miércoles, 9 de octubre de 2013

Génesis: El Principio en la tierra

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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GÉNESIS
Cronología
     Creación
     Noé sin fecha
     Nace Abram 2166 a.C. (2000 a.C.)
     Abram entra en Canaán 2091 (1925)
     Nace Isaac 2066 (1900)
     Nacen Jacob y Esaú 2006 (1840)
     Jacob huye a Harán 1929 (1764)
     Nace José 1915 (1750)
     José es vendido como esclavo 1898 (1733)
     José gobierna Egipto 1885 (1720)
     Muere José 1805 (1640)
DATOS ESENCIALES
PROPÓSITO:
Registrar la creación de Dios del mundo y su deseo de tener un pueblo apartado para adorarlo
AUTOR:
Moisés
DESTINATARIO:
Para el pueblo de Israel
FECHA:
1450–1410 a.C.
MARCO HISTÓRICO:
La región actualmente conocida como Medio Este
VERSÍCULOS CLAVE:
«Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (1.27). «Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendición» (12.2, 3).
PERSONAS CLAVE:
Adán, Eva, Noé, Abraham, Sara, Isaac, Rebeca, Jacob, José

   

PRINCIPIAR... iniciar... comenzar... abrir... Hay algo refrescante y optimista en estas palabras, ya sea que se refieran al amanecer de un nuevo día, al nacimiento de un niño, al preludio de una sinfonía o a los primeros kilómetros de las vacaciones familiares. Libres de problemas y llenos de promesas, todos los comienzos despiertan la esperanza y las visiones llenas de fantasía del futuro. Génesis significa «comienzos» u «origen» y revela el principio del mundo, de la historia de la humanidad, de la familia, de la civilización, de la salvación. Es la historia del propósito y el plan de Dios para su creación. Como el libro de los comienzos, Génesis establece el escenario para la Biblia entera, revela la persona y la naturaleza de Dios (Creador, Protector, Juez, Redentor); el valor y la dignidad de los seres humanos (hechos a la imagen de Dios, salvos por gracia, utilizados por Dios en el mundo); la tragedia y las consecuencias del pecado (la caída, la separación de Dios, el juicio); la promesa y la seguridad de salvación (el pacto, el perdón, el Mesías prometido).
Dios. Ahí es donde comienza Génesis. De súbito lo vemos crear el mundo en un despliegue majestuoso de poder y propósito, que culminó con un hombre y una mujer hechos a su imagen (1.26, 27). Pero muy pronto el pecado entró en el mundo y Satanás fue desenmascarado. La creación, bañada en inocencia, fue destrozada por la caída (la desobediencia voluntaria de Adán y Eva). La comunión con Dios se rompió y el mal comenzó a tejer su telaraña destructiva. En una rápida sucesión, leemos cómo Adán y Eva fueron expulsados del hermoso huerto, cómo su primer hijo se convirtió en asesino y cómo el mal engendró mal hasta que Dios finalmente destruyó a todos los seres de la tierra excepto a una pequeña familia encabezada por Noé, la única persona fiel que quedaba.
Conforme nos acercamos a Abraham en las praderas de Canaán descubrimos el comienzo del pueblo del pacto de Dios y los vastos alcances de su plan de salvación: la salvación viene por medio de la fe, los descendientes de Abraham serán el pueblo de Dios y el Salvador del mundo saldrá de entre esta nación escogida. Las historias de Isaac, Jacob y José que vienen a continuación son algo más que biografías interesantes. Ponen énfasis en las promesas de Dios y son la prueba de que Él es fiel. La gente que encontramos en Génesis es gente común y corriente, y aún así Dios hizo grandes cosas por medio de ellos. Hay ejemplos vívidos de cómo Dios puede y ha utilizado toda clase de personas para lograr sus buenos propósitos... incluso gente como usted y como yo.
Lea Génesis y anímese. ¡Sí hay esperanza! No importa cuán oscura pueda parecer la situación del mundo, Dios tiene un plan. No importa cuán insignificante o inútil se sienta usted, Dios lo ama y quiere utilizarlo en su plan. No importa cuánto haya pecado o cuán separado se encuentre de Dios, la salvación está al alcance de la mano. Lea Génesis... ¡y mantenga la esperanza!
BOSQUEJO
A.     LA HISTORIA DE LA CREACIÓN (1.1–2.3)
B.     LA HISTORIA DE ADÁN (2.4–5.32)
1.     Adán y Eva
2.     Caín y Abel
3.     Descendientes de Adán

 

Dios creó los cielos, el mar y la tierra. Creó las plantas, los animales, los peces y las aves. Pero creó al ser humano a su propia imagen. A veces, otros pueden tratarnos sin respeto, pero por ser creados a la imagen de Dios podemos tener la certeza de nuestra dignidad y valor.
C.     LA HISTORIA DE NOÉ (6.1–11.32)
1.     El gran diluvio
2.     Repoblación de la tierra
3.     La torre de Babel

Dios creó a Adán y Eva sin pecado. La pecaminosidad entró en ellos cuando desobedecieron a Dios y comieron la fruta del árbol prohibido. Por medio de Adán y Eva aprendemos del poder destructivo del pecado y sus amargas consecuencias.
D.     LA HISTORIA DE ABRAHAM (12.1–25.18)
1.     Dios promete a Abram una nación
2.     Abram y Lot
3.     Dios promete a Abram un hijo
4.     Sodoma y Gomorra
5.     Nacimiento y casi sacrificio de Isaac
6.     Isaac y Rebeca
7.     Abraham muere

Noé se salvó de la destrucción del diluvio porque obedeció a Dios y construyó el arca. Así como Dios protegió a Noé y a su familia, protege a quienes le son fieles hoy.
.

A Abraham se le pidió dejar su tierra, vagar en Canaán, esperar años para tener un hijo, y luego sacrificarlo como una ofrenda encendida. A través de estos períodos de dura prueba, Abraham permaneció fiel a Dios. El ejemplo de Abraham nos enseña cómo vivir una vida de fe.
E.     LA HISTORIA DE ISAAC (25.19–28.9)
1.     Jacob y Esaú
2.     Isaac y Abimelec
3.     Isaac bendice a Jacob

Isaac no exigió que las cosas se hicieran a su manera. No se resistió cuando estaba a punto de ser sacrificado y gustosamente aceptó una esposa que otros le eligieron. Tenemos que aprender a cumplir la voluntad de Dios antes que la nuestra, como lo hizo Isaac.
F.     LA HISTORIA DE JACOB (28.10–36.43)
1.     Jacob inicia una familia
2.     Jacob regresa a su tierra

Jacob no se dio por vencido fácilmente. Sirvió a Labán con fidelidad por más de catorce años. Más tarde, luchó con Dios. Aunque Jacob cometió muchos errores, su trabajo arduo nos enseña cómo llevar una vida de servicio a nuestro Dios.
G.     LA HISTORIA DE JOSÉ (37.1–50.26)
1.     Venden a José como esclavo
2.     Judá y Tamar
3.     Echan a José en la cárcel
4.     A José se le asigna un cargo en Egipto
5.     José y sus hermanos se encuentran en Egipto
6.     La familia de Jacob se traslada a Egipto

Los hermanos de José lo vendieron como esclavo y su amo injustamente lo envió a la prisión. Por medio de José aprendemos que el sufrimiento, por injusto que sea, puede desarrollar en nosotros un carácter firme.
7.     Jacob y José mueren en Egipto         

martes, 8 de octubre de 2013

Lectura Diaria de la Biblia - Día 8: Génesis 24 - 25 RV Actualizada

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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 Rebeca llega a ser esposa de Isaac
24 Abraham era ya anciano y muy avanzado en años, y Jehovah había bendecido a Abraham en todo. 2 Entonces Abraham dijo a un siervo suyo, el más viejo de su casa y que administraba todo lo que tenía:
—Por favor, pon tu mano debajo de mi muslo, 3 y te haré jurar por Jehovah, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que no tomarás para mi hijo una mujer de las hijas de los cananeos entre los cuales habito. 4 Más bien, irás a mi tierra, a mi parentela, y tomarás mujer para mi hijo Isaac.
5 Su siervo le respondió:
—Quizás la mujer no quiera venir conmigo a esta tierra. ¿He de hacer volver a tu hijo a la tierra de donde saliste?
6 Abraham le dijo:
—Guárdate, no sea que hagas volver a mi hijo allá. 7 Jehovah, Dios de los cielos, que me tomó de la casa de mi padre y de la tierra de mi nacimiento, y que me habló y me juró diciendo: "A tu descendencia daré esta tierra",  él enviará su ángel delante de ti, y tú tomarás de allí una mujer para mi hijo. 8 Pero si la mujer no quiere venir contigo, tú quedarás libre de este juramento mío. Solamente que no hagas volver allá a mi hijo.
9 Entonces el siervo puso su mano debajo del muslo de Abraham su señor, y le juró sobre este asunto. 10 Y el siervo tomó diez de los camellos de su señor, y se fue llevando consigo toda clase de cosas preciadas de su señor. Partió y se fue a Siria mesopotámica, a la ciudad de Nacor, 11 e hizo arrodillar los camellos fuera de la ciudad, junto a un pozo de agua. Era la hora del atardecer, cuando las jóvenes salían para sacar agua. 12 Y dijo:
—Oh Jehovah, Dios de mi señor Abraham, por favor, haz que hoy ocurra algo en mi presencia. Muestra bondad para mi señor Abraham. 13 He aquí que yo estoy junto al manantial de agua, y las hijas de los hombres de la ciudad vendrán para sacar agua. 14 Sea, pues, que la joven a quien yo diga: "Por favor, baja tu cántaro para que yo beba", y ella responda: "Bebe tú, y también daré de beber a tus camellos"; sea ella la que tú has destinado para tu siervo, para Isaac. En esto conoceré que has tenido misericordia de mi señor.
15 Y aconteció que cuando él aún no había acabado de hablar, he aquí que con su cántaro sobre el hombro, venía Rebeca, que le había nacido a Betuel, hijo de Milca, mujer de Nacor, hermano de Abraham. 16 La joven era muy hermosa; era virgen, a quien ningún hombre había conocido.  Ella descendió al manantial, llenó su cántaro y subía. 17 Entonces el siervo corrió hacia ella y le dijo:
—Por favor, dame de beber un poco de agua de tu cántaro.
18 Y ella respondió:
—Bebe, señor mío.
Se apresuró a bajar su cántaro a su mano y le dio de beber. 19 Cuando acabó de darle de beber, agregó:
—También sacaré agua para tus camellos, hasta que acaben de beber.
20 Se dio prisa, vació su cántaro en el abrevadero y corrió otra vez al pozo para sacar agua. Y sacó para todos sus camellos. 21 El hombre la observaba en silencio para saber si Jehovah había dado éxito a su viaje o no. 22 Cuando los camellos acabaron de beber, el hombre le obsequió un pendiente de oro que pesaba medio siclo  y dos brazaletes de oro para sus brazos, que pesaban diez siclos.  23 Y le preguntó:
—¿De quién eres hija? Dime, por favor, ¿habrá lugar en la casa de tu padre donde podamos alojarnos?
24 Ella respondió:
—Yo soy hija de Betuel, hijo de Milca, el cual ella dio a luz a Nacor. 25 -Y añadió-: También en nuestra casa hay paja y mucho forraje, y lugar para alojarse.
26 Entonces el hombre se inclinó y adoró a Jehovah 27 diciendo:
—¡Bendito sea Jehovah, Dios de mi señor Abraham, que no apartó de mi señor su misericordia y su verdad!  En el camino Jehovah me guió hacia la casa de los hermanos de mi señor.
28 La joven corrió y contó estas cosas en la casa de su madre. 29 Rebeca tenía un hermano que se llamaba Labán, el cual corrió afuera hacia el hombre, hacia el manantial. 30 Sucedió que cuando vio el pendiente y los brazaletes en las manos de su hermana, y oyó las palabras de su hermana Rebeca, que decía: "Así me habló aquel hombre", vino a él, y he aquí que él estaba junto a los camellos, al lado del manantial. 31 Y le dijo:
—Ven, bendito de Jehovah. ¿Por qué estás ahí fuera? Yo he preparado la casa y el lugar para los camellos.
32 Entonces el hombre fue a la casa. Labán descargó los camellos y les dio paja y forraje. Luego trajo agua para lavar los pies de él y los pies de los hombres que venían con él. 33 También puso comida delante de él, pero él dijo:
—No comeré hasta que haya dicho lo que tengo que decir.
Labán le dijo:
—Habla.
34 Entonces dijo:
—Yo soy siervo de Abraham. 35 Jehovah ha bendecido mucho a mi señor, y él se ha enriquecido. Le ha dado ovejas, vacas, plata, oro, siervos, siervas, camellos y asnos. 36 Y Sara, mujer de mi señor, dio a luz en su vejez un hijo a mi señor, quien le ha dado a él todo lo que tiene. 37 Y mi señor me hizo jurar diciendo: "No tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los cananeos en cuya tierra habito. 38 Más bien, irás a la casa de mi padre, a mi parentela, y tomarás mujer para mi hijo." 39 Yo dije a mi señor: "Quizás la mujer no quiera venir conmigo." 40 Entonces me respondió: "Jehovah, en cuya presencia he caminado, enviará su ángel contigo, y él dará éxito a tu viaje. Tú tomarás una mujer para mi hijo, de mi familia, de la casa de mi padre. 41 Entonces, cuando hayas llegado a mi familia, quedarás libre de mi juramento; y aunque no te la den, también quedarás libre de mi juramento."
42 »Llegué, pues, hoy al manantial y dije: "Jehovah, Dios de mi señor Abraham, por favor, si has de dar éxito a mi viaje en el cual ando, 43 he aquí que yo estoy junto al manantial de agua. Que la joven que venga para sacar agua y a quien yo diga: ’Por favor, dame de beber un poco de agua de tu cántaro’, 44 y ella me responda: ’Bebe tú, y también sacaré agua para tus camellos’, que sea ella la mujer que Jehovah ha destinado para el hijo de mi señor." 45 Y antes que acabase de hablar en mi corazón, he aquí que Rebeca venía con su cántaro sobre su hombro. Luego descendió al manantial y sacó agua. Entonces le dije: "Por favor, dame de beber." 46 Y ella bajó rápidamente su cántaro de encima de su hombro y dijo: "Bebe tú, y también daré de beber a tus camellos." Yo bebí, y ella también dio de beber a mis camellos. 47 Entonces le pregunté: "¿De quién eres hija?" Y ella respondió: "Soy hija de Betuel hijo de Nacor, que le dio a luz Milca." Yo puse el pendiente en su nariz y los brazaletes en sus brazos. 48 Y me incliné y adoré a Jehovah. Bendije a Jehovah, Dios de mi señor Abraham, que me guió por el camino acertado para tomar la hija del hermano de mi señor, para su hijo. 49 Ahora pues, si vosotros vais a mostrar misericordia y verdad  para con mi señor, declarádmelo. Si no, declarádmelo también, y yo me iré a la derecha o a la izquierda.
50 Entonces Labán y Betuel respondieron diciendo:
—¡De Jehovah procede esto! No podemos decirte si es malo o si es bueno. 51 He aquí que Rebeca está delante de ti; tómala y vete. Sea ella la mujer del hijo de tu señor, como ha dicho Jehovah.
52 Y aconteció que cuando el siervo de Abraham oyó sus palabras, se postró a tierra delante de Jehovah. 53 Luego sacó objetos de plata, objetos de oro y vestidos, y se los dio a Rebeca. También dio obsequios preciosos a su hermano y a su madre. 54 Después comieron y bebieron él y los hombres que habían venido con él, y pasaron la noche. Y levantándose de mañana, dijo:
—Permitidme regresar a mi señor.
55 Entonces respondieron su hermano y su madre:
—Que la joven espere siquiera unos diez días más con nosotros, y después irá.
56 Pero él les dijo:
—No me hagáis demorar; ya que Jehovah ha dado éxito a mi viaje, dejadme ir para que vaya a mi señor.
57 Ellos le respondieron:
—Llamemos a la joven y preguntémosle lo que piensa.
58 Llamaron a Rebeca y le preguntaron:
—¿Irás tú con este hombre?
Ella les respondió:
—Sí, iré.
59 Entonces dejaron ir a Rebeca su hermana, a su nodriza, al siervo de Abraham y a sus hombres. 60 Y bendijeron a Rebeca diciéndole:
—Tú eres nuestra hermana. Que seas madre de millares de decenas de millares. Que tus descendientes posean las ciudades  de sus enemigos.
61 Entonces se levantaron Rebeca y sus criadas, subieron a los camellos y siguieron al hombre. El siervo tomó a Rebeca y se fue.
62 Aconteció que Isaac venía del pozo Beer-lajai-roí,  porque habitaba en el Néguev. 63 Hacia el atardecer Isaac había salido al campo para meditar,  y alzando sus ojos miró, y he aquí unos camellos que venían. 64 También Rebeca alzó sus ojos, vio a Isaac y descendió del camello. 65 Porque había preguntado al siervo: "¿Quién es ese hombre que viene por el campo hacia nosotros?", y el siervo había respondido: "El es mi señor." Entonces ella tomó el velo y se cubrió.
66 El siervo contó a Isaac todo lo que había hecho. 67 Luego Isaac la introdujo en la tienda de Sara, su madre, y tomó a Rebeca, que vino a ser su mujer; y él la amó. Así se consoló Isaac después de la muerte de su madre.

Otros descendientes de Abraham
25 Abraham tomó otra mujer cuyo nombre era Quetura. 2 Ella le dio a luz a Zimrán, a Jocsán, a Medán, a Madián, a Isbac y a Súaj. 3 Jocsán engendró a Seba y a Dedán. Los hijos de Dedán fueron los asureos, los letusitas y los leumitas. 4 Los hijos de Madián fueron: Efa, Efer, Hanoc, Abida y Eldaa. Todos éstos fueron hijos de Quetura.
5 Abraham dio a Isaac todo lo que tenía, 6 pero a los hijos de sus concubinas les dio obsequios. Y mientras él vivía, los apartó de su hijo Isaac, enviándolos al este, a la tierra del oriente.

Abraham es sepultado en Macpela
7 Los años de la vida de Abraham fueron 175. 8 Y falleció  Abraham en buena vejez, anciano y lleno de años, y fue reunido a su pueblo. 9 Sus hijos Isaac e Ismael lo sepultaron en la cueva de Macpela, en el campo que perteneciera a Efrón hijo de Zojar el heteo, que está frente a Mamre, 10 campo que Abraham había comprado a los hijos de Het.  Allí fue sepultado Abraham con Sara su mujer.
11 Sucedió después de la muerte de Abraham, que Dios bendijo a su hijo Isaac. Y habitaba Isaac junto al pozo de Beer-lajai-roí.

Descendientes de Ismael
12 Estos son los descendientes de Ismael hijo de Abraham, que le dio a luz Agar la egipcia, sierva de Sara. 13 Estos son los nombres de los hijos de Ismael, por sus nombres, según sus descendientes: El primogénito de Ismael fue Nebayot. Después nacieron Quedar, Adbeel, Mibsam, 14 Misma, Duma, Masá, 15 Hadad, Tema, Jetur, Nafis y Quedema. 16 Estos fueron los hijos de Ismael y sus nombres según sus aldeas y campamentos: doce jefes según sus naciones.
17 Los años de la vida de Ismael fueron 137, y falleció  y fue reunido a su pueblo. 18 Y sus descendientes habitaron desde Havila hasta Shur, que está frente a Egipto, en dirección de Asur.
Se estableció, pues, frente a todos sus hermanos.

Nacimiento de Esaú y de Jacob
19 Esta es la historia de Isaac hijo de Abraham. Abraham engendró a Isaac. 20 Isaac tenía 40 años cuando tomó por mujer a Rebeca hija de Betuel el arameo, de Padan-aram, y hermana de Labán el arameo.
21 Isaac rogó a Jehovah por su mujer, que era estéril. Jehovah accedió a su ruego, y Rebeca su mujer concibió.
22 Como los hijos se empujaban dentro de ella, dijo:
—Si es así, ¿para qué he de vivir?
Ella fue a consultar a Jehovah, 23 y Jehovah le dijo:
—Dos naciones hay en tu vientre, y dos pueblos que estarán separados desde tus entrañas. Un pueblo será más fuerte que el otro, y el mayor servirá al menor.
24 Cuando se cumplió el tiempo de dar a luz, he aquí que había mellizos en su vientre. 25 Y salió el primero, rojizo y todo velludo como una túnica de pieles, y llamaron su nombre Esaú.  26 Después salió su hermano, con su mano asida al talón de Esaú, y llamaron su nombre Jacob.  Isaac tenía 60 años de edad cuando ella los dio a luz.
Jacob compra la primogenitura de Esaú
27 Los niños crecieron, y Esaú llegó a ser experto en la caza, hombre del campo. Jacob, por su lado, era hombre tranquilo y solía permanecer en las tiendas. 28 Isaac prefería a Esaú, porque comía de su caza; pero Rebeca prefería a Jacob.
29 Cierto día Jacob preparó un guisado. Y cuando Esaú volvía del campo, cansado, 30 dijo a Jacob:
—Por favor, invítame a comer de ese guiso rojo,  pues estoy muy cansado.
Por eso fue llamado su nombre Edom.  31 Y Jacob respondió:
—Véndeme primero  tu primogenitura.
32 Entonces Esaú dijo:
—He aquí que yo me voy a morir; ¿de qué, pues, me servirá la primogenitura?
33 Dijo Jacob:
—¡Júramelo ahora!
El se lo juró y vendió a Jacob su primogenitura. 34 Entonces Jacob dio a Esaú pan y guisado de lentejas. El comió y bebió, y levantándose, se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura.


La nueva geografía de la historia: La Nueva historia de la Iglesia

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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La nueva cartografía
La historia de la iglesia está cambiando radicalmente. Tanto, que esa historia es ahora una disciplina muy distinta de lo que era cuando por primera vez la estudié hace poco más de cuarenta años. Lo más importante que ha ocurrido en esos cuarenta años no es algún descubrimiento arqueológico o algún nuevo manuscrito, de los cuales ha habido varios. Hoy la vanguardia de los estudios de historia eclesiástica no se encuentra en el estudio de algún momento particular de esa historia, o de algún manuscrito recién descubierto. Es posible que eso sea parte de la vanguardia, pero la vanguardia es mucho más amplia. Se encuentra en realidad en los grandes cambios que han tenido lugar, y que todavía continúan a una velocidad cada vez mayor, en la disciplina misma. En una palabra, el campo entero de la historia eclesiástica está cambiando, hasta tal punto que ya no es lo que era hace cuarenta años, y sólo podemos adivinar lo que será dentro de otros cuarenta más.
Quizá alguien se pregunte cómo es posible que el pasado cambie. Ciertamente, no es posible. Pero la historia no es lo mismo que el pasado. El pasado nunca nos resulta directamente accesible. El pasado se nos llega a través de la mediación de la interpretación. La historia es ese pasado interpretado.

La historia como diálogo

Quizá un buen modo de expresar esto sea usando la imagen de un diálogo. En un diálogo, el otro no me resulta directamente accesible. Todo lo que tengo son palabras, gestos, tonos, mediante los cuales la otra persona intenta comunicarse conmigo, pero que yo a mi vez recibo e interpreto según mis propias experiencias y presuposiciones. Para que haya verdadero diálogo, debo respetar la otredad de mi interlocutor. No puedo interpretar sus palabras a mi antojo. Esas palabras están ahí, fuera de mí. Por otra parte, por mucho que me esfuerce, el único modo en que puedo oírlas e interpretarlas es desde mi propia perspectiva. Si nos detenemos a analizarlo, llegamos a la conclusión de que el diálogo es imposible. Y sin embargo, a pesar de su imposibilidad, ¡hay diálogo! La comunicación pura y sin impedimentos no es sino una quimera inalcanzable. A pesar de todo ello, la comunicación es el fundamento de toda la vida social. Yo mismo sé al escribir estas palabras que ni uno solo de mis lectores las leerá exactamente como yo lo intento—lo que es más, no habrá dos de ellos que las lean exactamente del mismo modo. Y a pesar de ello, insisto en escribir. Ello se debe al milagro de la comunicación, la cual, a pesar de ser imposible, es el fundamento de toda la vida social.
Pensemos entonces acerca de la historia como un diálogo. Es un diálogo en que no solamente el pasado se dirige a nosotros sino también nosotros al pasado. Como historiador, no soy mero observador pasivo de los acontecimientos pasados, sino interlocutor que dialoga con el pasado, que le plantea preguntas. Las respuestas que el pasado me da dependen en buena medida de las preguntas que le hago.
Lo que todo esto significa es que los cambios que están teniendo lugar en la historia de la iglesia son la contraparte de los cambios que están teniendo lugar en la iglesia hoy.

Historia y geografía
Como imagen fundamental para describir y discutir los cambios que están teniendo lugar en la historia eclesiástica, he decidido utilizar la metáfora de la geografía. En cierto modo se trata de algo más que una metáfora, puesto que hay una verdadera conexión entre la historia y la geografía. Si la historia es drama, la geografía es el escenario donde el drama tiene lugar. Por mucho que uno se interese en la trama, es imposible entenderla o seguirla sin verla sobre el escenario. Lo que es más, buena parte de la trama y de su impacto tienen que ver con el lugar que cada actor ocupa en el escenario, con sus entradas y salidas, con la decoración que establece el ambiente, con el movimiento de los actores hacia el frente o hacia el fondo.
De igual modo, aprendí hace muchos años que resulta imposible seguir la historia sin comprender el escenario en que tiene lugar. Debo confesar que durante mis primeros años de estudio el tema que menos me interesaba era la historia. Tal fue el caso hasta que un día llegué a descubrir que la razón por la que no me gustaba la historia era precisamente porque estaba tratando de entender los acontecimientos únicamente en términos de su secuencia cronológica, como si la geografía o el escenario en que tuvieron lugar no fuese importante. El resultado fue que lo que debió haber sido el estudio fascinante de vidas y dramas humanos se volvió una serie de nombres y fechas colgados en el aire, de fantasmas desencarnados que marchaban por las páginas de mis libros de texto en una sucesión rápida y confusa. Sólo cuando empecé a verles como personas reales, con los pies en tierra firme, y cuando comencé a entender los sufrimientos de los pueblos y las naciones, no solamente a través del tiempo y la cronología, sino también a través del espacio y la geografía, la historia se me volvió un fascinante tema de estudio.
Como profesor, he llegado a la convicción de que uno de los principales obstáculos en la enseñanza y aprendizaje de la historia eclesiástica es que la geografía que sirve de escenario para tal historia resulta desconocida para la mayoría de los estudiantes. Puedo estar muy interesado en los contrastes teológicos y hermenéuticos entre Alejandría y Antioquía, y dedicarle toda una hora a la explicación de tales contrastes y de sus consecuencias para la cristología o para la soteriología, y al fin de esa hora descubrir que mis estudiantes no tienen la más ligera idea de dónde se encuentran Alejandría y Antioquía en un mapa del Imperio Romano.
Mi esposa es también profesora de historia eclesiástica. Hace algunos años comenzó a sospechar que una de las razones por las que algunos estudiantes tenían enormes dificultades en comprender la historia de la iglesia antigua y medieval era que carecían de una visión geográfica fundamental. Un año, en la primera clase del curso, aun antes de decir la primera palabra acerca de la historia, repartió entre los estudiantes mapas mudos de Europa y del Imperio Romano, y les pidió que marcaran en esos mapas la localización de ciertas ciudades y lugares. Casi todos sabían suficiente geografía para colocar a Roma en algún punto de esa bota que es Italia. La mayoría sabía que Jerusalén se encontraba hacia el borde oriental del Mediterráneo. Pero hasta ahí llegaban sus conocimientos. Un estudiante puso a Irlanda en Ucrania. Otro colocó a España en Alemania y a Egipto en España. Alejandría salió a la deriva desde Egipto hasta la Gran Bretaña, y los pobres libios se congelaban al norte de Moscú. De más está decir que a partir de entonces uno de los textos requeridos en ese curso de introducción a la historia eclesiástica es un buen atlas histórico.
Tras divertirnos a costa de los estudiantes que apenas se asoman al campo de la teología, es hora de que los historiadores y profesores de teología veamos la viga en nuestro propio ojo. Ciertamente, sabemos aproximadamente dónde colocar a Alejandría en el mapa, y no se nos ocurriría colocar a España al este del Rhin; pero, ¿tenemos suficiente conciencia del modo en que el mapa de la iglesia ha cambiado durante el tiempo que nos ha tocado vivir, y cómo ello comienza a afectar la historia misma de la iglesia?
Los cambios en el mapa del cristianismo deberían ser evidentes para quien conozca el modo en que el cristianismo ha evolucionado durante las últimas décadas. A principios del siglo 20, la mitad de todos los cristianos en el mundo vivía en Europa. Ahora son menos de la cuarta parte. A principios del mismo siglo, aproximadamente el ochenta por ciento de los cristianos eran blancos; ahora, menos del cuarenta por ciento. A principios del siglo 20, los grandes centros misioneros se encontraban en Londres y Nueva York. Hoy salen más misioneros de Corea que de Londres, y Puerto Rico envía misioneros a Nueva York por docenas.

El viejo mapa

Lo que esto significa es que el mapa del cristianismo que nos servía hace unas pocas décadas ya no funciona. En aquel mapa el centro se encontraba en el Atlántico del Norte—Europa y Norteamérica. Aparte de algunas iglesias cuyo interés estaba mayormente en su función como reliquias del pasado, poco fuera del Atlántico del Norte atraía la atención de los historiadores. Esos mismos historiadores eran en su mayoría personas del Atlántico del Norte, o al menos personas que, como yo, habían sido educadas de tal modo que prácticamente se sentían parte de ese centro.
Quizá algunos ejemplos nos ayuden a explicar este punto.
El primer ejemplo lo tenemos en el texto de historia eclesiástica que sirvió de base para la formación de mi generación. Ese texto era el libro de Williston Walker, Historia de la iglesia. Aunque cuando entré al seminario ya ese libro había sido revisado repetidamente, su estructura fundamental era la misma de la primera edición.
Al parecer, el criterio fundamental para el proceso de selección de temas a discutirse en la Historia de Walker es la importancia que cada acontecimiento tiene para el protestantismo norteamericano. La tabla de contenido es tal que cualquier protestante norteamericano al leer el libro podrá decir: «Esta es mi historia». La narración durante los primeros siglos se limita casi exclusivamente al Imperio Romano, luego a la Europa occidental, y después de la Reforma al Atlántico del Norte. La conversión de Armenia se menciona sólo parentéticamente en una oración acerca del alcance del monofisismo. La iglesia en Etiopía ocupa un poquito más de espacio—aproximadamente medio párrafo—, también en una sección acerca de la rebelión monofisita que resultó de las políticas de Justiniano. El avance del Islam alcanza también la importancia de medio párrafo—un párrafo que también se ocupa de los lombardos, los ávaros, los croatas, los serbios, y otros. Otro párrafo despacha la Reconquista española. Apenas se menciona la importancia de la civilización árabe para el renacimiento teológico de los siglos 12 y 13, y en particular para el desarrollo del tomismo. Hasta donde sé, ni siquiera se recuerda el papel fundamental de Sicilia y de España en ese encuentro entre civilizaciones.
Llegamos entonces a la Reforma del siglo 16. Ese período ocupa ciento veintiuna páginas, de las cuales poco más de siete se dedican al catolicismo romano. En esa breve sección acerca del catolicismo, se habla acerca de movimientos monásticos y místicos, de la polémica antiprotestante y del Concilio de Trento. Pero no se dice una sola palabra acerca de la gran actividad teológica que estaba teniendo lugar dentro de la Iglesia Católica Romana, aun aparte de la polémica antiprotestante. Esas siete páginas incluyen también una referencia, como de paso, a Ricci en China y a De Nobili en India. De Francisco Suárez, teólogo fundamental para la orden de los jesuitas, no se dice ni una sola palabra. Hacia el final del libro, se retoma la historia del catolicismo romano, ahora en nueve páginas que se ocupan del «catolicismo romano moderno» y que cubren todo el período desde el jansenismo hasta el tiempo en que el libro fue escrito.
Tras la controversia iconoclasta, las iglesias orientales reciben dos páginas en las que se cubre todo su desarrollo medieval, y por último siete páginas que traen su historia hasta el presente.
Esto puede parecer harto crítico; y en realidad lo es. Pero también es necesario señalar que como seminarista el único lugar en el currículo teológico, aparte de un breve curso sobre el ecumenismo, donde se mencionó siquiera la existencia de cristianos y de iglesias en Etiopía o en Armenia fue en los estudios de historia de la iglesia.

Una nueva conciencia y un nuevo mapa
Por otra parte, y lo que es peor, cuando repaso el modo en que por primera vez estudié la historia eclesiástica y la cartografía que se encontraba tras esa historia como presuposición tácita, me sorprendo y avergüenzo por el grado en que permití que esa narración se volviera parte de mi historia, aun cuando en varios modos nos marginaba a mí y a mi comunidad.
Un ejemplo también sirve para aclarar esto. El libro de Walker, como todos los demás que se usaban como texto entonces, parecía decir que la importancia del siglo 16 para la historia eclesiástica se limitaba a la Reforma protestante, y en una medida secundaria a su contraparte católica. Esto se entiende. Se trataba principalmente de libros protestantes, escritos en un tiempo en que todavía existía una gran enajenación entre protestantes y católicos, y eran libros del Atlántico del Norte, escritos desde una perspectiva en la que esa porción del globo terráqueo era el nuevo mare nostrum de la nueva civilización imperial. Lo que es notable es que, aunque yo había estudiado la historia de la conquista y colonización del hemisferio occidental desde que tenía siete años de edad y estaba en segundo grado, al leer estos libros en el seminario no se me ocurrió pensar que había en ellos una gran omisión.
Hoy no puedo hablar acerca de la historia de la iglesia en el siglo 16 sin tener en cuenta que el 26 de mayo de 1521, cuando la dieta imperial de Worms promulgó su edicto contra Lutero, Hernán Cortés asediaba la ciudad imperial de Tenochtitlán. Hoy, tras el Segundo Concilio Vaticano y varios otros acontecimientos en América Latina, es necesario insistir que todavía no sabemos cuál de esos dos acontecimientos a la larga resultará ser más importante para la historia de la iglesia.
Yo había estudiado la historia de la conquista y colonización del hemisferio occidental desde segundo grado. Conocía las fechas de fundación de las principales ciudades en las colonias españolas y cómo los habitantes originales de estas tierras habían sido explotados y cristianizados. Sabía de la fundación de las principales sedes eclesiásticas en las Antillas y en tierra firme. Todas estas eran fechas del siglo 16, al igual que las fechas de la Dieta de Worms y de la Confesión de Augsburgo. Sin embargo, aunque los números eran semejantes y todos empezaban con «15», en la práctica pertenecían a dos mapas diferentes. En el mapa de mi propia historia secular y política, el siglo 16 era la época de la conquista y colonización del hemisferio occidental, de Cortés, Pizarro y Las Casas. En el mapa en que supuestamente debía colocar mi propia historia religiosa, el siglo 16 era la época de la Reforma, de Lutero, de Zuinglio y Calvino.
Hoy tengo que funcionar con otros mapas. El mapa con que hoy funciono ya no coloca al Atlántico del Norte en el centro, sino que es policéntrico. Quizá este sea el cambio más radical que ha tenido lugar en la cartografía de la historia eclesiástica. En el pasado podíamos hablar de un centro, o quizá de dos, y contar toda la historia a partir de esos centros, hacia afuera. Ya hoy eso no es posible. Hoy hay muchos centros, tanto en la vida actual de la iglesia como en el modo en que la historia pasada de la iglesia se escribe.

Un mapa policéntrico

Es útil detenerse a pensar sobre el carácter policéntrico del cristianismo de hoy. En un grado sin paralelo en la historia de la iglesia, hoy los centros de vitalidad no son los mismos que los centros de recursos económicos. Y esos centros son varios. En tiempos pasados, hubo muchos cambios en la geografía del cristianismo. Ya en el Nuevo Testamento vemos como el centro se mueve de Jerusalén a Antioquía, y aún más hacia Asia Menor. Pero allí resulta claro que, al mismo tiempo que la importancia de la iglesia en Jerusalén se va eclipsando en comparación con el resto del cristianismo, lo mismo sucede con sus recursos económicos, de tal modo que una parte importante de la misión de Pablo es recoger fondos para los creyentes en Jerusalén. Más tarde, cuando las invasiones islámicas y el Renacimiento carolingio movieron el centro hacia la Europa occidental, resulta claro que hay ahora un nuevo centro, no sólo en vitalidad, sino también en recursos económicos.
Hoy la situación ha cambiado. No cabe duda de que la inmensa mayoría de los recursos financieros de la iglesia se encuentra todavía en el Atlántico del Norte. El presupuesto de algunos de los principales seminarios en los Estados Unidos es bastante mayor que el presupuesto entero de toda una denominación en otros países. Algunas congregaciones en los Estados Unidos poseen edificios cuyo valor es más que la suma total del valor de todos los edificios de denominaciones enteras en otros lugares. Lo mismo es cierto en cuanto al número de libros y revistas publicados, en cuanto a lo que se invierte en los medios de comunicación, etc. Y sin embargo, la proporción de cristianos en el Atlántico del Norte continúa disminuyendo, mientras en los países tradicionalmente más pobres hay una verdadera explosión en el crecimiento del cristianismo.
Esto es lo primero que quiero decir al afirmar que la nueva geografía del cristianismo es policéntrica. Desde el punto de vista de los recursos, los centros se encuentran todavía en los Estados Unidos, Canadá y Europa Occidental. Desde el punto de vista de la vitalidad, del celo evangelizador y misionero, y hasta de la creatividad teológica, ya desde hace algún tiempo los centros se van moviendo hacia el sur.
La segunda dimensión de la nueva realidad policéntrica es que aun en el sur no hay un nuevo centro. Hay importantes movimientos teológicos que nos vienen del Perú así como de Africa del Sur y de las Filipinas. Hay un crecimiento increíble en Chile, así como en Brasil, Uganda y Corea. Ya no es posible referirse a lugar alguno como el centro del cristianismo, ni siquiera como uno de unos pocos centros.

Consecuencias del nuevo mapa

Este nuevo mapa del cristianismo implica a su vez que hemos de leer la historia eclesiástica de una manera diferente, al menos en lo que se refiere a dos puntos.
El primero de ellos es que ya no nos es posible separar la historia de la iglesia de la historia de las misiones o de la historia de la expansión del cristianismo. El modo en que la historia eclesiástica se ha leído, escrito y enseñado tradicionalmente, no sólo en el Atlántico del Norte, sino en todo el mundo, daba la impresión de que el cristianismo del Atlántico del Norte era la meta de la historia eclesiástica, y que por tanto todo lo que llevaba a él era parte de una historia diferente, de otro campo de estudios que normalmente se denominaba «historia de la misiones». Así, por ejemplo, la conversión del Imperio Romano y de las tribus germánicas eran parte de la historia eclesiástica, pero la conversión de Etiopía y los orígenes del cristianismo en Japón eran parte de la historia de las misiones. La controversia acerca de la presencia de Cristo en la eucaristía durante el período carolingio eran parte de la historia de la iglesia; pero la controversia acerca de los ritos chinos entre jesuitas y dominicos no lo era. Los debates acerca de la veneración de imágenes en la Europa del siglo 8 eran parte de la historia de la iglesia; pero el debate acerca de la veneración de los ancestros en el Asia del siglo 19 no lo era.
Hoy es imposible hacer tales distinciones. Puesto que el mapa del cristianismo ya no tiene al Atlántico del Norte al centro, el nuevo bosquejo de la historia de la iglesia ya no tiene al cristianismo de esa zona como punto culminante desde el cual mirar al pasado. Precisamente porque el cristianismo se ha vuelto policéntrico, la historia eclesiástica se ha vuelto global y ecuménica en un modo y en una medida que hubieran resultado inconcebibles hace unas pocas generaciones.
Esto nos lleva al segundo punto en el que el nuevo mapa de la iglesia exige una nueva lectura de la historia eclesiástica. Cuando por primera vez estudié esa historia, se daba por sentado que la esencia del cristianismo había quedado prácticamente determinada para el siglo 4. Por lo general se reconocía el hecho de que el cristianismo tal como nos ha llegado era el resultado de un encuentro entre el movimiento original de Palestina y la cultura grecorromana que dominaba entonces. Aunque Harnack y otros hayan expresado dudas acerca de si esto representaba el carácter original del cristianismo, o si lo traicionaba, por lo general aquella adaptación de la fe a la cultura dominante del mundo helenista se consideraba inevitable—y, por parte de los historiadores más ortodoxos, se la veía como un acontecimiento positivo. Se esperaba, sin embargo, que a partir de entonces el cristianismo seguiría siendo esencialmente el mismo, quizá con algún pequeño cambio de énfasis. Por ello, se estudiaba la conversión de los pueblos germánicos en términos de cómo habían sido añadidos a la iglesia, pero poco se decía acerca de la medida en que esa añadidura había traído consigo nuevas y diferentes interpretaciones de la fe. Después de todo, la mayoría de quienes escribían la historia eclesiástica se consideraban a sí mismos herederos intelectuales, espirituales y hasta genéticos del cristianismo, de la civilización grecorromana y de los invasores germánicos, y veían todo ello como parte de una misma entidad. Todo fluía en medio de la gran corriente que llevaba hacia el cristianismo del Atlántico del Norte y por lo tanto, aunque se reconocieran algunas diferencias entre cada uno de esos fenómenos, no se pensaba que esas diferencias fuesen tales que no se les pudiese unir en un solo cristianismo.
La justificación teológica que desde fecha muy temprana se dio para unir el cristianismo y la cultura grecorromana se encontraba en la antigua doctrina del Logos. Mediante esa doctrina se justificó aquella unión ya en la obra de teólogos como Justino Mártir, Clemente de Alejandría y Orígenes, quienes sostenían que el Logos que se encarnó en Jesucristo fue el mismo Logos mediante el cual toda la sabiduría que tuvieron les llegó a los antiguos, y que por ello la iglesia del Verbo encarnado tenía pleno derecho de apropiarse de cualquier verdad que hubiese en la tradición grecorromana.
El caso fue muy distinto cuando se trataba del encuentro entre el cristianismo y otras culturas que no eran parte del ancestro de quienes se dedicaban a la historia de la iglesia. En tal caso, ya no se trataba de descubrir lo que esas culturas podían contribuir al cristianismo y a su entendimiento de sí mismo. Ahora era cuestión de ver cómo comunicarle a una cultura pagana la fe dada de una vez y por todas, no solamente a los apóstoles y profetas, sino también a sus herederos del Atlántico del Norte. Es por ello que tales encuentros quedaron marginados, excluidos del campo fundamental de la historia eclesiástica y colocados en aquel otro campo separado, la historia de las misiones o la historia de la expansión del cristianismo. La historia de la iglesia sí debía estudiar cómo Justino Mártir interpretó el cristianismo en diálogo con la cultura grecorromana; pero la cuestión de la poligamia en algunas culturas africanas, y de cómo los cristianos africanos se enfrentaron a ella, era parte de la historia de las misiones. La historia de la iglesia estudia la importancia de la imprenta de tipo movible para los primeros estadios de la Reforma protestante; pero la importancia del caballo para la conquista y colonización del hemisferio occidental nada tenía que ver con la historia de la iglesia. Lo que es más, si los cristianos africanos o los cristianos de las culturas ancestrales americanas de algún modo se atrevían a permitir que sus tradiciones se manifestaran en su modo de interpretar y manifestar la fe, inmediatamente se les acusaba de sincretismo, con lo cual se implicaba, no sólo que su cristianismo no era parte de la historia de la iglesia, sino aún más que no era parte de la iglesia misma.
Aunque no se notara ni se dijera, lo que estaba en juego en tales casos era la doctrina misma del Logos que había servido de justificación para el diálogo anterior entre el cristianismo y la cultura grecorromana. Gracias a la doctrina del Logos, los cristianos de los siglos 2 y 3 pudieron acercarse a la cultura grecorromana esperando encontrar alguna verdad en ella, para luego establecer un diálogo entre esa verdad y la fe. Gracias a la doctrina del Logos, San Agustín pudo producir una interpretación moderadamente neoplatónica del cristianismo, y esa interpretación se impuso por largos siglos. Gracias a la doctrina del Logos, Tomás de Aquino pudo producir su imponente síntesis del cristianismo tradicional con el recientemente redescubierto pensamiento aristotélico. Todo esto fue posible porque los antiguos griegos tenían el Logos.
Pero cuando más tarde los cristianos se encontraron con otros pueblos y otras culturas, especialmente pueblos y culturas que podían ser conquistados, la doctrina del Logos quedó olvidada. Los conquistadores cristianos quemaron los antiguos libros mayas aun antes de leerlos, porque cualquier cosa que hubiese en ellos no podía ser sino obra del demonio. A la postre, la justificación para las misiones entre los pueblos supuestamente atrasados fue «la carga del hombre blanco»—the white man’s burden—que era otro modo de decir que el blanco del Atlántico del Norte se consideraba superior al resto del mundo. Con las excepciones notables de unos pocos pasajes en los escritos de Bartolomé de Las Casas y de otros autores, los cristianos europeos encontraron al Logos solamente en aquellas culturas y civilizaciones que no podían conquistar a la fuerza. Fue así como Mateo Ricci encontró al Logos en los chinos, y Roberto De Nobili entre las castas altas de la sociedad hindú.
Fue todo esto lo que le dio origen al viejo mapa de la historia eclesiástica, donde el centro era el resultado del encuentro y diálogo del antiguo cristianismo, primero con la cultura grecorromana, y luego con las tradiciones germánicas. Aparte de ese centro, todo lo demás era periferia cuyo valor se medía en términos de su asimilación de los valores e interpretaciones procedentes del centro—una periferia a la cual el centro estaba obligado a proveer sus beneficios, su entendimiento superior y su fe auténtica.

No se trata sólo de un cambio más
El mapa de la iglesia ha cambiado repetidamente a través de los siglos. Lo que primero fue una secta limitada a Palestina y sus alrededores, pronto se esparció por todo el Imperio Romano y allende sus fronteras. Ya para el siglo 4 el mapa incluía a Etiopía, a Armenia, Georgia, Persia, y hasta la India. En el 8, China vino a ser parte del mismo mapa. Después vino el gran período de expansión de las potencias europeas, y el mapa cambió radicalmente, de modo que pronto incluyó a Africa, Asia, y todo el hemisferio occidental. Más tarde se añadieron Australia, Nueva Zelanda y las islas del Pacífico.
Aunque todos estos cambios habían tenido lugar en el mapa del cristianismo en términos puramente geográficos, en términos ideológicos el mapa seguía siendo el mismo de tiempos de Eusebio de Cesarea. El mapa de Eusebio era bien claro. Daba un paso más allá de Justino, Clemente y Orígenes, quienes habían dicho que Dios, mediante el Logos, había provisto las dos corrientes que llevaban a Cristo: la tradición hebrea, especialmente el Antiguo Testamento, y la cultura grecorromana, especialmente la filosofía. Ambas llevaban a Jesús y debían por tanto ser vistas ahora como propiedad de la iglesia. Lo que Eusebio hizo fue añadirle la dimensión política a esta manera de ver a Dios actuando hacia una meta única. Tal como Eusebio nos cuenta la historia de la iglesia, el plan de Dios no era solamente que la revelación judía y la cultura grecorromana se uniesen en el cristianismo, sino también que el cristianismo y el imperio se uniesen en Constantino. La iglesia y el Imperio habían sido creados el uno para la otra. Por lo tanto, Eusebio lee los siglos anteriores de la historia eclesiástica en términos del modo en que llevaron a esa gloriosa unidad de la iglesia y el Imperio que él mismo experimentó, y a Constantino como el nuevo David.
El mapa de Eusebio era monocéntrico y providencial, puesto que para él todos los acontecimientos del pasado llevaban a la situación que él mismo experimentaba y que estaba convencido era obra de Dios.
A partir de entonces, aunque el mapa se ha expandido, y sus centros han cambiado, la estructura ideológica no ha cambiado. Es un mapa más grande, pero usualmente ha continuado siendo un mapa monocéntrico y providencial, en el cual el historiador se encuentra en la cima y mira hacia atrás para leer una historia que de algún modo culmina en el presente, y específicamente en el presente del historiador. Lo que no puede interpretarse como parte de ese movimiento escasamente tiene lugar en la narración histórica, y si se lo incluye, se trata de una condescendencia, de aquella «carga del hombre blanco», de una responsabilidad que el historiador tiene que cumplir por una especie de noblesse oblige.
El nuevo mapa es muy diferente. Al tiempo que el cristianismo se ha vuelto una religión verdaderamente universal, con profundas raíces en cada cultura, también se contextualiza más y más, y por lo tanto de cada uno de sus diversos centros vienen diferentes lecturas de toda la historia de la iglesia. El resultado es aterrador e inspirador.
Es aterrador, porque en buena medida implica que a cada paso tengo que volver a aprender mi propia disciplina. Ya no puedo seguir leyendo la historia a partir de una sola perspectiva o de un solo contexto. De algún modo tengo que escuchar las voces que vienen de distintos centros y de los márgenes, cada una de ellas con su visión desde diferente perspectiva, y por lo tanto cada una de ellas con una visión del pasado diferente a como yo lo veo. Por ello, ya no puedo hablar de un solo pasado, puesto que en esta variedad de centros y perspectivas se ven varios pasados. A veces el caos es tal que casi parecería que la historia eclesiástica amenaza explotar en mil fragmentos.
Por otra parte, la situación es inspiradora porque se trata de un momento único para dedicarse a la historia de la iglesia, ya que se ve claramente que esa historia no se ha hecho. La fluidez misma de nuestros mapas y la consiguiente fluidez del pasado implican que tenemos la libertad y hasta la obligación de escribir la historia de nuevo. Cada vez que leo lo que he escrito acerca de la historia eclesiástica, quisiera poder escribirlo de nuevo, puesto que algo falta, hay otra perspectiva que debo tomar en cuenta. Esto les devuelve a mis estudios históricos las fascinación que tuvieron cuando los emprendí por primera vez.

Otras dimensiones

Sin embargo, la geografía no es plana. Esto nos lo recuerda el hecho de que constantemente tenemos que proyectar el globo terráqueo sobre una superficie plana, y que toda proyección de algún modo distorsiona la realidad. Además, la geografía incluye, no sólo mapas planos, sino también topografía, montañas y valles. También en ese sentido la geografía de la historia está cambiando, como veremos en la próxima entrega o post.


lunes, 7 de octubre de 2013

Comportamiento consecuente con la fe: Pablo escribe y exorta con la Palabra

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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LA EPÍSTOLA A TITO Y LAS EPÍSTOLAS PASTORALES

La Epístola a Tito es la tercera de las tres epístolas del apóstol Pablo —1 Timoteo, 2 Timoteo y Tito— que, desde el siglo XVIII, han recibido el nombre de Epístolas Pastorales. Se suelen llamar así porque son cartas escritas por Pablo, el pastor principal, para advertir a sus destinatarios de la importancia de asumir sus deberes pastorales. También porque, si bien tratan situaciones de iglesias, las tratan desde el punto de vista de los dirigentes de la congregación.
Estas tres epístolas tienen mucho en común. Pertenecen a los últimos años de la vida del apóstol Pablo y, por lo tanto, comparten ciertas preocupaciones y énfasis doctrinales que él veía de especial importancia en aquella fase de su ministerio. En ellas hallamos ciertas características de vocabulario y de estilo literario que indican que las tres proceden de la misma fuente en la misma época. Las tres van dirigidas a compañeros íntimos del apóstol, por lo cual tienen muchas referencias personales, si bien no son tan personales como quizás hubiéramos esperado (a excepción de 2 Timoteo), porque probablemente tenían que ser leídas en las iglesias en las cuales Timoteo y Tito estaban ministrando.
Aunque las tres tienen características en común, también hay divergencias entre ellas. 2 Timoteo, la última en ser escrita, es más íntima que las otras dos y proyecta con mayor intensidad las luchas personales, angustias y esperanzas del apóstol. Por esto mismo, es una epístola especialmente entrañable. Puesto que Pablo sabe que está a punto de morir, sus exhortaciones son urgentes y emotivas.
Los comentaristas suelen destacar el mayor parecido entre 1 Timoteo y Tito, tanto en su tono como en su contenido. Ambas epístolas hablan acerca del nombramiento de oficiales en la iglesia local y las características morales y espirituales que éstos deben mostrar. Ambas ponen bastante énfasis sobre la cuestión de los falsos maestros y cómo deben ser tratados.
Pero aun aquí hay alguna diferencia de énfasis. Mientras las cartas a Timoteo subrayan la importancia de la doctrina correcta, la Epístola a Tito, aun sosteniendo este mismo énfasis, concede mayor importancia a la vivencia correcta. Tito recibe instrucciones acerca de cómo debe enseñar a los creyentes de Creta para que se comporten consecuentemente con la fe que han abrazado.


LAS PASTORALES Y EL LIBRO DE LOS HECHOS

Estas tres epístolas tienen también en común el hecho de que es difícil encajarlas dentro de lo que sabemos acerca de la vida de Pablo. Contienen muchas referencias a las circunstancias personales del apóstol, pero éstas no se relacionan fácilmente con el Libro de los Hechos. En ellas encontramos referencias a lugares que, según la narración de Lucas, nunca fueron visitados por Pablo, y a situaciones que no quedan reflejadas en Hechos. Veamos algunas de ellas:

  —      Según 1 Timoteo 1:3, vemos que Pablo ha dejado a Timoteo en Éfeso, mientras él mismo se ha dirigido a Macedonia. En el Libro de los Hechos, se narra una sola ocasión en la cual Pablo va de Éfeso a Macedonia. Ésta ocurrió durante su tercer viaje misionero, narrado en Hechos 19–20. Pero, en aquel texto, la impresión dada es que Timoteo no se quedó en Éfeso, sino que fue enviado a Macedonia antes de que Pablo mismo fuera allá (19:22), quedándose hasta la llegada del apóstol (20:1–4). Esta referencia, te rogué al partir para Macedonia que te quedaras en Éfeso, por lo tanto, difícilmente encaja con la situación narrada en Hechos.
  —      Casi nadie duda de que 2 Timoteo pretende haber sido escrita por Pablo desde la cárcel en Roma. Ahora bien, en 2 Timoteo 1:16–17, leemos que Onesíforo tuvo que buscar a Pablo con empeño y dificultad antes de encontrarle. La impresión dada es que Pablo fue encarcelado en un lugar de difícil acceso. En cambio, según Hechos 28:30, descubrimos que Pablo estuvo en una casa alquilada, donde recibió abundantes visitas. Es difícil imaginar que Onesíforo tuviera problemas para localizarlo en estas condiciones.
  —      En 2 Timoteo 4:10, Pablo dice que Demas me ha abandonado, habiendo amado este mundo presente, y se ha ido a Tesalónica. Sin embargo, cuando el apóstol escribió la Epístola a Filemón, muy probablemente desde sus prisiones en Roma, Demas todavía era un compañero fiel (Filemón 24).
  —      En este mismo versículo de 2 Timoteo, leemos que Crescente se fue a Galacia y Tito a Dalmacia. Normalmente Pablo enviaba a los miembros de su equipo a lugares que él mismo había visitado previamente y en los cuales había fundado alguna iglesia. Los enviaba a fin de confirmar a los recién convertidos en su fe. Pero no tenemos ninguna noticia de que Pablo hubiese estado en Dalmacia. Además, algunos manuscritos antiguos dicen Galia, no Galacia, aunque es una cuestión abierta si Pablo escribió Galia y algún copista posteriormente lo cambió a Galacia, o si ocurrió al revés. Resulta más verosímil lo primero, puesto que el nombre de Pablo siempre estuvo asociado a Galacia a causa de la Epístola a los Gálatas, así como por lo que sabemos de sus visitas a Galacia en el Libro de los Hechos. Si, pues, Crescente fue a Francia y Tito a Croacia, nos encontramos nuevamente con datos que no se ajustan a la información del Libro de Hechos.
  —      En los versículos 12, 13 y 20 de este mismo capítulo, son mencionados varios lugares, todos ellos visitados por Pablo en el Libro de los Hechos; pero en cada caso se nos da una información respecto a lo que ocurrió allí que no aparece en absoluto en el texto de Hechos. En Hechos no leemos acerca del envío de Tíquico a Éfeso (v. 12); ni de la estancia de Pablo en casa de Carpo en Troas (v. 13); ni de la permanencia de Erasto en Corinto (v. 20); ni acerca del momento en que Pablo, pasando por Mileto, dejó allí a Trófimo enfermo (v. 20). Por la naturaleza personal de estos detalles, es comprensible que el Libro de Hechos no abunde en ellos, pero no deja de ser significativo que no los mencione para nada.
  —      En cuanto a la Epístola a Tito (1:5), descubrimos que Pablo ha estado en Creta y ha dejado allí a Tito para que continúe el ministerio. En el Libro de Hechos, la única visita de Pablo a la isla de Creta tiene lugar cuando le están trasladando como prisionero desde Cesarea hasta Roma. Pasó un tiempo en el puerto llamado Buenos Puertos (Hechos 27:7–12). Ahora bien, en aquella visita es difícil imaginar que Pablo pudiese haber fundado iglesias en cada ciudad de la isla y, sin embargo, la razón de dejar a Tito en Creta, según nuestro texto, es para establecer ancianos en cada ciudad. Además, está claro que Pablo, al escribir la Epístola, está en libertad y tiene la intención de viajar en el futuro inmediato, algo que no es cierto en el contexto de Hechos 27.
  —      En Tito 3:12, Pablo dice que tiene planes de pasar el invierno en Nicópolis, ciudad en la costa occidental de Grecia, otra región nunca visitada por él según la información del Libro de los Hechos.

Ésta es la clase de datos geográficos y personales que encontramos en las Epístolas Pastorales. Además, debemos decir que no hemos hecho una selección sólo de aquellos datos que no encajan con el Libro de los Hechos, como si otros encajasen bien. Creo que hemos mencionado todos los datos significativos.
¿Cómo explicar, pues, que ninguno de ellos se relacione fácilmente con la historia conocida del apóstol? Los comentaristas aducen tres posibles soluciones:

  1.      La más radical es la de negar la autoría paulina de las Pastorales. Ésta es una solución tan drástica y compleja que requiere una elaboración aparte (ver Apéndice). Presupone que las Pastorales son la invención de un autor anónimo, que supuestamente habría vivido entre fines del siglo primero y mediados del siglo segundo, y que habría utilizado el nombre de Pablo a fin de añadir autoridad a lo que eran sus propias ideas y así forjar una entrada autorizada de sus enseñanzas en las iglesias de su día. A fin de dar mayor credibilidad a su invención, habría sembrado las epístolas con una serie de datos personales. Éstos, sin embargo, no encajan con la historia real, sencillamente porque son una fabricación.
  De inmediato llama la atención que una persona tan inteligente como para haber convencido a todo el mundo cristiano durante casi dos mil años de la autoría paulina de estas epístolas, y como para imitar hasta la perfección algunos rasgos del estilo y del énfasis teológico del apóstol, haya sido a la vez tan torpe como para no saber inventar detalles topográficos igualmente convincentes.
  De igual forma, es inmediatamente obvio que, quien aboga a favor de esta explicación, pierde toda convicción de que las Pastorales sean textos inspirados por el Espíritu Santo de Dios y de plena autoridad y vigencia para la Iglesia. ¿Quién puede fiarse de la veracidad doctrinal de un hombre que muestra tan poco respeto hacia la realidad histórica y la persona del apóstol que es capaz de engañar a sus lectores mediante la creación de un documento fraudulento? De ser cierta esta teoría, habríamos de eliminar las Pastorales del canon del Nuevo Testamento y considerar sus enseñanzas como las opiniones de alguien que no había aprendido las lecciones más elementales acerca de la ética cristiana.
  En todo caso, no tenemos necesidad de recurrir a una explicación tan extravagante. Las Pastorales pretenden haber sido escritas por Pablo y desde el principio fueron aceptadas por la Iglesia como documentos genuinos. Quien cuestiona su autenticidad tiene la obligación de demostrar su falsedad, lo cual aún no se ha logrado mientras existen viables explicaciones alternativas.

  2.      La segunda explicación es la de decir que la narración de Hechos no pretende ser completa. De hecho omite muchos episodios de la vida de Pablo. En apoyo de esta idea tenemos el testimonio de Pablo mismo (en 2 Corintios 11:23–27), quien, al hacer una relación de las tribulaciones y persecuciones que había sufrido por la causa de Cristo, menciona varias cosas —abundantes encarcelamientos, tres naufragios, cinco veces cuarenta azotes menos uno, tres veces azotes con varas— de las que no tenemos constancia en otros lugares. Es cierto, por lo tanto, que en el Libro de los Hechos no tenemos una narración completa de todos los eventos que pasaron en la vida de Pablo.
  Sin embargo, esta teoría presenta serias dificultades, si bien, hasta donde alcanza, es razonable y aceptable. La más seria de ellas, quizás sea la gran diferencia que existe entre la descripción de las prisiones de Pablo en Hechos 28 y la de 2 Timoteo. En ambos casos son prisiones en Roma. Sin embargo, en Hechos 28 tenemos prisiones benignas en una casa alquilada con la posibilidad de ser visitado, no solamente por sus compañeros, sino por grupos de judíos y otras personas interesadas en escuchar el evangelio. El régimen es absolutamente abierto (Hechos 28:31) y la expectativa de Pablo es la de ser liberado dentro de poco (Filemón 22; Filipenses 1:25–27; 2:24). En cambio, en 2 Timoteo las condiciones de su encarcelamiento son malas. Se encuentra en una situación dura, de difícil acceso y con mucha soledad. Sólo Lucas está con él, en contraste con los muchos compañeros presentes anteriormente (Filipenses 4:21; Filemón 23–24). Por esta razón, entre otras, esta segunda explicación no me parece tan convincente como la que sigue.

  3.      La tercera explicación da por sentado que la vida de Pablo no acaba en el capítulo 28 de Hechos, sino que el apóstol fue puesto en libertad y pudo desarrollar algunos años más de ministerio fructífero. De hecho, cuando se cierra el Libro de Hechos, el apóstol está a la espera de comparecer ante el emperador y confía en que será absuelto. Hechos no nos dice cuál fue el desenlace de su proceso, ni mucho menos nos cuenta la muerte del apóstol. No obstante, los autores que optan por las explicaciones anteriores dan por sentado que Pablo fue ajusticiado inmediatamente después de los eventos de Hechos 28.
  Sin embargo, hay buena base para suponer que, después de aquellas primeras prisiones en Roma, Pablo fue puesto en libertad, pasó varios años emprendiendo nuevos viajes misioneros y, sólo después de unos años más de servicio activo, fue arrestado de nuevo y llevado a Roma, donde sufrió un segundo encarcelamiento —esta vez en condiciones duras— y el martirio bajo Nerón.
  Esta explicación recibe él apoyo de la tradición de la Iglesia. Clemente de Roma, en su Primera Epístola a los Corintios (V. vii), escrita alrededor del año 90, dice: Pablo … habiendo enseñado la justicia a todo el mundo, y habiendo alcanzado los límites del occidente … dejó este mundo. Estas frases parecen indicar que, a unos treinta años de distancia de la muerte del apóstol, era una opinión aceptada por los creyentes de Roma que Pablo había realizado al menos un viaje al oeste de la capital, sin duda a España, en conformidad con el deseo que él mismo había expresado en Romanos 15:24. Esta misma tradición queda firmemente establecida entre los escritores de los siglos siguientes. Así, Eusebio escribe: Lucas … llevó su relato a su fin declarando que Pablo pasó dos años enteros en Roma en libertad, y que predicaba la palabra de Dios sin impedimento. La tradición sostiene que el apóstol, habiéndose defendido, volvió a ser enviado a su ministerio de predicación, y al volver por segunda vez a la misma ciudad, sufrió el martirio bajo Nerón. Crisóstomo, Jerónimo y otros dan por válido el segundo encarcelamiento romano, y afirman que Pablo fue liberado de sus primeras prisiones, emprendió nuevos viajes y sufrió el martirio bajo Nerón.
  Así pues, la explicación más sencilla del porqué los datos personales de las Pastorales no encajan bien con la información del Libro de los Hechos es que no pertenecen a esa etapa de la vida del apóstol, sino a años posteriores.
  Si nos preguntamos por qué la narración de Hechos acaba de una manera abrupta, sin contar el martirio del apóstol, la respuesta obvia es que Lucas la escribió al estar con Pablo en Roma durante su primera prisión, aproximadamente entre los años 61 y 63. En el momento de escribirla, Pablo aún no había comparecido ante el emperador. Lucas mismo, pues, no sabía el desenlace de la historia. Por eso, no nos cuenta los viajes finales del apóstol ni su posterior martirio.


FECHA Y TRASFONDO HISTÓRICO DE LAS PASTORALES

Según esta tercera explicación, pues, las Epístolas Pastorales pertenecen al período posterior a la primera prisión narrada en Hechos 28:1 Timoteo y Tito fueron escritas mientras el apóstol estaba en libertad; es decir, en algún momento de sus últimos viajes misioneros. En cambio, 2 Timoteo fue escrita desde su segundo encarcelamiento romano, poco antes de su martirio.
Naturalmente, es imposible describir con seguridad los eventos de aquellos años. Pero una posible reconstrucción de algunos de los hitos de la vida de Pablo posteriores a los narrados en Hechos sería la siguiente:

  —      Posiblemente, después de su liberación en Roma (probablemente en el año 63), Pablo decidió realizar su proyecto de visitar España. Pablo, al ser liberado de la prisión en Roma, ahora puede reunirse con los creyentes romanos y seguir adelante con su plan.
  —      Es posible también que, al ir a España o volver de allí, Pablo se detuviera en Francia y quizás también en Dalmacia. Esto explicaría el que luego quisiera enviar a Crescente y a Tito a esas dos áreas.
  —      Después de su viaje a España, Francia, Italia y Dalmacia, Pablo habría llegado a Grecia, desde donde habría zarpado para Creta, quizás para visitar a algunos contactos hechos en Buenos Puertos durante su estancia allí, o quizás para hacer obra pionera en la isla. En todo caso no tendría que partir de cero, ya que podría contar con la presencia y testimonio de algunos cretenses convertidos en el día de Pentecostés (Hechos 2:11).
  —      Al marcharse de Creta, habría dejado allí a Tito con el encargo de velar por el buen desarrollo de las iglesias (Tito 1:5).
  —      Después de salir de Creta, Pablo quizás pasara por Éfeso, donde habría dejado a Timoteo (1 Timoteo 1:3).
  —      Seguramente habría sido por esta época cuando Pablo habría hecho la prometida visita a la casa de Filemón en Colosas (Filemón 22).
  —      Desde allí, puede haberse dirigido a Mileto, donde dejó a Trófimo enfermo (2 Timoteo 4:20). Desde Mileto puede haber ido a Troas, donde dejó su capote y sus libros en casa de Carpo (2 Timoteo 4:13). Desde Troas habría pasado a Macedonia (1 Timoteo 1:3) para visitar a las iglesias de Filipos (Filipenses 2:24), Tesalónica y otras. Después de su estancia en Macedonia, habría bajado hasta Corinto, donde dejó a Erasto (2 Timoteo 4:20).
  —      En algún momento durante estos viajes habría redactado 1 Timoteo y Tito (¿en los años 64–66?). En estas dos epístolas revela sus planes de cara al futuro: pasaría el invierno en Nicópolis (Tito 3:12); y después volvería a visitar Éfeso (1 Timoteo 3:14). Podemos suponer, pues, que desde Corinto Pablo se trasladó a la costa occidental de Grecia, donde pasó el invierno en compañía de Tito. Desde Nicópolis, Tito habría sido enviado a Dalmacia a visitar a los grupos establecidos allí por Pablo (2 Timoteo 4:10).
  —      Mientras tanto, Pablo mismo se habría dirigido a Éfeso otra vez. Posiblemente allí fue arrestado (¿en el año 65 o 66?). Al menos, sabemos que en Éfeso tuvo problemas, porque dice en 2 Timoteo 4:14: Alejandro, el calderero, me hizo mucho daño, y este Alejandro probablemente es el mismo mencionado en 1 Timoteo 1:20 como uno de los dos líderes de la iglesia en Éfeso que habían apostatado de la fe y que, como consecuencia, se habían convertido en enemigos de Pablo.
  —      Pablo, entonces, habría sido llevado nuevamente a Roma, donde sufriría una segunda y última prisión. Allí escribiría 2 Timoteo (¿otoño del 66?), pidiendo a Timoteo que se uniera con él antes del invierno. Podemos suponer que fue al año siguiente (¿el año 67?) cuando sufrió el martirio.

Por supuesto, esta reconstrucción contiene muchas suposiciones imposibles de confirmar o de negar. Pero quizás no estemos muy lejos de la verdad si postulamos que la Epístola a fue escrita en algún momento de los últimos viajes de Pablo, alrededor del año 65.


ESTRUCTURA LITERARIA

Antes de considerar los temas de la Epístola y, por lo tanto, el interés que puede tener para nosotros hoy, debemos contemplar su estructura literaria. Es decir, para entender bien cuál es su contenido, necesitamos distanciarnos de los detalles del texto y verlo en su conjunto.
Como es habitual en las epístolas paulinas, Tito empieza y termina con salutaciones personales que son como un prólogo y un epílogo. El texto intermedio es la parte principal del mensaje de Pablo, pero, como veremos, la salutación inicial (1:1–4) y las instrucciones y salutaciones finales (3:12–15) no son ajenas a la temática principal.
El grueso de la Epístola se puede dividir en cuatro secciones. Cada sección se compone de dos partes: en la primera, Pablo insta a Tito a que asuma alguna responsabilidad; en la segunda, explica la razón por la cual es importante que Tito la asuma. Veamos estas cuatro secciones:

  1.      En la primera (1:5–16), la responsabilidad que Tito debe asumir es la de asegurar que haya ancianos adecuados en cada una de las iglesias de la isla de Creta (1:5–9). Pablo, a continuación, establece cuáles son los requisitos mínimos para que alguien sea anciano.
  La razón del nombramiento de ancianos la encontramos a partir del versículo 10 —en este sentido, es significativo el porque que aparece al principio de ese versículo—: Tito debe establecer ancianos, porque los falsos maestros están sembrando contención en las iglesias y es necesario taparles la boca. Una razón adicional es que los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos (v. 12); es decir, el problema está agravado por el carácter cretense que se presta a escuchar a los falsos maestros y entrar en su juego.
  Ésta, pues, es la primera sección: la urgente necesidad del nombramiento de ancianos a causa de los falsos maestros que están sembrando confusión.

  2.      La segunda responsabilidad que Tito debe asumir (2:1–10) es la de enseñar los deberes particulares de diferentes grupos dentro de la iglesia: los varones viejos y las ancianas, los jóvenes, los esclavos, todos tienen responsabilidades espirituales y éticas particulares, y Tito debe enseñarles a vivir en consecuencia.
  La razón, explicada por Pablo a partir del versículo 11, es ésta: porque —notemos otra vez el porque— la gracia de Dios se ha manifestado; es decir, porque el evangelio que predicamos trae consecuencias morales que deben reflejarse en los diferentes estamentos en los cuales el Señor nos ha colocado.

  3.      En tercer lugar (3:1–7), Tito tiene que enseñar los deberes generales de todos los miembros de la iglesia de cara a la sociedad (vs. 1–2). Nuevamente, la razón aducida (vs. 3–7) tiene que ver con el evangelio y sus implicaciones morales para nuestra vida: porque nosotros también en otro tiempo éramos necios… Antes vivíamos de una manera consecuente con la impiedad, pero ahora que somos creyentes, hemos adquirido una nueva manera de vivir y debemos comportarnos en consecuencia.

  4.      La cuarta responsabilidad de Tito (3:8–11) es la de enseñar las verdaderas prioridades de la fe. Es decir, debe inculcar en la iglesia la importancia de vivir vidas santas, caracterizadas por las buenas obras, en contraste con las cuestiones necias y secundarias que están ocupando mayormente la atención de los creyentes.
  La razón —porque (v. 9b)— es sencillamente que éstas no contribuyen en nada positivo a la vida de la congregación.

Observemos dos cosas en torno a esta estructura. En primer lugar, puesto que uno de los énfasis principales de la Epístola recae sobre el hecho de que Tito debe asumir estas responsabilidades, el texto está sembrado de exhortaciones en este sentido. Además de verbos imperativos que Pablo emplea a lo largo de la Epístola —evita … recuerda … exhorta …—, encontramos versículos enteros dedicados a recalcar la urgente necesidad de que Tito cumpla su ministerio:

  —      En cuanto a ti, enseña lo que está de acuerdo con la sana doctrina (2:1).
  —      Esto habla, exhorta y reprende con toda autoridad. Que nadie te desprecie (2:15).
  —      En cuanto a estas cosas quiero que hables con firmeza (3:8).

De hecho, es de notar que estas exhortaciones sirven para marcar las separaciones entre las diferentes secciones.
En segundo lugar, hay cierta simetría en torno a las cuatro razones que Pablo presenta para instar a Tito en cuanto a sus obligaciones:

  —      La primera y la cuarta tienen que ver con los falsos maestros: Tito debe establecer ancianos porque los falsos maestros están sembrando confusión (1:10–11), y debe enseñar la importancia de las buenas obras porque las enseñanzas de los falsos maestros están conduciendo a situaciones dañinas en las iglesias en las que los miembros no están viviendo una vida consecuente con el evangelio (3:8b–9).

  —      En cambio, las razones dadas en la segunda y tercera sección tienen que ver con el evangelio. En ambos casos (2:11–14; 3:3–7); Pablo explica que el evangelio debe producir resultados morales en la vivencia del creyente, y que éste debe vivir en consecuencia con aquellos deberes —tanto particulares como generales— que lá fe en el Señor Jesucristo comporta.

En resumidas cuentas, por lo tanto, podemos dividir la Epístola de la manera siguiente:


LA ESTRUCTURA DE LA EPÍSTOLA A TITO

  Prólogo (1:1–4).

  Primera sección (1:5–16).
  Obligación de Tito: nombrar ancianos (1:5–9).
  … porque… (1:10a).
  Razón: sutileza de falsos maestros y torpeza de cretenses (1:10–16).

  Exhortación a Tito (2:1).

  Segunda sección (2:2–14).
  Obligación de Tito: enseñanza ética a diversos grupos sociales en las iglesias (2:2–10).
  … porque… (2:11a).
  Razón: la obra salvadora de Cristo tiene la finalidad de transformar vidas (2:11–14).

  Exhortación a Tito (2:15).

  Tercera sección (3:1–7).
  Obligación de Tito: enseñanza ética a la iglesia acerca de sus deberes sociales (3:1–2).
  … porque… (3:3a).
  Razón: la obra regeneradora del Espíritu tiene la finalidad de transformar vidas (3:3–7).

  Exhortación a Tito (3:8a).

  Cuarta sección (3:8b–9)10.
  Obligación de Tito: medidas disciplinarias en las iglesias (enseñanza sana y rechazo de los que causan división) (3:8, 10–11).
  … porque… (3:9b).
  Razón: los estragos que está causando la enseñanza de los falsos maestros (3:9).

  Epílogo (3:12–15).


¿POR QUÉ ESTUDIAR LA EPÍSTOLA A TITO?

¿Por qué nos interesa hoy estudiar la Epístola a Tito? ¿Qué beneficios nos puede proporcionar?
Creo que vamos a ver que, de entre las muchas lecciones que el texto tiene que enseñarnos, destacan seis como principales.

1. La predicación fiel de la Palabra
En primer lugar, la Epístola es un fuerte revulsivo para los líderes cristianos para que enseñen con insistencia y fidelidad todo el consejo de Dios, tanto el mensaje básico del evangelio como aquella doctrina y ética que deben ser la manifestación práctica del evangelio en la vida del creyente. Esta insistencia la vemos en textos como los siguientes:

  Este testimonio es verdadero. Por eso, repréndelos severamente para que sean sanos en la fe (1:13).

  En cuanto a ti, enseña lo que está de acuerdo con la sana doctrina … Muéstrate en todo como ejemplo de buenas obras, con pureza de doctrina, con dignidad, con palabra sana e irreprochable, a fin de que el adversario sea avergonzado al no tener nada malo que decir de nosotros … Esto habla, exhorta y reprende con toda autoridad. Que nadie te desprecie (2:1, 7–8, 15).

  Palabra fiel es ésta, y en cuanto a estas cosas quiero que hables con firmeza, para que los que han creído en Dios procuren ocuparse en buenas obras (3:8).

La Epístola a Tito recuerda a todos los que tenemos responsabilidad en el ministerio cristiano que debemos insistir fielmente en las enseñanzas de la Palabra de Dios. Esta insistencia es algo que se echa de menos en nuestra generación. Desgraciadamente, en situaciones eclesiásticas como las nuestras, en las que hay una pluralidad de iglesias en cada ciudad, los pastores están sujetos inevitablemente a la tentación de eludir las enseñanzas más comprometedoras y de halagar a sus congregaciones a fin de no «perder clientes» y no verlos pasar «a la competencia». Por lo tanto, procuran organizar cultos atractivos y tienen reticencias en cuanto a decir ciertas cosas. ¿Cuántos pastores de hoy se atreven a reprenderlos severamente para que sean sanos en la fe? ¿Y cuántos creyentes están dispuestos a aceptar la reprensión? Sin embargo, la fiel proclamación de todo el consejo de Dios es lo que nos hace falta. La alternativa es ir alejándonos paulatinamente de la revelación de Dios.

2. El carácter de los pastores
En segundo lugar, esta carta es importante porque nos enseña qué clase de hombres deben ser reconocidos como pastores (1:7–9). Observaremos que Pablo no habla de sus logros académicos o títulos teológicos, ni de su posición social o económica. Tampoco dice que necesariamente deban ser inteligentes, o divertidos, o buenos oradores. Aparentemente, ninguna de estas cosas es esencial para él. En cambio, su énfasis recae sobre la integridad moral y espiritual de los pastores y su testimonio irreprochable. Deben ser hombres que conocen a Dios, que hacen su voluntad y están dispuestos a ser fieles en su ministerio a su revelación.

3. Obligaciones morales
En tercer lugar, es importante porque nos enseña las obligaciones morales y espirituales de diferentes grupos en el seno de la iglesia (2:2–10): cómo tienen que comportarse los ancianos y las ancianas, los jóvenes, las mujeres jóvenes y los siervos. El evangelio trae implicaciones muy prácticas para los diversos grupos sociales que configuran una congregación.

4. Buenas obras
En cuarto lugar, nos enseña no solamente la importancia de la sana doctrina (1:13; 2:1, 8), sino también la de la santa vivencia (2:2–10; 3:1–2). La verdad que suscribimos con la mente y la santidad que caracteriza nuestra vivencia deben ser inseparables. En vano acumulamos conocimientos de sana doctrina si éstos no transforman nuestra manera de vivir. A este respecto, es de especial importancia el énfasis del apóstol sobre las buenas obras:

  —      Profesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan, siendo abominables y desobedientes e inútiles para cualquier obra buena (1:16).
  —      Muéstrate en todo como ejemplo de buenas obras (2:7).
  —      [Cristo] se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras (2:14).
  —      Recuérdales que estén sujetos a los gobernantes, a las autoridades; que sean obedientes, que estén preparados para toda buena obra (3:1).
  —      Palabra fiel es ésta, y en cuanto a estas cosas quiero que hables con firmeza, para que los que han creído en Dios procuren ocuparse en buenas obras (3:8).
  —      Y que nuestro pueblo aprenda a ocuparse en buenas obras, atendiendo a las necesidades apremiantes (3:14).

5. La distracción de cosas secundarias
En quinto lugar, esta epístola nos enseña que no debemos dejarnos distraer por cuestiones secundarias que no contribuyen nada a la santa vivencia. Se ve que las iglesias de Creta eran como las nuestras en que les encantaba discutir interminablemente sobre cuestiones que no aumentaban para nada la espiritualidad de los miembros y, sin embargo, estas discusiones pasaban por espirituales. Lejos de esto —dice Pablo—, hay que distinguir entre lo que es primario y lo que es secundario y dar prioridad a lo que fomenta la santidad.

6. La obra salvadora de Dios
En sexto y último lugar, esta epístola es importante porque contiene preciosas descripciones de la obra salvadora de Dios. Pablo establece que la razón por la que tenemos que vivir de cierta manera tiene que ver con la naturaleza del evangelio y, aunque, en principio, la intención de Pablo no es la de desarrollar el contenido del evangelio, sin embargo, en dos ocasiones hace un pequeño resumen del mismo. Son dos pequeñas joyas insertadas en medio del texto. Aunque sólo fuese por estos dos textos, valdría la pena estudiar la Epístola a Tito:

  Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos que, negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús, quien se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras (2:11–14).

  Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia la humanidad, él nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo, que él derramó sobre nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia fuésemos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna (3:4–7).

 


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