miércoles, 18 de marzo de 2015

Gays y lesbianas son usados actualmente por quienes practican la intimidad sexual con personas del mismo sexo

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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                                  ACERCA DE MÍ, ACERCA DE TI


Sentado con la mirada fija en la pantalla del ordenador, busco palabras para presentar una cuestión moral; una cuestión tan importante que parece ir ocupando cada vez más el campo de batalla de todas las fuerzas que compiten por dar forma al mundo del siglo que viene. Sin embargo, lo que se me aparece no son palabras, sino caras. Y es que después de que los políticos, los consejos escolares y la Justicia hayan dado forma a la política pública, después de que las denominaciones hayan interpretado las Escrituras y las tradiciones, después de que los educadores, científicos y psicólogos hayan explicado el fenómeno, después de que los Medios lo hayan confeccionado todo para el consumo de masas; después de todo esto, las personas, de una en una, siguen deseando amar y ser amadas. Algunas buscan el amor entre personas de su mismo sexo.

Se trata de personas con rostro, personas con nombre, a menudo personas cristianas y, sea cual sea nuestra conclusión sobre el tema más general que representan sus historias, nunca debemos perder de vista su lucha individual, su dolor individual, sus rostros. Si desdeñamos los rostros, desdeñamos el Evangelio. El Evangelio es un medicamento poderoso, pero a fin de cuentas no administrado ni por dosis, ni por votos, ni por veredictos. Lo administra una sola mano temblorosa que sujeta una cuchara ante el dispuesto rostro de otra persona.

En mi mente veo a Jim: uno de mis mejores amigos de Secundaria, muy popular, un líder nato, todo un deportista, un joven comprometido con profundizar en la fe de su juventud. Compartimos el mismo apartamento de solteros durante unos meses al terminar la Universidad y pude observar a Jim sembrando avena silvestre con algunas amigas que pasaron allí la noche. Pero al cabo de menos de un año, cuando ya nos habíamos trasladado a costas opuestas del país, Jim me escribió inmerso en una gran confusión. Había recibido una beca de una prestigiosa escuela de Artes Escénicas y durante el primer año de su estancia allí, la amistad con el compañero de habitación había cobrado una dimensión sexual. Decidió volver a su tierra para aclarar las ideas y luego me escribió expresando lo mucho que agradecía mi carta, pero con el tiempo dejó de escribirme y se volvió a ir a la costa Este. Era el año 1980. Me pregunto si todavía sigue vivo y si todavía podríamos ser amigos.

Otro rostro que veo es el de Laura, una gran pensadora y una creyente comprometida con quien asistí a una universidad cristiana. Recientemente y, tras un lapso de tiempo de 15 años, me escribió diciendo que le gustaría asistir a uno de nuestros encuentros de ex - alumnos, pero que sabía que nunca iba a sentirse aceptada ahí con su pareja lesbiana. Ya en la Universidad había estado luchando en privado contra sus deseos de intimidad con otras mujeres, pero luego con el tiempo llegó a la conclusión de que sus deseos eran un don de Dios, no una tentación. Ahora debe vivir con la confusión de tener un pie en el mundo gay, que es ampliamente anticristiano, y el otro en el mundo cristiano, que es ampliamente antigay. Me pregunto de qué manera experimenta Laura la Justicia de Dios.

Y luego veo el rostro de Frank, un familiar que tuvo sus primeras experiencias sexuales de pequeño y con un miembro del clero de su propia iglesia. A Frank dichas experiencias le resultaron agradables. Ahora de adulto prefiere la intimidad sexual con los hombres y es un activista gay. Su bien intencionada familia cristiana quiere “odiar el pecado y amar al pecador”, pero lucha con el conflicto entre los valores de Frank y aquellos que quiere infundir en sus propios hijos. Frank, por su parte, lucha por mantener su lealtad a una familia que desaprueba lo que él percibe como su verdadera identidad. Me pregunto qué significa la familia para Frank.

Finalmente, veo el rostro de Bill, un estudiante de la universidad cristiana en que doy clases. Recientemente y, de manera anónima, escribió al periódico estudiantil acerca de su soledad. No piensa que esté bien meterse en una dinámica homosexual, pero entre sus colegas encuentra poca comprensión por esta lucha. Percibe que cuando otros estudiantes hablan abiertamente de sus tentaciones y fracasos heterosexuales, los demás los consideran modelos de vulnerabilidad dignos de apoyo y oración. Pero Bill se guarda dentro todas sus propias tentaciones y fracasos, pues teme que si los comparte, se convierta en un leproso social. Me pregunto quién tiene las manos de Jesús para tocarle.

Estos son algunos de los rostros que veo y algunas de las cosas que me pregunto cuando pienso en ellos. No pretendo que estas historias se tomen como representativas de la experiencia sexual en general; como tampoco pretendo arrancar un juicio positivo o negativo en torno al comportamiento de estos individuos. Sencillamente son personas que he conocido, algunos de los rostros que veo cuando pienso en todo este tema. Los describo por varias razones.


Autoridad, experiencia y yo

Al presentar las historias ya insinuaba que no se puede tratar un tema al margen de la experiencia humana. Nuestra experiencia es variada, compleja y cargada de emociones, por lo cual se puede caer en el peligro de lo demasiado general o abstracto. Desdichadamente, esto es algo que a menudo no parecen comprender aquellos que se hallan en el lado más conservador de la controversia que nos ocupa. Como consecuencia, los debates suelen enfrentar a gays y lesbianas, narrando su emotiva experiencia de haber superado la duda y la persecución, contra clérigos fríos y racionales, citando versículos sobre el pecado sexual y el juicio eterno. 

Quienes defienden un acercamiento objetivo no entienden el debate público, que lejos de buscar la verdad se convierte en un deporte de espectador. Nos guste o no, los espectadores reaccionan ante historias emotivas y animan al desvalido. Es más, dado que el valor reinante en la cultura moderna no es la verdad, sino la tolerancia, todo aquel que adopte una postura que desaprueba la conducta de otro está condenado a perder el debate.

¿Se trata, entonces, de alentar a ambas partes a que se limiten a intercambiar historias o argumentos y a dejar de actuar como si nada? No. La vida consiste tanto en Historia como en argumentación, tanto en experiencia como en autoridad. Las dos cosas deben entrar en diálogo, no en enfrentamiento. Es decir, las experiencias de personas reales deberían moderar nuestras abstracciones; al mismo tiempo, nuestras actividades deberían responder a autoridades más altas, tales como la Razón, la Familia, la Tradición y las Escrituras. Errar en una u otra dirección produce exactamente la misma fatua exigencia: “Yo lo sé mejor que tú”. La única diferencia es que quienes ponen a la experiencia contra la autoridad acentúan el “yo”, mientras que los que ponen a la autoridad contra la experiencia acentúan el “sé”. Ambos reivindican servir a la causa de Cristo. Ambos han perdido de vista el camino de Cristo.


Mi propia historia

¿Y quién soy yo para tocar este tema? Ya que acabo de explicar la importancia del diálogo entre la experiencia y la autoridad, haría bien en aplicarme el cuento y abrirme todo lo que pueda, explicar quién soy y por qué estoy escribiendo. ¿Qué puedo revelar de mi vida, mi rostro y de cualquier pretensión de experiencia que pueda ayudar al lector a apreciar la perspectiva de este libro?

En términos profesionales, estoy preparado para interpretar textos de la Antigüedad con orígenes cristianos y estoy especializado en la Ética del Nuevo Testamento. Obtuve un doctorado en la Universidad de Cambridge, ejerzo en la enseñanza y escribo en boletines académicos nacionales e internacionales, y también para editoriales (como este libro) cuyos lectores son primordialmente cristianos. Este libro ofrece parte de la investigación erudita más reciente en un formato accesible al público en general. También estoy publicando toda una colección de ensayos académicos sobre la homosexualidad con la participación de expertos en toda una serie de campos distintos.

En términos de sexualidad, represento a esa clase de gente responsable de la vasta mayoría de maldad sexual de hoy en el mundo: los varones heterosexuales. He sobrepasado mi propia cuota de maldad y necesito el perdón y la Gracia de Dios a diario para convertirme en el ser sexual que Dios desea. Jamás he deseado la intimidad sexual con otro hombre, ni jamás he recibido proposiciones ni he sido tratado más que con respeto por parte de los hombres gay que he conocido.

Al margen de la preocupación natural por que algún extremista pueda amenazarme a mí o a mi familia como venganza por haber expresado mi opinión públicamente, no pienso que tenga ninguna razón para temer a los gays y las lesbianas. Sin excepción alguna, mi experiencia es que los hombres gays y las mujeres lesbianas son de las personas más inteligentes, con más talento y más consideradas que he conocido. Sus deseos y prácticas sexuales difieren de las mías, pero ni me repulsan ni me siento amenazado por ellas. Sencillamente las desapruebo, del mismo modo que desapruebo algunos deseos y prácticas heterosexuales.

Por tanto, no me siento amenazado. ¿Cómo me siento, entonces? Pues la sensación de fastidio es la que me ha llevado a escribir este libro. Pero lo que me fastidia no son ni los gays ni las lesbianas, sino sus partidarios y detractores. Mi fastidio tiene dos vertientes. Empezó por fastidiarme el debate unilateral que se halla en los círculos académicos, en el cual se da una caracterización común de la postura cristiana tradicional sobre la homosexualidad como simplista y basada en el temor. Eso me condujo a investigar algunos de los temas por mi cuenta y la consiguiente labor académica desembocó en una serie de charlas para iglesias. Pero entonces me empezó a fastidiar la poca preparación de muchos cristianos para tratar este tema. 

La mayoría goza de un instinto moral conservador, pero desconoce casi por completo el punto de vista liberal, encuentra confusa la posible tensión entre Ciencia y Escrituras y habla de soluciones casi exclusivamente en términos políticos. Como resultado, suele adoptar una mentalidad de asedio y una sospecha de conspiración que, irónicamente, refleja como en un espejo todo aquello que detesta de la comunidad homosexual.

Ambas partes sienten frustración por no ser escuchadas, por no tener poder suficiente como para influir en la política pública, por no ganar enseguida. Pero ese desacuerdo degenera demasiado rápido en una batalla de etiquetas, la guerra cultural entre los Derechos Religiosos (que son todos “homófobos”) y la Agenda Homosexual (respaldada por el “humanismo secular”). A pesar de la verdad parcial que tales etiquetas representan, lo que de hecho hacen es socavar los esfuerzos de quienes las emplean. Aquellos que están en desacuerdo se alejan incluso más y la gente sabia que todavía no se ha decidido sospecha que, de donde hay etiquetas con intercambio de temores al acecho, solo se pueden esperar argumentos deshonestos.

Si quería ser de ayuda en esta volátil situación, primero debía preguntarme a quién iba a dirigir el libro. Haber elegido editor reducía, de alguna manera, el abanico de posibilidades, ya que InterVarsity Press sirve primordialmente a la comunidad cristiana de moral conservadora y de moderadamente a bien instruida. Esto quiere decir que no estoy escribiendo para convencer a la comunidad gay y lesbiana y sus partidarios, sino más bien para profundizar en la comprensión y sensibilidad de quienes cuestionan o desaprueban las prácticas homosexuales.

Pero incluso dentro de este mismo ámbito, escribo para muchos tipos diferentes de personas. A un amigo que ha vivido una larga y solitaria lucha por reconciliar su fe y sus deseos de intimidad sexual con alguien del mismo sexo. Al feligrés que jamás se ha preocupado por el tema y que se pregunta a qué viene todo esto, si la Biblia lo deja tan claro. Al profesional de la salud que trabaja con pacientes de SIDA. A la mujer inquieta que quiere fomentar un debate más a fondo en su iglesia. Al estudiante universitario con una fecha tope, que está desesperado por encontrar en una sola fuente toda la información que necesita sobre este tema. Al miembro de una familia cuyo ser querido le acaba de comunicar su orientación homosexual. Al médico, psicólogo o pastor que quiere salvar la distancia entre Ciencia y Teología. Al creyente que se está muriendo de SIDA.

Todas estas personas me están mirando por encima del hombro mientras escribo. Más rostros, más personas a quienes rendir cuentas con veracidad, claridad y honradez. Casi nada. ¡Que el lector extienda algo de gracia sobre mí en aquellos puntos en los que no dé la talla!

Aunque considero mi responsabilidad primordial fomentar una mayor comprensión y sensibilidad entre los cristianos de moral conservadora, espero también cumplir otro propósito para quienes estén en desacuerdo con mis conclusiones, es decir, demostrar la posibilidad de discrepar sin estupideces, sin odio y sin consignas. Discutan conmigo, pero no me coloquen dentro de una caja, no hagan de mí una caricatura para poder descartar mis conclusiones. Consiéntanme un rostro.


Un enfoque evangélico

Mi rostro es un rostro evangélico, y puede ser un rostro difícil de enfocar, sobre todo para quienes prefieren oponentes extremistas y predecibles. Los evangélicos suelen desafiar las suposiciones de la gente sobre los denominados Derechos Religiosos (“Religious Rights” en inglés, con referencia al movimiento conservador así denominado) y sus presuntas posturas sobre temas de actualidad. Hay algunos evangélicos activos en el liderato internacional de causas tradicionalmente “liberales” tales como la reforma en las prisiones, la reforma del sistema sanitario, la ayuda humanitaria y el desarrollo del Tercer Mundo. 

Muchos evangélicos disienten de las posturas evangélicas mayoritarias sobre el aborto, la violencia, la moralidad de la guerra, la mujer en el ministerio, la evolución, la crítica bíblica y la afiliación política. Ocurre que yo mismo mantengo posturas minoritarias en la mayoría de estos temas y me siento libre de hacerlo sin tener que asistir a una iglesia especial para discapacitados doctrinales. En lo que se refiere a la homosexualidad resulta que mantengo la postura de la mayoría, pero aun así no llamaría a mi postura “la postura cristiana”, ni siquiera “la postura evangélica”.

Si mis opiniones en torno a éste y otros temas no pueden inhabilitarme como evangélico, ¿qué es lo que me habilita para serlo? Si para empezar no hay una línea de pensamiento establecida, ¿cómo vas a formar parte de la misma? Preguntas difíciles de contestar. Los eruditos no llegan a ponerse de acuerdo en la definición de la palabra evangélico. Del mismo modo en que los términos Bible Belt y Midwestern tienen una relación muy frágil con la Geografía, el término evangélico representa también un desafío para los cartógrafos religiosos. El fenómeno abarca tal desconcertante diversidad de opiniones, denominaciones y grupos sociales, que cualquier intento de explicarlo o de dar ejemplos deja siempre a alguien pobremente representado.

Al no haber un cuerpo directivo que marque la distinción entre los de dentro y los de afuera, el evangelicalismo no puede describirse como un sistema con unos límites claramente definidos y hay que entenderlo en términos de unos principios centrales. En otras palabras, no se trata tanto de lo que se excluye como de lo que se afirma. (Algunos que ya se han cansado de la etiqueta preferirían llamarse “cristianos y nada más”, a lo que da pie el influyente libro de C.S. Lewis Cristianismo y nada más).

Mi esbozo de algunas afirmaciones evangélicas centrales tiene la intención de aclarar la perspectiva de este libro, sobre todo en contraste con el fundamentalismo tanto de la derecha como de la izquierda. También quiero dejar claro, desde el principio, que no se trata de un intento de abarcarlo todo, sino de describir aquellas afirmaciones que para mí dan un sentido particular a este tema.


El centro de todas las cosas

En primer lugar, el evangelicalismo afirma la centralidad de Jesús. Es más, Jesús es el hijo unigénito de Dios, que estuvo dispuesto a sufrir la muerte y luego vencerla a fin de liberar a todas las personas de las consecuencias de la rebelión humana contra Dios. Jesús es también, para algunos, un dispensador de sabiduría popular, un capitalista, un feminista, un instructor de líderes, un símbolo de vida en comunidad y un ejemplo de justicia social. Pero todos esos títulos representan, como mucho, adiciones, nunca substituciones de lo que, según la Biblia misma describe, y Jesús mismo afirma, es su rol primordial.

Mientras algunos trabajan para vestir a Jesús con el traje de seda de un tele-evangelista o con las ropas caquis de un revolucionario, la tarea más humilde y difícil es la de mantenernos leales a la verdad recibida hace dos mil años. Para estar seguros, en parte se trata de guardarnos de ciegos puntos culturales y de vacíos clichés religiosos. Sin embargo, la afirmación central acerca de Jesús seguirá siendo relevante mientras lo sigan siendo el sufrimiento, la muerte y el pecado; seguirá cambiando vidas mientras permanezcan la fe, la esperanza y el amor.


Las Escrituras y otras voces

La segunda afirmación del evangelicalismo, que acompaña a la primera, es la primacía y la finalidad de la autoridad de la Biblia en términos de fe y práctica. He escogido con detenimiento los términos primacía y finalidad. El significado es que las Escrituras son el primer y último lugar al que mirar cuando se busca una guía. Eso da lugar también a que se escuchen otras voces durante el proceso de interpretación y aplicación.

Con unos pocos ejemplos se puede demostrar lo positiva que es la aportación de otras tres voces importantes. La experiencia humana es un maestro importante, como podemos observar en el caso de las relaciones entre razas; tema sobre el que la Biblia no dice casi nada. Las tradiciones humanas producen un rico tapiz de patrones de adoración, devoción y gobierno de la Iglesia; pocos de los cuales ordena la Biblia de manera explícita. La Biblia nos dice que cuidemos a los enfermos y los necesitados y la Razón humana produce medicamentos, máquinas y programas que nos permiten implementar dicho cuidado.

Está claro que tanto la Experiencia, como la Tradición y la Razón tienen usos destructivos, pero lo que aquí nos interesa es que también tienen el potencial de contribuir a nuestro amor a Dios y al prójimo. La experiencia, la tradición y la razón participan de manera esencial en una misma conversación dirigida a aplicar las Escrituras en nuestras vidas. Decir que no tienen lugar, que la Biblia habla sola, es simplista y quizás engañoso; siempre hay una interpretación por en medio. Por otro lado, sugerir que la Experiencia, la Tradición y la Razón deberían pasar, o inevitablemente pasan, por encima de las Escrituras es perder legitimidad. En cualquiera de los extremos, y ambos están bien representados en el debate actual sobre la homosexualidad, el deseo de ejercer el poder supera al deseo de encontrar la verdad. Se pueden ganar batallas, pero el ganador queda lejos del Evangelio predicado y vivido por Jesús, el cual exige renunciar al poder en bien del amor.

Afirmar la primacía y finalidad de la autoridad bíblica nos ayuda a evitar que las Escrituras se conviertan en una herramienta manipulada, sea por la mano derecha o por la izquierda. Siempre lucharemos contra nuestra tendencia a manipular la Biblia y hoy luchamos con la ausencia de un método universalmente aceptado para encontrar la verdad. Solo nos podemos limitar a intentarlo, sopesando las voces que se oponen e intentando en primera y última instancia armonizarlas con la Palabra de Dios.


El contexto en la interpretación

Una tercera afirmación, que contribuye a concretar más la segunda, es que la tarea principal del estudio de la Biblia es buscar el significado pretendido por sus autores. Es cierto que cada lector lleva consigo un bagaje de cierta envergadura, que complica la tarea de leer (un idioma distinto, unos condicionantes culturales y una tendencia personal), pero también es cierto que los autores originales querían decir algo con sus palabras. Si queremos hacer justicia a las ideas de aquellos autores, sobre todo cuando se trata de un tema tan polémico, debemos ser responsables y aprender todo lo que podamos de sus idiomas, historia e imaginario colectivo. Solamente podremos valorar la vigencia de sus palabras si hemos intentado comprenderlas.

Limitarnos a darles nuestro propio significado denota vagancia y falta de interés, o ambas cosas a la vez. De nuevo, ambos tipos de fundamentalismo consienten esta conducta. Los de la derecha suelen ignorar las ambigüedades o el contexto histórico debido a la prisa por encontrar aplicaciones contemporáneas. Los de la izquierda echan mano justamente de esas ambigüedades y diferencias de contexto histórico para justificar la invención de sus propias aplicaciones.


La moralidad bíblica en nuestro mundo

En cuarto lugar, el evangelicalismo afirma la vigencia de la moralidad bíblica; lo que algunos llaman normatividad. Ciertamente, el mundo cambia y no podemos limitarnos a crear de nuevo códigos de conducta para todo. Al mismo tiempo, cada nueva generación no es libre de producir nuevos códigos de conducta, por muy iluminada que se considere a sí misma. La inspiración de las Escrituras y la rectitud generada por siglos de influencia nos sugieren que los valores bíblicos son duraderos. Deberíamos resistirnos a jugar con la moralidad de la Biblia a menos que se haga con todas las de la ley.

En raras ocasiones se da el caso. Por ejemplo, la repetida prohibición bíblica de la usura (cobrar intereses) fue algo normativo hasta épocas bastante recientes, debido a que en las economías simples, el dinero prestado con intereses, a menudo a unas tasas altísimas, tan solo enriquecía a los prestamistas privados. En una economía compleja, sin embargo, el sistema de intereses beneficia más a la gente que al prestamista, quien a su vez suele ser una institución cuya tasa de interés queda bajo el control de los reglamentos y la competencia. El cambio de coyuntura ha desembocado con el tiempo en una nueva manera de entender la prohibición bíblica. En estos casos, la experiencia, la tradición y la razón pueden todas ellas contribuir a una nueva valoración de un mandamiento bíblico en concreto, pero en tal evaluación se debe proceder con extrema cautela.

La unidad de la Biblia

Una quinta afirmación evangélica es que la Biblia es una unidad, en el sentido de que está inspirada por el Espíritu de Dios. Esto no significa que sus palabras de alguna manera se hayan desplomado desde el Cielo; son palabras totalmente humanas. Tampoco las palabras dicen siempre lo mismo sobre el mismo tema. Algunas ideas acerca de los comportamientos buenos y malos cambian con el tiempo dentro de las Escrituras (algunos llaman a esto “revelación progresiva”) y algunos temas tienen varias respuestas.

En cuanto al tema de la riqueza y las posesiones, por ejemplo, vamos desde el respaldo material de Dios a los patriarcas del Antiguo Testamento y de los consejos profesionales de los Proverbios, hasta la renuncia radical exigida por Jesús, pasando por la puesta en común de las posesiones en el libro de los Hechos, el apoyo misionero pedido por Pablo y llegando a Santiago y el Apocalipsis con más crítica social; y, por fin, las calles de oro. ¿Dónde está la unidad? El fundamentalista de la derecha puede seleccionar textos del Antiguo Testamento sobre las bendiciones materiales y el diezmo, espiritualizando otros textos más amenazadores. El fundamentalista de la izquierda puede convertir a los profetas y a Jesús en prototipos de socialistas y descartar textos por considerarlos culturalmente condicionados.

Pero mirar los textos que no nos gustan a través de la lente de los que sí nos gustan es una visión demasiado simple y descaradamente interesada. Cuando la Biblia nos ofrece diversidad, deberíamos considerar como alternativa el desarrollo y unas respuestas distintas para situaciones distintas o personas distintas. En algunos casos, unificar principios (en el caso que acabo de citar, la justicia y la dependencia de Dios) puede resultar más importante que cualquier situación concreta descrita en la Biblia. La búsqueda de la unidad a veces es difícil, pero fluye de la convicción de que ese mismo Dios inmutable inspira toda la Biblia y nos invita a encontrar algo de su carácter en cada página.

El cuidado de Dios y el juicio de Dios

En sexto lugar, los evangélicos afirman que el mundo se halla, al mismo tiempo, bajo el cuidado de Dios y bajo el juicio de Dios. Esto implica que la cultura contemporánea, el orden mundial o como queramos llamar a “lo que ocurre ahí afuera” nos puede ofrecer oportunidades de aprender, pero también oportunidades de confrontación.

No debemos dar por sentado que todo cambio es degeneración y quedarnos en un circuito cerrado; pero tampoco debemos dar por sentado que todo cambio es progreso y apuntarnos a un bombardeo. Los temas morales que las épocas de cambio nos presentan son difíciles de evaluar sin el beneficio de la retrospectiva. ¿Han aprendido los cristianos durante las últimas décadas que divorciarse y volverse a casar es un camino aceptable de crecimiento para algunas personas, o es que hemos racionalizado nuestra propia participación en el declive de la familia? ¿Son las nuevas oportunidades de liderazgo que la Iglesia da a la mujer resultado del movimiento del Espíritu de Dios o resultado de la presión del espíritu de nuestro tiempo?

Presento estos ejemplos no porque lleven una respuesta implícita, sino para demostrar la ambivalencia y la confusión que los evangélicos suelen sentir cuando intentan mirar de manera crítica en dos direcciones a la vez. Un cínico sugirió que los fundamentalistas son aquellos que hablan como si odiaran al mundo y actúan como si odiaran al mundo; los liberales son aquellos que hablan como si amaran al mundo y actúan como si amaran al mundo; los evangélicos son aquellos que hablan como si odiaran al mundo y actúan como si amaran al mundo. Se trata de un zapato feo si encaja, pero el desafío sigue siendo andar, por muy mal calzados que vayamos, por un mundo que Dios trabaja por redimir y promete, a la vez, destruir.

La imagen de Dios
Una séptima afirmación del evangelicalismo es que las personas importamos, de una en una, puesto que somos entes físicos y espirituales. Los evangélicos comparten con los fundamentalistas el derecho y el interés por la evangelización mundial y la influencia política. Con los fundamentalistas de la izquierda comparten el interés por la responsabilidad social y la sensibilidad hacia las diversas culturas y tradiciones. Pero a fin de cuentas un evangélico no es tan solo una persona que está de acuerdo con Billy Graham, sino una persona que invita a su vecino a asistir a una campaña de Billy Graham con vistas a que dicha persona se convierta. De hecho, un evangélico no es el que se limita a aprobar la labor de la Madre Teresa, sino aquel que se apunta a un equipo de misión médica para ir a un país en vías de desarrollo.

El Evangelio va de individuos con almas eternas y de un Dios a quien deberemos rendir cuentas de la manera en que las hemos tratado, de una en una. Los sistemas sociales y las estructuras políticas son importantes, pero secundarios. Las etiquetas que usamos para identificar a una persona en particular (negro, con estudios, gay, mujer, republicano) son importantes, pero secundarias. Lo primordial es que cada persona es una criatura eterna por quien Jesús murió y Dios desea que ande “como es digno del Señor, agradándole en todo, dando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col. 1:10).

Como esto es verdad, la Biblia encomienda a los cristianos que sean personas apacibles, pero con convicciones, que se rindan cuentas unos a otros y que amen con tenacidad. Cuando los evangélicos adoptan una postura sobre un tema moral, la izquierda puede acusarles de falta de amor; cuando adoptan una postura con humildad y respeto, la derecha los puede acusar de insuficiente firmeza.

Quizás nos sirva de consuelo pensar que Jesús fue crucificado cuando las personas defraudadas por su negativa a ser rey le entregaron a los romanos, acusándole de que decía serlo. Ninguno de los grupos comprendió que su mofa, la túnica y la corona de espinas, eran etiquetas que transformaron la cruz en un trono. He aquí un Dios de la alta comedia, un Dios de paradoja. Es difícil que la cultura contemporánea de persecución, en la que los fundamentalistas de la derecha y de la izquierda gimotean en armonía, pueda comprender a un Dios que abraza esa persecución para redimir a las personas, de una en una.

La organización del estudio

De nuevo, el esquema previo de afirmaciones evangélicas no define el evangelicalismo. Hay otras afirmaciones quizás más distintivas y no menos centrales que éstas. Lo que intento aquí es, sencillamente, bosquejar unos rasgos que sirvan de introducción a la perspectiva de este libro.

Esta perspectiva dicta la secuencia. Partiré de un tratamiento detallado de textos bíblicos relevantes para, después, pasar a la consideración de cómo aplicarlos, luego pasaré a las implicaciones médicas y los descubrimientos psicológicos y luego a una carta personal dirigida a un amigo ficticio (que es, de hecho, una combinación de varios amigos no ficticios). Las notas finales permitirán a los lectores interesados hacer por su cuenta un seguimiento de la erudición reciente


Elección de términos
Se ha dedicado una gran cantidad de espacio a la identidad del lector y a la identidad del escritor, pero debo sentar ciertos fundamentos finales respecto al tema. El lector puede haber notado que hasta este momento he ido alternando los términos homosexual, gays, lesbianas e intimidad sexual con personas del mismo sexo. Justificar la elección de estos términos exigiría escribir otro libro dedicado exclusivamente a eso.

Un problema es que algunos hombres gay y lesbianas consideran el término homosexual como un término clínico usado originalmente por los psicólogos alemanes con el sentido de enfermedad en contraste con la heterosexualidad “sana” y “normal”. Por otro lado, hay gente que desaprueba la intimidad con personas del mismo sexo y a quienes no les gusta esta definición porque parece otorgar legitimidad a la práctica o a la orientación a través de una etiqueta “respetable”; después de todo, no dignificamos a la gente promiscua llamándoles “polisexuales”. Otros consideran que se trata de un término simplista, porque al igual que “heterosexual”, lleva implícitas dos opciones y no contempla una gama más amplia.

Tanto entre defensores y detractores de la intimidad con personas del mismo sexo, todavía hay quienes niegan que la “orientación” sea un concepto válido o que la intimidad con personas del mismo sexo en otros tiempos significara lo que ahora significa para nosotros; entonces, ¿por qué utilizar un término como homosexual que implica tanto orientación como continuidad histórica? ¿O deberíamos acuñar un nuevo término como homosexo para referirnos a esa actividad sin hacer referencia a la orientación? ¿No sería todavía más confuso añadir un término más a lista de opciones?

Gays y lesbianas es la terminología preferida actualmente por quienes practican la intimidad sexual con personas del mismo sexo, pero quizás no dure mucho. Los activistas más militantes ahora prefieren llamarse a sí mismos maricas, alegando que ese término de ridiculización, si es usado por ellos mismos, despoja de poder a quienes les persiguen. A propósito, el término gay fue acuñado a mediados del siglo veinte por ellos mismos con la intención de combatir el estereotipo de homosexual deprimido y solitario (Gay en inglés significa alegre).

Los términos gay, lesbiana e intimidad con personas del mismo sexo comparten dos desventajas: son sintácticamente engorrosos para el escritor y, más en serio, nos crean el problema inverso al del término homosexual, no denotando nada acerca de la orientación. ¿Preguntamos si una persona ha querido tener intimidad sexual con personas del mismo sexo desde su nacimiento?

No hay solución que complazca a todas las partes, así que lo mejor que puedo hacer es vigilar que mi elección de términos en un contexto dado no desvíe el argumento en una dirección concreta. En la mayoría de los casos voy a emplear homosexual y homosexualidad, son conocidos y de sintáctica fácil; con el previo reconocimiento de que son términos controvertidos para según quien.

 
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