sábado, 25 de abril de 2015

La vida cristiana debe basarse en la autoritativa Palabra de Dios: El creyente que sabe lo que cree, no es seducido por los falsos maestros y sus doctrinas engañosas.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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La mejor defensa contra la enseñanza falsa es la vida real. Una iglesia llena de creyentes que crecen, vibrantes en su fe, es improbable que caiga víctima de los apóstatas con su cristianismo falsificado. Pero esta vida cristiana debe basarse en la autoritativa Palabra de Dios. Los falsos maestros fácilmente seducen a personas que no conocen la Biblia, pero que tienen deseos de tener experiencias con el Señor. Es peligroso edificar sobre la experiencia subjetiva sola e ignorar la revelación objetiva.
Pedro consideró la experiencia cristiana en la primera parte de 2 Pedro 1, y en la segunda, habla de la revelación que tenemos en la Palabra de Dios. Su propósito es mostrar la importancia de conocer la Palabra de Dios y de apoyarnos en ella por completo. El creyente que sabe lo que cree y por qué lo hace rara vez es seducido por los falsos maestros y sus doctrinas engañosas.
Pedro subraya la confiabilidad y la durabilidad de la Palabra de Dios al contrastarla con los hombres, las experiencias y el mundo.


  Los hombres mueren, pero la Palabra vive (2 Pedro 1:12–15)

Mediante su predicación y enseñanza, los apóstoles y los profetas del Nuevo Testamento pusieron el cimiento de la iglesia (Efesios 2:20), y nosotros, en generaciones posteriores, edificamos sobre ese fundamento. Sin embargo, los hombres no fueron ese cimiento, sino Jesucristo (1 Corintios 3:11). Él también es la piedra angular que afirma el edificio (Efesios 2:20). Para que la iglesia permanezca, no puede construirse sobre meros hombres. Debe ser edificada sobre el Hijo de Dios.
Nuestro Señor le había dicho a Pedro cuándo y cómo moriría. “Cuando… ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras” (Juan 21:18). Esto explica por qué, poco después de Pentecostés, Pedro pudo dormir en la cárcel la noche anterior a su ejecución programada; sabía que Herodes no podía quitarle la vida (Hechos 12:1 en adelante). La tradición dice que fue crucificado en Roma. Como todos los fieles siervos de Dios, Pedro fue inmortal hasta que su trabajo concluyó.
Hubo por lo menos tres motivos detrás del ministerio de Pedro al escribir esta carta. El primero fue obediencia al mandamiento de Cristo. “Yo no dejaré de recordaros” (2 Pedro 1:12). “Y tú, una vez vuelto”, le había dicho Jesús a Pedro, “confirma a tus hermanos” (Lucas 22:32). Pedro sabía que tenía un ministerio que cumplir.
Su segundo motivo era sencillamente que este recordatorio era la acción apropiada. “Tengo por justo”, escribió, lo que quiere decir: pienso que es apropiado y correcto. Siempre es apropiado estimular a los santos y recordarles la Palabra de Dios.
Su tercer motivo va envuelto en la palabra “procuraré” en 2 Pedro 1:15. Es el mismo término que se traduce “diligencia” en 2 Pedro 1:5 y “procurar” en el versículo 10. Quiere decir apresurarse para hacer algo, hacerlo con celo. Pedro sabía que pronto moriría, así que, quería cumplir sus responsabilidades espirituales antes de que fuera demasiado tarde. Tú y yo no sabemos cuándo vamos a morir, así que, ¡será mejor que empecemos a ser diligentes hoy!
¿Qué quería lograr Pedro? La respuesta se halla en la idea que se repite en 2 Pedro 1:12, 13, 15: recordar. Pedro quería grabar en la mente de sus lectores la Palabra de Dios para que nunca la olvidaran. “Pues tengo por justo,… el despertaros con amonestación” (2 Pedro 1:13). El verbo “despertar” quiere decir estimular, fomentar. Esta palabra se usa para describir una tempestad en el mar de Galilea (Juan 6:18). Pedro sabía que nuestras mentes tienden a acostumbrarse a la verdad y, entonces, darla por sentado. ¡Olvidamos lo que debemos recordar y recordamos lo que debemos olvidar!
Los lectores de esta carta sabían la verdad e incluso estaban “confirmados” en ella (2 Pedro 1:12), pero no había garantía de que siempre la recordarían y la aplicarían. Una razón por la que el Espíritu Santo fue dado a la iglesia era recordarles a los creyentes las lecciones aprendidas (Juan 14:26). En mi propio ministerio radial, he recibido cartas de oyentes que se molestan cuando repito algo. En mi respuesta, a menudo los refiero a lo que Pablo escribió en Filipenses 3:1: “A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro”. Nuestro Señor a menudo repetía conceptos al enseñar al pueblo, y él fue el Maestro por excelencia.
Pedro sabía que iba a morir, así que, quería dejar algo que nunca moriría: la Palabra de Dios escrita. Sus dos epístolas llegaron a ser parte de las Escrituras inspiradas, y han estado ministrando a los creyentes durante siglos. Los hombres mueren, ¡pero la Palabra de Dios sigue viva!
Es posible que Pedro también estuviera aludiendo al Evangelio de Marcos. La mayoría de los eruditos bíblicos piensan que el Espíritu usó a Pedro para darle a Juan Marcos parte de la información para su libro (ve 1 Pedro 5:13). Uno de los padres de la iglesia, Papías, dijo que Marcos fue “discípulo e intérprete de Pedro”.
La iglesia de Jesucristo siempre está a una generación de extinguirse. Si no tuviéramos una revelación escrita y confiable, tendríamos que depender de la tradición. Si alguna vez has jugado el juego de salón llamado “el mensaje secreto”, sabes cómo una frase sencilla puede cambiar radicalmente cuando se pasa de una persona a otra. Nosotros no dependemos de las tradiciones de hombres muertos, sino de la verdad de la Palabra viva. Los hombres mueren, pero la Palabra de Dios vive para siempre.
Si no tuviéramos una revelación escrita y confiable, la iglesia estaría a merced de la memoria de los hombres. Los que se enorgullecen de tener buena memoria deberían sentarse en el estrado de los testigos en un tribunal. Es asombroso que tres testigos perfectamente honestos puedan, con buena conciencia, ¡dar tres relatos diferentes de un accidente vehicular! Nuestra memoria es defectuosa y selectiva. Por lo general, recordamos lo que queremos recordar, y a menudo, distorsionamos incluso eso.
Felizmente, podemos depender de la Palabra de Dios escrita. “Escrito está”, y está escrita para siempre. Podemos ser salvos mediante la Palabra viva (1 Pedro 1:23–25), nutridos por ella (1 Pedro 2:2), y guiados y protegidos conforme confiamos en ella y la obedecemos.


  Las experiencias se desvanecen, pero la Palabra de Dios permanece (2 Pedro 1:16–18)

El enfoque de este párrafo es la transfiguración de Jesucristo. La experiencia se relata en Mateo (17:1 en adelante), Marcos (9:2–8) y Lucas (9:28–36); y sin embargo, ¡ninguno de esos escritores participó en ella! ¡Pedro estaba allí cuando sucedió! Es más, las mismas palabras que se usan en esta sección (2 Pedro 1:12–18) nos recuerdan su experiencia en el monte de la transfiguración. La palabra “cuerpo”, que Pedro usa dos veces (2 Pedro 1:13, 14), es una traducción del griego que en otros pasajes se traduce tabernáculo o enramada; y esto sugiere las palabras de Pedro: “hagamos aquí tres enramadas” (Mateo 17:4). En 2 Pedro 1:15, Pedro usó la palabra “partida”, que en griego es “éxodo”; se usa también en Lucas 9:31. Jesús no consideró su muerte en la cruz como una derrota; más bien, fue un “éxodo”, ya que liberaría a su pueblo de la esclavitud tal como Moisés libertó a Israel de Egipto. Pedro escribió de su propia muerte como un “éxodo”, una liberación de la esclavitud.
Observa la repetición inferida del pronombre nosotros en 2 Pedro 1:16–19. Se refiere a Pedro, Jacobo y Juan; los únicos apóstoles que estuvieron con el Señor en el monte de la transfiguración. (Juan se refirió a esta experiencia en Juan 1:14: “y vimos su gloria”.) Estos hombres habían tenido que guardar silencio sobre su experiencia hasta después de que el Señor resucitó de los muertos (Mateo 17:9); y entonces, les contaron a otros creyentes lo que había sucedido en la montaña.
¿Qué significó la transfiguración? Por un lado, confirmó el testimonio de Pedro en cuanto a Jesucristo (Mateo 16:13–16). Pedro vio al Hijo en su gloria, y oyó al Padre hablar desde el cielo: “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia” (2 Pedro 1:17). Primero, ponemos nuestra fe en Cristo y lo confesamos, y entonces, el Señor nos da una confirmación maravillosa.
La transfiguración también tuvo una significación especial para Jesucristo, quien se acercaba al Calvario. Fue la manera del Padre de fortalecer a su Hijo para esa terrible odisea de ser el sacrificio por los pecados del mundo. La ley y los profetas (Moisés y Elías) señalaban su ministerio, y ahora, él cumpliría esas Escrituras. El Padre habló desde el cielo y le aseguró al Hijo su amor y aprobación. La transfiguración comprueba que el sufrimiento conduce a la gloria cuando estamos en la voluntad de Dios.
Pero hay un tercer mensaje, y tiene que ver con el reino prometido. En los tres Evangelios en donde se relata la transfiguración, se la presenta como una declaración del reino de Dios (Mateo 16:28; Marcos 9:1; Lucas 9:27). Jesús prometió que, antes de morir, algunos de sus discípulos verían el reino de Dios en poder. Esto tuvo lugar en el monte de la transfiguración, cuando nuestro Señor reveló su gloria. Fue una expresión de seguridad para los discípulos, quienes no podían entender las enseñanzas del Señor en cuanto a la cruz. Si el Señor muriera, ¿qué sucedería con el reino prometido que había estado predicando todos esos meses?
Ahora podemos entender por qué Pedro usó este suceso en su carta: estaba refutando las falsas enseñanzas de los apóstatas de que el reino de Dios nunca vendría (2 Pedro 3:3 en adelante). Estos falsos maestros negaban la promesa de la venida de Cristo. En lugar de las promesas de Dios, estos falsificadores ponían “fábulas artificiosas” (2 Pedro 1:16) que privaban a los creyentes de su esperanza bendita.
La palabra “fábulas” quiere decir mitos, relatos fabricados sin base en los hechos. El mundo griego y el romano abundaban en relatos de los dioses; meras especulaciones humanas que trataban de explicar el mundo y sus orígenes. Por interesantes que puedan ser estos mitos, el creyente no debe prestarles atención (1 Timoteo 1:4), sino refutarlos (1 Timoteo 4:7). Pablo le advirtió a Timoteo de que vendría un tiempo en la iglesia cuando los creyentes profesantes no querrían oír la verdadera doctrina, sino que “apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:4). También le advirtió a Tito en cuanto a “fábulas judaicas” (mitos, Tito 1:14), por lo cual incluso algunos de los judíos habían abandonado sus Escrituras sagradas y aceptado sustitutos de fabricación humana.
Pedro escribió un sumario de lo que vio y oyó en el monte de la transfiguración. Vio a Jesucristo vestido de gloria majestuosa, y por consiguiente, presenció una demostración del “poder y la venida” del Señor. Cuando Jesucristo vino a la tierra en Belén, no mostró abiertamente su gloria. Con certeza, reveló su gloria en sus milagros (Juan 2:11), pero incluso esto fue primordialmente por amor a sus discípulos. Su cara no brilló ni tampoco tuvo un halo sobre la cabeza. “No hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos” (Isaías 53:2).
Pedro no solo vio la gloria de Cristo, sino que oyó la voz del Padre “desde la magnífica gloria”. Los testigos son personas que dicen con precisión lo que han visto y oído (Hechos 4:20), y Pedro fue un testigo fiel. ¿Es Jesucristo de Nazaret el Hijo de Dios? ¡Sí, lo es! ¿Cómo lo sabemos? ¡El Padre lo dijo!
Tú y yo no fuimos testigos oculares de la transfiguración. Pedro estuvo allí, y con fidelidad, nos registró su experiencia en la carta que escribió, inspirado por el Espíritu de Dios. Las experiencias se desvanecen, ¡pero la Palabra de Dios permanece! Las experiencias son subjetivas, pero la Palabra de Dios es objetiva. Las experiencias pueden ser interpretadas de maneras diferentes por distintos participantes, pero la Palabra de Dios da un mensaje claro. Lo que recordamos de nuestras experiencias puede ser distorsionado inconscientemente, pero la Palabra de Dios permanece igual para siempre.
Cuando estudiamos 2 Pedro 2, descubrimos que los maestros apóstatas tratan de alejar a las personas de la Palabra de Dios y llevarlas a “experiencias más profundas”, contrarias a la Palabra de Dios. Estos falsos maestros usan “palabras fingidas” en lugar de la Palabra inspirada de Dios (2 Pedro 2:3), y enseñan “herejías destructoras” (2 Pedro 2:1). En otras palabras, ¡esto es asunto de vida y muerte! Si una persona cree la verdad, vivirá; si cree una mentira, morirá. Es la diferencia entre salvación y condenación.
Al recordarles a sus lectores la transfiguración, Pedro afirmó varias doctrinas importantes de la fe cristiana. Aseguró que Jesucristo es, en verdad, el Hijo de Dios. La prueba de cualquier religión es esta: “¿Qué dice de Jesucristo?”. Si un maestro religioso niega la deidad de Cristo, es un maestro falso (1 Juan 2:18–29; 4:1–6).
Pero la persona de Jesucristo es solo una de las pruebas; también debemos preguntar: “Y, ¿cuál es la obra de Jesucristo? ¿Por qué vino y qué hizo?”. De nuevo, la transfiguración nos da la respuesta, porque Moisés y Elías “aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén” (Lucas 9:31). Su muerte no fue meramente un ejemplo, como algunos teólogos liberales quieren que creamos, sino una salida, un logro. Él logró algo en la cruz: ¡la redención de pecadores perdidos!
La transfiguración también fue una afirmación de la verdad de las Escrituras. Moisés representaba la ley; Elías, los profetas; y ambos señalaban a Jesucristo (Hebreos 1:1–3). Él cumplió la ley y los profetas (Lucas 24:27). Creemos en la Biblia porque Jesús creía en ella y dijo que es la Palabra de Dios. Aquellos que cuestionan la verdad y la autoridad de las Escrituras no están discutiendo con Moisés, Elías o Pedro, sino con el Señor Jesucristo.
Este evento también afirmó la realidad del reino de Dios. Nosotros, que tenemos una Biblia completa, podemos mirar hacia atrás y comprender las lecciones progresivas que Jesús les dio a sus discípulos en cuanto a la cruz y el reino, pero en aquel momento, esos doce hombres estaban muy confusos. No entendían la relación entre el sufrimiento de Cristo y su gloria (la Primera Epístola de Pedro considera este tema) y la iglesia y su reino. En la transfiguración, nuestro Señor dejó en claro a sus seguidores que sus sufrimientos conducían a la gloria, y que la cruz, en última instancia, resultaría en la corona.
También había una lección muy práctica que Pedro, Jacobo y Juan necesitaban aprender, porque cada uno de ellos sufriría. Jacobo fue el primero de los apóstoles en morir (Hechos 12:1, 2). Juan tuvo una vida larga, pero vivió en el exilio y el sufrimiento (Apocalipsis 1:9). Pedro sufrió por el Señor durante su ministerio, y luego puso su vida tal como el Señor lo había profetizado. En el monte de la transfiguración, Pedro, Jacobo y Juan aprendieron que el sufrimiento y la gloria marchan juntos, y que el amor especial y la aprobación del Padre son dados a quienes están dispuestos a sufrir por amor al Señor. Nosotros también necesitamos la misma lección hoy.
No pudimos participar de la experiencia de Pedro, pero él pudo dejarnos el relato de su experiencia para que pudiéramos tenerlo en forma permanente en la Palabra de Dios. No es necesario que tratemos de duplicar esas experiencias; a decir verdad, tales esfuerzos serían peligrosos, porque el diablo podría darnos una experiencia falsificada que nos descarriara.
Recuerda las noticias maravillosas de Pedro al principio de la carta: “una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Esto significa que nuestra fe nos da “una posición igual” a la de los apóstoles. Ellos no viajaron en primera clase, para dejarnos viajar a nosotros en segunda. “Una fe igualmente preciosa que la nuestra” es lo que él escribió (cursivas mías). Nosotros no estuvimos en el monte de la transfiguración, pero igualmente, podemos beneficiarnos de esa experiencia al meditar en ella y permitir que el Espíritu de Dios nos revele las glorias de Jesucristo.
Hemos aprendido dos verdades importantes al ver estos contrastes: los hombres mueren, pero la Palabra de Dios vive; y las experiencias se desvanecen, pero la Palabra de Dios permanece. Pedro añadió un tercer contraste.


  El mundo se oscurece, pero la Palabra de Dios brilla (2 Pedro 1:19–21)

En algunos aspectos, el mundo está mejorando. Doy gracias a Dios por los avances en medicina, transporte y comunicación. Puedo hablar con más personas en un solo programa de radio que a los que todos los apóstoles les predicaron durante su vida. Tengo la posibilidad de escribir libros que pueden distribuirse en el extranjero e incluso traducirse a diferentes idiomas. En cuanto al logro científico, el mundo ha hecho grandes progresos. Pero el corazón humano sigue perverso, y todas nuestras mejoras en los medios no han beneficiado nuestra vida. La ciencia médica permite que las personas vivan más años, pero no hay garantía de que lo harán mejor. ¡Los medios modernos de comunicación solo permiten que las mentiras viajen más rápidamente! Y los aviones a reacción nos permiten llegar más velozmente a otros lugares, ¡pero no tenemos mejores sitios adonde ir!
No debería sorprendernos que nuestro mundo esté envuelto en oscuridad espiritual. En el Sermón del Monte, nuestro Señor advirtió que habría falsificadores que invadirían la iglesia con doctrinas falsas (Mateo 7:13–29). Pablo les hizo una advertencia similar a los ancianos de Éfeso (Hechos 20:28–35), y agregó otras cuando escribió sus epístolas (Romanos 16:17–20; 2 Corintios 11:1–15; Gálatas 1:1–9; Filipenses 3:17–21; Colosenses 2; 1 Timoteo 4; 2 Timoteo 3–4). Incluso Juan, el gran “apóstol del amor”, advirtió en cuanto a maestros anticristianos que procurarían destruir la iglesia (1 Juan 2:18–29; 4:1–6).
En otras palabras, los apóstoles no esperaban que el mundo mejorara cada vez más, ni moral ni espiritualmente. Todos advirtieron que maestros falsos invadirían las iglesias locales, introducirían falsas doctrinas y harían que muchos se descarriaran. El mundo se volvería cada vez más oscuro; pero al hacerlo, la Palabra de Dios brillaría cada vez más.
Pedro afirmó tres cosas en cuanto a la Palabra de Dios.
Es la palabra segura (v. 19a). Pedro no estaba sugiriendo que la Biblia es más cierta que la experiencia que él tuvo en el monte de la transfiguración. Su experiencia fue real, y el registro bíblico es confiable. Como hemos visto, la transfiguración cumplió la promesa dada en la palabra profética; y esta promesa es ahora más cierta por la experiencia de Pedro. La transfiguración corroboró las promesas proféticas. Los apóstatas intentarían desacreditar la promesa de la venida del Señor (2 Pedro 3:3 en adelante), pero las Escrituras son seguras; porque, después de todo, la promesa del reino fue reafirmada por Moisés, Elías, el Hijo de Dios y el Padre. Y el Espíritu Santo escribió el registro para que la iglesia lo leyera.
“El testimonio de Jehová es fiel” (Salmo 19:7). “Tus testimonios son muy firmes” (Salmo 93:5). “Fieles son todos sus mandamientos” (Salmo 111:7). “Por eso estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y aborrecí todo camino de mentira” (Salmo 119:128).
Es interesante combinar 2 Pedro 1:16 y 19: “Porque no os hemos dado a conocer… fábulas artificiosas.… Tenemos también la palabra profética más segura”. Al viajar, a menudo encuentro fanáticos de diferentes sectas en los aeropuertos, los cuales quieren que compre sus libros. Siempre rehúso porque tengo la segura Palabra de Dios y no necesito de fábulas religiosas de los hombres. “¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? dice Jehová” (Jeremías 23:28).
Pero un día, hallé uno de esos libros que alguien había dejado en el baño de hombres, así que, decidí llevármelo y leerlo. No puedo entender cómo alguien puede creer fábulas tan necias. El libro aducía basarse en la Biblia, pero el escritor tergiversaba las Escrituras a tal punto que los versículos que citaba acababan diciendo solo lo que él quería. ¡Fábulas astutamente diseñadas! Y sin embargo, había muerte espiritual entre esas cubiertas para cualquiera que creyera esas mentiras.
Es la Palabra que alumbra (v. 19b). Pedro llamó al mundo un “lugar oscuro”, y la palabra que usó quiere decir tenebroso. Es el cuadro de un sótano húmedo o un pantano desalentador. La historia humana empezó en un huerto encantador, pero ese huerto hoy es un pantano sombrío. Lo que ves cuando miras el sistema de este mundo es una indicación de la condición espiritual de tu corazón. Todavía vemos la belleza en la creación divina, pero no percibimos ninguna belleza en lo que la humanidad está haciendo con la creación de Dios. Pedro no vio este mundo como un huerto de Edén, ni tampoco debemos nosotros verlo así.
Dios y su Palabra son luz. “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105). Cuando Jesucristo empezó su ministerio, “el pueblo asentado en tinieblas vio gran luz” (Mateo 4:16). Su venida a este mundo fue el amanecer de un nuevo día (Lucas 1:78). Los creyentes deben ser luz del mundo (Mateo 5:14–16), y es nuestro privilegio y responsabilidad asirnos de la Palabra de vida, la luz de Dios, de modo que los hombres puedan ver el camino y ser salvos (Filipenses 2:14–16).
Como creyentes debemos prestar atención a la Palabra de Dios y gobernar nuestras vidas por lo que ella dice. Para los incrédulos, las cosas se harán cada vez más oscuras, hasta que acaben en la oscuridad eterna; pero el pueblo de Dios está esperando el retorno de Jesucristo y la aurora de un nuevo día de gloria. Los falsos maestros se burlaban de la idea del retorno de Cristo y de la aurora del nuevo día, pero Pedro afirmó la verdad de la Palabra segura de Dios: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche” (2 Pedro 3:10).
Antes del amanecer, el “lucero de la mañana” (o estrella de la mañana) brilla y resplandece como heraldo de la aurora. Para la iglesia, Jesucristo es “la estrella resplandeciente de la mañana” (Apocalipsis 22:16). La promesa de su venida brilla con esplendor, sin que importe cuán oscuro sea el día (ve Números 24:17). Él también es “el Sol de justicia”, que traerá sanidad a los creyentes, pero castigo a los incrédulos (Malaquías 4:1, 2). ¡Qué agradecidos debemos estar por la Palabra de Dios segura y brillante, y cuánta atención debemos prestarle en estos días oscuros!
Es la Palabra dada por el Espíritu (vs. 20, 21). Este es uno de los dos pasajes bíblicos importantes que afirman la inspiración divina de la Palabra de Dios. El otro es 2 Timoteo 3:14–17. Pedro afirmó que las Escrituras no fueron escritas por hombres que usaron sus propias ideas y palabras, sino por hombres de Dios “inspirados por el Espíritu Santo”. La palabra traducida “inspirados” quiere decir impulsados, como una nave impulsada por el viento. Las Escrituras son “sopladas por Dios”; no son invenciones humanas.
De nuevo, Pedro estaba refutando las doctrinas de los apóstatas. Ellos enseñaban con “palabras fingidas” (2 Pedro 2:3) y tergiversaban las Escrituras para hacer que significaran algo diferente (2 Pedro 3:16). Negaban la promesa de la venida de Cristo (2 Pedro 3:3, 4), y así, negaban las mismas Escrituras proféticas.
Como el Espíritu dio la Palabra, solamente él puede enseñar la Palabra e interpretarla con exactitud (ve 1 Corintios 2:14, 15). Por supuesto, todo maestro falso aduce que está “guiado por el Espíritu”, pero su manejo de la Palabra de Dios pronto lo deja al descubierto. Como la Biblia no vino por voluntad de hombre, es imposible entenderla por voluntad de hombre. Incluso el religioso Nicodemo, maestro destacado entre los judíos, ignoraba las doctrinas más esenciales de la Palabra de Dios (Juan 3:10–12).
En 2 Pedro 1:20, Pedro no estaba prohibiendo el estudio privado de la Biblia. Algunos grupos religiosos han enseñado que solo los “líderes espirituales” pueden interpretar las Escrituras, y han usado este versículo para defender esa idea. Pero el apóstol no estaba escribiendo primordialmente en sobre la interpretación de las Escrituras, sino de su origen: vinieron por el Espíritu Santo y a través de hombres santos de Dios. Y como la Biblia vino por el Espíritu, él mismo Espíritu debe enseñarla.
La palabra traducida “privada” simplemente quiere decir personal o de cosecha propia. Significa que como todas las Escrituras son inspiradas por el Espíritu, deben “vincularse” y que ninguna debe divorciarse de las demás. Uno puede usar la Biblia para demostrar casi cualquier cosa si aísla versículos de su contexto, que es exactamente el método de los maestros falsos. Pedro afirmó que el testimonio de los apóstoles confirmaba el testimonio de la palabra profética: hay un solo mensaje y sin contradicción. Por consiguiente, estos falsos maestros solo pueden “demostrar” sus doctrinas heréticas usando erradamente la Palabra de Dios. Textos aislados de sus contextos se convierten en pretextos.
La Palabra de Dios fue escrita para personas comunes, no para profesores de teología. Los escritores daban por sentado que personas comunes la leerían, la entenderían y la aplicarían, dirigidos por el mismo Espíritu Santo que la inspiró. El creyente humilde puede aprender personalmente en cuanto a Dios al meditar en su Palabra; no necesita “expertos” que le muestren la verdad. Sin embargo, esto no niega el ministerio de los maestros en la iglesia (Efesios 4:11), gente especial con el don de explicar y aplicar las Escrituras. Tampoco niega la sabiduría colectiva de la iglesia mientras estas doctrinas se han definido y pulido con el correr de los siglos. Los maestros y los credos tienen su lugar, pero no deben usurpar la autoridad de la Palabra de Dios sobre la conciencia del creyente individual.
Hasta que el día amanezca, debemos estar seguros de que nuestro amor por la venida del Señor es como una estrella que brilla en nuestros corazones (2 Pedro 1:19). Solo si amamos su venida, estaremos a la expectativa de ella; y es la Palabra lo que mantiene ardiente esa expectativa.
Los hombres mueren, pero la Palabra de Dios vive. Las experiencias se desvanecen, pero la Palabra de Dios permanece. El mundo se vuelve más oscuro, pero la luz profética brilla cada vez más. Es improbable que los falsos maestros descarríen al creyente que edifica su vida sobre la Palabra de Dios y que espera la venida del Salvador. Le enseñará el Espíritu y estará cimentado en la segura Palabra de Dios.
El mensaje de Pedro es: “¡Despiértate, y recuerda!”. Una iglesia dormida es el patio de recreo del diablo. Fue mientras los hombres dormían que el enemigo fue y sembró la cizaña (Mateo 13:24 en adelante). Pedro durmió en el monte de la transfiguración ¡y casi se perdió toda la experiencia!
“¡Mantente alerta! —es el mensaje del apóstol. —¡Despiértate y recuerda!”.
 
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