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martes, 5 de julio de 2016

bien es al hombre no tocar mujer. Mas a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su mujer, y cada una tenga su marido.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Mas a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su mujer

Libertad del abuso sexual masculino
Los sentimientos de repugnancia surgen rápidamente en la mente de la mayoría de las personas cuando se consideran imágenes de perversión sexual. Supongamos que esa fuera la percepción de usted mismo y que además fuera ministro del evangelio a tiempo completo. Para agravar el asunto añada el autoconcepto de ser un bastardo criado en un hogar de raza mixta, con todo el rechazo social que desgraciadamente le acompaña.

  • ¿Cómo se sentiría con respecto a su persona? 
  • ¿Aceptaría fácilmente el hecho de ser un santo que peca, o se vería como un pecador desgraciado? 
  • ¿Andaría en la luz, tendría comunión con otros creyentes y hablaría la verdad con amor? 
  • ¿O viviría una vida solitaria, muerto del susto pensando que alguien se va a dar cuenta de lo que realmente le sucedería por dentro? 
Tal es el caso de la siguiente historia.
*     *     *
La historia de Doug
Papá nunca me llamó «hijo».
Mi madre no estaba casada cuando nací, pero a los dos años se casó con un negro. Era una persona decente, pero nunca me llamó «hijo» ni jamás me dijo que me amaba. Cada vez que íba a algún lado con ambos padres era obvio que yo no era producto de su matrimonio y a veces me llamaban «el chiquillo de Sambo».
  • Cuando tenía edad preescolar, una mujer que me Cuidaba me llevó a su apartamento e hizo juegos sexuales conmigo. 
  • En los años siguientes realicé experimentación sexual con otros niños, 
  • fui explotado sexualmente por muchachas y muchachos mayores y finalmente 
  • fui violado por jóvenes.
Comprendía que mi identidad era «bastardo»: alguien que no había sido planeado ni deseado, un accidente. Muy pronto percibí que mis ansias de amor y de aceptación posiblemente se podrían satisfacer a través del sexo, y que al ofrecerle satisfacción a otros por medio del sexo, podría mostrarles que mi amor no era egoísta. Por tanto, el sexo llegó a ser una obsesión y con el tiempo me llevó a la perversión.

Traté muchísimo de lograr los aplausos y la aprobación también de parte del mundo «correcto», y gané muchos premios y honores en la escuela. Pero mi autoimagen estaba en cero y nadie ni nada parecía ayudarme. A los dieciséis años de edad me volví suicida.

Entonces un verano fui a un campamento y conocí personas que parecían quererme genuinamente. Allí me enteré del amor de Jesús por mí. La promesa de obtener ese amor, combinado con el enorme disgusto por mi persona, me condujo a recibirlo a Él como mi Salvador. En esa época ya sabía que mi estilo de vida era malo y que debía abandonarlo, pero lo había fijado durante años y me parecía que no tenía el poder para cambiar.

Sin embargo, me propuse seguir a Cristo, orando que de alguna manera milagrosa me transformara un día en la persona que ansiaba ser. Me preparé para el ministerio, me gradué y luego me puse a trabajar con ahínco. Creo que parte de lo que me motivaba a trabajar en el ministerio fue darme a otros con el fin de que a cambio, me amaran a mí.
Desde el principio, nuestra relación matrimonial estaba perdida.
Al cabo de unos cuantos años me casé con una mujer maravillosa. Desde el principio nuestra relación matrimonial estaba perdida por la invasión de imágenes masculinas; mi propia perversión en el pasado destruyó toda posibilidad de tener una vida sexual saludable. 

Constantemente luchaba por no retroceder a las formas anteriores de sexo ilícito. Recurrí a la masturbación, cosa que consideraba sexo «protegido» dado que así podía controlar mi ambiente.

Mi esposa siempre me fue leal, pero definitivamente sentía que algo andaba mal. No fue sino hasta que cumplimos diez años de casados que finalmente le conté un poco respecto a mi problema. Esa noticia fue muy dolorosa para ella, pero a la vez sintió alivio de conocer al fin la verdad.

Escuchaba conferenciante tras conferenciante hablar de la victoria en Jesús y yo pensaba: Eso es bueno para el que no tiene un pasado como el mío. A otros les dará resultados, pero no a mí. Simplemente voy a tener que vivir con mi pecado. Más adelante tendré el cielo, pero por ahora debo lidiar con las realidades de mi pasado. Sentía que estaba encadenado en una horrible identidad; era una esclavitud muy pesada.
Si me suicidara, esperaba que pareciera un accidente.
Desarrollé un plan de contingencias en caso de que alguien se enterara de que había sido «homosexual» o bisexual. Conduciría mi auto contra un camión de transporte. Por años estuve preparando el camino contándole a la gente que me daba muchísimo sueño tras el volante y tenía que comer algo para mantenerme despierto. Si tuviera que suicidarme, esperaba que pareciera un accidente para que a mi familia le dieran dinero del seguro.

Una noche, en un grupo de terapia, me hipnotizaron y conté algo de mi problema; más de lo que debí. Salí con el estímulo del grupo, pero no me sentí bien por lo que les había contado. De regreso a casa busqué uno de esos camiones por la carretera solitaria, decidido a terminar con mi vida, pero no apareció ninguno. Apenas metí el auto en la entrada de la casa, mis hijos salieron corriendo a recibirme y su aceptación y amor fue tan maravilloso que rápidamente volví a la realidad.
Di el paso para alejarme de mi prisión de autocompasión.
Luego de algunos fracasos en el ministerio, pedí consejos a unos hermanos cristianos mayores. Uno de ellos me dijo: «Te oigo decir que te esfuerzas tratando de comprobar que eres digno». Esa fue una verdad muy dura e inmediatamente me metí en mi patrón «autocompasivo» diciendo: «Señor, nunca ha habido una persona más rechazada que yo». Entonces fue como si Dios hubiera hablado en voz alta a mi mente diciendo: «Al único a quien le di la espalda fue a mi propio Hijo, quien llevó tus pecados en la cruz». Ese fue un paso hacia la recuperación, de alejarme de mi prisión de autocompasión.

Poco a poco hubo crecimiento. Dios me estaba ayudando a ver las cosas desde una perspectiva distinta y ya mis pasiones no me controlaban tanto. Pero me seguía molestando la realidad de que nuestra relación matrimonial no era todo lo que debía ser.
En una escala de diez, las tentaciones en mi vida mental bajaron a dos.
Tuve la oportunidad de sentarme bajo la enseñanza de Neil y de oírlo hablar del conflicto espiritual. Aprendí algunas dimensiones nuevas sobre la resistencia a Satanás y, en una escala de diez, las tentaciones en mi vida mental bajaron a dos. Mi vida de oración llegó a ser más vibrante e intensa. Mi necesidad de sentir autogratificación sexual que había tenido durante veinticinco años disminuyó hasta tal punto que se eliminó totalmente.

Al fin encontré que podía tener una relación normal con mi esposa sin que pasara por mi mente un video de otros imponiéndose sexualmente sobre mí. Fue algo sano y bello. Todos esos cambios sucedieron sin que yo los persiguiera. Me senté a aprender de Neil y el Señor hizo lo demás.
Pensaba que como único se acaba con el pecado es destruyendo al pecador.
Entonces surgieron algunas dificultades y me di cuenta de que estaba sufriendo un ataque y que debía reforzar lo aprendido. La verdad que me había ayudado de maneras distintas fue quién era yo en Cristo, definido por mi Salvador y no por mi pecado. 

En Romanos pude ver la diferencia entre quién soy y mi actividad: «Y si hago lo que yo no quiero, ya no lo llevo a cabo yo, sino el pecado que mora en mí» (Romanos 7:20). Al fin pude separar el verdadero yo de mis acciones. 

La razón por la que en todos esos años había sentido tendencias al suicidio fue porque creía que como único acabaría con el pecado era destruyendo al pecador. Todavía sufría una lucha constante entre la autoridad de mis experiencias contra la autoridad de las Escrituras, pero al escoger la verdad y hacerle frente a las mentiras de Satanás empecé a experimentar mi verdadera identidad.

Pude aprovecharme de la ayuda que me dio Neil cuando hablé en un congreso eclesiástico de fin de semana. Después de la última sesión hubo un rato de testimonios en que la gente empezó a confesar sus faltas unos a otros, como un miniavivamiento. Nunca había visto algo así; fue una experiencia bellísima.

Pero mientras hablaba en ese congreso sobre el conflicto espiritual, a cientos de millas de distancia, mi esposa pasó un susto por manifestaciones demoníacas en nuestra casa. Tuvo que llamar a nuestros amigos para que la apoyaran y oraran por ella. Esto llegó a ser una pauta que continuó por un período.

En el lado positivo, por medio de nuestro ministerio las personas se liberaban de ataduras que las habían esclavizado por años. Las víctimas de abuso que habían tenido relaciones desequilibradas recibían restauración en sus matrimonios y los pastores se liberaban de problemas que paralizaban a sus ministerios. A la vez nos vimos hostigados por Satanás y agotados por un horario abarrotado.
Durante esa opresión hubo una oleada de pensamientos perversos.
Ahora que reflexiono sobre la vez en que había planeado quitarme la vida pero que al llegar a casa encontré a mis hijos en la entrada, me doy cuenta de que muchos de mis recuerdos del pasado se habían bloqueados, misericordiosamente. Sin embargo, durante la opresión demoníaca que vino después, hubo escenas retrospectivas de conducta depravada y oleadas de pensamientos perversos. Luego habría un torrente de pensamientos autodestructivos en los que el suicidio era de nuevo la salida más fácil para toda la presión que experimentábamos.

Entraba y salía de la realidad sin poder controlarlo. Me dio miedo volverme loco. Me despertaba a medianoche sudando por haber soñado con horrores increíbles como matar a mis seres queridos y colocar sus cadáveres en bolsas transparentes.

Hablé de este ataque con mis hermanos en Cristo y hubo un apoyo masivo en oración. Estaba muy débil y vulnerable, y necesitaba el apoyo de la oración por parte del pueblo de Dios para quitarme de encima esa arremetida de depresión demoníaca. Finalmente se fue, y de nuevo pude pensar con objetividad y espiritualidad sobre los asuntos.
La fortaleza que tengo hoy se debe a que no estoy solo.
Por la experiencia me he convencido de que nadie es tan fuerte que pueda mantenerse solo. Tengo una esposa que ora por mí, un grupo de apoyo de hombres con quienes me reúno una vez por semana, un estudio bíblico en la iglesia, y amigos dedicados y seres queridos. Todos necesitamos un cuerpo de creyentes para animarnos, gente que con nosotros enfrente los ataques del enemigo.

Anticipo con gozo los retos futuros. Nuestro ministerio continúa. Mi esposa y yo todavía estamos resolviendo algunos asuntos en nuestro matrimonio que no se habían solucionado totalmente, pero no hay nada allí que Dios no pueda sanar. Mi aceptación de Él es mi mayor fortaleza. Gracias a su amor incondicional no tengo que probar que soy digno. No hay nada que pueda hacer para aumentar su indiscutible amor por mí.

Donde antes llevaba la etiqueta de «bastardo», Colosenses me indica que en Cristo somos elegidos, amados y santos. Estas son las nuevas etiquetas que luzco, y que establecen mi identidad.
Dios dice que Él me escogió y no precisamente como el último del grupo.
Cuando era niño y otros escogían a los miembros de los equipos de béisbol, me parecía que escogían a todo el mundo antes que a mí. Era como si yo fuera una desventaja para el equipo que me escogiera. Pero Dios dice que Él me escogió y no fue precisamente como el último del grupo.

Recientemente pude tomar la mano de papá y decirle que no ha habido momento en que lo amara más que ahora, ni que estuviera más orgulloso de él que ahora. Se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo: «No creí jamás que te importaba. Nunca supe que yo era tan importante para ti». Me acercó a él, me estrechó en sus brazos y me dijo por primera vez: «Hijo, te amo».
¡Cómo penetró eso en las profundidades de mi corazón!

Dios tiene el ministerio de reparar nuestras vidas. Nos está cambiando a su semejanza. Está uniendo todas las piezas separadas, tocando todas las relaciones entre padre e hijo, esposo y esposa. Ha empezado la buena obra y la continuará hasta que estemos delante de él, completos en Cristo.
*     *     *
¿Dónde está su identidad?
Hay muchas maneras enfermizas de identificarnos, y el hacerlo de acuerdo al color de nuestra piel o al estigma conectado con nuestro nacimiento es la más enfermiza. Si tuviéramos sólo una herencia física, tendría sentido tomar nuestra identidad del mundo natural. Pero tenemos también una herencia espiritual.

Repetidas veces Pablo amonesta a la iglesia para que se despoje del viejo hombre y se vista del hombre nuevo: «El cual se renueva para un pleno conocimiento, conforme a la imagen de aquel que lo creó. Aquí no hay griego ni judío, circuncisión ni incircunsición, bárbaro ni escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es todo y en todos» (Colosenses 3:10, 11). En otras palabras, deje de identificarse por la raza, religión, cultura y sociedad. ¡Encuentre su identidad común en Cristo!
La esclavitud del pecado
Todo aquel que amontone más condenación sobre este pastor o sobre cualquiera que lucha así, ayuda al diablo y no a Dios. El diablo es el adversario, Jesús nuestro abogado. No hay nada que quiera más la gente atrapada por el pecado sexual que ser libres.
Ningún pastor en sus cinco sentidos botaría su ministerio por una noche de placer, sin embargo, muchos lo hacen. ¿Por qué? ¿Podremos ser siervos de Cristo y a la vez cautivos del pecado? Tristemente, hay muchos que viven como siervos en ambos reinos, habiendo recibido libertad del reino de las tinieblas y trasladados al reino del Hijo amado de Dios. Aun cuando ya no estemos en la carne por estar en Cristo, todavía podemos andar (vivir) de acuerdo a la carne, si así lo decidimos. Y la primera obra de la carne enumerada en Gálatas 5:19 es la inmoralidad (fornicación).

Hice una encuesta del cuerpo estudiantil de un seminario y me di cuenta que 60% se sentía culpable por su moralidad sexual. El otro 40% estaba probablemente en varias etapas de negación. Todo cristiano legítimo anhelaría ser sexualmente libre. El problema es que los pecados sexuales son únicos en su resistencia al tratamiento convencional. En todo caso, sí se puede lograr la libertad. Permítame establecer una base teológica para la libertad y luego sugerir algunos pasos prácticos que debemos tomar.
Dos elementos fundamentales
Si tuviera que resumir las dos funciones imprescindibles que deben ocurrir para que un creyente sea liberado y mantenga esa libertad, diría: «Primero, actúe. Haga algo respecto a la disposición neutra de su cuerpo físico, entregándolo a Dios. Segundo, sea vencedor en la batalla por su mente, programándola de nuevo con la verdad de la Palabra de Dios». Pablo resumió ambas funciones en Romanos 12:1, 2:
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este mundo; más bien, transformaos por la renovación de vuestro entendimiento, de modo que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.
En este capítulo quiero discutir el asunto del pecado sexual habitual en su relación con el cuerpo físico. En el siguiente capítulo trataré el tema de la batalla por nuestra mente en relación a las ataduras sexuales.

En Romanos 6:12 se nos amonesta que no dejemos que el pecado reine en nuestros cuerpos mortales para obedecer sus malos deseos. Esa es nuestra responsabilidad: no dejar que el pecado reine en nuestros miembros. Lo difícil es que la fuente de los conflictos son «vuestras mismas pasiones que combaten en vuestros miembros» (Santiago 4:1).
Muertos al pecado
En Romanos 6:6, 7 encontrará el concepto básico que debemos entender para no dejar que el pecado reine en nuestros cuerpos: «Y sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado; porque el que ha muerto ha sido justificado del pecado». A menudo pregunto en una conferencia: «¿Cuántos han muerto con Cristo?» Todo el mundo levanta sus manos y luego pregunto: «¿Cuántos son libres del pecado?» Debería haber el mismo número de manos, o si no, esta gente tiene un problema con las Escrituras.

Cuando fracasamos en nuestro andar cristiano es común razonar: «¿Qué experiencia debo tener para vivir como si llevara la muerte de Cristo?» La única experiencia necesaria fue la que Cristo tuvo en la cruz. Muchos tratan una y otra vez de hacer morir al viejo ser (hombre) y no pueden. ¿Por qué no? ¡Porque el viejo ser ya murió! No se puede volver a hacer lo que ya Cristo hizo por usted. La mayoría de los cristianos tratan desesperadamente de convertirse en lo que ya son. Recibimos a Cristo por la fe … andamos por la fe … somos justificados por la fe … y también somos santificados por la fe.

Sin embargo, en mi propia experiencia muchas veces no me siento muerto al pecado. Muy a menudo me siento vivo al pecado y muerto a Cristo, aun cuando se nos amonesta «vosotros, considerad que estáis muertos para el pecado, pero que estáis vivos para Dios en Cristo Jesús» (Romanos 6:11). Es importante reconocer que tomar esto como cierto lo hace cierto. Lo tomamos como cierto porque es cierto. 

Creer algo no lo convierte en la verdad. Es verdad; por tanto, lo creo. Y cuando decidimos caminar por fe de acuerdo a lo que afirman las Escrituras, termina siendo la verdad en nuestra experiencia. Así que, para resumir: Usted no puede morir al pecado porque ya murió al pecado. Decida creer esa verdad y andar en ella por la fe, entonces el resultado de estar muerto al pecado se va desarrollando en su experiencia.

De manera similar, no sirvo al Señor para lograr su aprobación. Soy aprobado por Dios; por tanto, le sirvo. No trato de vivir en rectitud con la esperanza de que algún día Él me ame. Vivo con rectitud porque ya Él me ama. No trabajo en su viña tratando de ganarme su aceptación. Soy aceptado en el Amado; por tanto, le sirvo con muchísimo gusto.
Vivamos libres
Cuando el pecado hace su llamado, yo digo: «No tengo que pecar porque ya he sido librado de las tinieblas y ahora estoy vivo en Cristo. Satanás, tú no tienes ninguna relación conmigo y ya no estoy bajo autoridad». El pecado no ha muerto. Sigue siendo fuerte y atractivo, pero ya no estoy bajo su autoridad y no tengo ninguna relación con el reino de las tinieblas. Romanos 8:1, 2 ayuda a aclarar el asunto: «Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte».

¿Estará funcionando todavía la ley del pecado y de la muerte? Sí, y se aplica a todo el que no esté en Cristo, a los que no lo han recibido en sus vidas como su Salvador. También está en efecto para cristianos que han decidido vivir de acuerdo a la carne. En el mundo natural podemos volar si vencemos la ley de la gravedad con una ley superior. Pero en el momento que desconectamos esa potencia superior, perdemos nuestra altura.

Así es con nuestra vida cristiana. La ley del pecado y de la muerte se reemplazó por una potencia superior: la resurrección de Cristo. Pero caeremos el momento en que dejemos de andar en el Espíritu y de vivir por la fe. Así que: «Vestíos del Señor Jesucristo, y no hagáis provisión para satisfacer los malos deseos de la carne» (Romanos 13:14). Satanás no puede hacer nada respecto a nuestra posición en Cristo, pero si logra que creamos lo que no es cierto, viviremos como si no fuera cierto, aun cuando lo sea.
Nuestros cuerpos mortales
En Romanos 6:12 se nos advierte que no dejemos que el pecado reine en nuestros cuerpos mortales, luego el versículo 13 nos da la percepción de cómo lograrlo: «Ni tampoco (sigáis presentando) vuestros miembros al pecado, como instrumentos de injusticia; sino más bien presentaos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia». Nuestros cuerpos son como un instrumento que se puede usar para el bien o para el mal. No son malos sino mortales, y todo lo mortal es corruptible.

Pero para el cristiano existe la maravillosa anticipación de la resurrección cuando recibiremos un cuerpo imperecedero como el de nuestro Señor (1 Corintios 15:35ss). Pero hasta entonces tenemos un cuerpo mortal, que puede estar al servicio del pecado como instrumento de iniquidad o al servicio de Dios como instrumento de justicia.

Obviamente, es imposible cometer un pecado sexual sin usar nuestro cuerpo como instrumento de iniquidad. Cuando lo hacemos, permitimos que el pecado reine en nuestro cuerpo mortal y obedecemos las pasiones de la carne en vez de ser obedientes a Dios.


Personalmente, creo que la palabra pecado en Romanos 6:12 se personifica en referencia a la persona de Satanás: «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que obedezcáis a sus malos deseos». Satanás es pecado: el compendio del mal, el príncipe de las tinieblas, el padre de las mentiras. Me sería demasiado difícil entender cómo un simple principio, y no una influencia malévola personal, pudiera reinar en mi cuerpo mortal de tal forma que yo no tuviera ningún control sobre el mismo.

Aun más difícil de entender es cómo echar un principio de mi cuerpo. Pablo dice: «Parece que la vida es así, que cuando quiero hacer lo recto, inevitablemente hago lo malo» (Romanos 7:21, La Biblia al día). Lo que está presente en mí es el mal (la persona, no el principio) y es así porque en algún momento usé mi cuerpo como instrumento de iniquidad.

Pablo concluye con la promesa victoriosa de que no tenemos que permanecer en este estado de iniquidad: «¿Quién me libertará de la esclavitud de esta mortal naturaleza pecadora? ¡Gracias a Dios que Cristo lo ha logrado!» (Romanos 7:24, 25, La Biblia al día). ¡Jesús nos dará libertad!
Pecamos con nuestros cuerpos
1 Corintios 6:15–20 define la relación vital entre el pecado sexual y el uso de nuestros cuerpos:
¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡De ninguna manera! ¿O no sabéis que el que se une con una prostituta es hecho con ella un solo cuerpo? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une con el Señor, un solo espíritu es. 
Huid de la inmoralidad sexual. Cualquier otro pecado que el hombre cometa está fuera del cuerpo, pero el fornicario peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que mora en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Pues habéis sido comprados por precio. Por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo.
Todo creyente está en Cristo y es miembro de su cuerpo. Unir mi cuerpo con una prostituta sería usar mi cuerpo para pecar, en vez de usarlo como un miembro del cuerpo de Cristo: la iglesia. «El cuerpo no es para la inmoralidad sexual, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo» (1 Corintios 6:13). Si está unido al Señor en Cristo, ¿se imagina el torbellino interno que resultaría si a la vez está unido físicamente con una prostituta? Esa unión crea una atadura impía que se opone a la unión espiritual que tenemos en Cristo. La esclavitud que viene como resultado de esa unión es tan tremenda que Pablo nos advierte: «Huid de la inmoralidad sexual». ¡Salga corriendo!

Los pecados sexuales forman una categoría aparte, ya que todos los demás pecados están fuera del cuerpo. Podemos ser creativos en la manera de arreglar, organizar o usar de otra manera lo que Dios ha creado, pero no podemos crear algo espontáneamente de la nada como sólo Dios puede hacer. La procreación es el único acto creativo en que el Creador permite que el hombre participe, y Dios ofrece instrucción muy detallada de cómo debemos vigilar el proceso de traer a este mundo otras vidas. Limita el sexo a un acto íntimo del matrimonio, exige que el lazo matrimonial dure hasta que la muerte los separe y encarga a los padres proporcionar un ambiente que fomente la crianza de los niños en el conocimiento del Señor.
La perversión satánica
Cualquiera que haya ayudado a las víctimas a salir del abuso ritual satánico sabe cuan profundamente Satanás viola las normas de Dios. Esos rituales son las orgías sexuales más repugnantes que jamás su mente se atrevería a imaginar. 
No es el sexo como lo entendería un humano normal. Por el contrario, es la explotación más desgarradora, obscena y violenta de otro ser humano que usted pueda imaginar. Violan y torturan a los niñitos. El clímax para un satanista es sacrificar a alguna víctima inocente en el momento del orgasmo. 
La palabra «enfermizo» no puede describir con justicia el abuso. La «maldad absoluta» y la «iniquidad total» describen mejor el increíble envilecimiento de Satanás y de sus legiones de demonios. Si Satanás apareciera como es en nuestra presencia ¡creo que sería un noventa por ciento de órgano sexual!

Los satanistas tienen ciertos reproductores escogidos para desarrollar una «super» raza satánica que según ellos gobernará este mundo. A otros reproductores se les exige que traigan sus crías o fetos abortados para sacrificarlos. 

Satanás hará todo lo que pueda para establecer su reino, mientras que a la vez intenta pervertir la descendencia del pueblo de Dios. Con razón los pecados sexuales son tan repugnantes para Dios. Usar nuestros cuerpos como instrumento de iniquidad permite que Satanás reine en nuestros cuerpos mortales. Hemos sido comprados con un precio, hemos de glorificar a Dios en nuestros cuerpos. En otras palabras, debemos manifestar la presencia de Dios en nuestras vidas conforme producimos fruto para su gloria.
El comportamiento homosexual
Si bien la homosexualidad es una fortaleza que va en aumento en nuestra cultura, no existe tal cosa como un homosexual. Considerarse homosexual es creer una mentira, porque Dios nos creó varón y hembra. Sólo existe el comportamiento homosexual, y normalmente esa conducta fue desarrollada en la primera infancia y fue reforzada por el padre de las mentiras. Cada persona a quien he aconsejado y que lucha contra las tendencias homosexuales ha tenido una fortaleza o atadura espiritual importante, algún aspecto de su vida donde Satanás tiene pleno control.

Pero no creo en un demonio específico de homosexualidad. Esa mentalidad nos tendría echando fuera ese demonio y entonces la persona estaría totalmente liberada de futuros pensamientos y problemas. No conozco ningún caso así, aunque no podría presumir de limitar a Dios de realizar semejante milagro. Sin embargo, he ayudado a muchísima gente atada por la homosexualidad, a encontrar su libertad en Cristo y la he dirigido hacia una nueva identidad en Él y a la comprensión de cómo resistir a Satanás en esta área.

Los que se ven cautivos por el comportamiento homosexual luchan contra toda una vida de malas relaciones, de hogares desajustados y de confusión de papeles. Sus emociones han sido atadas al pasado y se lleva tiempo establecer una nueva identidad en Cristo. Típicamente pasan por un arduo proceso de renovación de mentes, pensamientos y experiencias. En la medida en que lo hacen, sus emociones finalmente se conforman a la verdad que ahora han llegado a creer.

Los gritos proferidos desde el púlpito diciendo que los homosexuales tienen el infierno como su destino, sólo desespera más a los que luchan con ese problema. Los padres autoritarios que no saben amar contribuyen a una mala orientación de su hijo y los mensajes de condena refuerzan una autoimagen ya dañada.

No me malentienda. Las Escrituras condenan claramente la práctica de la homosexualidad, así como de todas las demás formas de fornicación. Pero imagínese lo que debe ser padecer sentimientos homosexuales que uno ni siquiera pidió, para luego saber que Dios le condena por ello. 

Como resultado, muchos quieren creer que Dios los creó así, mientras que los homosexuales militantes tratan de comprobar que su estilo de vida es una alternativa legítima a la heterosexualidad, y se oponen violentamente a los cristianos conservadores que dicen otra cosa.

A los que batallan contra las tendencias homosexuales, debemos ayudarlos a establecer una nueva identidad en Cristo. Hasta los consejeros seculares saben que la identidad es un asunto clave en la recuperación. ¡Cuánto mayor no será el potencial de los cristianos para ayudar a esta gente, ya que tenemos un evangelio que nos libera de nuestro pasado y nos establece en Cristo! 

Así que, como consejero pido a las personas atrapadas por la homosexualidad que profesen su identidad en Cristo. También les pido que renuncien a la mentira de que son homosexuales y que declaren la verdad de que son hombres y mujeres. Algunos quizás no tengan una transformación inmediata, pero su declaración pública los coloca en el camino de la verdad, de ahí en adelante pueden decidirse a continuar o no en él.
La salida de la atadura sexual
¿Qué puede hacer uno cuando está esclavizado sexualmente? 
  • Primero, sepa que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús. Despreciarse a uno mismo o a los demás no resuelve esta atadura. La acusación es una de las tretas de Satanás. Además, el suicidio definitivamente no es el medio que Dios tiene para liberarlo.
  • Segundo, siéntese solo, o con una amistad de mucha confianza, y pídale al Señor que le revele a su mente todas las veces que usó su cuerpo como instrumento de iniquidad, incluyendo cada pecado sexual.
  • Tercero, responda verbalmente a cada ofensa conforme la recuerde, diciendo: «Confieso (el pecado que sea) y renuncio ese uso de mi cuerpo». Un pastor me dijo que una tarde pasó tres horas solo y fue totalmente purificado después. Las tentaciones todavía se presentan, pero se ha destruido su poder. Ahora tiene la posibilidad de decirle «no» al pecado. Si usted cree que este proceso podría durar demasiado tiempo, ¡trate de no hacerlo y verá lo larga que le parecerá el resto de una vida arrastrándose en medio de la derrota! Tómese un día, dos días o una semana si es necesario.
  • Cuarto, cuando haya terminado de confesar y de renunciar, diga lo siguiente: «Me comprometo ahora con el Señor y mi cuerpo como instrumento de rectitud. Te presento mi cuerpo como sacrificio vivo y santo a Dios. Te ordeno, Satanás, que te vayas de mi presencia y a ti, Padre celestial, te pido que me llenes de tu Espíritu Santo». Si es casado, diga también: «Reservo el uso sexual de mi cuerpo sólo para mi cónyuge, de acuerdo a 1 Corintios 7:1–5».
  • Por último, decida creer la verdad de que está vivo en Cristo y muerto al pecado. Habrá muchas ocasiones en que la tentación podrá ser arrolladura, pero tiene que declarar su posición en Cristo en el primer momento en que esté consciente del peligro. Diga con autoridad que ya no tiene que pecar, porque está en Cristo. Luego viva por la fe de acuerdo a lo que Dios dice que es verdad.
Echar de mi cuerpo el pecado es la mitad de la batalla. Renovar mi mente es la otra mitad. Los pecados sexuales y las prácticas de ver pornografía tienen la mala costumbre de quedarse dentro del banco de su memoria por mucho más tiempo que otras imágenes. Ser liberado es una cosa; mantenerse libre es otra. 
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