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martes, 26 de enero de 2016

La necesidad de capacitar a los misioneros y apoyarlos con recursos financieros propios y cuidado pastoral es frecuentemente dejada de lado. Como resultado se producen muchas caídas

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Misión Urgente: Evangelizar  a los no evangelizados
¿Necesitan capacitación los misioneros del Tercer Mundo?
ESTABA hablando en una convención de vida espiritual para nuevos creyentes en uno de nuestros campos misioneros. Todo el programa estaba conducido como en cualquiera de nuestras convenciones en el sur de la India. Había muy poca adaptación cultural y sensibilidad en el procedimiento completo. El misionero a cargo habló en el idioma del norte de la India, con un marcado acento sureño. Uno de los locales que asistió a la reunión comentó: “No entiendo lo que dice. ¡No hablo el malayo!” El misionero en cuestión, graduado en un famoso instituto bíblico, era muy dedicado y sincero, pero no se había esmerado lo suficiente en el aprendizaje del idioma ni en la comprensión de la cultura.

Otra pareja empezó su trabajo en un grupo tribal no alcanzado. Ellos amaron el idioma de esa tribu y se introdujeron con ahínco en el estudio de su lengua. Estudiaron también la cultura y comenzaron a identificarse con los nativos. Estos los aceptaron y a su vez comenzaron a responder a su mensaje.

¿Cuál fue la razón de tal diferencia en la aproximación al idioma y a la cultura del pueblo? La segunda pareja pasó por un período de capacitación misionera en el que se enfatizaba el aprendizaje del idioma y la antropología cultural. Se les enseñaron principios de lingüística y de aprendizaje de idiomas de modo que pudieran hablar la lengua con el acento del pueblo. Sí, la capacitación misionera hace la diferencia en la efectividad del obrero.

Al principio nuestras misiones indias estaban impacientes por enviar de inmediato sus misioneros a pueblos no alcanzados, y simplemente comenzar a trabajar. Pero a través de la experiencia práctica se dieron cuenta de que los misioneros necesitaban capacitación no sólo en el conocimiento bíblico sino también en el de los pueblos entre los cuales estaban trabajando. Y así se comenzaron programas de capacitación misionera en pequeña escala, orientados espiritual y prácticamente. El énfasis estaba en aprender a vivir y trabajar juntos, y en el ayuno, la oración y la guerra espiritual. Más tarde se agregaron cursos de antropología cultural, lingüística, comunicaciones transculturales y otras materias.

Cada misión desarrolló su propio programa de capacitación encajado en sus costumbres y filosofía particulares. La necesidad fue cubierta por un programa de capacitación en común, utilizando recursos externos que estaban disponibles, especialmente en la capacitación de traductores de la Biblia. Así la Asociación Misionera de la India creó en 1980 el Instituto Indio de Comunicaciones Transculturales. Este programa se emplea para instruir a obreros de producción de literatura y traductores de la Biblia.

Las misiones coreanas se involucraron en la capacitación misionera desde 1970 en adelante. El Centro Este–Oeste y otros programas fueron seguidos por misiones individuales. En 1985, durante la conferencia de la Asociación Nigeriana de Misiones Evangélicas, en Jos, se realizó una consulta sobre capacitación misionera que condujo al establecimiento del Instituto de Capacitación Misionera de Nigeria.

Las misiones del Tercer Mundo fueron incorporando al programa de capacitación misionera distintos énfasis en vida comunitaria, guerra espiritual, estilo de vida sencillo y disciplinas espirituales.
La necesidad de capacitación misionera
El número de misioneros del Tercer Mundo está aumentando a pasos agigantados. En la próxima década su número excederá al de los misioneros noratlánticos. Un sentido de urgencia por alcanzar a los pueblos no alcanzados y de reunir la cosecha caracteriza los esfuerzos de estas misiones. 
De este modo, la necesidad de capacitar a los misioneros y apoyarlos con recursos financieros propios y cuidado pastoral es frecuentemente dejada de lado. Como resultado se producen muchas caídas. 
El aprendizaje del idioma y la identificación cultural no son enfatizados como deberían, y esto ha afectado la efectividad de los misioneros. De todos modos, esta necesidad es ahora reconocida, y numerosas misiones del Tercer Mundo han lanzado sus propios programas de capacitación. La mayoría de ellos se encuentra apenas en los primeros pasos de su desarrollo.
Una variedad de orientaciones y programas
Desde que estos programas de capacitación misionera surgieron de una necesidad, su orientación es muy práctica, dirigida a las necesidades locales. Esto ha resultado en nuevos discernimientos y una variedad de orientaciones y programas. El estudio de los modelos presentados en este libro da cuenta de ello.

Mientras los programas de capacitación misionera se multiplican en el Tercer Mundo, algunos de ellos no son conocidos fuera de su propio círculo limitado. Es necesario ubicarlos y ver cómo funcionan, y reconocer que las misiones pueden aprender unas de otras cuando se observa qué están haciendo.

Las misiones anglosajonas se han esforzado durante años en la capacitación misionera. Algunos principios y métodos que han usado pueden ser de gran valor para las misiones del Tercer Mundo. 

Por otra parte, a causa de su propio entorno cultural, económico, y multirreligioso, las misiones del Tercer Mundo han desarrollado algunas orientaciones y métodos que pueden ser de valor para las misiones noratlánticas. De modo que es necesario unir a las misiones de uno y otro lado para compartir y aprender juntos.
El papel de la Comisión de Misiones de la AEM
La única organización mundial en contacto, a nivel de base, con las misiones autóctonas en el Tercer Mundo es la Comisión de Misiones de la Alianza Evangélica Mundial. 
Hemos hecho de esto nuestra meta y hemos trabajado en ello desde que se estableció la comisión. Por medio de viajes y contactos personales, se han hecho esfuerzos para encontrar a las misiones del Tercer Mundo y a sus dirigentes. Dondequiera estuvieran las misiones, fueron alentadas a continuar juntas en su propio contexto nacional, para formar asociaciones misioneras. Esto, lo sabíamos, los ayudaría a compartir experiencias, ideas y recursos.
La Comisión de Misiones de la AEM también incluye a dirigentes de las misiones anglosajonas y de asociaciones misioneras en su membresía. Así puede construir puentes y unir a las misiones del Norte y del Tercer Mundo. 
Poco tiempo atrás la Comisión de Misiones comprendió la necesidad de averiguar qué programas de capacitación misionera hay en los países noratlánticos y en el Tercer Mundo para involucrarlos conjuntamente en vistas a un foro común, de modo que puedan intercomunicarse. 
También existía la necesidad de recoger información, materiales y recursos que pudieran ser usados en los programas de capacitación misionera. Con esto en vista, fue creada una comisión de trabajo para la capacitación misionera.
Por primera vez en la historia de las misiones, los que estaban involucrados en la capacitación misionera, tanto entre los anglosajones como entre los del Tercer Mundo se reunieron para una consulta en Manila, Filipinas, en julio de 1989. 
Como resultado se formó una asociación misionera involucrada en la capacitación misionera: la Fraternidad Internacional de Capacitación Misionera. Como consecuencia tenemos ahora un foro donde pueden intercambiarse ideas y orientaciones, encadenando propuestas, informaciones, datos y personal.
Aún no hemos aprendido todo lo que hay por aprender en cuanto a capacitación misionera. Así que el futuro nos entusiasma a medida que exploramos y perfeccionamos diferentes maneras de hacer a nuestras misiones más efectivas, usando nuestro propio entorno cultural, económico y multirreligioso. 
Hacerlo con las misiones noratlánticas y del Tercer Mundo en forma conjunta es aún más emocionante. Este es nuestro propósito para el futuro inmediato de la Fraternidad Internacional de Capacitación Misionera.
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sábado, 14 de marzo de 2015

El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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Información 


NUESTRA MISIÓN EN NUESTRA CIUDAD Y NUESTRA NACIÓN
El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues Él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros (Hechos 17:24–27).
Dios hizo las naciones, los pueblos y las culturas, y prefijó las fronteras de sus lugares de residencia, con un solo propósito: que le busquen. Él ha fijado el lugar de cada uno de nosotros con el mismo propósito: que le busquemos donde estemos.
Hay dos motivos que nos impulsan a buscar a Dios: para conocerle y para servirle. Nuestras vidas están en las manos de Dios y Él determina el lugar de nuestra morada para que podamos conocerle y servirle.
Mi experiencia no fue diferente. En 1959, cuando tenía trece años, mis padres emigraron a Estados Unidos desde Colombia. Durante los años siguientes, estudié y trabajé en Miami, Nueva York y Los Ángeles. Fue allí, en febrero de 1976 y a la edad de treinta años, que mi esposa y yo tuvimos un encuentro con el Señor Jesucristo. Sí, un domingo por la mañana, en una iglesia ubicada en el valle de San Fernando al sur de California, nos presentaron las buenas nuevas de salvación y decidimos seguir a Cristo. Han pasado ya dieciocho años desde aquel maravilloso día, y desde ese momento comenzamos a servir al Señor en todo lo que podíamos. Durante nueve años fui pastor en Mesa, Arizona, y últimamente he estado viajando por Latinoamérica, Norteamérica y Asia enseñando y predicando la Palabra de Dios.
Hay cosas muy interesantes y profundas para meditar en todo cuanto hace el Señor.
Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos (Daniel 2:21).
Por lo tanto, debemos reconocer que Dios es el que cambia los tiempos y las estaciones, establece autoridades y las quita. Permite los avances y el conocimiento científico para el progreso de la humanidad. En fin, Dios mueve la rueda de la creación y dirige las circunstancias y las vidas de los hombres para darles paz y prosperidad (Jeremías 29:11).
Dios, el soberano de la tierra
Nuestras vidas están en las manos de Dios, el cual ha determinado todo. Y así ha sido siempre. Por ejemplo, la Biblia nos habla de lo que pasó con personas que vivieron hace miles de años. Una de ellas fue Jacob.
El libro de Génesis nos cuenta cómo Jacob habitó y sirvió al Señor en la tierra donde moró su padre y donde él también nació, en la tierra de Canaán (Génesis 37:1). También fue en ese lugar donde el Señor dio a uno de sus hijos, José, un sueño. Génesis 37:7 nos explica este sueño: veía que ataban manojos en medio del campo y el manojo de José se levantaba para que los otros se inclinaran ante él. Por ese sueño sus hermanos le aborrecieron grandemente y le preguntaron: «¿Reinarás tú sobre nosotros o señorearás sobre nosotros?» (Génesis 37:8).
La Biblia nos narra que José tuvo otro sueño. Vio que el sol, la luna y once estrellas se inclinaban ante él. Cuando lo contó a su padre y hermanos, le preguntaron: «¿Qué sueño es este que soñaste? ¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti?» (Génesis 37:10).
La envidia provocó que más tarde sus hermanos conspiraran para matar a José, pero Rubén interviene y no lo hacen. Es por ello que deciden venderle a unos mercaderes ismaelitas que pasaban por el lugar. Estos mercaderes llevaron a José a Egipto y lo vendieron a Potifar, capitán de la guardia de Faraón. Dice la Biblia que en todo esto, Dios estaba con José y, a pesar de la falsa acusación de la mujer de Potifar que lo llevó a la cárcel, lo hacía prosperar. Estando en la cárcel interpretó los sueños del jefe de los coperos y este, después de dos años, lo recomendó a Faraón para que le interpretase un sueño. Debido a que José interpretó el sueño, Faraón lo nombró gobernador y lo puso sobre toda la tierra de Egipto. Jehová lo bendecía en todo lo que hacía y le prosperaba.
Con el paso del tiempo, José fue de gran bendición para Egipto y las naciones de su alrededor. El plan y el propósito de Dios para su siervo se cumplió. Dios lo colocó en el lugar en el que tenía que estar para que le sirviera.
El fruto de la conquista
Pero no sólo fue así con los personajes bíblicos, hace cinco siglos Cristóbal Colón fue el descubridor de América. Era un experimentado marino que hizo sus viajes para buscar una ruta comercial más corta al oriente y para llevar el «evangelio» a aquellos emperadores orientales que pidieron a Marco Polo el envío de mensajeros que le hablaran de la fe cristiana. Todos sabemos que no llegó a las Indias orientales como pensaba, pero sus viajes fueron de bendición para las nuevas tierras a las que llegó y también beneficiaron económicamente a España, tierra de la cual salió. Sin embargo, también hubo maldición a través de todo esto, porque las ofensas y heridas causadas en el proceso de la conquista fueron puertas que se abrieron al mundo de las tinieblas. Produjeron las consecuencias que eran de esperarse y por las que todos hemos sufrido. Antes de morir, Cristóbal Colón escribió un libro en el que se consideraba cumplidor de sesenta y cinco profecías del Antiguo Testamento, y declaraba que su nombre Cristóbal significaba mensajero de Cristo. En su libro América 500 años después, Alberto Mottesi explica con erudición este tema.
El llamado para bendición
Hoy en día, Estados Unidos es un país muy grande constituido por personas llegadas de todas las naciones del mundo. Solamente los hispanoparlantes somos alrededor de treinta millones en este país. Se estima que para el año 2000 seremos la minoría más grande de la nación. Todos han venido por diferentes razones: políticas, económicas, familiares, educacionales, religiosas, etc. Lo que muy pocos saben es que independientemente de la nación de origen y la aparente razón de su venida, Dios prefijó este lugar de habitación para que le busquen (Hechos 17:26–27). ¿Podemos entenderlo?
Otra de las razones por la cual Dios nos lleva a otras naciones es para que seamos bendición. No podemos negar el hecho de que Él tiene en su mano nuestro nuestro porvenir y desea que le busquemos en cualquier parte donde Él nos establezca.
Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz[…] Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis porque me buscaréis de todo vuestro corazón (Jeremías 29:7, 11–13).
Parte del proceso de bendición al que Dios nos ha llamado incluye la oración y la intercesión. Debemos rogar por la paz, las autoridades, las familias. Nuestra misión es ofrecer al Señor sacrificios de alabanza en el lugar donde estamos y donde vivimos para que su Espíritu repose allí; nuestra misión es ser testigos de Cristo, siendo pacificadores, amando y sirviendo, haciendo todo sin murmuraciones ni contiendas para que seamos «irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa en medio de la cual resplandeceremos como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida» (Filipenses 2:14–16).
Mi buen amigo John Robb ha dicho: «La historia se escribe con las oraciones de los intercesores». La conquista de nuestras ciudades y de nuestras naciones para Cristo comienza con las oraciones del pueblo de Dios.
Con la oración abrimos las puertas del mundo de las tinieblas para salvar a los perdidos y para destruir las fortificaciones que impiden el derramamiento de las bendiciones de Dios.
Nuestra misión en nuestras ciudades y naciones es orar e interceder por las autoridades, los gobernantes y todos los que están en eminencia. Esto puede, con toda seguridad, cambiar el destino de los pueblos y el curso de la historia:
Para que ofrezcan sacrificios agradables al Dios del cielo, y oren por la vida del rey y por sus hijos (Esdras 6:10).
Exhorto ante todo, a que hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:1–4).
Dios nos ha puesto como vigilantes y como guardas de nuestras ciudades y naciones para que, en el espíritu de oración e intercesión, pongamos en acción las estrategias de guerra espiritual que nos permitan atar al hombre fuerte para entrar en su territorio y saquear sus bienes.
Todos vivimos en una ciudad y pertenecemos a una nación. ¿Qué estamos haciendo por esa ciudad y por esa nación? Sin duda, allí habrá muchos problemas. Quizás sus autoridades y gobernantes no hagan lo correcto e impere la injusticia. Tal vez existan motivos dignos de exigencia y protesta, y eso será precisamente lo que muchos harán: reclamar, protestar y hacer paros y huelgas.
Bueno, eso es lo que ellos están haciendo. Pero nosotros, ¿qué hacemos? ¿Nos importan la vida y el destino de nuestra ciudad y de nuestra nación? Si es así, ¿qué hacemos para ayudar? Como cristianos, ¿somos parte del problema o de la solución? ¿Protestamos también igual que los demás o en realidad hacemos algo para mejorar la situación?
La Biblia dice que nuestra misión es recordar a los hombres «que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres» (Tito 3:1–2), orando en todo lugar, «levantando manos santas, sin ira ni contienda» (1 Timoteo 2:8).
¿Cómo cambiar el panorama y el destino de nuestras ciudades y naciones? Proclamando con el ejemplo la Palabra del Señor que dice:
Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos (Romanos 13:1–2).
Nuestra ciudad y nuestra misión
Dios tiene planes para nuestra ciudad y nuestra nación. Él desea redimirlas de los escombros y de las cenizas. Las buenas nuevas de salvación no sólo son para los individuos, sino para las ciudades. Cuando Jesucristo comenzó su ministerio de reconciliación las Escrituras nos revelan que entró en la sinagoga y desenrollando el libro del profeta Isaías, leyó:
El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados (Isaías 61:1–2).
Lo que hemos visto claramente es que el texto de Isaías demuestra que la unción de Dios no concluye en el versículo 2, veamos lo que dice el profeta en los siguientes versículos:
[Para] ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya. Reedificarán las ruinas antiguas, y levantarán los asolamientos primeros, y restaurarán las ciudades arruinadas, los escombros de muchas generaciones[…] He aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con Él, y delante de Él su obra. Y les llamarán Pueblo Santo, Redimidos de Jehová; y a ti te llamarán Ciudad Deseada, no desamparada (Isaías 61:2–4; 62:11–12).
Los rasgos que distinguen a una ciudad los establecen sus moradores, quienes a su vez determinan el curso y futuro de ella. De ahí que también definan los sistemas políticos, económicos, sociales, culturales y espirituales, haciendo de su ciudad una Sodoma o una Jerusalén.
Es por ello que nuestra misión como iglesia y pueblo de Dios es orar e interceder, predicar y proclamar, para que se arrepienta de su pecado y pueda recibir las bendiciones de Dios. El mensaje para las siete iglesias en las ciudades de Asia (Apocalipsis 2–3) es el mismo: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». Siempre la promesa es que si obedecen al Espíritu de Dios y vencen los obstáculos que cada una tiene, recibirán bendición de Dios.
Recientemente, en Colombia, durante una serie de conferencias sobre Guerra Espiritual, el Señor me dio una palabra profética para las ciudades de esa bella nación:
     Santa Fe de Bogotá, conocida como la Atenas de Sudamérica, es el nervio de la nación. El mensaje profético fue de que el Señor redimirá los dones de la ciudad y los usará para glorificarlo. Santa Fe de Bogotá será LOS OÍDOS Y LA BOCA DEL SEÑOR para Colombia.
     Medellín, conocida como la ciudad industrial de Colombia, pero al mismo tiempo como la sede de la violencia y del narcotráfico, lo que la ha convertido en una de las ciudades más violentas del continente, será redimida para convertirse en la ciudad más laboriosa para la obra del Señor, quien secará sus lágrimas y calmará el dolor que sus moradores han sufrido por tantos años. Medellín será EL CORAZÓN INTERCESOR delante de Dios para Colombia.
     Cali, conocida como la capital de la cumbia y cuna de las mujeres más bellas, es también la ciudad con el índice más alto de SIDA en Latinoamérica. El Señor redimirá los dones de la ciudad para su gloria. Cali será LOS PIES Y LAS MANOS DEL SEÑOR de donde surgirán la adoración, la alabanza, la música y la danza para toda la nación y el continente.
Asimismo, podría hacer una lista de ciudades de Estados Unidos a las que el Señor va a redimir sus dones, como:
     Los Ángeles, California, llamada la ciudad de Nuestra Señora de los Ángeles. Fue fundada para ser un centro misionero católico, desde el cual saliera el mensaje cristiano para la nación. En verdad el «mensaje» de esta ciudad salió para afectar terriblemente a la nación y al mundo entero, pero no fue debido al mensaje cristiano, sino el del sexo enfermizo, la lujuria, el vicio y toda clase de sensualidad morbosa y espiritualidad satánica. El Señor redimirá los dones de esta ciudad para que desde ella salga el verdadero mensaje de salvación para todas las naciones. Por cierto, esta ciudad ya es sede del canal de televisión cristiano más grande del mundo. Es también sede de numerosas organizaciones misioneras y probablemente tiene el mayor número de cristianos evangélicos de Estados Unidos.
     Miami, Florida, conocida como la puerta de Estados Unidos, es sede del narcotráfico, el lavado de dólares, la santería, el vudú, la macumba. Desde las islas caribeñas le han llegado numerosas filosofías satánicas originadas en el África negra, como Rastafari, Changó, Orisha, Pocomanía, Jumbie, Obeah y otras más. El mensaje profético es que de ella saldrá para el continente el mensaje de Dios con la música, la literatura y los recursos económicos.
La iglesia debe levantarse con la visión de orar e interceder por su ciudad. Jesús lo hacía y debemos seguir su ejemplo. Él iba por las aldeas y ciudades, predicando el evangelio del Reino de Dios. La Biblia dice, literalmente:
Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha más los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies (Mateo 9:35–38).
Los cristianos debemos causar impacto en nuestra ciudad y proclamar, con evidencias, la Palabra de Dios, porque el juicio sobre las ciudades que rehúsan arrepentirse es severo.
Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: ¡Ay de ti Corazín! ¡Ay de ti Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón, se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras. Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que ha sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti (Mateo 11:20–24).
Espero que hayamos entendido cuál es nuestra misión en nuestra ciudad y en nuestra nación. Comencemos a orar por su cumplimiento. He aquí un modelo para esa oración:
Señor, permítenos reconocer cuáles son las fuerzas del mal que nos atacan y concédenos ver al hombre fuerte.
Satanás, venimos contra ti en este momento. En el nombre de Jesús de Nazaret declaramos que tus planes de hurtar, matar y destruir no tendrán efecto. Declaramos rota tu influencia sobre los habitantes de nuestra ciudad y de nuestra nación. Declaramos nula tu influencia y tu engaño sobre nuestra juventud, nuestros hogares, nuestros maestros y nuestras autoridades.
Señor, ayuda a nuestros gobernantes para que rechacen toda influencia que viole tus principios espirituales. Dirígelos para que puedan legislar y gobernar sabiamente. Clamamos a ti para que prevalezca la justicia en todo y en todos. Libera a nuestras ciudades y a nuestras naciones de la violencia, el crimen, la inmoralidad y la infidelidad conyugal. Derrama tu bendición sobre ellas. En el nombre de Jesús de Nazaret, ¡AMÉN!
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Dios está dando a su pueblo en toda la tierra una visión de unidad alrededor de la cruz de Cristo

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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LOS GUARDAS DE LAS CIUDADES Y LAS NACIONES
Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra[…] He aquí que Jehová hizo oír hasta lo último de la tierra: Decid a la hija de Sion: He aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con Él, y delante de Él su obra. Y les llamarán Pueblo Santo, Redimidos de Jehová; y a ti te llamarán Ciudad Deseada, no desamparada (Isaías 62:6, 11–12).
Sobre las ciudades y las naciones pesan maldiciones por causa del pecado, pero Dios ha puesto guardas sobre ellas. Es a estos guardas a quienes ha encomendado las llaves de sus puertas, para que por ellas entre la bendición. Al mismo tiempo, les ha dado el poder para penetrar, en el nombre de Jesucristo y por su delegación, en el mundo de las tinieblas y matar a la víbora en su propio nido.
Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos (Mateo 16:19).
Los guardas de las ciudades son los pastores y los intercesores. Por eso, la unidad pastoral es vitalmente importante para el cabal cumplimiento de la Gran Comisión y de la misión que como tales tienen estos ministros. No tendremos éxito en nuestra misión si los llamados a un ministerio especial no estamos conscientes de la responsabilidad que tenemos en nuestra ciudad y en nuestra nación.
Es triste reconocer que hay una competencia malsana en el ministerio, a tal punto que ya se ha hecho costumbre que diferentes obreros cristianos entren a una ciudad sin la invitación, el apoyo ni el respaldo de aquellos hombres y mujeres llamados por Dios y establecidos como guardas de esa ciudad. Muchos de estos ministerios hacen y deshacen por su cuenta, los unos por no tomar en cuenta a los otros para contar con su respaldo y los otros por no respaldar el ministerio de tantos hombres y mujeres llamados por Dios para cumplir una tarea especial. Ninguno quiere ver la importancia del otro, insistiendo, por esa razón, en obrar cada uno a su antojo. Surge así, por lo general, la división en lugar de la unidad en la iglesia local.
La reconciliación de ciudades y naciones no será posible si no se permite la manifestación del Espíritu Santo que es uno de amor y unidad. Jamás la reconciliación con Dios que necesita la tierra en esta hora se logrará por individuos con complejos mesiánicos ni por segmentos fragmentados de la iglesia. La reconciliación de ciudades y naciones será el resultado de la obra mancomunada del Cuerpo de Cristo, y este no puede estar fragmentado. El Cuerpo de Cristo en la tierra intercederá por ellas para cambiar el curso de la historia.
No debemos olvidar que nuestro llamamiento proviene de Dios y no es para satisfacer nuestro ego ni nuestra vanidad. Si los llamados ministros están satisfechos con «su» obra y están contentos con lo que consideran «su» rebaño o «su» ministerio y no el del Señor Jesucristo, hay muy poco que decirles. Pero la verdad es que el Señor ha puesto a sus mensajeros como guardas de su ciudad y de su nación.
Recordemos la Gran Comisión y nuestra misión de ser instrumentos para la salvación de los perdidos. Esto será imposible si los obreros del Señor no somos en realidad «del» Señor y como tales no estamos unidos, pues el Señor es uno solo. Aceptemos con humildad y con alegría nuestro nombramiento de guardas de la ciudad y de la nación en las que Dios nos ha llamado a servir.
Ante los ojos del Señor, la ciudad en la cual vivimos es un lugar que necesita escuchar el mensaje redentor de su Palabra. Él la ve como una ciudad que está al borde del juicio como Sodoma, Gomorra, Nínive o Jerusalén y que necesita redención.
Aunque en cada ciudad haya congregaciones y congregaciones, predicadores y predicadores, maestros y maestros, eso no significa de ninguna manera que hayamos alcanzado el propósito que Dios tiene para esa ciudad. Mientras no seamos uno en Cristo, no podremos dar un verdadero testimonio de la muerte, sepultura, resurrección y señorío de Él.
No podremos hablar de guardas de las ciudades y de las naciones sin hablar de la unidad del Cuerpo de Cristo. Al ser uno, somos los que el Señor quiere que seamos: los guardas de la localidad en la que Él nos ha puesto. La salud espiritual de nuestras ciudades y naciones no se mide por el número de miembros de las iglesias, ni por el tamaño de nuestros templos, sino por el testimonio que damos como cristianos en esas localidades.
Porque tú dices: Yo soy rico y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio para que veas (Apocalipsis 3:17–18).
Dios está dando a su pueblo en toda la tierra una visión de unidad alrededor de la cruz de Cristo. ¡Qué impactante sería que una iglesia unida batallara para reconquistar la tierra para Cristo, como un ejército unido que sigue la dirección del Dios de los Ejércitos! ¡Qué grandioso sería que un pueblo de Dios fuerte y dispuesto para la batalla tomara por asalto a las ciudades para Cristo! Los cristianos, y más que todo los pastores, seríamos en realidad los vigías, los centinelas, los guardas, defendiéndolas y liberándolas de la opresión satánica en el nombre de Jesucristo.
¿Queremos ser guardas de nuestra ciudad y de nuestra nación? Tenemos que pagar el precio de la unidad, entendiendo y aceptando que todas las dificultades que tengamos para lograrla y para experimentarla «no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios» (Romanos 8:18–19). Y, ¿cómo pueden manifestarse los hijos de Dios, sino como hermanos, hijos de un mismo Padre?
¿Entendemos nuestra responsabilidad como guardas de ciudades y naciones? Si es así, debemos entender el pacto que tenemos con Dios y cumplirlo.
Mi buen amigo Alberto Mottesi en su maravilloso libro América 500 años después, se refiere al nuevo pacto en el cual somos llamados a vivir como hijos de Dios y hermanos en Cristo. Nos dice por qué no estamos unidos: la falta de fe en las promesas de Dios. Expresa:
El pacto es la base de toda relación. La fidelidad al pacto, o sea, a lo prometido, es lo que permite que los seres tengan confianza unos con otros y puedan establecer verdaderas RELACIONES, basadas en la buena fe[…] Toda integración [comunión o colaboración] se debe basar en una perspectiva común [una misma visión]. La Biblia dice: «¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?» (Amós 3:3)[…] el engaño es el patrón cultural que nos caracteriza. Y el engaño es la fuente de discordia [división, disensión y sectarismo] más grande que hay. Donde hay engaño hay sospecha, no hay confianza y no podrá haber jamás una verdadera unidad o integración. El engaño es la causa de nuestra falta de integración.1
Alberto se pregunta:
¿Cómo resolveremos el problema del engaño si está tan infiltrado en todos los segmentos de nuestra sociedad (incluyendo la iglesia y la familia)? Si la confianza es la raíz de toda relación, ¿cómo podremos vencer estas ataduras y fortalezas para establecerla?
Aunque nos avergüence y entristezca, tenemos que comenzar por reconocer que somos una ciudad dominada por el engaño. Nos hemos dejado controlar (gobernar) por la mentira.2
Como el problema es espiritual e individual, la solución tiene que comenzar con el individuo. Tenemos que encontrar la solución para dicho problema antes de encontrar soluciones para las cuestiones políticas y sociales.
Somos guardas de ciudades y naciones. Como tales, mal podemos pretender buscar soluciones rápidas e instantáneas por nuestra cuenta y a nuestro antojo. El carácter de los pueblos no puede forzarse a cambios inesperados. Sin embargo, hoy es la hora de Dios para Hispanoamérica. Él nos está despertando del sopor en el que hemos vivido para que reconozcamos las ataduras espirituales que se remontan hasta nuestros ancestros nos han mantenido imposibilitados y nos liberemos de ellas. Para lograrlo tenemos que obedecerle absolutamente:
Hijitos míos no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de Él[…] Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros[…] En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como Él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme no ha sido perfeccionado en el amor (1 Juan 3:18–19; 4:11–12; 17–18).
¿Por qué este pasaje sobre el amor? ¿Qué tiene esto que ver con el hecho de que Dios nos ha puesto como guardas de las ciudades y de las naciones? Porque el amor es el arma por excelencia para derrotar al odio, para derrotar al temor, para derrotar al maligno. Por lo tanto, es el arma por excelencia para defender las puertas de las ciudades y de las naciones.
¿Se pueden imaginar a los pueblos llenos de amor? ¿Qué clase de mal podría entrar en un pueblo así? ¿Y qué es la unidad sino una de las más hermosas facetas del amor?
 
Hombres y mujeres con esa experiencia y con ese llamamiento son los guardas que Dios ha puesto, con una misión especial, en las ciudades y en las naciones.
 
1 Alberto Mottesi, América 500 años después, AMEA, Fountain Valley, CA, 1992, cap. 9, pp. 126–127, énfasis del autor.
2 Ibid., p. 127.
Torres, H. (1996). Desenmascaremos las tinieblas de este siglo (31). Nashville, Tenn.: T. Nelson.


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