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domingo, 20 de mayo de 2012

Galatas: ¡Una Epistola que recuerda cuan libres somos!

biblias y miles de comentarios
 
I. ¿Por qué es importante esta epístola?
“La epístola a los Gálatas es mi epístola. Es como si estuviera unido en matrimonio con ella. Es mi Catalina”. Así hablaba Lutero, quien consideró a Gálatas el mejor de los libros de la Biblia. Esta carta ha sido llamada “El grito de guerra de la Reforma”, “la gran carta de la libertad religiosa”, “la declaración cristiana de la independencia”, etc.

Es importante, porque en cualquier época responde a la pregunta más fundamental que pudiera levantar el corazón humano: “¿Cómo puedo encontrar la verdadera felicidad?” “¿Cómo puedo yo obtener la paz, la tranquilidad y la libertad del temor?”.

En virtud de su propia fuerza y por su propia sabiduría, el hombre es totalmente incapaz de descubrir la respuesta. El lema que ha aparecido en diversas formas, siendo una de ellas:
“Dios no nos dio ningún Cristo por dádiva, la humanidad sola nos salvará”, falla por completo. Falla en cada una de sus manifestaciones, sea en el ritualismo que trata de conformarse a la ley de Moisés—esta era la trampa en la que estaban cayendo los gálatas del tiempo de Pablo (3:10; 5:2–4)—en el ascetismo riguroso, la aflicción del cuerpo, las obras de supererogación, las obras de justicia del “hombre moral”, la obediencia estricta a “las leyes de la Naturaleza”, la confianza en la Ciencia (las que a propósito colocamos con mayúscula), o, finalmente, la entrega, sea a uno mismo como el capitán de su propio destino y el amo de su
propia alma, o a este o aquel führer político o falso mesías religioso.

A veces el deseo de satisfacer el anhelo más profundo del hombre toma una dirección diferente, aun opuesta. El legalismo produce libertinaje. Es como si los hombres dijesen, “ya que la obediencia a la ley—sea la ley de la naturaleza, la de Moisés, la del demagogo, o aun la de una conciencia poco iluminada—no ha producido el resultado deseado, probemos con la desobediencia a la ley. Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas. ¡Fuera con toda restricción!” No obstante, aquellos que sembraron el viento de (lo que a ellos les gusta llamar) la “libertad personal”—¡pero que realmente es un libertinaje desenfrenado!—con su énfasis en cosas como el sexo y el sadismo, el robo y el exceso (cf. 5:19–21), están cosechando el torbellino de la pobreza intelectual, la decadencia moral y la bancarrota
espiritual. Es evidente que la solución no está en esa dirección.

A todos los que estén dispuestos a creer en la Palabra de Dios Gálatas muestra el camino hacia la libertad verdadera (5:1). Esa libertad genuina no es ni el legalismo ni el libertinaje.
Es la libertad de ser “esclavo de Cristo”. [p 12] Consiste en ser llevado cautivo en su cortejo, es decir, rendirse uno mismo al Dios trino tal como se ha revelado en Jesucristo para salva-ción. Esta libertad se encuentra cuando uno está dispuesto a dejar todo intento de salvarse a sí mismo, y aceptar a Cristo Jesús como su Salvador y Señor, gloriándose solamente en su cruz (6:14) y confiando en él como aquel que cumplió con la ley (3:13). Para todos aquellos que por la gracia soberana de Dios han sido llevados a hacer esto, la ley deja de ser para siempre el medio de lograr la felicidad o el boleto al cielo cuando llega la muerte (2:16). Guia-dos por el Espíritu de Cristo, los redimidos, en agradecimiento por la salvación que recibieron
como una dádiva, comienzan a adornar sus vidas con “el fruto del espíritu: amor, gozo, paz, longanimidad, bondad, benignidad, fidelidad, humildad y dominio propio” (5:22, 23). Ahora sí que el miedo ha huido. La concupiscencia ha dejado de ser el principio gobernante (5:24). Se abrieron las puertas de la prisión. El aire es estimulante y vigorizante. Por fin se ha hallado la verdadera libertad. El pecador ha sido reconciliado con su Dios. Anda por el Espíritu (5:16).

No sólo ha encontrado la bendición, sino que él mismo ha llegado a ser bendición, porque es por medio de el que Dios bendice al mundo.

Esta última afirmación merece ser enfatizada. En los dias de Pablo, ni el legalismo ni el libertinismo (libertinaje) estaban conquistando victorias reales y finales. Era precisamente el evangelio de la libertad en y por medio de Cristo que salía conquistando y para conquistar. Si Pablo se hubiera rendido al legalismo, el cristianismo se habría conocido tan sólo como una forma de judaísmo modificado, y jamás podría haber conquistado el mundo en ningún sentido. Los gentiles lo hubieran rechazado. Si Pablo se hubiera comprometido con el libertinismo, siguiendo el ejemplo de aquellos que habían adoptado el lema, “Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde” (cf. Ro. 6:1), los corazones de los que estaban
destinados a la vida eterna jamás hubieran estado satisfechos. Tarde o temprano se habría descubierto la falsedad de la “nueva religión”. Mas debido a que, en virtud del poder soberano de Dios, no sucumbió a ninguno de ellos, sino que proclamó las riquezas de la gracia perdonadora y transformadora (¡!) de Dios, el cristianismo llegó a ser—no sólo una sino—la más grande de las religiones en el mundo, la religión destinada a invadir los corazones de todos aquellos que fueron escogidos por Dios desde la eternidad “de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Ap. 5:9). En ese entonces la pregunta era sobre qué tomar, ¿el legalismo, el
libertinismo, o la verdadera libertad? Ese es el problema hoy día también.

II. ¿Quiénes eran los destinatarios?
Por el año 278 a. C. un gran número de galos y celtas, quienes anteriormente habían invadido y asolado Grecia, Macedonia y Tracia, cruzaron hacia Asia Menor. Su llegada no era—por lo menos no del todo—una  intrusión injusta, ya que llegaron debido a la invitación que les extendiera Nicomedes rey de Bitinia. De modo que allí estaban ellos con sus esposas e hijos, ocupando el corazón mismo de la tierra de Asia Menor, una larga faja que se extendía hacia el norte desde el centro.

Pertenacían a tres tribus: los trochmi, tectosages y tolisbogii, con quienes se asocian las ciudades de Tavium, Ancira, Pesino, respectivamente. Las tres tribus eran Galli, esto es, galos (“guerreros”), llamados también Galatae, esto es, gálatas (“nobles”). Rapidamente comezaron a ganar ventaja sobre el pueblo indígeno de “frigios”, de linaje mezclado y devotos de la antigua e imponente religión de Cibeles. Por largo tiempo, debido a las constantes incursiones sobre los distritos adyacentes, los límites de los dominios galos cambiaban, pero finalmente fueron forzados por los romanos a vivir en paz con sus vecinos y a permanecer
dentro de los límites de su propio territorio. Con el paso del tiempo, como sucede a menudo en estos casos, los galos se mezclaron con la población original de ese lugar, adoptaron su religión, aunque en muchos otros aspectos siguieron siendo la raza dominante.

Debido a que los gobernantes galos eran muy astutos, generalmente se aliaban con cualquiera que estuviese “en la cima” en Roma. De este modo, Roma les respondía permitiéndoles ser tratados como aliados más que como una nación conquistada. Eran considerados como un “reino”. Durante el reino de su último rey, Amintas IV, su reino pudo extenderse aun hasta el sur. Después de la muerte de Amintas (25 a. C.) los romanos heredaron este extenso reino y lo convirtieron en “la provincia romana de Galacia”, la que pronto abrazó, además del territorio del centro y norte, partes de Frigia, Licaonia, Pisidia e Isauria en el sur

Se ve entonces, por qué los términos Galacia y gálatas pueden entenderse de dos maneras, indicando a. Galacia propiamente dicha con su población gálica, o bien, b. La más amplia provincia romana, habitada no sólo por los galos, como la raza dominante del centro y norte, sino también por otros más al sur. Cuando el término gálatas se usaba en el primer sentido, naturalmente no podría referirse a aquellos a quienes le fuera predicado el evangelio durante el primer viaje misionero de Pablo. En este caso estarían excluidas las iglesias de Antioquía (Pisidia), Iconio (Frigia), Listra y Derbe (ciudades de Licaonia)1. Por otra parte, cuando se usaba en el otro sentido, bien podría referirse a los primeros convertidos a la fe cristiana, sobre quienes leemos en Hechos 13 y 14.

Todo esto nos lleva a la pregunta: “A quiénes se dirigió Pablo en su carta: a las iglesias de Pesino, Ancira y Tavía y sus alrededores, o a las que estaban en Antioquía (Pisidia), Iconio, Listra, Derbe y sus alrededores? ¿Uso Pablo [p 14] el término gálatas (3:1; cf. 1:2) en un sen-tido racial (étnico) o en su sentido político? ¿Estaba pensando en la gente del norte o en la del sur?”2 Por casi dos siglos ha habido una viva diferencia de opinión en cuanto al asunto. Am-bos bandos tienen sus grandes eruditos como también luces menos importantes. Como representante de la teoría de Galacia del norte, véase J. B. Lightfoot, The Epistle to the
Galatians, reimpreso en Grand Rapids, sin fecha, pp. 1–35; para el punto de vista de Galacia del sur, véase W. M. Ramsey, The Church in the Roman Empire, Londres, 1893, pp. 3–112; St. Paul the Traveler and the Roman Citizen, reimpreso, Grand Rapids, 1949, pp. 89–151; y A Historical Commentary on St. Paul’s Epistle to the Galatians, reimpreso, Grand Rapids, 1965, pp. 1–234.3

 ¿Quiénes eran los gálatas?
ASIA, GALACIA, etc.: Provincias romanas Misia, Galacia, etc.: Regiones geográficas
———Comienzo del segundo viaje misionero: Desde Antioquía (Siria) a Troas; y del tercero:
Antioquía (Siria) a Efeso.
 El lector encontrará en diversos comentarios excelentes resúmenes de los argumen-tos y contra argumentos en su orden lógico. Para evitar repeticiones y, si es posible, para le-vantar el interés en el tema, que dicho sea de paso no está desprovisto de significado para una correcta interpretación de algunos pasajes de Gálatas, enfocaré el asunto de una manera distinta, es decir, presentaré la materia en la forma de una breve discusión imaginaria entre el defensor de la teoría del norte y el defensor del punto de vista opuesto. Tesis: que Gálatas fue escrita a las iglesias en el norte de Galacia.

A. Afirmativa
El Sr. Director, los señores jueces, digno oponente, y otros amigos del estudio bíblico:
En los días del apóstol Pablo existía en el centro y norte de Asia Menor un pueblo conocido como los galos o gálatas. Eran galos o gálatas por sangre y descendencia. Mucho antes que cruzaran desde Europa hacia Asia Menor ya eran conocidos en esta forma. El nuevo reino que establecieron en Asia Menor era, por consiguiente, un reino galo o gálata. Tenemos que reconocer que cuando este reino se convirtió en una provincia romana, llamada Galacia, se le añadieron otros pequeños distritos habitados por gente de otra nacionalidad que, en un sentido remoto o definidamente secundario, pudieron llamarse gálatas desde ese momento.
No obstante, no se puede negar que el sentido primario de esta palabra, gálatas, no es “habitantes de la provincia de Galacia”, sino que galos, y nada más. Por tanto, cuando la carta es dirigida “a los gálatas”, antes de que sea posible interpretar estas palabras en un sentido diferente a la connotación de la palabra establecida hace mucho, se necesitarían pruebas concluyentes de que el sentido es otro.

Sin embargo, no existen tales pruebas concluyentes. Pregunten a los antiguos intérpretes, hombres que vivieron en un tiempo mucho más cercano al momento en que se escribió esta carta, pregunten, digo, cómo ellos interpretan el término gálatas, como se usa en Gá. 3:1; cf. 1:2. A una voz les dirán que se refiere a los galos de Galacia propiamente dicha, y no a cualquiera que, a causa de algunas maniobras políticas, llegara a vivir dentro de la provincia romana de Galacia. Ahora bien, a este testimonio de los antiguos debe dársele el lugar que les corresponde. En otro tipo de discusiones—por ejemplo, sobre el origen del bautismo de niños
o la observancia religiosa del primer dia de la semana—siempre preguntamos, “¿Qué dice la tradición antigua sobre este tema?” Pues bien, ¿por qué no [p 16] vemos a hacer caso a una tradición tan unánime en este caso particular?

Además, un estudio cuidadoso del contenido de la epístola confirma la posición que ahora defiendo. Notamos que los destinatarios son descritos como gente voluble. Cuando el apóstol llegó a su medio y les predicó el glorioso evangelio, lo aceptaron de inmediato. Sí, incluso le recibieron como hubieran recibido a un angel o a Jesucristo mismo, y si hubiese sido necesa-rio, hubieran sacado los ojos para dárselos a Pablo (Gá, 4:14, 15). Pero poco después, a causa de la llegada de algunos falsos maestros que levantaron calumnias contra el apóstol y rebaja-ron su predicación, tomaron precisamente la dirección contraria, a tal punto que estaban por rechazar al apóstol y su mensaje (Gá. 3:1–4). Ahora bien, ¿no ha sido siempre la inestabilidad el rasgo sobresaliente de los galos, sí, y aun de sus descendientes hasta el día de hoy? ¿No
leemos en la obra de Julio César, Guerras Galias IV.5, estas líneas: “Se le informó a César de estos acontecimientos; y temiendo la inconstancia de los galos … decidió que no se podía confiar ni siquiera un poco en ellos”? Por lo tanto, los gálatas a los que Pablo se dirige en su epístola eran galos típicos.

Además, cuando se compara el relato de Lucas sobre el primer viaje misionero, durante el cual se proclamó el evangelio a la gente de Antioquía (Pisidia), Iconio, Listra y Derbe, con el propio relato del apóstol sobre cómo los gálatas lo recibieron a él y su obra entre ellos (Gá. 4:13, 14), ¿no nos damos cuenta de que son totalmente diferentes? La diferencia no radica en que uno sea verdadero y el otro falso, sino que más bien se debe a que los dos relatos tratan de dos materias diferentes, de dos misiones diferentes. De este modo, Pablo dice a los galos o gálatas, “fue a causa de una debilidad de la carne que os prediqué el evangelio en aquella ocasión” (Gá. 4:13). Ahora comparemos esta afirmación con el resumen de Lucas de la obra de Pablo en Antioquía, Iconio, Listra y Derbe (Hch. 13 y 14). En esta narración no hay ni la más leve indicación de que fue a causa de una enfermedad del apóstol que él comenzara su trabajo en esas ciudades del sur o que continuara su labor por un período más largo de lo que primero planeó. No existe ni una seña de esto, porque evidentemente eran personas distintas. No pueden ser identificadas con los Gálatas de Pablo. Además, ¿cuándo menciona Lucas por primera vez la palabra Galacia? No lo hace hasta que llega al punto en su narración histórica donde Pablo, en su segundo viaje misionero, ha dejado las ciudades de más al sur, Derbe, Listra, etc., para encaminarse hacia el norte (Hch. 16:6; cf. 18:23; 19:1). Está claro, entonces, que cuando Lucas—el íntimo amigo de Pablo y su compañero frecuente, a quien el apóstol llama “el médico amado”—por fin habla de Galacia, no podría haber estado pensando en las ciudades del sur que hace poco4 habían sido añadidas a la provincia de Galacia. Sus ojos [p 17] ahora se dirigían hacia el norte. Y si eso era verdad con respecto a Lucas, ¿por qué no lo es respecto a Pablo? ¿Por qué tenemos que suponer que Pablo usa el término Galacia y gálatas en un sentido diferente a su significado étnico?
                                               
Su oponente podría haber puesto en tela de juicio esta información, ya que esta gente era “gálatas” desde
por lo menos 75 años. ¡Pero uno no puede ahondar en cada uno de los puntos menores en un debate! Existe una razón adicional que hace que sea casi imposible identificar a la gente de la parte sur de la provincia romana de Galacia con los gálatas a quienes Pablo dirigió su carta. Está claro por todo el contenido de esta epístola que los destinatarios eran—exclusiva o casi ex-clusivamente—convertidos del mundo gentil (Gá. 5:2; 6:12). Era gente que nunca había reci-bido la circuncisión pero que ahora estaban en peligro de aceptar este rito. Por consiguiente, no podrían haber sido judíos, porque los judíos estaban circuncidados, e incluso eran llamados “la circuncisión”. Por otra parte, las iglesias establecidas en la parte sur de la provincia romana de Galacia estaban formadas por judíos y gentiles, quizá en la misma proporción. Y quizá hasta predominaba el elemento judío. De hecho, en Antioquía de Pisidia había “muchos judíos” que siguieron al Señor (Hch. 13:43). Había sinagogas judías en Antioquía e Iconio. A estas sinagogas entró Pablo a predicar. En Iconio una “gran multitud de judíos y griegos creyó” (Hch. 14:1). Esta diferencia decisiva entre la constitución de las iglesias del sur, descritas en el libro de Hechos, y los gentiles convertidos, a quienes Pablo dirige su carta a los Gálatas, prueba que esta carta no pudo haber sido escrita a los hermanos del sur y que debe haber sido destinada a los del norte.
 
B. Negativa
El Sr. Presidente, señores árbitros, adversario amigable, y todos aquellos que están interesados en la investigación de las Escrituras:
Primero que todo, quiero recordarles la proposición que se suponía defendería mi oponen-te. Me refiero a: “tesis: que Gálatas fue escrita a las iglesias en Galacia del norte”. Permítanme subrayar la palabra iglesias. ¿En qué momento nos dio un concepto claro sobre estas iglesias? Todo lo que dijo fue que en un momento dado del segundo viaje misionero, y tam-bién después, Pablo se fue “hacia el norte”. Es evidente que él quiere hacernos deducir que en vista de que la carta de Pablo se dirigía a los galos, y dado que las iglesias de más al sur no estaban compuestas de galos, el apóstol tiene que haber trabajado por un tiempo considerable entre los galos del norte, lo suficiente como para establecer iglesias allí. ¿Soy injusto si digo que esta conclusión se desprende de una premisa falsa? Es un hecho que cuando Pablo dice gálatas no significa que necesariamente quiere decir galos. Más bien, en contraste con Lucas, Pablo está mencionando las iglesias que estaban a su cuidado, y para agruparlas to-das usa los nombres de las  provincias romanas más bien que otros que denoten la idea de raza o nacionalidad. Así, por ejemplo, en 1 Co. 16:5 el apóstol habla de Macedonia; en el versículo 15 del mismo capítulo habla de Acaya, y en el versículo 19 se refiere a Asia. Ahora bien, estas eran todas provincias romanas. De modo que, al empezar este capítulo (1 Co.16:1), cuando menciona “las iglesias de Galacia”, ¿no es natural suponer que aquí también, al igual que en los otros casos, se está refiriendo a una provincia romana? Y si en 1 Co. 16:1 el significado debe ser “las iglesias de la provincia romana de Galacia”, ¿por qué debe tener la frase idéntica de Gá. 1:2 un significado distinto?5 Vemos, pues, que es mucho mejor afirmar que la epístola de Pablo que está en discusión fue escrita a “las iglesias de la provincia roma-na de Galacia”, en lugar de argumentar que esta carta debe haber sido escrita a las iglesias en Galacia del norte.
Mi oponente exagera cuando afirma que los padres de la iglesia interpretaron los términos Galacia y gálatas en la antigua forma étnica. Se le olvidó mencionar la razón de este error patrístico. Y esa razón es que en los días de los padres apostólicos la provincia de Galacia se había reducido nuevamente a casi sus antiguas dimensiones, de tal forma que para ellos “el territorio habitado por los galos” y “la provincia de Galacia” coincidían. Por tanto, sin más in vestigación, concluyeron que Pablo, al dirigirse a las iglesias de Galacia, hablaba al pueblo que llegó cruzando el mar, es decir, a los galos. Pero como hemos visto, esta opinión de los padres no está en conformidad con el uso político que Pablo hace de los términos.                                Además, 1 Co. 16:1 habla acerca de la ofrenda para los santos de Judea, la que también se había pedido a las “iglesias de Gálacia” (entre otras más). Según Hch. 20:4, Gayo de Derbe y Timoteo (de Listra, Hch. 16:1) estuvieron entre los delegados que llevarían el donativo a Jerusalén, y ambos eran de Galacia del sur. No se menciona ni un solo delegado de Galacia del norte. Aunque hay formas de esquivar la fuerza de este argumento, debe admitirse que tiene algo de fuerza.
Me asombra un poco que mi amado adversario, al defender su teoría, aun recurra al argumento poco estimado de la inestabilidad de los galos. ¿Pero es justo u honesto que noso-tros, que no poseemos el don infalible de la inspiración, tachemos a toda una nación de volu-ble? ¿Es la inestabilidad una cualidad nacional? ¿No es más bien una debilidad que pertenece a la naturaleza humana no regenerada en general? Demos por sentado que los gálatas que recibieron la carta de Pablo eran volubles, y que rápidamente abandonaron su entusiasmo inicial con respecto a Pablo y el mensaje que traía. ¿De quiénes nos acordamos al pensar en esta inestabilidad? ¿No surge de inmediato en escena Listra, una ciudad de Licaonia en la parte sur de la provincia de Galacia, cuyos habitantes, después de haber recibido a Pablo y a Bernabé al principio, gritando “los dioses han descendido hasta nosotros”, poco después apedrearon al apóstol casi hasta la muerte? Por cierto, ¡no se necesita ser galo para ser inestable! Además, estrictamente hablando, es incorrecto deducir que en esta avanzada fecha, el primer siglo [p 19] d. C., las tribus del norte eran
exclusivamente galas. Concediendo el hecho de que la vena gálica dominaba, ¿no es verdad que mucho ríos tributarios habían echado sus aguas dentro de la corriente de su mezclada nacionalidad? Mi oponente también echa mano al hecho de que el libro de Hechos no habla de ninguna enfermedad física (cf. Gá. 4:13) como razón por qué Pablo comenzara o prolongara su misión en el sur de Galacia. Pero, primero que todo, esta diferencia entre los dos relatos puede ser removida por medio de una interpretación distinta de Gá. 4:13, según la cual no traduciría-mos “a causa de”, sino “en medio de” enfermedad física, lo cual armonizaría perfectamente con Hch. 13:50; 14:5, 6, 19; cf. 2 Ti. 3:11. Y en segundo lugar, aun si retuviésemos la traduc-ción “a causa de”, y diéramos por hecho una diferencia entre Gá. 4:13 y la narración de Hechos, recordemos que de las muchas aflicciones que el mismo apóstol enumera en 2 Co. 11:23–33, Lucas tan sólo menciona unas pocas. ¿Es correcto concluir entonces que Pablo nunco sufrió las aflicciones que Lucas no menciona?
En cuanto a la diferencia que Gálatas y Hechos tienen en cuanto a judíos y gentiles, un estudio cuidadoso de Hechos 13 y 14 deja la impresión de que dondequiera hubo una sinagoga, Pablo entraba en ella y proclamaba el evangelio, llegando tanto a judíos como a gentiles prosélitos (Hch. 13:43; 14:1). Aunque tanto judíos como gentiles aceptaron el evangelio, los primeros, en general, lo rechazaron, haciendo que el apóstol dijera, “puesto que la desecháis, nos volvemos a los gentiles”. Además, en algunos de los lugares visitados, los judíos eran tan pocos que ni siquiera había sinagoga. Esto concuerda con la situación descrita por el apóstol en su epístola. Y en cuanto al último argumento, el apóstol da por descontado que los destinatarios tienen suficiente conocimiento del Antiguo Testamento como para seguir su razonamiento, aun el contenido en Gá. 4:21–31. ¿No indica este hecho que por lo menos había algunos judíos entre los destinatarios, y que también había una considerable influencia judía, aun en estas iglesias predominantemente gentiles?
Concluyo diciendo que mi oponente no ha podido demostrar que Gálatas fue escrita a congregaciones en Galacia del norte. El libro de Hechos no dice ninguna cosa segura acerca del establecimiento o existencia de tales iglesias en la época del apóstol, ni siquiera en 16:6 o en 18:23; 19:1. Y por otra parte, se da un relato detallado sobre el establecimiento de las iglesias en Galacia del sur.
C. Refutación por la afirmativa
La afirmación de mi oponente, sobre que Pablo, al referirse a grupos de iglesias, las clasificaba en conformidad a las provincias romanas en las que estuvieran localizadas y que, por consiguiente, la frase “iglesias de Galacia” debe referirse a las iglesias de la provincia de Galacia, es una regla que tiene sus excepciones. Así que no se puede probar que Pablo esté usan-do [p 20] terminología política cuando habla de Cilicia (Gá.1:21), de Judea (Gá. 1:22) y de Arabia (Gá. 4:25).
En cuanto al resto de sus argumentos, debo decir que estoy admirado de la gran destreza de mi oponente. Puede volver un argumento de silencio en cualquier dirección, con el fin de que se acomode a sus propósitos. Me hace pensar en lo que dicen los niños a sus compañeros de juego cuando quieren determinar quién recibirá la parte más grande de la manzana:
“Tiremos una moneda. Cara yo gano, sello tú pierdes”. Cuando llamé la atención al silencio que había en el libro de Hechos sobre alguna enfermedad del apóstol Pablo en su primer viaje misionero, en el cual fundó las iglesias en Galacia del sur, mi oponente dijo que de haber algún silencio no tenía ningún significado. Sin embargo, él estaba seguro de que cuando el mismo libro de Hechos pasa por alto el decir con tantas palabras que se fundaron iglesias en Galacia del norte, este hecho tiene mucho que decir y debe indicar que no se establecieron iglesias en esa zona, iglesias a las cuales Pablo podría haber dirigido su carta. Afirma esto a pesar del hecho de que Hch. 18:23 afirma que el apóstol fue por la región del norte “confirmando a todos los discípulos”. ¿No indica la palabra todos de que habían muchos? ¿No sugie-re esto que estos muchos discípulos deben haberse constituido en iglesias? Y el hecho de que Pablo fuera en su tercer viaje misionero fortaleciendo y confirmando a todos estos discípulos, ¿no indica que estas iglesias ya habían sido establecidas o fundadas con anterioridad, hecho que es puesto en evidencia en Hch. 16:6? Además, ¿no dice Hch. 19:1 que Pablo vino a Efeso después de haber pasado por las regiones superiores? ¿Qué más puede significar esto que no sea de Galacia del norte y sus ciudades Tavia, Ancira y Pesino? Es verdad que Lucas no nos dice con tantas palabras que se establecieron iglesias en esas ciudades, pero tampoco nos dice que fue establecida una iglesia en Colosas. Lucas ni siquiera dice una palabra sobre la fundación de una iglesia en Roma. Sin embargo, sabemos que se fundó una iglesia allí y que Pablo escribió una carta a esa iglesia.
Por tanto, concluyo mi resumen afirmando nuevamente que tengo una firme persuasión que había iglesias en Galacia del norte, y que fue a estas iglesias, que eran gálatas en todo el sentido de la palabra, que Pablo escribiera su carta.
D. Refutación por la negativa
Es bien claro, ¿no es cierto?, que mi oponente no ha tenido éxito en echar abajo la tésis que sostengo que siempre que podemos determinar con precisión, en las epístolas de Pablo, la ubicación y extensión de un grupo de iglesias, Pablo usa una terminología política para describirlo. Usa los nombres de las provincias romanas.
En cuanto a los silencios del libro de Hechos, mi oponente falla al no distinguir entre silencios esperados y los que no lo son. Cuando Lucas pasa por alto mencionar alguna enfermedad de Pablo, este silencio es de esperarse  rarse en alguna medida. Por lo menos, no puede significar que no hubo tal enfermedad, porque cuando uno lee la lista de sufrimientos de Pablo mismo (2 Co. 11:23–33), se da cuenta que Lucas no tenía la costumbre de hacer resaltar los sufrimientos del apóstol. Más bien, lo que hace relatar es la obra de
Cristo en la tierra, estableciendo una iglesia aquí, otra allá, y consolidándolas en una unidad orgánica. De modo que, al narrar un viaje en que se establecieron iglesias, si Lucas omite toda referencia al establecimiento de algunas iglesias en un distrito por el cual Pablo pasó en su viaje, o si omite la predicación que Pablo tuvo en ese lugar, esto sería un silencio inesperado, a menos que nada de importancia hubiera ocurrido en aquel distrito.
Mi oponente hace énfasis en Hch. 16:6; 18:23; 19:1, como si estos tres pasajes describie-sen la labor de Pablo en las ciudades de Galacia del norte. Ahora bien en Hch. 16:6–8 (segun-do viaje misionero), como Dios pensaba enviar a Pablo hacia Europa via Troas, la ruta muy bien podría haber pasado por el borde occidental de la parte más al norte de la provincia romana de Galacia. Pero este pasaje de Hechos no afirma nada sobre el establecimiento de igle-sias o de alguna predicación allí. En cuanto a Hch. 18:23 y 19:1 (tercer viaje misionero), una mirada al mapa bastará para mostrar que la ruta desde Antioquía (Siria) a Efeso, ¡con toda probabilidad no fue a través de Tavia, Ancira y Pesino! El mapa indica la parte sur de esta
provincia romana de Galacia.6 Y las palabras “confirmando a todos los discípulos” debe signi-ficar los que estaban “en Galacia del sur”. Cf. Hch. 14:20–23; 16:1–5.
También es muy significativo que, tal como lo indica el último pasaje citado, las reglamentaciones del concilio de Jerusalén estaban dirigidas a las iglesias de Galacia del sur, mostrando con esto que era precisamente allí donde el judaísmo era un asunto vivo, el mismo judaísmo contra el cual Pablo combate en su carta. Creo, por tanto, que Pablo usa el término gálatas en su sentido político, al igual que Pedro (1 P. 1:1). Es difícil creer que los judaizantes con su siniestra propaganda hubieran pasado por alto Galacia del sur en su camino a Galacia del norte. Además, Bernabé, quien es mencionado tres veces en Gálatas (2:1, 9, 13), trabajó con Pablo en Galacia del sur. Pablo, en el concilio de Jerusalén, sólo pudo haberse referido a las iglesias en Galacia del sur (que fueron establecidas en su primer viaje misionero), cuando dijo, “(no accedí a los infiltrados) para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros” (Gá. 2:5).
Concluyo, entonces, afirmando otra vez que la proposición, según la cual la carta de Pablo fue destinada a la Galacia del norte, debe ser rechazada.
Opinión de uno de los jueces (el autor de este comentario. Los lectores son los demás jueces): creo que ambos oradores han hecho justicia a su tarea. No obstante, el orador de la ne-gativa merece una ligera reprimenda [p 22] por haber guardado algunos de sus argumentos menores para el final, de tal modo que su oponente no tuviera oportunidad de responderle.
De habérsele dado la oportunidad, sin duda su oponente habría amortiguado la fuerza de sus argumentos. Hubiera dicho, por ejemplo, que Barnabé no sólo se le menciona en Gálatas, sino que en otros lugares también (1 Co. 9:6; Col. 4:10). Sin embargo, después de considerarlo todo, doy mi voto a favor de la negativa y la teoría de la Galacia del sur. Es difícil creer que las iglesias del sur hubieran desaparecido casi por completo de la historia sagrada, y que no hubieran figurado en la correspondencia de Pablo, porque eran iglesias tan amadas por Pablo debido a que experimentó grandes bendiciones en su medio (Hch. 13:33, 44, 48; 14:1, 20–23), y eran tan fuertemente estampadas sobre su memoria debido a las
persecuciones que sufrió al trabajar en sus ciudades (Hch. 13:50; 14:2, 5, 19; cf. 2 Ti. 3:11).
Y si el apóstol sí les escribió, como creo lo ha demostrado el orador por la negativa, ¿por cuál mejor nombre podría haberlas llamado que por gálatas?
III. ¿Cuándo, dónde y por qué fue escrita?
A. ¿Cuándo y dónde?

Sobre esta materia existe una gran diversidad de opiniones. Algunos aceptan como la fecha correcta una que esté al final del primer viaje misionero (cerca de 50 d. C.), y como el lu-ar de su composición: Antioquía. También hay aquellos que, en el otro extremo, clasifican esta carta como una de las cartas de la prisión de Pablo en Roma (60 d. C. o más tarde).
Aunque la primera fecha en un tiempo gozó de gran popularidad y todavía es apoyada por eruditos eminentes, hoy en día hay pocos que favorecen la otra.7 Algunas fechas intermedias han ganado muchos seguidores. Naturalmente, los defensores de la teoría de Galacia del nor-te generalmente aceptan una fecha tardía, debido a que el apóstol no entró a esas partes hasta que realizó su segundo viaje misionero. Como ellos juzgan los hechos, Pablo volvió a visitar Galacia del norte durante su tercer viaje misionero. De este modo, generalmente afirman que Gálatas fue escrita en Efeso durante el tercer viaje misionero (Greijdanus) o, más exactamen-te, en Efeso unas semanas antes de 1 Corintios (Warfield), o después de 1 y 2 Corintios, pero antes de Romanos, y en ese caso: a. en el viaje de Macedonia a Acaya (Lightfoot) o sino b. en
Corinto (Robertson). Los que hemos adoptado la teoría de Galacia del sur (véase el inciso 2) optamos por una fecha más temprana debido a que Pablo, en sus tres viajes misioneros, la-boró en el sur de Galacia mucho antes que en cualquier otro grupo de iglesias. ¿Es posible ser más específico? Los siguientes puntos pueden ser [p 23] de alguna ayuda, aunque no po-demos llegar a una completa certeza:
1. Gálatas fue escrita después del concilio de Jerusalén, ya que describe la relación de Pablo con los otros líderes de esa gran reunión. El viaje a Jerusalén, mencionado en Gá. 2:1, debe identificarse con el indicado en Hch. 15:1–4. Para la prueba de esto, véase sobre Gá.                                                 
Véase el esbozo; también C.N.T. sobre Colosenses y Filemón, pp. 14–19.
7 Además de los diversos comentarios, véase los siguientes artículos, todos con el mismo título: “The Date
of the Epistle to the Galatians”, F.F. Bruce, ET, 51 (1939–1940), pp. 157, 158; Maurice Jones, Exp, 8th
series, 6 (1913), pp. 192–208; D.B. Knox, EQ, 13 (1941), pp. 262–268; y B.B. Warfield, JBL (junio y diciem-bre, 1884), pp. 50–64.

2:1.
2. Fue escrita después de dos visitas previas a Galacia del sur, la primera se indica en Hch. 13 y 14 y la segunda en Hch. 15:40–16:5. Esta sería la interpretación más natural de Gá. 4:13 (véase sobre ese versículo).
3. Fue escrita no mucho después de la conversión de los gálatas—por tanto: no mucho después de las dos visitas de Pablo—, ya que Pablo se asombra de que los gálatas se hayan alejado “tan rápidamente” de Dios, quien los llamó (véase Gá. 1:6).
4. Por todo esto, muy bien podría haber sido escrita durante el segundo viaje misionero, en Corinto, antes de la llegada de Timoteo y Silas.8 Esto explicaría la omisión de saludos de parte de estos dos hombres, quienes ocupaban un lugar especial en los corazones y en la memoria de las iglesias de Galacia del sur (Hch. 15:40; 16:1–3). Contraste el pasaje de Gá. 1:1, 2 (don-de no aparecen estos nombres) con 1 Ts. 1:1 y 2 Ts. 1:1 (donde sí se mencionan). La razón más probable para su omisión e inclusión es que Timoteo y Silas todavía no habían llegado cuando se escribió Gálatas, pero cuando se escribieron las cartas a los Tesalonicenses estos dos compañeros de trabajo ya habían llegado y estaban otra vez en compañía de Pablo. Esto nos daría una fecha de composición más o menos entre el 50 y 53 d. C. (segundo viaje
misionero), y justo antes de que se escribiese 1 Tesalonicenses.
Es posible, entonces, que Gálatas sea la más antigua carta de Pablo que haya sido preservada, o sea la primera. Se ha objetado que es improbable que Pablo, en medio de su primer ministerio en Corinto, enviara cartas con temas tan diversos, como Gálatas, por un lado, y 1 y 2 Tesalonicenses, por el otro, y separadas por tan poco tiempo. A los gálatas Pablo escribe: “Un hombre no es justificado por las obras de la ley, sino sólo por la fe” (Gá. 2:16); mientras que a los tesalonicenses escribe: “porque ellos mismos [la gente en todas partes] están informando acerca de nosotros, qué manera de entrada tuvimos entre vosotros y cómo
os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir a Dios, el vivo y verdadero, y esperar desde los cielos a su Hijo” (1 Ts. 1:9, 10). Sin embargo, debe tenerse en mente lo siguiente:
1. El tema de las epístolas de Pablo no estaba determinado por algún desarrollo mental en el apóstol, sino más bien por las necesidades específicas que surgían de situaciones concretas en las varias iglesias. Los gálatas necesitaban que se les recordase la doctrina de la salva-ción por gracia mediante la fe sola. Los tesalonicenses necesitaban que se les alentara en cuanto a su dramática conversión y con respecto a la venida del Señor. [p 24] ¡Cada grupo recibe lo que necesita!
2. Los gálatas y los tesalonicenses vivían en continentes distintos, en medios ambientes distintos.
                                               
8 En general, esta es la posición adoptada por Zahn, Berkhof, Hiebert, Lenski, Ridderbos, etc.

3. Los dos grupos eran diferentes también en el grado de lealtad que tenían para con la verdad.
4. Aun así, la diferencia que existía entre las dos situaciones no era tan radical como algunos desean pintarla. Por ejemplo, a ambos grupos se les predicó la doctrina de la conversión a Dios, dejando los ídolos muertos (cf. Hch. 14:15 con 1 Ts. 1:9). Y en cuanto a la diferencia de contenido entre las cartas mismas: aunque es cierto que en Tesalonicenses se hace mucho más énfasis en la doctrina de las últimas cosas que el que se hace en Gálatas, no está ausente de esta última (Gá. 5:21). Además, ¿no ocupa la fe que obra a través del
amor un lugar de importancia en Gálatas (Gá. 5:6)? Pues en Tesalonicenses también (1 Ts. 1:3; 3:6; 5:8). ¿Estaba preocupado Pablo porque podría haber trabajado en vano entre los gálatas (3:4)? Pues antes que Silas y Timoteo llegasen y le alegrasen con sus noticias, también había anidado algunos temores semejantes respecto a los tesalonicenses (1 Ts. 3:5).
Cf. también Gá 1:4 y 5:5 con 1 Ts. 1:10 y 2 Ts. 3:2; Gá. 5:3 con 1 Ts. 2:12; Gá. 5:13, 16, 19 con 1 Ts. 4:13; Gá. 5:21 con 2 Ts. 2:5; Gá. 6:6 con 1 Ts. 5:12; y véase la nota 129.
Por tanto, no veo razón alguna para negar que esta epístola a los gálatas haya sido seguida pronto por 1 Tesalonicenses, la que fue seguida de inmediato por 2 Tesalonicenses, y que las tres fueran escritas desde Corinto cerca del año 52 d. C.
B. ¿Por qué?
En armonía con todo lo que hemos establecido en este capítulo y en el anterior tocante a la identidad de los gálatas, sobre el tiempo, y el lugar desde el cual se escribió esta carta, el trasfondo histórico y el propósito de la carta se verán claramente por los siguientes detalles:
Pablo y Bernabé, ordenados para la obra misionera, habían sido enviados por el Espíritu Santo y encomendados a la gracia de Dios por una dedicada congregación. Y después de un peligroso y memorable viaje ellos volvieron sanos y salvos, y con una maravillosa historia que contar. Hubo gran gozo en la iglesia de Antioquía de Siria (Hch. 13:1–3; 14:25–27). Leemos: “refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos, y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles”. De modo que los dos pasaron “mucho tiempo” entre los hermanos de la congregación de Antioquía.
Ahora bien, Antioquía, “la reina del este”, era cosmopolita en sus puntos de vista. Por cierto, había allí una colonia de judíos (Hch. 11:19), pero la comunidad cristiana, que ha sido llamada “la cuna del cristianismo gentil y del esfuerzo misionero”, rehusó ser encerrada dentro de los límites angostos del judaísmo. Fue en Antioquía que la gente pudo darse cuenta de que los seguidores de Jesús no eran una secta judía más, sino que tenían una [p 25] religión única entre las religiones del imperio. Aquí fue donde los discípulos fueron llamados por primera vez “cristianos”. Por tanto, si algo ocurría que pudiera impedir el progreso del
cristianismo a nivel mundial, se podría contar con la iglesia de Antioquía para hacer algo al respecto.
Y por cierto ocurrió algo de esta naturaleza, ya que el gozo que sintió Antioquía a causa
del regreso de los misioneros y las buenas nuevas que trajeron sobre multitudes (gentiles es-pecialmente) que habían abrazado a Cristo y la salvación en él, no pudo permanecer oculto.
La noticia se divulgó por todas partes. Jerusalén también se enteró del hecho. También allí los cristianos se regocijaron. Pero este gozo no era universal. En esta ciudad de Judea había algunos convertidos nominales entre los que escucharon la noticia, y que eran de la secta de los fariseos (Hch. 15:5). Todos los fariseos, al igual que los discípulos del Señor, creían en la resurrección de los muertos. Además, los fariseos mencionados en Hch. 15:5 podrían haber sido impresionados por las fuertes evidencias de la resurrección de Cristo y por la indiscutible
                                               
Esta semejanza entre Gálatas y 1 Tesalonicenses puede añadirse a los ya mencionados anteriormente.
Véase III A de la Introducción.

grandeza de sus milagros, y debido a todo esto se hayan unido a los seguidores del Nazareno.
Pero en el fondo permanecieron legalistas judíos. Estaban convencidos que se requería mu-cho más que solamente la fe en Jesús para ser salvos; y que la observancia estricta de las ceremonias judías,  especialmente la circuncisión, era necesaria también.
Así que, cuando les llegaron noticias de la conversión de gentiles sin las obras de la ley, y especialmente sin la necesidad de la circuncisión, estas personas partieron rápidamente hacia Antioquía con una protesta en sus corazones y un ultimatum en sus labios. Una vez en la ciudad, no demoraron un momento en anunciar a la asombrada congregación, en su mayoria gentil: “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hch. 15:1).
Esta dura afirmación, que mandó la gran mayoría de la congregación a la perdición, debe haber causado considerable consternación y alarma.
Sin embargo, animados por las crecientes y bien fundadas sospechas de que estos alborotadores no habían sido autorizados para entregar este mensaje que causaba espanto (cf. Hch. 15:24), la iglesia decidió hacer algo. De esta forma ella decidió referir este problema a una conferencia general en Jerusalén, esto es, “a los apóstoles y ancianos” (Hch. 15:2) junto con “toda la iglesia en ese lugar” (Hch. 15:22). Ella eligió a Pablo, Bernabé y otros más para ir a Jerusalén a fin de representar a la iglesia de Antioquía (y en un sentido, a todo gentil incircunciso convertido) en este asunto. Y como sucedió cuando Pablo fue comisionado para ir en
su primer viaje misionero, que el asunto no fue una cosa meramente humana, así también ahora la decisión de la iglesia de Antioquía y el consentimiento de Pablo fueron cosas guiadas por la mano del Señor. El apóstol subió a Jerusalén como resultado de una “revelación” (Gá. 2:2).
Entre los hombres que fueron a Jerusalén estaba Tito, de descendencia [p 26] gentil tanto por parte de madre como por parte de padre, por tanto, un caso de prueba, un desafío manifiesto para los judaizantes. La decisión de poner todo el asunto (con referencia al incircunciso Tito y todo gentil convertido) delante del concilio de Jerusalén no significaba por ningún motivo que Pablo estuviese abdicando su autoridad como apóstol o que la validez de su ministerio evangelístico entre los gentiles estaba en duda hasta que la iglesia madre respondiera oficialmente a la pregunta: ¿Deben circuncidarse los gentiles para poder ser salvos? Por el contrario, Pablo, “apóstol no de parte de hombres ni por medio de hombre, sino por medio de Jesucristo y Dios el Padre”, sabía que la aprobación divina descansaba sobre él y su obra. Pero en un asunto tan importante como éste, la iglesia no debía ser dividida, porque esto heriría la gran causa de la evangelización de los gentiles. Además, los líderes debían hablar clara e inequívocamente al pueblo, de tal manera que todos puedan saber lo que es cierto. También es necesario que se llegue a solucionar problemas que, aunque no sean básicos, tratan con medidas transitorias, por medio de las cuales los judíos y gentiles
pudieran vivir en paz unos con otros dentro de las iglesias donde se daba esta mezcla (cf. Hch. 15:29). Por esta y otras razones era totalmente apropiado convocar a un concilio o conferencia general. Con toda probabilidad, el concilio descrito en Hechos 15 fue precedido por una reunión pri-vada de los líderes, a la cual se refiere Gá. 2:2–10. Pablo dice, “les expuse el evangelio que acostumbro predicar entre los gentiles; pero (lo hice) en privado, a ‘los de reputación’, para dejar en claro que no estaba corriendo ni había corrido en vano” (Gá. 2:2). Hubo un acuerdo total en cada punto: Tito no recibiría la circuncisión; la doctrina fundamental de la salvación para los gentiles como para los judíos por la fe en Jesucristo y sin obras de la ley debía sos-tenerse valientemente ante toda la iglesia; debe haber una división (probablemente geográfica)
en la labor, de tal modo que Jacobo, Cefas y Juan predicarían el evangelio a los judíos, y Pa-blo y Bernabé a los gentiles; deben cuidar a los pobres. Al terminar la reunión, los “pilares” de Jerusalén dieron “la diestra en señal de compañerismo” a Pablo y Bernabé.
En la reunión del concilio general los judaizantes se aprovecharon de la oportunidad para defender su posición (Hch. 15:5). Sin embargo, después de haberse dado un tiempo adecuado para esta “discusión”, Pedro se levantó, y con palabras muy oportunas defendió la completa igualdad entre judío y gentil: “Dios no hizo ninguna diferencia entre ellos y nosotros”. Pedro señala que el camino de la salvación es el mismo para judíos y gentiles (15:7–11). Después de una pausa respetuosa, Pablo y Bernabé se pusieron en pie y relataron a la asamblea las ex-traordinarias bendiciones que Dios había derramado sobre los gentiles, “las señales y maravi-llas” con que El había colocado su sello de aprobación sobre la obra de sus embajadores
(15:12). Después Jacobo dio su opinión. Movido por el hecho de que [p 27] lo que había acontecido en el mundo gentil era el cumplimiento evidente de la profecía (Am. 9:11, 12), dijo: “Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios”. Sin dañar en nin-guna forma la doctrina de la justificación por la sola fe, sin las obras de la ley, Jacobo, quien era un hombre muy práctico, sugirió que se adoptara cierta reglamentación que, en este pe-ríodo de transición, haría posible que judíos y gentiles viviesen juntos en armonía y paz (Hch. 15:20, 21).
Los apóstoles y los ancianos, juntos con “toda la iglesia”, llegaron a un acuerdo general y decidieron colocar su decisión en un decreto escrito, algo como una carta constitucional de la libertad, la que debía ser enviada a Antioquía por mano de Pablo, Bernabé y otros dos líderes (15:22–29). La llegada de estos hombres y el mensaje que traían produjo regocijo general (15:31).
La decisión de esta conferencia fue comunicada a Antioquía, Siria y Cilicia (15:23), y también a las ciudades de Galacia del sur (16:1–4). “Así que las iglesias eran confirmadas en la fe, y aumentaban en número cada día” (16:5).
Pero los judaizantes no iban a rendirse así no más. Siguieron a Pablo pisándole los talones, a fin de destruir los resultados de su trabajo. En Antioquía fueron culpables en parte por la conducta reprochable de Pedro (Gá. 2:11, 12). Recorrieron Galacia insistiendo que los gentiles fuesen circuncidados como un medio de salvación (Gá. 5:2, 3; 6:12). No negaban la necesidad de la fe en Cristo, pero proclamaban fuertemente que la circuncisión y otros requerimientos adicionales también eran necesarios (4:9, 10). Sin embargo, con una
asombrosa inconsistencia, no insistieron en la obediencia a toda la ley (5:3). Con el fin de reforzar su causa, trataron de leventar sospechas en cuanto a Pablo. Trataron de desacreditarlo, afirmando que su apostolado no era de Dios sino de los hombres, y que por eso su evangelio era de segunda mano (Gá. 1:1; cf. 1 Co. 9:1ss); que sólo trataba de ganarse el favor de los hombres (Gá. 1:10), y que cuando le convenía, él mismo predicaba la circuncisión (5:11). Pablo sabía que estos alborotadores sólo eran cristianos nominales. Eran hipócritas e in-consistentes, porque mientras trataban de forzar a otros a observar la ley, ellos mismos fallaban al no cumplirla (Gá. 6:13). Su meta era: a. evitar la persecución por parte de los judíos, y
b. a causa de su ambición personal, gloriarse en la carne de sus seguidores; es decir, poder señalar con orgullo, que debido a sus (las de los judaizantes) exhortaciones apremiantes, los gentiles habían recibido la circuncisión (4:17; 6:13). “Pero en cuanto a mí, lejos esté gloriar-me, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”, palabras de Pablo (6:14).
Parece extraño, pero muchos de los gálatas escuchaban atentamente a estos usurpadores.
Estaban a punto de cambiar el pan por piedras, el pescado por serpientes. El gran corazón de Pablo se llenó de pena cuando se [p 28] enteró de que en Galacia la doctrina de la libertad cristiana estaba en peligro. Guiado e impulsado por el Espíritu, decidió escribir una carta al pueblo que tanto amaba. ¿No estaban entre los primeros frutos de su labor como misionero comisionado? Debía declarárseles nuevamente la doctrina de la gracia soberana en toda su sencillez y gloria.
Con todo, a la vez que se gloriaba en la cruz, el apóstol sabía que era necesario prevenir a los gálatas contra la perversión de esta doctrina de gracia, para que no pensaran que esta nueva libertad cristiana era equivalente al libertinaje. Por tanto, enfatizó de que si una persona camina por el Espíritu, el Espíritu de libertad, no dará gusto a los deseos de la carne, sino que, por el contrario, llevará fruto, fruto del Espíritu (Gá. 5:16–26).
Brevemente, entonces, la ocasión que impulsó a Pablo a escribir esta carta fue la siniestra y, hasta cierto punto, exitosa influencia que estaban ejerciendo estos judaizantes alborotadores sobre las iglesias de Galacia del sur. Y el propósito de la carta era neutralizar este peligroso error por medio de enfatizar nuevamente el glorioso evangelio de la libre gracia de Dios en Cristo Jesús: la justificación por la sola fe sin obras de la ley. Pero también escribía para exhortar a los destinatarios a que adornasen y demostrasen el genuino carácter
de su fe por medio de una vida en la que abunde el fruto del Espíritu. De este modo, la causa de la verdad sería promovida y también cesaría el sectarismo, causado en parte por la siniestra propaganda de los judaizantes con que muchos concordaban, pero que otros, sin duda, no estaban tan dispuestos a aceptar. Si las iglesias de Galacia prestaban atención a las exhortaciones de Pablo—esto es, del Espíritu Santo—llegarían a estar capacitadas para presentar un testimonio unido al mundo.
IV. ¿Quién la escribió?
Dado que la paternidad literaria de Gálatas hoy en día se atribuye casi universalmente a Pablo, es poco lo que se debe decir sobre ella. A mediados del siglo diecinueve y bajó la influencia de F. C. Baur, la escuela de Tubinga, tomando como punto de partida que sólo los escritos en los que Pablo aparecía preparado para el combate podían tomarse como suyos, negaron que todas las cartas que llevaban el nombre de Pablo fueren auténticas, con la excepción de Gálatas, 1 y 2 Corintios y Romanos. Bruno Bauer, a causa de su extremo radicalismo, llegó al punto de considerar aun estas cuatro epístolas como producto del segundo siglo y no de Pablo. En su rechazo de la paternidad literaria paulina de Gálatas, etc., fue seguido por la escuela neerlandesa radical: Loman, Pierson, Naber y Van Manen. Estos hombres sostuvieron que la amarga lucha entre el cristianismo paulino y el judío, tal como se describe en Gá. 2:11–21 (como ellos lo ven), no pudo haberse desarrollado en una fecha tan temprana como en los días de Pablo, y que la cristología contenida en Gálatas era demasiado elevada. Todo esto [p 29] descansa sobre meros razonamientos subjetivos y no es algo digno de mayor comentario.
Eusebio, escribiendo al principio del cuarto siglo, incluye a Gálatas en la lista de las epístolas de Pablo (Eccl. History III, iii. 4, 5). Orígenes, Tertuliano, Clemente de Alejandría e Ireneo citan esta epístola una y otra vez en sus respectivos escritos. El fragmento muratoriano (cerca 180–200 d.C.), la coloca en el segundo lugar entre las epístolas de Pablo. El primero en men-cionar esta epístola por nombre (cerca del año 144) fue el hereje Marción en su lista de libros canónicos, colocándola primera en la lista de las diez cartas paulinas. También la hallamos en las versiones de la Antigua Siriaca y en la Antigua Latina. Policarpo (mártir en 155), en su Epístola a los filipenses (V.1), cita Gá. 6:7, “Dios no puede ser burlado”. Cerca del año 100 d.
C., Clemente de Roma escribió: “visteis sus sufrimientos delante de vuestros propios ojos” (1 Clemente II.1), lo que nos recuerda de Gá. 3:1. Y por ese tiempo también Ignacio escribió acerca de un “ministerio no de si mismo ni por hombre, sino en el amor de Dios el Padre y el Señor Jesucristo” (A los de Filadelfia III.1), en cuyas palabras puede haber alguna alusión a Gá. 1:1. Bernabé, Hermas, Justino Mártir, y la Epístola a Diógneto están entre otros escritos de fecha muy temprana que contienen pasajes que a juicio de muchos son alusiones a Gálatas.
Pero lo más importante de todo es que tan pronto como se atribuyó esta carta a alguien, fue Pablo ese alguien. Esta ha sido la posición de la iglesia a través de todos los siglos, y es su convicción hoy en día también. Jamás se ha presentado un argumento serio para demos-trar que esta posición está equivocada. Y las teorías que hasta el día de hoy se presentan y según las cuales Gálatas contiene una especie de núcleo paulino que después fuera revestido  por la cáscara que un autor pseudoepígrafo le confeccionara, fallan bajo el peso de sus pro-pias contradicciones.
El escritor nos dice que su nombre es Pablo (1:1; 5:2). La carta es una unidad manifiesta. Describe un medio ambiente que se ajusta a los tiempos en los que Pablo vivía (cf. Hch. 15:1;
1 Co. 7:19). Además, es muy personal, y revela en toda su extensión a “un hombre en Cristo”. ¡He aquí una mente tan amplia que tiene lugar para la soberanía divina y la responsabilidad humana, un corazón tan lleno de amor que censura ásperamente, justamente porque ama profundamente! El Pablo de Gá. 1:15, 16; 2:20; 3:1; 4:19 y 20 es claramente el mismo Pablo de Ro. 9:2; 1 Co. 9:22; 10:33; 2 Co. 11:28; 12:15; Ef. 4:1 y Fil. 3:18, 19. Es el Pablo de Tarso.
V. ¿Cuál es su tema?
¿Cuál es su bosquejo?
Está claro, pues, que la preocupación principal de Pablo es que los gálatas no pierdan su fe en el verdadero evangelio. Es significativa la frecuencia con que aparece la palabra evange-lio (sea como sustantivo o componente verbal) en esta pequeña epístola: 1:6, 7, 8. 9, 11, 16. 23; 2:2, [p 30] 5, 7, 14; 3:8; 4:13. También se afirma y reafirma la esencia o el contenido del evangelio: “el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino sólo mediante la fe en Je-sucristo” (2:16; cf. 2:21; 3:9, 11; 4:2–6; 5:2–6; 6:14–16).
Ahora bien, el tema de Romanos también es la justificación por la fe sin las obras de la ley.
Existe un estrecho parecido entre las dos cartas. Gn. 15:6: “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia”. Esta cita aparece en ambas cartas (Ro. 4:3; Gá. 3:6). Entre otros pare-cidos verbales están especialmente los siguientes: cf. Ro. 6:6–8 con Gá. 2:20; Ro. 8:14–17 con Gá. 4:5–7; Ro. 13:13, 14 con Gá. 5:16, 17. Sin embargo, existe también una diferencia mar-cada entre las dos cartas. Romanos afirma en forma calmada y majestuosa que hay una sal-vación plena y libre para todo pecador (sea judío o gentil) por la fe en Cristo, y sin las obras de la ley. Gálatas, en un tono en el cual falta mucho la calma, y que más bien en algunos momentos se vuelve apasionado, defiende este glorioso evangelio contra sus detractores; co-ntra dichos enemigos sus denunciaciones son duras (1:8, 9; 5:12). Pablo reprende fuertemen-te a los destinatarios (1:6; 3:1–4), quienes tendían a hacer caso a los impostores, y su reprensión es tan tajante como lo es el contraste que caracteriza esta epístola.
La razón por qué el apóstol reprende a los gálatas tan severamente y los amonesta tan ásperamente está en que los ama con un amor genuino, tierno y profundo: “Hijitos queridos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros, quisiera estar presente con vosotros ahora mismo y cambiar mi tono de voz, pues estoy perplejo en cuanto a vosotros” (4:19, 20).

De modo que el tema de Gálatas sería: 
El verdadero evangelio contra lo que no es evangelio (1:6–9)
La gracia o la promesa  contra la ley  (2:21; 3:18) la fe  contra las obras de la ley (2:16; 3:2, 5; 10–14)
la carne  contra el Espíritu  (3:3; 5:16; 6:8) la mujer esclava  contra la mujer libre  (4:21ss.) la Jerusalén de
ahora  contra la Jerusalén de arriba  (4:25, 26) la libertad  contra la esclavitud  (5:1) el amor  contra el odio  (5:14, 15) la circuncisión  contra la nueva creación (6:15)

El evangelio de la justificación por la fe sin las obras de la ley es defendido contra sus detractores
Ahora bien, en los primeros dos capítulos, seleccionando algunos hechos de su vida, el apóstol se defiende contra los cargos, sobreentendidos o expresos, de que él jamás había re-cibido un llamado divino al ministerio y que su evangelio era, por tanto, de poca confianza. A veces se describe esta sección como la Autodefensa de Pablo. Pero es más que eso. Calvino lo expresa brillantemente, al decir: “recordemos, entonces, que la verdad del evangelio estaba siendo atacada en la persona de Pablo”. Y los asaltantes atacaban a Pablo con el fin de destruir su evangelio. Ellos razonaban de esta [p 31] forma, que si el apostolado de Pablo es meramente humano en su origen, entonces su evangelio no es más que una invención humana. Por lo tanto, en el fondo es el evangelio de que se trata en los capítulos 1 y 2, al igual que en el resto de la epístola. Podemos dividir Gálatas brevemente como sigue:
Caps. 1 y 2     I.     El origen del evangelio: es de origen divino, no humano, y por tanto, es independiente.
Caps. 3 y 4     II.     La defensa del evangelio: tanto la Escritura—es decir, el Antiguo Testa-mento—como la vida (la experiencia, la historia pasada) dan testimonio de su veracidad.
Caps. 5 y 6     III.     La aplicación del evangelio: produce verdadera libertad. Por tanto, que los gálatas estén firmes así como lo está Pablo, quien se gloría en la cruz de Cristo.

Bosquejo ampliado
Caps. 1 y 2     I.     El origen del evangelio: es de origen divino, no humano (cap. 1); y por tanto,
es independiente (cap. 2).
Capítulo 1
A.     ¡Una introducción que realmente introduce! el nombre del remitente, el de los destinatarios; salutación.
B.     Estoy asombrado que tan pronto estáis yendo a otro evangelio. Sólo hay un verdadero evangelio. Maldito sea el que predique otro. ¡Vaya! ¿Busco ganarme el favor de los hombres o el de Dios?
C.     El evangelio que predico no es invención humana. Lo recibí por la revelación de Jesucristo. Una vez rescatado por la gracia de Dios de un judaísmo intenso, no partí inmediatamente a Jerusalén para buscar el consejo de los hombres, sino que fui a Arabia, y después volví a Damasco.
D.     Sólo después de tres años viajé a Jerusalén para visitar a Cefas por quince dias. No vi a ninguno de los otros apóstoles, solamente a Jacobo. De ahí fui a Siria y Cilicia, pero seguí siendo un desconocido para las iglesias de Judea. Glorificaban a Dios por el cambio obrado en mí.
Capítulo 2
E.     Más adelante, al visitar Jerusalén en compañía de Bernabé y Tito, tuve una reunión en privado con las “columnas” de la iglesia, pero no me comunicaron nada nuevo, antes nos dieron la diestra en señal de compañerismo. Tito, que era griego, no fue obligado a circuncidarse. De esta manera, no nos sometimos a los enemigos, sino que protegimos vuestras bendiciones. Acordamos hacer una división de la obra misionera. Se nos pidió que nos acordásemos de los pobres.
 F.     Lejos de recibir algo de las “columnas” de Jerusalén, en Antioquía hasta reprendí a Cefas por su reversión al legalismo: se separaba de los gentiles convertidos después de haber comido con ellos. Un hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Cristo Jesús. Porque yo por la ley he muerto a la ley, para poder vivir para Dios.


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