martes, 24 de noviembre de 2015

¡Dios! ¡Por favor, no nos dejes morir por matar a un hombre inocente! No nos culpes de su muerte, pues eres tú, Dios mío, quien ha querido hacer todo esto...reconocieron al Dios de Israel como su Dios

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6





Estudiamos para enseñar en la Congregación
  Jonás desobedece a Dios
Jonás 1:1-17
1 Cierto día, un hombre llamado Jonás hijo de Amitai recibió un mensaje de parte de Dios: 2 «¡Levántate, ve a la gran ciudad de Nínive y diles que ya he visto lo malvados que son!» 
3 Pero en vez de ir a Nínive, Jonás decidió irse lo más lejos posible, a un lugar donde Dios no pudiera encontrarlo. Llegó al puerto de Jope y encontró un barco que estaba a punto de salir. Pagó su pasaje y se embarcó, contento de irse lo más lejos posible de Dios. 
4 Cuando ya estaban en alta mar, Dios mandó un viento muy fuerte que pronto se convirtió en una terrible tempestad. El barco estaba a punto de romperse en pedazos. 
5 Cada uno de los marineros, temblando de miedo, llamaba a gritos a su dios. Ya desesperados, arrojaron al mar toda la carga del barco para quitarle peso. Mientras tanto, Jonás dormía plácidamente en la bodega del barco. 
6 El capitán se le acercó y le dijo: 

—¡Qué haces aquí, dormilón! ¡Levántate y pide ayuda a tu dios! ¡Tal vez nos salve al ver que estamos en peligro! 

7 Al mismo tiempo, los marineros decían: 

—Echemos suertes para saber quién tiene la culpa de nuestra desgracia. 

Echaron suertes, y Jonás resultó culpable. 8 Entonces, los marineros preguntaron a Jonás: 

—¡Dinos ya por qué estamos sufriendo todo esto! ¿En qué trabajas? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país? ¿De qué nacionalidad eres? 

9 Jonás respondió: 

—Soy hebreo y adoro a nuestro Dios, soberano y creador de todas las cosas. Lo que está pasando es culpa mía, pues estoy huyendo de él. 

10-11 Los marineros, llenos de terror, le dijeron: 

—¿Por qué has hecho esto? ¿Qué podemos hacer contigo? ¡El agua se nos viene encima y la tormenta se está poniendo más violenta! 

12 —Échenme al mar, y el mar se calmará —contestó Jonás—. Esta terrible tempestad cayó sobre ustedes por mi culpa. 

13 Los marineros comenzaron a remar con todas sus fuerzas, tratando de acercar el barco a tierra; pero no pudieron. Las olas eran cada vez más altas, y la tormenta casi los destruía. 14 Desesperados, los marineros gritaron: «¡Dios! ¡Por favor, no nos dejes morir por matar a un hombre inocente! No nos culpes de su muerte, pues eres tú, Dios mío, quien ha querido hacer todo esto». 
15 Entonces los marineros tomaron a Jonás y lo tiraron al mar. De inmediato el mar se calmó. 16 Al ver lo sucedido, los marineros reconocieron al Dios de Israel como su Dios, le presentaron una ofrenda y prometieron seguir adorándolo. 17 (2.1) Entonces Dios mandó un pez enorme, que se tragó a Jonás. Y Jonás estuvo dentro del pez tres días y tres noches. 

JONÁS DESOBEDECE A DIOS









EL PRIMER LLAMADO DE JEHOVÁ Y EL RECHAZO DE JONÁS
Jonás 1:1–16


Jehová llama a Jonás ( Jonás 1:1–2 )

Jonás 1:1–2. Jonás comienza su libro de manera directa, va directo al llamado que le hizo el Señor, Jehová, el Dios del pacto con Israel. Es importante notar la manera como fue llamado, directamente por el mismo Señor. Eso también les sucedió a otros profetas en el Antiguo Testamento y a los apóstoles en el Nuevo. Se dice que ese llamado es un llamado inmediato, hecho directamente por Jehová en persona sin utilizar un medio humano. Hoy Jehová llama a pastores, maestros, y misioneros, a su servicio de forma mediata, es decir, por medio de su iglesia que actúa en su nombre.
En cualquier caso, el llamamiento siempre está relacionado con la palabra de Jehová, que le da su autoridad al llamado. Sólo Jehová sabe: a quién quiere llamar, qué va a hacer la persona, y dónde va a servir.

El llamamiento de Jonás fue: “Ve a Nínive, aquella gran ciudad”. Una de las ciudades más antiguas del mundo, Nínive fue fundada por Nimrod el bisnieto de Noé poco después del Diluvio (Génesis 10:11, 12). Estaba localizada en la ladera del río Tigris unos 350 km al norte y un poco al oeste de Bagdad en la actualidad Iraq. Durante 500 años, hasta el año 616 a.C., fue una de las ciudades capitales del poderoso imperio asirio.

Jonás fue enviado a Nínive “a clamar contra ella; porque su maldad ha subido” hasta Jehová. Hasta el rey de Nínive tuvo que admitir que las cosas estaban mal cuando exhortó a los ninivitas a convertirse “de su mal camino, de la violencia que [había] en sus manos” (3:8). Asiria fue especialmente famosa por su violencia y su crueldad insensible. 

El profeta Nahúm dice que Nínive es “ciudad sanguinaria”, donde la gente tropezaba con los innumerables cadáveres amontonados en las calles (3:3). Se decía que el rey Asurbanipal se deleitaba grandemente con el gran montón de cabezas humanas que apilaba después de sus victorias. Los asirios también tomaron esclavos en las batallas y deportaron poblaciones enteras a tierras distantes (2 Reyes 15:29).

Asiria estuvo orgullosa de sus conquistas militares (Isaías 10:12–19). Pero su principal maldad a los ojos de Dios tuvo que ser su abominable idolatría: se entregó a la adoración licenciosa de dioses como: Asur, Anu, Bel, Istar. Su continuo rechazo al Señor junto con su maldad subieron hasta él, como platos sucios que se amontonan en el lavaplatos, hasta que su paciencia se agotó. Nahúm lo describe muy bien: “Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable” (1:3).

El Señor llamó a Jonás para que pregonara contra esa malvada ciudad este mensaje desolador: “Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida” (3:4). ¡Arrepiéntanse o les irá mal! Cuarenta días fue misericordia de parte de Jehová. Y eso no le gustó a Jonás.

Es bueno tener en mente que Jonás había sido llamado como profeta al pueblo de Israel; no se debe pasar por alto el hecho de que Dios lo llamó repentinamente fuera de su ministerio al pueblo del pacto. Sin embargo, en la época de Jonás (y de Elías y Eliseo) la nación de la alianza violaba el pacto de Dios, una actividad que siempre trae juicio de Dios. Como respuesta a la rebeldía de Israel, Dios llamó a Jonás para ministrar a la nación Asiria, la nación que iba a ser el instrumento de Dios para derramar su ira sobre Israel. Entonces, la llamada misma a Jonás tiene implicaciones de juicio sobre Israel, así como implicaciones de amor salvador de Dios para Asiria.


Jonás huye de Jehová ( Jonás 1:3)


Jonás 1:3
¿Es eso posible? ¿Es posible que un servidor llamado por Jehová huya de él? ¿Por qué huyó Jonás? Se han sugerido diferentes razones. Algunos sugieren que Jonás huyó porque tenía miedo de ir personalmente a proclamarles el juicio de Dios a los crueles y violentos ninivitas. Pero Jonás no era un hombre de temor; ni la tormenta en el mar ni la posibilidad de ser lanzado fuera de la borda para ahogarse le dieron pánico.

Otros dicen que Jonás era un profeta orgulloso; según este punto de vista, huyó porque quería evitar que le oyeran predecir la destrucción de Nínive sólo para ver cómo la misericordia de Dios perdonaba a la ciudad. Para que un profeta sea creíble, ¿no es necesario que se cumplan todas las predicciones que hace? No obstante, Jonás de ninguna manera aparece en la narración de manera orgullosa.

Otra explicación pone a Jonás en una posición más favorable. Deseaba tanto ver que los israelitas descarriados se arrepintieran, que pensó que sólo el juicio severo e inmisericorde de Dios sobre Nínive los llevaría al arrepentimiento. Pero Jonás no mencionó esa razón cuando criticó a Dios por su clemencia con los ninivitas, en 4:2: “Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque yo sabía que tu eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de gran misericordia y que te arrepientes del mal”.

La renuencia de Jonás a ir a Nínive parece reflejar este pensamiento sesgado: “Señor, no le voy a predicar el arrepentimiento a la malvada ciudad de Nínive que no sirve para nada, porque si se arrepienten tú los vas a perdonar. ¡Eso no es justo! Nosotros somos tu pueblo escogido, somos los creyentes; los extraños no tienen ningún derecho a tus bendiciones de amor y misericordia; esas bendiciones son nuestras, ¿recuerdas? Además, Asiria es nuestro peor enemigo. Perdónalos y ellos descenderán con dureza contra nosotros”.

Moisés, Isaías, y Jeremías, trataron de evitar la proclamación del mensaje de Jehová porque se sintieron incapaces; pero Jonás huyó de Jehová porque su corazón y su mente no estaban en armonía con los de Jehová; Jonás mostró una justicia propia exclusiva, consideró las bendiciones divinas de perdón y amor en el Mesías como algo reservado exclusivamente para él y sus compañeros israelitas. También fue evidente en él la cobardía de la fe descarriada, que se negaba a hacer la voluntad de Dios por temor a las consecuencias.

Aquí hay una lección para nosotros. ¿Qué pasa con el Jonás intolerante y prejuiciado que está en nosotros cuando se trata de compartir el evangelio con otros “que no pertenecen” o “que no lo merecen”, y se niega a seguir al Señor por miedo a las consecuencias? Esa es una de las trampas favoritas de Satanás. Es mejor seguir al Señor en todo, plenamente convencidos de que él sabe lo que está haciendo y que las consecuencias están bajo su control.

Así que Jonás “descendió a Jope”, hoy Jaifa, unos cincuenta kilómetros al noroeste de Jerusalén y el único puerto natural en la costa sur de Israel sobre el Mediterráneo. Le pudo haber tomado dos o tres días recorrer los cien kilómetros desde su ciudad de residencia Gat-héfer hasta Jope, así que su decisión de huir de Jehová no fue apresurada.

Jonás se negó a ir mil kilómetros al nordeste, a Nínive, y a cambio optó por abordar un barco de carga fenicio que también transportaba pasajeros y se dirigía al oeste, a Tarsis, a más de 3200 kilómetros de distancia. La mayoría de los estudiosos están de acuerdo en que Tarsis es otra manera de escribir la palabra Tartessus, la antigua colonia fenicia en la costa suroeste de España. En otras partes de la Escritura se dice que realizaba comercio marítimo, particularmente de plata, con la ciudad de Tiro en Fenicia. (Véase Isaías 23:1; Jeremías 10:9, Ezequiel 27:25).

Para la mayoría de la gente Tarsis era la ciudad más lejana conocida del mundo antiguo, localizada en el extremo oeste del valle del Mediterráneo; en otras palabras, Tarsis era el fin del camino, y eso era exactamente lo que Jonás buscaba. Quiso “huir de Jehová” tan lejos como pudiera, para evitar servirle como su mensajero en Nínive.
La versión en hebreo, como la tenemos en la Reina–Valera, lo dice muy claramente: Él quiso huir “de la presencia de Jehová”; pero Jehová está presente en todas partes.

      ¿Soy yo acaso Dios de cerca solamente, dice Jehová.
      Y no Dios de lejos?
      ¿Se ocultará alguno, dice Jehová,
      en escondrijos donde yo no lo vea?
      ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra
                                                                                (Jeremías 23:23, 24).

Jonás sabía eso, confesó al Señor como “Jehová, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra” (1:9). En la oración del capítulo 2 con gratitud reconoció que Jehová estaba con él en su tumba acuática. Jonás sabía eso, y sin embargo lo habían cegado la fiera lealtad a su nación judía y el temor a los odiados asirios. Lutero compara la presencia de Jehová como el lugar donde está: su palabra, la fe, el Espíritu, y el conocimiento de Dios. Y esto también es correcto. Por supuesto Jonás estaba huyendo de la presencia espiritual del amor y la palabra salvadora de Dios.

O por lo menos trataba de huir, de la misma manera que Caín intentó huir de la presencia de Jehová (Génesis 4:16). Caín huía en incredulidad y desesperación de su única fuente de consuelo y esperanza, Jehová; no obstante Jehová todavía estaba presente con su gracia y misericordia, siempre listo a recibir a Caín en perdón si él se arrepentía; lo mismo ocurrió con Jonás. Tratar de huir de la presencia misericordiosa de Dios fue un suicidio espiritual, pero el amor compasivo de Dios no se acabó para él, como lo confirma el resto de la narración.

Jehová corrige a Jonás ( Jonás 1:4–6 )

Jonás 1:4–6
En el mar Mediterráneo no son raras las tormentas violentas, pero esta fue una tormenta especial: “Jehová hizo soplar [literalmente, arrojó] un gran viento en el mar”. El viento vino del claro cielo azul sin advertencia. El Señor que “hace a los vientos sus mensajeros” (Salmo 104:4), tuvo un propósito al crear esta violenta tormenta, un propósito para los marineros y para Jonás.

Los marineros estaban aterrorizados ante la amenaza de que se partiera la nave, creían supersticiosamente que la tormenta había venido de uno de uno de sus dioses enfurecido. Así que clamaron a sus dioses fenicios, dioses como: Baal el dios de la lluvia y los truenos, Melcarth el dios del mar, Esmún el dios de los barcos y la navegación, además también trataron de ayudarle a sus dioses echando al mar carga, de manera muy parecida a lo que hicieron los marinos en el barco que llevaba a Pablo en su tempestuoso viaje a Roma (Hechos 27:18, 19).


Jonás duerme

Pero no para provecho. El capitán quiso probar un último recurso; tal vez el pasajero Jonás conocía un dios a quien todavía no se le había clamado. “Levántate y clama a tu Dios; quizás tenga compasión de nosotros y no perezcamos”. No pasemos por alto las palabras iniciales del capitán: “¿Qué tienes, dormilón?” Tuvo que bajar a la bodega, debajo de la cubierta, para despertar al Jonás dormilón.


Barco de carga fenicio

¡Durmiendo durante una tormenta furiosa y ruidosa, con las olas golpeando y rompiéndose contra el sacudido barco! ¿Cómo pudo hacer eso Jonás? Aparentemente se había ido a dormir muy poco después de que el barco comenzó a navegar, antes de la tormenta. Puede ser que el apresurado viaje de cien kilómetros desde Gat-héfer a Jope lo hubiera dejado exhausto; pero también pudo ser la agonía mental y espiritual que sobrellevó por la determinación de resistirse al llamado de Jehová. 

Así que cansado y exhausto Jonás había ido bajo cubierta a dormir sin ser perturbado. ¿Decidió también dormir allá esperando pasar inadvertido, esperando que nadie le fuera a recordar su desobediencia pecaminosa? Es muy posible, y el hecho de que pudiera dormir durante la tormenta parece indicar que también tenía la conciencia dormida.

No podemos dejar de pensar en un evento similar ocurrido en la vida de Jesús, cuándo él también durmió durante una tormenta en el lago de Galilea (Mateo 8:23–27; Marcos 4:35–41; Lucas 8:22–25). Jesús durmió no para esconderse en temor sino porque no tenía miedo de la violenta tormenta que hacía chocar las olas contra su barca. Él durmió el sueño tranquilo de todos los que confían en el amor y la fidelidad del Padre celestial para plena protección: en tierra, mar, o aire. Además, Jesús mismo tenía poder sobre los elementos de la naturaleza, de tal manera que ellos “le obedecen”, como sus temerosos discípulos lo admitieron con gratitud.

¡Qué ironía! El capitán de un barco pagano debe llamar a un profeta de Dios para que se despierte y ore, cuando Jonás debía haber sido el primero en estar alerta para orar. ¡Él estaba actuando más paganamente que el capitán y sus marineros! No se nos dice si entonces Jonás oró; de todas maneras, por el momento la situación estaba empeorando para él y para los marineros. Por lo tanto se debía intentar otro método.


Echar suertes ( Jonás 1:7–9 )

Jonás 1:7–9. 
Hasta los paganos, como estos atemorizados marineros, tienen suficiente de la ley moral de Dios escrita en sus corazones para reconocer que el pecado atrae el castigo divino; por eso echaron suertes los marineros. Las suertes eran: piedras, guijarros, esferas pequeñas, o pedazos de madera de diferentes: colores, tamaños, y formas. 

Cuando se echaban al azar en un círculo en el piso o dentro de un recipiente, o se sacaban de un recipiente, se podía hacer una selección contando las suertes similares a favor o en contra. Echar suertes era una práctica común entre los paganos, para buscar la guía o la decisión de algún poder más alto. También era una costumbre practicada por los israelitas, más frecuentemente en el Antiguo Testamento que en el Nuevo.

En el Antiguo Testamento Jehová ordenó echar suertes solamente en asuntos de gran importancia: escoger una víctima propiciatoria (Levítico 16:8), distribuir la tierra prometida entre las tribus de Israel (Números 26:53ss), señalar la culpabilidad de Acán (Josué 7:13ss). 

En ocasiones, para evitar confusión y disputas, los israelitas por su parte optaron por echar suertes en asuntos menores, como para escoger el orden en que los sacerdotes y los levitas debían servir (1 Crónicas 24:1–10). Una ocasión notable en el Nuevo Testamento fue cuando los apóstoles echaron suertes para escoger a Matías como sucesor de Judas, lo cual no fue hecho por mandato expreso del Señor. Sin embargo, él estuvo directamente involucrado ya que los apóstoles con súplica invocaron su ayuda antes de echar suertes (Hechos 1:21–26).

El Señor lo hizo y todavía puede, si lo decide, revelar su voluntad mediante el método de echar suertes, porque controla la manera como ellas caen, “las suertes se echan en el regazo; pero la decisión es de Jehová” (Proverbios 16:33). No sería pecado si cristianos particulares o una congregación utilizan la suerte para decidir detalles al ejecutar un proyecto en el cual están en general de acuerdo. En efecto, esa acción puede evitar una grave discusión. “Las suertes ponen fin a los pleitos, y deciden entre los poderosos” (Proverbios 18:18).

Como no tenemos una instrucción directa de Jehová para utilizar suertes, no podemos estar seguros de que el resultado revele su voluntad, aunque los resultados pueden ser buenos y honestos.

Sin embargo, cuando “la suerte cayó sobre Jonás”, reveló la voluntad de Jehová. Jonás era culpable, responsable de la tempestad. Los marineros rápidamente llenaron a Jonás de preguntas: ¿Qué oficio tienes, y de dónde vienes? ¿Cuál es tu tierra, y de qué pueblo eres? Jonás contestó las últimas tres preguntas al instante: “Soy hebreo”, el término usual por el cual los israelitas eran conocidos por los extranjeros. La respuesta a la primera pregunta fue una confesión de fe: “Temo a Jehová, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra”.

Antes, tal vez cuando abordó el barco, Jonás les había dicho a los marineros que estaba huyendo de Jehová (versículo 10). Entonces, sin duda ellos consideraron al Dios de Jonás simplemente como otra deidad local, como una de la suyas, voluble y fácil para la ira y que por lo tanto debía ser temido. La respuesta de Jonás corrigió ese falso concepto. “Mi Dios es el verdadero Dios, el Gobernador del cielo y de la tierra, de todo el universo. Él es el Creador del mar y la tierra, y por lo tanto tiene el control de esta tempestad que ahora nos amenaza”.

Jonás no pudo haber tenido esa intención, pero Jehová pudo utilizar su confesión de fe para traer los marineros paganos al conocimiento salvador del verdadero Dios.


Jonás echado al mar ( Jonás1:10–12 )

Jonás 1:10–12. 
Ahora los marineros estaban aterrorizados, al saber que estaban tratando con el único Dios verdadero. “¿Por qué has hecho esto? Fue una pregunta retórica, queriendo decir: “¿Jonás, qué te pasa? ¡Te atreviste a desobedecer al Señor! ¿Cómo has traído todo este problema sobre nosotros y sobre ti mismo pensando que podías huir de Jehová que está en todas partes?” La respuesta de Jonás no se encuentra registrada. Sin duda no tenía ninguna, y sólo agachó la cabeza en señal de vergüenza.

Inicialmente, la respuesta de Jonás a la siguiente pregunta de los marineros los sorprende. “Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará”. ¿Estaba Jonás ofreciendo suicidarse por causa de los otros? ¿Estaba practicando fatalismo: “Si me ha llegado la hora, moriré; si no, no”?

El resto de la respuesta nos da la explicación. “Yo sé que por mi causa ha venido esta tempestad sobre vosotros”. De alguna manera, tal vez por los reproches de los marineros, Jehová despertó la conciencia dormida de Jonás y lo corrigió. Aquí está la primera señal de su arrepentimiento, el franco reconocimiento de su culpa. También supo que la muerte era un castigo adecuado a su desobediencia pecaminosa, pero sólo si era la voluntad de Jehová.

El profeta no saltó al agua, como sugirieron algunos comentaristas que debió hacer; sabía perfectamente que su vida no era de él. Lo que movió a Jonás a decir: “Echadme el mar”, no fue un deseo de muerte suicida, ni fatalismo, sino sólo la fe. Ya no estaba huyendo de Jehová; ahora deseaba entregarse totalmente, en cuerpo y alma, a la voluntad y al cuidado misericordioso de Jehová. Jonás deseaba sacrificarse por causa de otros.


La fe de los marineros ( Jonás1:13–16 )

Jonás 1:13–16. 
Al negarse a echar a Jonás al agua como él lo había ordenado, los marineros mostraron mayor compasión por la vida humana que cuando Jonás se negó a ir a predicarles arrepentimiento a los ninivitas. Pero cuando los valientes esfuerzos de remar hacia un lugar seguro, fueron inútiles y la tempestad se intensificó, los marineros se dieron cuenta de que su única seguridad estaba en las manos y en la voluntad de su recién hallado Dios.

En contraste con la previa oración frenética que elevaron a sus dioses falsos, ahora los marineros oraron al Señor con un grado notable de confianza y fe, diciendo efectivamente: “Oh Señor, tú haces lo que quieres. No nos hagas perecer por quitarle la vida a este hombre, ni nos hagas responsables de la muerte de un inocente” (v. 14, NVI). 

Aunque sabían que Jonás era culpable delante de Dios, ellos lo consideraban inocente porque sentían que no los había lastimado. Por naturaleza, la mayoría de las personas saben que el asesinato es malo, pero la conveniencia de escoger el menor de dos males, se utiliza corrientemente para justificar un asesinato, como el aborto. Pero no fue así con los marineros; su conocimiento natural de la ley fue ahora agudizado por su recién creada fe en Jehová. Echar a Jonás al agua era aborrecible e imposible a menos que Jehová los absolviera de toda culpa.

Cuando echaron a Jonás al agua, la violenta tempestad se detuvo tan repentinamente como había comenzado. ¿Un milagro de Jehová? ¡Desde luego! Este fue un caso de “el viento de tempestad que ejecuta su palabra” (Salmo 148:8). Los marineros lo reconocieron: “Y sintieron aquellos hombres gran temor por Jehová”. No fue el temor de un esclavo que se doblega en terror ante el látigo de un amo cruel, sino el temor reverente, el respeto reverente y profundo, de un niño agradecido delante de su padre amoroso. La palabra hebrea para “ellos temieron a Jehová” significa que ellos lo adoran en grata adoración por su misericordia al calmar la tempestad y salvar sus vidas.

Esos marineros fenicios inicialmente paganos estaban mostrando su nueva fe en el Señor, una fe que se dirige a él por su nombre del pacto de amor salvador y de misericordia, el Señor* Jehová, Yahveh; la fe que reconoce el poder soberano del Señor y que se somete a su voluntad. Y, en esa fe, ellos “le ofrecieron sacrificio” de acción de gracias a Jehová, utilizando cualquier cosa de valor que todavía tuvieran a bordo del barco, “y le hicieron votos” de adicional lealtad y servicio a su Señor.

Entre los milagros que se narran en la historia de Jonás, la conversión de los marineros debe estar en una posición muy alta. Ahí estaba Jonás huyendo de Jehová porque no quería compartir la misericordia de Dios con los ninivitas paganos, compartiendo esa misericordia con los marineros paganos. ¡Oh, la asombrosa gracia de Dios, que utiliza un profeta fugitivo para la evangelización! Después de todo también hay esperanza para nosotros, respecto a nuestros esfuerzos en ocasiones vacilantes, aún renuentes a dar testimonio de nuestra fe.

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