viernes, 17 de abril de 2015

Para producir el nuevo nacimiento (espiritual) se necesita la unión de la fe del hombre con el amor de Dios, expresado en Cristo Jesús

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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La fe, que acepta el amor de Dios, resulta en el nuevo nacimiento y se expresa en amor para con Dios y para con los hermanos, y se comprueba al guardar los mandamientos. La fe, tanto en el Evangelio de Juan como en esta carta, es la condición necesaria para el nuevo nacimiento y la vida eterna. Así como para producir un nacimiento físico es necesaria la unión del esperma del hombre con el óvulo de la mujer, para producir el nuevo nacimiento (espiritual) se necesita la unión de la fe del hombre con el amor de Dios, expresado en Cristo Jesús: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo es nacido de Dios” (5:1). Conversando con Nicodemo, Jesús le dijo: “De cierto, de cierto te digo que a menos que uno nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Después, Jesús mostró que el propósito de su venida era salvar a todo aquel que cree (Juan 3:15) y que la condenación es ineludible para aquellos que no creen (Juan 3:15–18).
En los vv. 4 y 5, Juan habla de la victoria de la fe sobre el mundo. La victoria pertenece únicamente a los que han nacido de Dios. Este nacimiento es posible por medio de fe en Jesucristo. Juan resume esta verdad con las palabras: y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe. La fe que trae salvación es una fe viva que da evidencia de una relación íntima con Dios. Esta fe es más que el asentimiento intelectual a ciertas doctrinas: es la entrega total del ser, de la naturaleza moral y espiritual, al Hijo de Dios (Conner).
La fuente de la victoria es el Dios Todopoderoso. La fe permite al creyente apropiarse de esa fuente. El poder de Dios llega al creyente por medio de su fe y le da la victoria sobre el mundo: principados, autoridades, gobernantes de tinieblas y espíritus de maldad en los lugares celestiales (Efe. 6:12). La victoria sobre el mundo pertenece solamente a los hijos de Dios, los que han nacido de Dios mediante su fe en Jesucristo. El tiempo perfecto del verbo ha nacido enfatiza que este nacimiento es un hecho real que tiene poderosos efectos en la vida presente. El creyente ya recibió su victoria inicial cuando aceptó a Jesucristo como Señor y Salvador. La victoria sigue por medio de una fe viva y una entrega total, que permite la presencia y el poder de Jesús en su vida. Por medio de nuestra fe podemos apoderarnos del poder de Dios. Es un instrumento que se utiliza para afrontar y vencer las tentaciones. El uso del neutro todo lo que muestra la universalidad de la fe e implica el cuerpo colectivo: los que han nacido de Dios (Smalley). Tales personas, las que han experimentado la regeneración espiritual, vencen al mundo. El tiempo presente del verbo “vencer” (nikao3528) expresa continuidad. La victoria pertenece no solamente al individuo sino también a la iglesia. El v. 5 subraya el rol de la fe en la victoria frente al mundo. Asimismo define la fe que vence. El objeto de la fe es Jesús, el Hijo de Dios, quien venció al mundo y comparte esta victoria con sus seguidores.
El mundo fracasó en su intento de quebrantarlo. La victoria decisiva pertenece a Jesucristo, quien vino, sufrió, murió y resucitó. Se sacrificó a sí mismo en la cruz para redimir a la humanidad. Resucitó para vencer la muerte, el sepulcro y el infierno. Mostró que no es otro que el Todopoderoso. Vive para interceder por sus seguidores, permaneciendo en el corazón de ellos. El Cristo victorioso vive en nosotros y nos da la victoria.
La pregunta retórica del v. 5: ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? enfatiza la importancia de la fe. La última parte del versículo hace hincapié en un concepto correcto del objeto de la fe, Jesús, Hijo de Dios. Jesús es el nombre personal que indica su humanidad verdadera. Hijo de Dios es el título divino que enfatiza su naturaleza divina. Juan vuelve a insistir en la unión de la humanidad y la divinidad de Jesús. La teología, tanto como la ética, ocupa un lugar central en la carta y la cristología es preeminente en su pensamiento.
(2) La persona de la victoria (Jesús), 5:6–10a, 11. La aceptación incondicional de Jesús en toda su persona, con todo lo que esto significa, es la fuente del poder cristiano. Por fe se acepta la fórmula cristológica: “Jesús es el Hijo de Dios”. El v. 6 comienza con una declaración: Este es Jesucristo. Las palabras que siguen muestran quién es Jesús (la repetición es una característica de Juan). El nombre Jesús significa su humanidad y el nombre Cristo, su divinidad. Jesucristo es un equivalente del término “Jesús el Hijo de Dios”. Juan usa el término Cristo intercambiablemente con el título Hijo de Dios (ver Juan 3:31; 11:27; 12:13). Además, Jesucristo está señalado como el que vino (v. 6). Algunos eruditos entienden que estas palabras, como las de los Evangelios (“el que viene de arriba”, Juan 3:31; “¿Eres tú el que ha de venir?”, Mat. 11:3), se refieren al Mesías y pueden ser un título mesiánico (Vaughn). Otros piensan que tal interpretación excede la clara intención del texto, que indica solamente la naturaleza de la obra de Jesús, mostrando que cumplió la tarea que le fue asignada. El mismo pensamiento se encuentra en 4:2: “Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne procede de Dios”. La frase “ha venido en carne” describe el método más que el hecho. Fue la revelación de Dios a los hombres por medio de una forma humana que lo tornó comprensible a los humanos, con resultados permanentes.
Cristo vino por agua y sangre. El agua se refiere a su bautismo y la sangre a su muerte en la cruz. Jesús fue proclamado Hijo de Dios al comienzo de su ministerio público en su bautismo cuando la voz del cielo dijo: “Tú eres mi Hijo amado” (Mar. 1:11). Realizó su misión redentora por medio de su muerte en la cruz.
Juan acentuó esta verdad con su habitual repetición: no por agua solamente, sino por agua y sangre. Para mayor comprensión, hay que conocer el ambiente histórico de la época de Juan. Los gnósticos afirmaban el agua del bautismo de Jesús pero negaban la sangre de la cruz. Mantenían que Jesús llegó a ser divino en su bautismo cuando el espíritu descendió sobre él. Insistían en que el espíritu dejó a Jesús antes de su muerte y que murió como un simple hombre. Juan afirma que Jesús fue atestiguado como Hijo de Dios no solamente en el agua del bautismo sino también en la sangre de la cruz. Para Juan la sangre de la cruz es parte esencial de la obra redentora. En su Evangelio, Juan dio un testimonio personal del agua y de la sangre que fluyeron del costado de Jesús (19:34). En el v. 6 Juan está dando testimonio en cuanto al bautismo y la muerte de Jesús.

Semillero homilético
El testimonio del Espíritu en cuanto a la vida
5:6–12
Introducción: Agua y luz son palabras importantes. El testimonio del Padre, del Verbo, y del Espíritu Santo concuerdan. La vida verdadera está en el Hijo.
        I.      La parte del Espíritu Santo.
    1.      La convicción.
    2.      El testimonio.
    3.      La regeneración.
        II.      La parte del Hijo.
    1.      La encarnación.
    2.      El sacrificio.
    3.      El acceso.
        III.      La parte del hombre.
    1.      La fe.
    2.      La respuesta.
    3.      La recepción.
    4.      La recompensa.
Conclusión: Tener a Jesucristo es tener la vida eterna.

Algunos piensan que el agua y la sangre tienen referencia a las ordenanzas del bautismo y de la Cena del Señor. Sin embargo, el uso del tiempo pasado (vino) no permite esta interpretación (Vaughn). Tomando en cuenta el fondo histórico y el énfasis general de Juan, es lógico pensar en el bautismo y la muerte de Jesús como hechos históricos. En el AT la ley requería dos o tres testigos para probar un hecho (Deut. 17:6; 19:15). Aquí Juan enumera varios testigos para satisfacer las exigencias legales y para probar la verdad que Jesús era realmente Dios y que de veras murió en la cruz. Además de los hechos históricos del bautismo (agua) y la muerte (sangre), Juan agrega el testimonio del Espíritu Santo. El Espíritu estuvo presente en el bautismo de Jesús (Mar. 1:10; Juan 1:32–34) y sigue dando testimonio a favor de la obra realizada por medio de su iglesia. El Espíritu constantemente testifica de Cristo. Otro testigo es el Padre, quien da testimonio de su Hijo (v. 9). El creyente también tiene el testimonio en sí mismo (v. 10). El v. 6 ataca la herejía de los gnósticos directamente, dando testimonio de que Jesús es verdaderamente Hijo de Dios que vino en la carne para hacer la obra redentora según el plan de Dios.
La segunda parte del v. 7 y la primera del v. 8 constituyen un problema porque no aparecen en ningún manuscrito griego hasta el siglo XII, donde aparece en el margen, escrito en letra del siglo XVII (ver Bruce Metzger). Bruce Vawter, en el Comentario San Jerónimo, dice: “Hoy será difícil encontrar un exegeta o crítico que defienda la autenticidad de este texto trinitario. No aparece en ninguna de las antiguas versiones orientales ni en ningún manuscrito de la Vg. [Vulgata] anterior al año 800; solo se halla en cuatro códices griegos tardíos, traducidos del latín. A pesar de las fuertes controversias trinitarias de los primeros siglos cristianos, no lo cita ningún Padre griego ni latino anterior al siglo IV, y este hecho prueba casi con toda seguridad que por aquella época no existía. El testimonio más antiguo a favor de este texto aparece en Prisciliano (c. 380), y lo cita por primera vez uno de sus discípulos, Instancio”.
Estos versículos están incluidos en la RVR-1960 porque esta versión está basada en un texto que lo incluía. No aparecen en el texto de la versión Reina Valera Actualizada pero sí se los nota al pie de página, en una nota, explicando que no están incluidos en los manuscritos más antiguos.
Estas partes constituyen la referencia más explícita a la Trinidad en todo el NT. Hendricks dice: “La idea del versículo no es incorrecta, pero no es parte del pensamiento original de Juan. Como las implicaciones de la triplicidad de Dios llegaron a ser expresadas en la doctrina de la Trinidad, esas palabras proveerían una prueba más que lógica de que Jesús es el Mesías de Dios”.
En este comentario la doctrina de la Trinidad está expresada de varias maneras. La autenticidad de la doctrina no depende de ningún modo de este versículo. Tampoco nos debe perturbar el hecho de que no aparece en los manuscritos griegos más antiguos. Aunque hay muchas variaciones en los antiguos textos, no alteran el significado original del evangelio. El milagro de la inspiración no existe solamente en el origen de los textos sino también en su preservación por Dios. Debemos conocer los problemas porque los Testigos de Jehová los usan para contradecir a los cristianos verdaderos. La Trinidad es una afirmación cristiana y esta verdad no depende de un solo versículo. En su Evangelio, Juan enfatizó la relación entre Jesús y el Padre (Juan 14:9; 17:11, 21) y entre Jesús y el Espíritu Santo (hablando de su regreso [Juan 14:18] y la venida del Espíritu Santo [Juan 14:16, 26; 16:7–11]). En los pasajes citados se encuentra una relación íntima entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Existe una relación estrecha entre el Cordero y el Espíritu en el Apocalipsis (5:6, 12, 13).
El testimonio acerca de la persona de la victoria, Jesucristo, es amplio. El propósito del testimonio es subrayar el hecho de que nuestra fe está bien fundada en Jesucristo, que es la persona de la victoria. Los vv. 6–8 hablan del testimonio terrenal. Hay, en realidad, tres testimonios: el Espíritu, el agua y la sangre y estos tres concuerdan en uno. El testimonio es armónico. El Espíritu, el agua y la sangre obran juntos para producir un mismo resultado. Están de acuerdo que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios: “El testimonio interior del Espíritu, y todo lo que está involucrado en el bautismo de Cristo y su muerte, no son tres hechos sin relación alguna. Los tres señalan un acto de Dios en Cristo para la salvación del hombre” (Nuevo comentario bíblico).
Los vv. 9 y 11 hablan del testimonio celestial. El testimonio terrenal acerca de Jesús es suficiente. Sin embargo, hay un testimonio mayor: el del Padre celestial: Si recibimos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor; porque este es el testimonio de Dios: que él ha dado acerca de su Hijo (v. 9). Dios testificó acerca de su propio Hijo. Es el testigo más competente. Lo que dice Dios tiene que ser aceptado implícitamente como palabra final, autorizada y conclusiva. La verdad del testimonio se ve no solamente en lo que dice sino también en lo que hace: Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo (v. 11). Jesús es la revelación de Dios a los hombres, el propósito del cual es dar vida eterna; más que una promesa futura, es una realidad presente. La persona de la victoria es Jesucristo y esta victoria se realiza en los hombres por medio de la fe.
Por otra parte, debe agregarse el testimonio de la experiencia personal: El que cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo (v. 10a). Juan insiste en que la fe es el instrumento de las bendiciones. Por medio de la fe Jesús entra en el corazón. Su presencia da testimonio de la realidad de Jesús, quien da la victoria sobre el mundo. Creer en Jesús como Hijo de Dios es equivalente a aceptar el testimonio de Dios acerca de su Hijo.
(3) El resultado de la victoria, 5:10b, 12. Juan usa magistralmente el contraste para decir que el resultado de la victoria depende de la fe. Por un lado, los creyentes tienen el testimonio de la realidad de la persona y la obra de Jesús, tienen vida eterna. En cambio, por otro lado los incrédulos hacen a Dios mentiroso y no tienen la vida. La fe trae perdón, salvación, regeneración, vida y victoria pero la falta de fe resulta en desobediencia y condenación, negando la vida al incrédulo.

Joya bíblica
Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida (5:11, 12).

En el v. 12 Juan presenta la verdad central de la epístola, el más trágico de los contrastes: El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Juan 14:6a presenta esta misma verdad: Yo soy el camino, la verdad y la vida. La vida y el Hijo van juntos. Es imposible poseer uno sin el otro. Dios nos dio vida eterna y esta vida está en su Hijo. Juan comienza la epístola diciendo que “la vida fue manifestada, y la hemos visto; y os testificamos y anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y nos fue manifestada” (1:2). El propósito de la carta fue dar seguridad de la vida eterna a los creyentes: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (5:13). Juan termina la carta diciendo: “No obstante, sabemos que el Hijo de Dios está presente y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna” (5:20). Esta vida tan especial pertenece solamente a los que están unidos con Dios por medio de Jesucristo. No puede ser destruida por la muerte. Es un don divino dado por Dios mismo. No es recompensa por algo hecho sino por la gracia de Dios.
El verbo ha dado (v. 11: didomi1325) indica un tiempo cuando algo fue dado una vez para siempre. Puede indicar la encarnación (Juan 1:14; 10:10; 1 Jn. 1:2) o el momento cuando el creyente llegó a poseer la vida eterna por medio de su fe. Es una posesión presente: El que tiene al Hijo tiene la vida (v. 12). 

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