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martes, 26 de marzo de 2019

Nuestra inclinación natural es hacer pagar con la misma moneda y devolverle “mal por mal” al agresor

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
El amor cristiano se pone en práctica

2 Tesalonicenses 5:14–15.
 El trabajo de un pastor tiene el propósito de fortalecer y amonestar. Sin embargo, los miembros de una congregación, también pueden hacer mucho para corregirse y ayudarse los unos a los otros.

Anteriormente en la carta, Pablo había exhortado a los tesalonicenses a no rechazar el trabajo manual como algunos de los griegos lo hacían, sino a trabajar “con vuestras manos” para no tener “necesidad de nada” (4:11, 12). Si alguno continuaba viviendo la vida “ociosa” de un haragán, los miembros de la congregación le debían advertir que estaba viviendo en pecado. La segunda carta de Pablo a los tesalonicenses indica que algunos no escuchaban aun después de haberlos amonestado. Lo que debía hacer la congregación en estos casos, se indica con detalle en 2 Tesalonicenses 3.

Algunos de los miembros eran “de poco ánimo”, es decir, los tímidos y deprimidos. Anteriormente en la carta se mencionan dos cosas que podrían haber sido la causa de esa acitud: la persecución y la aflicción. Sin embargo, no importa cuál sea la causa, Pablo insta a los miembros de la congregación a dirigir palabras de consuelo y de aliento a aquellos cuyo espíritu estaba casi quebrantado y que estaban listos a darse por vencidos.
Otra forma de practicar el amor cristiano era la de prestar ayuda a los que eran débiles por causa de alguna enfermedad corporal o de invalidez. Literalmente la palabra griega para “sostener” quiere decir “aferrarse a”. Las personas con enfermedades físicas de cualquier clase tienen una carga especial que sobrellevar, necesitan la ayuda de los hermanos en Cristo para sobrellevar esa carga, y toda la ayuda que podamos prestar no sólo es muy apreciada por el “débil”, sino que es observada por Cristo como si la hubiéramos hecho por él. En Mateo 25:40, él dice: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.

La paciencia con otros es un fruto de la fe. La inmensa paciencia del Señor para con nosotros con todos nuestros pecados y flaquezas es una experiencia diaria. Nuestros hermanos en la fe tienen debilidades y características que algunas veces nos pueden irritar. El amor de Dios en Cristo nos da la paciencia que necesitamos para vivir y trabajar con ellos en una congregación.
Además, Pablo hace ver que la paciencia no ha de ser sólo con los hermanos en la fe, sino con “todos”. Dios en su paciencia no derriba al incrédulo inmediatamente, sino que le da un tiempo más largo para que se arrepienta. Debido a que nosotros, gracias a la misericordia de Dios, ya vivimos en el arrepentimiento, debemos ser motivados a practicar esta misma paciencia.

La venganza es una fuerza poderosa que empuja el corazón de toda persona a causa del orgullo y del egoísmo de la naturaleza pecaminosa con la que nacimos. Por lo tanto, cuando alguien nos hace mal, nuestra inclinación natural es hacerle pagar con la misma moneda y devolverle “mal por mal”. Pero lo que es natural para nuestra naturaleza pecaminosa es contrario al nuevo espíritu que ha creado en nosotros el Espíritu Santo. En lugar de la venganza, este nuevo espíritu nos encamina a seguir las instrucciones de nuestro Salvador, de amar a nuestros enemigos y de hacerles el bien a todos los que pecan contra nosotros.

Sin embargo, este nuevo espíritu es a menudo débil y la naturaleza pecaminosa se impone con facilidad en los momentos de debilidad. Por lo tanto, Pablo quiere que nos preocupemos los unos de los otros en este asunto.

Si vemos a un hermano o hermana que busca la venganza, debemos asegurarnos de ayudarle a reprimir el viejo Adán y a dejar de tratar de devolver “mal por mal”.

En cambio, Dios quiere que sigamos “siempre lo bueno unos para con otros”. Solamente el amor de Cristo por nosotros nos puede motivar a llevar esa vida de bondad. Efesios 4:32 lo dice bien: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como también Dios os perdonó a vosotros en Cristo”.
3 ¡Que nadie los desoriente en modo alguno! Es preciso que primero se produzca la gran rebelión contra Dios y que se dé a conocer el hombre lleno de impiedad, el destinado a la perdición, 4 el enemigo que se alza orgulloso contra todo lo que es divino o digno de adoración, hasta el punto de llegar a suplantar a Dios y hacerse pasar a sí mismo por Dios. 2 Tesalonicenses 2.3–4

jueves, 21 de marzo de 2019

¡VETE A TU CASA!, A LOS TUYOS

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6






¡VETE A TU CASA!, A LOS TUYOS

Este siempre fue el principio enseñado por Jesús para dar testimonio de todo aquello que ha sido en y para nosotros una experiencia de bendición espiritual, intelectual, material, visual, o física.   Por ejemplo, cuando Jesús regresó al cielo, le dijo a sus discípulos “y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).  Jerusalén, era la ciudad donde fue crucificado y resucitado Jesucristo, y donde se reunieron los discípulos después de la resurrección de Jesucristo, y donde nació la primera iglesia local de nuestro Señor Jesucristo.   Por eso, la instrucción fue que comenzaran testificando en “Jerusalén”, luego que siguieran testificando sobre Jesús resucitado en todo el estado que se llamaba “Judea”, y luego que extendieran su testimonio al siguiente estado vecino que se llamaba “Samaria”, y ya entonces que continúen el proyecto de testificar “hasta lo último de la tierra”.  Es evidente que Jesús quiso que comenzaran de adentro hacia afuera.
    En el caso de la historia que nos ocupa en esta ocasión, encontramos que un hombre transformado por el poder de Jesucristo “le rogaba (a Jesús) que le dejase estar con él” (v. 18), es decir, por gratitud quería andar con Jesús como discípulo a donde quiera que él fuese entre los pueblos y ciudades de las provincias de Palestina, San Marcos nos cuenta que “Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa, a los tuyos” (v. 19ab).   Esta instrucción es una clara expresión de que no se debe comenzar primero desde afuera para regresar hacia adentro con la familia, sino que se debe comenzar desde la familia, desde adentro hacia afuera.

    Así que, en esta hermosa historia aprendemos que cuando una persona recibe una misericordia de Dios en su vida, debe dar testimonio de ello comenzando en su casa con la familia, es decir, desde adentro hacia afuera.  /  ¿Cuáles son las razones para comenzar a testificar primero “adentro” en casa con “los tuyos”, antes de estar listo para ir a otros lugares y personas “hacia afuera”?  /  En el desarrollo de este mensaje les voy a indicar algunas de las razones por las que se debe comenzar a testificar primeramente en casa, según lo sugiere la narración de San Marcos cuando describe lo acontecido al hombre gadareno, y según la instrucción que recibe de Jesús.
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    La primera razón por la que el testimonio de la misericordia de Jesús en nuestras vidas, debe comenzar primero en casa, es:
I.- PORQUE LA FAMILIA DEBE SER LA PRIMERA QUE OBSERVE QUE HAY UN CAMBIO EN NOSOTROS.
   La sanidad total de este hombre gadareno fue un evento que serviría para la gloria de Jesús, y que merece ser testificado y conocido por todo el mundo, pero Jesús no podía ni quiso alejarlo de todos aquellos que conocían a aquel hombre y que primeramente deberían conocer que algo providencial había y estaba ocurriendo en su vida.   Por eso, no hay nada mejor que: “Vete a tu casa, a los tuyos,…” (v. 19), indicando de esta manera que el testimonio de una persona que ha sido recipiente de la misericordia divina, debe comenzar primero en casa.   Aquel hombre que había sido víctima del control del maligno y que había tenido que vivir en los sepulcros, sin control de sus fuerzas, sin cuidado de su apariencia, sin buen uso de su razón, y de otras muchas cosas más, ahora ya lo pueden ver “sentado, vestido, y en su juicio cabal” (v. 15).   ¡Qué hermoso final feliz!, pero antes que sea conocido por todo el mundo, su familia debía conocer que este hombre ha sido cambiado totalmente.

    Amados hermanos, cada uno de nosotros como creyentes en Jesucristo, hemos sido transformados en algunas cosas, y seguimos siendo transformados en otras cosas que tienen que ver con nuestra espiritualidad, con nuestra conducta, con nuestra ética, etc…, y antes de decirle a otros que ya somos cambiados, y antes de decirle a otros que Dios está transformando nuestra vida, nuestra familia es la que primeramente debe dar fe de la obra de Dios en nosotros.   Es por eso que la gente adecuada para confirmar el bien divino que está sucediendo en nosotros, no son primeramente los que no nos conocen, ni los que solamente nos ven de vez en cuando, sino aquellos con quienes pasamos más tiempo de nuestra vida, que son los de casa, la familia.
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    La segunda razón por la que el testimonio de la misericordia de Jesús en nuestras vidas, debe comenzar primero en casa, es:
II.- PORQUE LA FAMILIA DEBE SER RESTAURADA EN TODO LO QUE HA SIDO DAÑADA.
   Es de esperarse que tras la condición espiritual de aquel gadareno, debió él haber sido causa de diversos problemas en su propia familia, al grado de ya no ser aceptado por su propia familia, o puede ser que de manera involuntaria, dominado por las fuerzas del mal, tuvo que abandonar su propia casa y familia para ir a vivir en los sepulcros de Gadara; pero de cualquier manera, el resultado fue que se generó una ruptura del vínculo familiar, desencadenando al mismo tiempo, sin duda, graves problemas socioeconómicos y espirituales para su propia familia.   Pero ahora que el hombre ha sido sanado por el poder de Jesucristo, lo mejor que primero tenía que hacer, no era ir con Jesús para acompañarlo a otras ciudades y aldeas como discípulo, sino mostrarse en casa, como una persona transformada, y nuevamente apta para dedicarse a restaurar la ruptura familiar que se había generado por la influencia de los demonios que alcanzaron controlar su conducta.  

 Por ejemplo, ahora en vez de hacerse discípulo para seguir a Jesús en su viaje misionero por todo el país, era mejor que este hombre se dedicara a trabajar para sacar a su familia de las crisis y adeudos en la que probable o seguramente habían caído.

    Amados hermanos, el bienestar espiritual de la familia de cada persona es la primera prioridad irrenunciable antes que ocuparnos de otras personas.  Si nuestra conducta ha sido causa de daños a la estabilidad familiar, ahora que estamos en la fe en Jesucristo, es nuestro deber ocupar nuestro tiempo, nuestro trabajo, nuestro salario, nuestro afecto, nuestra fe, todo lo que ha sido transformado en nosotros.  Al estar en Cristo, tenemos que usar la gracia de Dios que opera en nosotros, para restaurar la relación familiar que alguna vez quizá fuimos responsables de deteriorar, y así entonces, estaremos ya capacitados para ir hacia los demás; es decir, testificar de la obra de Dios en nuestra vida, es un deber que va primeramente DE ADENTRO y entonces HACIA AFUERA.
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    La tercera razón por la que el testimonio de la misericordia de Jesús en nuestras vidas, debe comenzar primero en casa, es:
III.- PORQUE LA FAMILIA DEBE EXPERIMENTAR URGENTEMENTE LA MISERICORDIA DE DIOS.
   El mandato que Jesús dio al gadareno acerca de ir a su casa y a los suyos, incluyó lo siguiente: “y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti” (v. 19cd).   El tema de las conversaciones que este hombre transformado tenía que compartir con los de su casa, no serían temas de otra índole que no sean las grandes cosas que el Señor había hecho con él, y cómo el Señor Jesús había tenido misericordia de él.   Era una total misericordia de Jesucristo hacia este hombre, pues no solamente quería bendecir su voluntad, su cuerpo, su apariencia, y su espiritualidad, sino que quería Jesús extender su misericordia a todos los miembros de su familia que aceptaran su poder transformador.   Pero no se necesita estar endemoniado para que una persona necesite de la misericordia de Jesucristo, pues basta con ser pecador y entonces se necesita de esa misericordia especial.  Es esa misericordia para el pecador que Jesús envió por medio de aquel hombre transformado para el bien de su propia familia.
    Amados hermanos, debemos hacer todo nuestro esfuerzo, con dependencia en el poder del Espíritu Santo de Dios, para testificar a los miembros de nuestra familia, diciéndoles que Jesucristo es la fuente de misericordia, especialmente para la salvación eterna de sus almas, pero también que él es la fuente de misericordia para la transformación de la vida familiar, de los problemas conyugales, de los problemas sociales, de las adicciones, de los pecados, de los pleitos, y de todas las perversiones y depravaciones que pudieran estar alcanzando a nuestros propios seres queridos que están en casa.
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   CONCLUSIÓN: Cada una de nuestras familias debe estar experimentando la misericordia transformadora de Jesucristo, todos los esposos y esposas, hijos e hijas, toda la familia debemos ser la auténtica muestra de la misericordia de Dios para nuestra familia y para las personas a quienes les estaremos compartiendo el evangelio.   Es así como se propaga el mensaje del evangelio: Con las palabras de Dios, y con el testimonio de sus hijos.
3Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño, 4sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones. 1 Tesalonicenses 2.3–4

viernes, 15 de mayo de 2015

La eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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¿QUÉ ESTAMOS TRATANDO DE HACER? : LA META AL ACONSEJAR


¿Es
egoísmo lo que pretendemos hacer ?

He aquí lo que podría ser una conversación típica entre un paciente y un consejero cristiano:

               Sujeto:      Estoy frustrado. Siento como que voy a explotar. Tiene que haber alguna manera de aplacar esto. Si ocurre una cosa más, creo que me vuelvo loco.
               Consejero:      Parece que se siente realmente desesperado.
               Sujeto:      Así es. Aunque soy cristiano y creo en la Biblia, no encuentro la solución. He probado la oración, la confesión, el arrepentimiento, el dar lo que tengo, todo. Tiene que haber alguna respuesta en Dios, pero no la encuentro.
               Consejero:      Comparto su convicción de que el Señor puede traer paz. Pero veamos qué puede estar impidiendo que responda en su caso.

En este punto la acción de aconsejar puede tomar distintos rumbos, según sea la posición teórica del consejero, la naturaleza de su relación con el paciente, y muchos otros factores. Pero cualquiera que sea la dirección que tome, tenemos que pensar cuidadosamente en el fin. ¿Qué es lo que en definitiva pide el paciente? ¿Qué es lo que espera principalmente como resultado del consejo? Al escuchar a muchos pacientes y al considerarme yo mismo cuando estoy luchando con un problema personal, llego a la conclusión de que el objetivo general que se desea con tanta desesperación es fundamentalmente egocéntrico: «Quiero sentirme bien…» «Quiero ser feliz…»

Ahora bien, nada hay de malo en querer ser feliz. Sin embargo, una preocupación obsesiva por «mi felicidad» a menudo puede nublar la visión del camino bíblico hacia un gozo profundo y perdurable. El Señor dice que hay gozo eterno para nosotros a su derecha. Si queremos gozar de esa dicha, tenemos que aprender lo que significa estar a la derecha de Dios. Pablo nos dice que Cristo ha sido exaltado hasta la diestra de Dios (Ef 1:20). De ello resulta que cuanto más permanezcamos en Cristo, más disfrutaremos de la dicha disponible por la relación con Dios. Si quiero experimentar la verdadera felicidad, debo desear por sobre todas las cosas vivir en sujeción a la voluntad del Padre como lo hizo Cristo mismo.

Muchos de nosotros damos prioridad no al hacernos semejantes a Cristo en medio de nuestros problemas sino al hallazgo de la felicidad. Quiero ser feliz, pero la paradójica verdad es que nunca voy a ser feliz si mi primera preocupación es ser feliz. Mi meta principal deberá ser siempre responder bíblicamente en cualquier circunstancia; poner primero al Señor; buscar actuar como él quiere que lo hagamos. La maravillosa verdad es que si dedicamos todas nuestras energías a la tarea de llegar a ser lo que Cristo quiere que seamos, él nos llenará de un gozo indecible y de una paz que sobrepasa con mucho a la que el mundo ofrece. Por un acto de la voluntad, debo rechazar con firmeza y convicción la meta de ser feliz y adoptar la de llegar a ser más como el Señor. El resultado será mi felicidad a medida que vaya aprendiendo a morar a la diestra de Dios y en relación con Cristo. El énfasis moderno en la integridad personal, el potencial humano, y la libertad de ser uno mismo nos ha alejado silenciosamente de la ardiente preocupación por llegar a ser más como el Señor, y hemos sucumbido al interés más primario de la realización personal, el cual —se nos promete— nos conducirá a la felicidad.

Véanse los títulos de muchos libros cristianos actuales: El secreto cristiano de una vida feliz; Sé todo lo que puedas ser; Lo que estamos destinados a ser; La mujer completa; La mujer satisfecha. Muchos contienen conceptos excelentes y verdaderamente bíblicos; pero el mensaje, ya sea explícito o implícito, a menudo está orientado más a la preocupación por la autoexpresión que al interés de conformarnos a la imagen de Cristo. Sin embargo, la Biblia enseña que si permanecemos obedientes en la verdad a fin de llegar a ser más como Dios y así darlo a conocer, la consecuencia será a su tiempo nuestra felicidad. Pero la meta de la vida cristiana, como así también la del don cristiano de aconsejar, no es la felicidad individual. Tratar de encontrar la felicidad es como tratar de dormir. Cuanto más nos afanamos y tratamos desesperadamente de dormirnos, menos lo logramos.

Pablo dijo que su meta no era llegar a ser feliz sino agradar a Dios en todo momento. ¡Qué idea más revolucionaria! Cuando conduzco mi coche camino al trabajo y alguien me obstruye el paso, cuando mis hijos se portan mal durante el culto, cuando se descompone el lavarropas… ¡mi primera responsabilidad es agradar a Dios! En Hebreos 13:15, 16 se nos dice que los creyentes-sacerdotes (todos los somos) tienen una doble función: (1) ofrecer el sacrificio de adoración a Dios y (2) ofrecer el sacrificio del servicio a otros. Si quiero agradar a Dios en todo momento, debo tener como preocupación central la adoración y el servicio. Pienso que una verdad que se ha descuidado en la mayoría de los intentos de aconsejar es la siguiente: la razón bíblica básica para querer resolver un problema personal debiera ser querer entrar en una relación más profunda con Dios, para agradarle con más eficacia mediante la adoración y el servicio.

Se nos proveerá de beneficios y recompensas personales en abundancia. Pablo se sentía muy fortalecido en medio de sus aflicciones por la perspectiva del cielo. Miraba hacia adelante, al maravilloso descanso y al gozo imperturbable que está disfrutando en este momento. Yo imagino que ha venido pasando un tiempo maravilloso durante estos últimos 1900 años, conociendo mejor al Señor y gozando de conversaciones con Pedro, Lutero, y mis abuelos entre otros. Disfruta de un gozo supremo. Pero la felicidad personal debe considerarse un subproducto, no la meta principal. Debo glorificar a Dios, y al hacerlo, voy a disfrutar de él. No necesito leer el Catecismo para saber que debo glorificar a Dios para disfrutar de él. Como meta, la felicidad será siempre imposible de alcanzar cualquiera que sea nuestra estrategia. Pero la felicidad como consecuencia está maravillosamente a disposición de aquellos cuya meta es agradar a Dios en todo momento.

La próxima vez que luche con algún problema personal (tal vez lo está haciendo en este momento), pregúntese a sí mismo: «¿Por qué quiero solucionar este problema?» Si la respuesta sincera es: «Para poder ser feliz», está a kilómetros de distancia de la respuesta bíblica. ¿Qué puede hacer entonces? Adoptar una meta diferente por un acto de la voluntad consciente, definitivo, y completamente decisivo: «Quiero resolver este problema de una manera que me haga más como el Señor. Entonces podré adorar a Dios con más plenitud, y servirle con más eficacia.» Escríbalo en una tarjeta, y léalo cada hora. Afírmelo regularmente aunque al comienzo le parezca artificial y mecánico. Ore para que Dios lo confirme en su interior a medida que continúa afirmándolo por un acto de la voluntad. Ponga su meta en práctica en formas concretas. Comience a alabar al Señor dándole gracias por aquello que más lo aflige, y busque formas creativas para comenzar a servirle.

Los consejeros cristianos debieran estar atentos a la profundidad del egoísmo que reside en la naturaleza humana. Es terriblemente fácil ayudar a una persona a pretender una meta no bíblica. Es nuestra responsabilidad como miembros compañeros del mismo cuerpo, exhortar y recordar continuamente unos a otros cuál es la meta de un verdadero acto de aconsejar liberar a la gente para que pueda servir y adorar mejor a Dios, ayudándolos para que lleguen a ser más como el Señor. En una palabra, la meta es la madurez.

Madurez espiritual y psicológica

Pablo escribió en Colosenses 1:28 que su trato (¿aconsejando?) con la gente estaba destinado a promover la madurez cristiana. Solamente el creyente que está madurando está entrando con más profundidad en el propósito fundamental de su vida, a saber, el servicio y la adoración. En consecuencia, el consejero bíblico debe adoptar como su estrategia principal la promoción de la madurez espiritual y psicológica. Cuando hablamos con otros creyentes, debemos siempre tener presente el propósito de ayudarles a madurar a fin de que puedan agradar mejor a Dios.

La madurez envuelve dos elementos: (1) obediencia inmediata en situaciones específicas y (2) crecimiento a largo plazo del carácter. Para comprender lo que quiero significar por madurez y para ver cómo estos dos elementos contribuyen a su desarrollo, debemos primero captar el punto de partida bíblico en nuestra búsqueda de la madurez. Nada es más crucial para una vida cristiana efectiva que una clara conciencia de sus fundamentos. La experiencia cristiana comienza con la justificación, el acto por el cual Dios me declara aceptable. Si quiero llegar a ser psicológicamente sano y espiritualmente maduro, debo comprender claramente que mi aceptación por parte de Dios no se basa en mi conducta sino más bien en la conducta de Jesús (Tit 3 s.). Él fue (y es) perfecto. Como nunca pecó, no merecía morir. Pero fue a la cruz voluntariamente. Su muerte fue el castigo que merecía mi pecado. En su amor, Jesús proveyó para un intercambio. Cuando yo le doy mis pecados, Él paga por ellos para perdonarme con justicia y después me da el regalo de su justificación. Dios me declara justo a base de lo que Jesús ha hecho por mí. Soy declarado justo. Soy justificado. No es un don que Dios pone en mí (sigo siendo pecador), sino que Él declara que ahora me pertenece. No puedo perderlo. Soy aceptado como soy porque mi aceptación no tiene nada que ver con la forma en que soy o que era ayer, o que seré mañana. Depende únicamente de la perfección de Jesús.

Este punto no debe ser relegado al reino árido de la teología. Es un punto que está en el centro de todo crecimiento cristiano; sin embargo, muchos de los que entienden la doctrina de la expiación sustitutiva no ven su tremenda aplicación práctica a la vida. Toda nuestra motivación para todas nuestras conductas depende de esta doctrina. Los esfuerzos para agradar a Dios viviendo como debiéramos y resistiendo la tentación están muy a menudo motivados por la presión. Tenemos un vago sentimiento de pavorosa compulsión que nos incita a obedecer. Entonces obedecemos bajo la amenaza de algún presentimiento. ¿Tenemos miedo de la ira de Dios? «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.» ¿Estamos preocupados por si seremos o no aceptados? Nuestra aceptación depende de la obra expiatoria de Cristo. ¿Tal vez tememos perder su amor? «¿Quién acusará a los escogidos de Dios?» Nada «nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro». Porque nos preocupamos por todas estas cosas y no creemos verdaderamente en las Escrituras, tendemos a mirar a otros cristianos para confirmar nuestra aceptación. Su aprobación se vuelve sumamente importante, de modo que tratamos de agradarlos para ganar su aprobación. En ese momento comenzamos a sentir la presión para estar a la altura de ellos. No satisfacemos las expectativas que creemos ellos tienen de nosotros. Nos sentimos culpables y los evitamos o los engañamos. Se rompe el compañerismo. Cuando hacemos lo mejor que podemos y ellos muestran desaprobación o no alaban nuestros esfuerzos, nos ofendemos con ellos.

De manera que mucha de nuestra actividad cristiana está motivada por un deseo personal de ganar la aprobación de alguien y con ello ser aceptables. Todo el dolor y los problemas que resultan de esa clase de motivación son innecesarios gracias a la doctrina de la justificación por la fe. Ya he sido aceptado. No necesito de la aprobación de nadie. Dios ha declarado que estoy bien. Cuando llego a entender eso, aunque sea débilmente, mi respuesta inevitable es: «Gracias, Señor… quiero agradarte.» Pablo dijo que estaba constreñido no por la presión de ser aceptado sino más bien por el insondable amor de Cristo (2 Co 5:14). Su motivación fundamental era el amor. Quería agradar a Dios y servir a los hombres, no para ser aceptado sino porque ya era aceptado. La base de toda la vida cristiana, pues, es una adecuada comprensión de la justificación.

Algún día seré glorificado. Estaré en el cielo. En ese momento serán quitadas todas mis imperfecciones. Lo que Dios ha declarado como verdad, que soy totalmente aceptable, él mismo lo hará verdad un día en mi estado consciente: seré completamente libre de todos los deseos, pensamientos, y actitudes pecaminosos. Hasta ese momento (que generalmente llamamos glorificación), Dios está en el proceso de santificarme, de purificarme, de ayudarme lentamente a ser más como él ha declarado que ya soy. Me ha asegurado la posición en la aceptabilidad. Ahora me indica que debo ir creciendo hasta esa posición, para actuar en forma cada vez más aceptable. La motivación para poder hacerlo es el amor. Me ha dado el Espíritu Santo, quien me indica cómo debo vivir y me capacita para vivir de esa manera. Por ser justificado, tengo asegurada la glorificación. Voy a manifestar el carácter de Dios cuando lo vea, porque entonces seré como él. Pero Dios me ha dicho que durante el tiempo entre mi justificación y glorificación debo andar por el camino de la obediencia. La madurez cristiana envuelve llegar a ser cada vez más como el Señor Jesús a través de una creciente obediencia a la voluntad del Padre. Permítaseme hacer un esquema de lo que hasta ahora he dicho:
http://claudioxplabibliadice.blogspot.com/2015/05/por-esta-causa-doblo-mis-rodillas-ante.html


Todo aquel que es justificado algún día será glorificado. Nuestra justificación (pasado) y glorificación (futuro) dependen enteramente de Dios. Pero en el ínterin todos tenemos mucho problema con la obediencia. Nos salimos fácilmente del camino de la rectitud, y no siempre seguimos modelos bíblicos para nuestra conducta. El consejero cristiano se preocupa de si el paciente está respondiendo en forma obediente o no en cualquier circunstancia que esté pasando. Muchas veces en el acto de aconsejar se pondrá de manifiesto que el sujeto no está respondiendo de manera bíblica a su circunstancia problemática. Puede encontrarse bajo una terrible presión; tal vez hay una historia que hace perfectamente comprensible y natural su conducta y podemos sentir profunda compasión hacia él por esos problemas. Sin embargo, debemos insistir en que, a pesar de la circunstancia o trasfondo, la fidelidad de Dios nos asegura que el paciente tiene todos los recursos que necesita para aprender a obrar bíblicamente en su situación actual. Dios nunca permitirá que una situación en la vida de un creyente llegue a tal punto que le impida responder en forma bíblica. Tal como yo entiendo la realidad de «Cristo en mí» a través de su Espíritu, nunca puedo decir: «Pero no puedo obrar como Dios quiere que lo haga. Las circunstancias son demasiado difíciles.» El consejero deberá ayudar a su paciente a entrar en el camino de la obediencia. Yo le llamo a eso la meta de ENTRAR. Agregando la meta de ENTRAR a nuestro esquema, resulta como sigue:




Mucho de la operación de aconsejar equivale a quitar obstáculos tales como «No puedo», «No voy a», «No sé cómo manejar esto». A menudo el problema del sujeto son tentaciones ante las cuales sucumbe. Estas requieren más que una exhortación como «Haga de la manera que Dios ordena». Más adelante consideraremos métodos específicos para resistir la tentación, que dependen de recursos tanto psicológicos como espirituales. Cualquiera que sea el enfoque, la meta es ayudar al paciente a responder bíblicamente ante la circunstancia problemática, a ENTRAR.

Sin embargo, la obediencia es sólo una parte de la meta. Un cristiano debe hacer algo más que cambiar su conducta. Debe cambiar su actitud, sus deseos deben acomodarse lentamente al plan de Dios, debe manifestar un nuevo estilo de vida que represente más que una suma de respuestas obedientes. El cambio debe ser no solamente obediencia externa sino también renovación interior: una manera renovada de pensar y percibir, un conjunto de metas cambiadas, una personalidad transformada. A este segundo objetivo más amplio lo llamo la meta de SUBIR. La gente necesita no solamente ENTRAR sino también SUBIR.
                                                                                    


 

Pablo habla de cristianos inmaduros que realmente no asimilan de una manera práctica para cada momento la realidad del señorío de Cristo. Viven de una manera que no es notoriamente diferente de los no creyentes. Pelean, se irritan con facilidad, expresan celos y resentimientos, no se llevan bien unos con otros. Los maduros (más bien aquellos que están creciendo en madurez) son los que entienden verdaderamente en qué consiste la vida cristiana. En sus corazones no tienen otro deseo mayor que adorar y servir a Cristo. Comprenden cuál es la meta fundamental de la vida cristiana. Tropiezan y caen, pero se arrepienten rápidamente, se ponen de pie, y siguen andando.

Gene Getz ha escrito un valioso libro titulado The Measure of a Man [La medida del hombre] cuyo contenido representa esencialmente una definición operante de la madurez cristiana. Cuando Pablo indicó a Timoteo y a Tito que buscaran hombres para asumir posiciones de dirección les dijo que se fijaran en ciertas características que en su conjunto reflejan madurez. Getz enumera veinte medidas de madurez y considera brevemente lo que cada una de ellas envuelve, y sugiere muchas ideas prácticas sobre cómo desarrollarlas. Estas descripciones son útiles para un consejero como una guía para promover y evaluar la madurez. En capítulos posteriores trataremos a fondo la idea de que, para desarrollar madurez —de la calidad que puede afrontar tormentas difíciles— es necesario identificar y cambiar directamente ciertas partes cruciales del sistema de creencias del paciente. El cambio de conducta (la meta de ENTRAR) es un prerrequisito necesario para la madurez, pero si se quiere desarrollar una madurez cristiana estable hay que llegar a cambios más fundamentales en las ideas del sujeto acerca de lo que satisface necesidades básicas como las relativas a la estima, la importancia, y la seguridad personal.

Hay que tener en cuenta que las metas de ENTRAR Y SUBIR son radicalmente diferentes de las que generalmente establecen los consejeros seculares. Ullman y Krasner, dos conocidos psicólogos behavioristas, han definido al humanismo como «cualquier sistema o forma de pensamiento o acción en que predominan los intereses, los valores, y la dignidad humanos». La mayoría de las teorías psicológicas explícita o implícitamente aceptan la doctrina humanista como la base de su pensamiento. Un sistema en que «predominan los intereses, los valores y la dignidad humanos» está abiertamente centrado en el hombre, dejando fuera la dirección sagrada de un Dios objetivo y personal. Si, a juicio del terapeuta, los intereses humanos entran en conflicto con los mandatos bíblicos, las Escrituras se dejan tranquilamente de lado en favor de la meta más elevada. Para la persona secular (y, como vimos antes, muchas veces también para el cristiano) la felicidad del paciente es lo fundamental. Todo aquello que promueva un sentido de bienestar se considera valioso. Lazarus, en un libro en general excelente y provechoso, adopta como su sistema de valores un único precepto moral que muchos secularistas adoptarían con gusto: «Usted tiene el derecho de hacer, sentir, y pensar lo que se le antoje, a condición de que nadie resulta lastimado en el proceso». De acuerdo con este precepto, las ideas sobre moralidad se pueden establecer fácilmente sin tener en cuenta en absoluto el carácter y la ley revelada de Dios. Sin embargo, digamos brevemente que los terapeutas seculares sensatos no tratan necesariamente de cambiar el sistema de valores de una persona para que adopte el de ellos, y pueden ser de verdadera ayuda al tratar a creyentes, siempre que las metas de su terapia coincidan, o al menos no entren en conflicto en determinado momento, con la meta general de ENTRAR Y SUBIR.

Debe aclararse, sin embargo, que la psicología secular opera partiendo de un conjunto de presupuestos radicalmente diferentes de los que el cristianismo enfatiza, y las metas para un paciente particular pueden resultar afectadas por esas diferencias. Por ejemplo, un acuerdo matrimonial que contradiga la enseñanza de la Biblia sobre los papeles del esposo y la esposa podrá satisfacer al paciente secular pero no al cristiano. Tal acuerdo no viola la preocupación humana limitada por los intereses, los valores, o la dignidad personales, y ciertamente no daña a otras personas. Pero la meta de ENTRAR al esquema bíblico no se ha logrado y la de SUBIR hacia una actitud como la de Cristo en su sumisión a la voluntad del Padre no se ha tenido en cuenta en ningún momento (y en la mayoría de los casos se la consideraría risiblemente irrelevante).


Resumen

La meta del acto bíblico de aconsejar es promover la madurez cristiana, ayudar a las personas a entrar a una experiencia más rica de adoración y a una vida de servicio más eficaz. En términos generales, la madurez cristiana se desarrolla (1) al encarar circunstancias problemáticas inmediatas en una forma consecuente con la Biblia: ENTRAR; Y (2) al desarrollar un carácter interior que esté de acuerdo con el carácter (actitudes, creencias, propósitos) de Cristo: SUBIR.

 
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