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viernes, 25 de octubre de 2019

¿Puede un hombre divorciarse de su esposa por cualquier razón?

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6

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El divorcio

Mateo 19

3 Algunos de los fariseos llegaron para tenderle una trampa. Entonces le preguntaron: 

—¿Puede un hombre divorciarse de su esposa por cualquier razón? 

4 Jesús les respondió: 

—¿No recuerdan lo que dice la Biblia? En ella está escrito que, desde el principio, Dios hizo al hombre y a la mujer para que vivieran juntos. 5 Por eso Dios dijo: “El hombre tiene que dejar a su padre y a su madre, para casarse y vivir con su esposa. Los dos vivirán como si fueran una sola persona.” 6 De esta manera, los que se casan ya no viven como dos personas separadas, sino como si fueran una sola. Por tanto, si Dios ha unido a un hombre y a una mujer, nadie debe separarlos. 

7 Los fariseos le preguntaron: 

—Entonces, ¿por qué Moisés nos dejó una ley, que dice que el hombre puede separarse de su esposa dándole un certificado de divorcio? 

8 Jesús les respondió: 

—Moisés les permitió divorciarse porque ustedes son muy tercos y no quieren obedecer a Dios. Pero Dios, desde un principio, nunca ha querido que el hombre se separe de su esposa. 9 Y yo les digo que, si su esposa no ha cometido ningún pecado sexual, ustedes no deben divorciarse de ella ni casarse con otra mujer. Porque si lo hacen, serán castigados por ser infieles en el matrimonio. 

10 Los discípulos le dijeron a Jesús: 

—Si eso pasa entre el esposo y la esposa, lo mejor sería no casarse. 

11 Jesús les contestó: 

—Esta enseñanza sólo la entienden las personas a quienes Dios les da como regalo el no casarse. 12 Es cierto que algunos no pueden casarse porque, desde antes de nacer, tienen algo que se lo impide. Otros no pueden casarse porque alguien les ha dañado el cuerpo. Pero también hay personas que no se casan, para dedicarse a trabajar solamente para el reino de Dios. Por eso, esta enseñanza es sólo para quienes decidan vivir así. 
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Aquí tenemos la norma de Cristo en cuanto al divorcio, declarada, como otras disposiciones suyas, con ocasión de una disputa con los fariseos.

I. El caso que le proponen los fariseos: 
¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? (v. 3). Con esta pregunta, querían ponerle a prueba, no recibir instrucción de Él. Si se manifestaba en contra del divorcio, se aprovecharían de ello para soliviantar contra Él a la gente, pues verían en Él a un rabí demasiado estricto, que quería menoscabarles las libertades de que disfrutaban; además, le tendrían por enemigo de la ley de Moisés, que les había concedido esta libertad. Si decía que era lícito, podían alegar que su doctrina carecía de la perfecta pureza que había de esperarse de labios del Mesías, pues, aunque los divorcios eran tolerados, los grupos más puritanos los consideraban como de mala reputación. La pregunta era acerca de la licitud del divorcio por cualquier causa, conforme interpretaba la escuela de Hillel la frase «cosa vergonzosa» (lit. asunto de desnudez) de Deuteronomio 24:1, en contra de la escuela de Shammay, que la limitaba al adulterio. La escuela de Hillel había ganado mucha popularidad, por la sencilla razón de que los hombres somos inclinados a interpretar la Palabra de Dios del modo que más nos conviene. Esto ocurre con todo sistema teológico preconcebido, por muy «fundamentalista» que parezca. Se construye, o se sigue, un sistema, y luego se rellena con textos sacados del contexto general de la Biblia, por mucho que haya de estrecharse la Palabra de Dios en este lecho de Procusto. No cabe otra Teología Sistemática que la sacada del estudio, minucioso y sin prejuicios, de toda la Biblia, como un cuerpo doctrinal en que las piezas se encajan y conjuntan de dentro a fuera, no viceversa.

II. Respuesta de Cristo a esta pregunta. Aunque le habían hecho una pregunta muy restringida, y para tentarle, Cristo da sobre el tema una instrucción completa, enseña la indisolubilidad del matrimonio, y apela a su institución divina. La enseñanza de Cristo recalca tres aspectos:

1. La creación del hombre completo, dividido en varón y hembra, para que así fuese imagen de Dios (Gn. 1:27) en quien se hallan infinitamente equilibrados los dos polos predominantes en la masculinidad y femineidad respectivamente: cabeza y corazón, pensamiento y sentimiento, deducción e intuición: ¿No habéis leído que el que los creó al principio, varón y hembra los hizo? (v. 4). Dios creó un hombre y le dio una mujer; y formó (lit. construyó; Gn. 2:22) una mujer para aquel hombre único. De modo que Adán no podía divorciarse de Eva y tomar otra mujer, porque no había otra; y lo mismo hemos de decir de Eva respecto a Adán. Para mejor indicar esto, Dios había formado a Eva de una costilla de Adán, de modo que repudiarla equivalía a desunirse de una parte de sí mismo, salida de junto al corazón.

2. La ley fundamental del matrimonio, que es: Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer (v. 5). El vínculo que une al hombre con su mujer es más fuerte que el que le une con sus padres; ahora bien si la relación filial no debe ser violada, mucho menos puede serlo la relación conyugal. ¿Puede un hijo abandonar a sus padres o un padre a sus hijos? ¡No!; sólo tiene que poner por encima de esta relación el seguimiento de Cristo (10:37).

3. La naturaleza del contrato matrimonial: Y los dos vendrán a ser una sola carne (v. 6); es decir, como una sola persona (v. Ef. 5:28 y ss.). Los hijos son como prolongación de los padres, pero la esposa es parte del varón. Al ser la unión conyugal más fuerte que la de los hijos con los padres, es equivalente a la de un miembro con otro en el mismo cuerpo natural. De aquí infiere el Señor: Por tanto, lo que Dios juntó (lit. unció con un mismo yugo), no lo separe el hombre (v. 6b). Dios mismo instituyó la relación entre marido y mujer. Y, aunque el matrimonio no sea institución exclusiva de la Iglesia, sino que incluye a todo el mundo, adquiere un carácter peculiar entre los creyentes y debe ser llevado de una manera santa y santificado por la Palabra de Dios y la oración (v. 1 P. 3:1–7). El andar continuamente en la presencia de Dios ejercerá eficaz influencia en el cumplimiento de los deberes conyugales y, en consecuencia, sobre la misma relación conyugal. Si la unión ha sido hecha por Dios, no va a deshacerse por obra del hombre.

III. Objeción de los fariseos contra esta enseñanza: Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? (v. 7). Cristo había citado la Escritura para razonar contra el divorcio; ellos apelan a la misma Escritura en defensa del divorcio. Las aparentes contradicciones que hay en la Palabra de Dios son piedra de tropiezo para los que la tuercen para su propia perdición (2 P. 3:16).

IV. Contestación de Cristo a esta objeción.

1. Rectifica la torcedura que los fariseos habían introducido en la Ley; la ley no mandaba repudiar a la mujer, sino que sólo lo permitía (en sentido de tolerancia, no de aprobación), y mandaba que, en tal caso, se le diera a la mujer un documento formal. Por tanto, los fariseos estaban torciendo las Escrituras.

2. Da la causa que motivó tal permisión o tolerancia: Por la dureza de vuestro corazón (v. 8). No fue porque tal tolerancia fuese en sí una cosa conveniente, sino porque el corazón de los israelitas se había endurecido contra Dios y contra el prójimo, como lo declaró tantas veces Dios por medio del mismo Moisés. No hay mayor dureza en las relaciones de este mundo que la dureza de corazón de un hombre hacia su propia mujer. Los israelitas se habían hecho famosos por esta dureza y, por eso, se les había permitido el repudio; del mal, el menor. También en esto, el Evangelio de Cristo puede sanar el corazón endurecido que la Ley no podía ablandar, ya que por la Ley es el conocimiento del pecado (Ro. 3:20), pero por la gracia es la conquista del pecado (Ro. 8:2–3, 37).

3. Apela a la institución original del matrimonio: Pero no fue así desde el principio. Las corrupciones que se introducen en todo lo que ha sido instituido por Dios, sólo tienen remedio al recurrir a la forma que en un principio configuró y dio vida a tal institución. Si una copia de algo resulta defectuosa, debe examinarse y corregirse a la luz del original.

4. Declara la norma correcta para el caso primeramente propuesto: Yo os digo (v. 9), es un pronunciamiento de divina autoridad, conforme a lo que ya había dicho en 5:32. En ambos casos, niega Cristo que haya causa alguna para romper el vínculo matrimonial. La aparente excepción parentética, salvo por causa de fornicación, que tanta tinta ha hecho derramar, no autoriza el divorcio vincular, porque:

(A) No se trata de adulterio. Tanto aquí como en 5:32, el griego no dice moikheia = adulterio, sino pornéia = impureza sexual. Por influencia del Derecho Romano (frangenti fidem, fides frangatur eidem = el que quebranta la fe conyugal merece que se le quebrante a él), hubo escritores eclesiásticos de los primeros siglos (por ej. Ireneo de Lyon) que admitieron el adulterio como causa del divorcio vincular, pero los mismos rabinos conceden que Jesús tuvo como totalmente indisoluble el matrimonio, como lo tenían los esenios y los samaritanos. El que se haya admitido el divorcio en algunas denominaciones protestantes, por causa de adulterio de uno de los cónyuges, se debe a una incorrecta exégesis del texto sagrado. La Iglesia de Roma nunca ha admitido causa alguna para el divorcio vincular dentro de un matrimonio rato (entre cristianos, o con dispensa si una de las partes no es cristiana) y consumado, aunque establece—sin base bíblica—, la posibilidad de disolver el matrimonio rato no consumado, y concede al Papa el poder de establecer impedimentos dirimentes (invalidantes) del matrimonio. Los ignorantes del sistema romano—la inmensa mayoría en todas las denominaciones, incluidos los católicos mismos—, piensan que el Papa concede divorcios vinculares en algunos casos, cuando lo que hace es declarar la nulidad inicial del contrato matrimonial, de acuerdo con los impedimentos que figuran en el Código de Derecho Canónico.

(B) La palabra porneia, en este contexto (como en 5:32), sólo admite dos sentidos posibles: 

(a) infidelidad durante el período del desposorio antes de la formalización del matrimonio (v. 1:18–19); 
(b) unión ilegítima, según los casos de parentesco próximo en grado prohibido por la Ley (comp. 1 Co. 5:1, según la opinión más probable).

(C) Al proclamar Jesús una norma mucho más estricta, no sólo en comparación con la escuela de Hillel, sino también con la de Shammay los discípulos se sintieron desconcertados (v. 10), lo que no hubiese sucedido en caso de admitir el adulterio como causa de repudio, según la escuela de Shammay. Si se implica o no la rotura del vínculo conyugal en 1 Corintios 7:12–16, se tratará en su lugar. Desde luego, no significa la «deserción» en el sentido que la entiende la Iglesia Anglicana.

(D) La regla general establecida por Jesús, una vez explicada la frase parentética, comporta la siguiente conclusión: Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la repudiada comete adulterio (v. 9). Esta es la respuesta directa a la pregunta que le hicieron al principio. No habría ocasión alguna para hablar de divorcio, si los cónyuges estuviesen dispuestos a soportarse y perdonarse mutuamente con amor (Ef. 4:2), como quienes han sido, y son, soportados y perdonados por Dios. Si los esposos amasen a sus esposas, y las esposas fuesen sumisas y respetuosas con sus maridos (Ef. 5:22 y ss.), y conviviesen como coherederos de la gracia de la vida (1 P. 3:7), no habría que pensar en separarse de ningún modo el uno del otro.

V. Ante la declaración de Jesús los discípulos reaccionan del modo siguiente: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse (v. 10). Parece ser que ellos mismos se resintieron de la norma tan estricta que Jesús había establecido, y pensaban que, si se cerraba esta puerta libre, mejor era no encerrarse de por vida en el matrimonio. 
El corazón humano, engañoso y perverso, busca la propia conveniencia y aborrece la restricción del yugo. El hombre piensa hallar la felicidad en la completa libertad, sin percatarse de que la única esclavitud verdadera es la del pecado (Jn. 8:32, 34; Ro. 6:15–23). Somos, por naturaleza, seres egocéntricos y pensamos que la culpa de nuestra desdicha la tienen otros en este caso, el cónyuge. Pero si tuviésemos la mentalidad de Jesús no pondríamos la mira en nuestro propio interés, sino antes en el del cónyuge (Fil. 2:3–5); si somos verdaderos discípulos de Cristo dependeremos de Él, de Su persona, de Su obra y de la suficiencia de Su gracia para remontar las dificultades de la vida conyugal, y aprenderemos a sobrellevar los unos las cargas de los otros (Gá. 6:2). Así como las piedras esquinadas se redondean en el álveo del río al impulso de la corriente que las pule y lima en el mutuo contacto, así también los cónyuges creyentes, en vez de endurecerse mutuamente en el trato constante moldearán y templarán su propio carácter en el ejercicio de los frutos del Espíritu Santo. Si hay tormentas, traerán agua fertilizante y oxígeno desinfectante, pero no granizo destructor. Si ser cónyuges significa estar unidos al mismo yugo, cuanto más ajustado sea el yugo, y acompasado el paso, tanto más fácil será la marcha. Amor y mansedumbre son los lubricantes de esa complicada máquina del matrimonio.

VI. Respuesta de Jesús a la sugerencia de los desalentados discípulos (vv. 11–12). Jesús admite que el no casarse es aceptable en algunos casos, pero no todos tienen capacidad para poner en práctica esa máxima («no conviene casarse», del v. 10), sino aquellos a quienes ha sido dado (v. 11). El celibato es un don (1 Co. 7:7 y 9, dentro del contexto de todo el capítulo), el imponerlo es cosa prohibida por la Palabra de Dios (v. 1 Ti. 4:3; He. 13:4) y un lazo de perdición para los inexpertos que lo admiten con voto—sin el don—, cuando mejor es casarse que estarse quemando (1 Co. 7:9). 

A continuación, Jesús expresa tres clases de incapacidad para contraer matrimonio:

(A) Los que han nacido destituidos de órganos sexuales: que nacieron así (eunucos) del vientre de su madre. Estos deben permanecer célibes, sometiéndose humildemente a los inescrutables, pero siempre amorosos, designios de la providencia divina.

(B) Los que sufrieron amputación a manos de los hombres; se supone que se trata de una acción criminal, pero entra igualmente dentro de los decretos permisivos de Dios, a los que hay que someterse.

(C) Los que sin amputación física (Orígenes lo entendió literalmente y se hizo castrar en su juventud), han recibido de Dios el don de la continencia y se dedican totalmente al servicio del Señor (1 Co. 7:32) y a la extensión del Evangelio: por causa del reino de los cielos. Broadus resume admirablemente: «No es cuestión de un estado más o menos santo, sino de mayor o menor utilidad en la promoción del reino de los cielos». Sólo por esta causa, puede elegirse el celibato como «algo mejor».

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miércoles, 22 de noviembre de 2017

Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla.

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6





El espíritu inmundo que vuelve
(Mt. 12.43–45)

43 Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. 
44 Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. 
45 Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación. 

El sindrome de Ekbom

En 1896 Perrin describió este síndrome en tres pacientes llamándolo neurodermatitis parasitofobica, pero fue en 1938 cuando Karl Axel Ekbom un neurólogo, estructura sus causas, patogenia y pronostico, por lo cual lleva el nombre de Síndrome de Ekbom.
Este síndrome es una psicosis de ansiedad y rascado que el paciente experimenta por una supuesta parasitosis, donde aseguran que están infestados de ácaros, liendres, pulgas, vermes intestinales, entre otras. Se han descrito tres tipos:
- ECTOPARASITARIA: sienten los parásitos en la piel.

- ENDOPARASITARIA: sientes los parásitos en los órganos internos.
- MIXTA.

Los pacientes se presentan en el medico con lesiones de rascado, prurito y fobia a los parásitos, debe hacerse un diagnóstico diferencial antes de etiquetar al paciente en este síndrome. Lo podemos clasificar en:
SINDROME PRIMARIO se presenta como una psicosis hipocondríaca monosintomática que se manifiesta como un delirio monotemático fijo, en ausencia de esquizofrenia, trastorno afectivo primario o trastorno mental orgánico con personalidad conservada y sin deterioro psicótico.
SINDROME SECUNDARIO: se relaciona con diferentes enfermedades como son la esclerosis multiple, trastornos neurodegenerativos, Parkinson, demencia vascular, accidentes cerebrovasculares, traumatismos, tumores o infecciones del SNC, HIV, tuberculosis sistémica, diabetes mellitus, neuropatías periféricas, cáncer linfático, lupus eritematoso, artropatías severas, hiperbilirrubinemia, insuficiencia cardiaca congestiva, intoxicaciones a fármacos, adicciones al alcohol, cocaína, anfetaminas, etc., y diversos trastornos psiquiátricos.
Es un problema muy frustrante para la dermatología, ya que el paciente no tiene ningún problema médico. Por lo que el dermatólogo debe enviar al paciente con un psiquiatra para confirmar el diagnóstico, clasificar las causas, prevenir el daño y dar un tratamiento y seguimiento adecuado.
También pueden utilizarse medicamentos como la Pimozida, antipsicóticos, antidepresivos o inhibidores.
¿Cuál es la receta para la salud mental y el bienestar? San Agustín lo expresó así: «Mi alma no tiene descanso hasta que reposa en ti.» La Biblia es el libro fuente sobre esta cuestión. El principiante encontrará la mejor receta para la paz en el Evangelio de Juan, capítulo 3, versículos 1 al 21, y la mejor instrucción para mantener la paz mental en Filipenses capítulo 4, versículos 4 al 9.
El planteamiento defendido en la obra The Psychological Way/The Spiritual Way, por el doctor y la señora Bobgan es triple:
Hablar/escuchar
Confesión/aceptación
Reflexión/comprensión
“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos ni en silla de escarnecedores se ha sentado, antes en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Y será como árbol plantado junto a arroyos de agua que da su fruto a su tiempo, y su hoja no cae”.
(Salmos 1:1–2)


      •      “¿Quién está calificado para ser un buen consejero bíblico?”

         —El cristiano que tiene una relación personal con Dios, que está comprometido profundamente con Jesucristo y que vive bajo la dirección del Espíritu Santo está calificado para consolar y animar a los demás.
         —La persona que ha buscado y recibido personalmente el consuelo divino

      “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”. (2 Corintios 1:3–4)

         —La persona que ama a Cristo y se preocupa por las necesidades espirituales de los demás

      “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. (Gálatas 6:2)

         —La persona que debido a su estudio cotidiano de la palabra de Dios puede manejar la verdad con exactitud

      “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad. (2 Timoteo 2:15)

         —La persona que ha sido llamada por Dios para aconsejar a otros

      “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará”. (1 Tesalonicenses 5:24)

      •      “¿Cuál es la principal responsabilidad del consejero bíblico?”

         —Para que la consejería sea efectiva en verdad, el consejero debe tener una relación sincera con Jesucristo, compañerismo con él y buscar la voluntad de Dios a través de su palabra.


      “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”. (Juan 15:5)



 “¿Quién está calificado para ser un buen consejero bíblico?”
         —El cristiano que tiene una relación personal con Dios, que está comprometido profundamente con Jesucristo y que vive bajo la dirección del Espíritu Santo está calificado para consolar y animar a los demás.         —La persona que ha buscado y recibido personalmente el consuelo divino
      “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”. (2 Corintios 1:3–4)
         —La persona que ama a Cristo y se preocupa por las necesidades espirituales de los demás
      “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. (Gálatas 6:2)
         —La persona que debido a su estudio cotidiano de la palabra de Dios puede manejar la verdad con exactitud
      “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad. (2 Timoteo 2:15)
         —La persona que ha sido llamada por Dios para aconsejar a otros
      “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará”. (1 Tesalonicenses 5:24)
      •      “¿Cuál es la principal responsabilidad del consejero bíblico?”
         —Para que la consejería sea efectiva en verdad, el consejero debe tener una relación sincera con Jesucristo, compañerismo con él y buscar la voluntad de Dios a través de su palabra.
      “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”. (Juan 15:5)


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martes, 5 de julio de 2016

bien es al hombre no tocar mujer. Mas a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su mujer, y cada una tenga su marido.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Mas a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su mujer

Libertad del abuso sexual masculino
Los sentimientos de repugnancia surgen rápidamente en la mente de la mayoría de las personas cuando se consideran imágenes de perversión sexual. Supongamos que esa fuera la percepción de usted mismo y que además fuera ministro del evangelio a tiempo completo. Para agravar el asunto añada el autoconcepto de ser un bastardo criado en un hogar de raza mixta, con todo el rechazo social que desgraciadamente le acompaña.

  • ¿Cómo se sentiría con respecto a su persona? 
  • ¿Aceptaría fácilmente el hecho de ser un santo que peca, o se vería como un pecador desgraciado? 
  • ¿Andaría en la luz, tendría comunión con otros creyentes y hablaría la verdad con amor? 
  • ¿O viviría una vida solitaria, muerto del susto pensando que alguien se va a dar cuenta de lo que realmente le sucedería por dentro? 
Tal es el caso de la siguiente historia.
*     *     *
La historia de Doug
Papá nunca me llamó «hijo».
Mi madre no estaba casada cuando nací, pero a los dos años se casó con un negro. Era una persona decente, pero nunca me llamó «hijo» ni jamás me dijo que me amaba. Cada vez que íba a algún lado con ambos padres era obvio que yo no era producto de su matrimonio y a veces me llamaban «el chiquillo de Sambo».
  • Cuando tenía edad preescolar, una mujer que me Cuidaba me llevó a su apartamento e hizo juegos sexuales conmigo. 
  • En los años siguientes realicé experimentación sexual con otros niños, 
  • fui explotado sexualmente por muchachas y muchachos mayores y finalmente 
  • fui violado por jóvenes.
Comprendía que mi identidad era «bastardo»: alguien que no había sido planeado ni deseado, un accidente. Muy pronto percibí que mis ansias de amor y de aceptación posiblemente se podrían satisfacer a través del sexo, y que al ofrecerle satisfacción a otros por medio del sexo, podría mostrarles que mi amor no era egoísta. Por tanto, el sexo llegó a ser una obsesión y con el tiempo me llevó a la perversión.

Traté muchísimo de lograr los aplausos y la aprobación también de parte del mundo «correcto», y gané muchos premios y honores en la escuela. Pero mi autoimagen estaba en cero y nadie ni nada parecía ayudarme. A los dieciséis años de edad me volví suicida.

Entonces un verano fui a un campamento y conocí personas que parecían quererme genuinamente. Allí me enteré del amor de Jesús por mí. La promesa de obtener ese amor, combinado con el enorme disgusto por mi persona, me condujo a recibirlo a Él como mi Salvador. En esa época ya sabía que mi estilo de vida era malo y que debía abandonarlo, pero lo había fijado durante años y me parecía que no tenía el poder para cambiar.

Sin embargo, me propuse seguir a Cristo, orando que de alguna manera milagrosa me transformara un día en la persona que ansiaba ser. Me preparé para el ministerio, me gradué y luego me puse a trabajar con ahínco. Creo que parte de lo que me motivaba a trabajar en el ministerio fue darme a otros con el fin de que a cambio, me amaran a mí.
Desde el principio, nuestra relación matrimonial estaba perdida.
Al cabo de unos cuantos años me casé con una mujer maravillosa. Desde el principio nuestra relación matrimonial estaba perdida por la invasión de imágenes masculinas; mi propia perversión en el pasado destruyó toda posibilidad de tener una vida sexual saludable. 

Constantemente luchaba por no retroceder a las formas anteriores de sexo ilícito. Recurrí a la masturbación, cosa que consideraba sexo «protegido» dado que así podía controlar mi ambiente.

Mi esposa siempre me fue leal, pero definitivamente sentía que algo andaba mal. No fue sino hasta que cumplimos diez años de casados que finalmente le conté un poco respecto a mi problema. Esa noticia fue muy dolorosa para ella, pero a la vez sintió alivio de conocer al fin la verdad.

Escuchaba conferenciante tras conferenciante hablar de la victoria en Jesús y yo pensaba: Eso es bueno para el que no tiene un pasado como el mío. A otros les dará resultados, pero no a mí. Simplemente voy a tener que vivir con mi pecado. Más adelante tendré el cielo, pero por ahora debo lidiar con las realidades de mi pasado. Sentía que estaba encadenado en una horrible identidad; era una esclavitud muy pesada.
Si me suicidara, esperaba que pareciera un accidente.
Desarrollé un plan de contingencias en caso de que alguien se enterara de que había sido «homosexual» o bisexual. Conduciría mi auto contra un camión de transporte. Por años estuve preparando el camino contándole a la gente que me daba muchísimo sueño tras el volante y tenía que comer algo para mantenerme despierto. Si tuviera que suicidarme, esperaba que pareciera un accidente para que a mi familia le dieran dinero del seguro.

Una noche, en un grupo de terapia, me hipnotizaron y conté algo de mi problema; más de lo que debí. Salí con el estímulo del grupo, pero no me sentí bien por lo que les había contado. De regreso a casa busqué uno de esos camiones por la carretera solitaria, decidido a terminar con mi vida, pero no apareció ninguno. Apenas metí el auto en la entrada de la casa, mis hijos salieron corriendo a recibirme y su aceptación y amor fue tan maravilloso que rápidamente volví a la realidad.
Di el paso para alejarme de mi prisión de autocompasión.
Luego de algunos fracasos en el ministerio, pedí consejos a unos hermanos cristianos mayores. Uno de ellos me dijo: «Te oigo decir que te esfuerzas tratando de comprobar que eres digno». Esa fue una verdad muy dura e inmediatamente me metí en mi patrón «autocompasivo» diciendo: «Señor, nunca ha habido una persona más rechazada que yo». Entonces fue como si Dios hubiera hablado en voz alta a mi mente diciendo: «Al único a quien le di la espalda fue a mi propio Hijo, quien llevó tus pecados en la cruz». Ese fue un paso hacia la recuperación, de alejarme de mi prisión de autocompasión.

Poco a poco hubo crecimiento. Dios me estaba ayudando a ver las cosas desde una perspectiva distinta y ya mis pasiones no me controlaban tanto. Pero me seguía molestando la realidad de que nuestra relación matrimonial no era todo lo que debía ser.
En una escala de diez, las tentaciones en mi vida mental bajaron a dos.
Tuve la oportunidad de sentarme bajo la enseñanza de Neil y de oírlo hablar del conflicto espiritual. Aprendí algunas dimensiones nuevas sobre la resistencia a Satanás y, en una escala de diez, las tentaciones en mi vida mental bajaron a dos. Mi vida de oración llegó a ser más vibrante e intensa. Mi necesidad de sentir autogratificación sexual que había tenido durante veinticinco años disminuyó hasta tal punto que se eliminó totalmente.

Al fin encontré que podía tener una relación normal con mi esposa sin que pasara por mi mente un video de otros imponiéndose sexualmente sobre mí. Fue algo sano y bello. Todos esos cambios sucedieron sin que yo los persiguiera. Me senté a aprender de Neil y el Señor hizo lo demás.
Pensaba que como único se acaba con el pecado es destruyendo al pecador.
Entonces surgieron algunas dificultades y me di cuenta de que estaba sufriendo un ataque y que debía reforzar lo aprendido. La verdad que me había ayudado de maneras distintas fue quién era yo en Cristo, definido por mi Salvador y no por mi pecado. 

En Romanos pude ver la diferencia entre quién soy y mi actividad: «Y si hago lo que yo no quiero, ya no lo llevo a cabo yo, sino el pecado que mora en mí» (Romanos 7:20). Al fin pude separar el verdadero yo de mis acciones. 

La razón por la que en todos esos años había sentido tendencias al suicidio fue porque creía que como único acabaría con el pecado era destruyendo al pecador. Todavía sufría una lucha constante entre la autoridad de mis experiencias contra la autoridad de las Escrituras, pero al escoger la verdad y hacerle frente a las mentiras de Satanás empecé a experimentar mi verdadera identidad.

Pude aprovecharme de la ayuda que me dio Neil cuando hablé en un congreso eclesiástico de fin de semana. Después de la última sesión hubo un rato de testimonios en que la gente empezó a confesar sus faltas unos a otros, como un miniavivamiento. Nunca había visto algo así; fue una experiencia bellísima.

Pero mientras hablaba en ese congreso sobre el conflicto espiritual, a cientos de millas de distancia, mi esposa pasó un susto por manifestaciones demoníacas en nuestra casa. Tuvo que llamar a nuestros amigos para que la apoyaran y oraran por ella. Esto llegó a ser una pauta que continuó por un período.

En el lado positivo, por medio de nuestro ministerio las personas se liberaban de ataduras que las habían esclavizado por años. Las víctimas de abuso que habían tenido relaciones desequilibradas recibían restauración en sus matrimonios y los pastores se liberaban de problemas que paralizaban a sus ministerios. A la vez nos vimos hostigados por Satanás y agotados por un horario abarrotado.
Durante esa opresión hubo una oleada de pensamientos perversos.
Ahora que reflexiono sobre la vez en que había planeado quitarme la vida pero que al llegar a casa encontré a mis hijos en la entrada, me doy cuenta de que muchos de mis recuerdos del pasado se habían bloqueados, misericordiosamente. Sin embargo, durante la opresión demoníaca que vino después, hubo escenas retrospectivas de conducta depravada y oleadas de pensamientos perversos. Luego habría un torrente de pensamientos autodestructivos en los que el suicidio era de nuevo la salida más fácil para toda la presión que experimentábamos.

Entraba y salía de la realidad sin poder controlarlo. Me dio miedo volverme loco. Me despertaba a medianoche sudando por haber soñado con horrores increíbles como matar a mis seres queridos y colocar sus cadáveres en bolsas transparentes.

Hablé de este ataque con mis hermanos en Cristo y hubo un apoyo masivo en oración. Estaba muy débil y vulnerable, y necesitaba el apoyo de la oración por parte del pueblo de Dios para quitarme de encima esa arremetida de depresión demoníaca. Finalmente se fue, y de nuevo pude pensar con objetividad y espiritualidad sobre los asuntos.
La fortaleza que tengo hoy se debe a que no estoy solo.
Por la experiencia me he convencido de que nadie es tan fuerte que pueda mantenerse solo. Tengo una esposa que ora por mí, un grupo de apoyo de hombres con quienes me reúno una vez por semana, un estudio bíblico en la iglesia, y amigos dedicados y seres queridos. Todos necesitamos un cuerpo de creyentes para animarnos, gente que con nosotros enfrente los ataques del enemigo.

Anticipo con gozo los retos futuros. Nuestro ministerio continúa. Mi esposa y yo todavía estamos resolviendo algunos asuntos en nuestro matrimonio que no se habían solucionado totalmente, pero no hay nada allí que Dios no pueda sanar. Mi aceptación de Él es mi mayor fortaleza. Gracias a su amor incondicional no tengo que probar que soy digno. No hay nada que pueda hacer para aumentar su indiscutible amor por mí.

Donde antes llevaba la etiqueta de «bastardo», Colosenses me indica que en Cristo somos elegidos, amados y santos. Estas son las nuevas etiquetas que luzco, y que establecen mi identidad.
Dios dice que Él me escogió y no precisamente como el último del grupo.
Cuando era niño y otros escogían a los miembros de los equipos de béisbol, me parecía que escogían a todo el mundo antes que a mí. Era como si yo fuera una desventaja para el equipo que me escogiera. Pero Dios dice que Él me escogió y no fue precisamente como el último del grupo.

Recientemente pude tomar la mano de papá y decirle que no ha habido momento en que lo amara más que ahora, ni que estuviera más orgulloso de él que ahora. Se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo: «No creí jamás que te importaba. Nunca supe que yo era tan importante para ti». Me acercó a él, me estrechó en sus brazos y me dijo por primera vez: «Hijo, te amo».
¡Cómo penetró eso en las profundidades de mi corazón!

Dios tiene el ministerio de reparar nuestras vidas. Nos está cambiando a su semejanza. Está uniendo todas las piezas separadas, tocando todas las relaciones entre padre e hijo, esposo y esposa. Ha empezado la buena obra y la continuará hasta que estemos delante de él, completos en Cristo.
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¿Dónde está su identidad?
Hay muchas maneras enfermizas de identificarnos, y el hacerlo de acuerdo al color de nuestra piel o al estigma conectado con nuestro nacimiento es la más enfermiza. Si tuviéramos sólo una herencia física, tendría sentido tomar nuestra identidad del mundo natural. Pero tenemos también una herencia espiritual.

Repetidas veces Pablo amonesta a la iglesia para que se despoje del viejo hombre y se vista del hombre nuevo: «El cual se renueva para un pleno conocimiento, conforme a la imagen de aquel que lo creó. Aquí no hay griego ni judío, circuncisión ni incircunsición, bárbaro ni escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es todo y en todos» (Colosenses 3:10, 11). En otras palabras, deje de identificarse por la raza, religión, cultura y sociedad. ¡Encuentre su identidad común en Cristo!
La esclavitud del pecado
Todo aquel que amontone más condenación sobre este pastor o sobre cualquiera que lucha así, ayuda al diablo y no a Dios. El diablo es el adversario, Jesús nuestro abogado. No hay nada que quiera más la gente atrapada por el pecado sexual que ser libres.
Ningún pastor en sus cinco sentidos botaría su ministerio por una noche de placer, sin embargo, muchos lo hacen. ¿Por qué? ¿Podremos ser siervos de Cristo y a la vez cautivos del pecado? Tristemente, hay muchos que viven como siervos en ambos reinos, habiendo recibido libertad del reino de las tinieblas y trasladados al reino del Hijo amado de Dios. Aun cuando ya no estemos en la carne por estar en Cristo, todavía podemos andar (vivir) de acuerdo a la carne, si así lo decidimos. Y la primera obra de la carne enumerada en Gálatas 5:19 es la inmoralidad (fornicación).

Hice una encuesta del cuerpo estudiantil de un seminario y me di cuenta que 60% se sentía culpable por su moralidad sexual. El otro 40% estaba probablemente en varias etapas de negación. Todo cristiano legítimo anhelaría ser sexualmente libre. El problema es que los pecados sexuales son únicos en su resistencia al tratamiento convencional. En todo caso, sí se puede lograr la libertad. Permítame establecer una base teológica para la libertad y luego sugerir algunos pasos prácticos que debemos tomar.
Dos elementos fundamentales
Si tuviera que resumir las dos funciones imprescindibles que deben ocurrir para que un creyente sea liberado y mantenga esa libertad, diría: «Primero, actúe. Haga algo respecto a la disposición neutra de su cuerpo físico, entregándolo a Dios. Segundo, sea vencedor en la batalla por su mente, programándola de nuevo con la verdad de la Palabra de Dios». Pablo resumió ambas funciones en Romanos 12:1, 2:
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este mundo; más bien, transformaos por la renovación de vuestro entendimiento, de modo que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.
En este capítulo quiero discutir el asunto del pecado sexual habitual en su relación con el cuerpo físico. En el siguiente capítulo trataré el tema de la batalla por nuestra mente en relación a las ataduras sexuales.

En Romanos 6:12 se nos amonesta que no dejemos que el pecado reine en nuestros cuerpos mortales para obedecer sus malos deseos. Esa es nuestra responsabilidad: no dejar que el pecado reine en nuestros miembros. Lo difícil es que la fuente de los conflictos son «vuestras mismas pasiones que combaten en vuestros miembros» (Santiago 4:1).
Muertos al pecado
En Romanos 6:6, 7 encontrará el concepto básico que debemos entender para no dejar que el pecado reine en nuestros cuerpos: «Y sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado; porque el que ha muerto ha sido justificado del pecado». A menudo pregunto en una conferencia: «¿Cuántos han muerto con Cristo?» Todo el mundo levanta sus manos y luego pregunto: «¿Cuántos son libres del pecado?» Debería haber el mismo número de manos, o si no, esta gente tiene un problema con las Escrituras.

Cuando fracasamos en nuestro andar cristiano es común razonar: «¿Qué experiencia debo tener para vivir como si llevara la muerte de Cristo?» La única experiencia necesaria fue la que Cristo tuvo en la cruz. Muchos tratan una y otra vez de hacer morir al viejo ser (hombre) y no pueden. ¿Por qué no? ¡Porque el viejo ser ya murió! No se puede volver a hacer lo que ya Cristo hizo por usted. La mayoría de los cristianos tratan desesperadamente de convertirse en lo que ya son. Recibimos a Cristo por la fe … andamos por la fe … somos justificados por la fe … y también somos santificados por la fe.

Sin embargo, en mi propia experiencia muchas veces no me siento muerto al pecado. Muy a menudo me siento vivo al pecado y muerto a Cristo, aun cuando se nos amonesta «vosotros, considerad que estáis muertos para el pecado, pero que estáis vivos para Dios en Cristo Jesús» (Romanos 6:11). Es importante reconocer que tomar esto como cierto lo hace cierto. Lo tomamos como cierto porque es cierto. 

Creer algo no lo convierte en la verdad. Es verdad; por tanto, lo creo. Y cuando decidimos caminar por fe de acuerdo a lo que afirman las Escrituras, termina siendo la verdad en nuestra experiencia. Así que, para resumir: Usted no puede morir al pecado porque ya murió al pecado. Decida creer esa verdad y andar en ella por la fe, entonces el resultado de estar muerto al pecado se va desarrollando en su experiencia.

De manera similar, no sirvo al Señor para lograr su aprobación. Soy aprobado por Dios; por tanto, le sirvo. No trato de vivir en rectitud con la esperanza de que algún día Él me ame. Vivo con rectitud porque ya Él me ama. No trabajo en su viña tratando de ganarme su aceptación. Soy aceptado en el Amado; por tanto, le sirvo con muchísimo gusto.
Vivamos libres
Cuando el pecado hace su llamado, yo digo: «No tengo que pecar porque ya he sido librado de las tinieblas y ahora estoy vivo en Cristo. Satanás, tú no tienes ninguna relación conmigo y ya no estoy bajo autoridad». El pecado no ha muerto. Sigue siendo fuerte y atractivo, pero ya no estoy bajo su autoridad y no tengo ninguna relación con el reino de las tinieblas. Romanos 8:1, 2 ayuda a aclarar el asunto: «Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte».

¿Estará funcionando todavía la ley del pecado y de la muerte? Sí, y se aplica a todo el que no esté en Cristo, a los que no lo han recibido en sus vidas como su Salvador. También está en efecto para cristianos que han decidido vivir de acuerdo a la carne. En el mundo natural podemos volar si vencemos la ley de la gravedad con una ley superior. Pero en el momento que desconectamos esa potencia superior, perdemos nuestra altura.

Así es con nuestra vida cristiana. La ley del pecado y de la muerte se reemplazó por una potencia superior: la resurrección de Cristo. Pero caeremos el momento en que dejemos de andar en el Espíritu y de vivir por la fe. Así que: «Vestíos del Señor Jesucristo, y no hagáis provisión para satisfacer los malos deseos de la carne» (Romanos 13:14). Satanás no puede hacer nada respecto a nuestra posición en Cristo, pero si logra que creamos lo que no es cierto, viviremos como si no fuera cierto, aun cuando lo sea.
Nuestros cuerpos mortales
En Romanos 6:12 se nos advierte que no dejemos que el pecado reine en nuestros cuerpos mortales, luego el versículo 13 nos da la percepción de cómo lograrlo: «Ni tampoco (sigáis presentando) vuestros miembros al pecado, como instrumentos de injusticia; sino más bien presentaos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia». Nuestros cuerpos son como un instrumento que se puede usar para el bien o para el mal. No son malos sino mortales, y todo lo mortal es corruptible.

Pero para el cristiano existe la maravillosa anticipación de la resurrección cuando recibiremos un cuerpo imperecedero como el de nuestro Señor (1 Corintios 15:35ss). Pero hasta entonces tenemos un cuerpo mortal, que puede estar al servicio del pecado como instrumento de iniquidad o al servicio de Dios como instrumento de justicia.

Obviamente, es imposible cometer un pecado sexual sin usar nuestro cuerpo como instrumento de iniquidad. Cuando lo hacemos, permitimos que el pecado reine en nuestro cuerpo mortal y obedecemos las pasiones de la carne en vez de ser obedientes a Dios.


Personalmente, creo que la palabra pecado en Romanos 6:12 se personifica en referencia a la persona de Satanás: «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que obedezcáis a sus malos deseos». Satanás es pecado: el compendio del mal, el príncipe de las tinieblas, el padre de las mentiras. Me sería demasiado difícil entender cómo un simple principio, y no una influencia malévola personal, pudiera reinar en mi cuerpo mortal de tal forma que yo no tuviera ningún control sobre el mismo.

Aun más difícil de entender es cómo echar un principio de mi cuerpo. Pablo dice: «Parece que la vida es así, que cuando quiero hacer lo recto, inevitablemente hago lo malo» (Romanos 7:21, La Biblia al día). Lo que está presente en mí es el mal (la persona, no el principio) y es así porque en algún momento usé mi cuerpo como instrumento de iniquidad.

Pablo concluye con la promesa victoriosa de que no tenemos que permanecer en este estado de iniquidad: «¿Quién me libertará de la esclavitud de esta mortal naturaleza pecadora? ¡Gracias a Dios que Cristo lo ha logrado!» (Romanos 7:24, 25, La Biblia al día). ¡Jesús nos dará libertad!
Pecamos con nuestros cuerpos
1 Corintios 6:15–20 define la relación vital entre el pecado sexual y el uso de nuestros cuerpos:
¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡De ninguna manera! ¿O no sabéis que el que se une con una prostituta es hecho con ella un solo cuerpo? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une con el Señor, un solo espíritu es. 
Huid de la inmoralidad sexual. Cualquier otro pecado que el hombre cometa está fuera del cuerpo, pero el fornicario peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que mora en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Pues habéis sido comprados por precio. Por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo.
Todo creyente está en Cristo y es miembro de su cuerpo. Unir mi cuerpo con una prostituta sería usar mi cuerpo para pecar, en vez de usarlo como un miembro del cuerpo de Cristo: la iglesia. «El cuerpo no es para la inmoralidad sexual, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo» (1 Corintios 6:13). Si está unido al Señor en Cristo, ¿se imagina el torbellino interno que resultaría si a la vez está unido físicamente con una prostituta? Esa unión crea una atadura impía que se opone a la unión espiritual que tenemos en Cristo. La esclavitud que viene como resultado de esa unión es tan tremenda que Pablo nos advierte: «Huid de la inmoralidad sexual». ¡Salga corriendo!

Los pecados sexuales forman una categoría aparte, ya que todos los demás pecados están fuera del cuerpo. Podemos ser creativos en la manera de arreglar, organizar o usar de otra manera lo que Dios ha creado, pero no podemos crear algo espontáneamente de la nada como sólo Dios puede hacer. La procreación es el único acto creativo en que el Creador permite que el hombre participe, y Dios ofrece instrucción muy detallada de cómo debemos vigilar el proceso de traer a este mundo otras vidas. Limita el sexo a un acto íntimo del matrimonio, exige que el lazo matrimonial dure hasta que la muerte los separe y encarga a los padres proporcionar un ambiente que fomente la crianza de los niños en el conocimiento del Señor.
La perversión satánica
Cualquiera que haya ayudado a las víctimas a salir del abuso ritual satánico sabe cuan profundamente Satanás viola las normas de Dios. Esos rituales son las orgías sexuales más repugnantes que jamás su mente se atrevería a imaginar. 
No es el sexo como lo entendería un humano normal. Por el contrario, es la explotación más desgarradora, obscena y violenta de otro ser humano que usted pueda imaginar. Violan y torturan a los niñitos. El clímax para un satanista es sacrificar a alguna víctima inocente en el momento del orgasmo. 
La palabra «enfermizo» no puede describir con justicia el abuso. La «maldad absoluta» y la «iniquidad total» describen mejor el increíble envilecimiento de Satanás y de sus legiones de demonios. Si Satanás apareciera como es en nuestra presencia ¡creo que sería un noventa por ciento de órgano sexual!

Los satanistas tienen ciertos reproductores escogidos para desarrollar una «super» raza satánica que según ellos gobernará este mundo. A otros reproductores se les exige que traigan sus crías o fetos abortados para sacrificarlos. 

Satanás hará todo lo que pueda para establecer su reino, mientras que a la vez intenta pervertir la descendencia del pueblo de Dios. Con razón los pecados sexuales son tan repugnantes para Dios. Usar nuestros cuerpos como instrumento de iniquidad permite que Satanás reine en nuestros cuerpos mortales. Hemos sido comprados con un precio, hemos de glorificar a Dios en nuestros cuerpos. En otras palabras, debemos manifestar la presencia de Dios en nuestras vidas conforme producimos fruto para su gloria.
El comportamiento homosexual
Si bien la homosexualidad es una fortaleza que va en aumento en nuestra cultura, no existe tal cosa como un homosexual. Considerarse homosexual es creer una mentira, porque Dios nos creó varón y hembra. Sólo existe el comportamiento homosexual, y normalmente esa conducta fue desarrollada en la primera infancia y fue reforzada por el padre de las mentiras. Cada persona a quien he aconsejado y que lucha contra las tendencias homosexuales ha tenido una fortaleza o atadura espiritual importante, algún aspecto de su vida donde Satanás tiene pleno control.

Pero no creo en un demonio específico de homosexualidad. Esa mentalidad nos tendría echando fuera ese demonio y entonces la persona estaría totalmente liberada de futuros pensamientos y problemas. No conozco ningún caso así, aunque no podría presumir de limitar a Dios de realizar semejante milagro. Sin embargo, he ayudado a muchísima gente atada por la homosexualidad, a encontrar su libertad en Cristo y la he dirigido hacia una nueva identidad en Él y a la comprensión de cómo resistir a Satanás en esta área.

Los que se ven cautivos por el comportamiento homosexual luchan contra toda una vida de malas relaciones, de hogares desajustados y de confusión de papeles. Sus emociones han sido atadas al pasado y se lleva tiempo establecer una nueva identidad en Cristo. Típicamente pasan por un arduo proceso de renovación de mentes, pensamientos y experiencias. En la medida en que lo hacen, sus emociones finalmente se conforman a la verdad que ahora han llegado a creer.

Los gritos proferidos desde el púlpito diciendo que los homosexuales tienen el infierno como su destino, sólo desespera más a los que luchan con ese problema. Los padres autoritarios que no saben amar contribuyen a una mala orientación de su hijo y los mensajes de condena refuerzan una autoimagen ya dañada.

No me malentienda. Las Escrituras condenan claramente la práctica de la homosexualidad, así como de todas las demás formas de fornicación. Pero imagínese lo que debe ser padecer sentimientos homosexuales que uno ni siquiera pidió, para luego saber que Dios le condena por ello. 

Como resultado, muchos quieren creer que Dios los creó así, mientras que los homosexuales militantes tratan de comprobar que su estilo de vida es una alternativa legítima a la heterosexualidad, y se oponen violentamente a los cristianos conservadores que dicen otra cosa.

A los que batallan contra las tendencias homosexuales, debemos ayudarlos a establecer una nueva identidad en Cristo. Hasta los consejeros seculares saben que la identidad es un asunto clave en la recuperación. ¡Cuánto mayor no será el potencial de los cristianos para ayudar a esta gente, ya que tenemos un evangelio que nos libera de nuestro pasado y nos establece en Cristo! 

Así que, como consejero pido a las personas atrapadas por la homosexualidad que profesen su identidad en Cristo. También les pido que renuncien a la mentira de que son homosexuales y que declaren la verdad de que son hombres y mujeres. Algunos quizás no tengan una transformación inmediata, pero su declaración pública los coloca en el camino de la verdad, de ahí en adelante pueden decidirse a continuar o no en él.
La salida de la atadura sexual
¿Qué puede hacer uno cuando está esclavizado sexualmente? 
  • Primero, sepa que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús. Despreciarse a uno mismo o a los demás no resuelve esta atadura. La acusación es una de las tretas de Satanás. Además, el suicidio definitivamente no es el medio que Dios tiene para liberarlo.
  • Segundo, siéntese solo, o con una amistad de mucha confianza, y pídale al Señor que le revele a su mente todas las veces que usó su cuerpo como instrumento de iniquidad, incluyendo cada pecado sexual.
  • Tercero, responda verbalmente a cada ofensa conforme la recuerde, diciendo: «Confieso (el pecado que sea) y renuncio ese uso de mi cuerpo». Un pastor me dijo que una tarde pasó tres horas solo y fue totalmente purificado después. Las tentaciones todavía se presentan, pero se ha destruido su poder. Ahora tiene la posibilidad de decirle «no» al pecado. Si usted cree que este proceso podría durar demasiado tiempo, ¡trate de no hacerlo y verá lo larga que le parecerá el resto de una vida arrastrándose en medio de la derrota! Tómese un día, dos días o una semana si es necesario.
  • Cuarto, cuando haya terminado de confesar y de renunciar, diga lo siguiente: «Me comprometo ahora con el Señor y mi cuerpo como instrumento de rectitud. Te presento mi cuerpo como sacrificio vivo y santo a Dios. Te ordeno, Satanás, que te vayas de mi presencia y a ti, Padre celestial, te pido que me llenes de tu Espíritu Santo». Si es casado, diga también: «Reservo el uso sexual de mi cuerpo sólo para mi cónyuge, de acuerdo a 1 Corintios 7:1–5».
  • Por último, decida creer la verdad de que está vivo en Cristo y muerto al pecado. Habrá muchas ocasiones en que la tentación podrá ser arrolladura, pero tiene que declarar su posición en Cristo en el primer momento en que esté consciente del peligro. Diga con autoridad que ya no tiene que pecar, porque está en Cristo. Luego viva por la fe de acuerdo a lo que Dios dice que es verdad.
Echar de mi cuerpo el pecado es la mitad de la batalla. Renovar mi mente es la otra mitad. Los pecados sexuales y las prácticas de ver pornografía tienen la mala costumbre de quedarse dentro del banco de su memoria por mucho más tiempo que otras imágenes. Ser liberado es una cosa; mantenerse libre es otra. 
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