martes, 29 de septiembre de 2015

Nos enfrentamos todos los días a la posesión de poderes demoníacos en las personas. Muchos cristianos experimentan dos clases diferentes de sensaciones frente a Satanás: lo subestiman o lo sobrestiman

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6







Demonología: Material de Estudio
Testimonio: «Satanás ataba mi vida»
Durante cuarenta y dos años de mi vida sufrí una profunda depresión. Ese estado me acompañaba desde pequeña, me apartaba de los otros niños, me aislaba, no quería jugar. Recuerdo que siempre subía a un árbol que había en el fondo de mi casa. Allí me escondía del resto del mundo.

Tengo cinco hermanas y ninguna era como yo. Ellas siempre reían. Muchas veces la gente le decía a mi mamá: «¡Qué bien se comporta esta niña!» Pero lo que en realidad no sabían era que no me movía a causa del terror que sentía en mi interior. No sabía jugar ni sabía reír.

Toda mi vida estuvo marcada por lo que viví en mi infancia y se relacionaba con lo vivido junto a mi padre, quien era un hombre alcohólico. Golpeaba a mi madre y a mis hermanas, siempre llevaba armas y constantemente nos amenazaba diciendo que cuando todos estuviéramos durmiendo, nos mataría. A causa de esto, cada noche me esforzaba por mantenerme despierta hasta que el sueño me vencía y al final me dormía. Tal era el terror que sentía que durante las noches tenía unas pesadillas tremendas y al despertarme veía la sombra de un hombre que abría la puerta del armario y se cubría con el gabán de mi padre y su sombrero.

Cada vez que sentía temor, corría al fondo de mi casa y me sentaba por horas junto al peral que había allí. Como mi familia no se daba cuenta de lo que me sucedía, no me podían ayudar.

La mala relación que mi padre tenía con mi mamá y con nosotras, sus hijas, marcó el resto de mi vida. Ese temor a que se repitiera la historia me invadió de tal manera que nunca quise casarme. Quizás yo misma me até porque no quería vivir lo que mi madre pasó.

Mi depresión continuó durante mi juventud y madurez. Constantemente vivía encerrada en mi habitación a oscuras por completo. Fumaba todo el día, bebía y jugaba al conocido juego de la copa. También tenía una fuerte inclinación por todo lo que involucraba el ocultismo. Eso me gustaba. Siempre intentaba mover objetos con la mente y leía las manos. También tiraba las cartas adivinando el futuro de quienes me lo pedían. Todas estas ataduras diabólicas me llevaron a un pozo más profundo.

Cierto día mi madre me comentó sobre unas reuniones que se estaban llevando a cabo en la ciudad de Moreno. Esta era la campaña del hermano Annacondia. En ese instante sentí que debía ir a ese lugar. Durante esos días una voz muy fuerte comenzó a hablarme y susurraba a mi oído diciendo que debía beber veneno para suicidarme y así terminar con mi vida. Pero, en tal mal estado me encontraba, que ni siquiera podía salir sola a comprar esa botella de tóxico.

La campaña en ese lugar duró cincuenta y dos días, pero solo pude acercarme cuatro días antes de que finalizara. El diablo no dejaba de instarme al suicidio durante esos días previos. Hasta que una tarde mi madre quiso que saliéramos juntas a pasear, tomamos un ómnibus y este pasó frente a la carpa donde se realizaba la campaña. Comencé a gritar y decir que quería bajarme. Debido al grito que di, los pasajeros me miraron y el conductor se detuvo en el lugar.

El 12 de febrero de 1987 acepté al Señor en mi corazón. Esa primera noche no quería irme de allí, estaba muy feliz, mi vida cambió y la depresión desapareció. Durante las reuniones siguientes continué asistiendo, pero algo había dentro de mí que no me dejaba pasar al frente para que el hermano Annacondia orase, pero la última noche de la campaña, lo hice. En el momento que oraba por mí, mi cuerpo comenzó a temblar casi sin control. Los consejeros me acompañaron a la carpa de liberación de la campaña y allí continuaron orando. Tuve que renunciar a muchas cosas que tenía en mi corazón. Entre otras, al odio y a la amargura. El diablo había atado mi vida de tal manera que estaba totalmente atormentada. Sin embargo, cuando en mi corazón decidí ser libre, el Señor operó un cambio en el momento.

En varias oportunidades necesité renunciar ante Dios por situaciones pendientes en mi corazón. Durante una de estas oraciones, quienes oraban allí por mí sintieron de parte de Dios que yo tenía un espíritu de adivinación y que también tiraba las cartas. Entonces comenzaron a reprender este espíritu diabólico y a orar por la liberación de mi vida. De pronto, un fuerte ruido como el estallido de una copa se sintió en el aire y entonces quedé completamente liberada.

Al poco tiempo, mi familia también se acercó al Señor. Vieron el cambio que Dios produjo en mí. Los vecinos comenzaron a verme caminar por la calle durante el día y se preguntaban qué me había sucedido. Yo siempre estaba durmiendo a oscuras en mi cuarto. Vivía en penumbras, y cuando me despertaba, ya era de noche. Pasaba el tiempo y después comenzaba a lamentarme por todo lo que no había hecho durante el día. Por eso, todos los que conocían mi problema pudieron ver el cambio en mi vida. Ahora me levanto temprano, sonrío, también me congrego en una iglesia. Dios cambió mi vida.
María Luisa (52) Ciudad de San Miguel,
Buenos Aires, Argentina.
Una realidad a la que nos enfrentamos todos los días es la posesión de poderes demoníacos en las personas. Esto no es ninguna novedad para todos los que leen la Biblia. En diferentes oportunidades encontramos relatos sobre personas que, estando endemoniadas, recibían liberación.

Muchos cristianos experimentan dos clases diferentes de sensaciones frente a Satanás: lo subestiman o lo sobrestiman. Dios nos declara un punto exacto en el que debemos pararnos frente a los poderes de maldad. Bien sabemos que Satanás anda como león rugiente, rodeando la tierra y buscando a quien devorar. Estas son las pistas claras con las que contamos para empezar. También sabemos que «estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios» (Marcos 16:17). Por lo tanto, no se asuste. Si usted cree en el Señor Jesucristo y cumple con el mandato divino de «Id y predicad», estas son las señales que encontrará en su camino.

Los demonios son seres malvados, sin cuerpo y andan buscando un lugar para alojarse. Hablan, razonan, ven y oyen. Muchos ejemplos podemos exponer al respecto, el libro de Marcos nos relata algunos. Cuando Jesús enseñaba en la sinagoga, los que estaban allí se admiraban de su doctrina y les llamó poderosamente la atención con cuánta autoridad espiritual el joven hablaba. Sin embargo, no reconocían esa autoridad ni aun en los escribas. Pero algo sucedió, uno de los que estaba dentro de la sinagoga comenzó a gritar. Al instante, Jesús reconoció que un espíritu inmundo hablaba por la boca de aquel hombre que decía: «¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios». Pero Jesús le reprendió diciendo: «¡Cállate, y sal de él!» (Marcos 1:24, 25).

Imaginemos esta situación poco común en un ambiente como el de una sinagoga. Este hecho no sucedió antes, sino mientras Jesús enseñaba. El hombre poseído se encontraba dentro de ese lugar. Pero cabe destacar, entre otras cosas, que a pesar de que los religiosos se admiraban de Jesús y sus enseñanzas, no lo reconocieron como el Mesías, pero sí lo reconocieron los demonios. ¡Qué curioso!

El mundo espiritual solamente se comprende con el espíritu. De la misma manera pasó con Jesús al oír a este hombre gritar. De inmediato le ordenó callar y salir de ese cuerpo. Entonces los demonios lucharon para no abandonarlo. Lo sacudían con violencia y gritaban, pero finalmente salieron. Una vez que esto pasó, la gente comenzó a ver en Jesús una autoridad espiritual y en seguida se preguntaron: «¿Qué tendrán las palabras de este hombre que aun los demonios lo obedecen?» (Lucas 4:36, La Biblia al día).
Las manifestaciones diabólicas

Las manifestaciones diabólicas en las personas son muchas y diversas. De ahí que las veamos en cada individuo de forma diferente:
El oprimido
Es muy común ver personas oprimidas espiritualmente. Estas opresiones actúan en forma externa aunque de manera constante y con el único fin de vencer nuestra resistencia.

La opresión se manifiesta a través de la tentación y la persecución. Por lo general, los cristianos padecen este tipo de opresión. Es una forma que el diablo prepara para que el hombre regrese a la antigua vida de pecado. Por eso nos dice la Palabra que no demos lugar al diablo, que resistamos.
El atormentado
Los demonios atormentan a muchas personas. En este tipo, el espíritu inmundo está dentro de la persona y actúa desde allí. Es el caso del temor, la depresión, la aflicción. Pero no debemos confundirnos, la persona atormentada que manifiesta un problema espiritual no está necesariamente endemoniada. No hay tantos endemoniados en el mundo, pero sí hay atormentados por el diablo. La persona no se resiste, pero los demonios están allí y simplemente debemos echarlos y expulsarlos como manda Marcos 16:17: En el nombre de Jesús.

Veamos como ejemplo el caso de la mujer sirofenicia cuando le dijo a Jesús: «Mi hija es gravemente atormentada por un demonio» (Mateo 15:22). Después de una breve conversación, Jesús le dice: «Vé; el demonio ha salido de tu hija» (Marcos 7:29). Si le dijo: «Ha salido», es porque estaba adentro. Si no, le hubiera dicho: «Se fue de al lado de tu hija».

La persona atormentada no está endemoniada. Hay un campo de su vida que está bajo la influencia del diablo porque no se ha entregado al Señor o porque hay un pacto o una atadura, hay odio o resentimiento. Usted sabe bien que cuando estos sentimientos están guardados en el corazón, hay una puerta abierta para que el diablo entre en nuestra vida y haga un desastre. Esto es claro y real, no es un invento.
El poseído
La persona poseída pierde momentáneamente el control de su cuerpo y voluntad. Luego de recibir ministración a través de la liberación y la consejería, no recuerda lo que atravesó en los instantes previos a su liberación. El endemoniado pierde el control de sus actos. Es aquel que hace algo y luego no lo recuerda. De pronto se enfurece, rompe y quema objetos. Al reaccionar, y cuando le preguntan por lo sucedido, no lo recuerda.

Analicemos el caso de la madre que lleva a su hijo para que Jesús lo libere de un espíritu mudo. Ella le comenta al Señor que por momentos el espíritu lo tomaba, el joven se sacudía, se le llenaba de espuma la boca y crujían sus dientes. Agrega también que muchas veces el espíritu inmundo lo había echado en el agua y el fuego para matarlo, pero no lo había conseguido. Realmente creo que la fe de esta madre era grande; con qué claridad describe el padecimiento de su hijo y con qué madurez espiritual interpreta que un espíritu inmundo lo había poseído. No sabemos por el tiempo exacto, pero ella expresa que su hijo desde niño padecía este tormento. Pensemos en qué razón tenía la mujer para declarar que este era un espíritu mudo. Su hijo no hablaba, no gritaba. Ella describe muchas otras manifestaciones externas que el demonio producía en el muchacho, pero no gritaba.

Ahora veamos cómo Jesús liberó a este joven. Dijo: «Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él» (Marcos 9:25). Lo primero que Jesús hizo fue llamarlo, le dijo algo así: Oime bien, espíritu mudo y sordo. Pero si era sordo, cómo iba a escuchar. Hermano, nunca olvide que Satanás es padre de mentiras y engañador. Observe lo que sucedió después que Jesús lo reprendiera: «Entonces el espíritu, clamando y sacudiéndole con violencia, salió; y él quedó como muerto» (Marcos 9:26). Ahora sí hablaba y clamaba, ¿le cree todavía? Jesús sabe a quién estaba enfrentando. Él no se deja engañar.
El enajenado
Por último, este tipo de manifestación indica una posesión completa, en forma permanente. En este caso el diablo tiene tomado el cuerpo, el alma y el espíritu. Es el polo opuesto a la persona llena del Espíritu Santo. Tal es el caso del gadareno. Era un ser totalmente antisocial con actitudes violentas, maltratos físicos, deseos suicidas, etc. He visto en los manicomios a los enajenados. Miran pero no ven. Usted les habla y no sabe si lo escuchan. No entienden nada porque a todo su ser lo dominan espíritus del diablo. Quizás se pregunte: «¿Es posible que alcancen liberación?» Dios tiene compasión también de ellos, así como lo hizo con el endemoniado gadareno que era un enajenado, lo puede hacer con cualquiera.
«El gadareno cordobés»
Ya finalizaba la última noche de los sesenta días de campaña evangelística realizada en la ciudad de Córdoba, Argentina. Mientras descendía de la plataforma para regresar al hotel, unos hermanos traen a un loco para que orara por él. El hombre era un verdadero gadareno, un enajenado. Vivía en los montes, hablaba solo, caminaba siempre casi desnudo y descalzo, su cabello estaba sucísimo (haría unos tres años que no se bañaba), sus uñas impresionaban, era como un verdadero animal. La última noche, después de tantos días de campaña, me sentía realmente muy cansado y en el momento que me iba a descansar me traen a este hombre para orar, cuatro camilleros cargaban con él.

Mientras me acercaba, el Espíritu Santo me dijo: «Son dos legiones». A lo que respondo: «Señor, ya no tengo más fuerzas y estoy casi sin voz». Pero igualmente le impuse mi mano y reprendí todo demonio diciendo: «En el nombre de Jesús, deja libre este cuerpo». El hombre salió como una bala corriendo hasta que lo perdimos de vista y entonces lo declaré libre por fe.

A los seis meses, volví a Córdoba para una reunión especial del Día de Pentecostés. Muchas personas dieron testimonio de las sanidades y liberaciones que experimentaron en la última campaña. Entre toda esa gente subió un hombre bien vestido a testificar que Dios había librado su vida. En ese momento los líderes de esa ciudad me dijeron: «Hermano Carlos, ¿recuerda a este hombre?» Realmente no sabía quién era, pero al comentar de nuevo el caso, grande fue mi asombro al ver el cambio en él.

Después de aquella oración, el «gadareno cordobés» salió corriendo al medio del campo y estuvo allí gritando durante cinco días. Con cada grito salían demonios. El último día, el hombre comenzó a caminar a la que alguna vez había sido la casa de su familia. Cuando lo vieron en la puerta de la casa, los familiares no entendían pues estaba totalmente en sus cabales, su vida había cambiado. La noche que oré por ese hombre estaba muy cansado, pero Dios no necesita ni de mi esfuerzo, ni del suyo; ni de mi capacidad ni de la suya, Él es soberano sobre todas las cosas.

La obra de Satanás en la vida de los hombres se expresa de diferentes maneras aunque toda su actividad apunta a hurtar, matar y destruir (Juan 10:10). Jesús declara que el diablo es homicida desde el principio, que no hay verdad en él. También dice que cuando habla mentira, de él mismo lo hace porque no solo es mentiroso sino que es padre de toda mentira. ¿Qué podemos esperar de semejante ser que es ladrón, homicida, destructor y mentiroso?
Maldición familiar
Con respecto a este tema hay mucho que decir. Cada vez que maldecimos estamos invocando un espíritu. Muchas de las personas que deben ministrarse en liberación son el resultado de las maldiciones vertidas por otras personas, en especial por los padres.

Una de las maldiciones familiares más comunes es cuando abuelos, tíos o padres entregan su descendencia a pedido del mismo Satanás. Lo que ellos no saben es las tremendas consecuencias que esto les traerá. Toda clase de maldiciones generacionales engendran frustraciones y fracasos hereditarios que deben cortarse.

La Biblia dice que existen ataduras en la tierra que deben desatarse en el cielo.
 Así es como debemos actuar. Es muy común, en especial en las culturas latinas, las ataduras realizadas a través de los mandatos y sentencias familiares. Las maldiciones heredadas las hemos recibido incluso desde niños: «Eres igual a tu padre»; «Siempre serás un burro»; «No sirves para nada»; etc. La palabra expresa autoridad. Dios hizo al mundo con la palabra. La palabra construye y también destruye. Es común escuchar a padres o hermanos decirle a los niños «locos» o «tontos». A través de estas palabras invocamos espíritus demoníacos y atamos al niño. Las palabras atan.

Hace algún tiempo atrás le llamé la atención severamente a uno de mis hijos por haberle dicho a su hermano una palabra que no correspondía, al oírlo me asusté. ¡Nunca permita que esas palabras se digan entre los miembros de su familia! Nuestra responsabilidad como cristianos es «bendecir», llevar bendición incluso a través de las palabras. Siempre cuando hablo con mis hijos les digo: «¿Qué tal «genio?» ¿Qué hiciste «campeón»?

Algunas madres no se dan cuenta de esta verdad y sus hijos, al crecer, viven las consecuencias de lo que sus madres les sentenciaron. He conocido a muchachos que han oído de boca de sus madres decir: «¡Por qué habrás nacido! ¡Para qué te habré traído al mundo!» Estos jóvenes han quedado marcados hasta que encontraron a Jesús y pudieron hallar sanidad a estas heridas.

Cuando decimos «bobo», «animal», expresamos nuestro enojo momentáneo. No nos damos cuenta de que luego pagamos las consecuencias en el mundo espiritual.

Un testimonio, que es realmente esclarecedor y refleja la verdadera cultura latina a través de frases que constantemente se usan, es el que a continuación expondremos:
Nací siendo hijo, nieto y biznieto de hombres y mujeres que vivían como querían, pero siempre en contra de la voluntad de Dios. Por lo tanto, recibí herencia de corrupción, enfermedad y muerte. Pero un ministro del diablo como fui, no solamente nace, sino también se hace.

Cuando era niño me castigaban con violencia verbal y física, ellos me decían: «Los chicos son hijos del rigor»; «La letra con sangre entra». Después se justificaban diciendo: «Porque te quiero, te aporreo».

También en la escuela me imponían cosas tales como: «Lo vas a hacer así, porque yo lo digo»; «Vas a entender por las buenas o por las malas»; «Yo te voy a sacar bueno».

Cuando decía algo indebido o hacía alguna travesura, en seguida me condenaban con una profecía fatal: «Eres igual a tu padre». A continuación sellaban esta profecía con algunos refranes de sabiduría popular: «Cría cuervos y te sacarán los ojos»; «De tal palo, tal astilla»; «Al que nace barrigón, es al ñudo [inútil] que lo fajen»; «Difícil que el cerdo vuele». Con esto último querían decir que nunca cambiaría. Así que me trataban de cuervo, cerdo, burro, inútil, atorrante, infeliz y otras denominaciones peores. Claro, que por supuesto, con fines estrictamente correctivos y pedagógicos.

Todo esto lo he perdonado en el nombre de Jesús para no vivir más atado al odio, al temor y a las falsas doctrinas de mi familia.

Mis mayores, a quienes veneraba, también me enseñaron algunas otras cosas. Me decían: «Querer es poder»; «La fe mueve montañas» (como es lógico, no se referían a la fe en Dios, sino a la confianza y voluntad humana); «Persevera y triunfarás»; «Eres joven, tienes el mundo en tus manos». Constantemente me reiteraban: «La mayor riqueza que un padre puede dejar a su hijo es el estudio y una carrera para que pueda defenderse en la vida». Con esto me decían: «Debes estudiar si quieres ser alguien». Si llegaba a ser «doctor», sería una condecoración para toda la familia. Afirmaban: «Si no estudias, vas a ser un pobre desgraciado»; «Serás lo que debas ser o no serás nada». También aseveraban que: «Tener es poder»; «La plata no hace la felicidad, pero sin ella no se puede ser feliz»; «Barriga llena, corazón contento»; «Lo más importante en la vida es tener salud»; y algunas otras frases más.

Cuando leía algo espiritual o iba a menudo a la iglesia católica, me decían riéndose: «¡Lo único que nos faltaba, que se haga cura!» De los religiosos, las frases que más recuerdo eran: «Conócete a ti mismo»; «Cuídate, ayúdate y perfecciónate a ti mismo».

La carga de los «debes», «deberías», «tienes» y «tendrías» me aplastaban … todo era esfuerzo y voluntad personal, sacrificio humano, sufrimiento, remordimiento, resignación, ser inteligente y demostrar buena educación.
También aprendí en mi casa que: «El que pega primero, pega dos veces», que hay que imponerse en todo: «A Dios rogando y con el mazo dando». Inclusive, muchos cristianos creen que esta frase es bíblica.

En la escuela secundaria me enseñaron: «El hombre es un animal racional»; «Pienso, luego existo». A mis veinte años me habían convencido de que: «Cada uno labra su propio destino».

El mundo era, según mi dolorosa experiencia, egoísta, hostil, mentiroso e hipócrita. Sin embargo, ellos me decían que el mundo no era así, que yo lo veía de esta manera porque: «El ladrón se cree que todos son de su condición».

No solo me involucraron en falsas doctrinas, sino que también me instruyeron para que enseñase como ellos, creyendo que transmitía la verdad. Al fin me decidí a estudiar sicología clínica y social, parasicología, budismo zen, astrología y curanderismo. De esta manera llegué a ser un falso maestro y ciego guía de ciegos.

En octubre de 1984 asistí, junto a un grupo de amigos sicólogos y estudiantes avanzados, a una campaña de Carlos Annacondia que se estaba realizando en Lomas de Zamora, Argentina, con el objetivo de investigar. En verdad, no quería ir, estaba cansado de ver sanidades engañosas, pero igualmente mis amigos me llevaron.

En un momento de la reunión pidieron que los enfermos pasaran al frente para poder orar por ellos. Como padecía una alergia hereditaria e incurable, pasé adelante para poder comprobar la verdad de estas señales que se comentaban. De pronto, me encontré clamando a Dios por mi salvación y por el amor que nunca había conocido. Comprendí entonces que hasta ese momento había sido un instrumento idóneo en las manos de Satanás. ¡Bendito sea Jesús que no miró mi maldad y la enorme cantidad de vidas que empujé al abismo, sino que me rescató para mostrar en mí su amor!
Basilio, Argentina.
Este relato nos hace reflexionar y pensar cuántas veces hemos dicho estas frases tan conocidas. Imagino que cada cultura tendrá las propias. Pero es frecuente oír estas palabras, en especial entre los que más se quieren: esposos, padres, hijos, hermanos, etc. No permita que esto continúe sucediendo en sus vidas. Quite estas frases de su vocabulario. Reconozca que parte de los fracasos que enfrentamos en la vida son consecuencias de esto. No permita marcar la vida de su ser querido hablando de esta manera.

Espiritualmente estas palabras tienen mucho valor. El diablo las aprovecha para hacer que la persona sentenciada o maldecida lo crea. Tarde o temprano, causan heridas en el individuo que requerirán la ministración del Espíritu Santo para sanar y llegar a perdonar a los ofensores.

Dios nos enseña que la muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos (Proverbios 18:21). La maldición ata las vidas e impide la bendición. Aprenda a bendecir a sus hijos, a su cónyuge, a sus padres y notará un gran cambio.

En cuanto a esto, el apóstol Pedro nos enseña lo siguiente: «Porque: El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño» (1 Pedro 3:10). Nuestra lengua causa muchos males que solo Cristo los puede remediar en la medida que reconocemos nuestra falta.

Si queremos que nuestro futuro sea bueno, debemos cuidar nuestra lengua de hablar el mal. Esta es la clase de maldición en la que participan poderes espirituales de maldad. Por lo tanto, debemos aclarar que Satanás no es omnisciente, así que no tiene la capacidad de leer los pensamientos. Aunque no sabe lo que pienso, comprende lo que declaro con mi boca. De ahí lo importante que es confesar bendición y no maldición. ¿Quién no recuerda el pasaje de la higuera que se secó al maldecirla?

La confesión es muy importante. A todas las personas que dan el paso de fe y aceptan a Jesús como Salvador de sus vidas, siempre les hago repetir sus oraciones en voz alta. El diablo tiene que escucharlas declarar su confesión de fe para salvación. Muchas veces veo a personas que están paradas frente a la plataforma en el momento del llamado a salvación y no repiten en voz alta lo que les digo. Entonces pido que lo digan a voz en cuello. El diablo los debe oír. Cuando muchos me dicen: «Ya hice la oración con mi mente», les respondo que el diablo no los escuchó. La Biblia es clara, en Romanos 10:10 dice: «Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación».

Suelo ver a personas que en medio de esta oración les cuesta decir: «Señor, te entrego mi vida» o «Te recibo en mi corazón», porque en ese instante se está librando una lucha de poderes espirituales. Dos reinos no pueden permanecer en un mismo corazón. Alguno debe salir y esto depende de la voluntad y el libre albedrío de quien está tomando esta decisión tan importante.
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