sábado, 1 de marzo de 2014

Un Bosquejo para mi Sermón: Ayuda Ministerial

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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LA CREACION
Génesis 1:1–26
Está ante nosotros una obra de maravillosa variedad.
¿Siempre existió? ¿tuvo un principio? Si lo tuvo ¿quién es el autor?
¿Con qué fin fue creada? Sólo la Biblia contesta estas interrogaciones.
I.     LA CREACION TUVO UN PRINCIPIO
La Biblia comienza con notas sencillas pero sublimes: “En el principio”.
Moisés no argumenta para probar la existencia de Dios.
Es postulado lógico y evidente que no hay creación sin creador.
No puede haber orden ni combinación alguna sin una inteligencia.
Si hay un pensamiento debe haber un pensador. Esto es lógico.
II.     LA CREACION TUVO UN AUTOR
“Creó”. El atributo de crear es exclusivo de Dios.
El hombre puede transformar, combinar, pero jamás podrá crear.
Los movimientos ordenados de la misma tierra o naturaleza nos hablan de un Dios omnipotente y omnisciente.
La Biblia no nos dice cómo van los cielos sino cómo ir al cielo.
III.     LA CREACION MANIFIESTA EL AMOR DE DIOS
Había en Dios la necesidad de expresarse, de amar y ser amado.
¿Qué es el hombre? un pecador, mas Dios revela su gran bondad.
La Creación es la primera revelación de Dios. (Sal. 19:1; Rom. 1:20).
Desde el principio ya actuaron las tres personas de la Trinidad.
1. Dios-Padre (v. 1) 2. Dios-Hijo (Jn. 1:1) 3. Dios-E. Santo (v. 2).
IV.     LA CREACION NOS CONDUCE A LA REDENCION
La Creación forma un contraste con la condición actual del mundo.
Tierra, teatro de iniquidades, morada de dolor, reino del pecado.
¿Qué sucedió? El hombre se rebeló contra Dios, se hizo pecador.
¿Entonces? “Dios de tal manera nos amó, que ha dado a su Hijo …”
Así como la Creación necesitó un Creador para que existiese, así también todo pecador necesita de un Salvador. (Jn. 3:16-21).
¡Qué maravillosa es la Creación! mas ¡oh, qué asombrosa es la gran redención obrada por Jesucristo!

El ceño fruncido contagia a otros y te degrada: Ayuda Pastoral

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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LA AMARGURA, EL PECADO MAS CONTAGIOSO
Hace tiempo prediqué en una iglesia donde el pastor deseaba que yo hablase con Alberto, uno de los diáconos de su congregación.
Tres años antes la esposa de Alberto había hecho abandono del hogar y se había ido con otro hombre a la ciudad capital, dejando a su marido y a sus dos hijos. Me explicó el pastor que los esposos eran buenos cristianos y que “no había motivo” para que ella abandonara a su familia. Aproximadamente seis semanas después, la mujer entró en razón y volvió a casa arrepentida. En forma inmediata, pidió perdón a Alberto, a los hijos y hasta se presentó ante la congregación para mostrar públicamente su arrepentimiento y su disposición a sujetarse a la disciplina de la iglesia.
Alberto me explicó en palabras terminantes que aunque había permitido que su esposa regresara al hogar, no la había perdonado y no la perdonaría. Peor todavía, declaró que estaba dispuesto a esperar el tiempo necesario (hasta que los hijos de 6 y 9 años crecieran y se hicieran mayores) para entonces vengarse de ella. Aunque había transcurrido poco tiempo desde el incidente con su esposa, ya se veían huellas de amargura en el rostro de Alberto.
La amargura no se ve solamente en casos tan extremos. Conozco centenares de otros ejemplos de personas que sufrieron ofensas por cosas que parecieran triviales. Menciono sólo tres: 
(1) Una mujer se ofendió porque el pastor no estaba de acuerdo con su definición de “alabanza", y desde aquel momento empezó a maquinar para sacarlo de la iglesia;
(2) un hombre vivió amargado desde que lo pasaron por alto para un ascenso en su empleo. 
(3) El intercambio de cartas con una profesora de Centroamérica ilustra cuán sutil puede ser la amargura en la vida del creyente. El problema de presentación era que esta mujer se sentía sola y triste porque su hija, yerno y nietos se habían mudado a los Estados Unidos de América. En su segunda carta no utilizó la palabra “sola” sino “abandonada", y en lugar de “triste” surgió el término “enojada". En las siguientes misivas se hizo evidente que estaba sumergida en autocompasión y amargura. No sólo se sentía herida porque su hija vivía en otro país, sino además resentida porque (según ella) los otros familiares que vivían cerca no la tomaban en cuenta “después de todo lo que ella hizo por ellos".
En lo personal, empecé a estudiar el tema de la amargura poco después de un grave problema que tuvimos en la iglesia a que asistimos desde hace varios años. La dificultad radicaba en una seria diferencia de filosofía de ministerio entre los diáconos y los ancianos. Pero lo que causó la desunión no fue el problema en sí –que se habría podido resolver buscando a Dios en oración, en su Palabra y con un franco diálogo entre las partes – sino las personas ofendidas, los chismes, y la amargura resultante.
En medio de esa crisis en nuestra iglesia, tuve que viajar a otro país para enseñar sobre el tema “Cómo aconsejar empleando principios bíblicos". Era domingo por la mañana y esperaba que me pasaran a buscar para llevarme a la iglesia. Puesto que el culto comenzaba tarde contaba con un par de horas para descansar, y prendí la televisión para escuchar la transmisión del sermón del pastor de la iglesia más grande de la ciudad. No podía creer lo que oía: ese pastor estaba predicando sobre el tema que yo había enseñado el día anterior, el perdón. Como si un rayo penetrara en mi corazón, el Espíritu Santo me mostró que yo también era culpable de estar dejando crecer una raíz de amargura en mi vida por lo que ocurría en nuestra congregación. En forma inmediata me arrodillé para confesar el pecado, recibir el perdón de Dios y perdonar a los que me habían hecho daño. ¡Qué alivio trajo a mi alma! Era como si alguien sacara un peso enorme de mis hombros.
Ese problema que viví en la iglesia tiene todos los elementos que este libro desea tratar. Quizá por esa razón el Señor me permitió experimentarlo.
La amargura es el pecado más fácil de justificar y el más difícil de diagnosticar porque es razonable disculparlo ante los hombres y ante el mismo Dios. A la vez, es uno de los pecados más comunes, peligrosos y perjudiciales y –como veremos– el más contagioso.
Al escribir este libro, es mi esperanza y oración que la persona amargada no solamente se dé cuenta de que en verdad eso es pecado, sino que además encuentre la libertad que sólo el perdón y la maravillosa gracia de Dios le pueden ofrecer.
II
LA DEFINICION DE LA AMARGURA
En el griego del Nuevo Testamento, “amargura” proviene de una palabra que significa punzar. Su raíz hebrea agrega la idea de algo pesado. Finalmente, el uso en el griego clásico revela el concepto de algo fuerte. La amargura, entonces, es algo fuerte y pesado que punza hasta lo más profundo del corazón.
La amargura no tiene lugar automáticamente cuando alguien me ofende, sino que es una reacción no bíblica (es decir pecaminosa) a la ofensa o a una situación difícil y por lo general injusta. No importa si la ofensa fue intencional o no. Si el ofendido no arregla la situación con Dios, la amargura le inducirá a imaginar más ofensas de la misma persona. La amargura es una manera de responder que a la larga puede convertirse en norma de vida. Sus compañeros son la autocompasión, los sentimientos heridos, el enojo, el resentimiento, el rencor, la venganza, la envidia, la calumnia, los chismes, la paranoia, las maquinaciones vanas y el cinismo.
La amargura es resultado de sentimientos muy profundos, quizá los más profundos de la vida. La razón por la que es tan difícil de desarraigar es triple: En primer lugar, el ofendido considera que la ofensa es culpa de otra persona (y muchas veces es cierto) y razona: “El/ella debe venir a pedirme disculpas y arrepentirse ante Dios. Yo soy la víctima".
El cristiano se siente culpable cuando comete un pecado. Sin embargo, no nos sentimos culpables de pecado por habernos amargado cuando alguien peca contra nosotros, pues la percepción de ser víctima eclipsa cualquier sentimiento de culpa. Por lo tanto este pecado de amargura es muy fácil justificar.
En segundo lugar, casi nadie nos ayuda a quitar la amargura de nuestra vida. Por lo contrario, los amigos más íntimos afirman: “Tú tienes derecho… mira lo que te ha hecho", lo cual nos convence aun más de que estamos actuando correctamente.
Finalmente, si alguien cobra suficiente valor como para decirnos: “Amigo, estás amargado; eso es pecado contra Dios y debes arrepentirte", da la impresión de que al consejero le falta compasión (recuerde, que el ofendido piensa que es víctima). Me pasó recientemente en un diálogo con una mujer que nunca se ha podido recuperar de un gran mal cometido por su padre.1 Ella lleva más de 30 años cultivando una amargura que hoy ha florecido en todo un huerto. Cuando compasivamente (Gálatas 6:1) le mencioné que era hora de perdonar y olvidar lo que queda atrás (Filipenses 3:13), me acusó de no tener compasión. Peor todavía, más tarde descubrí que se quejó a otras personas, diciendo que como consejero carecía de “simpatía” y compasión.
Hasta es posible perder la amistad de la persona amargada por haberle aconsejado que quite la amargura de su vida (Efesios 4:31). El siguiente ejemplo ilustra cómo la amargura puede dividir a amigos y familiares. Florencia, una joven de 21 años, pertenece a una familia que durante años ha sufrido una contienda familiar. Ella es la única que no desea culpar a los demás ni demostrar que tiene razón sino que anhela ver reconciliación. La pelea comenzó poco después del nacimiento de Florencia, sobre lo que al principio fue algo insignificante. Veinte años más tarde, alimentada por imaginaciones vanas, rencor y paranoia, existe una gran brecha entre dos grupos de la familia. A pesar de que casi todos son cristianos, la lucha es más fuerte que nunca. Florencia, tomando en serio lo que dice la palabra de Dios sobre la amargura, con toda el alma quiere que la familia se reconcilie. Se siente impotente, sin embargo, porque está bajo la amenaza de no poder volver a casa de sus padres si pisa la propiedad de su hermana y su cuñado.
Finalmente, el lector notará una característica interesante en casi todos los ejemplos de este libro: por regla general nos amargamos con las personas más cercanas a nosotros.
III
LAS CONSECUENCIAS DE LA AMARGURA
Para motivar a una persona a cumplir con el mandamiento bíblico “despréndanse de toda amargura…” (Efesios 4:31 NVI), veamos las múltiples consecuencias (todas negativas) de este pecado.
1) El espíritu amargo impide que la persona entienda los verdaderos propósitos de Dios en determinada situación. Job no tenía la menor idea de que, por medio de su sufrimiento, el carácter de Dios estaba siendo vindicado ante Satanás. Somos muy cortos de vista.
2) El espíritu amargo contamina a otros. En uno de los pasajes más penetrantes de la Biblia, el autor de Hebreos exhorta: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados” (12:15). La amargura nunca se queda sola en casa; siempre busca amigos. Por eso es el pecado más contagioso. Si no la detenemos puede llegar a contaminar a toda una congregación, o a toda una familia.
Durante la celebración de la pascua, los israelitas comían hierbas amargas. Cuando un huerto era invadido por estas hierbas amargas, no se lo podía limpiar simplemente cortando la parte superior de las plantas. Cada pedazo de raíz debía extraerse por completo, ya que de cada pequeña raíz aparecerían nuevos brotes. El hecho de que las raíces no se vean no significa que no existan. Allí bajo tierra germinan, se nutren, crecen, y los brotes salen a la superficie y no en un solo lugar sino en muchos. Algunas raíces silvestres son casi imposibles de controlar si al principio uno no las corta por lo sano. El escritor de Hebreos advierte que la amargura puede quedar bajo la superficie, alimentándose y multiplicándose, pero saldrá a la luz cuando uno menos lo espera.
Aun cuando la persona ofendida y amargada enfrente su pecado de la manera prescrita por Dios,2 no necesariamente termina el problema de la contaminación. Los compañeros han tomado sobre sí la ofensa y posiblemente se irriten con su amigo cuando ya no esté amargado.
Hace poco un médico muy respetado y supuestamente cristiano había abandonado a su esposa y a sus tres hijos, yéndose con una de las enfermeras del centro médico donde trabajaba. Después de la sacudida inicial, entró en toda la familia la realización de que el hombre no iba a volver. Puesto que era una familia muy unida, se enojaron juntos, se entristecieron juntos, sufrieron juntos y planearon la venganza juntos, hasta que sucedió algo sorprendente: la esposa, Silvia, perdonó de corazón a su (ahora) ex esposo y buscó el consuelo del Señor. Ella todavía tiene momentos de tristeza y de soledad, pero por la gracia de Dios no está amargada. Sin embargo, los demás familiares siguen amargados y hasta molestos con Silvia porque ella no guarda rencor.3
3) El espíritu de amargura hace que la persona pierda perspectiva. Nótese la condición del salmista cuando estaba amargado: “… entonces era yo torpe y sin entendimiento; era como una bestia delante de ti” (Salmo 73:21, 22 BLA). La persona amargada toma decisiones filtradas por su profunda amargura. Tales decisiones no provienen de Dios y generalmente son legalistas. Cuando la amargura echa raíces y se convierte en norma de vida, la persona ve, estima, evalúa, juzga y toma decisiones según su espíritu amargo.
Nótese lo que pasó con Job. En su amargura culpó a Dios de favorecer los designios de los impios (Job 10:3). Hasta lo encontramos a aborreciéndose a sí mismo (Job 9:21; 10:1).
En el afán de buscar alivio o venganza, quien está amargado invoca los nombres de otras personas y exagera o generaliza: “…todo el mundo está de acuerdo…” o bien “nadie quiere al pastor…” Las frases “todo el mundo” y “nadie” pertenecen al léxico de la amargura.
Cuando la amargura llega a ser norma de vida para una persona, ésta por lo general se vuelve paranoica e imagina que todos están en su contra. Un pastor en Brasil me confesó que tal paranoia tomó control de su vida, y empezó a defenderse mentalmente de adversarios imaginarios.
4) El espíritu amargo se disfraza como sabiduría o discernimiento. Es notable que Santiago emplea la palabra “sabiduría” en 3:14–154 al hablar de algunas de las actitudes más carnales de la Biblia. La amargura bien puede atraer a muchos seguidores. ¡Quién no desea escuchar un chisme candente acerca de otra persona!5 La causa que presentó Coré pareció justa a los oyentes, tanto que 250 príncipes renombrados de la congregación fueron engañados por sus palabras persuasivas.6 A pesar de que la Biblia aclara que el corazón de Coré estaba lleno de celos amargos, ni los más preparados lo notaron.
5) El espíritu amargo da lugar al diablo (Efesios 4:26). Una persona que se acuesta herida, se levanta enojada; se acuesta enojada, y se levanta resentida; se acuesta resentida, y se levanta amargada. El diablo está buscando a quien devorar (1ª Pedro 5:8). Pablo nos exhorta a perdonar “…para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones” (2 Corintios 2:11). Satanás emplea cualquier circunstancia para dividir el cuerpo de Cristo.7
6) El espíritu amargo puede causar problemas físicos. La amargura está ligada al resentimiento, término que porviene de dos palabras que significan “decir de nuevo". Cuando uno tiene un profundo resentimiento, no duerme bien o se despierta varias veces durante la noche, y vez tras vez en su mente repite la herida como una grabadora. Es un círculo vicioso de no dormir bien, no sentirse bien al siguiente día, no encontrar solución para el espíritu de amargura, no dormir bien, ir al médico, tomar pastillas, etc. Algunas personas terminan sufriendo una gran depresión; otros acaban con úlceras u otras enfermedades.
7) El espíritu amargo hace que algunos dejen de alcanzar la gracia de Dios (Hebreos 12:15). En el contexto de Hebreos, los lectores estaban a punto de volver al legalismo y a no valerse de la gracia de Dios para su salvación. La persona amargada sigue la misma ruta porque la amargura implica vivir con recursos propios y no con la gracia de Dios. Tan fuerte es el deseo de vengarse que no permite que Dios, por su maravillosa gracia, obre en la situación.
IV
UN EXAMEN
"El corazón conoce la amargura de su alma"
(Proverbios 14:10).
Antes de exponer el antídoto bíblico para la amargura, tomemos un examen para averiguar si ha brotado raíz de amargura en la vida. Recomiendo que, en oración, el lector medite sobre cada pregunta.
1) ¿Existe una situación en su vida que aparece frecuentemente en la mente o le despierta durante la noche?
2) ¿Está maquinando maneras de vengarse si tan sólo tuviera oportunidad de hacerlo? Varias personas me han dicho que estas maquinaciones son, precisamente, lo que les privan del sueño.
3) ¿Recuerda hasta los más ínfimos detalles de un evento que sucedió hace tiempo? La amargura tiene una memoria de elefante, y recuerda hasta los detalles más oscuros de un incidente. Tiempo atrás dos vecinas nuestras, cristianas, tuvieron una fuerte riña en plena calle. Fue sorprendente que una de las contrincantes, sin sacar apuntes pero con lujo de detalles, nombró cada vez que su vecina le había pedido prestado algo durante los últimos cinco años. Después de haber sembrado resentimiento, éste brotó en amargura cuando se presentó el ambiente apropiado.
¿Por qué recordamos ese tipo de detalles con tanta facilidad? En primer lugar, porque tal como mencionamos en la sección I siempre recordamos las heridas y las ofensas. Pero la razón principal es que repasamos y repasamos los detalles.
Cuando yo era estudiante en la secundaria, un maestro nos enseñó cuál era, según él, la mejor manera de recordar el material del curso: repasar, repetir y repasar. ¡Si pudiéramos recordar los buenos momentos o aun los pasajes de la Biblia tanto como recordamos las ofensas!
4) ¿Se siente ofendido y, debido a que usted estima es víctima, está justificando el resentimiento? Aquí la frase clave es “pero yo tengo razón". No hay situación más difícil de solucionar que cuando la persona ofendida tiene razón.
Carlos, un brillante y joven empresario, ascendió rápidamente en la empresa y a los 36 años llegó a ser vicepresidente con miras a llegar aun más arriba. Aunque el mismo director y fundador de la organización lo había empleado, llegó a sentir que Carlos era una amenaza y buscó motivos para despedirlo. Este, un creyente en Cristo, ignoraba el complot que se gestaba en la oficina a sólo cinco metros de la suya. Finalmente, un viernes por la tarde el director comunicó a Carlos en palabras terminantes que no tenía que volver a trabajar el lunes. Cuando preguntó por qué, el director, también cristiano, presentó una serie de mentiras y medias verdades.
Carlos encontró otro empleo pero sigue amargado. Envenenó de amargura a su esposa (que, por supuesto, tomó sobre sí la ofensa y está más amargada que él) y a sus mejores amigos.
Ahora bien, Carlos tenía toda la razón. Cada vez que escucho la historia yo mismo me enojo, porque era y sigue siendo injusto.8 Admito que es difícil quitar la amargura de la vida de quien fue ofendido, herido, pisoteado, marginado, pasado por alto, o algo similar. Es difícil porque esa persona es víctima. Sin embargo, la Santa Palabra de Dios interviene con el mandamiento “quítense de vosotros toda amargura…” (Efesios 4:31).9
5) ¿Hay explosiones desmedidas en cuanto a incidentes que de otra manera tendrían menor importancia? Sucede a menudo en la vida matrimonial cuando uno de los cónyuges por algún motivo está amargado. Tal amargura se entremete en todas las contiendas con el cónyuge, y es como un volcán esperando el momento de erupción. Súbitamente y sin previo aviso, comienza a salir todo tipo de veneno antes escondido bajo la superficie. El cónyuge se sorprende por la reacción violenta y se pregunta cuál es la razón.10
6) ¿Le sucede que al leer la Biblia casi inconscientemente aplica la Escritura a otros en vez de a sí mismo? Muchas personas amargadas hallan en la Biblia enseñanzas que aplican a otros (en forma especial al ofensor).
Una de las pruebas de que yo me libré de la amargura fue que al leer el libro de Proverbios me encontré aplicando sus enseñanzas a mi propia vida en vez de a la vida de otros involucrados en el incidente en la iglesia.
7) Por lo general ¿usa usted expresiones que incluyen “ellos” o “todo el mundo” para apoyar sus argumentos? Durante el problema que experimentamos en nuestra iglesia entró en combate uno de los amigos más íntimos de la amargura: el chisme. La persona amargada piensa que tiene razón (y probablemente sea cierto), busca a otros, comparte su experiencia, fundamenta su actitud con exageraciones y generalizaciones refiriéndose a “todo el mundo". Para poder enterrar el problema en nuestra congregación, entre otras cosas tuvimos que disciplinar a una dama que cayó en el pecado de ser chismosa.
Enfrentada con los pecados de la amargura y el chisme, se justificó diciendo que “tenía razón", y junto con su esposo se fueron de la iglesia ofendidos.11
8) Cuando se refiere a su iglesia local, ¿habla de “ellos” o de “nosotros"? La persona amargada empieza a distanciarse de la congregación, cuando dice “ellos” al referirse a otros miembros de la iglesia.
V
MANERAS NO BIBLICAS DE TRATAR CON LA AMARGURA
"Quítense de vosotros toda amargura…"
(Efesios 4:31).
La amargura es uno de los pecados más comunes no solamente en el mundo sino también entre el pueblo cristiano evangélico. Casi todos hemos sido ofendidos, y una u otra vez hemos llegado al punto de la amargura. Muchos no han podido superar una ofensa y han dejado crecer una raíz de amargura en su corazón. Debido a que es difícil (si no imposible) vivir amargado y en paz, el hombre maquina maneras para tratar de resolver su problema de amargura y así menguar el dolor, pero sin embargo la amargura queda intacta. Para poder extirpar de manera bíblica la amargura del corazón, es imperioso comprender y desenmascarar las varias formas mundanas de “solucionar” el problema, para que no quede otra alternativa que la bíblica.
1. Vengarse. La manera no bíblica más común es tomar venganza. Hace poco escuché una entrevista con un escritor de novelas policiales, quien comentó que sólo existen tres motivos para asesinar a una persona: amor, dinero, y venganza. En un país centroamericano asolado por la guerrilla, me comentaron que muchos se aprovechan de tales tiempos para vengarse y echar la culpa a los guerrilleros. Con razón Pablo exhorta: “…no os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19).
A pesar de las circunstancias, la Biblia sostiene que jamás es voluntad de Dios que nos venguemos nosotros mismos.
Julia y Roberto son hermanos; ambos están casados y tienen 4 y 3 hijos respectivamente. Cuando vivían en la casa paterna sufrían con un padre borracho y perverso. No sólo los trató con violencia y con las palabras más degradantes, sino que también se aprovechó sexualmente de sus hijos. Pasaron los años y Roberto –ya adulto, herido, con muchos malos recuerdos y profundamente amargado– odia a su padre. ¿Quién lo puede culpar por sentirse profundamente herido? Otra vez podemos decir que “tiene razón". No es cuestión de minimizar el pecado de la otra persona ni el daño o la herida, sino es cuestión de qué hacer ahora, y magnificar la gracia de Dios.
Buscando alivio, Roberto, acudió a un psicólogo no cristiano que le ayudó a descubrir la profundidad de su odio y amargura, y sugirió como solución la venganza. Durante los últimos años Roberto ha estado llevando a cabo el dictamen. Principió con llamadas telefónicas insultando a su padre con las mismas palabras degradantes que éste había empleado. Cuando las llamadas dejaron de tener el efecto deseado, empezó a sembrar veneno en su hermana Julia y los demás familiares para que hicieran lo mismo. No es de extrañar que cada reunión familiar termine en un espectáculo como la lucha libre. Hoy día Roberto es un hombre amargado y cada día más infeliz.
Por su parte Julia –adulta y también herida, y con muchos malos recuerdos pero sin amargura– ama a su padre. Es cristiana, esposa de un pastor, y optó por perdonar a su padre e intentar ganarlo para Cristo. Dos personas de la misma familia y que experimentaron las mismas circunstancias, eligieron dos caminos distintos: uno la venganza y la otra el perdón.
Cuando intento vengarme por mi propia cuenta…
a) Me pongo en el lugar de Dios. De acuerdo a la Biblia la venganza pertenece a Dios.12 Entonces, la venganza es el pecado de usurpar un derecho que sólo le pertenece a El. Querer vengarnos por nosotros mismos es asumir una actitud de orgullo, el mismo pecado que causó la caída de Lucero (Isaías 14:13, 14). Por lo tanto, al tratar de vengarnos (aunque tan sólo en nuestra mente), estamos pisando terreno peligroso.
Por otra parte, la ira de Dios siempre es ira santa. Dios no obrará hasta tanto yo deje la situación en sus manos. No puedo esperar de mi parte la solución que solamente el Dios soberano puede llevar a cabo.
b) La venganza siempre complica la situación. Mi propia venganza provoca más problemas, más enojo, envenena a otros y deja mi conciencia contaminada.
c) Sobre todo, tomar venganza por nuestros medios es un pecado contra el Dios santo. Es una gran lección ver como el apóstol Pablo dejó lugar a la ira de Dios cuando dijo: “Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos” (2 Timoteo 4:14).
2. Minimizar el pecado de la amargura. Minimizo un pecado cuando por algún motivo puedo justificarlo. Existen, por lo menos, tres maneras de minimizar el pecado de la amargura:
a) Llamarlo por otro nombre, alegando que es una debilidad, una enfermedad o desequilibrio químico, enojo santo, o sencillamente afirmando que “todo el mundo lo está haciendo". Hay quienes dicen ser muy sensibles y como resultado están resentidos pero no amargados. ¡Cuidado! Existe una relación muy íntima entre los sentimientos heridos y la amargura.13
b) Disculparse por las circunstancias y así justificar la amargura. “En estas circunstancias Dios no me condenaría por guardar rencor en mi corazón.” Básicamente, lo que estamos diciendo es que hay ocasiones cuando los recursos espirituales no sirven, y nos vemos obligados a pecar. Juan dice a tales personas: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1ª Juan 1:10).
c) Culpar al otro. Esta es, sin duda, la manera más frecuente de eludir la responsabilidad bíblica de admitir que la amargura es pecado.14 Cuando de amargura se trata, el ser humano generalmente culpa a la persona que le ofendió. En casos extremos algunos se resienten contra Dios. “No sé porque Dios me hizo así…” “¿Dónde estaba Dios cuando me sucedió esto?"15
3. Desahogarse. Ultimamente se ha popularizado la idea de que “desahogarse” sanará la herida. Ahora bien, es cierto que desahogarse tal vez ayuda a que la persona sobrellevar el peso que lleva encima (Gálatas 6:2). Sin embargo, es factible que (a) termine esparciendo la amargura y como resultado contamine a muchos; (b) le lleve a minimizar el pecado de la amargura porque la persona en quien se descarga contesta: “Tú tienes derecho"; (c) no considere la amargura como pecado contra Dios.
4. Una disculpa de parte del ofensor. Muchos piensan que el asunto termina cuando el ofensor pide disculpas a la persona ofendida. De acuerdo a la Biblia efectivamente esto forma parte de la solución porque trae reconciliación entre dos personas (Mateo 5:23–25).16 Sin embargo, falta reconocer que la amargura es un pecado contra Dios. Sólo la sangre de Cristo, no una disculpa, limpia de pecado (1ª Juan 1:7). La solución radica tanto en la relación horizontal (con otro ser humano) como en la vertical (con Dios).
5. Perdonar a Dios. Después de presentar estos principios en una iglesia, de dos fuentes diferentes escuché que la solución para la amargura era “perdonar a Dios". Cuando una persona no está conforme con su apariencia física o con un suceso que dejó cicatrices emocionales o físicas en su vida, se le aconseja que perdone a Dios por haber permitido que sucediera.
En Rut 1:13 Noemí estaba amargada contra Dios y hasta explicó a sus dos nueras que tenía derecho a estar más amargada que ellas porque se habían muerto su esposo y sus dos hijos. Es la clase de situación donde hoy día se aconsejaría perdonar a Dios por haberlo permitido.
Estoy convencido de que hablar de “perdonar a Dios” es blasfemia. Dios es bueno (Salmo 103); Dios es amor (1ª Juan 4:8); Dios está lleno de bondad (Marcos 10:18); Dios es esperanza (Romanos 15:13); Dios es santo (Isaías 6:3); Dios es perfecto (Deuteronomio 32:4; Hebreos 6:18). Jamás habrá necesidad de perdonarlo.
Este concepto de perdonar a Dios es uno de los intentos del ser humano de crear a Dios a imagen del hombre. Demuestra una total ignorancia e incomprensión de que Dios en su amor tiene múltiples propósitos y lleva a cabo tales propósitos por medio de las experiencias que atravesamos. ¡Sí pudiéramos aprender la realidad: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2ª Corintios 12:9)!
VI
LA SOLUCION DIVINA PARA LA AMARGURA
Hace tiempo una mujer de 43 años vino a consultarnos. Hacía 23 años que estaba en tratamiento médico y siquiátrico por su depresión. Era una triste historia que cada vez escuchamos con más frecuencia. El padre de esta mujer se había aprovechado de ella desde los 5 hasta los 14 años de edad. Tiempo después ella recibió al Señor como Salvador de su vida, lo cual trajo alivio al comienzo, pero meses después volvió a caer en un estado depresivo. Vino a verme como un último recurso. "Desempacamos” el problema y descubrimos varios asuntos que solucionar, entre ellos como era lógico, un profundo resentimiento hacia su padre.
¿Cuál fue la ayuda para esta pobre mujer y para los miles que cuentan con experiencias similares?
Si hasta el momento usted no ha tenido que luchar con la amargura, tarde o temprano le acontecerá algo que lo enfrentará cara a cara con la tentación de guardar rencor, de vengarse, de pasar chismes, de formar alianzas, de justificar su actitud porque tiene razón, etc. Como cristianos hemos de estar preparados espiritualmente. ¿Cómo hacerlo?
Establecer la santidad como meta en su vida. Como en todos los casos de pecado, más vale prevenir que tener que tratar con las consecuencias devastadoras que el pecado siempre deja como herencia. El escritor de Hebreos, dentro del contexto de la raíz de amargura, exhorta: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (12:14). La mejor manera de prevenir la amargura es seguir o buscar la paz y la santidad; asumir un compromiso con Dios para ser santo (puro) pase lo que pasare. Cuando sobrevienen situaciones que lastiman nuestros sentimientos, producen rencor y demás actitudes que forman el círculo íntimo de la amargura, debemos decir: “He hecho un pacto con Dios a fin de ser santo, como El es Santo. A pesar de que la otra persona tenga la culpa, entregaré la situación en manos de Dios, perdonaré al ofensor y buscaré la paz."
Nótese la diferencia entre la actitud de David y su ejército cuando volvieron de una batalla (1 Samuel 30). Encontraron la ciudad asolada y sus familias llevadas cautivas. En vez buscar el consuelo de Dios y por ende Su sabiduría, el pueblo se amargó y propuso apedrear a David. En contraste, la Biblia explica que "David se fortaleció en Jehová su Dios” (v. 6). En ningún momento es mi intención minimizar el daño causado por una ofensa o por el ultraje que experimentó David y su gente, sino que mi deseo es magnificar la gracia de Dios para consolar y ayudar a perdonar.
Consideremos ahora qué hacer cuando estamos amargados.
1) Ver la amargura como pecado contra Dios. En las próximas páginas explicaremos la importancia de perdonar al ofensor. Sin embargo, si yo estimara la amargura solamente como algo personal contra la persona que me engañó, me lastimó, me perjudicó con chismes o lo que fuere, sería fácil justificar mi rencor alegando que tengo razón pues el otro me hizo daño. Como ya mencionamos,es posible que no hay nada tan difícil de solucionar que la situación de la persona amargada que tiene razón para estarlo.
Cuando tengo amargura en mi corazón, con David tengo que confesar a Dios: “Contra ti, contra ti solo he pecado” (Salmo 51:4). En el momento en que percibo que (a pesar de las circunstancias) la amargura es un pecado contra Dios, debo confesarlo17 y la sangre de Cristo me lavará de todo pecado.18 Pablo instruye: “Quítense de vosotros toda amargura". La Biblia no otorga a nadie el derecho de amargarse.
Volvamos al Antiguo Testamento para entender el contexto de la raíz de amargura en Deuteronomio 29:18, donde el pecado principal es la idolatría. Eso es precisamente lo que pasa en el caso de la amargura. En vez de postrarse ante el Dios de la Biblia, buscando la solución divina, uno se postra ante sus propios recursos y su propia venganza. El ídolo es el propio “yo".
2) Perdonar al ofensor. En el mismo contexto donde Pablo nos exhorta a librarnos de toda amargura, nos explica cómo hacerlo: “…perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:31–32).19
En junio de 1972, por vez primera en mi vida tuve que enfrentarme con la amargura. Dos ladrones entraron en la oficina de mi padre y lo mataron a sangre fría, robando menos de 50 dólares. Ni siquiera tuve el consuelo de poder decir, “Bueno, papá está con el Señor", porque a pesar de ser una excelente persona, mi padre no tenía tiempo para Dios. ¿Cuáles eran mi opciones? ¿Hundirme en la amargura? ¿Buscar venganza? ¿Culpar a Dios? No, tenía un compromiso bíblico con Dios de buscar la santidad en todo. La respuesta inmediata era perdonar a los criminales y dejar la situación en manos de Dios y las autoridades civiles.
¿Tristeza? Sí. ¿Lágrimas? Muchas. ¿Dificultades después? En cantidad. ¿Consecuencias? Por supuesto. ¿Fue injusto? Indiscutiblemente. ¿Hubo otras personas amargadas? Toda mi familia. ¿Viví o vivo con raíz de amargura en mi corazón? Por la gracia de Dios, no.
a) El perdón trae beneficios porque quita el resentimiento. Uno de los muchos beneficios de no guardar rencor es poder tomar decisiones con cordura.
b) El perdón no es tolerar a la persona ni al pecado; 
no es fingir que la maldad no existe ni es intentar pasarla por alto. Tolerar es “consentir, aguantar, no prohibir” y lejos está de ser el perdón bíblico. Permitir es pasivo mientras perdonar es activo. Cuando la Biblia habla de perdón, en el griego original hallamos que esta palabra literalmente significa “mandarlo afuera". Activamente estoy enviando el rencor “afuera", es decir estoy poniendo toda mi ansiedad sobre Dios (1ª Pedro 5:7).
c) El perdón no es simplemente olvidar
ya que eso es prácticamente imposible. El resentimiento tiene una memoria como una grabadora, y aún mejor porque la grabadora repite lo que fue dicho, mientras que el resentimiento hace que con cada vuelta la pista se vuelva más profunda. La única manera de apagar la grabadora es perdonar.
Después de una conferencia, una dama me preguntó: “Si el incidente vuelve a mi mente una y otra vez, ¿quiere decir que no he perdonado?” Mi respuesta tomaba en cuenta tres factores:
(1) Es posible que ella tuviera razón. Recordamos que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso…” (Jeremías 17:9). El ser humano haría cualquier cosa para mitigar la vergüenza, y es lógico que permanezcan los fuertes sentimientos negativos asociados con una ofensa. Volvamos al caso de la mujer que durante 23 años había estado en tratamiento siquiátrico a causa del abuso de su padre. Después de aclarar lo que no es el perdón, y luego de hablar sobre los beneficios que el perdón produciría, le expliqué que de acuerdo a Marcos 11:2520 ella tenía que perdonar a su padre. Su respuesta inmediata fue: “Ya lo he hecho.” Pero era obvio que estaba llena de amargura y rencor. Mi siguiente pregunta fue: “¿Cuándo y cómo lo hizo?” Su contestación ilustra otra manera en que el ser humano evita asumir responsabilidad ante el Señor. Me dijo: “Muchas veces he pedido al Señor Jesús que perdonara a mi padre.” Es posible que la mujer aún no entendiera lo que Dios esperaba con respecto al perdón. O tal vez fuera su manera de no cumplir con una tarea difícil. Con paciencia volví a explicarle las cosas, y finalmente ella inclinó la cabeza y empezó a orar. Pronto vi lágrimas en sus ojos, y de corazón perdonó a su padre. Al día siguiente regresó para una consulta y se la veía con esperanza, con alivio y como una nueva persona.
(2) Hay quienes desean que recordemos incidentes dolorosos del pasado. En primer lugar está Satanás, que trabaja día y noche para dividir a los hermanos en Cristo (Apocalipsis 12:10; 1ª Timoteo 5:14). En segundo lugar, la vieja naturaleza saca a relucir el pasado. Los mexicanos emplean la frase “la cruda” al referirse a los efectos de la borrachera al día siguiente.21 En cierto modo es posible tener una “cruda espiritual” que precisa tiempo hasta no molestar más. Me refiero a ciertos hábitos, maneras de pensar que son difíciles de romper. Si uno en verdad ha perdonado, cada vez que el incidente viene a la memoria, en forma inmediata hay que recordar a Satanás y recordarse a sí mismo que la cuestión está en las manos de Dios y es un asunto terminado que sólo forma parte del recuerdo.
(3) Finalmente existe otra persona o grupo que no quiere que usted olvide el incidente: Aquellos que fueron contagiados por su amargura, aquellos a quienes usted mismo infectó y como resultado tomaron sobre sí la ofensa. Por lo general para ellos es más difícil perdonar porque recibieron la ofensa indirectamente. Por lo tanto, no se sorprenda cuando sus amigos a quienes usted contagió de amargura, se enojan con usted cuando, por la gracia de Dios, ha perdonado al ofensor y está libre de dicha amargura.
d) El perdón no absuelve al ofensor 
de la pena correspondiente a su pecado. El castigo está en las manos de Dios, o quizá de la ley humana. El salmista nos asegura: “El Señor hace justicia, y juicio a favor de todos los oprimidos” (Salmo 103:6 BLA).
Presenté estos principios por primera vez en una iglesia donde no solamente varios de los feligreses estaban resentidos, sino también el mismo pastor. Después del sermón el pastor dividió a su pequeña congregación en grupos de 5 ó 6 personas para dialogar sobre el tema. Me tocó estar en un grupo que incluía a una pareja y su hijo adolescente. En forma inmediata noté la total falta del gozo del Señor en aquella familia. Durante los 20 minutos que tuvimos para compartir me preguntaron cómo era posible quitar la amargura del corazón por un gran mal que alguien había cometido. El hijo mayor había entrado en el mundo de la droga a pesar de que sus padres eran cristianos. Un día no tuvo suficiente dinero para pagar por su dosis regular, y el proveedor lo mató. Desde aquel momento la amargura había estado carcomiendo a toda la familia, y alegaban que era imposible perdonar. Ellos creían que perdonar significaba absolver a los asesinos del crimen que habían perpetrado.
e) El perdón tampoco es un recibo  
que se da después que el ofensor haya pagado. Si no perdonamos hasta tanto la otra persona lo merezca, estamos guardando rencor.
f) El perdón no necesariamente tiene que ser un hecho conocido al ofensor. 
 En muchos casos el ofensor ha muerto, pero el rencor continúa en el corazón de la persona herida. Recuerdo el caso de una señora que con lágrimas admitió que su esposo había desaparecido con otra mujer de la iglesia. Durante la conversación me confesó: “Lo he perdonado. Hay y habrá muchas lágrimas, dolor y tristeza, pero me rehúso terminantemente a llegar al fin de mi vida como una vieja amargada.” El hombre consiguió el divorcio y se casó legalmente con la otra mujer. Por su parte, esta señora vive con su tres muchachos y sirve a Dios de todo corazón; sus hijos aman al Señor y oran para que su padre un día regrese al camino de Dios. Tener que perdonar un gran mal mientras el ofensor no lo merezca, representa una excelente oportunidad para entender mejor cómo Cristo pudo perdonarnos a nosotros (Romanos 5:8; Efesios 4:32).
g) El perdón debe ser inmediato. Una vez me picó una araña durante la noche. Tuve una reacción alérgica que duró casi medio año. Ahora bien, si hubiera podido sacar el veneno antes de que se extendiera por el cuerpo, hubiera quedado una pequeña cicatriz pero no habría habido una reacción tan aguda. Algo semejante sucede con el perdón. Hay que perdonar inmediatamente antes de que “la picadura empiece a hincharse.”
h) El perdón debe ser continuo. La Biblia indica que debemos perdonar continuamente (Mateo 18:22). Perdonar hasta que se convierta en una norma de vida. Uno de los casos más difíciles es cuando la ofensa es continua como en el caso de esposo/esposa,22 patrón/empleado, padre/hijo, etc. Es entonces cuando el consejo del Señor a Pedro (perdonar 70 veces 7) es aun más aplicable.
i) El perdón debe marcar un punto final. 
Perdonar significa olvidar. No hablo de amnesia espiritual sino de sanar la herida. Es probable que la persona recuerde el asunto, que alguien le haga recordar o que Satanás venga con sus mañas trayéndolo a la memoria. Pero una vez que se ha perdonado es posible olvidar.
Perdonar es la única manera de arreglar el pasado. No podemos alterar los hechos ni cambiar lo ya ocurrido, pero podemos olvidar porque el verdadero perdón ofrece esa posibilidad. Una vez que hay perdón, olvidar significa:
1) Rehusarse a sacar a relucir el incidente ante las otras partes involucradas.
2) Rehusarse a sacar a relucirlo ante cualquier otra persona.
3) Rehusarse a sacar a relucirlo ante uno mismo.
4) Rehusarse a usar el incidente en contra de la otra persona.
5) Recordar que el olvido es un acto de la voluntad humana movida por el Espíritu Santo.
6) Sustituir con otra cosa el recuerdo del pasado, pues de lo contrario no será posible olvidar. Pablo nos explica una manera de hacerlo: “Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:20, 21). Jesús amplía el concepto: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).
j) El perdón también significa velar por los demás
Al finalizar su libro y bajo la inspiración del Espíritu Santo, el escritor de Hebreos exhorta a todos los creyentes a que seamos guardianes de nuestros hermanos. El versículo que advierte sobre la raíz de amargura comienza con: “Mirad bien”.23 En el griego original es la palabra episkopeo, de donde procede el término obispo o sobreveedor. Esto implica que en el momento en que uno detecta que se ha sembrado semilla de amargura en el corazón de un hermano en Cristo, la responsabilidad es ir con espíritu de mansedumbre,24 y hacer todo lo posible para desarraigarla antes que germine.
Se requiere un compromiso profundo con Dios a fin de no caer en la trampa de la amargura. Cristo mismo nos dará los recursos para vivir libres del “pecado más contagioso”
1 La palabra “recuperar” no es la más adecuada porque da la impresión de que con el tiempo la amargura se soluciona por sí sola. Dejar pasar el tiempo jamás puede solucionar el problema del pecado. Sólo la sangre de Cristo limpia de pecado (1ª Juan 1:7).
2 Ver sección VI.
3 Se puede entender (no justificar) la actitud de los familiares porque ellos querían castigar al esposo de Silvia. Hay una gran diferencia entre consolar, proteger, ayudar, simpatizar y tomar sobre sí la ofensa. Proverbios 26:17 explica lo que pasa cuando se acepta como propia la ofensa de otro: “El que pasando se deja llevar de la ira en pleito ajeno es como el que toma al perro por las orejas”. El perro se vuelve enemigo si uno lo toma por las orejas; haría cualquier cosa para que la persona lo suelte. Cuando tomo sobre mí la ofensa de otro me vuelvo chismoso (porque la propago), juez (porque juzgo y condeno al ofensor), y dejo entrar amargura en mi corazón.
4 “…pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica” ––por más intelectual que parezca.
5 Proverbios 18:8; 26:20; 26:21
6 Números 16; Judas 11. Nótese que Coré invocó a “toda la congregación”, alegando que no solamente la mayoría sino también Dios estaba de su lado.
7 2ª Corintios 11:14.
8 La historia de Carlos nos recuerda la de David y Saúl. David empezó a representar una amenaza para su comandante cuando éste escuchó “…Saúl hirió a sus miles y David a sus diez miles… y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David” (1 Samuel 18:7, 9). La situación era cada vez peor: “…más Saúl estaba temeroso de David” (v. 12); “…y viendo Saúl que se portaba [David] tan prudentemente, tenía temor de él” (v. 15); “…tuvo más temor de David; y fue Saúl enemigo de David todos los días” (v. 29). La gran diferencia entre David y Carlos es que David no se amargó; incluso siguió honrando a Saúl por ser rey de Israel. La historia de David nos ofrece una verdadera riqueza de ejemplos (la mayoría positivos) para mostrar que basta la gracia de Dios, y que la amargura ni es inevitable ni es una opción para el creyente.
9 Distingamos entre enojo y amargura. Es cierto que el enojo pertenece al léxico de la amargura y es un factor contribuyente, pero el enojo también puede jugar un papel positivo en la vida del creyente. Existe el enojo santo y el enojo pecaminoso. El enojo no necesariamente es pecado (Efesios 4:26). Aun Cristo se enojaba (Marcos 3:5). El enojo santo debe estimular al creyente a la acción. ¡Pero acción bíblica! De lo contrario, aun cuando el enojo es justificado, a la larga se convierte en resentimiento y amargura, que sí son pecados.
10 La amargura es común entre esposos. Por tal motivo, tanto en consejos prematrimoniales y matrimoniales como también en seminarios, enseñamos el principio de "resolver hoy los problemas de hoy" (Efesios 4:26), no dejando pendiente nada que podría convertirse en resentimiento y amargura.
11 Mirando retrospectivamente y considerando que el chisme y la amargura van de la mano, debiéramos haber tratado con este pecado al principio. La Biblia dice “sin leña se apaga el fuego y donde no hay chismoso cesa la contienda” (Proverbos 26:20). Por eso Pablo instruye a Tito: “…al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación, deséchalo…” (3:10).
12 Romanos 12:19; Deuteronomio 32:35; Hebreos 10:30.
13 Existe la misma relación entre la amargura y el enojo, y una relación similar entre el enojo y el asesinato (Mateo 5:21–22).
14 Es lógico que ocurra porque la primera pareja principió esta práctica de culpar a otro. Eva echó la culpa de su pecado a la serpiente (Génesis 3:13), y Adán culpó a Dios (Génesis 3:12). Proverbios 19:3 afirma: "La insensatez del hombre tuerce su camino y luego contra Jehová se irrita su corazón."
15 Véase punto 5 – Perdonar a Dios.
16 No recomendamos que una persona pida “disculpas” sino que pida “perdón”.
17 1ª Juan 1:9; Salmo 32:1–5; 51; Proverbios 28:13.
18 1ª Juan 1:7.
19 Ver también Proverbios 17:9; 19:11; Mateo 18:21–22; Lucas 17:4; Colosenses 3:13; 1ª Pedro 4:8.
20 “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas.”
21 En partes de Centroamérica se llama “la goma”.
22 En mi libro Mi esposo no es cristiano, ¿Qué hago? expongo ideas de cómo actuar, y qué camino seguir en una situación así.
23 “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados” (12:15).
24 Gálatas 6:1.


El que se rebela contra el Padre celestial comienza a perder su vitalidad espiritual

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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El Mensajero Reprendido
Jonás 1:4–16

¿Qué sucede cuando algún siervo del Señor comienza a desobedecer? ¿Dios lo abandona? De ninguna manera. De la experiencia de Jonás aprendemos que por lo menos dos cosas acontecen. La primera es que se inicia un proceso de descenso. Todo va para abajo. Lo que le sucedió físicamente ilustra lo que le estaba aconteciendo espiritualmente: Jonás “descendió a Jope” (v. 3), entró en la nave (v. 3), “había bajado al interior de la nave” (v. 5), lo echaron al mar (v. 15) y descendió a lo profundo de él (2:3, 6). Su descenso físico representa su condición espiritual. El que se rebela contra el Padre celestial comienza a perder su vitalidad espiritual. Una desobediencia lleva a otra, y a otra, y a otra. Paulatinamente uno se va alejando del Señor. El ascenso no comienza sino basta que viene el arrepentimiento y la confesión del pecado de rebeldía.

LA DESOBEDIENCIA SIEMPRE RESULTA
EN DECADENCIA ESPIRITUAL


La segunda cosa es que el Altísimo comienza el proceso de reprender al siervo desobediente con el fin de llevarlo al arrepentimiento y la confesión. Nuestro Dios no acepta una negativa de parte de sus mensajeros. El siempre toma la iniciativa para lograr la rehabilitación del rebelde. ¿Qué hizo para reprender a Jonás y hacerlo un siervo útil? Envió una tempestad.

LA TEMPESTAD FUE EL INSTRUMENTO
DE LA REPRENSION


Jonás 1:4–16 relata todo lo que necesitamos saber acerca de la tempestad. Los versículos 4 y 5 introducen la tormenta y los personajes principales del drama que se desarrolla.

Jehová, el origen de la tempestad 1:4
En el versículo 3, Jonás actuó y en el 4 Jehová es quien se puso en acción. Jonás pensaba que todo estaba bien. Su plan se estaba realizando a las mil maravillas. La nave lo llevaría lejos de la presencia de Jehová. Terminó su problema; ya podía descansar. Por lo menos así pensaba. “Pero Jehová hizo levantar un gran viento en el mar”. Aquí tenemos un ejemplo del refrán que dice “el hombre propone, pero Dios dispone”. El profeta no contaba con la persistencia de Jehová para lograr que el siervo cumpliera su voluntad.
El texto dice literalmente que Dios envió un viento fuerte. El verbo empleado se utilizaba para describir al soldado que con toda su fuerza arrojaba una lanza. La acción divina fue deliberada. El viento provocó una tempestad de tal magnitud que la nave parecía partirse en dos; así dice el original.
Este es el primer milagro que el Señor usa para asegurar que se haga su voluntad. Aquí vemos que nuestro Dios es soberano y omnipotente. El usa todos los medios necesarios para reprender al rebelde y hacerlo obediente.

Los marineros, los más afectados por la tempestad 1:5a
El pecado de Jonás y el nuestro siempre afecta a otras personas. Ojalá no fuera así, pero esta verdad es ineludible. Mi pecado tiene consecuencias en los que me rodean. En este caso los tripulantes fueron los más afectados por la desobediencia de Jonás.
Estos hombres, muy avezados en asuntos náuticos reconocieron que esta tempestad era extraordinaria. Su intensidad era tal, que aunque por lo regular eran valientes, se llenaron de miedo. Nunca habían experimentado un viento tan severo. Siendo politeístas, creían que la naturaleza era controlada por los dioses. Sabían que algún dios había sido ofendido y que la tormenta era un castigo. Por eso, “cada uno clamaba a su dios”, esperando que uno de ellos se dirigiera al ofendido y su ira se aplacara. Su plan no dio resultado. La tormenta siguió y por eso se guiaban por el dicho “a Dios orando y con el mazo dando”. Ya que ningún dios contestó, hicieron todo lo que pudieron para remediar la situación. Echaron al mar la carga y los aparejos del barco.

Jonás, inconsciente de la tempestad 1:5b
Mientras que los marineros luchaban por remediar la situación, Jonás dormía tranquilamente en la bodega. Ni cuenta se dio del peligro. El vocablo usado indica que dormía un sueño muy profundo y una versión antigua agrega que roncaba. En esta condición no podía contribuir en nada a los esfuerzos para salvar el barco y a los que estaban a bordo. Aun menos podía darles el mensaje de que “la salvación es de Jehová”. El siervo rebelde se volvió inútil en las manos del Señor. Allí es exactamente donde el diablo quiere que nos encontremos. Inútiles para Dios y los hombres.

EL SIERVO REBELDE SE VUELVE INUTIL

¡PENSEMOS!

 Qué precioso es saber que Dios no se da por vencido cuando su mensajero se rebela. ¿Ha renunciado a hacer la voluntad clara de Dios para su vida? ¿Anda en rebeldía? Cuidado, porque él entrará en acción usando todos los medios necesarios para regresarlo a la obediencia.
 ¿Quiénes sufren las consecuencias de su pecado? ¿Cómo han sido afectadas otras personas por su rebeldía?
 ¿Siente apatía hacia los retos del servicio cristiano? ¿Qué de su celo evangelístico? ¿Está el diablo contento porque usted está en la bodega durmiendo en vez de estar en el mundo sirviendo?

Busque un hermano maduro y júntese con él durante esta semana para hacer una evaluación franca de su ministerio. ¿Se asemeja al de Jonás o está siendo instrumento útil en las manos del Señor?

LOS INSTRUMENTOS DE LA REPRENSION
1:6–12

La tempestad vino como un medio para visualizar la disciplina que el Señor aplica al siervo rebelde. Pero la naturaleza de la reprimenda es que debe ser de palabra. Una ilustración no es suficiente; tiene que haber conversación. Es interesante notar que en estos versículos Jehová no se dirige directamente a Jonás, la amonestación no viene directamente de él, sino de otros humanos. Es fascinante ver que los agentes no eran creyentes espirituales maduros, sino paganos. El Señor sabía que tendrían más impacto los comentarios de marineros incrédulos que las palabras de él mismo.

Reproche del jefe de la nave 1:6
En el versículo 6 el jefe de la embarcación es el instrumento que Dios usa para despertar al profeta. Su reproche vino primeramente en forma de pregunta: “¿qué tienes, dormilón? Este no es el tiempo de dormir sino de trabajar”. Después encontramos el mandato “levántate y clama”. En el original, se usan las mismas palabras de la comisión dada por Jehová: “levántate … y pregona”. ¡Qué reprensión tan fuerte! El Señor lo estaba reprochando por medio del jefe pagano, forzándolo a pensar en su comisión original.

Reproche de los marineros 1:7–12
Entre todos echaron suertes para identificar al culpable de haber ofendido a algún dios. El proceso reveló que Jonás era el responsable (v. 7). Desde este punto supieron que en él radicaba el problema y que la solución solo vendría por medio de él.
El mero conocimiento de este hecho no fue suficiente para los tripulantes ni para el Señor. En medio de la tempestad realizaron un juicio en que obligaron a Jonás a reconocer su culpa y decidir su propia sentencia. El interrogatorio que le hicieron fue el medio que Jehová utilizó para reprender a Jonás.
La primera pregunta está implícita en los versículos 7 y 8a. ¿Por causa de quién nos ha venido este mal? Las suertes ya habían revelado que el culpable era Jonás, entonces el propósito de la pregunta era obtener su confesión personal. En el versículo 12 encontramos la confesión del profeta y a la que siguieron cuatro preguntas (v. 8b) que tienen que ver con la identidad del mismo. Esto lo forzó a reflexionar sobre quién era, y provocó la convicción de su pecado.

1. ¿Qué oficio tienes?
Soy profeta de Jehová.
2. ¿De dónde vienes?
Vengo de renunciar a mi oficio. Huyo de la presencia de Jehová.
3. ¿Cuál es tu tierra?
Soy de la tierra de Israel que Jehová dio en promesa a su pueblo.
4. ¿De qué pueblo eres?
Soy hebreo, el pueblo unido a Jehová por pacto.

Estas respuestas no las expresó Jonás en forma verbal, pero suponemos que son las que vendrían a su mente. El sólo pensar en ellas traería arrepentimiento y convicción. Si era todo esto, ¿qué estaba haciendo allí? Su respuesta registrada en el versículo 9 es breve y evasiva. “Soy hebreo y temo a Jehová Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra”. Con esta respuesta se revela la identidad del Dios ofendido que ha causado la tempestad: es Jehová.

¡PENSEMOS!

 ¿Quién es usted? Elabore una lista de contestaciones a esta pregunta. Cada respuesta debe comenzar con la frase: “Yo soy …” A la luz de ella, conteste la pregunta: ¿Qué estoy haciendo? ¿Vivo y trabajo de acuerdo con lo que soy? Si no, arregle cuentas con el Creador y comience a vivir de acuerdo con lo que es.

La sexta pregunta (v. 10) tuvo que ver con la motivación de las acciones de Jonás. ¿Por qué había renunciado a servir a Jehová, el Creador de todo? No comprendían cómo alguien con un llamamiento tan elevado podía haber renunciado a él y andar en rebeldía. Esta postura les era inconcebible.
La última pregunta se relacionaba con la solución del problema (vv. 11, 12). Ya que su culpabilidad estaba comprobada, ¿qué debían hacer con él? “Queremos que tu mismo te impongas sentencia”, es lo que los navegantes decían con su pregunta. Jonás dictaminó la pena capital por ahogamiento. Por segunda vez, él se valió del mar para realizar su escape. La primera vez pensó que el mar lo llevaría lejos de la presencia de Jehová, ahora quería usar el mar para escapar definitivamente de su obligación con el Señor. En ambas ocasiones su plan falló.
Parece que el Altísimo logró su propósito en todo lo sucedido. Dios no deseaba que su siervo muriera; lo que quería era su arrepentimiento y confesión para que pudiera volver a utilizarlo como su portavoz a Nínive. Pero Jonás se sintió tan culpable que pensó que el único remedio era morir. Esta actitud se volvió a repetir posteriormente (Jonás 4:3 y 9).

LOS RESULTADOS DE LA REPRENSION
1:13–16


La reprimenda de Jonás por medio de la tempestad y los marineros hizo gran impacto especialmente en éstos últimos. A través de lo acontecido en los versículos 6 al 12, aprendieron mucho acerca de Jehová y Jonás. Su comportamiento reflejó ese nuevo conocimiento. A su vez, cada acción de los tripulantes se constituyó en una nueva reconvención para Jonás.

NUESTRO COMPORTAMIENTO DEBE REFLEJAR
NUESTRO CONOCIMIENTO


En los marineros 1:13–16
En primer lugar demostraron compasión por Jonás (v. 13). No querían que él muriera. Hicieron todo lo humanamente posible para salvarle la vida. Pero Jehová frustró su esfuerzo. ¡Qué paradoja! Los paganos muestran compasión hacia un siervo rebelde de Jehová, mientras que al mensajero no le importaba el destino de miles de ninivitas.
En el versículo 14 encontramos la segunda oración de los navegantes. En la primera (v. 5), “cada uno clamaba a su dios”. En esta, todos juntos “clamaron a Jehová”. La última frase de su plegaria es la más significativa. “Porque tú, Jehová, has hecho como has querido”. Esta es una confesión de la soberanía de Jehová y a la vez es una declaración de su sumisión a él. Los paganos reconocieron y se sometieron a la soberanía del Señor mientras que el siervo rebelde la rechazó e intentó frustrarla.
La tercera acción de los marineros se encuentra en el versículo 15. “Y tomaron a Jonás, y lo echaron al mar”. En este texto encontramos la obediencia. El Creador les había revelado por medio de Jonás lo que debían hacer: echarlo al mar. En este relato cumplen con su deber, en contraste con la desobediencia deliberada de Jonás. ¿Cómo se sentiría después de comparar la actuación de los paganos con su propio comportamiento? Creo que este es el clímax de la reprensión hecha al profeta rebelde.
Jonás no pudo apreciar el cuarto resultado, pues ya estaba en medio del mar cuando sucedió. Este se registró para reprender al pueblo que leyó el relato. Todo lo sucedido resultó en la conversión de los tripulantes. El milagro de la cesación inmediata de la tempestad los convenció de que debían temer solamente a Jehová. Los versículos 10 y 16 comienzan con las mismas palabras en el original: “aquellos hombres temieron”. La diferencia entre los dos textos es que el objeto del temor era distinto. En el versículo 10 temieron a la tempestad; en el 16, temieron al Dios que causó la tempestad. Se convirtieron en adoradores del Señor. Los paganos hicieron lo que él quería, mientras que su pueblo Israel persistía en su desobediencia y rebelión. La conversión de los navegantes serviría como reprensión al Israel duro de cerviz. En todo esto vemos que “la salvación es de Jehová”.

En Jonás 1:15a
¿Cuál fue el resultado para Jonás? Los agentes divinos lo echaron al mar y terminó en medio del agua pensando que todo acabaría. Sin embargo, Dios no había terminado con él. La reprensión fue completa pero su propósito no era destruir al rebelde. El Señor todavía tenía planes para él y lo iba a rehabilitar.

¡PENSEMOS!

 Haga una lista de los cuatro resultados de la reprensión en los marineros. En columna paralela escriba el contraste que se ve en Jonás. En una tercera columna anote su situación. ¿Se asemeja más a Jonás o a los marineros? ¿Cómo demuestra concretamente su compasión hacia los incrédulos? ¿Desde cuándo no ha orado entregando su ser al control de la soberanía divina? ¿Se caracteriza su vida por la obediencia? ¿En qué área necesita “convertirse” al Señor?


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