sábado, 2 de junio de 2012

Manual de Consejería Ministerial: Ayuda Para el ministro y Obrero cristianos


biblias y miles de comentarios
 
Recuerdo el sentimiento de desesperación, incapacidad y frustración que llenó mi corazón en este momento. Con sinceridad y consternación el joven venezolano me habló de su lucha con la homosexualidad. Yo sabía muy bien cómo dirigirle a aceptar a Cristo como su Señor y Salvador, pero no tenía ninguna idea de cómo aconsejarle en el dolor, frustración y confusión que experimentaba diariamente. En el transcurso de los próximos nueve meses pasábamos largas horas tratando sus problemas, luchas y emociones. Por el hecho de ser su pastor, la esperanza suya, la de la iglesia, y aun la mía era que debería tener respuestas para él y para los otros que buscaban mis consejos casi diariamente. Podía dar algo de consejo, y consuelo útil, pero más que nunca sentía que estaba aplicando curitas espirituales a heridas muy abiertas. Sentía una incapacidad profunda cuando intentaba utilizar lo que sabía teológicamente al tratar con los gritos brutales del alma humana.
Me pregunto, si ésta ha sido mi experiencia, ¿no es posible que otros pastores, que conocen bien al Señor y que aman a la humanidad, se sientan igual? Yo creo con todo mi corazón que el Evangelio es eficaz para efectuar la redención y santificación de cualquier ser humano. Pongo mi confianza en la fe de que el Espíritu Santo puede transformar por completo la vida de cualquier persona que invita a Jesucristo a entrar en su vida y tomar su control. Pero todos sabemos que el nuevo convertido necesita el discipulado, que necesita crecer. Demasiadas veces en nuestro mundo moderno hay que tratar problemas confusos y difíciles antes de que la persona pueda crecer. Así, la consejería es la otra cara del discipulado. La meta es la misma, que la persona crezca como un discípulo maduro de Jesucristo, que se conforme más y más a su imagen. Este libro pretende presentar unas aclaraciones sencillas, y unas herramientas útiles para el pastor o laico que quiere ayudar a los heridos y desesperados de este mundo para llegar a ser verdaderos discípulos de nuestro Señor.
No es psicología. Por tanto, este tratado no es un texto de la psicología. Como consejero Cristiano pastoral, sé que la psicología es una mezcla de cosas buenas y malas, de verdades útiles y de falsedades destructivas. No tengo temor de la psicología, sino más bien quiero pasar sus muchas, y a veces contradictorias, afirmaciones a través del filtro de la verdad Bíblica. Sin disculparme, yo creo que la Biblia es inspirada por el Espíritu Santo y sin errores en sus manuscritos originales. También afirmo que «toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2ª Timoteo 3:16–17). Entonces, no se encuentra una herramienta más útil para el consejero cristiano, ni existe una autoridad más grande que las Sagradas Escrituras. Sin embargo, la Biblia no habla específicamente sobre cada problema y cada situación humana. Así, lo que la antropología, la psicología y la sociología han descubierto acerca de los humanos, pueden ayudarnos a tratar con más precisión problemas específicos, siempre y solamente cuando estén sujetos a la autoridad bíblica. La Biblia provee el marco, o los parámetros dentro de los cuales la ciencia puede informarnos y contribuir a nuestro ministerio de socorro a nuestros semejantes.
El presente tratado pretende proveer al pastor y obrero laico fundamentos sencillos para capacitar su ministerio de consejería. Empieza con cuatro verdades bíblicas que tienen que establecer el cimiento de nuestra filosofía de aconsejar. Luego construimos encima de este cimiento unas teorías científicas acerca del desarrollo humano. Al final del libro se encuentran unas sugerencias sobre técnicas de la consejería. La tentación se puede presentar al lector, pasar por alto los primeros capítulos, para llegar inmediatamente a la parte más práctica de los procedimientos del ministerio. Pido al lector que no lo haga. Las bases bíblicas y el entendimiento del ser humano son mucho más importantes que los métodos de aconsejar. Cada situación es diferente y se aplica la verdad de diferente manera a distintas circunstancias. Pero, la Palabra de Dios no cambia, su autoridad es vigente siempre. Las técnicas van a cambiar, maneras de aplicar las verdades bíblicas variarán según la situación, pero la Verdad que empleamos jamás cambiará.
El ministerio del Espíritu Santo en nuestra vida y en las vidas de nuestros aconsejados es indispensable. Él es el Consejero que Jesús envió (Juan 16:7–11). Los consejeros humanos tenemos el privilegio de ministrar como colaboradores suyos, siempre bajo su control y dirección.
Humildemente ofrezco esta obra a mis hermanos alumnos, pastores y líderes en las iglesias del mundo hispano no como la obra definitiva sobre la consejería bíblica, sino como un grano de arena, que pretende apoyar el ministerio del Cuerpo de Cristo a nuestro mundo dolido.
 
Fundamentos bíblicos de la consejería cristiana
Podemos comparar el estudio y entendimiento de la consejería cristiana como la construcción de un edificio. Es necesario poner un buen cimiento antes de empezar la construcción de la estructura. Para que nuestra forma de aconsejar sea cristiana tiene que tener bases bíblicas. Sin embargo, la Biblia no es principalmente un manual de consejería, ni pretende ser un texto de psicología. No habla de una gran cantidad de problemas personales y relacionales que enfrentan los seres humanos modernos. Mucho menos, da soluciones específicas a patologías complejas. Sin lugar a dudas, creemos en el Evangelio, y nos fijamos en la seguridad de que Cristo salva y da la nueva vida a cualquiera que venga a Él. Cristo salva y santifica, pero Dios dejó en las manos de ministros humanos el trabajo de ayudar a nuestros semejantes a salir del hoyo para glorificar a Dios. Esto requiere un conocimiento sólido de lo que la Biblia dice sobre el hombre, un conocimento sólido del propósito de Dios para el hombre, y un entendimiento de cómo el hombre piensa, toma decisiones y llega a comportarse de ciertas maneras.
La Unidad 1 aspira a recordarnos lo que la Biblia dice sobre el hombre, y lo que nos dice sobre el propósito de Dios para éste. El primer capítulo esplica una verdad bíblica que forma el primer cimiento. Los otros tres capítulos hablan de los cimientos, en el orden en que debemos entenderlos. Los cimientos son: la dignidad del hombre, la depravación del hombre, la redención por Dios, la restauración por Dios. Estos cuatro fundamentos bíblicos forman los cuatro cimientos sobre los cuales edificaremos nuestro edificio de la consejería cristiana.
Base bíblica 1: La dignidad del hombre
Para entender a la raza humana bíblicamente es menester empezar por el principio de su historia, según la Biblia. En otras palabras, podemos decir que entendemos mucho acerca del hombre al considerar su creación. La meta de la consejería es participar con Dios en la restauración de las vidas perdidas. Tal cooperación necesita entender el ideal divino en cuanto al hombre. Encontramos este ideal en el diseño original.
Génesis 1:26–28 nos habla de una decisión divina, increíble. Dios decidió crear una criatura a su propia imagen, conforme a su semejanza y permitir a esta criatura señorear sobre el resto de su creación. Usted y yo somos los resultados. También el borracho en la calle, el abusador de niñas, el homosexual, la muchacha con anorexia y el padre dictador de su familia son los resultados de esta creación extraordinaria.
Lamentablemente, la historia del hombre no termina en lo ideal… En el siguiente capítulo tendremos que ocuparnos en la triste meditación sobre la caída del hombre en el pecado y la resultante depravación de la raza. Pero, por unos minutos, disfrutemos de la gloria y el esplendor de la creación original. Parece que, como evangélicos, estamos tan ansiosos de convencer al mundo del pecado, que nos olvidamos de qué estado cayó el hombre. Con buena intención queremos que nuestros semejantes reconozcan su pecado para que puedan aceptar la solución, la redención de Cristo. Pero, para entender el horror del pecado, y el valor de la redención hay que comprender lo que perdimos en la caída. Si no somos más que otro animal, un poco más avanzados que los demás, el pecado no es una cosa grande. La caída se representa nada más que un desafortunado incidente en el desarrollo del hombre. Pero, si como creemos nosotros, somos criaturas, creados a la imagen de Dios, con el propósito de reflejar su gloria y señorear sobre la tierra como virreyes de Dios, la caída es la catástrofe más grande de la historia. Algo inherente al hombre, básico a su naturaleza, la imagen de Dios fue estropeada, distorsionada y pervertida. Para entender el pecado y la redención, hay que entender esto.
Además, el entendimiento de la magnificencia de la creación del hombre es fundamental para el entendimiento de la necesidad y esperanza de la Consejería Cristiana. Si el hombre no es una creación especial, con una dignidad dada por Dios, no vale la pena ayudarle. Si no tiene valor intrínseco y eterno ¿para qué gastar tiempo, energía y recursos en su rescate? Ahora, considere la pregunta perturbadora, ¿por qué Dios sacrificó a su único Hijo para hacer posible su rescate? ¡No! El Evangelio, la redención y el ministerio de la Iglesia por este mundo solamente tienen sentido, cuando reconozcamos el valor de cada hombre por ser una creación especial de Dios a su propia imagen.
Dios creó al hombre a su propia imagen, con un propósito especial de señorear sobre la creación y llenar la tierra. Esto da al hombre una dignidad y valor duradero. El pecado estropea la dignidad. A veces es difícil encontrar el valor debajo de las capas de la suciedad moral y personal que el pecado deja en la persona. Sin embargo, cada persona es creada a la imagen propia de Dios y por eso posee una dignidad y valor intrínseco que nada ni nadie le puede quitar.
Entender esto, no es igual a la idea moderna de una chispa de bondad universal que posee cada ser humano. Por ejemplo, en el sistema de la psicología que desarrollaba Carl Rogers, el consejero necesita ayudar al aconsejado a descubrir la esencia buena que existe en él y fomentarla. Este modelo de la psicología rehúsa reconocer el pecado y busca nada más que lo bueno adentro del aconsejado. ¡Jamás propondríamos esto! El trabajo de la consejería no es solamente afirmar la dignidad del aconsejado y pasar por alto su pecado. Sin embargo, no podemos comprender el horror del pecado, si no entendemos primeramente la dignidad del hombre arruinada por el pecado. La perversidad del pecado se ve claramente cuando la contrastamos con la perfección del diseño original.
Examinemos detalladamente unos versículos en Génesis 1 y 2 para recordarnos de cómo era la raza humana originalmente. Volvamos a los versículos a los cuales hice referencia anteriormente. Génesis 1:26–28 hablan de la decisión divina y subsecuente creación del hombre. Dios decidió crear al hombre a su imagen, conforme a su semejanza. ¿Qué significa esto? Quiere decir que como humanos reflejamos algo de la gloria, el carácter y los atributos personales de Dios.
Hay dos cosas que son de suma importancia entender. La primera es que Dios creó al hombre a su imagen, para reflejar lo que Él es, no nos creó como unos dioses pequeños. La dignidad del hombre no es divinidad. Fuimos creados para rendir gloria al Dios Soberano. Las ideas corrientes de divinidad humana pretenden despojarle de su gloria, no rendirle gloria. Por ser semejante a Él, pero no igual a Él, nuestros padres originales en su condición de humanidad perfecta, rindieron gloria perfecta a Dios. La segunda cuestión que tenemos que clarificar es lo que pasó a la imagen divina cuando entró el pecado a la raza (hablaremos de este asunto de manera más profunda en el siguiente capítulo). Para la discusión del momento, basta decir que la imagen de Dios en el hombre fue estropeada, distorsionada y pervertida, pero no extirpada por la entrada del pecado.
 
Entonces, ¿cómo se proyectaba el reflejo de Dios en el estado prístino del hombre? Una de las maneras principales se revela en la frase «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (énfasis del autor). Dios existe en tres personas, que se comunican, y se relacionan. De manera semejante, Dios creó al hombre para relacionarse. Sobre todo Dios creó al hombre para relacionarse con Él mismo. Parece que Dios quería extender el círculo de compañerismo en la que los miembros de la Trinidad disfrutaran y tuvieran compañerismo con la criatura humana. La inferencia de Génesis 3:8 es éste. “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; ...” Parece que la costumbre de Jehová era pasar tiempo cada día en el huerto con su creación. En segundo lugar, Dios creó al hombre para relacionarse con sus semejantes. Esto, pues, es el significado de la historia que se encuentra en Génesis 2:18–25:
Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre. Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él. Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne, esta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban.
Consideremos algunas cosas significantes de esta historia tan interesante. Aquí encontramos los orígenes de las relaciones humanas, el origen del matrimonio y el dibujo de la perfección en las relaciones humanas, particularmente en la relación matrimonial. Como consejeros, tratamos día tras día con relaciones rotas y matrimonios quebrantados. No podemos permitirnos pasar por alto las riquezas de estos versículos.
Primeramente hay la declaración de Dios que no es bueno que el hombre esté solo y que iba a hacer la ayuda idónea para él. Luego viene este comentario, que causa perplejidad, sobre el nombramiento de los animales. Parece un comentario parentético, ¿verdad? Cuando Moisés relató esta historia, ¿por qué no pasó directamente del versículo dieciocho al veintiuno? ¿Sería posible que, como anciano, era un poco olvidadizo y se desvió en su relato? ¡Creo que no! Estoy seguro que ocurrió exactamente lo que Moisés, inspirado por el Espíritu Santo, cuenta, aquí. Los versículos diecinueve y veinte no son parentéticos, sino esenciales en la historia. Dios reconoció el déficit del hombre sin compañera. Había creado cada especie como pareja. Sabía exactamente a quién iba a crear como la ayuda idónea para Adán, y cómo iba a hacerlo. Pero, antes pasaron todos los animales delante de Adán para que pudiera darles nombre. ¿Por qué? Hay dos razones principales, una de las cuales es más pertinente a nuestra discusión.
Adán debía dar nombre a todos los animales para tomar dominio sobre ellos como parte del cumplimiento de la comisión del capítulo 1, versículo 28. Pero, la otra razón es más significativa para la consideración actual. Mientras que Adán veía todos estos animales llegó a su corazón un concepto conmovedor. Reconoció, lo que Dios sabía: ¡Él estaba solo! Cada animal que pasaba tenía su pareja, «mas para Adán no se halló ayuda idónea para él». El texto sigue: «Entonces Jehová hizo caer sueño profundo», etc. Enseguida que Adán se dio cuenta de que estaba solo y no tenía ayuda idónea, Dios hizo el milagro de crear a la mujer.
Hay varios significados que podemos concluir de esto. Por supuesto, vemos aquí el significado del matrimonio, el valor de la mujer y la interdependencia de los sexos. Pero, hay algo aún más básico. Dios creó al ser humano para tener relación con otros seres humanos. El ser humano nunca fue creado para estar solo, tampoco para vivir aislado ni para desarrollar la independencia fuerte que llega a ser siempre más fuerte en nuestro mundo moderno. Dios creó al hombre para relacionares el uno con el otro. En sus relaciones Dios le creó digno, respetuoso y con una intimidad preciosa.
La mayoría de los problemas por los cuales las personas buscan consejería tienen que ver con algún aspecto de las relaciones entre personas. Vemos relaciones rotas entre padres e hijos, matrimonios sufriendo, abusos sufridos de parte de los padres, madres, otros familiares, amigos y jefes. Vemos luchas fuertes entre hermanos en Cristo. Y la lista sigue con caso tras caso de problemas graves relacionales. Si vamos a aconsejar a nuestros semejantes en sus problemas relacionales necesitamos recordar el ideal de lo relacional que Dios creó. Dios creó relaciones humanas buenas, el matrimonio perfecto, la interdependencia y paz. Vemos persona tras persona cuyas relaciones parecen muy diferentes. Si vamos a ayudarles a cambiarlas y mejorarlas necesitamos tener una visión de lo que podría existir. No hay ideal más grande de lo que Dios creó originalmente.
Anteriormente escribí acerca de la intimidad preciosa que hubo entre el hombre original y su esposa. Veamos esta intimidad en un versículo que tendemos a pasar rápido, el versículo veinticinco de este capítulo. Por supuesto, la desnudez de Adán y Eva era una desnudez física y sana que demuestra su inocencia antes de la entrada del pecado. Pero, también demuestra una franqueza que había en su relación. Vivían juntos, sin barreras, sin máscaras, sin disfraz. Podían, en su inocencia, relacionarse de manera honesta, abierta y franca sin la necesidad de esconderse, aún detrás de la ropa. Por supuesto, no estoy recomendando la vida nudista, tampoco que debemos buscar una colonia nudista para vivir. Pero, en este capítulo estamos considerando el ideal de la creación original. Este versículo nos da otro vislumbre de lo ideal de las relaciones, sin los estorbos del pecado
Debemos evitar el error de ver solamente lo perverso del aconsejado sin considerar sus orígenes más fundamentales. Consejero, cada persona que busca la ayuda suya es un ser creado a la imagen de Dios, creado para rendir gloria al Dios soberano, creado para relacionarse con Dios, creado para relacionarse con sus semejantes y creado para señorear en la tierra. Es esto lo que da esperanza al trabajo de aconsejar. Porque la vida de esta persona fue creada con valor y dignidad hay esperanza de su restauración. Mientras que nos metemos en los detalles tristes, perversos y retorcidos que nos presentan la consejería, tenemos que mantener la visión de algo más grande. Dios creó a esta persona a su imagen, y por medio de su poder, puede y quiere restaurar tal imagen. Lo hace progresivamente por medio del crecimiento espiritual, lo que la teología le llama el aspecto progresivo de la santificación. 2 Corintios 3:18 comunica claramente la intención de Dios para el cristiano. Esta intención necesita constituir la meta sobresaliente de la consejería. «Por tanto, nosotros todos mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen como por el Espíritu del Señor» (énfasis del autor). Así, vemos un dibujo conciso de la meta y proceso de la consejería. Un diagrama puede ayudarnos a entender lo que la consejería Cristiana pretende realizar en la vida del aconsejado.
Regresemos a la historia del joven homosexual que relaté en el prefacio. Debido a mi trasfondo familiar, para no mencionar mis convicciones cristianas y mis sentimientos varoniles, francamente la homosexualidad es algo que me da un asco profundo. Aun la idea de los asuntos que este joven me contaba eran repugnantes para mí. Sin embargo llegué a amarle como a un hijo. Bueno, de ninguna manera puedo jactarme sobre esto. Fue el Espíritu Santo quien me dio un amor no natural para este joven. Pero, un caso de esta índole nos presenta la necesidad de ver más que la repugnancia del pecado, para ver la dignidad de la criatura de Dios.
Empezamos con la dignidad del hombre, para recordarnos de su estado original. Queremos ver esta dignidad fundamental debajo de las capas de suciedad que el pecado deja en la vida. Y con todas las limitaciones con las cuales tenemos que trabajar, queremos llevar al aconsejado un poco más cerca a la restauración del ideal original.
Pero, lamentablemente no podemos terminar con la dignidad. Nuestros antepasados pecaron, y todos en ellos pecamos también. Ahora, el pecado es la realidad humana. En el próximo capítulo necesitamos explorar el significado de la depravación del hombre para la consejería.



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