la persona común y la convierte en una extraordinaria.
La oración nos cambia acercándonos más a Dios, moldeándonos conforme a su semejanza en el proceso. David conoció el poder de la oración como un agente de cambio personal. Su oración en el Salmo 25.4–5 describe el proceso a través del cual lleva a la persona: «Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas, encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día» (énfasis añadido).
Este pasaje contiene tres frases clave: muéstrame, enséñame y encamíname. Cuando Dios nos muestra sus normas y su voluntad para nuestras vidas, no siempre nos es fácil. Casi siempre requiere que crezcamos y cambiemos. Pero una vez que aceptamos lo que Dios nos quiere mostrar, puede enseñarnos. Y cuando se nos puede enseñar y crecemos, finalmente nos podrá encaminar para guiarnos hacia su plan y propósito. Cuando Dios me muestra, Él tiene mi corazón. Cuando me enseña, tiene mi mente. Cuando me encamina, tiene mi mano.
Crecemos para alcanzar los retos por los que oramos. Recuerdo la historia de una expedición que se propuso escalar el monte Everest en 1924. Un grupo de alpinistas trató de alcanzar la cima de la montaña más alta del mundo, pero fracasó. Es más, dos de sus miembros murieron en el intento. Pocas semanas más tarde se reunieron en Londres para hablar sobre esto y dar su informe ante una multitud de patrocinadores interesados.
En la plataforma había un gran cuadro del Everest. Uno de ellos se puso de pie para hablar. Al dirigirse a la multitud, se volvió hacia el cuadro y dijo: «Nos conquistaste una vez, nos conquistaste dos veces, pero monte Everest, no nos conquistarás siempre». Se volvió hacia la audiencia y con determinación dijo: «El monte Everest no puede crecer más, pero nosotros sí».
NO VIVA POR DEBAJO
DE SU POTENCIAL
A pesar de la promesa divina de que el poder de la oración puede cambiar al mundo y a nosotros, muchos cristianos nunca se adentran en este concepto. Se entregan a Cristo, pero entonces viven por debajo de sus privilegios. Es como si Dios les hubiera preparado un banquete increíble y luego se sientan en un rincón a comer un sándwich de mortadela. El problema es que no quieren arriesgar su conocido sándwich por la promesa de un banquete. Es como si dijeran: «Está bien, soy salvo y voy al cielo, pero me voy a quedar aquí mismo hasta entonces».
Debo preguntarle: ¿Es usted uno de esos que viven por debajo de sus privilegios y se pierden su potencial por no orar? La mesa está puesta; el banquete está servido. Ya recibió la invitación. ¿Qué hará ahora? ¿Llevará un amigo y se sentarán a la mesa? ¿O se sentará en una esquina a comerse su sándwich? Usted decide. Puede convertirse en una persona de oración que recibe y testifica de las bendiciones que Dios tiene para darle.
 
La mayoría de las personas y sus iglesias por todo el país se están muriendo de hambre en el campo de la oración. Un pastor evangelista, refiriéndose a su denominación, dijo: «En Hechos capítulo dos oraron durante diez días; Pedro predicó diez minutos y tres mil personas se salvaron. Hoy día las iglesias oran diez minutos, predican diez días y se salvan tres».
Sin embargo, no tiene que ser así. Cada pastor de cada iglesia en este país puede adentrarse en el asombroso poder y la protección que solo la oración puede dar. Creo que usted puede ser una de esas personas que pueden ayudar a que estas cosas sucedan en su iglesia.
 
Podrá objetar diciendo: «¿Yo? No soy un guerrero de oración. Nunca podría dirigir ni organizar a otros para que oren. No me siento a gusto con la idea de orar por mi pastor. Ni tan siquiera sé si puedo hacerlo».
 
Mi respuesta es: «¡Sí, sí puede!» Cualquiera puede conver-tirse en un poderoso hombre de oración. No hace falta un milagro, ni usted tiene que ser un santurrón. Todo lo que necesita es ser cristiano. Si reúne ese requisito, tiene el potencial de convertirse en un gran orador. Y por eso puede orar por los líderes de su iglesia. Está en el mismo nivel que ellos a los ojos de Dios. El pastor es sencillamente un hermano en Cristo, no un gigante espiritual. Lucha con los mismos problemas que usted.
 
Prepárese para una jornada emocionante, la que ayudará a usted, a sus pastores y a su iglesia a alcanzar su máximo potencial. Comenzaremos lentamente, primero hablando acerca de algunos fundamentos de la oración y de cómo puede mejorar su vida de oración personal. Luego ampliaremos nuestra perspectiva de modo que abarque el aspecto de cómo puede orar por otros incluyendo a sus pastores, ancianos y otros líderes, y a su iglesia, mostrándole cómo puede convertirse en un compañero de oración. Y finalmente hablaremos acerca de la esperanza que todos tenemos para nuestras iglesias y nuestro país, el avivamiento.
PREGUNTAS DE DISCUSIÓN
1.     ¿Cuál es la más grandiosa historia de «oraciones contesta-das» que haya escuchado?
2.     Piense en los ejemplos de personas que han orado tras bastidores en la historia. ¿Han habido ocasiones en su vida en las que alguien podría haber estado orando en secreto por usted?
3.     ¿Cómo describiría su vida de oración actual?
a.     comiendo sándwich de mortadela
b.     revisando el menú
c.     probando los aperitivos
d.     disfrutando del banquete.
e.     comiendo y llevando a otros al banquete
4.     Describa qué pasaría si un grupo selecto de personas en su congregación orara diariamente por su iglesia y su pastor o pastores.
5.     C.H. Spurgeon dijo: «Cuando Dios se determina a hacer algo, primero dispone a su pueblo a orar». ¿Por qué gran obra desea Dios que usted ore en la actualidad?
Descargarlo en este enlace:

No hay comentarios:

https://story.ad/site/file_download/smartpublicity1467919561neTNIrOs.html