lunes, 11 de mayo de 2015

Este es el verdadero Dios y la vida eterna: Jesús se autoidentificó como la vida, tener la autoridad para dar vida eterna a otros, el único camino de acceso al Padre, tener autoridad para resucitar a los muertos en el día postrero

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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LA BIBLIA CONFIERE A CRISTO EL NOMBRE DE DIOS

La Biblia presenta a Jesús como el Hijo de Dios lo cual constituye una declaración de Su absoluta deidad. También lo presenta como «el Hijo del Hombre», identificándolo, por un lado, con la autoridad soberana que como Mesías ha de ejercer cuando venga por segunda vez a la tierra con poder y gran gloria. La Palabra de Dios, además, confiere a Jesús el nombre de Dios. En el relato de la anunciación del nacimiento de Cristo, San Mateo cita al profeta Isaías:

  He aquí la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros (Mt. 1:23).

La persona en quien se cumple la profecía de Isaías es concebido virginalmente en el vientre de María, es llamado el Unigénito Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, Emanuel, es decir, Dios con nosotros.
Uno de los pasajes más significativos referente al tema de la deidad de Cristo es, sin duda, Filipenses 2:5–11. En este pasaje, Pablo escribe acerca del origen celestial de Cristo, Su relación con la deidad en la eternidad, Su encarnación, Su humillación y muerte en la cruz, y Su subsecuente exaltación a la gloria. Pablo comienza diciendo:

  Haya pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse (Fil. 2:5–6).

Cada palabra en este pasaje es de gran importancia. En esta breve consideración se dará atención a tres expresiones o frases: 1) «siendo» (huparchon), 2) «en forma de Dios» (en morfe tou theou) y 3) «el ser igual a Dios» (to einai isa theoi). La palabra «siendo» es un participio presente en la voz activa en el cual la noción del tiempo no interviene y puede traducirse por la palabra «existiendo». Este vocablo sugiere la existencia eterna de Cristo, y esto en sí es un aspecto de Su deidad.
La segunda expresión que debe notarse en este himno cristológico es «en forma de Dios». La palabra «forma» es la traducción del vocablo griego morfe. En el idioma castellano, «forma» denota la apariencia externa de una cosa. En el idioma griego, sin embargo, morfe subraya el hecho de que cualquiera que sea la apariencia externa de algo es el resultado de su esencia o de su naturaleza intrínseca. De modo que, si Cristo existe «en forma de Dios», es porque la naturaleza más íntima de Su ser es la naturaleza misma de Dios. Esto significa que Cristo tiene que ser Dios, ya que sólo Dios puede poseer las cualidades intrínsecas de la deidad.
Por último, la expresión «el ser igual a Dios» debe de ser considerada con mucha atención en este contexto. Jesús no consideró el ser igual a Dios como una usurpación. Su naturaleza, Su rango, Su gloria, Su majestad son los que a través de la eternidad han correspondido a la deidad, y, por lo tanto, pertenecen a Cristo. Jesús abandonó temporalmente Su posición en la gloria con el Padre Celestial (Jn. 17:5). Para Cristo, «el ser igual a Dios» no era un acto de usurpación. La expresión «ser igual a Dios» denota que posee la misma naturaleza divina que el Padre posee. Cristo puede, por lo tanto, ser llamado Dios al igual que el Padre sin que tal designación constituya una blasfemia.
En su epístola a los Romanos, capítulo 9, Pablo enumera los privilegios de la nación de Israel, diciendo:

  De quienes son los patriarcas y de los cuales, según la carne, vino el Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén (Ro. 9:5).

En el texto griego, el sustantivo «el Cristo» (ho Christos) es el antecedente del sustantivo «Dios» (ho theos). Es más, en el griego «Dios» va acompañado del artículo definido. De modo que Pablo, literalmente, dice: «… el Cristo, el cual es el Dios sobre todas las cosas …» Indudablemente, el apóstol identifica al Mesías como Dios manifestado en la carne. Por supuesto que este texto enfatiza tanto la humanidad como la deidad de Jesucristo, algo que ocurre con bastante regularidad en el Nuevo Testamento.
Un pasaje de indiscutible importancia relacionado con el tema de la deidad de Cristo aparece en el libro de los Salmos 4:6. En este texto, Dios el Padre se dirige al Hijo, llamándolo «Dios»: «Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre, cetro de justicia es el centre de tu reino.» Este mismo pasaje es citado por el escritor de la epístola a los Hebreos para demostrar la preeminencia de Cristo. Según el autor de la mencionada epístola, Jesús es preeminente por las siguientes razones: 1) Es el heredero de todo, 2) es el creador del universo, 3) es la revelación absoluta de Dios, 4) ha purificado a Su pueblo de pecado, 5) ha sido exaltado a la diestra del Padre, 6) como Hijo, tiene que ser de la misma naturaleza con el Padre celestial, y 7) es específicamente llamado Dios por el Padre Celestial: «Mas del Hijo dice: «Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino»» (He. 1:8).
En realidad, son muchos los pasajes del Nuevo Testamento donde Jesús es específicamente designado como «Dios». Ciertamente hubiese sido una flagrante blasfemia si los escritores bíblicos, escribiendo bajo la dirección del Espíritu Santo, hubiesen atribuido a Cristo el título de Dios si en realidad no lo fuese. Sería absolutamente inexplicable que hombres con un concepto tan elevado de Dios como los apóstoles y con una reverencia tan profunda hacia el Antiguo Testamento hubiesen deificado a un mero hombre.


CRISTO POSEE LOS ATRIBUTOS DE DEIDAD

Los pasajes bíblicos citados en la sección anterior debían ser suficientes para concluir que la Biblia enseña con suma claridad la doctrina de la deidad de Cristo. Es importante añadir, sin embargo, que la Palabra de Dios explícitamente enseña que Cristo posee todos los atributos de la deidad. La Biblia enseña que Cristo es omnipotente, omnipresente, omnisciente, inmutable, sano y eterno. Además, la Biblia habla del amor, la gracia, la misericordia y otras características de Cristo en el mismo sentido en que atribuye a Dios dichas características.


Cristo es omnipotente

La palabra omnipotente significa «todo poder». Dios es omnipotente porque El todo lo puede. En el Nuevo Testamento la expresión «el Todopoderoso» (ho pantokrator) se usa únicamente con referencia a Dios. Es muy natural que así sea, pues solamente Dios puede poseer ese atributo. En Apocalipsis 1:7–8 dice:

  He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén. Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

En su visión apocalíptica, el apóstol Juan contempla a Jesús regresando a la tierra por segunda vez. El apóstol identifica al Señor como: 1) el Alfa y la Omega, una figura que habla de Su grandeza (principio y fin), 2) el Señor, señalando hacia Su soberanía; 3) el que era y que ha de venir, y 4) el Todopoderoso (ho pantokrator), es decir, El tiene control sobre todas las cosas. Jesús tiene autoridad y soberanía sobre todo el universo (Ap. 4:8; He. 1:3; Col. 1:7).


Cristo es omnisciente

Otro atributo de deidad que Cristo posee es el de omnisciencia, es decir, nada escapa a Su conocimiento. Colosenses 2:3 dice:

  En él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.

La mujer samaritana confesó:

  Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? (Jn. 4:29).

Jesús jamás había visto a la mujer samaritana hasta el día en que se encontró con ella junto al pozo de Jacob. Sin embargo, el Señor conocía la vida pecaminosa de aquella mujer. Este es un ejemplo singular de que Jesús poseía el atributo de la omnisciencia. Esta verdad se hace evidente también en las palabras de Juan 2:25: «… y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre». Jesús sabía las dudas de Tomás (Jn. 20:24–28); sabía que Lázaro había muerto (Jn. 11) y conocía perfectamente los pensamientos secretos de Sus adversarios (Mt. 9:4). ¿Cómo podría cosa semejante ser posible si el Señor no fuera omnisciente?


Cristo es omnipresente

Otro atributo que, según la Biblia, Cristo posee es el de omnipresencia. Cristo tiene el poder de estar en todas partes al mismo tiempo en la absoluta intensidad de Su Persona. En Juan 3:3, Jesús declara:

  Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo.

El Señor confiesa que El está simultáneamente en la tierra y en el cielo. En Mateo 18:20, Cristo prometió a Sus discípulos:

  Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.

Aunque algunos prefieren interpretar esas palabras de Jesús en sentido figurado, diciendo que Jesús está presente en un aspecto espiritual. Dicen que Cristo está presente en la mente y en las oraciones de los discípulos, pero no en un sentido personal. Sin embargo, una interpretación normal o natural del referido texto señala que la presencia del Señor con los suyos es algo personal y real. De igual modo, Jesús prometió estar con los suyos «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt. 28:20).


Cristo es inmutable

La Biblia atribuye a Cristo la característica de inmutabilidad. Dios el Padre es inmutable (Stg. 1:17). El no cambia en Su esencia, es decir, lo intrínseco de Su ser permanece inalterable. Dios el Hijo también es inmutable. En Hebreos 1:10–12 dice:

  Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán mas Tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un vestido los envolverás, y serán mudados, pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán.

El contexto de este pasaje gira alrededor de la Persona de Cristo. La superioridad del Hijo es presentada por el autor de la epístola. El Hijo es superior a los ángeles, porque El es Dios (He. 1:7, 8). También es superior a la creación, porque El es el Creador de todas las cosas (1:9, 10). La creación cambia y se envejece, pero el Hijo, siendo Dios, es inmutable. Su esencia jamás cambia.
La misma Epístola a los Hebreos 13:8, dice:

  Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.

Sólo Dios, quien es autosuficiente, tiene la capacidad de ser el mismo ayer, hoy y por los siglos. Si Jesús no fuese Dios, sería una detestable blasfemia atribuirle la característica de inmutabilidad.


Cristo es impecable

Uno de los aspectos de la vida de Jesús que más ha asombrado a los hombres ha sido Su absoluta santidad e impecabilidad. La Biblia afirma repetidas veces que Jesús es santo. En Hebreos 7:26–27, dice:

  Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo, porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.

El argumento del escritor sagrado es enfático. Los sacerdotes terrenales tenían que ofrecer sacrificios a favor de sí mismos antes de hacerlo por el pueblo. Jesús, siendo santo, inocente y sin mancha, pudo ofrecerse a sí mismo una vez por todas por los pecados de Su pueblo.
El mismo escritor subraya la impecabilidad de Cristo, diciendo:

  Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (He. 4:15).

Del mismo modo el apóstol Juan escribió: «Y sabéis que El [Cristo] apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en El» (1.a Jn. 3:5).
Durante su ministerio terrenal, Jesús retó a los líderes religiosos de Israel, diciéndoles: «¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?» (Jn. 8:46). Aún los demonios reconocieron que Jesús era el «Santo de Dios» (Mr. 1:24).
El apóstol Pablo afirma que «al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2.a Co. 5:21). Sólo un Cristo impecable podía ofrecerse a sí mismo como expiación por hombres pecadores. Así como el cordero pascual tenía que ser absolutamente santo y sin mancha (1.a P. 1:18–20;2:22).
El apóstol Juan, refiriéndose a la visión del profeta Isaías (6:1–3), afirma que Aquel de quien los serafines hablaron, diciendo: «Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos», era nada menos que el propio Señor Jesucristo. Juan dice: «Isaías dijo esto cuando vio su gloria y habló acerca de El» (Jn. 12:41). En resumen, el testimonio de las Escrituras es enfático. Cristo fue y sigue siendo impecable (He. 13:8). Su santidad es incuestionable. Tal característica es una demostración de que Jesús es una Persona divina.


Cristo es eterno

Cristo no comenzó Su existencia el día de Su nacimiento en Belén de Judea. Como la segunda persona de la Trinidad, Jesucristo ya era desde la eternidad. El profeta Miqueas, al hablar de la venida del Mesías al mundo, dice:

  Pero tú Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti saldrá el que será Señor en Israel, y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad (Mi. 5:2).

El profeta Miqueas enfatiza el hecho de que el Mesías que nacería de la tribu de Judá, no sólo sería el Señor de Israel sino alguien que existe desde el principio, es decir, desde la eternidad. Esa profecía de Miqueas fue citada por los escribas, cuando Herodes les preguntó dónde nacería el Cristo (Mt. 2:4–6).
Durante una discusión con los judíos, Jesús mismo hizo una de las declaraciones más enfáticas tocante a la deidad. La afirmación hecha por Jesús se relaciona con el carácter eterno de Su persona. La discusión entre Jesús y los judíos (Jn. 8:21–59) giraba alrededor de la pregunta: «¿Quién es Jesús?» (8:25). Los judíos rehusaban creer en el Señor, afirmando que por ser hijos de Abraham serían bendecidos de todas maneras (8:33). Jesús les responde que en realidad son hijos del diablo (8:44) y que morirán en sus pecados si no creen en El (8:45). Fue a raíz de esa discusión que Jesús dijo a los judíos: «De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy» (Jn. 8:58).
Los judíos reclamaban que Abraham era el padre espiritual así como el progenitor de la nación judía. Jesús les señala que «Abraham se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó» (Jn. 8:56). Al escuchar esas palabras, los judíos se asombraron de que Jesús pudiese haber visto a Abraham ya que, según ellos, Jesús aún no tenía 50 años (8:57). Fue ahí donde Jesús afirma Su carácter eterno, usando una frase que sólo corresponde a Dios. El Señor no indica meramente que Su existencia precedía a la de Abraham, sino que El tiene existencia eterna en el mismo sentido en que Dios la tiene.

  Cristo afirmó «Antes que Abraham naciese, Yo Soy» (v. 58). «Yo Soy» era el nombre del Dios auto-existente quien se había revelado a Moisés en la zarza ardiente (Ex. 3:14). Jesucristo afirmaba ser el «Yo Soy», el Dios auto-existente. Cristo estaba afirmando Su eternidad. Para los judíos tal cosa era una blasfemia.

El apóstol Pablo escribió en Colosenses 1:17 que «El es antes de todas las cosas, y todas las cosas en El subsisten». El apóstol Juan, en el prólogo de su evangelio, afirma que el Verbo (Cristo) era en el principio con Dios (Jn. 1:2). Cristo hizo referencia a la gloria que tuvo con el Padre antes de que el mundo fuese (Jn. 17:5). El profeta Isaías, escribiendo tocante a la venida del Mesías, dice que «un niño nos es nacido, Hijo nos es dado» (Is. 9:6). El niño nace, pero el Hijo es dado. El Hijo existía con el Padre antes de Su venida al mundo. Es por eso que Pablo dice que, «cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo …» (Gá. 4:4). El Hijo existía desde la eternidad.
Resumiendo, la Palabra de Dios enseña que Cristo es el legítimo poseedor de todos los atributos de la deidad. Todas las características propias de Dios se encuentran presentes en Jesucristo. Tal cosa es posible debido a que Jesucristo es una Persona divina. El es Dios manifestado en la carne, quien llevó sobre sí la culpa del pecado humano.


CRISTO POSEE PRERROGATIVAS QUE SOLO PERTENECEN A DIOS

La Biblia no sólo otorga a Cristo los atributos de la deidad, sino que también le concede prerrogativas que son exclusivas de Dios. Se mencionarán únicamente las más sobresalientes por falta de espacio.


Cristo tiene autoridad para perdonar pecados

La Biblia enseña que Jesús tiene autoridad para perdonar pecados. En el capítulo 2 del Evangelio según San Marcos, se relata que Jesús sanó a un paralítico. Antes de efectuar la sanidad, Cristo dijo al enfermo:

  Hijo, tus pecados te son perdonados (Mr. 2:5).

Los judíos presentes se asombraron al oír aquella declaración, y dijeron:

  ¿Por qué habla este hombre así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? (Mr. 2:7).

Los judíos reconocieron que Jesús estaba ejerciendo una prerrogativa que sólo corresponde a Dios. En Marcos 2:10, Jesús declara que El posee esa autoridad:

  Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados …

Si sólo Dios tiene autoridad para perdonar pecados y Jesús afirma poseer esa autoridad, puede decirse o que El es Dios, o como creían los judíos, estaba blasfemando. Lo cierto es que Jesús estaba haciendo algo propio de Su persona divina.


Cristo es adorado como Dios

Todo estudioso de las Escrituras sabe que Dios exige que se le adore sólo a El. Adorar a cualquier otro ser o cosa constituye una idolatría (Ex. 20:3–6; Dt. 6:13–15). Jesús reconoció esa verdad durante Su vida terrenal. Recuérdese que, cuando fue tentado por Satanás, Cristo respondió: «… Escrito está: «Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo servirás»» (Mt. 4:10). De modo que habría sido deshonesto que Jesús hubiese aceptado la adoración de los hombres a menos que El fuese Dios y, por lo tanto, merecedor de esa adoración.
Lo cierto es que Jesús aceptó el ser adorado como solamente Dios debe ser adorado. Los sabios del Oriente, cuando vinieron a ver al rey que había nacido «postrándose lo adoraron» (Mt. 2:11). Los discípulos que estaban a punto de perecer en el mar de Galilea y fueron rescatados por el Señor «… vinieron y le adoraron, diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios»» (Mt. 14:33). El ciego de nacimiento a quien Jesús sanó, también se postró y adoró al Señor (Jn. 9:38). Las mujeres a las que Jesús se manifestó después de Su resurrección, «… abrazaron sus pies y le adoraron» (Mt. 28:9). Antes de Su ascensión a la gloria, Jesús se reunió con Sus discípulos en el monte de los Olivos y ellos le adoraron (Lc. 24:52).
Es importante notar que en ninguna de las ocasiones mencionadas hubo protesta alguna por parte de Jesús. Aquel que había venido a cumplir la ley hubiese violado el primer mandamiento del decálogo de haber sido un simple hombre. La realidad es que Cristo aceptó el ser adorado porque, como Dios, El es digno de tal honor.
La escena que aparece en el libro del Apocalipsis no puede ser más elocuente:

  El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos (Ap. 5:12–13).

El cuadro que se presenta en el Apocalipsis es muy singular. El Dios Padre (sentado en el trono) y Dios el Hijo (el Cordero) reciben la misma adoración y alabanza (véase Jn. 5:23).


Cristo es el Creador y Sustentador de todas las cosas

La Biblia dice que: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Gn. 1:1). De modo que, para el estudiante de las Escrituras, el universo es el resultado del poder creador de Dios. En Juan 1:3, esa obra es atribuida al Verbo, es decir, a Jesucristo: «Todas las cosas por él fueron hechas, y sin El nada de lo que ha sido hecho fue hecho.» El Verbo es el Creador, de otro modo se caería en el absurdo de pensar que el Verbo se creó a sí mismo.
También, en Colosenses 1:17, dice: «Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten.» Cristo no es tan sólo el Creador, sino también el sustentador de todas las cosas. «El sustenta todas las cosas con la palabra de su poder» (He. 1:3). Cristo es el sustentador por cuanto as el preservador de todo lo que El mismo creó.


Resumen

La evidencia bíblica no deja lugar a duda tocante a la naturaleza de la Persona de Jesucristo. Los títulos usados referentes a Su Persona, los atributos que demostró tener, las prerrogativas de las que hizo uso durante Su ministerio terrenal dejan de manifiesto que Cristo fue más que un simple hombre. Si se acepta el testimonio de los evangelios, debe aceptarse también que Jesús, por las cosas que hizo y por las que dijo, demostró que era Dios manifestado en la carne. Tómese como ejemplo el testimonio que aparece en el Evangelio según San Mateo referente a los poderes divinos ejercidos por Cristo:

    1.      Poder sobre las fuerzas de la naturaleza (Mt. 14:26–29; 15:34–36; 21:19).
    2.      Poder sobre las fuerzas del mal (Mt. 8:32; 12:28).
    3.      Poder sobre las fuerzas del cielo (Mt. 13:41).
    4.      Poder para sanar a los enfermos (Mt. 4:23; 8:3, 7).
    5.      Poder para resucitar a los muertos (Mt. 9:25; 20:19; 26:61).
    6.      Poder para juzgar a la humanidad (Mt. 7:21; 12:31–32; 13:30; 23:2–8).
    7.      Poder para perdonar pecados (Mt. 9:2).
    8.      Poder para condenar y dictar sentencia sobre los pecadores no arrepentidos (Mt. 23:13–16, 27).
    9.      Poder para dar galardones cuando venga otra vez a la tierra (Mt. 5:11–12; 10:42; 13:43; 19:29; 25:34–36).
    10.      Poder para dar poder (Mt. 10:1, 8; 28:20).
    11.      Poder para proveer completo y perfecto acceso al Padre (Mt. 11:27).
    12.      Poseedor de todo poder (Mt. 28:18).

Al leer estos pasajes, es inevitable reconocer con el apóstol Juan que: «Este es el verdadero Dios y la vida eterna» (1.a Jn 5:20). Jesús se autoidentificó como la vida (Jn. 11:25; 14:6). Afirmó, además, tener la autoridad para dar vida eterna a otros (Jn. 10:28) y ser el único camino de acceso al Padre (Jn. 14:6). También, Jesús afirmó tener autoridad para resucitar a los muertos en el día postrero (Jn. 6:40). Todas estas prerrogativas y poderes sólo pueden ser ejercidos por alguien que sea Dios.

 

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