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viernes, 27 de mayo de 2016

Todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Principios y Métodos  para descubrir  y explicar
INTERPRETEMOS LA BIBLIA CORRECTAMENTE
En su forma más sencilla, la hermenéutica ha sido definida como «la ciencia de la interpretación» El término viene del griego hermeneuo: interpretar; puede significar también explicar, traducir. 
Una definición más completa es: «la ciencia que estudia y define principios y métodos para interpretar el sentido o significado de un determinado autor u obra». Como ciencia de la interpretación, se aplica a toda clase de obra humana, ya sea literaria, filosófica, artística o religiosa. 
Aplicada a la Biblia, toma ciertas características que nos llevan a formular reglas y principios dentro de los cuales debe entenderse el sentido y propósito del texto sagrado para hacer que su mensaje llegue claro y preciso al lector u oyente.

El objetivo primario y básico de la hermenéutica es descubrir y explicar, hasta donde sea posible, el significado original del texto. Este objetivo puede ser más fácil cuando se trata de obras literarias o de otro género que no tienen el extraordinario contenido y rico mensaje de la Biblia. Pero si aceptamos que la Biblia es más que un mero libro de historias, oraciones, leyes y poesías, y que nos comunica un mensaje esencial de verdades y hechos que atañen a toda la humanidad, la función hermenéutica se complica y solo se cumple a cabalidad cuando llegamos a la comprensión plena de esas verdades y hechos. 

Un ejemplo puede ayudarnos: las parábolas de Jesús son hermosas, sencillas y transparentes; pero su contenido teológico-moral es profundo y trascendental: abarca valores universales como 
  • el del amor, 
  • la misericordia y 
  • el perdón, 
y verdades trascendentales como la de 
  • la providencia divina, 
  • el uso de los bienes y riquezas, 
  • la soberanía de Dios sobre la vida y la muerte, esta vida y la eterna. 
Las narraciones históricas como la de 
  • la liberación del pueblo de Dios de la esclavitud en Egipto, pueden estudiarse de una manera objetiva, como un hecho histórico de mucha trascendencia para el pueblo judío. Pero dentro de la narración de los hechos históricos aparecen mensajes teológicos y morales de aplicación universal, como el valor del pacto o alianza con un Dios que es fiel y los cumple; 
  • la infidelidad del pueblo y la persistencia amorosa del Dios de Israel en sacar a ese pueblo de su dolorosa peregrinación por el desierto hasta la tierra prometida «que fluye leche y miel». 
  • Y en el transfondo de todo se vislumbra claramente el principio de la «historia de la salvación», que solo será completa con la llegada del Mesías. 
Hasta aquí ya hemos empezado a descubrir que el texto bíblico es riquísimo en su contenido y nos brinda, además de su significado histórico y su sentido literal, otros mensajes de carácter teológico, moral y social, aplicables no solo a la época en la que la narración fue compuesta, sino también para todas las épocas y tiempos. 

Es precisamente esta realidad de la riqueza y multiplicidad de significados y mensajes que contiene el texto bíblico, la que nos lleva a estudiar, como parte de la hermenéutica bíblica, «los diferentes sentidos de la Escritura», que es precisamente el tema de este libro.
Un mensaje «encarnacional»
Si agregamos a lo ya afirmado, el hecho de que las Escrituras contienen un mensaje no sólo para su época, sino también para todas las épocas o, usando un lenguaje teológico, que el mensaje bíblico es eminentemente «encarnacional», es decir, que se encarna o hace parte de la realidad humana en la que vive el lector, debemos concluir que el ejercicio de la interpretación de ese mensaje debe pasar por diversos filtros exegéticos y hermenéuticos que nos permitan penetrar en todo su contenido. 
Dos preguntas son vitales para conseguirlo:
  • ¿qué quiso decir el escritor bíblico a los primeros destinatarios del texto?, y
  • ¿qué nos dicen ese mismo texto y autor a nosotros hoy en día?
Para descubrir este doble significado, debemos hacer lo que llaman los eruditos la «contextualización» del texto y del mensaje o sentido del mismo. Es decir, situar el texto dentro del contexto o ambiente histórico, social y literario en el que fue compuesto inicialmente para descubrir el significado o sentido primario que el autor quiso dar a sus primeros lectores u oyentes. 
Luego debemos situar ese mismo texto en el contexto en el que vive el lector o destinatario actual para descubrir lo que realmente quiere decir Dios, como autor supremo y último del texto, al lector de hoy, aquí y ahora, en la situación en la que actualmente está viviendo. 
Es aquí donde el conocer los diferentes sentidos que tienen las Escrituras nos ayuda enormemente. Descubriremos que, entre otros, existe 
  • un sentido literal histórico, 
  • un posible sentido alegórico o simbólico, 
  • un sentido típico, y 
  • un sentido que los estudiosos de la Biblia han llamado «pleno» (sensus plenior), que pudo estar oculto al mismo autor humano del libro sagrado, pero que permanecía en la mente divina para ser revelado a su debido tiempo. 
Multitud de pasajes del Antiguo Testamento tardaron siglos en revelar todo su contenido y mensaje hasta la llegada de Jesucristo. El mismo Jesús se encarga de revelarnos ese «sentido pleno» de las Escrituras que se refieren a él, como cuando explicó el pasaje de Isaías 61:1–3a, aplicándolo a su misión en la tierra. (Véase Lucas 4:16–19)
Hermenéutica y exégesis
Como hemos visto, el objetivo de la hermenéutica es el de establecer el sentido del texto de modo que el lector tenga un claro entendimiento de su contenido, siguiendo las reglas y cánones científicos de la investigación y la lectura.
El término exégesis (del griego exeghéomai = explicar, interpretar o describir) es casi sinónimo de «hermenéutica». Hay, sin embargo, una diferencia técnica importante. La exégesis aplica los principios y reglas dictados por la hermenéutica. Por eso decimos que «exégesis» e «interpretación» son sinónimos: la exégesis es, en realidad, la interpretación misma de las Escrituras. O dicho en otra forma: es la hermenéutica aplicada. La hermenéutica da los principios y normas, y la exégesis los aplica.
Divisiones de la hermenéutica
Son tres: 
  • la noemática, que estudia los sentidos bíblicos; 
  • la heurística, que se ocupa de los principios y normas de la interpretación; y 
  • la proforística, que se encarga de la formulación y exposición de las verdades bíblicas.
Significación y sentido
Ayudados por la Noemática, descubrimos que significado y sentido no son lo mismo: el significado es absoluto; cada palabra o término tiene su propio significado, independientemente de las circunstancias en que se utiliza o el uso que en determinado momento se le quiere dar. Significado es lo que la palabra quiere decir por sí misma. Podemos decir que cada palabra tiene sólo un significado. 
El sentido, por el contrario, es rico y variado; cada término tiene y puede tener una gran variedad de sentidos, desdoblarse en diferentes acepciones o concepciones. 
Por ejemplo, la palabra «blanco» básicamente significa o tiene el significado único de un color de la escala cromática. Ese es su significado básico y fundamental. Pero de acuerdo con las circunstancias y contextos en que la usemos, pasa a tener muchos sentidos: un punto al que se apunta para disparar; un estado de pureza o limpieza; un campo inexplorado y hasta un apellido. 
El significado o la significación lo tiene la palabra o término en sí y por sí. El sentido se lo dan el uso o las circunstancias, las cuales dependen en buena parte de quien habla o escribe; es decir, de quien emplea el término en un momento dado. 
Según el gran filósofo-teólogo Tomás de Aquino, creador del sistema escolástico que ha servido debase metodológica a las enseñanzas de la Iglesia Católica, «el oficio del buen intérprete no es considerar las palabras sino el sentido».
La Biblia, un libro divino-humano
Es verdad que identificamos las Sagradas Escrituras como «Palabra de Dios», pero en realidad estamos frente a un libro divino-humano. Es Palabra de Dios en el lenguaje del hombre; su autor último es Dios, pero él utilizó a autores humanos como instrumentos para transmitir su pensamiento y mensaje. 
Este mensaje y pensamiento divinos constituyen el sentido bíblico: lo que Dios nos quiere expresar, comunicar y enseñar, utilizando el lenguaje del autor humano. Lo que este autor humano primario nos transmite en su lengua, que él entiende como mensaje divino o revelación divina, es lo que constituye el sentido literal de las Escrituras; es el mensaje de infinita sabiduría de Dios encarnado en la letra y las palabras del escritor o transmisor humano del mismo. 
Este mensaje puede inclusive superar, en su contenido y alcance, el mismo entendimiento del escritor humano o hagiógrafo. Cuando esto ocurre, llamamos “oculto” a este sentido, porque ni el mismo transmisor humano lo conoce inicialmente, y que va a revelarse después con el sentido pleno o plenior, «más completo» de las Escrituras. 
Muchas veces este sentido está escondido no tanto en las palabras en sí, sino en su contenido simbólico o paradigmático. Cuando esto ocurre, estamos ante el sentido tipológico que, en algunos casos, puede identificarse como sentido alegórico. Vamos a tratar de estudiar individualmente cada uno de estos sentidos, definiéndolos y explicándolos con la ayuda de algunos ejemplos.
Principios hermenéuticos
Además de los diferentes sentidos que tiene la Escritura, la hermenéutica se ocupa del estudio de los diferentes géneros literarios que encontramos en la misma y de los variados métodos de interpretación del texto sagrado. 
Todo esto nos lleva a establecer principios claros y seguros de interpretación y exposición bíblica. Es innegable la importancia de este trabajo, ya que así como los principios claros y seguros y los métodos adecuados de investigación nos llevan a una sana y correcta interpretación, lo contrario nos conduce a un entendimiento equivocado y a una interpretación errónea de la Palabra. 
Detrás de esta afirmación hay un hecho bíblico-teológico fundamental que es parte esencial del concepto mismo de revelación, y que podría formularse así: «Dios quiere que todos conozcan, entiendan, acepten y vivan su revelación». En otras palabras, Dios revela su mente y pensamiento, sus leyes y mandamientos, todo lo que constituye su Palabra con el propósito explícito de que esta revelación llegue completa e intacta a la mente y el corazón de todos los seres humanos de todas las razas, tiempos, pueblos y culturas. 
De hecho, solo cuando este propósito divino se realiza plenamente, es decir, cuando la mente y el corazón de Dios se hacen mente y corazón humanos a través de la transmisión fiel de su revelación, es cuando se realiza plenamente esta revelación divina. 
De ahí la importancia del estudio del texto y su reconstrucción completa a través de la disciplina de la crítica textual, que nos da un texto único de las Escrituras en sus lenguas originales, fruto de la investigación, estudio y compilación de los mejores y más antiguos manuscritos de las Escrituras que hoy tenemos. 
De ahí también la importancia de contar con buenas y nuevas traducciones de la Biblia que superen los vacíos textuales de las antiguas versiones, y que nos transmitan la revelación divina en un lenguaje actual, fiel, fresco y confiable. Y de ahí también la importancia de una buena interpretación bíblica basada en principios y métodos hermenéuticos y exegéticos sanos y seguros, de acuerdo con los parámetros de las ciencias modernas de interpretación, según lo estamos estudiando en este libro.

En todo esto debemos presuponer que los autores sagrados inspirados por Dios no escribieron con el propósito de confundir o extraviar a los lectores o receptores de su revelación. No es justo pensar que las Escrituras divinamente inspiradas nos hayan llegado en forma de un jeroglífico o rompecabezas que solo los críticos y expertos puedan descifrar. La Palabra de Dios nos fue dada para hacernos a todos sabios en cuanto al negocio más importante de nuestra existencia, que es la salvación. 

A través de ella Dios nos habla clara y sencillamente, y comunica todo lo que debemos conocer para relacionarnos adecuadamente con él como nuestro Padre, y con Jesucristo su Hijo como nuestro Redentor y Maestro. Solo que toda esta revelación y estas verdades están en un lenguaje humano, que para la mayoría de los lectores de la Biblia es desconocido y está dentro de una cultura extraña o ajena para la mayoría de los lectores de la Biblia hoy. 

Esta revelación, por otra parte, se transmite a través de un lenguaje que contiene símbolos y metáforas, parábolas y alegorías, en forma de visiones y sueños y utilizando los recursos semánticos y retóricos del lenguaje. Pero la tradición judeo-cristiana de muchos siglos y el trabajo dedicado de miles de expertos amantes de la Palabra, nos han dejado herramientas de investigación, estudio y exposición bíblicas que nos ayudan hoy a captar claramente el mensaje que Dios nos ha dejado en su Palabra desde tiempos inmemoriales. 

Todos estos recursos de estudio e investigación, puestos en forma organizada y funcional, son los que constituyen las ciencias bíblicas a las cuales pertenecen en forma eminente la hermenéutica y la exégesis. Son estas dos ciencias las que animan las páginas de este libro, cuyo propósito fundamental es el de facilitar la exposición y presentación del mensaje bíblico con claridad y suficiencia a los lectores y oyentes de hoy a través de un mejor conocimiento y un más claro entendimiento del texto por parte del estudioso expositor del mensaje.

Esperamos abrir un camino más claro y expedito hacia la Palabra que, por ser eterna, no envejece y mantiene en todo tiempo un mensaje fresco y actual que da sentido y dirección a la vida, haciendo buenas las palabras del salmista:
Tu Palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero. Salmo 119:105
De esta manera las Escrituras podrán cumplir el cometido señalado por Pablo en la carta a los Romanos:
De hecho, todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza. Romanos 15:4
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viernes, 15 de mayo de 2015

La eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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¿QUÉ ESTAMOS TRATANDO DE HACER? : LA META AL ACONSEJAR


¿Es
egoísmo lo que pretendemos hacer ?

He aquí lo que podría ser una conversación típica entre un paciente y un consejero cristiano:

               Sujeto:      Estoy frustrado. Siento como que voy a explotar. Tiene que haber alguna manera de aplacar esto. Si ocurre una cosa más, creo que me vuelvo loco.
               Consejero:      Parece que se siente realmente desesperado.
               Sujeto:      Así es. Aunque soy cristiano y creo en la Biblia, no encuentro la solución. He probado la oración, la confesión, el arrepentimiento, el dar lo que tengo, todo. Tiene que haber alguna respuesta en Dios, pero no la encuentro.
               Consejero:      Comparto su convicción de que el Señor puede traer paz. Pero veamos qué puede estar impidiendo que responda en su caso.

En este punto la acción de aconsejar puede tomar distintos rumbos, según sea la posición teórica del consejero, la naturaleza de su relación con el paciente, y muchos otros factores. Pero cualquiera que sea la dirección que tome, tenemos que pensar cuidadosamente en el fin. ¿Qué es lo que en definitiva pide el paciente? ¿Qué es lo que espera principalmente como resultado del consejo? Al escuchar a muchos pacientes y al considerarme yo mismo cuando estoy luchando con un problema personal, llego a la conclusión de que el objetivo general que se desea con tanta desesperación es fundamentalmente egocéntrico: «Quiero sentirme bien…» «Quiero ser feliz…»

Ahora bien, nada hay de malo en querer ser feliz. Sin embargo, una preocupación obsesiva por «mi felicidad» a menudo puede nublar la visión del camino bíblico hacia un gozo profundo y perdurable. El Señor dice que hay gozo eterno para nosotros a su derecha. Si queremos gozar de esa dicha, tenemos que aprender lo que significa estar a la derecha de Dios. Pablo nos dice que Cristo ha sido exaltado hasta la diestra de Dios (Ef 1:20). De ello resulta que cuanto más permanezcamos en Cristo, más disfrutaremos de la dicha disponible por la relación con Dios. Si quiero experimentar la verdadera felicidad, debo desear por sobre todas las cosas vivir en sujeción a la voluntad del Padre como lo hizo Cristo mismo.

Muchos de nosotros damos prioridad no al hacernos semejantes a Cristo en medio de nuestros problemas sino al hallazgo de la felicidad. Quiero ser feliz, pero la paradójica verdad es que nunca voy a ser feliz si mi primera preocupación es ser feliz. Mi meta principal deberá ser siempre responder bíblicamente en cualquier circunstancia; poner primero al Señor; buscar actuar como él quiere que lo hagamos. La maravillosa verdad es que si dedicamos todas nuestras energías a la tarea de llegar a ser lo que Cristo quiere que seamos, él nos llenará de un gozo indecible y de una paz que sobrepasa con mucho a la que el mundo ofrece. Por un acto de la voluntad, debo rechazar con firmeza y convicción la meta de ser feliz y adoptar la de llegar a ser más como el Señor. El resultado será mi felicidad a medida que vaya aprendiendo a morar a la diestra de Dios y en relación con Cristo. El énfasis moderno en la integridad personal, el potencial humano, y la libertad de ser uno mismo nos ha alejado silenciosamente de la ardiente preocupación por llegar a ser más como el Señor, y hemos sucumbido al interés más primario de la realización personal, el cual —se nos promete— nos conducirá a la felicidad.

Véanse los títulos de muchos libros cristianos actuales: El secreto cristiano de una vida feliz; Sé todo lo que puedas ser; Lo que estamos destinados a ser; La mujer completa; La mujer satisfecha. Muchos contienen conceptos excelentes y verdaderamente bíblicos; pero el mensaje, ya sea explícito o implícito, a menudo está orientado más a la preocupación por la autoexpresión que al interés de conformarnos a la imagen de Cristo. Sin embargo, la Biblia enseña que si permanecemos obedientes en la verdad a fin de llegar a ser más como Dios y así darlo a conocer, la consecuencia será a su tiempo nuestra felicidad. Pero la meta de la vida cristiana, como así también la del don cristiano de aconsejar, no es la felicidad individual. Tratar de encontrar la felicidad es como tratar de dormir. Cuanto más nos afanamos y tratamos desesperadamente de dormirnos, menos lo logramos.

Pablo dijo que su meta no era llegar a ser feliz sino agradar a Dios en todo momento. ¡Qué idea más revolucionaria! Cuando conduzco mi coche camino al trabajo y alguien me obstruye el paso, cuando mis hijos se portan mal durante el culto, cuando se descompone el lavarropas… ¡mi primera responsabilidad es agradar a Dios! En Hebreos 13:15, 16 se nos dice que los creyentes-sacerdotes (todos los somos) tienen una doble función: (1) ofrecer el sacrificio de adoración a Dios y (2) ofrecer el sacrificio del servicio a otros. Si quiero agradar a Dios en todo momento, debo tener como preocupación central la adoración y el servicio. Pienso que una verdad que se ha descuidado en la mayoría de los intentos de aconsejar es la siguiente: la razón bíblica básica para querer resolver un problema personal debiera ser querer entrar en una relación más profunda con Dios, para agradarle con más eficacia mediante la adoración y el servicio.

Se nos proveerá de beneficios y recompensas personales en abundancia. Pablo se sentía muy fortalecido en medio de sus aflicciones por la perspectiva del cielo. Miraba hacia adelante, al maravilloso descanso y al gozo imperturbable que está disfrutando en este momento. Yo imagino que ha venido pasando un tiempo maravilloso durante estos últimos 1900 años, conociendo mejor al Señor y gozando de conversaciones con Pedro, Lutero, y mis abuelos entre otros. Disfruta de un gozo supremo. Pero la felicidad personal debe considerarse un subproducto, no la meta principal. Debo glorificar a Dios, y al hacerlo, voy a disfrutar de él. No necesito leer el Catecismo para saber que debo glorificar a Dios para disfrutar de él. Como meta, la felicidad será siempre imposible de alcanzar cualquiera que sea nuestra estrategia. Pero la felicidad como consecuencia está maravillosamente a disposición de aquellos cuya meta es agradar a Dios en todo momento.

La próxima vez que luche con algún problema personal (tal vez lo está haciendo en este momento), pregúntese a sí mismo: «¿Por qué quiero solucionar este problema?» Si la respuesta sincera es: «Para poder ser feliz», está a kilómetros de distancia de la respuesta bíblica. ¿Qué puede hacer entonces? Adoptar una meta diferente por un acto de la voluntad consciente, definitivo, y completamente decisivo: «Quiero resolver este problema de una manera que me haga más como el Señor. Entonces podré adorar a Dios con más plenitud, y servirle con más eficacia.» Escríbalo en una tarjeta, y léalo cada hora. Afírmelo regularmente aunque al comienzo le parezca artificial y mecánico. Ore para que Dios lo confirme en su interior a medida que continúa afirmándolo por un acto de la voluntad. Ponga su meta en práctica en formas concretas. Comience a alabar al Señor dándole gracias por aquello que más lo aflige, y busque formas creativas para comenzar a servirle.

Los consejeros cristianos debieran estar atentos a la profundidad del egoísmo que reside en la naturaleza humana. Es terriblemente fácil ayudar a una persona a pretender una meta no bíblica. Es nuestra responsabilidad como miembros compañeros del mismo cuerpo, exhortar y recordar continuamente unos a otros cuál es la meta de un verdadero acto de aconsejar liberar a la gente para que pueda servir y adorar mejor a Dios, ayudándolos para que lleguen a ser más como el Señor. En una palabra, la meta es la madurez.

Madurez espiritual y psicológica

Pablo escribió en Colosenses 1:28 que su trato (¿aconsejando?) con la gente estaba destinado a promover la madurez cristiana. Solamente el creyente que está madurando está entrando con más profundidad en el propósito fundamental de su vida, a saber, el servicio y la adoración. En consecuencia, el consejero bíblico debe adoptar como su estrategia principal la promoción de la madurez espiritual y psicológica. Cuando hablamos con otros creyentes, debemos siempre tener presente el propósito de ayudarles a madurar a fin de que puedan agradar mejor a Dios.

La madurez envuelve dos elementos: (1) obediencia inmediata en situaciones específicas y (2) crecimiento a largo plazo del carácter. Para comprender lo que quiero significar por madurez y para ver cómo estos dos elementos contribuyen a su desarrollo, debemos primero captar el punto de partida bíblico en nuestra búsqueda de la madurez. Nada es más crucial para una vida cristiana efectiva que una clara conciencia de sus fundamentos. La experiencia cristiana comienza con la justificación, el acto por el cual Dios me declara aceptable. Si quiero llegar a ser psicológicamente sano y espiritualmente maduro, debo comprender claramente que mi aceptación por parte de Dios no se basa en mi conducta sino más bien en la conducta de Jesús (Tit 3 s.). Él fue (y es) perfecto. Como nunca pecó, no merecía morir. Pero fue a la cruz voluntariamente. Su muerte fue el castigo que merecía mi pecado. En su amor, Jesús proveyó para un intercambio. Cuando yo le doy mis pecados, Él paga por ellos para perdonarme con justicia y después me da el regalo de su justificación. Dios me declara justo a base de lo que Jesús ha hecho por mí. Soy declarado justo. Soy justificado. No es un don que Dios pone en mí (sigo siendo pecador), sino que Él declara que ahora me pertenece. No puedo perderlo. Soy aceptado como soy porque mi aceptación no tiene nada que ver con la forma en que soy o que era ayer, o que seré mañana. Depende únicamente de la perfección de Jesús.

Este punto no debe ser relegado al reino árido de la teología. Es un punto que está en el centro de todo crecimiento cristiano; sin embargo, muchos de los que entienden la doctrina de la expiación sustitutiva no ven su tremenda aplicación práctica a la vida. Toda nuestra motivación para todas nuestras conductas depende de esta doctrina. Los esfuerzos para agradar a Dios viviendo como debiéramos y resistiendo la tentación están muy a menudo motivados por la presión. Tenemos un vago sentimiento de pavorosa compulsión que nos incita a obedecer. Entonces obedecemos bajo la amenaza de algún presentimiento. ¿Tenemos miedo de la ira de Dios? «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.» ¿Estamos preocupados por si seremos o no aceptados? Nuestra aceptación depende de la obra expiatoria de Cristo. ¿Tal vez tememos perder su amor? «¿Quién acusará a los escogidos de Dios?» Nada «nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro». Porque nos preocupamos por todas estas cosas y no creemos verdaderamente en las Escrituras, tendemos a mirar a otros cristianos para confirmar nuestra aceptación. Su aprobación se vuelve sumamente importante, de modo que tratamos de agradarlos para ganar su aprobación. En ese momento comenzamos a sentir la presión para estar a la altura de ellos. No satisfacemos las expectativas que creemos ellos tienen de nosotros. Nos sentimos culpables y los evitamos o los engañamos. Se rompe el compañerismo. Cuando hacemos lo mejor que podemos y ellos muestran desaprobación o no alaban nuestros esfuerzos, nos ofendemos con ellos.

De manera que mucha de nuestra actividad cristiana está motivada por un deseo personal de ganar la aprobación de alguien y con ello ser aceptables. Todo el dolor y los problemas que resultan de esa clase de motivación son innecesarios gracias a la doctrina de la justificación por la fe. Ya he sido aceptado. No necesito de la aprobación de nadie. Dios ha declarado que estoy bien. Cuando llego a entender eso, aunque sea débilmente, mi respuesta inevitable es: «Gracias, Señor… quiero agradarte.» Pablo dijo que estaba constreñido no por la presión de ser aceptado sino más bien por el insondable amor de Cristo (2 Co 5:14). Su motivación fundamental era el amor. Quería agradar a Dios y servir a los hombres, no para ser aceptado sino porque ya era aceptado. La base de toda la vida cristiana, pues, es una adecuada comprensión de la justificación.

Algún día seré glorificado. Estaré en el cielo. En ese momento serán quitadas todas mis imperfecciones. Lo que Dios ha declarado como verdad, que soy totalmente aceptable, él mismo lo hará verdad un día en mi estado consciente: seré completamente libre de todos los deseos, pensamientos, y actitudes pecaminosos. Hasta ese momento (que generalmente llamamos glorificación), Dios está en el proceso de santificarme, de purificarme, de ayudarme lentamente a ser más como él ha declarado que ya soy. Me ha asegurado la posición en la aceptabilidad. Ahora me indica que debo ir creciendo hasta esa posición, para actuar en forma cada vez más aceptable. La motivación para poder hacerlo es el amor. Me ha dado el Espíritu Santo, quien me indica cómo debo vivir y me capacita para vivir de esa manera. Por ser justificado, tengo asegurada la glorificación. Voy a manifestar el carácter de Dios cuando lo vea, porque entonces seré como él. Pero Dios me ha dicho que durante el tiempo entre mi justificación y glorificación debo andar por el camino de la obediencia. La madurez cristiana envuelve llegar a ser cada vez más como el Señor Jesús a través de una creciente obediencia a la voluntad del Padre. Permítaseme hacer un esquema de lo que hasta ahora he dicho:
http://claudioxplabibliadice.blogspot.com/2015/05/por-esta-causa-doblo-mis-rodillas-ante.html


Todo aquel que es justificado algún día será glorificado. Nuestra justificación (pasado) y glorificación (futuro) dependen enteramente de Dios. Pero en el ínterin todos tenemos mucho problema con la obediencia. Nos salimos fácilmente del camino de la rectitud, y no siempre seguimos modelos bíblicos para nuestra conducta. El consejero cristiano se preocupa de si el paciente está respondiendo en forma obediente o no en cualquier circunstancia que esté pasando. Muchas veces en el acto de aconsejar se pondrá de manifiesto que el sujeto no está respondiendo de manera bíblica a su circunstancia problemática. Puede encontrarse bajo una terrible presión; tal vez hay una historia que hace perfectamente comprensible y natural su conducta y podemos sentir profunda compasión hacia él por esos problemas. Sin embargo, debemos insistir en que, a pesar de la circunstancia o trasfondo, la fidelidad de Dios nos asegura que el paciente tiene todos los recursos que necesita para aprender a obrar bíblicamente en su situación actual. Dios nunca permitirá que una situación en la vida de un creyente llegue a tal punto que le impida responder en forma bíblica. Tal como yo entiendo la realidad de «Cristo en mí» a través de su Espíritu, nunca puedo decir: «Pero no puedo obrar como Dios quiere que lo haga. Las circunstancias son demasiado difíciles.» El consejero deberá ayudar a su paciente a entrar en el camino de la obediencia. Yo le llamo a eso la meta de ENTRAR. Agregando la meta de ENTRAR a nuestro esquema, resulta como sigue:




Mucho de la operación de aconsejar equivale a quitar obstáculos tales como «No puedo», «No voy a», «No sé cómo manejar esto». A menudo el problema del sujeto son tentaciones ante las cuales sucumbe. Estas requieren más que una exhortación como «Haga de la manera que Dios ordena». Más adelante consideraremos métodos específicos para resistir la tentación, que dependen de recursos tanto psicológicos como espirituales. Cualquiera que sea el enfoque, la meta es ayudar al paciente a responder bíblicamente ante la circunstancia problemática, a ENTRAR.

Sin embargo, la obediencia es sólo una parte de la meta. Un cristiano debe hacer algo más que cambiar su conducta. Debe cambiar su actitud, sus deseos deben acomodarse lentamente al plan de Dios, debe manifestar un nuevo estilo de vida que represente más que una suma de respuestas obedientes. El cambio debe ser no solamente obediencia externa sino también renovación interior: una manera renovada de pensar y percibir, un conjunto de metas cambiadas, una personalidad transformada. A este segundo objetivo más amplio lo llamo la meta de SUBIR. La gente necesita no solamente ENTRAR sino también SUBIR.
                                                                                    


 

Pablo habla de cristianos inmaduros que realmente no asimilan de una manera práctica para cada momento la realidad del señorío de Cristo. Viven de una manera que no es notoriamente diferente de los no creyentes. Pelean, se irritan con facilidad, expresan celos y resentimientos, no se llevan bien unos con otros. Los maduros (más bien aquellos que están creciendo en madurez) son los que entienden verdaderamente en qué consiste la vida cristiana. En sus corazones no tienen otro deseo mayor que adorar y servir a Cristo. Comprenden cuál es la meta fundamental de la vida cristiana. Tropiezan y caen, pero se arrepienten rápidamente, se ponen de pie, y siguen andando.

Gene Getz ha escrito un valioso libro titulado The Measure of a Man [La medida del hombre] cuyo contenido representa esencialmente una definición operante de la madurez cristiana. Cuando Pablo indicó a Timoteo y a Tito que buscaran hombres para asumir posiciones de dirección les dijo que se fijaran en ciertas características que en su conjunto reflejan madurez. Getz enumera veinte medidas de madurez y considera brevemente lo que cada una de ellas envuelve, y sugiere muchas ideas prácticas sobre cómo desarrollarlas. Estas descripciones son útiles para un consejero como una guía para promover y evaluar la madurez. En capítulos posteriores trataremos a fondo la idea de que, para desarrollar madurez —de la calidad que puede afrontar tormentas difíciles— es necesario identificar y cambiar directamente ciertas partes cruciales del sistema de creencias del paciente. El cambio de conducta (la meta de ENTRAR) es un prerrequisito necesario para la madurez, pero si se quiere desarrollar una madurez cristiana estable hay que llegar a cambios más fundamentales en las ideas del sujeto acerca de lo que satisface necesidades básicas como las relativas a la estima, la importancia, y la seguridad personal.

Hay que tener en cuenta que las metas de ENTRAR Y SUBIR son radicalmente diferentes de las que generalmente establecen los consejeros seculares. Ullman y Krasner, dos conocidos psicólogos behavioristas, han definido al humanismo como «cualquier sistema o forma de pensamiento o acción en que predominan los intereses, los valores, y la dignidad humanos». La mayoría de las teorías psicológicas explícita o implícitamente aceptan la doctrina humanista como la base de su pensamiento. Un sistema en que «predominan los intereses, los valores y la dignidad humanos» está abiertamente centrado en el hombre, dejando fuera la dirección sagrada de un Dios objetivo y personal. Si, a juicio del terapeuta, los intereses humanos entran en conflicto con los mandatos bíblicos, las Escrituras se dejan tranquilamente de lado en favor de la meta más elevada. Para la persona secular (y, como vimos antes, muchas veces también para el cristiano) la felicidad del paciente es lo fundamental. Todo aquello que promueva un sentido de bienestar se considera valioso. Lazarus, en un libro en general excelente y provechoso, adopta como su sistema de valores un único precepto moral que muchos secularistas adoptarían con gusto: «Usted tiene el derecho de hacer, sentir, y pensar lo que se le antoje, a condición de que nadie resulta lastimado en el proceso». De acuerdo con este precepto, las ideas sobre moralidad se pueden establecer fácilmente sin tener en cuenta en absoluto el carácter y la ley revelada de Dios. Sin embargo, digamos brevemente que los terapeutas seculares sensatos no tratan necesariamente de cambiar el sistema de valores de una persona para que adopte el de ellos, y pueden ser de verdadera ayuda al tratar a creyentes, siempre que las metas de su terapia coincidan, o al menos no entren en conflicto en determinado momento, con la meta general de ENTRAR Y SUBIR.

Debe aclararse, sin embargo, que la psicología secular opera partiendo de un conjunto de presupuestos radicalmente diferentes de los que el cristianismo enfatiza, y las metas para un paciente particular pueden resultar afectadas por esas diferencias. Por ejemplo, un acuerdo matrimonial que contradiga la enseñanza de la Biblia sobre los papeles del esposo y la esposa podrá satisfacer al paciente secular pero no al cristiano. Tal acuerdo no viola la preocupación humana limitada por los intereses, los valores, o la dignidad personales, y ciertamente no daña a otras personas. Pero la meta de ENTRAR al esquema bíblico no se ha logrado y la de SUBIR hacia una actitud como la de Cristo en su sumisión a la voluntad del Padre no se ha tenido en cuenta en ningún momento (y en la mayoría de los casos se la consideraría risiblemente irrelevante).


Resumen

La meta del acto bíblico de aconsejar es promover la madurez cristiana, ayudar a las personas a entrar a una experiencia más rica de adoración y a una vida de servicio más eficaz. En términos generales, la madurez cristiana se desarrolla (1) al encarar circunstancias problemáticas inmediatas en una forma consecuente con la Biblia: ENTRAR; Y (2) al desarrollar un carácter interior que esté de acuerdo con el carácter (actitudes, creencias, propósitos) de Cristo: SUBIR.

 
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