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lunes, 11 de mayo de 2015

Este es el verdadero Dios y la vida eterna: Jesús se autoidentificó como la vida, tener la autoridad para dar vida eterna a otros, el único camino de acceso al Padre, tener autoridad para resucitar a los muertos en el día postrero

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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LA BIBLIA CONFIERE A CRISTO EL NOMBRE DE DIOS

La Biblia presenta a Jesús como el Hijo de Dios lo cual constituye una declaración de Su absoluta deidad. También lo presenta como «el Hijo del Hombre», identificándolo, por un lado, con la autoridad soberana que como Mesías ha de ejercer cuando venga por segunda vez a la tierra con poder y gran gloria. La Palabra de Dios, además, confiere a Jesús el nombre de Dios. En el relato de la anunciación del nacimiento de Cristo, San Mateo cita al profeta Isaías:

  He aquí la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros (Mt. 1:23).

La persona en quien se cumple la profecía de Isaías es concebido virginalmente en el vientre de María, es llamado el Unigénito Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, Emanuel, es decir, Dios con nosotros.
Uno de los pasajes más significativos referente al tema de la deidad de Cristo es, sin duda, Filipenses 2:5–11. En este pasaje, Pablo escribe acerca del origen celestial de Cristo, Su relación con la deidad en la eternidad, Su encarnación, Su humillación y muerte en la cruz, y Su subsecuente exaltación a la gloria. Pablo comienza diciendo:

  Haya pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse (Fil. 2:5–6).

Cada palabra en este pasaje es de gran importancia. En esta breve consideración se dará atención a tres expresiones o frases: 1) «siendo» (huparchon), 2) «en forma de Dios» (en morfe tou theou) y 3) «el ser igual a Dios» (to einai isa theoi). La palabra «siendo» es un participio presente en la voz activa en el cual la noción del tiempo no interviene y puede traducirse por la palabra «existiendo». Este vocablo sugiere la existencia eterna de Cristo, y esto en sí es un aspecto de Su deidad.
La segunda expresión que debe notarse en este himno cristológico es «en forma de Dios». La palabra «forma» es la traducción del vocablo griego morfe. En el idioma castellano, «forma» denota la apariencia externa de una cosa. En el idioma griego, sin embargo, morfe subraya el hecho de que cualquiera que sea la apariencia externa de algo es el resultado de su esencia o de su naturaleza intrínseca. De modo que, si Cristo existe «en forma de Dios», es porque la naturaleza más íntima de Su ser es la naturaleza misma de Dios. Esto significa que Cristo tiene que ser Dios, ya que sólo Dios puede poseer las cualidades intrínsecas de la deidad.
Por último, la expresión «el ser igual a Dios» debe de ser considerada con mucha atención en este contexto. Jesús no consideró el ser igual a Dios como una usurpación. Su naturaleza, Su rango, Su gloria, Su majestad son los que a través de la eternidad han correspondido a la deidad, y, por lo tanto, pertenecen a Cristo. Jesús abandonó temporalmente Su posición en la gloria con el Padre Celestial (Jn. 17:5). Para Cristo, «el ser igual a Dios» no era un acto de usurpación. La expresión «ser igual a Dios» denota que posee la misma naturaleza divina que el Padre posee. Cristo puede, por lo tanto, ser llamado Dios al igual que el Padre sin que tal designación constituya una blasfemia.
En su epístola a los Romanos, capítulo 9, Pablo enumera los privilegios de la nación de Israel, diciendo:

  De quienes son los patriarcas y de los cuales, según la carne, vino el Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén (Ro. 9:5).

En el texto griego, el sustantivo «el Cristo» (ho Christos) es el antecedente del sustantivo «Dios» (ho theos). Es más, en el griego «Dios» va acompañado del artículo definido. De modo que Pablo, literalmente, dice: «… el Cristo, el cual es el Dios sobre todas las cosas …» Indudablemente, el apóstol identifica al Mesías como Dios manifestado en la carne. Por supuesto que este texto enfatiza tanto la humanidad como la deidad de Jesucristo, algo que ocurre con bastante regularidad en el Nuevo Testamento.
Un pasaje de indiscutible importancia relacionado con el tema de la deidad de Cristo aparece en el libro de los Salmos 4:6. En este texto, Dios el Padre se dirige al Hijo, llamándolo «Dios»: «Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre, cetro de justicia es el centre de tu reino.» Este mismo pasaje es citado por el escritor de la epístola a los Hebreos para demostrar la preeminencia de Cristo. Según el autor de la mencionada epístola, Jesús es preeminente por las siguientes razones: 1) Es el heredero de todo, 2) es el creador del universo, 3) es la revelación absoluta de Dios, 4) ha purificado a Su pueblo de pecado, 5) ha sido exaltado a la diestra del Padre, 6) como Hijo, tiene que ser de la misma naturaleza con el Padre celestial, y 7) es específicamente llamado Dios por el Padre Celestial: «Mas del Hijo dice: «Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino»» (He. 1:8).
En realidad, son muchos los pasajes del Nuevo Testamento donde Jesús es específicamente designado como «Dios». Ciertamente hubiese sido una flagrante blasfemia si los escritores bíblicos, escribiendo bajo la dirección del Espíritu Santo, hubiesen atribuido a Cristo el título de Dios si en realidad no lo fuese. Sería absolutamente inexplicable que hombres con un concepto tan elevado de Dios como los apóstoles y con una reverencia tan profunda hacia el Antiguo Testamento hubiesen deificado a un mero hombre.


CRISTO POSEE LOS ATRIBUTOS DE DEIDAD

Los pasajes bíblicos citados en la sección anterior debían ser suficientes para concluir que la Biblia enseña con suma claridad la doctrina de la deidad de Cristo. Es importante añadir, sin embargo, que la Palabra de Dios explícitamente enseña que Cristo posee todos los atributos de la deidad. La Biblia enseña que Cristo es omnipotente, omnipresente, omnisciente, inmutable, sano y eterno. Además, la Biblia habla del amor, la gracia, la misericordia y otras características de Cristo en el mismo sentido en que atribuye a Dios dichas características.


Cristo es omnipotente

La palabra omnipotente significa «todo poder». Dios es omnipotente porque El todo lo puede. En el Nuevo Testamento la expresión «el Todopoderoso» (ho pantokrator) se usa únicamente con referencia a Dios. Es muy natural que así sea, pues solamente Dios puede poseer ese atributo. En Apocalipsis 1:7–8 dice:

  He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén. Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

En su visión apocalíptica, el apóstol Juan contempla a Jesús regresando a la tierra por segunda vez. El apóstol identifica al Señor como: 1) el Alfa y la Omega, una figura que habla de Su grandeza (principio y fin), 2) el Señor, señalando hacia Su soberanía; 3) el que era y que ha de venir, y 4) el Todopoderoso (ho pantokrator), es decir, El tiene control sobre todas las cosas. Jesús tiene autoridad y soberanía sobre todo el universo (Ap. 4:8; He. 1:3; Col. 1:7).


Cristo es omnisciente

Otro atributo de deidad que Cristo posee es el de omnisciencia, es decir, nada escapa a Su conocimiento. Colosenses 2:3 dice:

  En él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.

La mujer samaritana confesó:

  Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? (Jn. 4:29).

Jesús jamás había visto a la mujer samaritana hasta el día en que se encontró con ella junto al pozo de Jacob. Sin embargo, el Señor conocía la vida pecaminosa de aquella mujer. Este es un ejemplo singular de que Jesús poseía el atributo de la omnisciencia. Esta verdad se hace evidente también en las palabras de Juan 2:25: «… y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre». Jesús sabía las dudas de Tomás (Jn. 20:24–28); sabía que Lázaro había muerto (Jn. 11) y conocía perfectamente los pensamientos secretos de Sus adversarios (Mt. 9:4). ¿Cómo podría cosa semejante ser posible si el Señor no fuera omnisciente?


Cristo es omnipresente

Otro atributo que, según la Biblia, Cristo posee es el de omnipresencia. Cristo tiene el poder de estar en todas partes al mismo tiempo en la absoluta intensidad de Su Persona. En Juan 3:3, Jesús declara:

  Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo.

El Señor confiesa que El está simultáneamente en la tierra y en el cielo. En Mateo 18:20, Cristo prometió a Sus discípulos:

  Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.

Aunque algunos prefieren interpretar esas palabras de Jesús en sentido figurado, diciendo que Jesús está presente en un aspecto espiritual. Dicen que Cristo está presente en la mente y en las oraciones de los discípulos, pero no en un sentido personal. Sin embargo, una interpretación normal o natural del referido texto señala que la presencia del Señor con los suyos es algo personal y real. De igual modo, Jesús prometió estar con los suyos «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt. 28:20).


Cristo es inmutable

La Biblia atribuye a Cristo la característica de inmutabilidad. Dios el Padre es inmutable (Stg. 1:17). El no cambia en Su esencia, es decir, lo intrínseco de Su ser permanece inalterable. Dios el Hijo también es inmutable. En Hebreos 1:10–12 dice:

  Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán mas Tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un vestido los envolverás, y serán mudados, pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán.

El contexto de este pasaje gira alrededor de la Persona de Cristo. La superioridad del Hijo es presentada por el autor de la epístola. El Hijo es superior a los ángeles, porque El es Dios (He. 1:7, 8). También es superior a la creación, porque El es el Creador de todas las cosas (1:9, 10). La creación cambia y se envejece, pero el Hijo, siendo Dios, es inmutable. Su esencia jamás cambia.
La misma Epístola a los Hebreos 13:8, dice:

  Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.

Sólo Dios, quien es autosuficiente, tiene la capacidad de ser el mismo ayer, hoy y por los siglos. Si Jesús no fuese Dios, sería una detestable blasfemia atribuirle la característica de inmutabilidad.


Cristo es impecable

Uno de los aspectos de la vida de Jesús que más ha asombrado a los hombres ha sido Su absoluta santidad e impecabilidad. La Biblia afirma repetidas veces que Jesús es santo. En Hebreos 7:26–27, dice:

  Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo, porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.

El argumento del escritor sagrado es enfático. Los sacerdotes terrenales tenían que ofrecer sacrificios a favor de sí mismos antes de hacerlo por el pueblo. Jesús, siendo santo, inocente y sin mancha, pudo ofrecerse a sí mismo una vez por todas por los pecados de Su pueblo.
El mismo escritor subraya la impecabilidad de Cristo, diciendo:

  Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (He. 4:15).

Del mismo modo el apóstol Juan escribió: «Y sabéis que El [Cristo] apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en El» (1.a Jn. 3:5).
Durante su ministerio terrenal, Jesús retó a los líderes religiosos de Israel, diciéndoles: «¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?» (Jn. 8:46). Aún los demonios reconocieron que Jesús era el «Santo de Dios» (Mr. 1:24).
El apóstol Pablo afirma que «al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2.a Co. 5:21). Sólo un Cristo impecable podía ofrecerse a sí mismo como expiación por hombres pecadores. Así como el cordero pascual tenía que ser absolutamente santo y sin mancha (1.a P. 1:18–20;2:22).
El apóstol Juan, refiriéndose a la visión del profeta Isaías (6:1–3), afirma que Aquel de quien los serafines hablaron, diciendo: «Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos», era nada menos que el propio Señor Jesucristo. Juan dice: «Isaías dijo esto cuando vio su gloria y habló acerca de El» (Jn. 12:41). En resumen, el testimonio de las Escrituras es enfático. Cristo fue y sigue siendo impecable (He. 13:8). Su santidad es incuestionable. Tal característica es una demostración de que Jesús es una Persona divina.


Cristo es eterno

Cristo no comenzó Su existencia el día de Su nacimiento en Belén de Judea. Como la segunda persona de la Trinidad, Jesucristo ya era desde la eternidad. El profeta Miqueas, al hablar de la venida del Mesías al mundo, dice:

  Pero tú Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti saldrá el que será Señor en Israel, y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad (Mi. 5:2).

El profeta Miqueas enfatiza el hecho de que el Mesías que nacería de la tribu de Judá, no sólo sería el Señor de Israel sino alguien que existe desde el principio, es decir, desde la eternidad. Esa profecía de Miqueas fue citada por los escribas, cuando Herodes les preguntó dónde nacería el Cristo (Mt. 2:4–6).
Durante una discusión con los judíos, Jesús mismo hizo una de las declaraciones más enfáticas tocante a la deidad. La afirmación hecha por Jesús se relaciona con el carácter eterno de Su persona. La discusión entre Jesús y los judíos (Jn. 8:21–59) giraba alrededor de la pregunta: «¿Quién es Jesús?» (8:25). Los judíos rehusaban creer en el Señor, afirmando que por ser hijos de Abraham serían bendecidos de todas maneras (8:33). Jesús les responde que en realidad son hijos del diablo (8:44) y que morirán en sus pecados si no creen en El (8:45). Fue a raíz de esa discusión que Jesús dijo a los judíos: «De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy» (Jn. 8:58).
Los judíos reclamaban que Abraham era el padre espiritual así como el progenitor de la nación judía. Jesús les señala que «Abraham se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó» (Jn. 8:56). Al escuchar esas palabras, los judíos se asombraron de que Jesús pudiese haber visto a Abraham ya que, según ellos, Jesús aún no tenía 50 años (8:57). Fue ahí donde Jesús afirma Su carácter eterno, usando una frase que sólo corresponde a Dios. El Señor no indica meramente que Su existencia precedía a la de Abraham, sino que El tiene existencia eterna en el mismo sentido en que Dios la tiene.

  Cristo afirmó «Antes que Abraham naciese, Yo Soy» (v. 58). «Yo Soy» era el nombre del Dios auto-existente quien se había revelado a Moisés en la zarza ardiente (Ex. 3:14). Jesucristo afirmaba ser el «Yo Soy», el Dios auto-existente. Cristo estaba afirmando Su eternidad. Para los judíos tal cosa era una blasfemia.

El apóstol Pablo escribió en Colosenses 1:17 que «El es antes de todas las cosas, y todas las cosas en El subsisten». El apóstol Juan, en el prólogo de su evangelio, afirma que el Verbo (Cristo) era en el principio con Dios (Jn. 1:2). Cristo hizo referencia a la gloria que tuvo con el Padre antes de que el mundo fuese (Jn. 17:5). El profeta Isaías, escribiendo tocante a la venida del Mesías, dice que «un niño nos es nacido, Hijo nos es dado» (Is. 9:6). El niño nace, pero el Hijo es dado. El Hijo existía con el Padre antes de Su venida al mundo. Es por eso que Pablo dice que, «cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo …» (Gá. 4:4). El Hijo existía desde la eternidad.
Resumiendo, la Palabra de Dios enseña que Cristo es el legítimo poseedor de todos los atributos de la deidad. Todas las características propias de Dios se encuentran presentes en Jesucristo. Tal cosa es posible debido a que Jesucristo es una Persona divina. El es Dios manifestado en la carne, quien llevó sobre sí la culpa del pecado humano.


CRISTO POSEE PRERROGATIVAS QUE SOLO PERTENECEN A DIOS

La Biblia no sólo otorga a Cristo los atributos de la deidad, sino que también le concede prerrogativas que son exclusivas de Dios. Se mencionarán únicamente las más sobresalientes por falta de espacio.


Cristo tiene autoridad para perdonar pecados

La Biblia enseña que Jesús tiene autoridad para perdonar pecados. En el capítulo 2 del Evangelio según San Marcos, se relata que Jesús sanó a un paralítico. Antes de efectuar la sanidad, Cristo dijo al enfermo:

  Hijo, tus pecados te son perdonados (Mr. 2:5).

Los judíos presentes se asombraron al oír aquella declaración, y dijeron:

  ¿Por qué habla este hombre así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? (Mr. 2:7).

Los judíos reconocieron que Jesús estaba ejerciendo una prerrogativa que sólo corresponde a Dios. En Marcos 2:10, Jesús declara que El posee esa autoridad:

  Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados …

Si sólo Dios tiene autoridad para perdonar pecados y Jesús afirma poseer esa autoridad, puede decirse o que El es Dios, o como creían los judíos, estaba blasfemando. Lo cierto es que Jesús estaba haciendo algo propio de Su persona divina.


Cristo es adorado como Dios

Todo estudioso de las Escrituras sabe que Dios exige que se le adore sólo a El. Adorar a cualquier otro ser o cosa constituye una idolatría (Ex. 20:3–6; Dt. 6:13–15). Jesús reconoció esa verdad durante Su vida terrenal. Recuérdese que, cuando fue tentado por Satanás, Cristo respondió: «… Escrito está: «Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo servirás»» (Mt. 4:10). De modo que habría sido deshonesto que Jesús hubiese aceptado la adoración de los hombres a menos que El fuese Dios y, por lo tanto, merecedor de esa adoración.
Lo cierto es que Jesús aceptó el ser adorado como solamente Dios debe ser adorado. Los sabios del Oriente, cuando vinieron a ver al rey que había nacido «postrándose lo adoraron» (Mt. 2:11). Los discípulos que estaban a punto de perecer en el mar de Galilea y fueron rescatados por el Señor «… vinieron y le adoraron, diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios»» (Mt. 14:33). El ciego de nacimiento a quien Jesús sanó, también se postró y adoró al Señor (Jn. 9:38). Las mujeres a las que Jesús se manifestó después de Su resurrección, «… abrazaron sus pies y le adoraron» (Mt. 28:9). Antes de Su ascensión a la gloria, Jesús se reunió con Sus discípulos en el monte de los Olivos y ellos le adoraron (Lc. 24:52).
Es importante notar que en ninguna de las ocasiones mencionadas hubo protesta alguna por parte de Jesús. Aquel que había venido a cumplir la ley hubiese violado el primer mandamiento del decálogo de haber sido un simple hombre. La realidad es que Cristo aceptó el ser adorado porque, como Dios, El es digno de tal honor.
La escena que aparece en el libro del Apocalipsis no puede ser más elocuente:

  El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos (Ap. 5:12–13).

El cuadro que se presenta en el Apocalipsis es muy singular. El Dios Padre (sentado en el trono) y Dios el Hijo (el Cordero) reciben la misma adoración y alabanza (véase Jn. 5:23).


Cristo es el Creador y Sustentador de todas las cosas

La Biblia dice que: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Gn. 1:1). De modo que, para el estudiante de las Escrituras, el universo es el resultado del poder creador de Dios. En Juan 1:3, esa obra es atribuida al Verbo, es decir, a Jesucristo: «Todas las cosas por él fueron hechas, y sin El nada de lo que ha sido hecho fue hecho.» El Verbo es el Creador, de otro modo se caería en el absurdo de pensar que el Verbo se creó a sí mismo.
También, en Colosenses 1:17, dice: «Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten.» Cristo no es tan sólo el Creador, sino también el sustentador de todas las cosas. «El sustenta todas las cosas con la palabra de su poder» (He. 1:3). Cristo es el sustentador por cuanto as el preservador de todo lo que El mismo creó.


Resumen

La evidencia bíblica no deja lugar a duda tocante a la naturaleza de la Persona de Jesucristo. Los títulos usados referentes a Su Persona, los atributos que demostró tener, las prerrogativas de las que hizo uso durante Su ministerio terrenal dejan de manifiesto que Cristo fue más que un simple hombre. Si se acepta el testimonio de los evangelios, debe aceptarse también que Jesús, por las cosas que hizo y por las que dijo, demostró que era Dios manifestado en la carne. Tómese como ejemplo el testimonio que aparece en el Evangelio según San Mateo referente a los poderes divinos ejercidos por Cristo:

    1.      Poder sobre las fuerzas de la naturaleza (Mt. 14:26–29; 15:34–36; 21:19).
    2.      Poder sobre las fuerzas del mal (Mt. 8:32; 12:28).
    3.      Poder sobre las fuerzas del cielo (Mt. 13:41).
    4.      Poder para sanar a los enfermos (Mt. 4:23; 8:3, 7).
    5.      Poder para resucitar a los muertos (Mt. 9:25; 20:19; 26:61).
    6.      Poder para juzgar a la humanidad (Mt. 7:21; 12:31–32; 13:30; 23:2–8).
    7.      Poder para perdonar pecados (Mt. 9:2).
    8.      Poder para condenar y dictar sentencia sobre los pecadores no arrepentidos (Mt. 23:13–16, 27).
    9.      Poder para dar galardones cuando venga otra vez a la tierra (Mt. 5:11–12; 10:42; 13:43; 19:29; 25:34–36).
    10.      Poder para dar poder (Mt. 10:1, 8; 28:20).
    11.      Poder para proveer completo y perfecto acceso al Padre (Mt. 11:27).
    12.      Poseedor de todo poder (Mt. 28:18).

Al leer estos pasajes, es inevitable reconocer con el apóstol Juan que: «Este es el verdadero Dios y la vida eterna» (1.a Jn 5:20). Jesús se autoidentificó como la vida (Jn. 11:25; 14:6). Afirmó, además, tener la autoridad para dar vida eterna a otros (Jn. 10:28) y ser el único camino de acceso al Padre (Jn. 14:6). También, Jesús afirmó tener autoridad para resucitar a los muertos en el día postrero (Jn. 6:40). Todas estas prerrogativas y poderes sólo pueden ser ejercidos por alguien que sea Dios.

 

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sábado, 14 de marzo de 2015

Si queremos ver a nuestro Dios en toda su gloria y majestad, debemos mirar hacia la cruz

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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                                                   EL ESPLENDOR DE LA CRUZ


Si queremos ver a nuestro Dios en toda su gloria y majestad, debemos mirar hacia la cruz. Allí, en el madero, él reivindicó su ley cuando dejó caer sobre su Hijo la ira santa de Dios; fue un despliegue de su amor para con el mundo perdido. En ese acto soberano no sólo mostró su gracia infinita al glorificarse, sino que también venció al enemigo y nos salvó.

Nadie pone en duda que Dios Trino tiene todo el derecho de reinar. El Creador hizo a la criatura y eso en sí le da ese derecho legítimo. Frente al Dios Trino no hay quien se oponga. Nabucodonosor, la cabeza de oro en la estatua de los reinos del mundo antiguo nos dio un anticipo de esta realidad.

“Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo domino es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:34, 35). De la misma boca del rey babilónico, el epítome del mal, viene esa franca confesión y admisión de la soberanía de Dios.

Pero surge la pregunta: ¿Cómo optó por reinar Dios Trino? Entramos ahora en áreas consideradas como terreno sagrado y difícil de pisar. Sin embargo, la Biblia nos permite sacar ciertas conclusiones. Dios mismo regirá al fin y al cabo. Dios Trino en la eternidad pasada se puso de común acuerdo, las tres personas en una substancia divina: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El Padre iba a enviar al Hijo del Hombre a “buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10; Juan 3:16). El Espíritu Santo tomaría lo del Hijo y se lo revelaría al creyente y al mundo (Juan 16:14, 15).

¿Desde cuándo reina Dios? “Y la (la bestia) adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Timoteo 1:9).

Y la Escritura dice aún más: “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4). En la economía de Dios todo esto tomó lugar antes de la creación del hombre. Juan lo dice perfectamente bien cuando afirma: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Cristo es la perfecta exégesis de Dios para el mundo.

Proponga la respuesta a la pregunta previa. Dios iba a reinar a través de su Hijo desde la Cruz, tanto en salvar al creyente como en condenar al incrédulo en el gran trono blanco (Apocalipsis 20:11–15). Éste es un pensamiento bien serio y solemne. La verdadera autoridad para reinar estriba en la Cruz. Éste era el plan eterno de nuestro Dios. Por lo tanto, el Liderazgo desde la Cruz lleva la marca del Dios Trino. Éste es el reto para aquel que busca ser un líder digno del Crucificado.

El Dios comunicativo se manifestará a los suyos según su propia persona
Isaías lo dijo elocuentemente: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8, 9). El que quiere ser líder tiene que abrazar esta verdad en todo momento y aceptar que si queremos servir hay que hacerlo a su manera, siguiendo el ejemplo supremo que nos ha dejado, su Amado Hijo, el Crucificado.

Vuelve Isaías a confundirnos con otra verdad tan contradictoria a nuestra cultura y a nuestro modo de ser y pensar. Al tratar con nosotros Dios se nos revela a sí mismo y nos abre la puerta que nos permitirá llegar a ser verdaderos dirigentes bajo su mando. “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo. Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15).

La cultura humana y perdida reina en nuestro medio
La historia humana tiene muchos ejemplos de dirigentes que son víctimas de sus propios intereses y su orgullo. El líder en cualquier iglesia puede caer víctima del mismo orgullo en diferentes grados. Estos estudios tienen como fin aclarar que Dios elige la humildad, la sumisión a él y la búsqueda del bienestar espiritual de los hermanos. La fuerza negativa de la cultura puede aparecer de varias maneras en la iglesia local.

La influencia de una familia grande con una trayectoria larga, la influencia de quien da más dinero, la popularidad de alguien que llegó recientemente, todos estos elementos pueden llegar a influir para mal. Por eso las verdaderas marcas del liderazgo bíblico se deben guardar con cuidado.

Además la historia de América Latina está repleta de grandes “caciques” o caudillos que agarraron el poder, manejaron a las masas buscando sus propios intereses y reinaron por décadas. Luego, se enriquecieron a costa de sus súbditos y, la mayoría de las veces, dejaron el país por el suelo.

Para ilustrar esto, basta con echarle una mirada a la historia de América Latina: México, Antonio López de Santa Ana (1824–1844); Cuba, Fidel Castro (1959–?); República Dominicana, Rafael Trujillo (1930–1960); Nicaragua, Anastasio Somoza (1933–1960); Ecuador, Gabriel García Moreno (1860–1895); Venezuela, Juan Vicente Gómez (1908–1935); Argentina, Juan Manuel de Rosas (1829–1852). Y hay más ejemplos.

Toda esta historia sólo para ilustrar que el líder humano, sea de cualquier cultura que fuere, es muy dado a promoverse y dejar que el orgullo lo domine. Debido a esta tendencia, el líder bíblico latinoamericano o cualquier líder cristiano tiene que luchar contra aquello que es ajeno a Dios en la cultura que nos bombardea constantemente. Estos estudios van a ilustrar cómo poder salir avante en este medio.

Dios introduce a su Hijo bajo dos figuras contrarias: el León y el Cordero
De estas dos figuras literarias, el león y el cordero, ¿cuál figura nos parece más impresionante? Sin duda optamos por el león que es el rey de los animales. El reino de Dios es legítimo; Dios es Rey supremo. Pero no reinará por “fiat” (por decreto solamente) ni por orden ejecutiva. Sí que reinará en gracia y en amor aun sobre aquellos que se rebelaron contra él.

Por primera vez Dios introduce la tribu de Judá como león. “Judá, te alabarán tus hermanos;”
… Así como león viejo: ¿quién lo despertará? No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos” (Génesis 49:8–10). Dios escogió la tribu de Judá como la tribu real y sólo de Judá podría venir el rey aprobado por Dios. Así David y Salomón llegaron a ser antecesores del Mesías.

En la providencia de Dios él iba a empezar a tratar con su mundo, no por la realeza del Mesías como rey o león, sino como el Cordero inmolado. De esta manera Dios lograría su propósito eterno de salvar a los suyos. Primero el Cordero y luego el León de la tribu de Judá. Dios combina las dos figuras, pero los judíos malentendieron el plan divino y rechazaron al Cordero.

El Hijo del Hombre vendría como hombre puesto en muerte sacrificial. Lo salvaría, lo transformaría y luego reinaría en amor y gracia divina. El salvado de buena voluntad respondería a las misericordias. Dios reinaría desde la Cruz. La Cruz viene a ser la ventana por la cual conocemos al Dios de todo poder y santidad.

En la eternidad pasada irrumpió lo inescrutable del pecado en el cielo por el orgullo de Lucero (Isaías 14:4–23 - bajo el personaje del rey de Babilonia y el orgullo del querubín grande en Ezequiel 28:12–19 - bajo el príncipe de Tiro). Pero Dios respondió no por acabar con ellos por puro decreto. Sí que los condenó y los castigó; pero cuando nuestros padres los siguieron, lejos de aniquilarlos, Dios tomó cartas en aquello con el fin de salvarlos en amor y pura gracia.
Lo muy destacado de Dios es que en el momento justo de pronunciarle a Satanás su veredicto final le anunció a él y a nuestros padres el “protevangelium” o el primer evangelio. “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15). En un corto espacio muy comprimido predice la enemistad entre Sí y el diablo; pero habría un encuentro en el cual la simiente de Dios, Cristo mismo (Gálatas 3:16), vencería a Satanás. Aunque el diablo lo haría sufrir, no sería nada definitivo. En esto se ve la Cruz como el triunfo final de Dios en la resurrección de Jesús. El Cordero, no el León, ganaría la victoria.

El largo desfile de la sangre de los corderos de Génesis a Isaías
Desde Génesis cuatro, Dios introduce por oralidad (tradición oral) el valor de ofrecer en fe un cordero, un animal sacrificado en lugar del pecador culpable. Luego sigue el sacrificio de Abel, un sacrificio aceptable por fe (Hebreos 11:4); más tarde los sacrificios de animales limpios de Noé al salir del arca (Génesis 8:20); el altar de Abraham (Génesis 12:7) y el mandato de sacrificar a Isaac, el muy amado hijo seguido de la intervención muy a tiempo del Ángel de Jehová—es decir, Cristo pre encarnado (Génesis 22:1–21); a estos le sigue el cordero pascual cuya sangre fue aplicada en la puerta mientras adentro lo comían con hierbas amargas, bastón en la mano y los pies calzados (Éxodo 12:1–13).

Pero el desfile de sangre continúa. En Levítico aparecen los cinco sacrificios u ofrendas (Levítico 1–7). Finalmente, Isaías 42, 49, 50, 52:13–53:12, el colmo de la larga línea de sacrificios, el del Siervo Sufriente cuya alma fue puesta en expiación por el pecado (Isaías 53:10). Por fin ahora no es un animal el que muere sino el Siervo Sufriente, Cristo mismo y su Cruz.

“He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29)
Al empezar Jesús su ministerio público, Juan, el Bautizador, su medio primo, lo anunció a todo el mundo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; en su bautismo Dios lo afirmó y descendió sobre él el Espíritu Santo como una paloma (Mateo 3:13–17).

Toda la abundante profecía del Antiguo Testamento halló el cumplimiento de su ministerio terrenal en la última pascua en que Jesús dijo: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado… Ahora está turbada mi alma; y ¿qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre” (Juan 12:23, 27, 28).

Jesús puso su faz como pedernal hacia la cruz. Bien había dicho: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17, 18).

En la consumación de las edades Dios pronunciará la palabra final
Desde la cruz el Hijo del Hombre ha reinado. Pablo escribe a los Corintios diciendo que reinará hasta que todos sus enemigos estén puestos debajo de sus pies. El último enemigo es la muerte. “Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15:25, 26, 28).

En el último drama del tiempo Juan nos presenta el escenario en el cielo. En el libro de Apocalipsis Juan menciona veintisiete veces el Cordero. El personaje preeminente del futuro ha sido quien murió en aquella cruz; él ha sido el vencedor.

Todavía queda un evento en espera. En Apocalipsis 5 Juan nos narra: “Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos… ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar los sellos?”. No había nadie digno y Juan lloraba mucho. Pero “uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Apocalipsis 5:1, 2, 5).

En el resto de ese escenario futuro el Cordero toma el libro y desata los sellos y de allí en adelante los últimos eventos desastrosos se van cumpliendo. Fue el Cordero y ahora el León que unen sus poderes. Juan nos deja pasmados con el triunfo final del Cordero desde la Cruz. “Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era de millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria, la alabanza” (Apocalipsis 5:11, 12). ¡A tal coro algún día, tú y yo agregaremos nuestra unánime voz!

La Cruz es la maravilla y la obra maestra de Dios
Por lo tanto, todo lo que viene en nombre de Dios y el Hijo del Hombre tiene que conformarse a la Cruz, la plena expresión de la santidad de Dios, su amor y su gracia ilimitada. Además es Cristo en nosotros la esperanza de gloria. El Crucificado mora en el creyente desplazando la vida vieja caracterizada por el orgullo, el pecado original. El Postrero Adán crucificó al Primer Adán (Romanos 6:6).

Pablo, el Apóstol de la Cruz, introdujo en Corinto el evangelio con estas palabras: “Porque la palabra (mensaje) de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios… pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo el poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:18, 23, 24).

Tal es nuestro mensaje. La lógica es que la cruz debe marcar todo paso que damos. Es la cruz en el glorioso plan de Dios la que forjó la obra salvadora y debe caracterizar a todo aquel que predica el mensaje del evangelio. Debemos ser la encarnación del mensaje de la Cruz. Esto es la base de los estudios que siguen.

 
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viernes, 6 de marzo de 2015

La doctrina positiva de la total provisión que tenemos en Jesucristo : Por eso, la vida espiritual es vivir en Cristo y no en el legalismo.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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Información

Nada Nuevo bajo el Sol
Colosenses 1:1–8
“¡Yo puedo hacerlo solo!”
Desde que el mundo es mundo, el hombre ha querido demostrar que es capaz de salvarse a sí mismo. No quiere reconocer su dependencia de nadie, ni siquiera de Dios. Le gusta pensar que es autosuficiente.
Esta actitud es la trampa favorita de Satanás. Su deseo es ver que una persona alcance grandes triunfos materiales sin tomar en cuenta al Creador. Su intención es convencernos de que podemos esforzarnos y hacer buenas obras para lograr nuestra salvación, o para vivir una vida cristiana aprobada por Dios.
En la actualidad, comprobamos que las cosas siguen igual. Las grandes religiones del mundo apoyan esta mentira del demonio. Aunque haya muchas diferencias entre ellas, enseñan que podemos hacer algo por nosotros mismos para satisfacer las exigencias del Señor. Pero no pueden garantizar que sus seguidores tendrán paz, porque es imposible realizar todo el tiempo el cien por ciento de lo que se requiere.
Las sectas también presentan el mismo concepto, aunque en diferentes formas. Para ellos, la obra de Cristo por sí sola es insuficiente para asegurarnos la vida eterna. Por fuerza hay que añadirle otros requisitos, o cuando menos nuestras buenas acciones. Según ellos, nadie puede saber con certeza la cantidad de obras aceptables que se necesitan para lograr la salvación sino hasta después de la muerte (Hebreos 2:15; compare con 1 Juan 5:13).
Aun entre algunas iglesias que se consideran evangélicas, con frecuencia se hace énfasis en todo lo que tenemos que realizar para ser salvo, o para seguir en ese estado, pues consideran que lo mínimo que se puede hacer para mantenerse en comunión íntima con Dios, es obedeciendo sus leyes.
Así que hoy, como en la iglesia en Colosas, el problema del legalismo sigue siendo el mismo. La gente quiere vivir conforme a las reglas propuestas por el mundo:
• Debo vivir conforme a lo que yo puedo lograr.
• Debo seguir las reglas inventadas por hombres.
• Puedo confiar en mi capacidad de agradar a Dios.
La respuesta divina al legalismo humano es Jesucristo. Es imposible que cumplamos con todas las exigencias del Señor. Si aceptamos someternos a la autoridad de cualquier sistema legalista, seremos irremisiblemente condenados. La solución es reconocer que el Padre nos ha proporcionado un camino a través de su Hijo. El es Dios mismo y por lo tanto, el único capaz de darnos todo lo que nos hace falta. No podemos añadir nada a lo que él ha hecho.
El problema que Pablo enfrentó en Colosas era el mismo de siempre: los judaizantes, que él llamaba “perros feroces” y que iban tras él para devorar a los nuevos creyentes de las congregaciones que iniciaba. En varias épocas, surgieron tres diferentes tipos:
1)     Hechos 10–11
El tema: la salvación
La pregunta clave: ¿Para quiénes es la
salvación?
Estos judaizantes creían que la salvación
era sólo para los judíos.
2)     Hechos 15
El tema: la salvación
La pregunta clave: ¿Cómo se puede ser
salvo?
Estos pensaban que para ser salvo, había
que guardar la ley mosaica y que tenían que
añadirle
algo a la obra de Cristo
3)     Gálatas, Colosenses, Filipenses 3
El tema: la santificación
La pregunta clave: ¿Cómo podemos andar
con Dios y agradarle?
Estos postulaban que para ser “espiritual”,
había que guardar la ley mosaica. La vida
cristiana se vivía por obras.
El cuadro anterior, nos ayuda a comprender que el problema de la iglesia de Colosas era la misma trampa de Satanás. Estaban a oscuras, sin encontrar lo que era verdadero, aunque era una buena iglesia. Pablo describe a los hermanos como santos y fieles (1:2). Eran maduros, su fe era evidente, mostraban amor y esperanza (1:3–5) porque habían recibido la Palabra de verdad que había producido fruto y estaban creciendo (1:5–6). En todos sentidos, era una iglesia admirable.
Fue entonces que Satanás puso su trampa favorita: el sistema legalista que decía: “¡Tu puedes hacerlo!” A través del apóstol, se deja oir la voz de Dios diciendo que sólo él puede transformar las vidas y realizar en los creyentes lo que él espera ver. En verdad, ha hecho todo por medio de Cristo. No nos falta nada.
¡PENSEMOS!
¿En qué formas se presenta esta doctrina satánica en el lugar donde usted vive? ¿Qué cree la gente que apoya estas ideas? ¿Cómo debemos responder a sus enseñanzas?
EL AUTOR Y LA FECHA
Existen fuertes evidencias de que fue Pablo quien escribió esta misiva, como sucede con todas las que envió desde la cárcel: Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón. El testimonio que contiene y el paralelismo con las epístolas mencionadas, proveen las bases para considerar a ese apóstol como autor de Colosenses. Según las circunstancias que lo rodearon durante el tiempo que pasó en la cárcel, la fecha más probable para esta carta sería aproximadamente 60 d.C.
LA SITUACION HISTORICA
Poco se sabe acerca del origen de la iglesia en Colosas. Parece que no fue fundada por este apóstol, porque encontramos en ella varios indicios de que nunca había estado allí. Sin embargo, la conocía bien (1:3–8). Pudiera ser que se tratara de un grupo producto de la iglesia de Efeso, con la que sí había colaborado mucho, pues conocía personalmente a algunos de sus miembros, tal vez desde el tiempo en que había estado en esa ciudad (4:7–17). Es posible que varias personas evangelizadas por él hubieran regresado a formar una iglesia allí.
Sea cual sea el origen de la congregación, Pablo sentía una relación especial con ella. Había recibido un informe de parte de Epafras, quien les ministraba fielmente. Se inquietó mucho al escuchar que los judaizantes estaban influyendo fuertemente en los fieles y escribió esta carta en respuesta a su amenaza.
PROPOSITO Y TEMA
Los legalistas proclamaban la doctrina de que la santificación se logra por medio de la ley, presentando en esencia el mismo problema que surgió en la iglesia de Galacia. Por medio de su misiva, el apóstol Pablo quería combatir esa doctrina y corregir a quienes se habían desviado.
En su epístola a los Gálatas, había dicho que era imposible ser salvo por la fe y santificado por la ley, pues ésta trae condenación y sólo sirve para que reconozcamos el pecado. Sin embargo, no tiene poder para vencerlo. Si nos sujetamos a la ley, estamos perdidos (Gálatas 3:10–12).
En esta carta, Pablo enfoca el tema desde una perspectiva diferente, haciendo énfasis en la doctrina positiva de la total provisión que tenemos en Jesucristo. Dios suple todo lo que nos hace falta para vivir la vida cristiana con éxito. Estamos completos cuando estamos en él. Por eso, la vida espiritual es vivir en Cristo y no en el legalismo.
LA TOTALIDAD DE DIOS SE ENCUENTRA EN CRISTO
ESTAMOS COMPLETOS AL ESTAR EN EL,
NO NOS FALTA NADA
ORGANIZACION DEL LIBRO
El problema doctrinal que enfrentaban los colosenses es el eje central donde gira la organización del libro. Los otros temas que trata se colocan alrededor de éste. Empieza con un saludo de parte de Pablo (1:1–2), y su oración a favor de ellos (1:3–23), y termina con algunas notas personales a los hermanos que conocía (4:7–18).
En el cuerpo de la carta, Pablo describe el ministerio que el Señor le dio, a saber: proclamar que sólo en Cristo se encuentra la provisión completa hecha por Dios para nuestra salvación (1:24–4:6). Se divide en dos partes relacionadas íntimamente entre sí. Primero, indica que en Cristo estamos completos (1:24–2:15). La idea principal de esta sección es que únicamente él tiene todo lo que necesitamos.
La segunda parte del libro (2:16–4:6) presenta las consecuencias lógicas de esa provisión: si Dios nos ha dado todo lo que nos hace falta, entonces la vida espiritual tiene que reflejar que estamos en él, y no basarse en alguna forma del legalismo por medio del cual pretendemos satisfacer a Dios.
SU SALUDO 1:1–2
SU ORACION 1:3–23
SU MINISTERIO 1:24–4:6
Revelación de la Provisión en Cristo 1:24–2:15
Implicaciones de la Provisión en Cristo 2:16–4:6
NOTAS PERSONALES 4:7–18
SU SALUDO 1:1–2
Pablo introduce su carta con un saludo a la iglesia donde se presenta a sí mismo y a su colega Timoteo en el ministerio. Afirma que recibió su apostolado en forma directa del Señor, sin discutir.
Al definir a los destinatarios, nos proporciona algunos indicios de la condición espiritual en que se encontraban. Dice que son santos y fieles. Es obvio que los acepta como hermanos en Cristo. Al llamarles santos, el apóstol se refiere a ellos como personas que han sido apartadas por Dios para gozar una relación especial con él, la cual debe producir un cambio práctico en su vida, aunque éste no es requisito previo para alcanzar la comunión con el Señor.
Además de dirigirse a ellos como santos, también considera que son hermanos fieles. Esta palabra se utiliza mucho en el Nuevo Testamento. Su raíz denota a alguien que cree o confía. Esta idea básica conlleva dos significados principales. A veces se usa para referirse a un creyente, o a alguien o algo que es digno de nuestra confianza y que no nos va a defraudar. El uso más común es cuando algo es confiable, como se presenta en esta traducción. El contexto nos sirve para entender el significado que estaba en la mente del autor en cada caso.
Normalmente, en los saludos a las iglesias, se define a los destinatarios en forma general, para identificarlos como creyentes auténticos, como hace el apóstol aquí. Pablo indica que los consideraba verdaderos hermanos en Cristo, en quien depositaron su confianza y que habían sido apartados por Dios para gozar con él de una relación de hijos.
SU ORACION 1:3–23
Después de su breve saludo, Pablo les informa que está intercediendo a su favor y hace una lista de lo que está pidiendo. Al estudiar esta oración, podemos aprender un patrón digno de imitar cuando nosotros lo hacemos por otros hijos de Dios. La primera parte es una acción de gracias por ellos (1:3–8), por la evidencia de la obra que estaba haciendo el Señor en sus vidas.
Alejandro Whyte, famoso predicador escocés, era conocido como una persona muy agradecida con sus semejantes. Le gustaba enviar tarjetas postales en gratitud por algún acto bondadoso o favor recibido. A menudo, sus mensajes animaban a los destinatarios en momentos en que necesitaban una palabra de estímulo para seguir adelante. Pablo también lo hacía con los hermanos de las iglesias donde ministraba; acostumbraba expresar su agradecimiento por el fruto del evangelio que se manifestaba entre ellos.
DAMOS GRACIAS A DIOS SIEMPRE POR VOSOTROS
Una iglesia madura 1:3–5
Pablo sentía gratitud a Dios por las evidencias de madurez que habían alcanzado y les felicita por mostrar las características de: fe, amor y esperanza (1 Corintios 13:13; Romanos 5:2–5; 1 Tesalonicenses 1:2–3, 5:8; 2 Tesalonicenses 1:3–4; Efesios 1:15–18; y Colosenses 1:3–6)
En cuanto a la primera, había oído acerca de su fe en Cristo y agradece a Dios por ella, pues ésta incluye la confianza en la obra salvífica de nuestro Redentor, el reconocimiento de que él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia y que se manifiesta en el diario andar, estando ciertos de que él es capaz de suplir nuestras necesidades y realizar sus propósitos en el mundo y en nuestras vidas.
El amor de la iglesia madura se basa en la relación personal con Dios, e incluye el que se expresa a otros también. Pablo se refiere específicamente en este caso al afecto que ellos manifestaban por todos los santos.
Finalmente, la esperanza que una iglesia madura muestra, se fundamenta en la comprensión y estabilidad doctrinal, especialmente con respecto a la comunión presente y futura con Dios por medio de la obra de Cristo. Esta es la que nos da seguridad para acercarnos al Señor, enfrentar los problemas difíciles que encontramos en la vida diaria, y esperar el cumplimiento del plan divino para el futuro del mundo y de nuestra propia vida. Nuestra esperanza está guardada en los cielos; no se va a perder. No tenemos que preocuparnos por ella.
Una iglesia como la de Colosas es producto de la enseñanza correcta de las Escrituras, de su aplicación, de la comunión íntima unos con otros y con Dios, del testimonio de vidas transformadas por el Señor y de su compartir la fe. Se necesita que esos tres elementos se den en forma equilibrada para que una iglesia sea verdaderamente madura.
¡PENSEMOS!
Considere la condición espiritual de la iglesia a la cual asiste a la luz de estas tres características de madurez. ¿Es madura? ¿Qué le hace falta? ¿Qué podría hacerse para lograrlo?
Una iglesia fructífera 1:6–8
Cuando los miembros de la congregación en Colosas escucharon la Palabra de Dios, conocieron la verdad de las “buenas nuevas” de salvación por medio de la fe en Jesucristo (1:5). Al recibirlas, al igual que muchos otros alrededor del mundo, respondieron con fe. Confiaron en Jesucristo y ésta empezó a crecer y a producir fruto en sus vidas (1:6).
La recepción de la Palabra no fue meramente un conocimiento intelectual estéril. Había producido fe, amor y esperanza en ellos. El evangelio es en esencia un organismo vivo que produce frutos, no como el maíz, sino como un árbol. El maíz muere hasta su raíz después de que ha producido. Por el contrario, un árbol da fruto y sigue creciendo.
Así había sido la obra del evangelio entre ellos. Los fieles ministros de Cristo habían llegado para enseñarles (1:7), y tenían buenos fundamentos porque amaban a Dios y a los hermanos en Cristo. Por eso, Pablo daba gracias a Dios (1:8).
Sin embargo, a pesar del buen fruto que daban, había surgido el problema de una doctrina falsa. Preocupado, Epafras viajó para conseguir la ayuda de Pablo.
¡PENSEMOS!
La llegada del verdadero evangelio de Jesucristo debe producir fruto y crecimiento continuos en el pueblo de Dios, que se manifieste en las tres evidencias de madurez cristiana. ¿Qué debe mostrar una iglesia fructífera y en crecimiento?
Conforme a esta norma, ¿cómo está su iglesia? Pablo siempre acostumbraba dar gracias a Dios por las características saludables que encontraba en las congregaciones que visitaba. ¿Por cuáles daría gracias al visitar la iglesia a la que usted asiste? Tome un momento para escribir los motivos de acción de gracias que tiene que dar por ella. Exprésela en oración al Señor ahora mismo.
¿Qué más hace falta para que su iglesia manifieste el fruto del evangelio de verdad en su área de influencia? Pida al Señor que realice esta obra en medio de ella.

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