jueves, 30 de julio de 2015

Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, de modo que todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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Preparación de sermones Expositivos
Mateo 3: 1-12

1      En aquellos días se presentó Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea,
2      diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
3      Pues éste es el anunciado por el profeta Isaías, cuando dice:
        Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor,
        Haced llanas sus sendas.
4      Y este Juan tenía su vestido de pelos de camello y un cinto de cuero alrededor de su           cintura, y su comida era langostas y miel silvestre.
5      Y acudían a él Jerusalem y toda la Judea, y toda la región en torno al Jordán,
6      y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
7      Pero al ver que muchos fariseos y saduceos venían a su bautismo, les dijo:                           ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la inminente ira venidera?
8      Dad, pues, frutos dignos de arrepentimiento,
9      y no digáis entre vosotros: A Abraham tenemos por padre, porque os digo que Dios             puede levantar hijos a Abraham de estas piedras.
10    Y ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, de modo que todo árbol que no da           buen fruto es cortado y echado al fuego.
11    Yo ciertamente os bautizo con agua para arrepentimiento, pero el que viene después           de mí es más poderoso que yo, cuyas sandalias no soy digno de llevar. Él os bautizará         con Espíritu Santo y fuego.
12    Tiene su aventador en la mano y limpiará bien su era. Recogerá su trigo en el                       granero y quemará la paja con fuego inextinguible.

En aquellos días se presentó Juan el Bautista, predicando en el desierto de Judea. La expresión “en aquellos días” es muy indefinida, y probablemente signifique solamente “en los días de la peregrinación terrenal de Cristo”. Para una nota cronológica más precisa, véase Lc. 3:1, 2. 

Si Juan, como Jesús (Lc. 3:23), tenía unos treinta años cuando hizo su primera aparición pública, y puesto que el Bautista era unos seis meses mayor que Jesús (Lc. 1:26, 36), y dado que Jesús probablemente haya iniciado su ministerio a fines del año 26 d.C. o a principios del 27, fue probablemente durante el verano del mismo año (junio–septiembre del 26) que Juan comenzó a predicar a las multitudes.

Todo tocante a Juan el Bautista era sorprendente: su repentina aparición, el modo de vestir, la alimentación, la predicación y el bautismo. El evangelista Lucas primero relata con gran detalle (1:5–25, 41, 57–79) la forma milagrosa en que nació Juan al sacerdote Zacarías y su esposa Elizabet, que también era de la línea sacerdotal. Luego, en una breve nota, Lucas cubre todo el período entre el nacimiento de Juan y el principio de su ministerio: “Y el niño crecía y se fortalecía en espíritu, y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel” (1:80). En aquel día, de repente allí estaba, completamente maduro, enfrentando una gran multitud, y recordando, con su asombrosa aparición, a Elías (1 R. 17:1).

Estaba predicando en el “el desierto de Judea”, expresión que indica las ondulantes tierras estériles que están entre la región montañosa de Judea por el oeste y el Mar Muerto y el bajo Jordán por el oriente, y que se extiende hacia el norte hasta cerca del punto en que el Jaboc desemboca en el Jordán. 

Es ciertamente una desolación, un vasto espacio ondulante de suelo gredoso cubierto de rocas, piedras partidas y guijarros. Por aquí y por allá se ve un matorral debajo de los cuales se arrastran víboras (véase v. 7). Sin embargo, es claro de Mt. 3:5 (cf. Jn. 1:28), que el campo de actividad de Juan se extendía hasta la ribera oriental del Jordán. Incluía toda la región alrededor, es decir, ambas riberas de esta parte del Jordán.

Predicaba diciendo: Convertíos … Su mensaje no era prolijo pero sí conciso, no era complaciente sino escrutador de la conciencia, no era lisonjero sino aterrador, por lo menos en un grado considerable. Predicaba la condenación inminente (véanse vv. 7 y 10), una catástrofe que sólo podía ser evitada por una conversión radical del corazón y la mente. 

La sustancia de su mensaje se da en el v. 2. La traducción en algunas versiones castellanas, “arrepentíos”—VM y RVR (cambiar de actitud, en la Versión Popular)—probablemente no sea la mejor. Ha sido denominada como: 

a. “infeliz” (W. D. Chamberlain), 
b. una traducción que “no hace justicia al original, puesto que da una prominencia indebida     al elemento emocional” (L. Berkhof), 
c. “una traducción terriblemente errada” (A. T. Robertson), y aun, d. “la peor traducción en       el Nuevo Testamento” (J. A. Broadus). 

Estoy de acuerdo con a. y con b., pero encuentro que c. y d. son demasiado duros para calificarla. ¡No es tan mala! La idea de arrepentimiento está definitivamente incluida en la concisa amonestación del Bautista. Enfatiza el genuino pesar por el pecado y una resolución sincera de romper con el mal del pasado (véase especialmente 3:6 y Lc. 3:13–14). Pero el arrepentimiento, aunque es básico, es sólo un lado de la moneda. Podría llamarse el aspecto negativo. El lado positivo es dar fruto (Mt. 3:8, 10). La palabra usada en el original al mismo tiempo mira hacia atrás y hacia adelante. Por lo tanto, la traducción “convertíos” probablemente sea mejor que “arrepentíos”. 

Además, la conversión afecta no sólo las emociones, sino también la mente y la voluntad. En el original la palabra usada por el Bautista indica un cambio radical de mente y corazón que conduce a un cambio completo de vida. Cf. 2 Co. 7:8–10; 2 Ti. 2:25. Esta insistencia en la conversión, ¿no hace que uno recuerde a Elías? (1 R. 18:18, 21, 37; Mal. 4:5, 6; Mt. 11:14; 17:12, 13; Mr. 9:11–13; Lc. 1:17).

Hay que destacar que aunque Juan atribuía una importancia considerable al bautismo, ya que bautizó a muchos y en consecuencia fue llamado “el Bautista”, no consideraba que este rito tuviera algún significado salvador sin el cambio de vida fundamental indicado por la conversión. Es en esto en lo que ponía mayor énfasis (véanse especialmente vv. 7, 8).

A la palabra “convertíos” Juan añade, porque el reino de los cielos está muy cerca. Este concepto del “reino de los cielos” será considerado detalladamente en relación con 4:23. 

Por el momento baste afirmar que Juan quería decir que estaba por empezar la dispensación en la que, a través del cumplimiento de las profecías mesiánicas, el reino de los cielos (o el reinado de Dios) en los corazones y vidas de los hombres comenzaría a manifestarse en una forma mucho más poderosa que nunca antes; en un sentido, ya había llegado. Había grandes bendiciones a disposición de todos los que, por gracia soberana, confesasen sus pecados abandonándolos para empezar a vivir para la gloria de Dios. 

Por otra parte, la condenación estaba por caer sobre los impenitentes. Como el soberano Señor, Dios estaba a punto de manifestarse más enfáticamente, tanto para salvación como para condenación. El Bautista enfatizaba lo segundo (vv. 7, 8, 10–12), aunque ciertamente no omitió lo primero (v. 12). Con el fin de huir del castigo y obtener la bendición, los hombres debían pasar por el cambio radical ya descrito.
Mateo continúa: 3. Este es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo:

         Voz de uno que clama en el desierto:
         Preparad el camino del Señor,
         Enderezad sus sendas.

Is. 40:3–5 describe simbólicamente la venida de Jehová con el propósito de conducir la procesión de judíos que regresarán con gozo a su tierra después de largos años de cautividad. En el desierto sirio, entre Babilonia y Palestina, había que preparar el camino para la venida del Señor. Por esto, el heraldo clama ante el pueblo:
En el desierto preparad el camino del Señor,
Enderezad en el desierto un camino para nuestro Dios.

Esta figura del heraldo, Mateo la aplica a Juan, como heraldo de Cristo. Al decir: “Yo soy la voz …”, el Bautista muestra que está de acuerdo con esta interpretación (Jn. 1:23). También lo está Jesús (Mt. 11:10). Esto muestra que la liberación otorgada a los judíos cuando, en la última parte del sexto siglo a.C. y después, regresaron a su país, era sólo un tipo de la liberación mucho más gloriosa que estaba preparada para todos los que recibieran a Cristo como su Salvador y Señor. En otras palabras, la profecía de Isaías acerca de la voz que clama no tuvo un cumplimiento total hasta que el precursor del Mesías y también el Señor mismo hicieron su aparición en el escenario.

El carácter apropiado de la aplicación de Is. 40:3 a Juan el Bautista es evidente por lo siguiente: a. Juan estaba predicando en el desierto (v. 1); y b. la tarea que se le había asignado desde los días de su infancia (Lc. 1:76, 77), sí, aun antes (Lc. 1:17; Mal. 3:1), era exactamente ésta, a saber, ser el heraldo o preparador del camino del Mesías. Iba a ser la “voz” del Señor al pueblo, todo eso, pero no más que eso (cf. Jn. 3:22–30). Como tal no solamente debía anunciar la venida y presencia de Cristo, sino también exhortar al pueblo a preparar el camino del Señor, esto es, por la gracia y el poder de Dios efectuar un cambio completo de mente y corazón (véase v. 2). 

Esto significa que ellos deben enderezar sus sendas, significando con ello que deben proporcionar al Señor un libre acceso a sus corazones y vidas. Deben enderezar lo que estaba torcido, o que no estaba en conformidad con la santa voluntad de Dios. Deben quitar todos los obstáculos que habían arrojado a su paso; obstrucciones tales como la justicia propia, la presumida satisfacción (“Tenemos a Abraham por padre”, v. 9), la avaricia, la crueldad, la extorsión, etc. (Lc. 3:13, 14).

Es evidente que en Isaías y en la predicación de Juan tal como la relata Mateo, “el desierto” a través del cual hay que preparar camino para el Señor es, en último análisis, el corazón del pueblo que estaba inclinado a todo mal. Aunque el sentido literal no está ausente, queda incluido en lo figurativo. La idea básica es ciertamente el desierto literal. “Pero la vista misma del desierto literal debe haber tenido un efecto poderoso sobre el corazón estúpido y endurecido de los hombres, llevándoles a percibir que estaban en un estado de muerte, y a aceptar la promesa de salvación que se les había extendido” (Juan Calvino sobre Mt. 3:3).

El modo de vida de Juan el Bautista se describe de la siguiente manera: 4. Y Juan tenía un vestido de pelo de camello y un cinto de cuero a la cintura; y su comida era langostas y miel silvestre. El largo vestido de Juan, tejido de pelo de camello, nos recuerda algo el manto de Elías, aunque hay una diferencia en la descripción (cf. Mt. 3:4 con 2 R. 1:8). 

La tosca vestidura podría haber sido considerada como simbólica del oficio profético. Zac. 13:4 (cf. 1 S. 28:14) parece señalar en ese sentido. En todo caso, un vestido así de rústico era adecuado para el desierto. Era durable y económico. Jesús hace mención especial del hecho de que Juan no usaba ropa fina (Mt. 11:8). No fue criado como lo fuera un pequeño señorito, y jamás llegó a ser un modelo de elegancia. 

La ruda vestimenta del Bautista armonizaba con su mensaje. ¡Imagínese a un “hombre de vestidos delicados” (Mt. 11:8) como un Bussprediger, predicador del arrepentimiento! La vestimenta ruda armonizaba con el papel de este severo predicador. El cinto de cuero en su cintura no sólo evitaba que se le volara la túnica suelta y que se le rasgara, sino que también le facilitaba el caminar. En esta conexión véase también C.N.T. sobre Ef. 6:14.

El alimento de Juan era tan sencillo como su vestidura. Se mantenía con langostas y miel silvestre, evidentemente el tipo de comida que se podía encontrar en el desierto. La miel del tipo que se encuentra en estado silvestre no es problema. No era un simple endulzante (el azúcar, como la conocemos ahora, era algo más bien raro) sino un alimento. En el desierto se podía encontrar bajo las rocas o en grietas debajo de las rocas (Dt. 32:13). Es bastante conocido el papel que tuvo la miel en las historias de Sansón (Jue. 14:8, 9, 18) y de Jonatán (1 S. 14:25, 26, 29), de manera que no requiere mayor explicación.

Pero, ¡langostas! Es muy posible que uno se estremezca ante la sola idea de comerlas, quitándoles patas y alas, y tostándoles el cuerpo o asándolo para comerlo con un poco de sal. Sin embargo, es claro de Lv. 11:22 que el Señor permitía—y por implicación, alentaba—a los israelitas a comer cuatro tipos de insectos que nosotros popularmente llamamos “langostas”. Aun en la actualidad ciertas tribus árabes los disfrutan. Y, ¿por qué no? El dicho latino “De gustibus non disputandum est” (los gustos no deben ser motivo de disputas, o el dicho como se conoce más en español: En cuestión de gustos nada se ha escrito) aún tiene vigencia. Los que se deleitan comiendo camarones, mejillones, ostras y patas de ranas no debieran sentir prejuicios contra los que comen langostas.

Sin embargo, no es necesario concluir que el v. 4 nos da un resumen completo de la dieta del Bautista. El punto principal es que por medio de su sencillo modo de vida, evidente con respecto al vestido y la comida, Juan hacía una protesta viva contra el egoísmo, el desenfreno, la frivolidad, la negligencia, y la falsa seguridad con que mucha gente se estaba precipitando hacia su propia condenación, y lo hacían con el juicio tan cerca de ellos, a la mano (véanse vv. 7, 10, 12; cf. Mt. 24:37–39; y Lc. 17:27–29).

La poderosa y valiente predicación de Juan era efectiva: 5. Entonces salía a él Jerusalén, y toda Judea y toda la región de alrededor del Jordán. En cantidades muy grandes, salían a ver y a oír a Juan la población de Jerusalén, los residentes de Judea en general, y los que vivían a ambos lados del Jordán (véase sobre el v. 1). Todos lo consideraban profeta (Mt. 21:26). Continúa: 

Al confesar sus pecados ellos eran bautizados por él en el río Jordán. ¡Sin confesión de pecados no había bautismo! Para los que en verdad se arrrepentían de su estado de maldad y de su mala conducta, el bautismo (nunca un carisma que opera independientemente) era un signo y sello visible de la gracia invisible (cf. Ro. 4:11), la gracia del perdón y de la adopción en la familia de Dios.

Contrario a la opinión de algunos, que creen que no había conexión entre el bautismo de prosélitos—esto es, el bautismo de gentiles que se convertían al judaísmo—y el bautismo de Juan, la teoría opuesta parecería tener de su parte el peso de la evidencia. La fecha en que vivió el Rabino Hillel puede fijarse con toda confianza en la segunda mitad del primer siglo a.C. y el primer cuarto del siglo d.C. El Rabino Shammal era contemporáneo suyo. Sus respectivos seguidores daban respuestas contradictorias a la pregunta: “¿Es posible que un no judío que se hace prosélito la tarde anterior a la Pascua participe de la cena pascual?” La escuela de Shammal respondía que ese convertido “debía tomarse un baño” y entonces podía participar. 

La escuela de Hillel negaba esto. ¿No es razonable creer que estas dos respuestas contradictorias señalan hacia los dos maestros en oposición? Por lo tanto, parece que el bautismo de prosélitos precedía al bautismo proclamado y administrado por Juan el Bautista. Además, hay otra razón por la que es difícil creer que el bautismo de Juan y el bautismo cristiano, que lo siguió de inmediato, que en cada caso simbolizaban un cambio radical y de una vez para siempre en el estilo de vida, hayan precedido históricamente al bautismo de prosélitos. ¿Es concebible que éste, como ritual judaico, pudiera haberse copiado por los judíos de algo similar que se practicaba entre los cristianos, sus más aborrecidos enemigos? Conclusión: “El bautismo de prosélitos tiene que haber precedido al bautismo cristiano”.

Como ya se ha indicado en forma implícita, el bautismo de prosélitos no era un rito ceremonial que se repetía constantemente, sino un acto legal que se celebraba una sola vez y por el cual la persona era recibida en la comunión religiosa del judaísmo. En consecuencia, cuando en forma similar Juan el Bautista exhortó a los judíos que se convirtieran y se bautizaran, ellos deben haber estado conscientes del hecho de que tal bautismo, si se recibía en la forma correcta, simbolizaría una renuncia definitiva y pública a su modo anterior de vida. 

Lo que era nuevo y sorprendente para los que oían al Bautista no era el rito del bautismo como tal, como símbolo del cambio radical, sino más bien el hecho de que tal transformación fundamental y su signo y sello se requerían no sólo de los gentiles que adoptaban la religión judía, como en el caso del bautismo de prosélitos, sino ¡aun de los hijos de Abraham! ¡También ellos eran inmundos! ¡Ellos también debían reconocer esto francamente! ¡También ellos tenían que experimentar un cambio básico de mente y corazón!

Sin embargo, muchos confesaron sus pecados y fueron bautizados en el río Jordán. Por supuesto, no podemos juzgar qué porcentaje de ellos aceptaron el bautismo con buena conciencia, ni qué proporción se bautizó sin sentir un genuino pesar de corazón. El v. 7 nos muestra que había un peligro definitivo de hipocresía. Pero cuando vio a muchos de los fariseos y saduceos que acudían a bautizarse, les dijo: “¡Camada de víboras!”


Fariseos y saduceos
Su origen

Es oscuro el modo exacto y la fecha exacta en que surgieron estos partidos. Sin embargo, hay razones para creer que los fariseos eran los sucesores de los hasidhim, esto es, los píos o santos. Estos eran los judíos que, aun antes de la revuelta de los macabeos y durante ella, se habían opuesto a la adopción de la cultura y las costumbres griegas. 

Es comprensible que mientras que los macabeos en su lucha heroica fueron motivados principalmente por motivos religiosos, que tuvieran el pleno apoyo de los hasidhim; pero que, especialmente en los días de Juan Hircano y los que le siguieron, cuando el énfasis de los gobernadores judíos se desplazó de lo religioso a lo secular, los hasidhim perdieran el interés y se retiraran o también se opusieran activamente a los descendientes de las mismás personas a quienes con anterioridad habían apoyado. Los fariseos, que significa separatistas, en su origen bien pudieron haber sido los hasidhim reformados o reorganizados bajo otro nombre. 

Ellos se apartaron no solamente de ios paganos, de los publicanos y pecadores, sino también en general de las multitudes judías indiferentes, a quienes en forma burlona denominaban “la gente que no conoce la ley” (Jn. 7:49). Trataban árduamente de no contaminarse o mancharse por la asociación con alguien o algo que pudiera dejarlos ceremonialmente impuros.

En muchos aspectos los saduceos eran exactamente lo opuesto a los fariseos. Eran los tolerantes, los hombres que, aunque en forma ostentosa se aferraban aún a la ley de Dios, realmente no eran hostiles a la difusión del helenismo. Eran el partido sacerdotal, el partido al que generalmente pertenecían los sumo sacerdotes. 

No es sorprendente que fuera común derivar el nombre saduceos de Sadoc, etimología que podría ser correcta. Este Sadoc fue el hombre que durante el reinado de David compartió el sumo sacerdocio con Abiatar (2 S. 8:17; 15:24; 1 R. 1:35), y fue hecho sumo sacerdote único por Salomón (1 R. 2:35). Los descendientes de Sadoc habían retenido el sumo sacerdocio hasta los días de los macabeos.

Oposición mutua entre ellos

En Hch. 23:6–8, se presenta claramente un punto importante en que chocaban los dos partidos:
“Entonces Pablo, notando que una parte era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga. Cuando dijo esto, se produjo disensión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. 

Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas”. Por medio de Josefo sabemos que los saduceos negaban la inmortalidad del alma además de negar la resurrección de los muertos. Sostenían que cuando el cuerpo moría también moría el alma.
Otro punto que los dividía tenía que ver con el canon. 

Los fariseos reconocían dos criterios o normas de doctrina y disciplina: el Antiguo Testamento escrito y las tradiciones orales. En cuanto a éstas, ellos creían que estas adiciones (en realidad con frecuencia eran más bien interpretaciones peculiares de la ley) a la ley escrita habían sido dadas por Moisés a los ancianos y luego se habían transmitido oralmente a través de las generaciones. Daban tanta importancia a estas tradiciones que con frecuencia, con el énfasis puesto en ellas, “dejaban sin efecto la palabra de Dios” (Mt. 15:6; Mr. 7:13). Por el contrario, los saduceos nada aceptaban sino las Escrituras. Estimaban que el Pentateuco era superior a los profetas, etc.

Finalmente, si se puede confiar en Josefo, quien a la edad de diecinueve años se unió a los fariseos en forma pública, había otro agudo contraste: los fariseos creían no solamente en la libertad del hombre y en su responsabilidad con respecto a sus propias acciones sino también en el decreto divino; los saduceos rechazaban el decreto (Josefo, Guerra judaica, II. 162–166; Antigüedades XIII. 171–173, 297, 298; XVIII. 12–17).

Cooperación entre ellos

A pesar de las diferencias tan notables, básicamente muchos de estos fariseos y saduceos estaban en perfecto acuerdo, porque en último análisis ambos trataban de lograr la seguridad por sus propios esfuerzos: sea que esta seguridad consistiera en posesiones terrenales a este lado de la tumba, como ocurría con los saduceos, muchos de los cuales eran ricos terratenientes o beneficiarios del comercio realizado en los atrios del templo o ambas cosas; o, al otro lado de la tumba (por lo menos también al otro lado) como era el caso de los fariseos que con todas sus fuerzas trataban de abrirse paso hacia el cielo. En ambos casos la religión era una conformidad exterior, por medio del esfuerzo propio, para lograr un cierto nivel.

Por lo tanto, no debiera ser motivo de sorpresa que cuando Jesús apareció en el escenario de la historia con su énfasis en la religión del corazón y en Dios como el único autor de la salvación, fuera rechazado por ambos grupos: por los fariseos porque él los denunció de limpiar el exterior del vaso y del plato (Mt. 23:25), y que mientras diezmaban la menta, el eneldo y el comino, descuidaban lo más importante de la ley: “la justicia, la misericordia y la fidelidad” (23:23); y los saduceos se opusieron a él porque, al limpiar el templo, denunció el robo que cometían y probablemente también porque vieron amenazado el status quo de la nación y su posición actual de influencia por las exigencias de Jesús. Además, es comprensible que fariseos y saduceos tuvieron envidia de Jesús (Mt. 27:18).

Así que al final los fariseos y saduceos cooperan para darle muerte a Jesús (16:1, 6, 11; 22:15, 23; 26:3, 4, 59; 27:20). Aun después combinan sus esfuerzos en el intento de evitar la creencia en la resurrección de Cristo (27:62). No es extraño, por lo tanto, que a veces Jesús en una sola frase condenara a ambos grupos (16:6ss).

Ahora bien, según este pasaje (3:7) los fariseos y saduceos acuden a Juan y le piden que los bautice. Esto podría parecer extraño. Aunque no todos los comentaristas concuerdan, a la luz de lo que se ha dicho acerca de los dos grupos, su conducta en el caso presente puede explicarse mejor por su egoísmo. No querían perder la influencia sobre la multitud que se estaba agrupando en torno a Juan para ser bautizada. Si este era el lugar donde estaba la acción, ellos querían ser parte de ella para asumir, si fuera posible, el liderazgo. Pero, ¿no implicaba una confesión de pecados el someterse al rito del bautismo? Bueno, si fuera necesario, estaban dispuestos a condescender a fin de vencer. Por cierto que no eran sinceros, no estaban realmente arrepentidos, ni estaban deseosos de sufrir un cambio radical de mente y corazón. Eran engañosos, hipócritas. Cf. Mt. 16:1; 22:15.

Es a la luz de esto que podemos entender la seria reprensión del Bautista: “¡Camada de víboras!” Juan estaba familiarizado con las víboras del desierto. Aunque eran pequeñas, eran muy engañosas. A veces era posible confundirles con ramas secas. Sin embargo, de repente, atacaban y mordían (cf. Hch. 28:3). Por lo tanto, la comparación era válida. ¿No se llama también serpiente (Ap. 12:9; 20:2) a Satanás, ese engañador (Jn. 8:44)? ¿No son ellos sus instrumentos?

Juan añade: ¿Quién os advirtió a huir de la ira que está llegando? En este conexión, las siguientes ideas merecen atención:
Primero, esta ira o indignación está por naturaleza sobre el hombre no regenerado (Ef. 2:3). Pertenece aun al presente (Jn. 3:18; Ro. 1:18).

Segundo, el derramamiento final de esta ira está reservado para el futuro (Ef. 5:6; Col. 3:6; 2 Ts. 1:8, 9; Ap. 14:10).

En tercer lugar, esta manifestación final de la ira (Sof. 1:15; 2:2) está relacionada con la (segunda) venida del Mesías (Mal. 3:2, 3; 4:1, 5).

En cuarto lugar, sin una conversión genuina el hombre no puede escapar de ella: “¿Quién os advirtió a huir …?” Esto probablemente significa: “¿Quién os engañó para que penséis que es posible evadir a Dios y os animó para que tratéis de hacerlo?” Cf. Sal. 139; Jon. 1:3.

En quinto lugar, para el verdadero arrepentido hay ciertamente un camino de escape: 8. Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento. 

Como se señaló anteriormente (véase sobre el v. 2), el arrepentimiento, si es genuino, debe ir acompañado de frutos. Una confesión del pecado puramente exterior nada logrará. Un puro deseo de bautizarse, como si el rito fuera una clase de encantamiento que obra maravillas, no tiene valor positivo. 

Tiene que haber un cambio interior que se expresa exteriormente en una conducta que glorifica a Dios, fruto que concuerda con la conversión. Según Lc. 3:10–14 este fruto debe incluir cualidades tales como generosidad, justicia, consideración y contentamiento; según Mt. 23:23, justicia, misericordia y fe; y en vista del modo que el Bautista se dirige descriptivamente a estos fariseos y saduceos (“Camada de víboras”) debe haber honradez. En cuanto a llevar fruto, véanse también Mt. 5:20–23; 7:16–19; 12:33; 13:8, 23; 16:6, 11, 12; capítulo 23; Lc. 13:6–9; Jn. 15:1–16; Gá. 5:22, 23; Ef. 5:9; Fil. 1:22; 4:17; Col. 1:6; Heb. 12:11; 13:15; y Stg. 3:18.

La deplorable falta de fruto por parte de las personas a que se dirigen las palabras es evidente también por el v. 9.… y no presumáis deciros a vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham de estas piedras. La razón porqué estos fariseos y saduceos iban a la condenación era porque para su seguridad eterna estaban confiando en el hecho de ser descendientes de Abraham. Cf. Gá 3:1–9 y véase C.N.T. sobre esos versículos. 

Juan el Bautista estaba plenamente consciente del hecho de que la descendencia física de Abraham no garantizaba el ser verdadero hijo de Abraham. También sabía que en forma completamente independiente de tal linaje, Dios podría dar hijos a Abraham si así lo quisiera. El Dios que pudo crear a Adán del polvo de la tierra también podía hacer verdaderos hijos de Abraham de las piedras del desierto a las que probablemente Juan estaba señalando. Probable armonía simbólica: Dios puede cambiar los corazones de piedra convirtiéndolos en corazones obedientes (Ez. 36:26), sin consideración de la nacionalidad de esos corazones de piedra.

En lo que respecta a la salvación, las antiguas distinciones desaparecieron gradualmente. Esto no significa que no había distinción en el orden en que esta salvación estaba siendo proclamada y en que la iglesia estaba siendo reunida. La secuencia histórica, un reflejo del plan de Dios desde la eternidad era ciertamente “al judío primeramente y también al griego” (Ro. 1:16; cf. Hch. 13:46; Ro. 3:1, 2; 9:1–5). 

Este orden también es claro en el Evangelio de Mateo (10:6; 15:24). Pero el amanecer de un nuevo día, un día en que no había distinción entre judío y griego, estaba comenzando. Véanse Mt. 2:1–12; 8:11, 12; 22:1–14; 28:19, 20; Hch. 10:34–48; Ro. 9:7, 8; 10:12, 13; 1 Co. 7:19; Gá 3:7, 16, 17, 29; 4:21–31; 6:15, 16; Ef. 2:14–18; Fil. 3:2, 3; Col. 3:11; y Ap. 7:9, 14, 15.

En cuanto a los impenitentes, Juan el Bautista continúa en el v. 10. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles. El juicio está cerca. El hacha ya está frente (πρός) o, como diríamos, “a” la raíz, con intención siniestra, lista para talar un árbol tras otro. Por lo tanto, ahora mismo es el momento propicio para arrepentirse y creer. En esta conexión, véanse también Sal. 95:7, 8; Is. 55:6; Lc. 13:7, 9; 17:32; Jn. 15:6; Ro. 13:11; 2 Co. 6:2; 1 Jn. 2:18; Ap. 1:3. Sigue … por lo tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. 

Se podría hacer la pregunta: Pero, ¿estaba realmente tan cerca el día de la manifestación final de la ira de Dios? ¿No es verdad que han transcurrido mucho siglos desde que el Bautista pronunció estas palabras, y todavía no ha regresado el Señor para ejecutar el juicio? Hay que recordar los siguientes hechos:

Primero, Juan hace que uno recuerde a los profetas del Antiguo Testamento que, al hablar de los últimos días o de la era mesiánica, a veces miraban hacia el futuro como el viajero mira hacia las montañas distantes. 

El se imagina que una cumbre se levanta inmediatamente detrás de la otra, cuando en realidad están a varios kilómetros de distancia la una de la otra. Las dos venidas de Cristo se consideran como si fueran una sola. Así leemos: “Saldrá una vara del tronco de Isaí … y herirá la tierra” (Is. 11:1–4). “Me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos … y el día de venganza del Dios nuestro” (Is. 61:1, 2). “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.… 

El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová” (Jl. 2:28–31). Cf. Mal. 3:1, 2. Esto se ha denominado “escorzo profético”.

En segundo lugar, la caída de Jerusalén (70 d.C.) se acercaba peligrosamente, y anunciaba el juicio final.

En tercer lugar, la falta de arrepentimiento tiene la tendencia de endurecer a una persona, de modo que con frecuencia es dejada en su presente condición perdida. Sin un verdadero arrepentimiento, la muerte y el juicio están para tal persona irrevocablemente “a la puerta”.

En cuarto lugar, “para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 P. 3:8).

En quinto lugar, como lo indican las referencias dadas arriba (comenzando con Sal. 95:7, 8), de ningún modo Juan era el único que enfatizaba la inminencia del juicio y la necesidad de convertirse ahora mismo. Por lo tanto, si en este punto hallamos que el Bautista falla, también tendríamos que acusar de lo mismo a los salmistas, a los profetas, a los apóstoles y aun al Señor mismo. Ciertamente ningún creyente verdadero está dispuesto a hacer tal cosa.

En sexto lugar, todo esto no significa necesariamente que el Bautista mismo siempre vio el presente y el futuro en verdadera perspectiva. Véase sobre 11:1–3. Solamente significa que el Espíritu Santo lo guió de modo que en su predicación en la forma aquí relatada él tenía perfecto derecho de decir lo que dijo.

El “fuego” en que se echan los árboles sin fruto evidentemente es un símbolo del derramamiento final de la ira de Dios sobre los malvados. Véanse también Mal. 4:1; Mt. 13:40; Jn. 15:6. Jesús habló acerca de la “Gehena del fuego” (Mt. 5:22, 29; 18:9; Mr. 9:47). Este es el fuego que no se apaga (Mt. 3:12; 18:8; Mr. 9:43; Lc. 3:17). El argumento no es simplemente que hay un fuego que nunca se apaga en la Gehena, sino que Dios hace arder al impío con un fuego que no se puede apagar, el fuego que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles (Mt. 3:12; 25:41).

Se podría formular la pregunta: “Entonces, si Juan el Bautista era en un grado considerable un predicador del infierno y de la condenación, ¿cómo es que fue llamado Juan por orden divina (Lc. 1:13), ya que Juan significa “Jehová es benigno”? 

Respuesta: El advertir a la gente que la condenación es inminente y ciertamente los alcanzará a menos que se arrepientan y crean, ¿no es un acto de benignidad? ¿No indica que Dios no es cruel, ni está ansioso de castigar, sino que es paciente? ¿No mostró su paciencia a los antediluvianos (Gn. 6:3; 1 P. 3:20); a Lot (Gn. 19:12–22); a David (2 S. 23:5); a los israelitas (Ex. 33:12–17; Is. 5:1, 2; 63:9; Jer. 8:20; Ez. 10:19—la dilación de la carroza del trono—; 18:23; 33:11); y a Simón Pedro (Jn. 21:15–17)? ¿No es el mismo atributo divino gloriosamente revelado en la parábola de la higuera estéril (Lc. 13:8, “déjala todavía este año”); en 2 P. 3:9 (“Dios es paciente para con vosotros”); en Ro. 9:22 (“Dios soportó con mucha paciencia”); en Ap. 2:21 (“le di tiempo para que se arrepienta”); y en Ap. 8:1 (“silencio en el cielo por media hora”)?

Volviéndose ahora a toda la multitud, Juan prosigue: 11. Yo os bautizo con agua para conversión. Pero, esta frase “para conversión”, ¿no es una contradicción de la idea que un hombre debe ya haberse convertido antes de ser bautizado, verdad claramente implícita en los vv. 6–10? Respuesta: No del todo, porque por medio del bautismo se estimula y acrecienta poderosamente la verdadera conversión. 

La persona que recibe el bautismo de una manera correcta—esto es, con una promesa a Dios procedente de una clara conciencia (1 P. 3:21)—comprendiendo el significado del signo y sello externo, se rendirá con gratitud a Dios con todo su corazón. Además, ¿cómo podría tener un efecto diferente la reflexión sobre la gracia de Dios que adopta, perdona y purifica, simbolizada por el signo y sello del bautismo? Para tal persona el signo y sello externo aplicado al cuerpo, y la gracia interior aplicada al corazón, van juntos. 

Entre los pasajes bíblicos que prueban este punto están: “Esparciré sobre vosotros agua limpia y seréis limpiados … os daré corazón nuevo y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros” (Ez. 36:25, 26); “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua limpia” (Heb. 10:22).

Este aspecto doble de la conversión, a. como ya presente antes del bautismo mismo, y b. como aumentada por medio de él, también se expresa en forma hermosa en varios formularios para el bautismo de adultos, de uno de los cuales citamos las siguientes palabras:
“(El bautismo) llega a ser un medio efectivo de salvación, no por alguna virtud que haya en él o en aquel que lo administra, sino solamente por la bendición de Cristo, y la obra del Espíritu en aquellos que por la fe lo reciben” (Constitución de la Iglesia Presbiteriana en los Estados Unidos de América, Filadelfia, 1941, p. 448).

Sin embargo, en último análisis este rico resultado no lo efectúa la persona que administra el rito del bautismo, ni aun cuando el nombre de la persona es Juan el Bautista. Todo lo que Juan puede hacer es exhortar a sus oyentes mostrándoles su necesidad de conversión. 

En cuanto al bautismo, él puede proporcionar el signo, pero se necesita Uno más poderoso que Juan para proporcionar la cosa significada. Por eso, después de decir, “yo os bautizo con agua para conversión”, Juan continúa: pero el que viene tras mí es más poderoso que yo—no soy digno de quitarle las sandalias—; él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Fue necesario que Juan trazara este contraste porque la gente ya estaba comenzando a preguntarse si quizás no sería él mismo el Cristo (Lc. 3:15; cf. Jn. 1:19, 20; 3:25–36). 

Por lo tanto, el Bautista está diciendo que el contraste entre él y quien cronológicamente venía tras él era tan grande, que él, Juan, ni siquiera era digno de desatarle (esto solamente en Mr. 1:7 y Lc. 3:16), quitar y llevar las sandalias de su sucesor; esto es, que para uno tan grande él ni siquiera era digno de prestar los servicios de un esclavo. Es verdad que en el camino de la vida, no solamente en su nacimiento, sino también en el principio de su ministerio público, Jesús había venido tras Juan (Lc. 1:26, 36; 3:23). Pero entre Cristo y el Bautista había una diferencia cualitativa como la que existe entre el infinito y finito, lo eterno y lo temporal, la luz original del sol y la luz reflejada de la luna (Jn. 1:15–17).

Juan bautiza con agua; Jesús bautizará con el Espíritu. El hará que su Espíritu y los dones de éste vengan sobre sus seguidores (Hch. 1:8), sean derramados sobre ellos (Hch. 2:17, 33), caigan sobre ellos (Hch. 10:44; 11:15).

Ahora bien, es verdad que cuando quiera que una persona es conducida de las tinieblas hacia la luz maravillosa de Dios, está siendo bautizada con el Espíritu Santo y con fuego. Así Calvino, al comentar Mt. 3:11, hace notar que Cristo es quien otorga el Espíritu de regeneración, y que, como el fuego, este Espíritu nos purifica quitando nuestra inmundicia. Sin embargo, según las propias palabras de Cristo (Hch. 1:5, 8), recordadas por Pedro (Hch. 11:16), en un sentido especial esta predicción se cumplió en Pentecostés y con la era que introdujo. 

Fue entonces que, por la venida del Espíritu, las mentes de los seguidores de Cristo fueron enriquecidas con una iluminación sin precedentes (1 Jn. 2:20); sus voluntades se fortalecieron, como nunca antes, con contagiosa animación (Hch. 4:13, 19, 20, 33; 5:29); y sus corazones estaban inundados con cálido afecto en un grado hasta ahora desconocido (Hch. 2:44–47; 3:6; 4:32).

La mención del fuego (“El os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”) armoniza con su aplicación a Pentecostés, cuando “aparecieron lenguas repartidas como de fuego, que se posaron sobre cado uno” (Hch. 2:3). 

- La llama ilumina. 
- El fuego purifica. 
- El Espíritu hace ambas cosas. 

Sin embargo, parecería por el contexto (antes y después; véanse vv. 10 y 12) y por la profecía de Joel respecto de Pentecostés (Jl. 2:30; cf. Hch. 2:19), considerada en su contexto (véase Jl. 2:31), que el cumplimiento final de las palabras del Bautista espera hasta la segunda venida gloriosa de Cristo para purificar la tierra con fuego (2 P. 3:7, 12; cf. Mal. 3:2; 2 Ts. 1:8).

Con frecuencia en las Escrituras el fuego simboliza la ira. Pero el fuego también indica la obra de gracia (Is. 6:6, 7; Zac. 13:9; Mal. 3:3; 1 P. 1:7). Por lo tanto, no es extraño que esta expresión pueda ser usada en un sentido favorable para indicar las bendiciones de Pentecostés y de la nueva dispensación, y en un sentido desfavorable para indicar los terrores del futuro día del juicio. Es Cristo quien purifica al justo y limpia la tierra de la paja, los impíos. 

Además, si los profetas del Antiguo Testamento, por medio del escorzo profético combinan acontecimientos que corresponden a la primera venida de Cristo (tomada en su sentido completo, incluyendo Pentecostés) con los de la segunda, ¿por qué no se puede atribuir el mismo rasgo también al estilo de Juan el Bautista, que en muchas maneras se parecía a estos profetas? Por lo tanto, es claro que es fuerte el argumento en favor de la interpretación según la cual la palabra fuego aquí en 3:11 se refiere tanto a Pentecostés como al juicio final.

El carácter razonable de la explicación, según la cual el bautismo con fuego incluye una referencia al juicio final, también se hace evidente por el v. 12. que de igual modo se refiere al gran día. Su bieldo está en su mano, y limpiará completamente su era. La figura subyacente es la de una era donde se está aventando el trigo. 

Ese piso puede ser natural o artificial. En el primer caso, es la superficie de una roca en la cumbre de una colina expuesta al viento. Si es el segundo, es igualmente una zona al aire libre de unos diez a quince metros de diámetro que se ha preparado limpiando el suelo de piedras, humedeciéndolo y apisonándolo a fin de que quede compacto y suave, haciendo que tenga una leve pendiente hacia arriba en el borde, y rodeándola con un borde de piedras a fin de mantener dentro el grano. Primero los bueyes trillan las espigas con el grano (de trigo o cebada), las que ha sido esparcidas en esta área, tirando una rastra o trineo en cuya parte inferior se le han puesto piedras por medio de las cuales se separa el grano del tallo. Sin embargo, el tamo (lo que queda de la espiga, la cubierta o vaina del grano, el polvo, pequeños pedazos de paja) todavía esta junto con el grano. Entonces comienza el uso del bieldo a que se hace referencia en el v. 12. 

Montón tras montón, el grano trillado se lanza al aire por medio de una pala que tiene dos o más dientes, permitiendo que el viento de la tarde, que generalmente sopla del Mediterraneo durante los meses de mayo a septiembre, lleve la paja. El grano, más pesado que la paja, cae verticalmente en la era. Así se apartan el grano y la paja. La avienta no termina hasta que quede completamente limpiada la era.

Así también Cristo limpiará completamente su era, es decir, el lugar donde ejecutará el juicio en su segunda venida. Nadie evitará el ser detectado. Aun ahora ya esté completamente equipado con todo lo que necesita para la realización de la tarea de separar a los buenos de los malos.

Continúa: Recogerá el trigo en el granero, pero quemará la paja con fuego inextinguible. Volvamos ahora a la figura subyacente. El grano trillado y aventado ahora es llevado al granero; literalmente, al lugar donde se dejan las cosas (o, donde se almacenan).

Se almacena porque se considera como algo muy valioso, muy precioso. De la figura subyacente pasamos a la realidad. Aun la muerte de los creyentes se describe en las Escrituras de un modo muy consolador. 

Es “preciosa ante los ojos de Jehová” (Sal. 116:15); “llevado por los ángeles al seno de Abraham” (Lc. 16:22); “ir al paraíso” (Lc. 23:43); una bendita partida (Fil. 1:23); estar en casa con el Señor (2 Co. 5:8); “ganancia” (Fil. 1:21); “muchísimo mejor” (Fil. 1:23) y dormir en el Señor (Jn. 11:11; 1 Ts. 4:13). 

Entonces ciertamente la etapa final en la glorificación de los hijos de Dios, cuerpo y alma ahora participando de esta bienaventuranza, será preciosísima: ir a la “casa donde hay muchas moradas” (Jn. 14:2), el ser bienvenido a la presencia misma de Cristo (“Vendré otra vez, y os tomaré para que estéis conmigo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”, Jn. 14:3), un vivir eternamente en el nuevo cielo y la nueva tierra de donde se quitará toda mancha del pecado y toda huella de la maldición; donde mora la justicia (2 P. 3:13); en donde “Dios mismo estará con ellos como su Dios, y ellos serán su pueblo. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, etc.” (Ap. 21:1–5); y en donde tendrá su cumplimiento final la profecía de Is. 11:6–9 (“Morará el lobo con el cordero, etc.”) y de Ap. 21:9–22:5 (la nueva Jerusalén).

Volvamos de nuevo a la figura subyacente. Del grano ahora pasamos a la paja. Habiendo caído en un lugar, o lugares, lejos del grano, se recoge y se quema. Así también los impíos, apartados de los buenos, serán echados en el infierno, un lugar donde el fuego no se apaga. El castigo no tiene fin. No se trata de que haya un fuego siempre ardiendo en la Gehena, sino que los impíos son quemados con un fuego que no se puede apagar, el fuego que ha sido preparado para ellos así como para el diablo y sus ángeles (Mt. 25:41). Su gusano nunca muere (Mr. 9:48). Su vergüenza es eterna (Dn. 12:2). Así también ocurre con sus prisiones (Jud. 6, 7). Serán atormentados con fuego y azufre … y el humo de su tormento asciende para siempre jamás, de modo que no tienen reposo de día ni de noche (Ap. 14:9–11; cf. 19:3; 20:10).

¿En qué sentido hay que entender “el fuego”? Respuesta: aunque no hay que excluir la idea de un fuego que en algún sentido es físico, según las Escrituras el sentido literal no agota el significado. El fuego eterno ha sido preparado para el diablo y sus ángeles. Sin embargo, estos son espíritus y no pueden ser dañados por el fuego literal. Además, la Escritura misma indica el sentido simbólico: esto es, el fuego de la ira divina que cae sobre el inconverso, y consecuentemente, su angustia (Dt. 9:3; 32:22; Sal. 11:5, 6; 18:8; 21:9; 89:46; Is. 5:24, 25; Jer. 4:4; Nah. 1:6; Mal. 3:2; Mt. 5:22; Heb. 10:27; 12:29; 2 P. 3:7; Ap. 14:10, 11; 15:2).

La advertencia del Bautista, horrible y espantosa, al parecer, está llena de misericordia, como ya se ha explicado.

Juan se refiere ahora con mayor particularidad a su misión como predecesor del Mesías: el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo (11). Lucas 3:16 dice: “No soy digno de desatar la correa de su calzado.” Con su estilo característico, Marcos lo presenta aún más vívidamente: “No soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado” (Mr. 1:7). 

El atar y desatar “las correas” de las “sandalias” del amo y cargar estas últimas eran las tareas más bajas del más humilde de los esclavos. A pesar de eso, Juan no se sentía digno de hacer estas cosas para el Mesías. “Lightfoot (tomado de Maimónides) muestra que era la señal de un esclavo que había llegado a ser propiedad de su amo, desatar el calzado, atarlo o llevarle los implementos necesarios al baño.” De modo que las palabras empleadas en los tres relatos son adecuadas.

Entonces viene la declaración más significativa en la predicación de Juan el Bautista. Mientras él bautizaba en agua, el que vendría bautizaría en Espíritu Santo y fuego. Otras religiones habían bautizado con agua. El bautismo distintivo del cristiano es el bautismo con el Espíritu Santo. A la luz de la declaración de Juan en este lugar, es difícil justificar el silencio de la mayoría de las iglesias en lo concerniente al bautismo con el Espíritu Santo.

Mateo y Lucas agregan al relato de Marcos, las palabras: y fuego. Muchos eruditos han interpretado esto, especialmente vinculándolos con los versos 10–12, como una referencia al juicio final de los pecadores. Pero también implica que el fuego del Espíritu consume la naturaleza carnal. Alford dice de esta predicción: “Fue cumplida literalmente en el día de Pentecostés.” En manera similar Micklem asevera: “El agregado ‘y fuego’ señala que la limpieza es la esencia del bautismo del Mesías.”73 Nos llama la atención a la descripción del advenimiento de Cristo que nos hace Malaquías 3:2: “El es como fuego purificador.”

También Brown está en desacuerdo con la referencia al juicio. Nos dice: “Tomarlo como un bautismo distinto del que efectúa el Espíritu—el bautismo del impenitente con fuego del infierno—es excesivamente antinatural.” Además, observa: “Claramente… no se refiere sino al carácter fogoso de las operaciones del Espíritu sobre el alma, escudriñando, consumiendo, refinando, purificando, que es como casi todos los buenos intérpretes entienden las palabras.”

G. Campbell Morgan hace eco a este criterio. Parafrasea las palabras del Bautista de la manera siguiente: “El os sumergirá en el fuego envolvente del Espíritu Santo que os quemará y rehacerá.”

Especialmente notable es el comentario del difunto obispo Ryle, de la Iglesia Anglicana. Escribe:

  Necesitamos que se nos diga que el perdón de los pecados no es lo único necesario para la salvación. Hay algo más todavía; y eso es el bautismo de nuestros corazones con el Espíritu Santo… No descansemos hasta que sepamos algo, por haberlo experimentado, del bautismo del Espíritu. El bautismo de agua es un gran privilegio. Pero estemos seguros de que también tenemos el bautismo del Espíritu Santo.

El fuego hace tres cosas: 
(1) calienta; 
(2) ilumina; 
(3) limpia. 

Y eso es lo que el Espíritu Santo trae al corazón humano que lo recibe: calor, luz y limpieza de todo pecado.

Airhart observa que este gran mensaje de Juan acerca de Cristo está relacionado con la doctrina cristiana sobre el bautismo del Espíritu Santo (1) por Jesús en su mandato a los discípulos (Hch. 1:4–5), y (2) por Pedro, cuando interpretó el significado del Pentecostés gentil (Hch. 11:15–16). También nota que la promesa: recogerá su trigo en el granero (12) sugiere los valores positivos del bautismo con el Espíritu Santo. Escribe: “Solamente se quema la paja, y eso, sólo con el fin de que el trigo—los valores genuinos en la personalidad—pueda ser acopiado y dispuesto para el uso. Hay potencial en nuestras personalidades que sólo Dios puede discernir. Hay posibilidades de gracia, talentos latentes, tesoros sepultados en las vidas de los creyentes que en su mayor parte no han sido empleados por estar todavía encajados en la paja de una naturaleza no santificada. El bautismo con el Espíritu Santo proveerá la base para la realización de las posibilidades de la personalidad, conocidas por el Espíritu, pero que de otro modo serán perdidas para siempre.”

El Mesías tiene en su mano un aventador (12)—“una horquilla para aventar”. (Es usado solamente aquí y en Lc. 3:17). El escritor ha estado observando un hombre sobre la cima del monte Samaría arrojando con esa horquilla el trigo ya trillado. La brisa se lleva la paja y el grano bueno recogido queda en el suelo.

Juan declaró que Cristo limpiará su era. El verbo griego compuesto, que significa “limpiar completamente” se halla solamente en este lugar en el Nuevo Testamento. La era consistía en un lugar para el grano trillado tal como lo había cerca de cada villa. Generalmente se encontraba sobre terreno elevado para aprovechar la ventaja de los vientas que llegaban del Mediterráneo. “El borde estaba levantado y el piso pavimentado con piedra o barro endurecido por el uso a través de los siglos.” 

El nuevo trigo o cebada cosechados se apilaba a una profundidad de unos 50 centímetros. Luego, un par de bueyes tiraban de una tabla trilladora sobre los cereales; la trilladora era manejada por una mujer o por niños. La tabla, de 1.25 metros de largo por unos 75 centímetros de ancho, estaba dentada con pedazos de piedra o metal adheridos al fondo. Esos dientes desgarraban el grano, mientras que las patas de los bueyes también lo aplastaban. Todavía es posible ver en la Palestina estos pisos trilladores, algunas veces con dos pares de bueyes haciendo su labor.

Después que el grano ha sido trillado y aventado, el trigo es echado en el granero—(depósito) y la paja es quemada en fuego que nunca se apagará. La palabra griega asbestos da la expresión de inapagable.

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miércoles, 29 de julio de 2015

Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


















 
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Preparación de Sermones expositivos
MATEO 4: 1-11

Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el       diablo.
2    Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre.
3    Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se      conviertan en pan.
4   El respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda    palabra que sale de la boca de Dios.
5   Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del        templo,
y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está:
    A sus ángeles mandará acerca de ti, y,
    En sus manos te sostendrán,
    Para que no tropieces con tu pie en piedra. 
7   Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.
8   Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos        del mundo y la gloria de ellos,
9   y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares.
10 Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios        adorarás, y a él sólo servirás.
11 El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían.
Estudio exhaustivo - expositivo
De su elevada y santa experiencia de bendición en el Jordán, Jesús fue llevado al desierto para ser probado. Jesús no fue tentado para que el Padre pudiera descubrir algo respecto al Hijo, porque ya había expresado su aprobación divina. Jesús fue tentado para que toda criatura en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra supiera que Jesucristo es el Conquistador. Jesús desenmascaró a Satanás y sus tácticas, y lo derrotó. Debido a su victoria, nosotros podemos vencer al tentador.
Así como el primer Adán se enfrentó con Satanás, el postrer Adán también le hizo frente al enemigo (1 Corintios 15:45). Adán encontró a Satanás en un hermoso huerto, pero Jesús le hizo frente en un terrible desierto. Adán tenía todo lo que necesitaba, pero Jesús tenía hambre después de haber ayunado por 40 días. Adán perdió la batalla y hundió a la humanidad en el pecado y la muerte. Jesús ganó la batalla y derrotó a Satanás en otras batallas, culminando con su victoria final en la cruz (Juan 12:31; Colosenses 2:15).
La experiencia de tentación de nuestro Señor le preparó para ser nuestro sumo sacerdote, lleno de compasión (Hebreos 2:16–18; 4:15–16). Es importante observar que Jesús enfrentó al enemigo como hombre, no como el Hijo de Dios. Sus primeras palabras fueron: “No sólo de pan vivirá el hombre”. No debemos pensar que Jesús usó sus poderes divinos para vencer al enemigo, porque eso fue precisamente lo que el enemigo quería que él hiciera. Jesús usó los recursos espirituales que nosotros tenemos disponibles hoy: el poder del Espíritu Santo de Dios (Mateo 4:1) y el poder de la Palabra de Dios (“Escrito está”). Jesús no tenía en su naturaleza nada que le pudiera haber dado cabida a Satanás (Juan 14:30), sin embargo sus tentaciones fueron genuinas. La tentación incluye la voluntad y Jesús vino para hacer la voluntad del Padre (Hebreos 10:1–9).
La primera tentación (4:1–4) tenía que ver con el amor y la voluntad de Dios. “Ya que eres el amado Hijo de Dios, ¿por qué tu Padre no te alimenta? ¿Por qué te puso en este terrible desierto?” Esta tentación suena como las palabras de Satanás a Eva en Génesis 3. Es una sugerencia artera de que el Padre no nos ama.
Pero había otra sugerencia: “Usa tu poder divino para suplir tus propias necesidades”. Cuando ponemos nuestras necesidades físicas por encima de nuestras necesidades espirituales, pecamos. Cuando permitimos que las circunstancias dicten nuestras acciones, en lugar de seguir la voluntad de Dios, pecamos. Jesús pudo haber convertido las piedras en pan, pero al hacerlo, hubiera estado ejerciendo sus poderes independientemente del Padre; y había venido para obedecer al Padre (Juan 5:30; 6:38).
Para derrotar a Satanás el Señor citó Deuteronomio 8:3. Alimentarse con la Palabra de Dios y obedecerla es más importante que consumir alimento físico. De hecho, es nuestra comida (Juan 4:32–34).
La segunda tentación (4:5–7) fue incluso más sutil. Esta vez Satanás también usó la Palabra de Dios. “Asi que tratas de vivir según las Escrituras”, implicó, “entonces déjame mencionarte un versículo bíblico y veamos si lo obedeces”. Satanás llevó al Señor Jesús al pináculo del templo, probablemente como a unos 150 metros de altura sobre el valle del Cedrón. Satanás entonces citó parte del Salmo 91:11–12, en donde Dios promete cuidar a los suyos. “Si realmente crees en las Escrituras, entonces, ¡salta! ¡Veamos si el Padre te cuida!”
Ahora, observa con cuidado la respuesta de nuestro Señor: “Escrito está TAMBIÉN …” (Mateo 4:7, énfasis mío). Nunca debemos divorciar una porción de la Escritura del resto, sino que siempre debemos comparar lo espiritual con lo espiritual (1 Corintios 2:13). Por medio de la Biblia podemos probar casi cualquier cosa si aislamos textos del contexto y los convertimos en pretextos. Al citar el Salmo 91 Satanás había omitido astutamente la frase “en todos tus caminos”. Cuando el hijo de Dios está siguiendo la voluntad de Dios, el Padre le protegerá. Dios cuida a los que andan en sus caminos.
Jesús replicó usando Deuteronomio 6:16: “No tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando nos colocamos en circunstancias que le obligan a efectuar milagros a nuestro favor. El diabético que rehusa tomar insulina y aduce “Jesús me cuidará” puede estar tentando al Señor. Tentamos al Señor cuando tratamos de obligarle a contradecir su propia Palabra. Es importante que nosotros, los creyentes, leamos toda la Biblia y estudiemos todo lo que Dios tiene que decir, porque toda ella es útil para la vida diaria (2 Timoteo 3:16–17).
La tercera tentación (4:8–11) le ofreció a Jesús un atajo a su reino. Jesús sabía que sufriría y moriría antes de entrar a su gloria (Lucas 24:26; 1 Pedro 1:11; 5:1). Si se postrara y adorara a Satanás sólo una vez (ésta es la fuerza del verbo en griego), podría disfrutar de toda la gloria sin tener que atravesar los sufrimientos. Satanás siempre ha querido adoración, porque siempre ha querido ser Dios (Isaías 14:12–14). Adorar a la criatura antes que al Creador es la mentira que rige hoy en nuestro mundo (Romanos 1:24–25).
No hay atajos a la voluntad de Dios. Si queremos participar de su gloria, debemos compartir también de su sufrimiento (1 Pedro 5:10). Como príncipe de este mundo, Satanás podría ofrecerle a Cristo estos reinos (Juan 12:31; 14:30), pero Jesús no necesitaba lo que Satanás le ofrecía. El Padre ya le había prometido el reino. “Pídeme, y te daré por herencia las naciones” (Salmo 2:8). Hallarás la misma promesa en el Salmo 22:22–31 y ése es el salmo de la cruz.
Nuestro Señor replicó citando Deuteronomio 6:13: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”. Satanás no había dicho nada acerca de servicio, pero Jesús sabía que serviríamos el objeto de nuestra adoración, cualquiera que fuera. La adoración y el servicio van juntos.
Satanás se alejó, como enemigo derrotado; pero no cesó de tentar a Jesús. Podríamos traducir Lucas 4:13: “Y cuando el diablo hubo acabado toda posible clase de tentación, se alejó de él hasta un momento más propicio”. Por medio de Pedro, Satanás tentaría de nuevo a Jesús a que abandonara la cruz (Mateo 16:21–23); y por medio de la multitud a la que había alimentado, le tentaría a un reino fácil (Juan 6:15). Una victoria jamás garantiza libertad de otras tentaciones. Más bien, toda victoria que experimentamos sólo hace que Satanás lo intente con más fuerza.
Observa que el relato de Lucas invierte el orden de la segunda y tercera tentación, en comparación con el relato de Mateo. La palabra “entonces” en Mateo 4:5 parece indicar secuencia. Lucas usa solamente la conjunción sencilla “y”, y no implica secuencia alguna. El mandamiento de nuestro Señor al final de la tercera tentación (“Vete, Satanás”) es prueba de que Mateo siguió el orden cronológico. No hay contradicción alguna, puesto que Lucas no aduce seguir la secuencia.
Después de que Jesucristo hubo derrotado a Satanás, estaba listo para empezar su ministerio. Ningún hombre tiene derecho de exigir obediencia a otro si él mismo no ha sido obediente. Nuestro Señor demostró ser el Rey perfecto cuya soberanía merece nuestro respeto y obediencia. Pero, fiel a su propósito, Mateo tenía aún otro testigo al cual llamar para probar la realeza de Jesucristo.

Para entender mejor las tentaciones de Jesús, nos conviene repasar varios temas introductorios: ¿Cuándo sucedió el evento? ¿Qué relación hay entre el bautismo y las tentaciones? ¿Dónde sucedió? ¿Cuál es el significado de los 40 días de ayuno? ¿Quién es el tentador? ¿Fue una experiencia objetiva o subjetiva? ¿Pudo haber pecado Jesús? ¿Qué significa el término “tentar”?
Consideraciones introductorias. 
Los tres Evangelios sinópticos concuerdan en fijar las tentaciones después del bautismo. 
Mateo emplea un adverbio temporal tóte (Strong 5119) traducido ”entonces”, para iniciar esta sección, el cual meramente indica secuencia de tiempo, sin especificar el lapso de tiempo. 
Lucas usa una conjunción que normalmente se traduce “y”, o “pero”. Lucas dice: Entonces [y] Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto… (Luc. 4:1). Más que la conjunción ilativa “y”, al decir volvió del Jordán y fue llevado…, Lucas une los dos eventos en forma inseparable. 
Pero Marcos es más explícito aun al decir: En seguida, el Espíritu le impulsó al desierto… (Mar. 1:12). Todas las evidencias indican que fue bautizado en el Jordán y fue llevado directamente de allí al lugar de las tentaciones.
Mateo y Lucas informan que Satanás se presentó a Jesús después de finalizar los cuarenta días, pero Marcos dice que estuvo en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás (Mar. 1:13), implicando que era tentado durante los cuarenta días. Lucas insinúa que Jesús fue tentado durante los cuarenta días, pero que tuvo hambre y que el diablo le tentó a convertir piedras en pan después de los cuarenta días. Concluimos que Jesús fue tentado a lo largo de los cuarenta días, pero que las tres tentaciones fueron la culminación del proceso.
La relación inmediata de las tentaciones con el bautismo es importante. Las tentaciones son claramente mesiánicas, es decir, tienen que ver con su misión como el Mesías. Cuando fue bautizado, fue ungido con el Espíritu Santo y oyó la voz divina reconociéndolo como el Hijo de Dios, o sea, el Rey ungido (Sal. 2) y el Siervo Sufriente (Isa. 42:1), que establecería el reino de Dios entre los hombres. Faltaba definir la naturaleza de ese reino y los métodos que usaría para establecerlo. Las tentaciones cumplen esa función. Jesús tiene que decidir entre la expectativa popular de un Mesías que establecería un reino terrenal, basado en poder militar, para alcanzar de nuevo la gloria del reinado davídico, o por otro lado, establecer un reino espiritual por medio del sufrimiento y muerte. Aunque Jesús en las tentaciones optó por el reino espiritual, los discípulos tardaron hasta después de la cruz para entenderlo y aceptarlo (ver 16:21–28; Hech. 1:6). Mucho del cristianismo, hasta el día de hoy, sigue ignorando la verdadera naturaleza del reino de Dios y los métodos adecuados para establecerlo.
Dios desde la eternidad tuvo en mente establecer su reino. Quiso hacerlo por medio de Abraham y su descendencia, con los cuales hizo el pacto (Gén. 12:1–3). Ese plan no fue realizado por causa de la desobediencia de Israel, su “Hijo Escogido”. Por más glorioso que haya sido el reino de David, no cumplió con el reino de Dios. El reino que Dios no pudo establecer con Israel, por causa de su desobediencia, lo cumple ahora por medio de su propio Hijo, obediente en todo detalle hasta la muerte. Debemos, pues, considerar las tentaciones como ocasión para demostrar la confianza absoluta del Hijo en el Padre y la obediencia fiel hasta la muerte.
En esta relación estrecha entre el bautismo y las tentaciones encontramos otra verdad que merece atención. A menudo, después de un evento espiritual glorioso, sublime, inspirador, Dios nos pone a prueba. Así fue la experiencia de Elías después de una muestra notable de fe y coraje cuando venció a los profetas de Baal y en seguida, fue amenazado por Jezabel (1 Rey. 18, 19). Abraham, el que fue llamado de su patria para formar el pueblo de Dios, el que creyó en la promesa de Dios de darle un hijo, siendo Sara estéril y ambos muy avanzados en edad, y habiendo recibido ese hijo de promesa por una demostración del poder milagroso de Dios, fue severamente probado cuando Dios demandó a su único hijo en sacrificio (Gén. 22). Jesús acababa de haber experimentado tres fenómenos sobrenatuales en su bautismo, una experiencia realmente celestial; e inmediatamente vienen las tentaciones.
Existen muchas conjeturas en cuanto al lugar del ayuno y las tentaciones. El texto dice solamente que fue llevado al desierto (v. 1), al templo (v. 5) y luego a un monte alto (v. 8). Marcos agrega que estaba con las fieras (Mar. 1:13), indicando un lugar alejado de las poblaciones. Si aceptamos que fue bautizado en el Jordán frente a Jericó, según las tradiciones, es lógico pensar que las tentaciones tuvieran lugar no muy lejos de allí. Algunos como Broadus mencionan, como escenario de las tentaciones, un lugar llamado “Cuarentenia” (= cuarenta días), ubicado a unos doce kms. del lugar tradicional de su bautismo y otros Betarabá, ubicado cerca de Jericó.
La mención de cuarenta días y cuarenta noches llama la atención. Recordamos que Moisés estuvo ayunando cuarenta días y cuarenta noches en el monte de Sinaí, en presencia de Dios, cuando recibió las tablas de la ley, a mediados de su ministerio. Elías estuvo huyendo cuarenta días y cuarenta noches, aparentemente sin comer, cuando Jezabel lo amenazó, al fin de su ministerio. También, Israel estuvo cuarenta años en el desierto. Pero Jesús inició su ministerio con el ayuno. En el caso de Jesús, parece que el único significado de los cuarenta días es que representa un ayuno muy prolongado que serviría para debilitarlo físicamente, como es natural para todo ser humano, de modo que sentiría agudamente el hambre en el momento de la tentación. Por supuesto, Jesús utilizó este tiempo en comunión íntima con su Padre, orando y meditando.
Mateo, en este pasaje, introduce por primera vez a uno de los personajes más destacados y más activos en su Evangelio, y lo hace con tres nombres o términos descriptivos: el diablo (v. 1), el tentador (v. 3) y Satanás (v. 10). Estos tres términos se usan indistintamente en referencia a la misma persona. A través de la Biblia Satanás se presenta como alguien que tiene facultades personales: piensa, tiene propósito y planifica, tiene poder, lleva a cabo sus propósitos. El que cree que el diablo es meramente una influencia impersonal tendrá mucha dificultad para explicar su acción en la Biblia y en nuestro mundo hoy en día.
Otros nombres que se le dan en el NT son: Beelzebub (12:24), el malo (13:19), el enemigo (13:39), homicida y padre de mentira (Juan 8:44), Belial (2 Cor. 6:15), vuestro adversario (1 Ped. 5:8), pecador (1 Jn. 3:8), Abadón y Apolión (destructor o exterminador; Apoc. 9:11), el dragón (Apoc. 12:3), y la serpiente antigua que engaña (Apoc. 12:9). Los nombres que se usan más frecuentemente son diablo y Satanás. El término “diablo”1228 es una transliteración del término griego que significa “calumniador”, o “acusador falso”. “Diablo” es un vocablo compuesto derivado de un verbo bállo 906 y una preposición (diá) y significa literalmente “lanzar a través, o por medio de”. De allí se deriva el significado “calumniador”, uno que lanza dardos verbales contra otro para destruirlo. El nombre “Satanás” significa “adversario”, o “antagonista”.
La Biblia no procura explicar el origen del diablo, pero da por sentado su existencia. El diablo es probablemente un ángel caído que se rebeló contra Dios. Se presenta siempre obrando contra Dios y todos los que se someten a él. Los nombres citados arriba dan una idea clara de su naturaleza malvada, pero Satanás nunca se presenta en su verdadera naturaleza. Es muy sutil y es capaz de engañar hasta a los más fieles. Pablo dice que se disfraza como ángel de luz (2 Cor. 11:14). Los fariseos pensaban que era el príncipe de los demonios (9:34; 12:24), siendo estos sus siervos y mensajeros.
Al leer el relato de las tentaciones de Jesús, surge la pregunta natural: ¿Fue una experiencia real, objetiva, cara a cara con Satanás en forma visible, o fue una visión o una lucha espiritual interior? Los comentaristas están divididos sobre el tema. No hay nada explícito en el relato que insinúa algo menos que una experiencia literal y objetiva. Por lo contrario, el hecho de que Jesús mismo haya relatado esta experiencia a los discípulos, sin aclarar aparentemente que no fue una experiencia objetiva, es un dato que se debe considerar seriamente. Tampoco hay evidencia de que Jesús haya tenido visiones o experiencias de éxtasis durante su vida terrenal. Sin embargo, si aceptamos esta posición, debemos hacerlo conscientes de algunos problemas inherentes: ¿Cómo pudo estar en el pináculo del templo sin que otros lo hubiesen visto? Por otro lado, no hay montaña suficientemente alta como para ver todos los reinos del mundo y su gloria (v. 8), y tampoco se menciona la forma corporal en que se presentó el diablo.
Algunos comentaristas como Stagg argumentan que una experiencia interior, no objetiva, no resta importancia o realidad a las tentaciones. ¿Es más real la tentación cuando Satanás llega en forma corporal? Todo lo contrario, normalmente Satanás nos ataca en forma invisible. La tentación está muy adentro en el corazón humano, y es allí donde está el campo de batalla, aun cuando primeramente nos enfrentamos con una tentación en forma objetiva. Es allí donde uno se confronta con Satanás y vence, o es vencido. Una de las anécdotas más citadas de la vida de Martín Lutero es acerca de un encuentro tan real que tuvo con Satanás que lanzó el tintero hacia el lugar donde sentía su presencia. No lo vio en forma corporal, pero sentía su presencia.
Quizás la pregunta más difícil en relación con las tentaciones de Jesús es ésta: ¿Pudo haber cedido a las tentaciones? Nuestra primera reacción, casi por instinto, es: ¡NO! No podemos admitir ni la posibilidad de que el Hijo de Dios pudiera pecar. Pero al meditar la pregunta y estudiar el texto, llegamos a la conclusión que sí. Procuramos explicar esta conclusión, pero reconocemos que es un misterio que desafía toda explicación cabal. Es obvio que este evento no tendría sentido si las tentaciones no fuesen reales. Para ser reales, Jesús tenía que haber tenido la posibilidad y la libertad de escoger entre las dos opciones. Si no fuera así, Jesús mismo sería un hipócrita, y ésta fue la actitud que él condenó más severamente en otros.
No debemos olvidar que Jesús tenía una naturaleza tanto humana como divina. Algunos creen que Jesús fue tentado en su naturaleza humana, no en la divina. Otros opinan que Jesús tenía la misma naturaleza humana de Adán, antes de su pecado, una naturaleza sin pecado, pero capaz de pecar; una naturaleza capaz de no pecar, pero no incapaz de pecar. El comentarista Edersheim dice que tenía una naturaleza humana capaz de pecar, pero era una persona impecable, según Hebreos 4:15.
Sería un grave error negar la humanidad de Jesús. La libertad de decidir a favor o en contra de la voluntad de Dios es parte esencial de la humanidad. El fue tentado en todo igual que nosotros, pero sin pecado (Heb. 4:15). Esto no significa que haya enfrentado toda tentación posible, pero sí, significa que enfrentó toda clase de tentación. Lo hizo con los mismos recursos que están a nuestro alcance, y de allí el gran valor y desafío de este evento para los creyentes en toda época.
La última cuestión que es necesario considerar antes de entrar en el texto es: ¿Qué significa el término “tentar”? Este término, en todo el mundo hispano, comunica la idea de una intención mala, de inducir a otro a obrar mal. La palabra griega es peirázo 1598. Es una palabra que ha creado gran confusión en las distintas traducciones. A veces se traduce “probar” y a veces “tentar”. Por ejemplo, BJ traduce el término equivalente en Génesis 22:1 como “tentar” mientras la RVA lo traduce “probar”. Por otro lado, Santiago afirma que Dios no es tentado por el mal, y él no tienta a nadie (Stg. 1:13). 
El término significa básicamente “probar” o “examinar”, y el contexto determina si la intención es de probar para hacer caer en el pecado, o probar para demostrar o comprobar el carácter de uno. Satanás siempre prueba (tienta) con la intención de hacer caer, de destruir. Dios siempre prueba con el fin de fortalecer y comprobar nuestra fe. En relación con el caso de Job, la intención de Dios fue de demostrar la fe de Job, pero la de Satanás fue la de hacerlo caer.
Eva fue probada por Satanás en tres áreas: apetito físico (bueno para comer ), sentido de lo hermoso (atractivo a la vista), y deseo espiritual (codiciable para alcanzar sabiduría ) (Gen. 3:6). En todas estas áreas, se trataba de cosas buenas y necesarias para la vida. Se ha observado que Satanás atacó a Jesús precisamente en estas tres áreas según el relato en Mateo 4. Normalmente Satanás procura inducirnos a obrar en áreas buenas, aun nobles y espirituales, pero con motivos y métodos ilegítimos. Como alguien ha dicho: “El pecado es la expresión ilegítima de un deseo legítimo.”
Es evidente que Jesús fue llevado, o impulsado, por el Espíritu al desierto para ser probado, del punto de vista de Dios, pero tentado, del punto de vista de Satanás. Esta experiencia fue la voluntad de Dios; fue parte de su plan para establecer su reino. El agente activo fue el Espíritu Santo —llevado por el Espíritu—, pero no hubo resistencia de parte de Jesús. Humildemente se sometió al propósito de Dios como Hijo obediente. Para ser tentado es un infinitivo de propósito, corroborando la evidencia mencionada arriba de que era el propósito de Dios que Jesús fuese probado.
La primera tentación (vv. 3, 4). Satanás toma la iniciativa. Sería mejor traducir la partícula condicional “si” más bien como un reconocimiento por parte de Satanás: Puesto que eres Hijo de Dios (v. 3). Satanás no procura sembrar una duda en cuanto a la divinidad de Jesús; la acepta, pero procura inducirlo a utilizar su poder en una forma ilegítima, para satisfacer sus necesidades físicas. Ese fue el primer ataque también lanzado a Eva en el Edén: algo bueno para comer (Gén. 3:6). En efecto le dice: “Puesto que tú eres el Hijo de Dios, tienes poder para aliviar tu hambre con un milagro. Tienes derecho, pues el Hijo del Dueño del universo no debe sufrir; merece lo mejor y además, si mueres de hambre no habrá reino."
De entrada, Satanás intenta apelar a lo que fue una verdadera necesidad: hambre física, real y agudizante. La tentación parece ser, de un punto de vista, el camino más lógico, necesario y bueno. Sin embargo, Satanás intentaba dos cosas malvadas que tenían una relación directa con el reino que Jesús vino a establecer: llevar a Jesús a 
(1) desconfiar de la bondad y provisión de su Padre para sus necesidades y 
(2) comenzar un reino en base a comida milagrosa. 
En el comienzo, y a través de su ministerio terrenal, Jesús afirmó una y otra vez su confianza absoluta en la bondad de su Padre. Se negó a establecer su reino en base a pan milagroso, aunque tal reino fuera muy popular (ver Juan 6:26).
Jesús responde a la iniciativa de Satanás con una cita bíblica (Deut. 8:3), utilizando la espada del Espíritu (Ef. 6:17). Es un pasaje que él, probablemente, había atesorado en su corazón desde la niñez. ¡Cuán importante es aprender de memoria pasajes bíblicos para usar en situaciones de apremio ante Satanás! (Comp. Sal. 119:11.) Jesús era consciente de la necesidad de comida para sustentar el cuerpo físico. En varias ocasiones alimentó a los discípulos y las multitudes (14:13–21; 25:35; Juan 21:5–9).
Era también consciente que el hombre necesita más que el pan material. Hay otra necesidad real, imprescindible, urgente y espiritual en el corazón del hombre: toda palabra que sale de la boca de Dios. La satisfacción de esa necesidad espiritual sería de primera prioridad en su reino. Jesús decidió edificar su reino no sobre los que lo buscaban por los panes y peces, sino sobre los que encontraban en él el verdadero pan de vida (Juan 6:33).
La segunda tentación (vv. 5–7). La segunda tentación se relacionaba con la expectativa de una venida dramática del Mesías al templo (comp. Mal. 3:1, 2). Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto (v. 1), pero en la segunda tentación el diablo le llevó a la santa ciudad (v. 5), a Jerusalén, y le puso de pie sobre el pináculo del templo. El término “pináculo” significa “pequeña ala, punto extremo, o punto más alto de un edificio”. Se describe el lugar más probable como el punto más alto de la torre, o pequeño patio, ubicado en el ángulo sudeste del templo, donde un sacerdote se paraba cada mañana para esperar el comienzo del nuevo día y anunciarlo como señal del momento para realizar el primer sacrificio de la mañana.
Otra vez Satanás tienta a Jesús apelando a su relación con Dios: Si [puesto que] eres Hijo de Dios… (v. 6). Le tienta a probar la promesa de Dios, para ver si Dios sería fiel en protegerlo. Si alguien tiene derecho a esperar una intervención milagrosa de parte de Dios, sería su propio Hijo. Satanás pretende también mandar al Hijo de Dios: … échate abajo… La insinuación es que esta demostración de su confianza en Dios, por un lado, y la intervención milagrosa y espectacular de parte de Dios, por otro lado, recibiría el aplauso y aceptación del pueblo. Jesús necesitaba obtener atención y aceptación de parte del pueblo para iniciar su reino. Ya de niño, a los doce años de edad, había preguntado: ¿No sabíais que en los asuntos de mi Padre me es necesario estar? (Luc. 2:49). Los asuntos de [su] Padre incluían establecer el reino de Dios. Parecía que este método lo lograría con creces. Sería fácil, dramático, instantáneo, bueno y “bíblico” (comp. Sal. 91:11, 12).
Una táctica de Satanás es citar las Escrituras fuera de contexto, o quizá omitir una parte esencial del texto. Al citar el Salmo 91, omite las palabras para que te guarden en todos tus caminos (v. 12b). Esta porción del texto significa que Dios se hace responsable de protegernos de peligros cuando estamos en “todos los caminos” de obediencia, cumpliendo su voluntad, y cuando de repente surgen sorpresivamente peligros y amenazas. No es una garantía absoluta e incondicional de su protección cuando uno necia y deliberadamente se expone al peligro y muerte.
Jesús entendió la sutileza de Satanás, y contestó citando de memoria otro pasaje: No pondrás a prueba al Señor tu Dios (v. 7; cita de Deut. 6:16). Satanás presentó la tentación como una oportunidad de que Jesús mostrara su confianza en Dios, pero él lo vio como presunción y provocación. El Padre había prometido proteger y proveer para el Hijo. El Hijo que ama y confía en su Padre no necesita poner a prueba la promesa de provisión y de protección de parte del Padre. El amor y confianza de parte del Hijo se demuestra por medio del sometimiento, la obediencia y la fidelidad, no por demandas ni por ponerse deliberadamente en una situación peligrosa que obligue al Padre a intervenir. Jesús por otro lado, se negó a iniciar su reino con métodos ilegítimos y espectaculares. Los que negocian con tales métodos logran juntar multitudes de curiosos, pero pronto tales seguidores abandonan las filas cuando entienden la verdadera naturaleza del reino (comp. Juan 6:66).
La tercera tentación (vv. 8–10). Satanás toma la iniciativa otra vez. Habiendo fracasado dos veces, se anima a intentar con otra táctica. Las tentaciones anteriores se relacionaban con el reino que Jesús vino a establecer, pero no tan directamente como ésta. Mateo arregla las tentaciones en orden de menor a mayor implicancia en cuanto al reino de Dios. Lucas invierte el orden de las últimas dos. Le llevó a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria (v. 8). Desde uno de los picos más altos cerca de Jericó, uno puede ver los caminos que conducen a todos los reinos del mundo. En alguna forma Satanás se arregló para que Jesús pudiera contemplar el mundo entero, el mundo que el Padre amaba de tal manera que dio a su Hijo (como dice Juan 3:16). Este es el mundo que el Hijo vino a salvar.
La oferta de Satanás revela su astucia en el máximo grado: Todo esto te daré, si postrado me adoras (v. 9). Sabe que Jesús vino para hacer de los reinos de este mundo el reino de su Padre (ver Apoc. 11:15). En un sentido, Satanás tenía el derecho de ofrecerle a Jesús los reinos del mundo, porque Dios le había cedido un poder limitado sobre el mundo, de modo que era conocido como el príncipe de este mundo (Juan 12:31; 14:30; 16:11; Ef. 2:2). Jesús, con un solo acto de adoración a Satanás, podría recibir el poder limitado que Satanás tenía sobre el mundo. Sería el camino fácil, rápido, y en parte cumpliría su misión. Evitaría la humillación y el sufrimiento de parte del Hijo.
Con firmeza Jesús rechaza la tentación; lo manda “a mudar” con un mandato terminante: Vete, Satanás (v. 10). Aplica la medida bíblica: Someteos, pues, a Dios. Resistid al diablo, y él huirá de vosotros (Stg. 4:7). Además, emplea otra vez la “espada del Espíritu”, citando la Palabra de Dios: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás (v. 10; cita de Deut. 6:13). Jesús mismo así demostró la gran verdad de que nadie puede servir a dos señores (6:24). Vemos el uso de una excelente combinación de recursos que también están a nuestro alcance para vencer al enemigo de nuestras almas.
Las tres tentaciones, una tras otra, con ritmo acelerado, hacen recordar la parábola que Jesús contó al terminar el Sermón del monte acerca de las tres pruebas que vinieron contra las dos casas: Cayó la lluvia, vinieron torrentes, soplaron vientos y golpearon contra aquella casa (7:25). Vemos que Jesús estaba fundado sobre la peña y pudo soportar las pruebas, porque él oía las palabras de su Padre y las hacía (7:24).
Dios quiso establecer su reino de justicia en el mundo por medio de Abraham y sus descendientes. Ese propósito no se logró por causa de la rebeldía y desobediencia de Israel, nación que Dios consideró como su propio hijo. Pero ahora, por medio de su Hijo Jesucristo, sometido y obediente a su propósito eterno, Dios establecerá su reino en el corazón de los hombres que se someten a él y le obedecen. Jesús ha escogido el camino largo, duro, de sufrimiento, según las profecías del Siervo Sufriente. En un sentido real, desde el comienzo de su ministerio, Jesús afirmó su rostro para ir a Jerusalén (Luc. 9:51) y allí ser crucificado. Este es el significado de las tentaciones para el Hijo de Dios.
Mateo termina este episodio indicando que Satanás, vencido, se retiró. Lucas agrega: … se apartó de él por algún tiempo (Luc. 4:13). Una victoria sobre Satanás, por más contundente que sea, da poco respiro, pues él se retira solamente para agrupar sus ejércitos y atacar desde otro ángulo (ver 16:23).
 Dios ahora manifiesta su bondad proveyendo para las necesidades físicas que Jesús se negó a satisfacer en forma egoísta. Los ángeles vinieron y le servían como diákonos (Strong 1247), término que frecuentemente se refiere a servir comida en la mesa (comp. Hech. 6:1–7).
Los tres sinópticos omiten el largo (aproximadamente un año) e importante ministerio de Jesús en Judea, que sucedió después de las tentaciones de Jesús y antes del comienzo oficial del ministerio en Galilea. Hemos observado que los evangelistas seleccionaban solamente los eventos y enseñanzas de Jesús que tenían que ver con su propósito particular. Solamente Juan relata los sucesos que tuvieron lugar durante este ínterin, mayormente en Jerusalén y Judea.

COMENTARIO
El bautismo fue un glorioso acontecimiento público. 
Pero, inmediatamente después llegó una agonizante experiencia privada. “Las grandes bendiciones generalmente son seguidas por grandes tentaciones.” Y este concepto todavía está en vigencia: “Es menester una gran tentación tanto como gran gracia para hacer un gran predicador.”
¿Por qué fue Jesús tentado? La Epístola a los Hebreos va más lejos que cualquier otra parte de las Escrituras para responder esta pregunta. 
Leemos acerca de Cristo: “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (He. 2:17–18).
La última parte declara una verdad reveladora: “Padeció siendo tentado.” No se trataba de una comedia. Era una guerra dura y áspera. 
Las tentaciones de Jesús eran tan reales para El como los son las nuestras para nosotros y exactamente tan agonizantes. 
Algunos dicen que, puesto que Cristo era el Hijo de Dios, El sabía que no podía fracasar, que no podía rendirse. Pero tal consideración transformaría a la tentación en una inútil farsa y negaría la clara declaración de Hebreos. 
Si El “fue tentado en todo conforme a nuestra semejanza”, debe haber experimentado el tormento y la tortura en su propio consciente que nosotros sentimos cuando somos severamente tentados. Es verdad que como Hijo de Dios era omnisciente. Pero hay muchas indicaciones en los evangelios de que Jesús limitaba ese conocimiento a su consciente efectivo. Eso fue una parte de la Encarnación, llegar a ser como nosotros. Tuvo que pagar ese precio para poder ser a la vez nuestro sumo Sacerdote y nuestro Sacrificio por el pecado.
Jesús fue llevado (1) desde el valle del Jordán, lugar ubicado a unos 300 metros bajo nivel del mar, hasta las escabrosas colinas del solitario desierto de Judea. Los tres evangelios sinópticos dicen que fue llevado por el Espíritu al desierto. Fue bajo la divina dirección. 
Cuando las cosas van mal o somos duramente tentados, es fácil pensar que estamos fuera de la voluntad de Dios. Pero cuando Jesús fue tentado estaba en el mismo centro de la voluntad del Padre para El.
Fue llevado al… desierto. Es sorprendente el contraste entre éste y el ambiente de la tentación de Adán y Eva. Ellos estaban en un hermoso paraíso, el huerto del Edén. El estaba en el yermo desolado. Ellos tenían abundancia para comer, todo lo que pudieran desear. El estaba hambriento. Ellos se hacían mutua compañía. El estaba solo. Sin embargo, ellos fracasaron, mientras El venció.
Una de las más gráficas descripciones de la tentación está en el Paraíso reconquistado de Milton. Allí el autor presenta a Satanás llegando a Cristo en forma de un anciano. 
Parecería como si las tentaciones más específicas dibujadas aquí, llegaran como sugestiones mentales tal como nos ocurre generalmente en nuestros días. Broadus, sin embargo, piensa diferente. Dice: “Durante los 40 días (Lc. 4:2) y en otras ocasiones, nuestro Señor, sin duda fue tentado con sugestiones mentales, como nosotros; pero en las aquí descritas parece que claramente Satanás apareció en forma corporal y con palabras audibles y esto fue adecuado a la escena en cuanto a una descripción clara e impresionante.” 
Pero, ¿es posible que Satanás haya podido tomar a Jesús corporalmente y llevarlo hasta el pináculo del templo? El argumento conclusivo en contra de esta noción es que no hay en la tierra montaña tan elevada desde la cual puedan verse todos los reinos del mundo.
El propósito divino por el cual Jesús fue llevado al desierto fue para que pudiera ser tentado. El término griego es peirazo. En la primitiva literatura helénica (Homero), se emplea con el sentido de “hacer la prueba de”. Su principal acepción es “probar, experimentar, mostrar”. 
Arndt y Gingrich dicen que significa: “probar, hacer prueba de, poner a prueba para descubrir qué clase de persona es uno.” El Padre permitía que su Hijo fuera probado antes de comenzar su obra pública, como tiene que serlo el metal antes de que pueda ser usado en un lugar crucial. 
Pero, desde el punto de vista de Satanás, Jesús era tentado, seducido a pecar, porque abrigaba la esperanza de hacerle caer. Tal cosa está sugerida con mayor amplitud por la palabra “tentador” (peirazon) en el versículo 3.
Cristo fue tentado por el diablo. Marcos nunca usa ese término; en su lugar emplea “Satanás” (Mr. 1:13). El último, cuyo significado es “adversario”, va directamente del hebreo al griego, y a casi todas las lenguas vernáculas. 
La palabra griega diabolos quiere decir “impostor” o “falso acusador”. Se volvió, en francés diable; en inglés, devil; en español, diablo. Ambos términos son empleados como equivalentes en el Nuevo Testamento.
Negar la existencia de un diablo personal es adormecernos en un falso sentimiento de seguridad. Más y más nos hemos dado cuenta en años recientes que uno no puede explicar la insidiosa influencia del mal en este mundo sin admitir que detrás de éste hay un agente personal.
Jesús ayunó cuarenta días y cuarenta noches como ya lo habían hecho Moisés en el monte Sinaí (Ex. 34:28), y Elías en el desierto (1 R. 19:8). Por lo general se ha pensado que 40 se refiere a un período de prueba. Es lo que fue para Jesús. Y El no fracasó ante la prueba.
Después de los 40 días, tuvo hambre, (es decir, estaba “hambriento”). Aparentemente estaba tan absorto en su conflicto espiritual y en la contemplación que no experimentó hambre hasta que terminó ese lapso. Entonces surgió en El un intenso deseo de alimento.
Marcos nos da una breve declaración sumaria, sin entrar en detalles sobre los tres ataques específicos de Satanás. 
Mateo y Lucas nos dan los tres, pero en distinto orden. M’Neile sugiere que Lucas adopta un orden de sucesión geográfico con el cambio del desierto a la ciudad final, mientras que “Mateo presenta un clímax psicológico: la primera tentación era para que dudara la verdad de la revelación que hacía poco había recibido; la segunda, para probarla y la tercera, para precipitarse sobre su reinado mesiánico que estaba implicado”.
Una de las armas favoritas del diablo es la duda. Lo primero que le dijo a Jesús fue: Si eres Hijo de Dios. 
En forma similar comenzó su ataque a Eva: “¿Con que Dios os ha dicho…?” (Gn. 3:1). Entonces el diablo apeló a la necesidad física de Jesús: dí que estas piedras se conviertan en pan. 
Como dice Maclaren, “Satanás probó la misma treta con el primer Adán. Entonces le había resultado tan bien que creyó que era sabio volver a emplearla otra vez”. 
Intrínsecamente, no había nada de malo en que Jesús realizara un milagro para proveerse de la comida necesaria. Pero obedecer a Satanás sí es pecado. Además, Cristo había venido para compartir nuestra humanidad. El rehusó emplear un poder que no estuviera a nuestro alcance. No iba a hacer nada que negara su Encarnación. 
G. Campbell Morgan lo explica de la manera siguiente: “El enemigo le pidió que hiciera algo bueno de manera equivocada, satisfacer una necesidad legítima con un método ilegal, hacer uso de los privilegios de su filiación divina para violar sus responsabilidades.”
Lo primero que Jesús le replicó fue: Escrito está. En el idioma griego, este verbo está en tiempo perfecto, que indica acción completa y también el estado resultante como continuando todavía. El significado total es el siguiente: “Ya ha sido escrito y todavía sigue escrito.” Esto hace hincapié en la eterna inmutabilidad de la Palabra de Dios.
Jesús se enfrentó a Satanás y lo venció con las mismas armas que están a nuestra disposición: “la espada del Espíritu que es la palabra de Dios” (Ef. 6:17). 
En las tres ocasiones, El citó el libro de Deuteronomio. La primera de las citas fue: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (4, cf. Dt. 8:3). Jesús vivía por la Palabra de Dios, no por los antojos de su propio apetito. El ha establecido un ejemplo para sus seguidores.
En la segunda tentación, el diablo llevó a Jesús a la santa ciudad. Es el nombre dado sólo por Mateo en el Nuevo Testamento a Jerusalén. También ocurre en Apocalipsis. Se encuentra cinco veces en el Antiguo Testamento. 
El diablo puso a Jesús sobre el pináculo del templo, el lugar más alto de la ciudad santa. Morgan recalca: “La elección del lugar es la primera evidencia de la astucia del enemigo.”
Con tal ambiente, santificado por las asociaciones sagradas, probablemente con una multitud en expectación allá abajo, el diablo efectuó una aproximación distinta. En esta ocasión apeló a la absoluta confianza de Jesús en Dios. Primero la tentación ocurrió en el nivel físico. Esta vez sucedía en un elevado plano espiritual: Si eres Hijo de Dios (o, “Ya que eres Hijo de Dios), échate abajo (6).
Era tan sagrado el lugar donde estaban que el diablo llegó a envalentonarse para citar él mismo las Escrituras. Procuró tomar Salmos 91:11–12. Pero dejó a un lado una frase muy importante: “en todos tus caminos”. Los caminos de Cristo eran los caminos de Dios. Si El se desviaba de la voluntad divina no podía aspirar al cuidado de su Padre. Eso es verdad con nosotros en la actualidad
Los judíos de entonces esperaban que su Mesías habría de llegar repentinamente con una aparición espectacular en el templo. Aquí se presentaba la oportunidad de Jesús para ganar la aclamación nacional como el Mesías. Pero El resistió la tentación al sensacionalismo. En vez de eso, seguiría el sencillo sendero de humilde obediencia a su Padre.
Jesús volvió a blandir su espada—la Palabra de Dios. Esta vez fue: No tentarás al Señor tu Dios (7). La conducta imprudente no es evidencia de fe sino de presunción.
El panorama para la tercera tentación fue todavía distinto. Un monte muy alto (8). Aquí el diablo hizo su intento más elevado. Después de presentar a Cristo una visión de todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, le lanzó esta sorprendente proposición: Todo esto te daré, si postrado me adorares (9). 
¡Qué tentación era esta, ganar todo el mundo sin ir a la cruz! La esencia de la tentación era alcanzar los objetivos aprobados por Dios, pero empleando la estrategia de Satanás. Jesús rechazó aun este plausible recurso.
Le ordenó a Satanás que se fuese. Una vez más citó la Palabra: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás (10, cf. Dt. 6:13). He aquí el primero y más elevado deber del hombre.
Satanás tentó al Señor sobre tres niveles: 
(1) El físico—comida; 
(2) El intelectual—a hacer algo que causara sensación; 
(3) El espiritual—si postrado me adorares. 
El diablo todavía sigue tentando a los hombres en estas tres maneras.
En obediencia al mandato de Cristo, el diablo le dejó. Entonces, vinieron ángeles y le servían (11). Ellos probablemente le proveyeron alimento (cf. 1 R. 19:5–7) y también le socorrieron espiritualmente, regocijándose con El por la victoria ganada.
Verdades prácticas
  1.      La prueba o tentación que soportan los cristianos es la dificultad o riesgo propio del evangelio. Es una lucha permanente por tratar de responder a las exigencias del Señor.
  2.      Por medio de la prueba es posible llegar a conocernos mejor, saber cuál es la medida de nuestra fortaleza espiritual y hasta dónde llega nuestra confianza en Dios.
  3.      Cada prueba hace que nuestra fe se muestre en acción. Es el llamado a poner en funcionamiento todos los recursos espirituales que Dios nos ha otorgado para enfrentar el desafío de esa hora. 
  4.      Toda persona llamada para un servicio especial ha de rendir primeramente un examen. Hay que ser fiel al Señor. Recordemos el dicho de Jesús: "El que es fiel en lo poco, también en lo más es fiel." El Señor prueba nuestra fidelidad a cosas "menores" para luego obligarnos las tareas "mayores."
  5.      El que persevera aun siendo probado es felicitado por el Señor y tiene como recompensa la corona de vida (Stg. 1:12).
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No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (4:4). 
La palabra de Dios es dos veces divina por: 
(1) los hechos que produce y 
(2) porque contiene la inspiración necesaria para que los hijos de Dios comprendamos lo que Dios hizo, lo que hace y lo que hará.
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El pueblo que moraba en tinieblas vio una gran luz. A los que moraban en región y sombra de muerte, la luz les amaneció (4:16).
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