domingo, 17 de mayo de 2015

No tengas miedo. Yo soy el primero y el último, y estoy vivo. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre, y tengo poder sobre la muerte.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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El lienzo de Cristo diseñado en la atmósfera terrestre
Apocalipsis 1:12–18


Entre los diversos aspectos del Apocalipsis, es prominente el hecho de que este es un libro que trata sobre una Persona, Cristo mismo, quien es su tema central. El doctor G. Campbell Morgan observa: “Cualquier estudio de Apocalipsis que no se centre en Cristo y que no vea todo lo demás en relación con El, conducirá al lector a un laberinto sin salida.” Así las primeras cuatro palabras de Apocalipsis declaran su naturaleza y su propósito: “La revelación de Jesucristo.” No es “la revelación de Juan el teólogo”, sino la manifestación de Uno a quien Juan amaba tiernamente.

Tampoco se trata aquí de “las revelaciones”. Es el singular, no el plural el que se usa. Es “la Revelación”, en la cual hay muchas facetas. En el Apocalipsis, Cristo es más plenamente revelado y exaltado que en cualquier otro libro de la Biblia. Abundan las alusiones a Cristo, como en las veinte o más referencias a El como “el Cordero”. Una división amplia del libro sería esta:
          •      Cristo y sus santos (Capítulos 1–3)
          •      Cristo y el mundo antiguo (Capítulos 4–19)
          •      Cristo y el mundo nuevo (Capítulos 20–22).

En los evangelios vemos a Cristo sirviendo y sufriendo. En el libro de los Hechos lo vemos vivo para siempre, obrando a través de su Iglesia. En el Apocalipsis, es el Héroe supremo, que derrota a todos sus enemigos.

Al observar la lucha entre el bien y el mal y los puntos más críticos de este drama, recibimos con profundo aprecio la imagen de Jesús como el futuro ejecutor de la justicia divina y el dispensador de la retribución y de las recompensas. Aquí se hace la presentación del Rey y su reino, y de cómo el Rey toma por la fuerza lo que le corresponde.
Cristo es la clave del libro; el Espíritu Santo es nuestro guía y nuestra propia espiritualidad es la medida de la manera en que podemos apreciar el retrato de cuerpo entero de nuestro Salvador.

En muchos sentidos, el primer capítulo es uno de los más importantes del libro, puesto que en él se da un sumario de todo lo que va a ocurrir. Los nombres, títulos y símbolos que se dan de Cristo en este capítulo inicial son distribuidos y ampliados a través del libro.

Ningún otro libro de la Biblia descubre la presencia, la Persona y el poder del Señor Jesucristo como lo hace el Apocalipsis, que se declara como un panorama maravilloso de nuestro Señor mismo y no meramente de los sucesos relacionados con su triunfo. El libro se abre con Cristo como el revelador de sí mismo (1:1–3). Puesto que es la revelación de Jesucristo, el libro adquiere un significado superior y se hace inmensamente importante. Aquí El es descrito como la figura central, que posee las llaves del destino. A pesar de los demonios y los hombres malvados, Cristo avanza invencible a través del fascinante y veloz drama del libro. Tome nota de las presentaciones autoritativas de Cristo en los “Yo soy” del primer capítulo y compárelas con los “Yo soy” que da Juan en su evangelio.

Una de las características especiales de este primer capítulo es el cuadro auténtico que nos da de Jesucristo. Hay aquí un retrato que ningún artista ha sido capaz de pintar. El capítulo abunda en títulos y superlativos y los utiliza para describir a Aquél que no tiene comparación.

1. El prólogo (1:1–3)
No simpatizamos con el sistema modernista de interpretar el Apocalipsis. Su falsa afirmación de que Juan tomó la visión de su libro de la antigua literatura apocalíptica y que sólo nos da una mezcolanza del folklore pagano, es claramente contradicha por la declaración que hace Juan acerca del origen y el orden de lo que vio y escribió. El apóstol no nos ha legado una colección de visiones paganas cristianizadas. Al contrario: Cristo nos presenta un sumario de su triunfo final sobre todas las fuerzas que se le oponen. Como esta revelación es dada por Dios, es nuestra solemne obligación inclinarnos reverentemente mientras la estudiamos.

En el Apocalipsis encontramos lo que bien podríamos llamar una escalera con cinco peldaños:

                                                                       Dios
                                                            Cristo
                                              el ángel
                                     Juan
    los siervos de Dios

Dios le dio la revelación a Jesucristo, puesto que ésta se refiere a El. Cristo, a su vez se la dio a su ángel, después de lo cual los ángeles son prominentes en el libro. El mensajero angelical le comunicó la revelación a Juan. Juan entonces puso por escrito todo lo que recibió para la iluminación y edificación de los santos de todas las edades. Ese es el orden que se sigue hasta la conclusión: “Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” (22:6).

Nadie estaba mejor calificado que Juan para actuar como el canal autorizado de esta sublime revelación. Esto es evidente por lo que los evangelios relatan acerca de la intimidad de este apóstol con Cristo. Juan fue amigo íntimo de Cristo y muy amado por El. También se dice que él se recostaba sobre el pecho de Jesús. Y fue Juan quien escribió las palabras de Jesús concernientes a la capacidad del Espíritu para revelarles a los siervos de Cristo las “cosas que sucederán.”

Antes de seguir adelante en nuestro estudio es esencial que hagamos una pausa y nos preguntemos: “¿Estoy yo preparado espiritualmente para recibir bendición del Señor a través de la lectura de este gran libro?” Nuestra actitud humilde debe ser: “Enséñame tú lo que yo no veo; si hice mal, no lo haré más” (Job 34:32).

Para poderle transmitir esta revelación a Juan por medio de su ángel, Jesús utilizó símbolos (1:1). Es decir, usó figuras y señales para impartirle su conocimiento. En nuestro estudio de estos símbolos, debemos tratar de interpretarlos a la luz de su uso en otras partes de las Escrituras. Debemos comparar símbolo con símbolo y así protegernos de las extravagancias de interpretación en las que caen muchos expositores.

Debemos también considerar cuándo fue que Juan vio todas las cosas que escribió posteriormente en el Apocalipsis. El indica que se encontraba en la isla llamada Patmos (1:9) y que la revelación le fue dada allí durante cierto día del Señor, mientras El estaba en el Espíritu (1:10). Dos frases constituyen aquí una interesante combinación: “en la isla” y “en el Espíritu.” Evidentemente, las limitaciones geográficas de Juan no eran un obstáculo para su visión espiritual. Su oscuro calabozo no era capaz de cautivar su libre espíritu. ¿Así ocurre con nosotros? Cuando nos encontramos atrapados y confinados en circunstancias que nos aíslan de un mundo libre que se halla alrededor de nosotros, ¿nos sentimos más capacitados espiritualmente para comunicarnos con el cielo? En nuestra isla de restricciones, ¿estamos nosotros también en el Espíritu?

Hay dos maneras de interpretar “el día del Señor”. La interpretación común y corriente es que este día en particular era un domingo o primer día de la semana, el cual observaba Juan cuando le llegó la visión. Y ciertamente esta es una designación apropiada del día que se conoce como “domingo”, aunque dicho día no se designa así en ningún otro lugar de la Biblia. El primer día de la semana es el día de Cristo: el día de la resurrección, el día que el Señor ha separado para la adoración de su nombre y la predicación de su Palabra. Y en este día, el mejor de todos, cuando tenemos la oportunidad de hacer a un lado las cosas del mundo, podemos escuchar la voz de Dios y dedicarnos a la comprensión espiritual de su Palabra.

Otros eruditos creen que esa frase no se refiere al primer día de la semana, sino que significa “el día del Señor”, quizá con un sentido más profético. Estar “en el Espíritu” puede referirse a alguna clase de preparación por medio de la cual el Espíritu Santo proyectó la mente de Juan hacia el futuro, como lo declaraban los profetas del Antiguo Testamento cuando profetizaban acerca del día del Señor. Isaías 2:10–22, por ejemplo, es considerado como un resumen general de los capítulos 4 al 19 del Apocalipsis. Juan fue llevado hacia el futuro por el Espíritu hasta el terrible día de los juicios y se le hizo describir detalladamente lo que Daniel y otros profetas habían visto en general.

Puede ser que la solución se encuentre en armonizar ambos puntos de vista sobre el día del Señor. Mientras Juan meditaba un primer día de la semana, el Espíritu Santo capacitó a Juan para que pudiera ver el panorama del futuro y distinguir allí el día venidero del Señor.

Antes de dejar el prólogo debemos considerar dos frases más. Juan recibió una revelación de “las cosas que deben suceder pronto” (1:1). Esta palabra “pronto” lleva en sí el sentido de presteza o inminencia. Una vez que comience la acción habrá una sucesión rápida de eventos. No existe aquí la idea de que Juan esperara que todo lo que él predijo se cumpliría casi inmediatamente.

La misma idea está asociada con la declaración “el tiempo está cerca” (1:3). Afirma Walter Scott: “La profecía aniquila el tiempo y todas las circunstancias que intervienen, aun las opuestas, y lo coloca a uno en el umbral de su cumplimiento.” De acuerdo con nuestra manera de pensar, parece como si Dios estuviera deteniendo el cumplimiento de sus últimos propósitos esbozados en el Apocalipsis, pero tal demora no significa más que gracia a favor de un mundo condenado.

2. Las prerrogativas (1:4–11)
Con un estilo autoritativo, el apóstol Juan empieza esta sección con su propio nombre: “Juan, a las siete iglesias que están en Asia.” Igualmente enfática es la expresión que se encuentra en el versículo 9: “Yo Juan.” La palabra griega apostello significa “enviar” y describe a un mensajero comisionado para cumplir una misión importante. En este sentido se aplica este término a Cristo (Hebreos 3:1). Cuando Juan inicia la comunicación de la revelación enviada a él (1:1), trata de afirmar su autoridad como apóstol, o “enviado”. Lo que él está a punto de anunciar, no procede de su propia creación. Como mensajero enviado por Dios, Juan va a describir “todas las cosas que ha visto” (1:2). Con la expresión “Yo Juan” del versículo 9, el apóstol proclama la apertura del libro que contiene la segunda venida de Cristo. En la frase “vengo en breve” de 22:20, Cristo anuncia su propia venida.

El Señor Jesucristo se presenta en el versículo 4 como el “que es y que era y que ha de venir”. “El que es” se refiere al presente y nos recuerda la inmutabilidad de Dios. Por ser el Dios Inmutable, Cristo está capacitado para actuar con independencia en un presente cambiadizo y fugaz. “El que era” retrocede hacia el pasado y nos hace volver millares de años atrás. “El que ha de venir” nos lleva hacia adelante y nos hace recordar que lo que el Señor ha sido, continuará siéndolo para siempre. El es el mismo ayer, hoy y por los siglos.

Hay otra importante verdad en la salutación de Juan (1:4, 5). La preposición “de” se usa tres veces: de El (1:4), es decir, de Dios, el independiente, el que existe por sí mismo; de los siete espíritus los cuales están delante del trono (1:4). Por la designación “siete espíritus” podemos entender (como ya lo hemos explicado) la plenitud de poder y la diversidad de actividades del Espíritu Santo; de Jesucristo (1:5). De esta manera, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están ligados en la comunicación de esta revelación. Aquí, como en los demás lugares de las Escrituras, el Dios trino está obrando en perfecta unidad.

“Jesucristo, el testigo fiel” (1:5), le imparte fuerza al mandamiento del Señor a la iglesia de Esmirna: “Sé fiel hasta la muerte” (2:10). Su vida mostraba sus enseñanzas y mandamientos gráficamente. La descripción “Jesucristo el testigo fiel” demuestra la relación de Jesús con el Padre mientras el Salvador estaba en esta tierra. Como verdadero profeta, El nunca dejó de declarar todo el consejo de Dios. La palabra “testigo” describe a alguien que ve, sabe y por lo tanto habla, y es una palabra característica de Juan (quien la usa más de setenta veces en sus escritos).

“Jesucristo … primogénito de los muertos” (1:5) es un título maravillosamente descriptivo. “Cristo es tanto las primicias como el primogénito de los muertos,” dice Walter Scott. “El primer título indica que El es el primero en tiempo de la futura cosecha de los que duermen (1 Corintios 15:20, 23). El último título significa que El es el primero en rango de todos los que se levantarán de entre los muertos. ‘Primogénito’ es una expresión de supremacía, de preeminente dignidad, y no de tiempo o de secuencia cronológica (Salmo 89:27). Sin importar dónde, cuándo ni cómo entró Cristo en el mundo, necesariamente tomará siempre el primer lugar en virtud de lo que El es.” Dicho título también señala hacia la obra sacerdotal de Cristo.
“Jesucristo … el soberano de los reyes de la tierra” (1:5) retrata el aspecto de realeza dentro de la obra de Cristo. Los reyes de la tierra han sido siempre monarcas orgullosos y poderosos, y hasta el momento de la aparición de Cristo, ejercerán una fuerte influencia. Pero cuando Cristo venga para poner en función sus derechos soberanos, El tendrá el supremo dominio de todo. Todos los cetros imperiales serán destruidos y todas las autoridades opositoras serán desmanteladas. Como el Señor de señores, Cristo dominará sobre todos aquellos que ejerzan autoridad; como Rey de reyes, reinará sobre todos los que reinen. ¡Qué gobierno soberano le espera a esta caótica tierra!

“Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin” aparecen en 1:8, 11, pero muchos eruditos sostienen que la primera parte del versículo 11 no aparece en el texto original tal como lo escribió Juan. (El título habría sido tomado del versículo 8 y la frase “el primero y el último” vendría del versículo 17. Aquí nos encontramos con uno de esos divinos “Yo soy” que hacen resaltar la dignidad y la autoridad de Cristo. Alfa y omega, primera y última letras del alfabeto griego, sugieren que Cristo es el principio y el final de todo lo referente a los planes de Dios con relación a la humanidad. El es el primero y el último y todo lo que llena el intermedio.

Cristo aparece nuevamente en el versículo 8 como el Ser de los tres tiempos (como aparece en el versículo 4), pero esta vez, con dos adiciones: “el Señor”, “el Todopoderoso”. Estos títulos constituyen una conclusión apropiada para esta sección tan abundante en ellos. Con la manifestación del juicio sobre las fuerzas antagónicas del infierno y de la tierra y todo el odio que se había amontonado sobre los justos, es de mucha consolación contar con la revelación de la autoridad omnipotente del Señor, y otros recursos en los cuales apoyarnos desde el principio del libro.

Como veremos más tarde, las circunstancias en que vivirán los necesitados los obligarán a hacerle constantes demandas a tan poderoso nombre. Grandes poderes malignos tratarán de hundir al pueblo de Dios, pero el Todopoderoso estará presto a defenderlo. ¡La omnipotencia se enfrentará a esas fuerzas arrogantes y soberbias … ¡y triunfará! La gran pregunta del Apocalipsis es “¿Quién reinará?” Sólo hay una respuesta a esta pregunta crítica: El Señor Todopoderoso.

La revelación y la enumeración de las dignidades de Cristo figuran en la triunfante doxología de los redimidos (1:5, 6). Nuestros sentimientos son conmovidos profundamente y asciende nuestra adoración cuando meditamos en todo lo que el Señor es en sí mismo y de qué manera son aplicados sus atributos a favor de todos los suyos.

“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (1:5). La liberación está ya realizada, pero el amor de Dios continúa para siempre. “Como había amado a los suyos … los amó hasta el fin” (Juan 13:1). ¡Qué gran fortalecimiento trae a los redimidos de todos los tiempos el amor inconmovible y siempre presente del Redentor! Durante el período de la Tribulación, cuando el fuego de la persecución se amontone alrededor del pueblo de Dios que haya quedado sobre la tierra, ¡qué cantos de triunfo y de victoria entonarán los redimidos al descansar confiadamente en el amor de su Libertador!

“Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre” (1:6). Juan no olvida celebrar la alta dignidad de los redimidos. Cristo, cuya sangre y amor constituyen la base de nuestra confianza y descanso, ha hecho a su pueblo “un reino para ser sacerdotes para su Dios, su Padre”. La palabra original de la cual viene el término “reyes” aparece en singular: “reino”, lo cual está completamente de acuerdo con todo el libro, e indica que los redimidos no serán únicamente sujetos gobernados, sino que también ejercerán soberanía. Los santos han de reinar como sacerdotes. Ahora todos los creyentes ejercen las funciones sacerdotales aquí en la tierra (Efesios 2:18; Hebreos 13:15), pero el Apocalipsis prevé el ejercicio de un sacerdocio real.

Walter Scott pregunta: “¿Cuál es el significado de la dignidad real y la gracia sacerdotal? Zacarías 6:13 establece exactamente esta posición: ‘Se sentará y dominará en su trono, y habrá sacerdote a su lado.’ Como nosotros hemos de reinar con Cristo, el carácter de su reino determinará la naturaleza del nuestro. Nunca olvidemos nuestro elevado rango, ni actuemos por debajo de él en la práctica. Pensar en ello constantemente nos impartirá dignidad de carácter y nos mantendrá por encima del espíritu de ambición por el dinero que reina en nuestro tiempo (1 Corintios 6:2, 3).” ¡Sí, y notemos el orden: reyes y sacerdotes! Si queremos interceder con eficacia, debemos reinar constantemente en la vida. Cuando triunfemos sobre el mal interno y externo como reyes, entonces tendremos libertad y poder como sacerdotes para interceder por la causa de los perdidos y de las almas en pecado.

“A él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos” (1:6). En esta atribución de eterna gloria y dominio a Cristo, vislumbramos el cumplimiento de su gloria visible y su extenso dominio tal como lo anunciaran los santos del pasado. Conforme se va desarrollando la revelación, esta doxología aumenta en plenitud. Aquí es doble; en 4:11 es triple; en 5:13 es cuádruple; y en 7:12 es séptuple.

En el versículo 7 hallamos un testimonio sobre la segunda venida de Cristo. William Newell designa con toda razón este versículo como el primer gran texto del Apocalipsis. En 21:5 encontramos el segundo: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.” El glorioso advenimiento de nuestro Señor es presentado con la exclamación “¡He aquí!” de pie como centinela en el umbral mismo del libro.

Aquí Juan está haciendo énfasis en el regreso de nuestro Señor a la tierra. Esto es, su manifestación pública ante el mundo entero, que terminará con el establecimiento de su reino. Y todo ojo, en un momento u otro, presenciará su manifestación personal en público. Por la expresión “los que le traspasaron” podemos entender los judíos y también los gentiles. Es Juan quien nos hace recordar que fue un soldado gentil quien abrió el costado del Salvador (Juan 19:33–37).

Así lo expresa Walter Scott: “El vacilante y débil representante de Roma degradó la grandeza imperial su jactanciosa reputación de justicia inflexible al ordenar cobardemente que su augusto prisionero, a quien había declarado inocente tres veces, fuera azotado y crucificado.” Pero, ¿hay aquí una referencia especial a los judíos, ya que ellos aguijonearon a Pilato para que crucificara al Salvador (Zacarías 12:10)? Cuando el pueblo de Israel vea aparecer a Cristo, creerá en El, y cuando el verdadero amanecer haya llegado para los judíos que moren en la tierra, el pueblo experimentará su nuevo nacimiento como nación.

El gemido general de angustia por la venida del Hijo del Hombre no se debe perder de vista. No debemos limitar el terror a las dos tribus de Judá y Benjamín, ni tampoco a las otras diez tribus. La expresión usada aquí no es “las tribus de la tierra de Israel”, sino “todas las tribus de la tierra”. El anuncio profético que describe a los hombres escondiéndose en las cuevas de la tierra para no presenciar la ira del Señor, llega hoy a su realización (Isaías 2:19; 1 Tesalonicenses 5:2, 3; Lucas 21:34, 35). Entonces viene el doble asentimiento al testimonio profético: “Sí” y “amén”. Cristo viene, tanto para los judíos como para los gentiles, y para ambos grupos la Palabra de Dios permanece para siempre.

3. Su Persona (1:12–18)
En esta sección, Juan presenta una impresionante descripción de Aquél cuya voz él escuchó. Los símbolos de cargo y de personalidad dados aquí, se identifican con el Hijo del Hombre, quien es poseedor de una plena y completa divinidad. Las siete partes del retrato de cuerpo entero de Cristo son fáciles de discernir y todas las características (como lo indicaremos más detalladamente en nuestra próxima sección) están distribuidas entre las iglesias. Al seguir adelante, debemos observar que hay una vasta diferencia entre los sufrimientos pasados de nuestro Señor y su soberanía futura. ¡Al fin vemos al Cristo escarnecido coronado para siempre como Rey de reyes y Señor de señores!

El Apocalipsis trata sobre la Persona y el poder de Jesucristo, con múltiples símbolos sobre sus actividades, funciones y carácter. Aquí vemos a Jesús relacionado con el tiempo y con la eternidad, con judíos, con gentiles y con la iglesia de Dios. La parte del primer capítulo en la que queremos detenernos, es la que muestra a Cristo como el personaje celestial con apariencia humana. En El están combinadas la deidad y la humanidad y están maravillosamente mezclados lo celestial y lo terreno (1:9–18). ¡Qué enorme diferencia hay entre los pasados sufrimientos de nuestro Señor y su futuro reinado! Al fin vemos a Jesús (quien fue una vez objeto de vergüenza, escarnio y contradicción), coronado de honra y gloria.

A. Su vestidura y su cinto (1:13)
    En medio de los siete candeleros,
    uno semejante al Hijo del Hombre,
    vestido de una ropa que llegaba hasta los pies,
    y ceñido por el pecho con un cinto de oro.

La posición de Cristo—en medio de la Iglesia (simbolizada por los siete candeleros)—lo declara como la Cabeza y el centro de poder de la Iglesia.

El título de Cristo—el Hijo del Hombre—lo identifica con la humanidad y con el juicio.
La vestimenta y el cinto de Cristo declaran su autoridad real y también la majestad de su sacerdocio. Es una alusión a las bellas vestimentas de los sumos sacerdotes bajo el orden levítico e indican las cualidades personales y la posición oficial del Sacerdote.
La vestidura de Cristo le “llegaba hasta los pies”, pero no se los cubría. De otro modo, Juan no hubiera podido distinguirlos para inclinarse a adorar a su Señor, cuya forma glorificada estaba debidamente vestida. En el Calvario, Jesús fue desvestido y sobre su ropa echaron suertes, pero ahora aparece vestido con su bella túnica, como el gran Sumo Sacerdote. “Y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:2).

Cristo también estaba “ceñido por el pecho con un cinto de oro”. Cuando el cinto está alrededor de los lomos es indicación de preparación para el servicio (como en Juan 13:4, 5), pero cuando está ciñendo el pecho implica dignidad sacerdotal y juicio. El hecho de que el cinto es de oro, indica la divinidad de Cristo y su legítima dignidad real. El pecho bien puede implicar calma y reposo, o preparación para el juicio.

Juan no ve a Cristo vestido como Rey-Sacerdote ante el altar de oro con el incensario y el incienso ardiendo, sino que lo ve entre los candeleros con la despabiladera, como si estuviera revisando las lámparas del santuario para ver si pueden seguir alumbrando o si se veía en la necesidad de quitarlas de su lugar pronto. Todas las figures del lenguaje que siguen son una expresión de juicio; una revelación del Sacerdote, no en el altar con el incienso, ni siquiera junto a la lámpara con el aceite, para ver si era necesario llenarla, sino con la despabiladera en su mano para juzgar y limpiar los candeleros.

Esta visión inicial recibida por Juan, no se refiere a la gracia pastoral de Cristo, sino a su autoridad judicial. Esta es la razón por la cual el Apocalipsis debe ser visto como un libro de juicios. Las palabras “Juez” y “juicios” aparecen quince veces en todo el libro. Las siete iglesias se presentan como si estuvieran en el lugar de este juicio, el cual debe siempre empezar por la casa de Dios (1 Pedro 4:17). Si quiere una enumeración de los diversos juicios del Apocalipsis donde Cristo es Juez, tome nota del siguiente sumario:
    1.      Juicio de la historia terrena de la Iglesia (capítulos 2 y 3).
    2.      Juicio de las naciones rebeldes, especialmente las que adoraron a la bestia (capítulos 4–16).
    3.      Juicio del sistema de idolatría en la tierra (capítulos 17 y 18).
    4.      Juicio de la bestia, el falso profeta, los reyes y los ejércitos del Armagedón (19:19–21).
    5.      Juicio de la actuación que se le ha permitido al diablo sobre la tierra (20:1–3).
    6.      Juicio de las naciones salvadas (bajo equidad, paz y justicia impuestos) durante el milenio (20:4–6).
    7.      Juicio de los que se rebelan en la tierra al ser suelto Satanás (20:7–9).
    8.      Juicio de Satanás en el lago de fuego para siempre (20:10).
    9.      Juicio de los no salvos ante el gran trono blanco (20:11–15).
Cada uno de estos juicios venideros presenta un rasgo especial de Cristo en cada etapa.

B. Su cabeza y su cabello (1:14)
Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve.
La cabeza blanca de Cristo, descubierta, distinguía fácilmente a la Persona glorificada que era revelada. La blancura de la lana y de la nieve, usada por Isaías para describir la limpieza del corazón de las manchas del pecado (Isaías 1:18), simboliza aquí la pureza absoluta y también la existencia eterna del Salvador, cuya sangre derramada puede limpiarnos de lo vil del pecado y prepararnos para caminar con El en ropas blancas.

La majestuosa cabeza descubierta del Hijo del Hombre da la idea de experiencia madura y de sabiduría perfecta, acompañadas de una santidad inmaculada. Daniel tuvo una visión similar. Un “como anciano de días” estaba vestido de ropa blanca como la nieve y su cabello era como la lana limpia (Daniel 7:9).

La transfiguracón Cristo fue una anticipación de la visión de Patmos. Pedro, Santiago y Juan fueron testigos presenciales de la majestad de Cristo y se espantaron al ver que “resplandeció su rostro como el sol” (Mateo 17:2). Por un momento, ellos vieron su gloria, gloria como del unigénito del Padre.

Para nosotros, el cabello blanco es indicio de mucha edad, decadencia y proximidad a la tumba, pero eso no es lo que implica aquí el Apocalipsis, porque el que tenía la cabeza blanca en la visión de Juan es el inmutable, inmortal y eterno. Desde la eternidad hasta la eternidad, Jesucristo es el mismo y sus años no tienen fin.

Cristo siempre retiene la frescura y el vigor de su juventud. No obstante, siempre ha sido venerable en la eterna sabiduría y gloria que ha tenido con el Padre desde antes de la fundación del mundo. Juan, quien una vez contempló la cabeza y los cabellos de su Señor coronados con espinas, ahora los ve coronados con la diadema de la gloria del cielo.

C. Sus ojos como llama de fuego (1:14; 19:12)
    Sus ojos eran como llama de fuego.
La Biblia dice mucho acerca de los ojos del Señor, “porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra” (2 Crónicas 16:9) y están en todo lugar (Proverbios 15:3). Los ojos y la lengua tienen una connotación especial; los ojos del Señor, observando lo malo y lo bueno indican el discernimiento divino, su profunda penetración e íntimo conocimiento. En lo que respecta a la “llama de fuego,” representa el atributo del entendimiento perfecto y la capacidad de escudriñar los pensamientos, las intenciones y las motivaciones del corazón. Todas las cosas están expuestas ante aquellos ojos penetrantes y nadie puede escapar de su escrutinio.

Todos aquellos que vean al Señor a su regreso en gloria, verán sus ojos centelleantes como llamas de fuego (Apocalipsis 19:12). El Apocalipsis es un libro de fuego, porque en él se encuentra diecisiete veces la palabra “fuego”. Los llameantes ojos de Cristo siempre están fijos en las escenas de la vida humana; no se cansan de escudriñar los corazones de los hombres y el verdadero significado de todos los sucesos y las acciones de los seres humanos. Por eso quemarán todo lo que sea extraño y contrario a su mirada santa, cuando su poseedor vuelva a la tierra vestido con ropas ensangrentadas. “Todas las cosas están desnudas y descubiertas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).

Cuando Cristo estaba en la tierra, sus amorosos ojos a menudo se empapaban en lágrimas a causa de los pecados y sufrimientos de aquellos que lo rodeaban. Seguramente no hay ningún pasaje tan conmovedor en las Escrituras como aquel que describe la compasión de Jesús por la muerte de uno a quien El amaba: ¡Jesús lloró!

Pero los ojos que vio Juan aquí en Apocalipsis, no estaban rojos de llorar sino de juicio. Cuán agradecidos debiéramos estar de que a través de la gracia no tendremos que sufrir la mirada abrasadora de aquellos ojos que escudriñan y consumen todo aquello que se opone a la voluntad divina.

 
 
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Ustedes, prefieren adorar las piedras lisas del arroyo; a ellas les han llevado ofrendas de vino y de cereales. Y después de todo esto, ¿esperan verme contento?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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El profeta Isaías dijo del pueblo de Israel que se enfervorizaba “con los ídolos debajo de todo árbol frondoso” (Isa. 57:4). Por doquier había ídolos en Israel. Todos los tenían y los adoraban como si fueran dioses de verdad. La verdad es que nuestra época avanzada, tecnológica y científica no es menos idólatra que esa época más primitiva en la que vivían los lectores originales del profeta. Nuestra idolatría, nuestro paganismo, sí ha cambiado, ha evolucionado y hoy día en su manifestación exterior se ve disfrazado de progreso y desarrollo científico. Pero, es el mismo paganismo e idolatría que existían en Israel tantos miles de años atrás. Como veremos, esto es así porque el meollo del paganismo, del unismo, es lo mismo en toda era, sea cual sea el disfraz que le pongamos.
No obstante, lo que nosotros llamamos idolatría, los paganos lo llaman religión. Cualquiera que sea su manifestación, debe ser legítima siempre y cuando promueva la paz y el bienestar de otros. De hecho, el unismo pareciera ser la expresión religiosa más común. ¿Cómo puede ser el caso que el dosismo sea la verdad cuando la mayoría del mundo mantiene alguna manifestación del unismo?
Una vez yo estaba en una librería enorme en los Estados Unidos, leyendo una novela norteamericana. Había una muchacha a la par mía y me interrumpió para preguntarme sobre el libro que hasta el momento leía en perfecta paz ininterrumpida. Le respondí el título y la trama y porque el libro versaba sobre temas como el pecado, el perdón, el juicio y la restauración, me preguntó si yo era religioso. Le respondí que sí era cristiano. De repente me respondió: Bueno, yo soy atea. De ahí que entráramos en un diálogo de una hora y media. Mientras tomábamos un café y discutíamos las aseveraciones del cristianismo, ella me dijo desafiante: Bueno, Nicolás, si tu Dios es verdadero y único como dices, ¿por qué no creen en él más personas? Hasta ese momento yo le había intentado convencer que la raíz de que la incredulidad era el odio a Dios. Ella protestaba ardientemente que sin duda ella no odiaría a Dios, esto es, si él existiera. Me dijo que no tenía por qué odiarlo. Pero cuando me hizo esta pregunta, abrí mi Biblia y le pregunté si me permitiría leerle un pequeño texto de la Biblia. Me dijo que sí, y yo leí Juan 3:16–21:

  El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios. (Juan 3:18–21)

Antes de que pudiera explicarle el texto, el cual trata un asunto del corazón, que algunos aman a Dios, pero los que lo rechazan lo hacen porque aman las tinieblas, porque sus obras son malas, ella se enfureció y me comenzó a gritar, preguntando si yo pensaba que ella iría al infierno porque no creía en mi dios siendo ella una buena persona que hacía mucho por los pobres y que tenía una vida recta, mejor que muchos cristianos, etc. Yo, con mucha pena ajena, la callé lo más diplomáticamente posible. Pero cuando se tranquilizó, me dijo: Perdón. No es contigo. Le respondí: Yo sé que no es conmigo. Es porque odias a Dios. Me sorprende que te enojes tanto con un Dios que no existe. Ella se quedó callada.
Si ella me hubiera dicho que Zeus me iba a matar y mandar volando para el río Estigia, no perdería ni un minuto de sueño ni me perturbaría. ¿Por qué? Porque Zeus no existe ni me puede hacer daño alguno. No temo ni odio lo que no existe. Sin embargo, los que aseveran con toda su energía que Dios no existe, manifiestan un odio irracional si tienen razón. Pero, no tienen razón y este odio a Dios está profundamente arraigado en sus corazones. Este odio va de la mano con el unismo y es el impulso de su rechazo del Dios Creador y la edificación del imperio del paganismo. Nadie rechaza a Dios por falta de evidencia o conocimiento. En cambio, el rechazo a Dios es siempre un asunto del corazón. Es siempre por razones morales, y no intelectuales. El unismo pagano es la manifestación del amor a las tinieblas y la rebelión del hombre contra el Creador. Los hombres no quieren prestar adoración al Creador porque quieren adorarse a sí mismos. Cuando yo soy Dios, no hay lugar para otro. Pero esto sólo tiene sentido a la luz de una historia antigua.


fig. 1: La Mentira plantea la idea de que nuestro universo es un sistema cerrado, que todo lo abarca. Nada puede entrar desde afuera en el universo para influir en él porque no hay nada que exista fuera de este sistema. Si existiera un dios o una deidad, tendría que ser parte del sistema. La Mentira elimina toda distinsión esencial y niega que exista otra realidad que la que nosotros experimentamos en este universo.

fig. 2: El gran cambio es el cambio de la Verdad de Dios por la Mentira pagana. Este cambio no es inocente y conlleva consecuencias para toda la vida humana. El cambio de la Verdad por la Mentira es el del Creador por la criatura, y resulta siempre en un cambio religioso en el que la criatura honra y da culto a sí misma en lugar de Dios.


NO MORIRÉIS …

El conflicto entre el dosismo y el unismo es el conflicto entre la adoración a Dios y la adoración a la creación. El problema es que todos los hombres son unistas hasta que Dios los convierte a él, porque por naturaleza y nacimiento todos los hombres son pecadores y el corazón del pecado es la adoración propia.
En Romanos 1:16ss, Pablo habla del unismo y el dosismo, pero los llama la Mentira y la Verdad. Examinemos las partes esenciales de este texto. Primero veremos el texto de cerca y luego abordaremos la visión global que Pablo nos plantea (ver fig. 4 para una representación gráfica de lo que Pablo enseña aquí).
Así que la adoración está enraizada en el conocimiento verdadero de Dios, porque la adoración es una orientación del corazón hacia su Creador. Veamos que en este texto hay dos intercambios primordiales: 1) la Verdad por la Mentira; 2) la criatura por el Creador. Encajonada entre el primer gran cambio y el segundo hallamos la adoración (honraron y dieron culto). Esta adoración está en el centro del corazón del hombre.
Pablo utiliza tres verbos activos: cambiar, honrar y dar culto. No son un solo verbo activo (cambiar) y dos gerundios (honrando y dando culto) como está en la Reina Valera (1960), sino que se debe leer de la siguiente manera: “los cuales cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador (compare con la versión BLA). Primero, los hombres cambian “la Verdad de Dios” por “la Mentira”, no “una mentira”, sino la Mentira (ver la fig. 3). Esto es importante porque lo que quiere decir es que en el centro de la adoración y servicio religioso, de Dios o del paganismo, existe un paradigma fundamental que todo lo abarca y todo lo dirige en cuanto a la orientación religiosa del ser humano. Este paradigma es o la Verdad o la Mentira. Aquel que tiene en el centro de su corazón la Verdad adorará y servirá al Creador, en cambio aquel que tiene en el centro la Mentira adorará y servirá a la criatura y al final de cuentas se adorará a sí mismo como si fuese Dios.
¿Qué es la Mentira y qué es la Verdad? Para identificar estos dos conceptos (paradigmas que todo lo abarcan) y por qué resultan o en la adoración a la criatura o en la adoración a Dios, tenemos que dar un paso más hacia atrás, hacia el comienzo de todo.

  Génesis 3: Adán, la serpiente y la Antítesis
El origen de la Mentira es la tentación de nuestros primeros padres. La Biblia enseña que después de que Dios creó al mundo y todo lo que hay en él, “creó al ser humano, varón y hembra, con almas racionales e inmortales, dotados de conocimiento, justicia y verdadera santidad, según su propia imagen”. La confesión de fe de Westminster también afirma que “ellos tenían la ley de Dios escrita en sus corazones y el poder para cumplirla, y sin embargo, con la posibilidad de transgredirla, siendo dejados a la libertad de su propia voluntad, la cual estaba sujeta a cambio”. Al colocarlos en el huerto que Dios mismo había plantado, él les dio un mandamiento (aunque no fue el primero que les había dado, ver Gén. 1:28–30; 2:15): “De todo árbol del huerto podrás comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gén. 2:16–17). Dios les había dado todo el huerto, menos este árbol, y además se dio a sí mismo a ellos y todos los días caminaban con Dios y disfrutaban una intimidad con él de perfecta comunión y verdadero conocimiento y amor. Nunca se les ocurrió la idea de desobedecer a Dios, pues no conocían el mal, hasta el día en que la serpiente les propuso tal opción.
La batalla por el alma de la raza humana se dio en las mentes de Adán y Eva. Dios les había dado su palabra, pero un día la serpiente llegó y puso en duda todo lo que Dios había dicho, “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (3:1). Con una interrogativa sutil, tergiversando la Palabra original de Dios, la astuta serpiente comienza a atraer a la primera pareja. Aun Eva no puede reproducir exactamente lo que Dios ha dicho, “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis” (3:2–3). Pero Dios nunca dijo que no lo tocaran, solo que de él no debían comer. Y en medio de tanta confusión, la serpiente, quien según Jesús, era homicida desde el principio y el padre de mentira (Jn. 8:44), les cuenta la mentira: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (3:4–5).
La mentira original, de acuerdo a lo que dice Peter Jones, “niega la verdad de la Palabra de Dios y la existencia de un Creador trascendente, cuya Palabra hizo existir el mundo. Satanás, el intérlope, hace que Dios parezca ser el intérlope en vez del Creador soberano, el responsable de toda la belleza y complejidad de la creación”. La mentira original fue: no moriréis, porque seréis como Dios. La Septuaginta (LXX), la versión que usaban Jesús y los apóstoles, dice:

  … y dijo la serpiente a la mujer: No morirán de fijo, pues Dios hubo sabido que en el día que de él comieren, sus ojos serán abiertos y serán como dioses, conociendo el bien y el mal (traducción del autor de la LXX).

Fíjense en algunos detalles en este texto: 1) La serpiente sugiere fuertemente que Dios ya sabía cuando dio el mandamiento que el fruto realmente les era de gran provecho y que todo este tiempo les privaba de su destino y les impedía su potencialidad. Dios les había agravado desde el puro principio, pues les había negado algo bueno; 2) la LXX no traduce el hebreo, elojim, como Dios (ver RV1960), sino “como dioses”, en el plural. Si aceptamos que esta es la versión que Pablo tenía en cuenta cuando escribió la epístola de los Romanos, podemos ver como las palabras de la serpiente en la LXX socavan aun más la idea del Creador y Dios único, pues ellos también serían, no como el Dios único, sino como dioses. La serpiente completamente borra y quita toda distinción entre el Creador y su criatura racional. Ahora está a su alcance, no el ser como Dios, sino el ser como dioses ellos mismos.
Resulta que habiendo escuchado esta mentira, la promesa de la vida eterna y la deidad, y habiendo oído que al comer del fruto, sus ojos serían abiertos, la Biblia dice: “Y la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (3:6). Fíjate en la repetición de “los ojos”. Ella “vio” que el árbol era agradable a los “ojos” y que era codiciable para alcanzar la “sabiduría”, concepto que se asocia en la escritura con los ojos, o digamos, con el entendimiento y razón humanos. Podríamos sustituir los “ojos” por “la razón” o “el entendimiento” o “el parecer” de la primera pareja. Y para que nadie diga que Adán no tenía el mismo concepto, dice que dio a su esposo, “el cual estaba con ella” y comió. ¿En qué sentido estaba con ella? A lo mejor, tanto en persona a la par suya como en un mismo sentir en el acto.
La primera pareja cambió la Palabra de Dios por la de la serpiente; cambiaron la autoridad de Dios por la suya propia; cambiaron la gloria de Dios por la semejanza del hombre corruptible, es decir la gloria de Dios y su voluntad por la gloria humana, pretendiendo llegar a ser un dios con soberanía sobre su propio mundo. Fue esta gloria de deidad lo que la primera pareja buscaba, pues por eso Pablo dice que cambiaron la gloria de Dios en semejanza de hombre (Rom. 1:21). Esto hicieron ellos cuando cambiaron la adoración y obediencia al único y verdadero Dios, el Creador, por la adoración de dos nuevos dioses dentro de sí, determinando ahora para sí lo que era bueno y malo. Usurparon el lugar de Dios y ellos mismos comenzaron a definir y dar sentido a su propia realidad, lo cual resultó en la caída de la raza humana en pecado. Debido a este pecado, la raza humana se alejó de Dios, igual que sus primeros padres, y comenzaron a adorar y servir a la criatura en lugar del Creador, el cual es bendito por los siglos. Amen.


LA COLISIÓN DE DOS MUNDOS

Lo anterior es el significado de la caída y el origen del unismo. Una vez que el hombre hubo rechazado la distinción entre el Creador y la criatura, todas las demás distinciones también tuvieron que desaparecer, porque esta distinción es primordial y la base de todas las demás. Cuando hayamos rechazado la realidad de Dios, la única que nos queda es la creacional, o ésta que estamos viviendo. El universo se vuelve un lugar cerrado en el cual nada puede entrar desde fuera para influir en él, porque no hay nada que esté fuera. La posibilidad de Dios es negada. Si hubiera una deidad, tiene que ser parte del sistema, no afuera y distinta de él. El hombre tiene que volverse su propio dios, el soberano, el que determina el bien y el mal y la interpretación de todo. Desde el huerto, el unismo y el dosismo entraron en conflicto perpetuo. Esto se puede ver en la respueta de Dios a la serpiente. Él le dice:

  Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. (Gen. 3:15)

Esta declaración de guerra (entre la Mentira y la Verdad) es también una de victoria. Este texto ha sido llamado el proto euangelion, o el primer evangelio. La serpiente inició la guerra, pero Dios en el puro principio declaró la victoria, y el dosismo tiene que ser victorioso porque es la Verdad. Es la Realidad. Hay tres conceptos que guardan relación con esta lucha. El primero es el efecto de la caída en la humanidad, en su voluntad y en su intelecto. Este tema lo abordaremos en el capítulo seis. El otro es el daño que esta lucha ha ocasionado en la creación, el cual tocaremos en el capítulo siete. Finalmente, tenemos que desarrollar la solución que Dios da a la caída, al unismo, al pecado, en el Evangelio de su Hijo, Jesucristo. Este tema más importante lo veremos en el capítulo nueve.
En resumen, este concepto del dosismo definirá todo nuestro análisis de la cosmovisión de aquí en adelante así como también nuestra apologética (es decir, la aplicación de nuestra cosmovisión) a favor de la religión bíblica. Hasta ahora hemos hablado en términos muy generales de una “cosmovisión bíblica”. Pero este concepto es demasiado general y para poco sirve. Lo que precisa es una expresión más concreta e histórica de la religión bíblica. Esto nos lo ofrece el calvinismo confesional.

LA COSMOVISIÓN CALVINISTA

CÓMO EL CALVINISMO DIO AL SER HUMANO LA LIBERTAD

Toda cosmovisión no bíblica se caracteriza por la idolatría y rebelión contra Dios, su realidad, su Palabra y su soberanía sobre todo aspecto de la vida humana. Este principio primordial se desarrolla en toda la vida: el arte, la política, la familia, el trabajo y hasta la Iglesia. Es menester una visión de la vida que lo abarque todo si el creyente va a someter la vida entera y todo aspecto de su cultura al soberano Dios de la Biblia. El creyente tiene que ocuparse de los asuntos primordiales y más extensivos y esto es precisamente de lo que se trata el término alemán, Weltanschauung. Este término es la raíz de nuestra palabra cosmovisión. Weltanschauung, en alemán, significa una visión del mundo y la vida. Significa el conjunto de principios de una cultura en la que se ha formado e influye en toda la vida. El cristiano (toda la iglesia cristiana) se halla metido en una gran lucha por el alma. Es una batalla religiosa cultural que no puede vencerse sin un concepto de vida global y abarcador. Kuyper dice en su introducción a las Conferencias Stone que dio en la Universidad de Princeton:

  No hay duda, entonces, de que el cristianismo es amenazado por grandes y serios peligros. Dos sistemas de vida están luchando uno contra el otro en un combate mortal. El modernismo está obligado a construir un mundo de sí mismo con los datos del hombre natural y a construir al hombre mismo con los datos de la naturaleza; empero, por otro lado, todos aquellos que en reverencia doblan la rodilla ante Cristo y le adoran como el Hijo del Dios viviente y como Dios mismo, están constreñidos a salvar la «herencia cristiana».

Kuyper creía que esta fue la lucha principal en la que Europa y los Estados Unidos estuvieron inmersos. Yo creo que es la misma lucha que hoy día estamos peleando. En su día, el enemigo mortal de la Iglesia era el modernismo. Hoy enfrentamos al mismo enemigo, con el mismo principio de vida en rebelión contra Dios. Pero, hoy en día no se habla de “modernismo”, sino del “posmodernismo” o más bien, del “paganismo”. Kuyper argumentó que la única respuesta a estos desafíos se halla en lo que él llamó el calvinismo. A menos que volvamos al calvinismo, no habrá una esperanza verdadera de tener éxito en la batalla cultural.
Pero el concepto del calvinismo tiene en la actualidad varios problemas. Por ejemplo, cuando el nombre “calvinista” se escucha hoy, acarrea para sí el oprobio tanto de teólogos como de laicos. Estos mismos que calumnian este gran mover histórico, no se dan cuenta de que la fuerza histórica que nos dio la cultura occidental y todas las libertades y beneficios que de ella gozamos, fue el calvinsimo mismo. No obstante, lo que podemos ver en la historia es que en tanto que el nombre del “calvinismo” ha caído en desgracia, en gran medida por las teologías menos fieles a la Biblia (a saber, el arminianismo y todas sus formas, el liberalismo y todas sus manifestaciones modernas), también se ha perdido su principio impulsor que plasmó su forma de vida en el alma de Occidente.
Por ejemplo, hoy en día, es una creencia común que la libertad de consciencia del individuo es sagrada. ¿Qué poder debe tener algún gobierno para obligar a la consciencia del individuo a hacer algo inmoral? Todo nuestro sistema democrática, el concepto de una república, no nació de las viejas culturas de Grecia y Roma, sino de la Reforma protestante. Los ignorantes dicen que nuestra democracia moderna tiene sus raíces en la de Grecia y sus Ciudades-estado. Sólo tenemos que hacer un contraste histórico de dos hombres para ver que este principio de la libertad de la consciencia humana es un concepto protestante que en última instancia llega a ser un dogma cultural y religiosamente codificado por el calvinismo. ¿Quiénes son estos hombres? Son Sócrates y Lutero.

  Lutero y Sócrates
No sabemos nada de Sócrates (469–399 a.C.) que no haya registrado su más famoso pupilo, Platón. En su obra, La apología de Sócrates, Platón describe el famoso juicio de su maestro. Según la apología, Sócrates comenzó su carrera como filósofo después de una visita al oráculo de Delfos con su amigo de infancia, Querefón. Cuando llegaron al oráculo, fue Querefón quien le preguntó si había en el mundo un hombre más sabio que Sócrates. La respuesta del oráculo les sorprendió, pues dijo que ninguno. Al principio Sócrates no lo pudo creer, porque para él, no tenía sabiduría, “ni pequeña, ni grande”. De ahí que Sócrates fuera a comprobar lo dicho del oráculo. Fue y entrevistó a sabios. Después a los políticos y últimamente a los artífices. De lo que podía ver, no había ninguno que no presumiera de entender todo y por tanto mostraban su profunda necedad. Finalmente concluye que Apolo se había servido de su nombre para decir: “Mortales, el más sabio de vosotros es aquel que, a ejemplo de Sócrates, reconoce que nada es su sabiduría”.4
Fue por causa de sus enseñanzas que Sócrates fue falsamente acusado por Melito y otros. Él fue acusado de “corromper a los jóvenes, de no reconocer a los dioses del Estado y de introducir nuevas deidades”. Además, le acusaron de un tipo de sofismo, es decir, “de hacer de una mala una buena causa y de enseñar a otros cosas semejantes”. Los sofistas eran expertos en retórica y para ellos no importaba la verdad, sino el éxito del argumento. Enseñaban a la gente a argumentar a pesar de la veracidad de lo que defendían. Y lo que es peor es que cobraban mucho dinero por sus servicios. Esto se veía como una especie de estafa.
A pesar de dar una defensa elocuente, al final, Sócrates fue condenado y sentenciado a la pena de muerte. Pero en Atenas, cuando una persona era condenada a morir, la ley le permitía escapar de la muerte condenándose a sí mismo a una de tres penas: prisión perpetua, multa o destierro. Pero para Sócrates eso habría sido admitir su culpa, lo cual no quiso hacer. En cambio, dijo que él merecía una recompensa y los que le condenaban en contra de la justicia serían los que sufrirían el castigo que la verdad les impondría. Pero estando en la cárcel, su amigo Critón vino a convencerle de que huyera antes de su muerte, argumentándole que era más valioso vivir que morir. Pero Sócrates no podía huir ni retractarse, porque según él: “Los principios que profesé toda mi vida no me es dado abandonarlos hoy porque mi situación haya cambiado”.
Cuando Critón intentó convencerlo de que era condenado injustamente, la respuesta de Sócrates fue que lo importante no era el vivir, sino el vivir bien. Esto significa que lo que uno hace debe ser de acuerdo a la justicia y para Sócrates, salir de la cárcel contra la voluntad de los atenienses que le habían condenado, hubiera sido una injusticia más grave que la que cometieron ellos al condenarlo, pues sería devolver mal por mal o vengarse de un mal con otro. No queriendo salir de la cárcel, Sócrates murió cuando bebió una bebida con una mezcla de cicuta.
¿Por qué hubiera sido una injusticia que Sócrates escapara de la cárcel contra la voluntad de los atenienses, aunque los atenienses habían cometido una injusticia? Sócrates nos ayuda a entender el concepto que existía de la relación entre el ciudadano y el estado:

  ¡Cómo Sócrates! —replicarían las Leyes—… Di: ¿qué quejas tienes contra nosotras y contra la República, que así intentas derrocarnos? En primero lugar, ¿no somos nosotras las que te dimos vida? ¿No somos nosotras las que hemos regido la unión de tu padre y tu madre como también tu nacimiento? Di: ¿tienes que quejarte de aquellas de nosotras que regulan los matrimonios; las encuentras mal?… ¿O te quejarás de aquellas otras que atañen a la crianza del hijo y a la educación que recibiste?… Entonces, pues que a nosotras nos debes tu nacimiento, tu crianza y tu educación, ¿negarás que eres hijo nuestro, y aun esclavo, tú y tus mayores?

El concepto de la vida y del estado que tenía es que todo se le debe a la Patria, de tal manera que a la patria se le debe “más respeto, sumisión y consideraciones que a un padre”. A la patria y a sus leyes les debía la existencia misma y aunque no estaba de acuerdo con la condenación democráticamente impuesta, tuvo que someterse al cumplimiento de las leyes.
Fue por esto que platón odiaba la democracia y la llamaba una oclocracia que es el gobierno de las masas, algo que Platón menospreciaba. No es muy evidente lo que Sócrates creía sobre la democracia ateniense, excepto que fue su convicción que tenía que someterse a la palabra del pueblo. En este concepto, todo se le debía a la Ciudad, se le tenía que rendir toda obediencia, pues la voz del pueblo es la voz de Dios.
Esta no es la forma de democracia que el Occidente heredó. Más bien, la forma de democracia que fue heredada en Occidente tiene sus raíces en la Biblia y en la Reforma Protestante. Ahora dirigimos nuestra atención a Martín Lutero.
Todos los años el 31 de octubre, se celebra el día de la Reforma Protestante. Fue en ese día, la víspera de todos los santos, y el mismo día que Federico el Sabio ofrecía sus indulgencias, en el año 1517 que Martín Lutero, protestando por la venta de las indulgencias, clavó en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenburg, según el costumbre de la época, noventa y cinco tesis en contra del poder y eficacia de las indulgencias. Las tesis de Lutero pueden ser divididas en tres partes: 1) una protesta de los gastos propuestos con los fondos recaudados por la venta de indulgencias, 2) una negación del poder del Papa sobre el purgatorio y 3) una consideración del bienestar del pecador. Lutero se opuso a la opulencia de la construcción de la Basílica de San Pedro para albergar los huesos del venerado Apóstol. Lutero dijo:

  Los ingresos de toda la cristiandad están siendo chupados por esta basílica insaciable. Los alemanes se ríen de llamarla el tesoro común de la cristiandad. Dentro de poco, todas las iglesias, palacios, muros y puentes de Roma se edificarán con nuestro dinero. En primer lugar, debemos edificar templos vivientes, no iglesias locales, y sólo por último la de San Pedro, la cual no nos es necesaria. Nosotros los alemanes no podemos asistir a la basílica de San Pedro. Mejor es que nunca fuera construida que nuestras iglesias parroquiales fuesen despojadas. Sería mejor que el Papa comisionara un solo pastor bueno a una sola iglesia que conferir indulgencias a todas. ¿Por qué el Papa no edifica la basílica de San Pedro con su propio dinero? Es más rico que Creso. Sería mejor que él vendiera la basílica San Pedro y diera el dinero a los pobres, los cuales están siendo estafados por estos pregoneros de indulgencias. Si el Papa conociera las exacciones de los predicadores de indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro se redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas.

Si sólo hubiera atacado la basílica de San Pedro y las penas del purgatorio, Lutero no hubiera encontrado tanta resistencia. Empero, también atacó la eficacia del Papa de remitir por medio de las indulgencias los pecados. Lutero dijo que las indulgencias “intrigan en el perjuicio de la caridad y la verdad” (95 tesis, #74) y que “Es un disparate pensar que las indulgencias del Papa sean tan eficaces como para que puedan absolver, para hablar de algo imposible, a un hombre que haya violado a la madre de Dios” (95 tesis, #75). También difamó al Papa y su autoridad diciendo, “Decimos por el contrario, que las indulgencias papales no pueden borrar el más leve de los pecados veniales, concerniente a la culpa” y “Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo: “Paz, paz”; y no hay paz. Benditos todos aquellos profetas que dicen al pueblo: “Cruz, cruz” y no hay cruz” (95 tesis, #76, 92–93). Él termina sus tesis con esta palabra final:

  Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por seguir a Cristo, su cabeza, a través de penas, muertes e infierno. Y a confiar en que entrarán al cielo a través de muchas tribulaciones, antes que por la ilusoria seguridad de paz. (95 tesis, #94–95)

Lutero envió una copia de sus tesis a Alberto de Maguncia y Alberto se las envió al Papa León. Se dice que cuando el Papa leyó las tesis de Lutero comentó, “Lutero es un alemán borracho. Cambiará de opinión cuando esté sobrio”. Cuando Lutero se enteró que estaba bajo la interdicción papal, se atrevió a predicar esa misma semana en contra de ella. Durante todo el próximo año, Lutero dio una defensa de la doctrina agustiniana de la incapacidad humana (aun después del bautismo), desarrolló sus ataques en contra del papado y los abusos de Roma, se hizo cada vez más radical en su rechazo de las indulgencias y la penitencia, debatió con el Cardinal Cayetano y con Johann Eck. Pero en 1520, le llegó la bula papal Exurge Domine. La bula le dio sesenta días para retractarse. El Papa acusó a Lutero, en una carta a Federico el Sabio, de “[pervertir] a la fe, [seducir] a los sencillos, y [zafar] los lazos de obediencia, continencia y humildad”.
Desde su publicación el 15 de junio de 1520, la bula tardó tres meses en llegar a Lutero. Entretanto, la bula fue publicada en Roma y los libros de Lutero fueron quemados en la Piazza Navona. El 10 de octubre del mismo año, le llegó la bula y Lutero comentó en una carta:

  Esta bula condena a Cristo mismo. Me cita, no a una audiencia, sino a una retractación … La fe y la Iglesia están en juego. Me regocijo en sufrir por una causa tan noble. No soy digno de una prueba tan santa. Ahora me siento mucho mejor al saber que el Papa es el Anticristo.

Finalmente, Lutero respondió a la bula en un escrito titulado, Contra la execrable bula del Anticristo. Vale la pena citar a Lutero en extenso. Él escribió lo siguiente:

  He oído que la bula en mi contra se ha publicado por toda la tierra antes de llegarme a mí, porque siendo ella una hija de las tinieblas temió la luz de mi cara. Por esta razón y porque condena manifiestamente a artículos cristianos que yo tenía mis dudas que fuera en verdad de Roma o que fuera la progenie de aquel hombre de mentiras, disimulación, errores y herejía, aquel monstruo Johann Eck.… Entretanto voy a actuar como si León no fuera el responsable, no para que honre yo el nombre de Roma, sino porque no me considero a mí mismo como digno de sufrir cosas tan altas por la verdad de Dios. Pues ¿quien hay delante de Dios que estuviese más feliz que Lutero si fuera condenado desde un lugar tan grande y elevado por tal verdad tan manifiesta? Pero la causa busca a un mártir más digno. Yo, con mis pecados, me merezco otras cosas. Sin embargo, quienquiera que haya escrito esta bula, él mismo es el Anticristo. Yo protesto delante de Dios, nuestro Señor Jesucristo, sus sagrados ángeles y todo el mundo que con todo mi corazón yo disiento de la damnación de esta bula, que yo la maldigo y la execro como un sacrilegio y una blasfemia contra Jesucristo, el Hijo de Dios y nuestro Señor.

  … Pedro dijo que hay que dar una defensa por la fe que se tiene, pero esta bula me condena en propias palabras sin una sola prueba de las Escrituras, mientras que yo respaldo todas mis aseveraciones con la Biblia. Yo te pregunto, Anticristo ignorante, ¿pretendes tú con tus palabras desnudas prevalecer contra la armadura de las Escrituras? ¿Aprendiste esto en Colonia o Lovaina? Si todo lo que necesita es decir, “Yo niego, yo disiento”, ¿cuál necio, cuál asno, cuál topo, cuál madero no pudiera condenar igual? ¿No se ruboriza tu frente falaz que con tu fatuo humo tú resistes el rayo de la Palabra divina?… Soy capaz de distinguir entre el papel absurdo y la omnipotente Palabra de Dios.

  … Sea la bula de Eck o del Papa, es la suma de toda impiedad, blasfemia, ignorancia, impudencia, hipocresía, mentira—en una sola palabra—es Satanás y su Anticristo.

  ¿Dónde están ahora, o excelentísimo Carlos el Emperador, reyes y príncipes cristianos? Fueron bautizados en el nombre de Cristo, y ¿pueden ustedes sufrir estas voces Tártaras del Anticristo? ¿Dónde están, obispos? ¿Dónde, doctores? ¿Dónde estás tú que confiesas a Cristo? ¡Ay de todos que en estos tiempos viven! La ira de Dios viene sobre los papistas, los enemigos de la cruz de Cristo, y todos los hombres los deben resistir. Tú, pues, León X, ustedes los cardinales y los demás que están en Roma, les digo en la cara: “Si esta bula se ha emitido a nombre suyo, luego yo me apoderaré del poder que me ha sido dado en el bautismo, por el cual yo me hice un hijo de Dios y coheredero con Cristo, establecido sobre la roca contra la cual los portones del Hades no prevalecerán. Yo les hago un llamado a que retracten su blasfemia diabólica e impiedad audaz, y si no, todos mantendremos que tu silla está poseída y oprimida por Satanás, la silla maldita del Anticristo, en el nombre de Jesucristo, el cual tú persigues. Todavía no estoy persuadido que la bula sea del Papa, sino por aquel apóstol de la impiedad, Johann Eck.

Lutero termina su tratado con estas palabras:

  Si hay alguien que ha despreciado mis advertencias fraternales, yo estoy libre de su sangre en el juicio final. Es mejor que yo muera mil veces que retracte yo una sola sílaba de los artículos condenados. Y como me excomulgaron por el sacrilegio de la herejía, así yo los excomulgo en el nombre de la sagrada verdad de Dios. Cristo juzgará cuál excomulgación se mantendrá en pie. Amén.

Dos semanas después que publicó este tratado, Lutero publicó su tratado, La libertad del cristiano (o La libertad cristiana), en el que afirma que “el cristiano es libre señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie” y que “el cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos”. En un lugar, asevera:

  Esto aclara por qué la fe es tan potente y asimismo cómo existen buenas obras que puedan igualarse a ella. Ninguna obra buena se atiene a la Palabra divina como la fe, ni hay obra buena alguna capaz de morar en el alma, sino que únicamente la Palabra divina y la fe reinan en el alma. Tal como es la palabra, así se vuelve el alma, a semejanza del hierro que al unirse al fuego se vuelve rojo blanco como el fuego mismo. Vemos así que al cristiano le basta con su fe, sin que precise obra alguna para ser justo, de donde se deduce que si no ha menester de obra alguna, queda ciertamente desligado de todo mandamiento o ley, y si está desligado de todo esto será, por consiguiente, libre. En esto consiste la libertad cristiana: en la fe única que no nos convierte en ociosos o malhechores, sino antes bien en hombres que no necesitan obra alguna para obtener la justificación y salvación. Luego trataremos este punto con amplitud.

Porque la bula exigió una retractación, finalmente, Lutero aceptó y decidió retractar varias de sus aseveraciones. Dijo:

  Me equivoqué, yo lo confieso, cuando yo dije que las indulgencias eran “los píos que defraudaban a los fieles”. Retracto y digo, “Las indulgencias son los fraudes e impostores más impíos de los pontífices más viles, por las cuales engañan a las almas y destruyen los bienes de los fieles.

y

  Me equivoqué. Yo me retracto de la aseveración de que ciertos artículos de Juan Hus son evangélicos. Ahora digo que “No algunos, sino todos los artículos de Juan Hus que fueron condenados por el Anticristo y sus apóstoles en la sinagoga de Satanás”. Y en la cara, O santísimo Vicario de Cristo, yo digo libremente que todos los artículos condenados de Juan Hus son evangélicos y cristianos, y los tuyos son francamente impíos y diabólicos.

El día que los sesenta días caducaron, Lutero quemó la bula papal en público. Más tarde, dijo:

  Ya que han quemado mis libros, yo quemé los suyos. El Derecho Canónico fue incluido porque hace del Papa un dios en la tierra. Hasta la fecha sólo he vacilado con este asunto del Papa. Todos mis artículos condenados por el Anticristo son cristianos. Rara vez el Papa ha vencido a alguien con la Escritura y con la razón.

Al año siguiente, Lutero apeló la bula ante el Emperador y se presentó ante él en la Dieta de Worms. El 16 de abril de 1521, Lutero apareció ante el Emperador Carlos V, el cual reinaba sobre un imperio más extenso que cualquier otro emperador, salvo Carlomagno. Y delante de él, se quedó en pie un monje sencillo, hijo de un minero. El contraste fue severo. El uno con nobleza y poder; el otro despreciado y vulnerable. Sin embargo, Lutero entendía que tanto él como el Emperador tendrían que dar cuentas al mismo Dios.
Cuando comenzó la audiencia, Lutero fue examinado por un oficial del arzobispo de Trier, quien le confrontó con un montón de libros y le preguntó que si le pertenecían. Lutero respondió: Todos los libros son míos, y he redactado más. Cuando el oficial le preguntó, “Tú los defiendes todos o tal vez quiera retractar una parte? Lutero le contestó:

  Esto concierne a Dios y su Palabra. Influye en la salvación de las almas. De esto Cristo dijo: A cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos. Decir muy poco o demasiado sería peligroso. Le ruego, concédame tiempo para meditarlo.

El Emperador le dio hasta la mañana. En la mañana después de algún debate, Eck (no el mismo que promulgaba la bula) insistió: Yo te pido, Martín Lutero, responde francamente y sin vacilar, ¿repudias o no tus libros y los errores que ellos contienen? Lutero respondió con uno de los diálogos más famosos en la historia del mundo:

  A menos que se me convenza por el testimonio de la Escritura o por razones evidentes—puesto que no creo en el Papa ni en los concilios solos, ya que está claro que se han equivocado con frecuencia y se han contradicho entre ellos mismos—estoy encadenado por los textos bíblicos que he citado y mi consciencia es una cautiva de la palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme en nada, porque ni es seguro ni honesto actuar contra la propia consciencia. Que Dios me ayude. Amén.

La primera edición impresa de esta alocución añade las palabras, “Aquí estoy. No puedo hacer otra cosa”. El Emperador decidió proceder en su contra como “hereje declarado”, pero honró el salvoconducto que le había prometido.
Aquí nos corresponde contrastar a estos dos hombre que pusieron en riego sus vidas por lo que creían, Sócrates y Lutero. El uno se vio sujeto y vulnerable ante la voluntad de las masas; el otro se vio perseguido por la tiranía de Roma y los gobiernos semiseculares. Sin embargo, uno entregó su vida y sujetó sus principios voluntariamente a la voluntad del pueblo y las leyes del estado. El otro, se opuso al estado y a las autoridades, arriesgando la vida por causa de la verdad. ¿Cuál fue la diferencia marcada entre estos dos hombres? Para Sócrates, el Estado era dios; para Lutero, sólo el Dios vivo y verdadero de la Biblia era Dios sobre todo ser.
La cosmovisión de Sócrates permitía la soberanía del Estado sobre la consciencia humana. Al Estado se le debía toda obediencia, aun cuando el Estado estaba en lo incorrecto y cometiese injusticias. Fue el Estado que le dio su vida, crianza y educación, a saber, toda su existencia. Al mismo, se le debía su vida. El Estado estaba por encima de todos y la voz del pueblo era la voz de Dios. Como ya se ha observado, Platón despreciaba la democracia (o timocracia) ateniense. Él propuso una teoría de gobierno aristocrático alternativo en el que gobernaría un Filósofo-Rey, alguien criado por el Estado y dotado de todos los dones e inteligencias necesarias para regir al pueblo por su bienestar, siendo sobre ellos por su iluminación y dones superiores. Alejandro Magno, en la historia del mundo, llegó a ser este gran filósofo-rey, y resultó ser uno de los conquistadores y reyes más brutales, despóticos y sangrientos del viejo mundo.
En cambio, Lutero también se encontró cara a cara con el filósofo-rey de la cristiandad, el Papa de Roma. La Iglesia era todo y se había apoderado de un poder político y espiritual incuestionable y terrible. Lutero entendía los peligros. Pero no vio en la iglesia la fuente de la vida, la crianza o la educación. No fue ni el Estado, ni la Iglesia quien tenía todo poder o quien estaba por encima de todos, sino Dios por su Palabra. Fue la Biblia y sus doctrinas que permitieron que un monje pobre y sencillo se opusiera a los hombres más poderosos del mundo y ganara. En la Dieta de Worms, tuvo la oportunidad de salvarse el pellejo. En cambio, se sentó sobre la roca de la Palabra de Dios y promulgó una de las doctrinas más influyentes en toda la historia moderna: No puedo ni quiero retractarme en nada, porque ni es seguro ni honesto actuar contra la propia consciencia. Que Dios me ayude. Aquí estoy. No puedo hacer otra cosa. Amén.
Su consciencia no estaba encadenada a los hombres o sus leyes, sino a la ley objetiva de Dios, a la cual todo hombre se tiene que someter. El Papa no estaba sobre la consciencia del monje. El Emperador no tenía poder alguno para obligar la consciencia de un creyente, porque tanto el Papa como el Emperador y Lutero tenían que dar cuentas al mismo Juez Eterno, el Dios Hacedor de cada hombre. Sus puestos y su poder no les daban potestad de obligar a la consciencia en contra de la Palabra de Dios. Hay un solo Señor de la consciencia humana, que es Dios, hablando en y por su Palabra.
La imagen de Dios en Lutero fue la misma que estaba en el Emperador y en el Papa. Ningún hombre debía tener potestad sobre su prójimo en asuntos de la consciencia. Roma temía que esta doctrina de Lutero derrocara la autoridad de la Iglesia. Y no se puede negar que al comienzo tuvo, en varios sectores, una mala influencia. No obstante, esta doctrina dio a luz el mundo moderno. Este es un don que recibimos de la Biblia mediante la Reforma Protestante, no de las podridas ruinas de la democracia ateniense, las cuales sujetaron a la consciencia a la tiranía de la mayoría.

  De Lutero al calvinismo
No obstante los logros de Lutero, él no codificó este principio de la libertad de consciencia de tal manera que cambiara el mundo. Tampoco pudo el luteranismo librar a la iglesia de manera definitiva del estado. Indiscutiblemente, fue Calvino y sus herederos quienes dieron forma concreta a esta doctrina en la vida cotidiana, religiosa, política, artística y científica del hombre. Sólo dos ejemplos bastarán.
En Ginebra, Juan Calvino y Guillermo Farel se negaron a administrar la Santa Cena a los ciudadanos feudales en 1538. No querían acarrear el juicio de Dios a sí mismos, porque aquellos ciudadanos estaban metidos en una disputa sobre fiestas anuales que la ciudad-estado suiza de Berne quería adoptar en Ginebra. El Concilio de la Ciudad los desterró por insubordinación el 18 de abril, 1538. La disputa giraba en torno a la potestad del magistrado de determinar quienes podían participar de la Santa Cena. El meollo de la disputa fue la cuestión de si los ministros podían seguir las directrices de sus propias consciencias y autoridad, o si la iglesia sería sometida al estado bajo otra jerarquía política-religiosa. No estaba en juego nada menos que la independencia de la iglesia para obedecer a la Palabra de Dios sobre la palabra del hombre.
Al final, el Concilio pidió que estos pastores volvieran a Ginebra. Cuando Calvino volvió a Ginebra, exigió que se estableciera un cuerpo gobernante colegial de pastores y ancianos de la iglesia. Optó por una autoridad descentralizada e insistió en que la iglesia quedara libre de las interposiciones y el entremetimiento del gobierno político. Una iglesia libre de la influencia externa civil y jerárquica fue un legado que Calvino dejó al mundo y algo que ejerció influencia en el desarrollo de las naciones futuras y sus instituciones.
El republicanismo, sobre el cual una gran mayoría de las democracias modernas están basadas, fue el producto natural de la separación de la iglesia del poder del estado y de la doctrina de Lutero de la libertad de la consciencia y precedió la teoría de la separación de los poderes de Montesquieu por dos siglos. David Hall observa:

  La base lógica principal para esta autoridad dispersa fue una simple idea, pero bíblica: hasta el mejor de los líderes podía pensar egoísta y ciegamente, así que necesitaban una forma de corrección mutua y rendimiento de cuentas. Este tipo de pensamiento, ya incorporado a la esfera eclesiástica de Ginebra (escrito en las Ordenanzas Eclesiásticas de 1541) y derivado esencialmente de fuentes Bíblicas, anticipó muchos casos posteriores de federalismo político. La estructura del presbiterio ginebrino empezó a influenciar la política cívica ginebrina; a cambio, eso también promovió la separación de poderes y proveyó protección de la oligarquía.

La historia nos muestra cómo la propagación del protestantismo calvinista iba de la mano con el afloramiento de la democracia republicana y la mayor libertad de los pueblos.
Pero aunque Calvino, por su forma de implementar su teología y las doctrinas de la Reforma Protestante, cambió la cultura occidental durante los siguientes quinientos años, fue otro grupo de calvinistas, los herederos de Calvino, el que codificó la doctrina de la libertad de la consciencia, con todas sus importantísimas implicaciones culturales y religiosas. Ese grupo fue el de los presbiterianos de Escocia e Inglaterra del siglo XVI.

Como resultado de la guerra civil en Inglaterra entre el parlamento protestante y los papistas, surgió la Asamblea de Westminster. Entre otras cosas, esta asamblea produjo una confesión de fe y dos catecismos para las iglesias de Inglaterra y las de Escocia. Es en la Confesión de fe de Westminster donde hallamos la expresión más madura y poderosa del concepto protestante calvinista de la libertad de la consciencia. En el capítulo 20, De la libertad cristiana y la libertad de consciencia, la Asamblea confesó en XX.2:

  XX.2 Dios es el único Señor de la consciencia, por tanto, en asuntos de fe y adoración, la ha dejado libre de doctrinas y mandamientos humanos, que sean contrarios a su Palabra o añadidos a ella. De manera que creer u obedecer de consciencia tales doctrinas o mandamientos, es traicionar la verdadera libertad de consciencia; y el requerimiento de una fe implícita y de una obediencia absoluta y ciega, es destruir la libertad de consciencia y también la razón.

Para los presbiterianos calvinistas, sólo Cristo era Rey y Cabeza de su iglesia. Ningún hombre tenía potestad ilimitada sobre su prójimo. Hasta el mismo rey era solamente otro miembro ordinario de la iglesia. Fue el pastor Andrew Melville quien famosamente reprendió al rey Santiago VI en 1596 en el Palacio de Falkland, informando al monarca que la iglesia era el reino de Cristo, añadiendo, “cuyo súbdito el rey Santiago el Sexto es, de cuyo reino no es un rey, ni un lord, ni una cabeza, sino solo un miembro”. En la iglesia, ningún hombre estaba por encima de su prójimo, porque todos los hombres fueron creados a la imagen de Dios y Cristo reinaba sobre todos como Rey y Cabeza y Soberano en la Iglesia que es su Cuerpo glorioso. Por extensión, estos conceptos pasaron a la vida civil. Los presidentes y los líderes democráticos derivan su poder de la voluntad de los gobernados. No tienen un poder intrínseco en virtud del cual gobiernan. Y el pueblo, en su mayoría, aunque elige a sus mandatarios, no tiene tampoco un poder esencial, sino un poder derivado. En virtud de la libertad de la consciencia, la imagen de Dios, y el libre albedrío con los cuales Dios les dotó, y siendo sus criaturas, tienen todos los hombres una responsabilidad de ejercer su libertad responsablemente para la gloria de Dios y el bienestar de su prójimo. Todos rendiremos cuentas a Dios, tanto el rey como el súbdito, porque todos somos súbditos de Dios.
Estas ideas eran revolucionarias y en algún momento revolucionarían la historia del mundo cuando peregrinos presbiterianos salieran del viejo mundo hacia el nuevo buscando la libertad religiosa. En todo caso, estas ideas llegaron por medio de la Biblia y la aplicación particular que el calvinismo hizo de ella en la práctica de la vida humana. Podría dar muchos ejemplos más, y daré muchos en capítulos subsecuentes, pero por el momento, basta reconocer que sin la influencia del protestantismo calvinista, los hombres no habrían roto las cadenas de la tiranía, ni de la iglesia ni del estado.

¿QUÉ ES EL CALVINISMO Y POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE?

En tanto que hemos perdido el calvinismo, el Occidente ha perdido su alma y las poderosas fuerzas del paganismo del viejo mundo han ido derribando las estructuras sociales y espirituales que el calvinismo, a partir de la Reforma Protestante, estableció. La Iglesia en su lucha contra estas fuerzas modernas ha perdido mucho terreno en el campo cultural y se ve cada vez más arrinconada, sin voz ni voto en lo cultural. Los esfuerzos modernos por recuperar el alma del Occidente con su concepto de la libertad humana, la santidad de la vida, el lugar primordial del matrimonio y la familia nuclear, están fallando y seguirán fallando hasta que la Iglesia recupere el principio fundamental y el impulso poderoso que nos legó esta herencia teológica y filosófica. Este principio sólo se encuentra en el calvinismo y su sistema de vida que lo abarca todo (es decir, en su cosmovisión). Esto también dice Kuyper:

  Tan cierto como toda planta tiene una raíz, tan cierto es también que debajo de cada manifestación de la vida yace un principio escondido. Estos principios están interconectados, y tienen su raíz común en un principio fundamental; y de este último se desarrolla lógica y sistemáticamente el complejo total de las ideas y concepciones gobernantes que forman nuestra vida y cosmovisión. Con tal cosmovisión coherente, descansando firmemente en su principio y autoconsistente en su espléndida estructura, el modernismo ahora confronta al cristianismo; y en contra de este peligro mortal, nosotros, los cristianos, no podemos defender exitosamente nuestro santuario, sino presentando, en oposición a todo esto, una cosmovisión propia, fundada firmemente sobre la base de nuestro propio principio, producido con la misma claridad y brillo de una igualmente consistencia lógica.

La esperanza de nuestro futuro, el futuro de la Iglesia, de nuestras familias y de nuestros países radica en el alma y corazón del calvinismo. Esta es la única manifestación del cristianismo capacitada para entrar en guerra mortal con las fuerzas diabólicas de otros sistemas de vida (cosmovisiones) con visiones claras y que abarcan el mundo. Es la única cosmovisión cristiana que nos dará la victoria, puesto que el calvinismo no tan sólo se ha manifestado como una potente filosofía de la vida, sino también ha demostrado históricamente que sabe realizar su gran visión para la humanidad, lo cual ni el luteranismo ni el arminianismo han podido hacer. Fue el calvinismo que le restauró al hombre su dignidad, que le concedió al vulgo la libertad política, que fomentó grandes movimientos de educación pública y que sujetó al estado y al rey a su lugar por debajo de Cristo, como siervos de Dios y del pueblo y no al revés.
Kuyper tiene mucho cuidado por definir el calvinismo no como un movimiento puramente sectario, confesional o denominacional, sino en un sentido científico. Esto significa que él desarrolla sus implicaciones no sólo para la Iglesia, sino también para toda esfera de la vida humana y por lo tanto representa el calvinismo como un sistema total de vida. En sus conferencias, elabora su significado para la religión, la política, la ciencia y el arte y al final explica cómo deberá manifestarse en el futuro del mundo. Está involucrado en una lucha mortal por el dominio cultural y para el alma del mundo contra los otros grandes sistemas de vida que han influido en la historia humana: el paganismo, el romanismo y el islamismo (y en la actualidad, el modernismo y su hijo, el posmodernismo).

  El calvinismo como un sistema de vida
El calvinismo no es, como un sistema de vida, una mera teología o una simple filosofía. En cambio, es un complejo holístico que logró influir en toda esfera de la vida humana a fin de ser capaz de generar un mundo enteramente diferente dentro de nuestro mundo colectivo. Como hemos visto, la precondición de cualquier cosmovisión es su capacidad de plantear respuestas convincentes con respecto a ciertas preguntas primordiales. Estos conceptos son principios de actuación que rigen la formulación de una vida íntegra; son la base de un “sistema de principios que lo abarcan todo” y nos abastece de un sistema de vida unificador. Kuyper identifica tres relaciones fundamentales de la vida humana en las cuales cada cosmovisión localiza su principio madre o punto de partida fundamental.

          1.      Nuestra relación con Dios;

          2.      Nuestra relación con el hombre; y

          3.      Nuestra relación con el mundo.

Mientras que varios teólogos han identificado una multitud de preguntas primordiales que definen la cosmovisión, el genio de Kuyper es el que lo ha reducido a lo más básico: Dios, el hombre y el mundo.
Toda pregunta metafísica, epistemológica y ética pertenece a una de estas tres categorías y las tres están indivisiblemente relacionadas. Una cosmovisión tiene que proveer una respuesta convincente, consistente y única a estas tres relaciones. En la primera relación, es decir, nuestra relación con Dios, Kuyper localiza el gran punto de partida de nuestra cosmovisión, el cual es el principio madre del calvinismo que lo separa por siempre de todo otro sistema de pensamiento y vida.
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