miércoles, 4 de febrero de 2015

El Espíritu Santo ha provisto un Salmo permanente dirigido para los que están en un estado abatido: el Salmo 102

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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La Tranquilidad se puede desaparecer
 Hay dos palabras en el texto que expresan esa verdad: abatimiento y turbación. Y tres veces en este Salmo dice el Salmista que su alma estaba abatida dentro de sí; sin embargo, David era un hombre que normalmente disfrutaba de gran paz y consuelo.

Y lo mismo que le ocurrió a David les ha ocurrido en el pasado, les ocurre en el presente y les ocurrirá en el futuro a otros santos. Es un caso tan común, que el Espíritu Santo ha provisto para todas las épocas un Salmo —o una oración— permanente, específicamente dirigido a quienes se encuentran en tal estado: el Salmo 102, cuyo título es: “Oración o Salmo del que sufre, cuando está angustiado, y delante de Jehová derrama su lamento”. En el Salmo 119, el versículo 25 dice: “Abatida hasta el polvo está mi alma”; es un abatimiento verdaderamente profundo. Y el versículo 28 añade: “Se deshace mi alma de ansiedad”; no dice que esté meramente triste y angustiado, sino que su alma se deshace de tanta angustia. 

En Cantares 5:6, cuando su amado “se había ido”, la esposa dice: “Salió [de mí] mi alma”. Y si nos fijamos en el Salmo 143, veremos en el versículo 4 que el Salmista dice: “Mi espíritu se angustió dentro de mí; está desolado mi corazón”. ¿Qué indican todas esas elevadas, grandiosas y numerosas expresiones si no es esta verdad que ahora tenemos ante nosotros?

Para aclararla y explicarla mejor, voy a tratar de mostrar:
En primer lugar, hasta qué punto es posible que un creyente se desanime o abata.
En segundo lugar, cómo puede llegar a ese estado de desánimo.
En tercer lugar, cómo esos desánimos pueden coexistir con la gracia y la bondad que ha recibido.

En cuarto lugar, cómo pueden curarse y remediarse.
Así que, en primer lugar, si preguntas hasta qué punto pueden llegar los desánimos de los santos (porque algunos dirán: “Sé que es posible que hasta el más bendito y santo de los hombres esté muy desanimado, pero no creo que tenga desánimos como los míos”), te respondo:

1. ¿Cuáles son tus desánimos? ¿Estás tan turbado, desanimado y abatido que rehúsas el mensaje, la promesa o la consolación que se te ofrece? Los desánimos de los santos pueden llegar muy lejos; el Salmo 77 dice: “Me acuerdo de Dios, y me siento turbado” (v. 3 LBLA). No dice: “Me acuerdo de mi pecado, y me siento turbado”, sino que es de Dios de quien se acuerda; y es más, no solo se siente turbado, sino que dice: “Me lamento, y mi espíritu desmaya”. Y cuando llegó la promesa, y llegó la misericordia y el consuelo, ¿rehusó también todo eso? Así es: “Mi alma rehusaba ser consolada” (v. 2 LBLA).

2. ¿Estás tan desanimado, turbado y abatido que aun tu propio cuerpo siente el dolor de tus desánimos? ¿Tanto que no solo rehúsas la promesa y el consuelo para tu alma, sino también para tu cuerpo? En ese caso, lee el Salmo 102 y ve si tu situación es acaso única; lee el versículo 4: “Mi corazón está herido, y seco como la hierba, por lo cual me olvido de comer mi pan”; y el versículo 5: “Por la voz de mi gemido mis huesos se han pegado a mi carne”; y el versículo 6: “Soy semejante al pelícano del desierto; soy como el búho de las soledades”; y el versículo 9: “Como ceniza a manera de pan, y mi bebida mezclo con lágrimas”; y el versículo 10: “A causa de tu enojo y de tu ira; pues me alzaste, y me has arrojado”; y el versículo 11: “Mis días son como sombra que se va, y me he secado como la hierba”. “¡Ay! —dices tú—, pero es que no solo estoy tan desanimado que rehúso el consuelo tanto para mi alma como para mi cuerpo, sino que mi alma rehúsa cumplir con sus disciplinas espirituales y, además, reniega de sus obligaciones actuales”.

3. Vemos, por tanto, que es posible que los desánimos de una persona que es creyente y conocedora de la gracia lleguen también hasta ese punto. Te parecerá extraño que haya encontrado un ejemplo de esto en aquel santo hombre que fue Jeremías; pero si lees Jeremías 20:7–9, verás que mi ejemplo está justificado. Pues Jeremías dice: “La palabra de Jehová me ha sido […] como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude”. Y en aquel tiempo decidió abstenerse de predicar en el nombre de Dios, como era su deber y para lo cual había recibido una comisión, pues dice: “No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre”. Aquel hombre santo y piadoso estaba siendo tentado y se sentía muy desanimado, y así lo manifestó. Sin embargo, en el versículo 13 dice: “Cantad a Jehová, load a Jehová; porque ha librado el alma del pobre de mano de los malignos”. Y fíjate bien en las palabras que vienen a continuación: “Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito. Maldito el hombre que dio nuevas a mi padre, diciendo: Hijo varón te ha nacido” (vv. 14–15). Vaya cambio tan repentino vemos aquí, aun en el mejor de los santos, que pasa del ánimo al desánimo. “¡Ay! —dirá alguno—, pero es que yo no solo he maldecido el día de mi nacimiento, como Jeremías, y he deseado no haber nacido, sino que estoy cansado de mi vida y he buscado mi propia muerte: ¿ha habido alguna vez un hombre piadoso y conocedor de la gracia que estuviera tan desanimado y abatido?”.

¡Sí! ¿Qué te parece Job? “Está mi alma hastiada de mi vida” (Job 10:1). Y en el capítulo 3, desahogándose expresando su queja acerca de sí mismo, dice: “¿Por qué se da luz al que sufre, y vida al amargado de alma; a los que ansían la muerte, pero no llega, y cavan por ella más que tesoros […]?” (vv. 20–21 LBLA). Ya sabemos que quienes cavan buscando oro y plata lo hacen laboriosa y afanosamente. “Lo mismo hago yo —dice Job—; estoy tan afligido, y tan angustiado, y es tal la amargura de mi alma, que ansío la muerte y cavo buscándola como si fuera un tesoro enterrado”.


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