sábado, 14 de marzo de 2015

El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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NUESTRA MISIÓN EN NUESTRA CIUDAD Y NUESTRA NACIÓN
El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues Él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros (Hechos 17:24–27).
Dios hizo las naciones, los pueblos y las culturas, y prefijó las fronteras de sus lugares de residencia, con un solo propósito: que le busquen. Él ha fijado el lugar de cada uno de nosotros con el mismo propósito: que le busquemos donde estemos.
Hay dos motivos que nos impulsan a buscar a Dios: para conocerle y para servirle. Nuestras vidas están en las manos de Dios y Él determina el lugar de nuestra morada para que podamos conocerle y servirle.
Mi experiencia no fue diferente. En 1959, cuando tenía trece años, mis padres emigraron a Estados Unidos desde Colombia. Durante los años siguientes, estudié y trabajé en Miami, Nueva York y Los Ángeles. Fue allí, en febrero de 1976 y a la edad de treinta años, que mi esposa y yo tuvimos un encuentro con el Señor Jesucristo. Sí, un domingo por la mañana, en una iglesia ubicada en el valle de San Fernando al sur de California, nos presentaron las buenas nuevas de salvación y decidimos seguir a Cristo. Han pasado ya dieciocho años desde aquel maravilloso día, y desde ese momento comenzamos a servir al Señor en todo lo que podíamos. Durante nueve años fui pastor en Mesa, Arizona, y últimamente he estado viajando por Latinoamérica, Norteamérica y Asia enseñando y predicando la Palabra de Dios.
Hay cosas muy interesantes y profundas para meditar en todo cuanto hace el Señor.
Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos (Daniel 2:21).
Por lo tanto, debemos reconocer que Dios es el que cambia los tiempos y las estaciones, establece autoridades y las quita. Permite los avances y el conocimiento científico para el progreso de la humanidad. En fin, Dios mueve la rueda de la creación y dirige las circunstancias y las vidas de los hombres para darles paz y prosperidad (Jeremías 29:11).
Dios, el soberano de la tierra
Nuestras vidas están en las manos de Dios, el cual ha determinado todo. Y así ha sido siempre. Por ejemplo, la Biblia nos habla de lo que pasó con personas que vivieron hace miles de años. Una de ellas fue Jacob.
El libro de Génesis nos cuenta cómo Jacob habitó y sirvió al Señor en la tierra donde moró su padre y donde él también nació, en la tierra de Canaán (Génesis 37:1). También fue en ese lugar donde el Señor dio a uno de sus hijos, José, un sueño. Génesis 37:7 nos explica este sueño: veía que ataban manojos en medio del campo y el manojo de José se levantaba para que los otros se inclinaran ante él. Por ese sueño sus hermanos le aborrecieron grandemente y le preguntaron: «¿Reinarás tú sobre nosotros o señorearás sobre nosotros?» (Génesis 37:8).
La Biblia nos narra que José tuvo otro sueño. Vio que el sol, la luna y once estrellas se inclinaban ante él. Cuando lo contó a su padre y hermanos, le preguntaron: «¿Qué sueño es este que soñaste? ¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti?» (Génesis 37:10).
La envidia provocó que más tarde sus hermanos conspiraran para matar a José, pero Rubén interviene y no lo hacen. Es por ello que deciden venderle a unos mercaderes ismaelitas que pasaban por el lugar. Estos mercaderes llevaron a José a Egipto y lo vendieron a Potifar, capitán de la guardia de Faraón. Dice la Biblia que en todo esto, Dios estaba con José y, a pesar de la falsa acusación de la mujer de Potifar que lo llevó a la cárcel, lo hacía prosperar. Estando en la cárcel interpretó los sueños del jefe de los coperos y este, después de dos años, lo recomendó a Faraón para que le interpretase un sueño. Debido a que José interpretó el sueño, Faraón lo nombró gobernador y lo puso sobre toda la tierra de Egipto. Jehová lo bendecía en todo lo que hacía y le prosperaba.
Con el paso del tiempo, José fue de gran bendición para Egipto y las naciones de su alrededor. El plan y el propósito de Dios para su siervo se cumplió. Dios lo colocó en el lugar en el que tenía que estar para que le sirviera.
El fruto de la conquista
Pero no sólo fue así con los personajes bíblicos, hace cinco siglos Cristóbal Colón fue el descubridor de América. Era un experimentado marino que hizo sus viajes para buscar una ruta comercial más corta al oriente y para llevar el «evangelio» a aquellos emperadores orientales que pidieron a Marco Polo el envío de mensajeros que le hablaran de la fe cristiana. Todos sabemos que no llegó a las Indias orientales como pensaba, pero sus viajes fueron de bendición para las nuevas tierras a las que llegó y también beneficiaron económicamente a España, tierra de la cual salió. Sin embargo, también hubo maldición a través de todo esto, porque las ofensas y heridas causadas en el proceso de la conquista fueron puertas que se abrieron al mundo de las tinieblas. Produjeron las consecuencias que eran de esperarse y por las que todos hemos sufrido. Antes de morir, Cristóbal Colón escribió un libro en el que se consideraba cumplidor de sesenta y cinco profecías del Antiguo Testamento, y declaraba que su nombre Cristóbal significaba mensajero de Cristo. En su libro América 500 años después, Alberto Mottesi explica con erudición este tema.
El llamado para bendición
Hoy en día, Estados Unidos es un país muy grande constituido por personas llegadas de todas las naciones del mundo. Solamente los hispanoparlantes somos alrededor de treinta millones en este país. Se estima que para el año 2000 seremos la minoría más grande de la nación. Todos han venido por diferentes razones: políticas, económicas, familiares, educacionales, religiosas, etc. Lo que muy pocos saben es que independientemente de la nación de origen y la aparente razón de su venida, Dios prefijó este lugar de habitación para que le busquen (Hechos 17:26–27). ¿Podemos entenderlo?
Otra de las razones por la cual Dios nos lleva a otras naciones es para que seamos bendición. No podemos negar el hecho de que Él tiene en su mano nuestro nuestro porvenir y desea que le busquemos en cualquier parte donde Él nos establezca.
Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz[…] Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis porque me buscaréis de todo vuestro corazón (Jeremías 29:7, 11–13).
Parte del proceso de bendición al que Dios nos ha llamado incluye la oración y la intercesión. Debemos rogar por la paz, las autoridades, las familias. Nuestra misión es ofrecer al Señor sacrificios de alabanza en el lugar donde estamos y donde vivimos para que su Espíritu repose allí; nuestra misión es ser testigos de Cristo, siendo pacificadores, amando y sirviendo, haciendo todo sin murmuraciones ni contiendas para que seamos «irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa en medio de la cual resplandeceremos como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida» (Filipenses 2:14–16).
Mi buen amigo John Robb ha dicho: «La historia se escribe con las oraciones de los intercesores». La conquista de nuestras ciudades y de nuestras naciones para Cristo comienza con las oraciones del pueblo de Dios.
Con la oración abrimos las puertas del mundo de las tinieblas para salvar a los perdidos y para destruir las fortificaciones que impiden el derramamiento de las bendiciones de Dios.
Nuestra misión en nuestras ciudades y naciones es orar e interceder por las autoridades, los gobernantes y todos los que están en eminencia. Esto puede, con toda seguridad, cambiar el destino de los pueblos y el curso de la historia:
Para que ofrezcan sacrificios agradables al Dios del cielo, y oren por la vida del rey y por sus hijos (Esdras 6:10).
Exhorto ante todo, a que hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:1–4).
Dios nos ha puesto como vigilantes y como guardas de nuestras ciudades y naciones para que, en el espíritu de oración e intercesión, pongamos en acción las estrategias de guerra espiritual que nos permitan atar al hombre fuerte para entrar en su territorio y saquear sus bienes.
Todos vivimos en una ciudad y pertenecemos a una nación. ¿Qué estamos haciendo por esa ciudad y por esa nación? Sin duda, allí habrá muchos problemas. Quizás sus autoridades y gobernantes no hagan lo correcto e impere la injusticia. Tal vez existan motivos dignos de exigencia y protesta, y eso será precisamente lo que muchos harán: reclamar, protestar y hacer paros y huelgas.
Bueno, eso es lo que ellos están haciendo. Pero nosotros, ¿qué hacemos? ¿Nos importan la vida y el destino de nuestra ciudad y de nuestra nación? Si es así, ¿qué hacemos para ayudar? Como cristianos, ¿somos parte del problema o de la solución? ¿Protestamos también igual que los demás o en realidad hacemos algo para mejorar la situación?
La Biblia dice que nuestra misión es recordar a los hombres «que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres» (Tito 3:1–2), orando en todo lugar, «levantando manos santas, sin ira ni contienda» (1 Timoteo 2:8).
¿Cómo cambiar el panorama y el destino de nuestras ciudades y naciones? Proclamando con el ejemplo la Palabra del Señor que dice:
Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos (Romanos 13:1–2).
Nuestra ciudad y nuestra misión
Dios tiene planes para nuestra ciudad y nuestra nación. Él desea redimirlas de los escombros y de las cenizas. Las buenas nuevas de salvación no sólo son para los individuos, sino para las ciudades. Cuando Jesucristo comenzó su ministerio de reconciliación las Escrituras nos revelan que entró en la sinagoga y desenrollando el libro del profeta Isaías, leyó:
El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados (Isaías 61:1–2).
Lo que hemos visto claramente es que el texto de Isaías demuestra que la unción de Dios no concluye en el versículo 2, veamos lo que dice el profeta en los siguientes versículos:
[Para] ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya. Reedificarán las ruinas antiguas, y levantarán los asolamientos primeros, y restaurarán las ciudades arruinadas, los escombros de muchas generaciones[…] He aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con Él, y delante de Él su obra. Y les llamarán Pueblo Santo, Redimidos de Jehová; y a ti te llamarán Ciudad Deseada, no desamparada (Isaías 61:2–4; 62:11–12).
Los rasgos que distinguen a una ciudad los establecen sus moradores, quienes a su vez determinan el curso y futuro de ella. De ahí que también definan los sistemas políticos, económicos, sociales, culturales y espirituales, haciendo de su ciudad una Sodoma o una Jerusalén.
Es por ello que nuestra misión como iglesia y pueblo de Dios es orar e interceder, predicar y proclamar, para que se arrepienta de su pecado y pueda recibir las bendiciones de Dios. El mensaje para las siete iglesias en las ciudades de Asia (Apocalipsis 2–3) es el mismo: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». Siempre la promesa es que si obedecen al Espíritu de Dios y vencen los obstáculos que cada una tiene, recibirán bendición de Dios.
Recientemente, en Colombia, durante una serie de conferencias sobre Guerra Espiritual, el Señor me dio una palabra profética para las ciudades de esa bella nación:
     Santa Fe de Bogotá, conocida como la Atenas de Sudamérica, es el nervio de la nación. El mensaje profético fue de que el Señor redimirá los dones de la ciudad y los usará para glorificarlo. Santa Fe de Bogotá será LOS OÍDOS Y LA BOCA DEL SEÑOR para Colombia.
     Medellín, conocida como la ciudad industrial de Colombia, pero al mismo tiempo como la sede de la violencia y del narcotráfico, lo que la ha convertido en una de las ciudades más violentas del continente, será redimida para convertirse en la ciudad más laboriosa para la obra del Señor, quien secará sus lágrimas y calmará el dolor que sus moradores han sufrido por tantos años. Medellín será EL CORAZÓN INTERCESOR delante de Dios para Colombia.
     Cali, conocida como la capital de la cumbia y cuna de las mujeres más bellas, es también la ciudad con el índice más alto de SIDA en Latinoamérica. El Señor redimirá los dones de la ciudad para su gloria. Cali será LOS PIES Y LAS MANOS DEL SEÑOR de donde surgirán la adoración, la alabanza, la música y la danza para toda la nación y el continente.
Asimismo, podría hacer una lista de ciudades de Estados Unidos a las que el Señor va a redimir sus dones, como:
     Los Ángeles, California, llamada la ciudad de Nuestra Señora de los Ángeles. Fue fundada para ser un centro misionero católico, desde el cual saliera el mensaje cristiano para la nación. En verdad el «mensaje» de esta ciudad salió para afectar terriblemente a la nación y al mundo entero, pero no fue debido al mensaje cristiano, sino el del sexo enfermizo, la lujuria, el vicio y toda clase de sensualidad morbosa y espiritualidad satánica. El Señor redimirá los dones de esta ciudad para que desde ella salga el verdadero mensaje de salvación para todas las naciones. Por cierto, esta ciudad ya es sede del canal de televisión cristiano más grande del mundo. Es también sede de numerosas organizaciones misioneras y probablemente tiene el mayor número de cristianos evangélicos de Estados Unidos.
     Miami, Florida, conocida como la puerta de Estados Unidos, es sede del narcotráfico, el lavado de dólares, la santería, el vudú, la macumba. Desde las islas caribeñas le han llegado numerosas filosofías satánicas originadas en el África negra, como Rastafari, Changó, Orisha, Pocomanía, Jumbie, Obeah y otras más. El mensaje profético es que de ella saldrá para el continente el mensaje de Dios con la música, la literatura y los recursos económicos.
La iglesia debe levantarse con la visión de orar e interceder por su ciudad. Jesús lo hacía y debemos seguir su ejemplo. Él iba por las aldeas y ciudades, predicando el evangelio del Reino de Dios. La Biblia dice, literalmente:
Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha más los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies (Mateo 9:35–38).
Los cristianos debemos causar impacto en nuestra ciudad y proclamar, con evidencias, la Palabra de Dios, porque el juicio sobre las ciudades que rehúsan arrepentirse es severo.
Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: ¡Ay de ti Corazín! ¡Ay de ti Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón, se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras. Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que ha sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti (Mateo 11:20–24).
Espero que hayamos entendido cuál es nuestra misión en nuestra ciudad y en nuestra nación. Comencemos a orar por su cumplimiento. He aquí un modelo para esa oración:
Señor, permítenos reconocer cuáles son las fuerzas del mal que nos atacan y concédenos ver al hombre fuerte.
Satanás, venimos contra ti en este momento. En el nombre de Jesús de Nazaret declaramos que tus planes de hurtar, matar y destruir no tendrán efecto. Declaramos rota tu influencia sobre los habitantes de nuestra ciudad y de nuestra nación. Declaramos nula tu influencia y tu engaño sobre nuestra juventud, nuestros hogares, nuestros maestros y nuestras autoridades.
Señor, ayuda a nuestros gobernantes para que rechacen toda influencia que viole tus principios espirituales. Dirígelos para que puedan legislar y gobernar sabiamente. Clamamos a ti para que prevalezca la justicia en todo y en todos. Libera a nuestras ciudades y a nuestras naciones de la violencia, el crimen, la inmoralidad y la infidelidad conyugal. Derrama tu bendición sobre ellas. En el nombre de Jesús de Nazaret, ¡AMÉN!
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