domingo, 3 de julio de 2016

Y dijo Dios: Ponle por nombre Lo-ammi, porque vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios

El propósito de este curso es que la Iglesia de Cristo aprenda y reflexione sobre el mensaje dado por este Profeta al reino del norte, y evite las consecuencias desastrosas que ellos sufrieron por abandonar a Dios. La expresión: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento”, nos lleva a pedira cada miembro de la iglesia que aprenda, enseñe y viva los mandamientos de Dios; por ello recomendamos la memorización del decálogo durante este tiempo de estudio. Oseas vivió la experiencia de lanzar el mensaje de Dios al reino del norte con la esperanza de que éste se arrepintiera y comprendiera cuánto le amaba el Señor.

El libro de Oseas se denomina así por el nombre del profeta que lo escribió. Óseas es el primero de los doce profetas menores. 

Se llaman "menores" no porque sean de menor importancia que los profetas mayores, sino porque sus libros son más cortos. 

Muchos escritores antiguos hebreos y cristianos consideraban los escritos de los profetas menores como un solo libro. En vista de que la época abarcada por estos profetas se parece a la nuestra en su espíritu materialista y comercial, y por sus males sociales, estos libros tienen un mensaje definido e importante para nosotros hoy. 

El nombre Óseas (Heb. Hoshea') es una forma abreviada del Heb. Hosha'eyah (Jer 42: 1; 43: 2), que significa "Yahweh ha salvado". 

2. Paternidad literaria.- 
No se sabe nada más de la historia de la familia de Óseas que lo que se dice en los versículos con que comienza su profecía. El nombre del padre del profeta, Beeri (Heb. Be'eri, "mi pozo"), no revela la tribu a la cual pertenecía Óseas. 

No sabemos nada de los acontecimientos de los últimos días de Óseas, ni del lugar ni el tiempo de su muerte. Sin embargo, la evidencia interna aclara que Óseas pertenecía al reino del norte, Israel, y que allí ejerció su ministerio. 

3. Marco histórico.- 
Los reinados durante los cuales Óseas profetizó están ubicados, según la cronología de este Comentario, como sigue (los años son a. C.):

  • Uzías (790- 739), 
  • Jotam (750-731), 
  • Acaz (735-715) y 
  • Ezequías (729-686), 
  • reyes de Judá; y 
  • Jeroboam II (793-753), rey de Israel. 
Óseas debe haber empezado su ministerio mucho antes de 753 a. C., y tuvo que haber continuado en actividad hasta algún tiempo después de 729 a. C. 

Vivió en el período más tenebroso de la historia del reino de Israel, precisamente antes de que la nación fuera llevada al cautiverio por Asiria. Como el libro de Óseas no hace mención ninguna de este acontecimiento, es probable que fuera escrito antes de la ruina final del reino del norte. 

En los días de Jeroboam II, Israel prosperó materialmente y progresó más que en cualquier otro tiempo desde los reinados de David y Salomón (ver com. Ose. 2: 8). Sus límites por el norte eran casi tan extensos como los que existieron en los días de aquellos reyes (2 Rey. 14: 25, 28). 

Sin embargo, esta gloria externa sólo hacía destacar más la decadencia moral interior y la declinación espiritual del pueblo. La anarquía política y la falta de gobierno caracterizaron esos tiempos. 

Hubo reyes que ascendieron al trono después de matar a sus predecesores, y a su vez ellos fueron asesinados. 

  • Salum asesinó a 910 
  • Zacarías, y Manahem asesinó a Salum, 
  • Peka asesinó a Pekaía, hijo de Manahem; y 
  • Óseas, el último rey de Israel, asesinó a Peka. 
Posiblemente por esta anarquía vergonzosa que se produjo después de Jeroboam II, éste solo es mencionado por Óseas, y sus sucesores son omitidos (Ose. 1: 1); o posiblemente el profeta se fue al sur, a Judá, después del reinado de Jeroboam. 

Oseas se refiere varias veces al culto idolátrico al becerro levantado por Jeroboam I (1 Rey. 12), como causa principal de la impiedad de Israel. Este culto al becerro quizá preparó el camino más tarde para un culto más cruento y más inhumano que se ofrecía en honor de Baal y Astoret: la espantosa abominación del sacrificio de niños y la inexplicable degradación de una desenfrenada sensualidad. 

Oseas vivió en el tiempo de la cosecha de esta mala siembra. La adoración a la criatura desplazó la adoración al Creador. Ningún mandamiento del verdadero Dios era obedecido. Prevalecían la falta de honradez, la desconfianza mutua y la falsedad frente a Dios y al hombre. 

En los prósperos días de Jeroboam II se derramaba sangre en abundancia, y se estimulaba el lujo en todas sus formas. Por regla general, se pervertía injusticia y se oprimía a los pobres. 

El adulterio era una práctica religiosa. Todos los niveles sociales se habían corrompido y la blasfemia y el escepticismo caracterizaban a la corte real. Los sacerdotes, entregados enteramente a la idolatría, se unían con el pueblo en su pecaminosidad, y aumentaban la corrupción que imperaba en el país. 

Oseas fue llamado por Dios para que se opusiera a esa inundación de maldad del reino del norte, y para que levantara diques de reprensión, condenación y súplica: de súplica basada en el eterno amor de Dios por sus hijos descarriados. Pero los ruegos de Óseas no fueron escuchados por un pueblo apóstata. 

La impía nación impenitente e inconversa, se aferró a su rebelde conducta, y fue llevada al cruel cautiverio del yugo asirio. 

Óseas dio el último mensaje de Dios al reino del norte antes de su caída en 723/722 a. C.

4. Tema.- 
El tema predominante del libro de Óseas es el amor de Dios para con su pueblo extraviado. Las experiencias por las cuales pasó el profeta en su vida familiar y los sentimientos de su propio corazón para con su esposa infiel, le dieron una idea de las profundidades insondables del amor del Padre para su pueblo. 

La terrible maldad del reino del norte aparece aún más tenebrosa a la luz de ese amor divino, y Óseas de ninguna manera disculpa al pueblo por su conducta. El profeta también describe con tonos lóbregos los terribles castigos que caerían sobre Jerusalén si persistía en su impiedad. Estas amonestaciones no son amenazas, sino declaraciones de hechos que muestran que el castigo sigue ineludiblemente al pecado. 

Sin embargo, en todo lo que escribe Óseas expresa el tierno amor de Dios para con su pueblo descarriado. El libro está lleno de exhortaciones al arrepentimiento y mensajes de esperanza para los que quisieran volver a su Padre amante. 

5. Bosquejo.- 
I. Sobrescrito, Oseas 1: 1. 
II. La relación de Dios con Israel simbolizada por la relación de Óseas con su propia                 familia, Oseas 1: 2 a Oseas 3: 5. 
   A. La infidelidad de Israel simbolizada por la familia del profeta, Oseas 1: 2-9. 
         1. Casamiento de Óseas, Oseas 1: 2-3. 
         2. Nacimiento de Jezreel, Oseas 1: 4-5. 
         3. Nacimiento de Lo-ruhama, Oseas 1: 6-7. 
      4. Nacimiento de Lo-ammi, Oseas 1: 8-9.  
   
   B. Promesa de que Dios aceptaría a Israel en el futuro, Oseas 1: 10 a Oseas 2: 1. 
   C. La idolatría de Israel comparada con la infidelidad de Gomer, 2: 2-13. 
   D. El amor de Óseas por Gomer, y el amor de Dios para con Israel, Oseas 2: 14-23. 
   E. El regreso de Gomer a Óseas, y el regreso de Israel a Dios, Oseas 3: 1-5. 

III. La condición de impiedad de Israel y la certeza del castigo, Oseas 4: 1 a Oseas 10: 15.      A. La acusación de perversidad, Oseas 4: 1 a Oseas 7: 16 
      1. Impiedad del pueblo en conjunto, Oseas 4: 1-19. 
      2. Impiedad de sacerdotes y gobernantes, Oseas 5:1-15. 
      3. Exhortación al arrepentimiento, Oseas 6: 1 - 11. 
      4. Perversidad de la casa real, Oseas 7: 1-16. 
  B. El castigo sobre la nación, Oseas 8: 1 a Oseas 10: 15. 
      1. La trágica cosecha de depender neciamente de Asiria, Oseas 8: 1-14. 
      2. Exilio a Asiria y disminución de la población, Oseas  9: 1-17. 
      3. El lugar de culto devastado y el reino destruido, Oseas 10: 1-15. 

IV. Resumen del trato de Dios con Israel, Oseas 11: 1 a Oseas 14: 9. 
   A. La misericordia de Dios y su amor para Israel, Oseas 11: 1-11 
   B. La ingratitud e impiedad de Efraín contrastadas con el caso de Jacob, Oseas 11: 12            a Oseas 12: 14. 
   C. El castigo divino sobre Efraín, Oseas 13: 1-16. 
   D. La súplica para regresar y la promesa de plena redención, Oseas 14: 1-9.

No se aparte de tu boca el Libro de esta Ley. De día y de noche meditarás en él, para que cuides de hacer conforme a todo aquello que está en él escrito, porque entonces harás próspero tu camino, y tendrás buen éxito.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




El Pentateuco: Obra monumental de Moisés 

LOS CINCO LIBROS DE MOISÉS
1. El Antiguo Testamento y sus divisiones principales
Las Santas Escrituras del Antiguo Testamento contienen las revelaciones divinas que preparan el camino para la redención del hombre caído por medio de Cristo. 
La revelación de Dios comenzó con la creación de cielo y tierra, cuando el Dios trino llamó a la existencia a un mundo lleno de organismos y de criaturas vivientes y organizadas, que con su vida y su ser proclamaban la gloria de su Creador; en tanto que, en la persona del hombre, que fue formado a la imagen de Dios, fueron creadas para participar en las bendiciones de la vida divina. 
Pero cuando la raza humana, cedió en sus progenitores a la tentación del maligno, y abandonó el camino designado por su Creador, cayendo presa del pecado y de la muerte, y quedando envuelta toda la creación terrenal en los efectos de su caída, la misericordia de Dios comenzó la obra de restauración y redención, la cual había sido planeada en el consejo del amor trino antes de la fundación del mundo para restablecer a la criatura caída, de salvar a la raza humana de muerte y perdición. 
De aquí que, desde el principio, Dios no sólo ha manifestado su eterno poder y deidad en la creación, preservación y gobierno del mundo y sus habitantes, sino que también reveló por medio de su Espíritu, su propósito y deseo de bienestar para el hombre. 
Esta manifestación del Dios personal sobre y en el mundo asumió, a consecuencia de la caída, la forma de un plan de salvación, elevándose por encima de la providencia divina y el gobierno general del mundo, y llenando el orden de la naturaleza con poderes más altos de la vida espiritual, para que el mal, que había entrado por el pecado en la naturaleza del hombre y pasado del hombre a todo el mundo, pudiera ser vencido, y que el mundo fuera transformado en un reino de Dios en el que la santa voluntad domina el desarrollo de las criaturas, y que la humanidad sea glorificada a la semejanza de Dios por la transfiguración completa de su naturaleza. 
Estas manifestaciones de gracia divina, que, tal como lo comenta O. Zoeckler en su Theologia naturalis, 1860, tomo 1, p. 297 perfectamente, hicieron la historia del mundo «un desarrollo de la humanidad hasta convertirse en reino de Dios bajo la superintendencia educacional y judicial del Dios viviente», culminaron en la encarnación de Dios en Cristo para reconciliar el mundo consigo mismo.

Por medio de este acto de amor insondable todo el curso de la historia del mundo se divide en dos periodos: 
  • Los tiempos de preparación de la salvación, y 
  • Los tiempos de efectuación y cumplimiento de la salvación preparada desde el principio. 
El primero se extiende desde la caída de Adán hasta la venida de Cristo, y tiene su punto culminante en la economía del primer pacto. El segundo comienza con la manifestación del Hijo de Dios en la tierra con forma y naturaleza humanas, y dura hasta su regreso en gloria, cuando cambiará el reino de gracia en reino de gloria por medio del último juicio y la creación de un nuevo cielo y una nueva tierra a partir de los elementos del antiguo mundo que se quema en las llamas del juicio del cielo y de la tierra actual (2 P. 3:10–13). Entonces se completará y cerrará el curso del universo, y el tiempo será exaltado a la eternidad (1 Cor. 15:23–28; Ap. 20 y 21).

Si examinamos las revelaciones del primer pacto, conforme nos han sido legadas en las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, podemos distinguir tres fases de desarrollo progresivo de la salvación: 
  1. La preparación para el reino de Dios en su forma del Antiguo Testamento; 
  2. Su establecimiento por el oficio mediador de Moisés; y 
  3. Su desarrollo y extensión por medio de los profetas. 
En todos estos periodos Dios se reveló a sí mismo y su salvación a la raza humana por medio de palabras y hechos. 

Así como el Evangelio del Nuevo Pacto no está limitado a las verdades y preceptos de la fe enseñados por Cristo y sus apóstoles, sino que el hecho de la encarnación de Dios en Cristo Jesús, y la obra de redención completada por el Dios-hombre a través de hechos y sufrimientos, muerte y resurrección, constituyen la quintaesencia de la religión cristiana, tampoco las revelaciones divinas del Antiguo Pacto están restringidas a las verdades proclamadas por Moisés, por los patriarcas que vivieron antes de él y los profetas que vivieron después, respecto a la verdadera naturaleza de Dios, su relación con el mundo, y el destino divino del hombre, sino que consisten incluso más en eventos históricos por los que el Dios vivo y personal se manifestó al hombre en su amor infinito, en actos de juicio y justicia, de misericordia y gracia, para así poderlos guiar de regreso a Él, la única fuente de vida. 

De aquí que todos los hechos de Dios en la historia, por los que se ha rechazado la creciente tendencia a la impiedad, y se ha promovido la moralidad y piedad, incluyendo no sólo los juicios de Dios que han caído sobre la tierra y sus habitantes, sino el llamamiento de hombres para ser portadores de su salvación y la milagrosa dirección concedida a ellos, deben considerarse como elementos esenciales de la religión del Antiguo Testamento, tanto como las revelaciones verbales, por las que Dios dio a conocer su voluntad y consejo salvador por medio de mandamientos y promesas a los creyentes, y esto no sólo a través de una inspiración sobrenatural dentro de ellos, sino sobre todo por medio de sueños sobrenaturales, visiones y teofanías en las que los sentidos externos aprehendieron los sonidos y palabras del lenguaje humano. 

La religión revelada no sólo ha sido introducida en el mundo por la interposición especial de Dios, sino que es esencialmente una historia de lo que Dios ha hecho para establecer su reino sobre la tierra, en otras palabras, para restaurar una comunión personal real entre Dios, cuya omnipresencia llena el mundo, y el hombre que fue creado a su imagen, para que Dios pueda renovar y santificar a la humanidad mediante su Espíritu, y exaltarla a la gloria de la vida en Su plenitud de vida.

El camino para el establecimiento de su reino en la forma del Antiguo Testamento se inició con el llamamiento de Abraham, y su elección para ser el padre de esa nación, con la que el Señor quería realizar un pacto de gracia para bendición de todas las familias de la tierra. 

  • La primera fase de la historia de la salvación comienza con la partida de Abraham, en obediencia al llamamiento de Dios, de su tierra natal y de la casa de su padre, y alcanza hasta el momento en que la posteridad prometida al patriarca se hubo expandido en Egipto en las doce tribus de Israel. La revelación divina durante este periodo consistió en promesas, las cuales pusieron el fundamento para todo el desarrollo futuro del reino de Dios en la tierra, y de esa dirección especial por la que el Señor demostró ser, de acuerdo con estas promesas, el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob.
  • La segunda fase comienza con el llamamiento de Moisés y la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, y abarca el establecimiento del reino de Dios del Antiguo Testamento, a través del pacto que Dios hizo con el pueblo de Israel en Sinaí, a quien había redimido con poderosos hechos de Egipto, y por la constitución nacional que regulaba las condiciones de su relación de pacto, dada en la ley mosaica al pueblo que había escogido como su heredad. En esta constitución se presentan las verdades eternas y las características esenciales del reino espiritual real, en formas terrenales e instituciones populares, y están tan incorporadas en él, que las formas visibles son sombras de verdades espirituales, y contienen los gérmenes de aquel reino espiritual y glorificado en que Dios será todo en todo. En consecuencia del designio de este reino, siendo meramente para preparar y tipificar la revelación plena de Dios en su reino, su carácter predominante era el de la ley, para que, mientras produce una profunda y clara intimación en la pecaminosidad humana y la santidad divina, pudiera incitar una honesta súplica por ser liberados del pecado y de la muerte, y por la bendición de vivir en la paz de Dios. Pero las leyes e instituciones de este reino no sólo grabaron sobre el pueblo la importancia de consagrar toda su vida a Dios el Señor, también les abrieron el camino de la santidad y el acceso a la gracia de Dios, de donde se podría derivar el poder para andar en rectitud delante de Dios, por medio de la institución de un santuario que el Señor de cielo y tierra llenaba con su misericordiosa presencia, y de un altar de sacrificio al que Israel se podría acercar, y recibir allí perdón de los pecados en la sangre de los sacrificios, y regocijarse en la comunión de su Dios.
  • La tercera fase en la historia de la salvación del Antiguo Testamento abarca el desarrollo progresivo del reino de Dios establecido sobre el Sinaí, desde la muerte de Moisés, el legislador, hasta la extinción de la profecía al final de la cautividad de Babilonia. Durante este alargado periodo, Dios se reveló como el Dios del pacto y el monarca de su reino, en parte por la protección especial que dio a su pueblo, en tanto que le fue fiel, o cuando regresó a Él después de un tiempo de apostasía y buscó su auxilio, bien levantando héroes de guerra para combatir los poderes del mundo, o con despliegues milagrosos de su propia omnipotencia, y en parte por la misión de los profetas dotados con el poder de su Espíritu que mantenía su ley y testimonio ante las mentes del pueblo, denunciaba castigo sobre un género apóstata, y predecía la salvación mesiánica a los justos, testificando de su misión divina, siempre que era necesario, por la realización de milagrosos hechos. 
En los primeros siglos después de Moisés hubo una predominancia de los hechos directos de Dios para establecer el reino en Canaán, y exaltarlo en poder y distinción en comparación a las naciones de alrededor. Pero después de que el desarrollo de su poder y gloria culminara bajo el reinado de David y Salomón se inició la división del pueblo del Señor con la separación de las diez tribus de la casa de David y el estado teocrático se empezó a disolver, Dios incrementó el número de profetas para preparar por medio de las profecias la revelación plena de su salvación en el establecimiento del Nuevo Pacto.

Así que las obras de Dios fueron de la mano con su revelación en las palabras de la promesa, de la ley y de la profecía, en la economía del Antiguo Pacto, no meramente preparando el camino para la introducción de la salvación anunciada en la ley y en la profecía, sino como factores esenciales del plan de Dios para la redención del hombre, como hechos que regulaban y determinaban todo el curso del mundo, y contenían en el germen la consumación de todas las cosas; la ley, como «un maestro para llevar a Cristo», entrenando a Israel para que diera la bienvenida al Salvador; y la profecía, proclamando su advenimiento con claridad que aumentaba, e incluso derramando sobre las oscuras y mortecinas sombras de un mundo en enemistad con Dios los primeros rayos de aquella venida del día de salvación, en que el Sol de justicia se levantaría sobre las naciones con la salvación bajo sus alas.

Del mismo modo que la revelación del primer pacto se divide de ese modo en tres etapas progresivas, también los documentos que contienen esta revelación, los libros sagrados del Antiguo Testamento, han sido divididos en tres clases 
תֹּורָה la ley, נֶביאִים los profetas, y כְּתוּבִים ἁγιο/γραφα los hagiógrafos o escritos sagrados. 

Pero aunque esta triple clasificación del canon del Antiguo Testamento no sólo se refiere a tres fases de canonización, sino también a tres grados de inspiración divina, las tres partes del Antiguo Testamento no se corresponden con las tres fases históricas en el desarrollo del primer pacto. 

La única división sostenida por los hechos históricos es la de 
  1. la ley
  2. los profetas
Estos dos contienen todo lo que era objetivo en la revelación del Antiguo Testamento, y distribuido de tal modo que la Torá, como los cinco libros de Moisés son llamados incluso en las mismas escrituras, contiene la obra base del antiguo pacto, o la revelación de Dios en las palabras y hechos que pusieron el fundamento del reino de Dios en la forma del Antiguo Testamento, y también aquellas revelaciones de las edades primitivas y de la historia antigua de Israel que preparó el camino para este reino; en tanto que los profetas, por otro lado, contienen las revelaciones que ayudaron a preservar y desarrollar el reino israelita de Dios, desde la muerte de Moisés hasta su disolución última. Los profetas también se subdividen en dos clases.
  1. La primera de éstas abarca a los llamados נְבִיאִים רִאשֹׁונִים (primeros profetas), es decir los libros profético-históricos (Josué, Jueces, Samuel y los Reyes), que contienen la revelación de Dios conforme se cumplió en la dirección histórica de Israel por jueces, reyes, sumos sacerdotes y profetas; 
  2. La segunda, los נְבִיאִים אַחֲרֹונִים (profetas posteriores), es decir los libros proféticos de predicción (Isaías, Jeremías, Ezequiel y los doce profetas menores), que contienen el testimonio progresivo del consejo de Dios, entregado en conexión con los hechos de Dios durante el periodo de la decadencia gradual del reino del Antiguo Testamento. 
Estos libros históricos están situados entre los profetas en el canon del Antiguo Testamento, no meramente porque narren los hechos de los profetas en Israel, sino aún más, porque exhiben el desarrollo del reino israelí de Dios desde un punto de vista profético del pueblo y del reino muestran el desarrollo de la revelación divina. 

Las predicciones de los profetas posteriores, que no fueron compuestas hasta algunos siglos después de la división del reino, fueron situadas en la misma clase con éstos, como siendo «la constitución del reino que contenía la promesa del Rey celestial, que la caída de su pueblo y reino en el mundo no había tenido lugar en oposición a su voluntad, sino expresamente de acuerdo con ella, y que por lo tanto no había abandonado a su pueblo y su reino, sino que en un tiempo futuro, cuando su condición interna lo permitiera, lo restauraría nuevamente en un nuevo poder y gloria más excelsos» (Auberlen, Jahresbibliothek für deutsche Theologie III, 782).

Los otros escritos del Antiguo Pacto están agrupados en la tercera parte del canon veterotestamentario bajo el título de כְּתוּבִים γραφεῖα o Hagiografía, porque fueron compuestos bajo la influencia del Espíritu Santo. 

Los después llamados hagiógrafos difieren de los libros proféticos tanto de historia como de predicción en su carácter peculiarmente subjetivo, y en la individualidad de sus presentaciones de los hechos y verdades de revelación divina; un distintivo común de todos los escritos de esta clase, a pesar de su diversidad en forma y asuntos que tratan. 

Incluyen: 

  1. Los libros poéticos: Salmos, Job, Proverbios, Cantares de Salomón, Eclesiastés y Lamentaciones de Jeremías, como testimonio de los frutos espirituales de los justos en la fe, el pensamiento y la vida de los justos por medio de la revelada religión del Antiguo Pacto; 
  2. El libro de Daniel, que vivió y trabajó en la corte caldea y persa, con su rica despensa de sueños y visiones divinamente inspirados, profetizando la historia futura del reino de Dios; 
  3. Los libros históricos de Rut, Crónicas, Esdras, Nehemías y Ester, que presentan la historia del gobierno de David y su dinastía, con referencia especial a la relación que mantenía el rey con el culto levita en el templo, y el destino del remanente de la nación del pacto, que fue preservado en la caída del reino de Judá, desde el tiempo de su cautividad hasta su regreso de Babilonia, y su reestablecimiento en Jerusalén y Judá. 
2. Título, contenidos y plan de los libros de Moisés
Los cinco libros de Moisés (ἡ Πεντάτευχος añadir βίβλος, liber Pentateuchus, el libro en cinco partes) son llamados en el Antiguo Testamento סֶפֶר הַתֹּורָה «Sefer hattorá, el libro de la ley» (Deut. 31:26; Jos. 1:8, etc.), o simplemente הַתֹּורָה, ὁ νόμος, la Ley (Neh. 8:2, 7, 13, etc.), un nombre que describe ambas cosas, los contenidos de la obra y su importancia en relación con la economía del Antiguo Pacto. 

La palabra תֹּורָה, un sustantivo derivado del Hif’il de הֹורָה, demonstrare, docere, denota instrucción, enseñanza. La תֹּורָה es el libro de instrucción, que Jehová dio a través de Moisés al pueblo de Israel, y por tanto es llamado תֹּורָת יְהֹוָה Torat Jehovah (2 de Crón. 17:9; 34:14; Neh. 9:3) y תֹּורָת מֹשֶׁה Torat Mosheh (Jos. 8:31; 2 de Reyes 14:6; Neh. 8:1), o סֶפֶר מֹשֶׁה Sefer Mosheh, el libro de Moisés (2 de Crón. 25:4; 35:12; Esdras 6:18; Neh. 13:1). Sus contenidos son la revelación divina en palabras y hechos, o mejor dicho, la revelación fundamental por la que Jehová seleccionó a Israel para ser su pueblo, y les entregó su norma de vida (νομός), o constitución teocrática como pueblo y reino.

Toda la obra, aunque dividida en cinco partes, forma, en plan y ejecución, un todo cuidadosamente construido, comenzando con la creación, y llegando hasta la muerte de Moisés, el mediador del Antiguo Pacto. 

Con la creación del cielo y de la tierra se prepara el terreno para la revelación divina. El mundo que Dios creó es la escena de la historia de la salvación entre Dios y el hombre, el sitio para el reino de Dios en su forma terrenal y temporal. 

CONTENIDO DE CADA LIBRO:

  1. El primer libro contiene referente a la primera historia de la raza humana y de la antigüedad de Israel hasta los patriarcas de Israel se mantiene en una relación más o menos inmediata con el reino de Dios, cuyo establecimiento real lo describen los otros libros de tal manera que en 
  2. El segundo describe la inauguración de este reino en Sinaí, en 
  3. El tercero el orden espiritual y en 
  4. El cuarto la organización política del reino por medio de hechos y preceptos legales.
  5. El quinto recapitula finalmente toda la obra de Dios en un hilo hortatorio, abarcando historia y legislación, y las imprime sobre los corazones del pueblo, con el propósito de levantar fidelidad veraz al pacto y asegurando su duración fue establecida de ese modo la economía del Antiguo Pacto y la revelación de la ley cierra con la muerte de su mediador.
La división de la obra en cinco libros fue lo más sencillo y natural que podría haber sido adoptado, de acuerdo con los contenidos y plan que hemos descrito. Los tres libros intermedios contienen la historia del establecimiento del reino del Antiguo Testamento; el primero presenta la historia preliminar y el quinto la recapitula y confirma. Esta división en cinco libros no fue realizada por algún postrer editor, sino que se fundamenta en el plan completo de la Thora, y por tanto debe considerarse como original. Porque incluso los tres libros centrales, que contienen una historia continua del establecimiento de la teocracia, se dividen en tres por el hecho de que la porción intermedia, el tercer libro del Pentateuco, está separado de los otros dos, no sólo por sus contenidos, sino también por su introducción, en el primer verso, y su fórmula concluyente, cap. 27:34.
3. Origen y fecha de los libros de Moisés
Los cinco libros de Moisés ocupan el primer lugar en el canon del Antiguo Testamento, no meramente por causa de su peculiar carácter como el fundamento y norma de su contenido, sino también porque es el escrito más antiguo de este canon y la base de toda la literatura del Antiguo Testamento.

Todas las obras históricas, proféticas y poéticas de los israelitas postmosaicas apuntan retrospectivamente a la ley de Moisés como su tipo y fuente principal, y asumen la existencia no meramente de la ley en sí, sino también de un libro de la ley, con el carácter y forma precisos de los cinco libros de Moisés. 

En todos los otros libros históricos del Antiguo Testamento no se encuentra trazo alguno de alguna expansión progresiva de, o adiciones subsiguientes a los estatutos y leyes de Israel; ya que el relato del descubrimiento del libro de la ley en el templo durante el reinado del rey Josías (2 de Reyes 22 y 2 de Crón. 34), es decir del ejemplar puesto al lado del arca, no puede construirse, sin una perversión voluntaria de las palabras, para constituir una prueba histórica de que el Pentateuco o el libro de Deuteronomio fue compuesto en ese tiempo, o que fue sacado a la luz en esa época por primera vez

Por el contrario, hallamos que, desde el tiempo de Josué hasta la época de Esdras y Nehemías, la ley de Moisés y su libro de la ley eran el único código válido e inalterable por el que se regulaba la vida nacional, tanto en sus instituciones civiles como religiosas. 

Sin duda ocurren numerosos casos en que se infringieron diferentes mandamientos de la ley, y ordenanzas particulares fueron descuidadas; pero incluso en los tiempos problemáticos y anárquicos de los jueces, se realizaba la adoración pública en el tabernáculo en Silo por sacerdotes de la tribu de Leví de acuerdo a las instrucciones de la Torá, y los devotos peregrinaban periódicamente en las fiestas designadas a la casa de Dios para adorar y sacrificar delante de Jehová en Silo (Jue. 18:31, cf. Jos. 18:1; 1 de Sam. 1:1–4:4). 

En el establecimiento de la monarquía (1 de Sam. 8:10), el curso adoptado estaba de completo acuerdo con las leyes contenidas en Deut. 17:14ss. 

El sacerdocio y el lugar de adoración fueron reorganizados por David y Salomón en perfecta armonía con la ley de Moisés. Josafat hizo provisión para la instrucción del pueblo en el libro de la ley, y reformó la jurisdicción de acuerdo a sus preceptos (2 de Crón. 17:7ss., 19:4ss.). 

Ezequías y Josías no sólo abolieron la idolatría introducida por sus predecesores, como lo había hecho Asa, sino que restauraron la adoración a Jehová, y festejaron la Pascua como una fiesta nacional, de acuerdo con las regulaciones de la ley mosaica (2 Crón. 29–31; 2 Reyes 23 y 2 Crón. 34 y 35). 

Incluso en el reino de las diez tribus, que se separó del reino de David, la ley de Moisés retuvo su fuerza no meramente en cuestiones de derecho civil, sino también en relación con la vida religiosa de los devotos, a pesar de la adoración establecida por Jeroboam en oposición a la ley, como podemos verlo claramente por las obras de Elías y Eliseo, de Oseas y Amós, dentro de ese reino y fue probado exitosamente por Hengstenberg, Beiträge zur Einleitung in das Alte Testament, tomo II, pp. 48ss. 

Además, todos los libros históricos están ricamente equipados con alusiones y referencias inequívocas a la ley, las cuales proveen una prueba más fuerte que la mención del libro de la ley, de cuán profundamente había penetrado la Torá de Moisés en la vida religiosa, civil y política de Israel. 

Del mismo modo, los profetas derivaban su autoridad e influencia total de la ley de Moisés;

  • Porque todos los profetas, desde el primero hasta el último, invariablemente presentaron la ley con sus preceptos y prohibiciones de la ley al pueblo. 
  • Ellos juzgaron, reprobaron, y castigaron las condiciones, los pecados y los crímenes del pueblo de acuerdo con sus estatutos, resumieron y expandieron sus amenazas y promesas, 
  • Proclamaron su seguro cumplimiento empleando los eventos históricos de los libros de Moisés con el propósito de reprobar o consolar, citando frecuentemente las mismas palabras de la Torá, especialmente las amenazas y promesas de Moisés en Lev. 26 y Deut. 28, para dar fuerza y énfasis a sus advertencias, exhortaciones y profecías
  • Y, finalmente, la poesía que floreció bajo David y Salomón también tuvo sus raíces en la ley, la cual no sólo discierne, ilumina y consagra todas las emociones y cambios de una vida justa del creyente en los Salmos, y todas las relaciones civiles de la vida en Proverbios, sino que se hace oír de varias formas en el libro de Job y los Cantares de Salomón, y es incluso recomendada en Eclesiastés (cap. 12:13) como la suma y esencia de la verdadera sabiduría.
Con este hecho indiscutible de que la Thora —tal como lo comenta Delitzsch, Commentar zur Genesis, p. 11 de la 4 edición— es una obra tan antigua que toda la literatura y la historia mosaica lo presuponen para sí. 

Armoniza también la constitución interna del libro de la ley en el cual no muestra rasgos de circunstancias y tiempos postmosaicos sino que tiene la evidente estampa de un origen mosaico tanto en su contenido como en su estilo. 

Todo lo que ha sido aducido como prueba de lo contrario por el llamado criticismo moderno está fundado bien sobre una mala interpretación, o sobre una falta de aprehensión de las peculiaridades del estilo semita en los escritos históricos, o finalmente, en prejuicios doctrinales, en otras palabras, sobre un repudio de todas las características sobrenaturales de la revelación divina de sus milagros y profecías. 

La evidencia de esto se dará en éste, en la exposición de los pasajes que supuestamente contienen alusiones a circunstancias e instituciones de una edad postmosaica más tardía, contradicciones y repeticiones que son irreconciliables con el origen mosaico de la obra

La Torá «cumple con todas las expectativas a las que podría llevarnos a formar una obra compuesta por él, en un cuidadoso estudio del carácter personal de Moisés. 

  • Él fue uno de esos maestros, en cuya vida se asocia la rica madurez de un periodo histórico con el creativo comienzo de otro, en quien culmina un largo pasado, y se extienden las raíces de un futuro de mucho alcance. 
  • En él se centran el final de la era patriarcal y el inicio del periodo de la ley; en consecuencia esperamos hallarlo, como un historiador sagrado, uniendo la revelación existente con sus antecedentes patriarcales y primitivos. 
  • Como el mediador de la ley, fue un profeta, y, ciertamente, el mayor de todos los profetas; esperamos de él, por tanto, explicaciones proféticas en los caminos de Dios tanto del pasado como del futuro. 
  • Él fue enseñado en toda la sabiduría de los egipcios; una obra de su mano mostraría, en varias alusiones inteligentes, las costumbres, leyes e incidentes egipcios, la buena educación egipcia» (Delitzsch, op.cit., 99 pp.). 
Respecto a todo esto, la Torá no sólo satisface de manera general, las demandas que un criticismo modesto y sin prejuicios requiere de las obras de Moisés; sino que en una investigación más cercana de sus contenidos, presenta tantas marcas no sólo de la edad mosaica sino también del espíritu mosaico, que es a priori probable que Moisés sea su autor. 

¡Cuán admirablemente fue, por ejemplo, preparado el camino para la revelación de Dios en Sinaí, por la revelación descrita en Génesis de los tiempos primitivos y patriarcales! 

El mismo Dios que, cuando hizo pacto con Abram, se reveló a él en una visión como JEHOVÁ que lo había sacado de Ur de los caldeos (Gen. 15:7), y que después, en su carácter de EL SHADAI, i.e. el Dios omnipotente, estableció el pacto que había hecho con él (Gen. 17:1ss.), dándole en Isaac, el heredero de la promesa, y guiando y preservando a Isaac y a Jacob en sus caminos, se apareció a Moisés en Horeb, para manifestarse a la simiente de Abraham, Isaac y Jacob en el significado pleno de su nombre JEHOVÁ, al redimir a los hijos de Israel de la esclavitud de Egipto, y aceptándolos como el pueblo de su posesión (Ex. 6:2ss.). 

¡Cuán magníficas son las revelaciones proféticas contenidas en la Torá, abarcando toda la historia futura del reino de Dios hasta su gloriosa consumación al final del mundo! Aparte de promesas como las de Gen. 12:1–3; Ex. 19:5, 6 y otras, que apuntan a la meta y terminación de los caminos de Dios desde el comienzo de su obra de salvación; en la oda cantada en el Mar Rojo, Moisés no sólo contempla a su pueblo introducirse en Canaán, y a Jehová entronizado como el Rey eterno en el santuario establecido por Él mismo (Ex. 15:13, 17, 18), sino que desde Sinaí (Lev. 26) y las llanuras de Moab (Deut. 28–30, 32!) mira el futuro de su pueblo, y la tierra hacia la que están a punto de marchar, y ve el todo de una forma tan clara a la luz de la revelación recibida en la ley, como para predecir a un pueblo recientemente liberado del poder de los paganos, que serían esparcidos nuevamente entre los paganos por apostatar del Señor, y que la hermosa tierra, de la cual están a punto de posesionarse por primera vez, una vez más sería dejada en ruinas. 

Y predice esto con tal exactitud, que todos los otros profetas, en sus predicciones de la cautividad, basan sus profecías en las palabras de Moisés, simplemente extendiéndolas a la luz arrojada sobre ellos por las circunstancias históricas de sus tiempos

Nuevamente, ¡cuán ricamente abundan los cinco libros en alusiones delicadas y casuales a Egipto, sus eventos históricos, sus costumbres y sus condiciones naturales! Hengstenberg ha acumulado una gran cantidad de pruebas, en su «Egypt and the books of Moses», del conocimiento más exacto por parte del autor de la Torá, de Egipto y sus instituciones. 

Sólo por elegir unas cuantas —aquellas que son aparentemente triviales, e introducidas completamente por accidente ya sea en la historia o en las leyes, pero que son tan características como conclusivas— mencionaremos: 

  • La costumbre egipcia de los hombres de llevar canastas sobre la cabeza, en el sueño del jefe de los panaderos de Faraón (Gen. 40:16); 
  • El afeitarse la barba (41:14), 
  • Profetizar con la copa (44:5); 
  • La costumbre de embalsamar los cadáveres y colocarlos en sarcófagos (50:2, 3 y 26);
  • La cesta hecha de papiro y calafateada con brea y asfalto (Ex. 2:3), 
  • La prohibición de acostarse con el ganado (Ex. 22:19; Lev. 18:23; 20:15, 16), y otras perversidades poco naturales comunes en Egipto; 
  • La observación de que Hebrón fue construida siete años antes que Zoán en Egipto (Num. 13:22), 
  • La alusión en Num. 11:5 a la comida ordinaria y favorita de Egipto; 
  • El modo egipcio de irrigar (Deut. 11:10, 11); 
  • La referencia al modo egipcio de azotar (Deut. 25:2, 3); 
  • La amenaza de los brotes y enfermedades de Egipto (Deut. 7:15; 28:27, 35, 60), y
  • Muchas otras cosas narradas especialmente en el relato de las plagas impuestas al faraón y a su estado que concuerda tan estrechamente con la naturaleza de ese país (Ex. 7:8–10:23).
En su forma general, la Torá también responde a las expectativas que podemos esperar en una obra de Moisés. En tal obra podemos esperar hallar «la unidad de un plan magnifico, comparativa indeferencia a los meros detalles, pero un comprehensivo y destacado entendimiento de la totalidad y de los puntos destacados; profundidad y elevación combinada con la mayor sencillez. 

En la magnifica unidad del plan, detectaremos al poderoso líder y gobernador de un pueblo que enumera cientos de miles; en la sencillez infantil, el pastor de Madián, que alimentó las ovejas de Jetro lejos de las variadas escenas de Egipto en las fértiles hendiduras de las montañas de Sinaí» (Delitzsch, ibid.). 

Ya hemos mostrado la unidad del magnifico plan de la Torá en sus rasgos más generales, y la interpretaremos todavía más minuciosamente en la interpretación de los libros por separado.

 La sencillez infantil del pastor de Madián se aprecia más distintivamente en aquellas figuras y símiles extraídos de la contemplación inmediata de la naturaleza, que encontramos en las porciones más retóricas de la obra. 

A esta clase pertenecen: 

  • Expresiones poéticas como «cubriendo el ojo de la tierra» (Ex. 10:5, 15; Num. 22:5, 11); 
  • Símiles tales como este: «como el guardián lleva al niño de pecho» (Num. 11:12); «como un varón lleva a su hijo» (Deut. 1:31); «como el buey come la hierba del campo» (Num. 22:4); «como oveja sin pastor» (Num. 27:17); «como las abejas» (Deut. 1:44); «como vuela el águila» (Deut. 28:49); y 
  • Nuevamente la forma figurativa 
                - «llevados sobre alas de águila» (Ex. 19:4, cf. Deut. 32:11); 
          - «fuego consumidor» (Ex. 24:17; Deut. 4:24; 9:3); 
          - «cabeza y cola» (Deut. 28:13, 44); 
          - «una raíz que produce hiel y ajenjo» (Deut. 29:18); 
          - «la embriaguez quite la sed» (Deut. 29:19), y muchos otros.

A esto podemos añadir el anticuado carácter del estilo, que es común para los cinco libros, y los distingue esencialmente de todos los otros escritos del Antiguo Testamento. Éste aparece algunas veces en el uso de las palabras, formas o frases, que subsiguientemente desaparecen del lenguaje hablado, y que o bien no vuelven a aparecer, o se utilizan únicamente aquí y allí por los escritores del tiempo exílico y postexílico la cautividad y después de ella, y entonces son tomadas del mismo Pentateuco; en otras ocasiones, en el hecho de que las palabras y frases son empleadas en los libros de Moisés en prosa sencilla, las cuales, con el paso del tiempo retornaron únicamente en la poesía, o cambiaron su significado por completo. 

Por ejemplo:

  • el pronombre הוּא y el sustantivo נַעַר son empleados en el Pentateuco en el género común (genus communis), en tanto que las formas הִיא y נַעֲרָה después fueron empleadas para el femenino; mientras que la primera de estas sólo aparece once veces en el Pentateuco, la segunda es única. El pronombre demostrativo es הָאֵל, después הָאֵלֶּה; el infinitivo constructo de los verbos ל׳׳ה a menudo se escribe הֹ o וֹ sin ת, como עֲשֹׂו Gen. 31:38; עֲשׂהוּ Ex. 18:18, רְאֹה Gen. 48:11; la tercera persona plural de los verbos en su mayoría mantiene la forma completa de וּן, no sólo en el imperfecto, sino aquí y allí en el perfecto, en tanto que después fue suavizada a וּ. También palabras como אָבִיב, espiga de trigo; אַמְתַּחַת saco; בָּתַר dissecuit hostias; בֶּתֶר una pieza; גֹּוזָל polluelo; זֶבֶד un regalo; זָבַד regalar; חֶרְמֵשׁ una hoz; טֶנֶא una canasta; הַיְקוּם algo vivo y existente; מַסְוֶה un velo, cubierta; עֵקֶר un retoño (aplicado a los hombres); שְׁאֵר Pariente de sangre; formas como זָכוּר por זָכָר mas, כֶּשֶׁב por כֶּבֶשׂ un cordero; frases como אֶל־עַמָּיו נֶאֱסַף, «reunido a su pueblo»; y muchas otras. En vano se buscan en los otros escritos del Antiguo Testamento, mientras que las palabras y frases que se utilizan allí, en su lugar, no se encuentran en los libros de Moisés.
En tanto que los contenidos y forma de la Torá atestiguan que pertenece a la época mosaica, existen declaraciones expresas al efecto de que fue escrita por el mismo Moisés. 

Ya en los libros centrales se dice que se han escrito ciertos eventos y leyes. Después de derrotar a los amalequitas Moisés recibió órdenes de Dios de escribir el mandato de exterminar a Amalec, para memoria, en el libro (esto significa un libro designado para apuntar los hechos del Señor en Israel, Ex. 17:14). 

De acuerdo con Ex. 24:3, 4, 7, Moisés escribió las palabras del pacto (Ex. 20:2–17) y las leyes de Israel (Ex. 21–23) en el libro del pacto, y las leyó al pueblo. Nuevamente, en Ex. 34:27, leemos acerca de la orden que Dios da a Moisés de escribir las palabras del pacto renovado en el Sinaí, lo cual sin duda hizo. 

Y finalmente, se declara en Num. 33:2 que escribió por orden divina un protocolo de las diferentes acampadas de los israelitas en el desierto, de acuerdo con el mandato de Dios. Es cierto que estas declaraciones no proveen evidencia directa de la paternidad Mosaica de toda la Torá; pero por el hecho de que el pacto de Sinaí debía concluirse, y en realidad fue concluido, sobre la base de un documento escrito de las leyes y privilegios del pacto, puede inferirse con tolerable certeza, que Moisés sometió todas esas leyes a la escritura, las cuales servirían al pueblo como una regla inviolable de conducta para con Dios. 

Y por el relato que Dios mandó que se hiciera, de los dos eventos históricos ya mencionados, se deduce incuestionablemente, que era intención de Dios que todas las manifestaciones más importantes de la fidelidad del pacto de Jehová fuesen entregadas por escrito, para que el pueblo de todo el tiempo futuro pudiera estudiarlas y guardarlas en su corazón, y que de ese modo se preservara su fidelidad. 

Que Moisés reconoció esta intención divina, y con el propósito de defender la obra que ya había sido completada por medio de su oficio mediador, sometió a la escritura no meramente toda la ley, sino toda la obra del Señor en y por Israel —en otras palabras, que él escribió toda la Torá en la forma que nos ha llegado a nosotros, y que entregó la obra a la nación antes de partir de esta vida, para que fuera preservada y obedecida—, se declara distintivamente al final de la Torá, en Deut. 31:9, 24

Cuando hubo entregado su último discurso al pueblo, y designado a Josué para que los dirigiera a Canaán, a su heredad prometida, escribió esta Torá (הַתֹּורָה הַזּאֹת) y la entregó a los sacerdotes, y todos los ancianos de Israel, con el mandato de que debía leerse al pueblo cada siete años, en la fiesta de los Tabernáculos, cuando vinieran a presentarse delante del Señor en el santuario. 

Sobre esto se declara (vers. 24ss.) que sucedió, «cuando acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley en un libro hasta concluirse, dio órdenes Moisés a los levitas que llevaban el arca del pacto de Jehová, diciendo: Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y esté allí por testigo contra ti, etc.». 

Este doble testimonio de la autoría mosaica de la Torá es confirmado por el mandato en Deut. 17:18, de que el rey que sería elegido después debía hacer que se escribiera una copia de esta ley en un libro por los sacerdotes levitas, y que debía leerlas todos los días de su vida, y por las repetidas alusiones a «las palabras de esta ley que están escritas en este libro», o «en el libro de la ley» (Deut. 28:58, 61; 29:21; 30:10; 31:26); porque el primer mandamiento y las postreras alusiones no son entendibles en ninguna otra suposición que no sea la del hecho de que Moisés se comprometió a escribir el libro de la ley, y quiso entregarlo a la nación de una forma completa, antes de su muerte; aunque este pudo no haber estado terminado cuando se escribió el mismo mandato y se pronunciaron las palabras en cuestión, sino, como Deut. 31:9 y 24 lo afirman distintivamente, puede haberse completado después de su discurso al pueblo, poco tiempo antes de su muerte, por el arreglo y revisión de las primeras porciones, y la adición del último libro.

Sin embargo, la validez de esta evidencia no debe restringirse al quinto libro de la Torá únicamente; ésta se extiende a los cinco libros, es decir, a toda la obra en su unidad, por cuanto no puede demostrarse exegéticamente en el Deuteronomio que la expresión, «הַתֹּורָה הַזּאֹת» se relacione en cada pasaje del libro, desde el cap. 1:5 hasta el 31:24 con el llamado Deuterosis de la ley, o únicamente al quinto libro, y que el Deuteronomio haya sido escrito antes que los otros libros, cuyos contenidos presupone invariablemente. Ni tampoco puede demostrarse históricamente que el mandamiento respecto a la copia de la ley que debía hacerse para el futuro rey, y las regulaciones para la lectura de la ley en la fiesta de los tabernáculos, haya sido entendido por los judíos como refiriéndose únicamente al Deuteronomio. 

Flavio Josefo no dice nada respecto a algún límite, sino que habla, por el contrario, de la lectura de la ley en general (ὁ ἀρχιερεὺς … ἀναγινωσκέτω τοὺς νόμους πᾶσι, Antigüedades Judaicas 4:8, 12). 

Los rabinos también entienden las palabras «הַתֹורָה הַזּאֹת», en Deut. 31:9 y 24, como relacionándose con toda la Torá desde Gen. 1 hasta Deut. 34, y sólo difieren en opinión en lo referente a si Moisés escribió toda la obra de una sola vez, después de su último discurso, o si compuso los primeros libros gradualmente, después de los diferentes eventos y la publicación de la ley, y luego completó todo escribiendo Deuteronomio y anexándolo a los cuatro libros ya existentes.

Es incluso menos probable que esta evidencia pueda ser dejada de lado o se duda de ella por la objeción ofrecida por Vaihinger (ibid.) de que «Moisés no pudo haber relatado su propia muerte y sepultura (Deut. 34); y sin embargo el relato de esto forma una parte esencial de la obra, conforme la poseemos ahora, y el lenguaje y estilo mantiene un parecido muy estrecho con Num. 27:12–23». Las palabras en el cap. 31:24, «cuando acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley en un libro hasta concluirse», son prueba suficiente de que el relato de su muerte fue añadido por una mano distinta, sin necesidad de declararlo distintivamente5. Además, el argumento retiene toda su fuerza, aunque no sólo en el cap. 34, la bendición de Moisés en el cap. 33, cuyo título demuestra ser un apéndice de la Torá, y el canto en el cap. 32, están incluidos en el suplemento añadido por una mano diferente, incluso si los suplementos comienzan en el cap. 31:24, o, como Delitzsch supone, en el cap. 31:9. Porque incluso en el último caso, los preceptos de Moisés sobre la lectura de la Torá en la fiesta de los tabernáculos del año de la redención, y sobre la preservación de la copia al lado del arca, había sido insertado en el original preparado por el mismo Moisés antes de haber sido depositado en el lugar designado; y la obra de Moisés habría sido concluida, después de su muerte, con el anuncio de su muerte y entierro. El suplemento en sí, sin duda fue añadido, no sólo por un contemporáneo, sino por un hombre que estaba íntimamente asociado con Moisés y que ocupaba una posición prominente en la comunidad israelita, de modo que su testimonio estaba a la altura del de Moisés.
4. Carácter histórico de los libros de Moisés
El reconocimiento de la credibilidad histórica de los hechos anotados en los libros de Moisés requiere una admisión previa de la realidad de una revelación sobrenatural de Dios. 

El ampliamente extendido naturalismo de los teólogos modernos que deduce el origen y desarrollo de las ideas religiosas del Antiguo Testamento de la naturaleza de la mente humana, necesariamente debe remitir todo lo que se dice en el Pentateuco con relación a las manifestaciones o hechos de Dios sobrenaturales, a la región ficticia de las sagas y mitos, y rechazar la verdad y realidad histórica de milagros y profecías. 

Pero tal opinión debe juzgarse como algo que no surge de la verdad ni conduce a la verdad sobre la simple base que está en discrepancia directa con lo que Cristo y sus apóstoles han enseñado en el Nuevo Testamento con referencia al Antiguo, y también como algo que conduce ya sea a un insípido deísmo o a un panteísmo sin consuelo, que, por un lado, ignora el obrar de Dios, y, por el otro, la naturaleza más secreta de la mente humana. 

De la realidad de las revelaciones divinas, acompañadas por milagros y profecías, el cristiano, i.e. el cristiano creyente, ya tiene una promesa en el milagro de la regeneración y la obra del Espíritu Santo dentro de su corazón. Aquel que ha experimentado en sí mismo este milagro espiritual de gracia divina, también reconocerá como hechos históricos los milagros naturales por los que el Dios verdadero y vivo estableció su reino de gracia en Israel, dondequiera que el testimonio de un testigo ocular asegura su credibilidad. 

Ahora tenemos este testimonio en el caso de todos los eventos del tiempo de Moisés, desde su llamado en adelante, o más bien desde su nacimiento hasta su muerte; es decir, de todos los eventos que se narran en los últimos cuatro libros de Moisés. 

El código legal contenido en estos libros ahora es reconocido por los oponentes más naturalistas de la revelación bíblica que ha procedido de Moisés, en lo que se refiere a sus elementos más esenciales; y esto es en sí una simple confesión de que la edad mosaica no es oscura o mítica, sino que cae dentro de la clara luz de la historia. 

Los eventos de tal época ciertamente podrían ser convertidos en leyendas durante el curso de los siglos pero sólo en casos donde habían sido transmitidos oralmente de generación en generación. Pero esto no puede aplicarse a los eventos de la época mosaica; porque incluso los oponentes del origen mosaico del Pentateuco admiten que el arte de escribir había sido aprendido por los israelitas de los egipcios con mucha anterioridad, y que no sólo leyes aisladas, sino también los eventos memorables, fueron reflejados en la escritura. 

A esto debemos añadir que los eventos históricos de los libros de Moisés no contienen trazos de transmutación legendaria, o adornos míticos de los hechos reales. Algunos casos de discrepancia que algunos críticos han presentado como conteniendo pruebas de esto, han sido refutados por otros de la misma escuela teológica por no tener fundamento. 

De esta manera afirma Bertheau (E. Bartheau, Die sieben Gruppen mosaischer Gesetze in den drei mittleren Büchern des Pentateuchs, 1840, p. 29), con relación a supuestas contradicciones en diferentes leyes: «Siempre me parece precipitado asumir que hay contradicciones en las leyes y aducir esto como evidencia de que los pasajes contradictorios deben pertenecer a diferentes periodos. 

El estado del caso en realidad es éste: incluso si el Pentateuco recibió gradualmente la forma en que nos ha llegado, cualquiera que haya hecho añadidos debe haber sabido cuáles eran los contenidos existentes, y por tanto no sólo no habría admitido nada que fuera contradictorio, sino que borraría cualquier cosa contradictoria que pudiera haberse introducido antes. 

La libertad de hacer añadidos no me parece ser mayor o ser más difícil, que el hacer omisiones particulares». Y sobre las discrepancias en los relatos históricos, C. v. Lengerke (Kenaan, 1844, p. 101) mismo dice: «Las discrepancias que algunos críticos han querido descubrir en las secciones históricas del Deuteronomio, en comparación con los primeros libros, en realidad no existen». 

De todas las pretendidas contradicciones, la gran mayoría ha sido introducida por los mismos críticos en el texto bíblico, y tienen tan poca base para sostenerlas en la misma narrativa, que al examinarlas de cerca se resuelven por ser meras apariencias, y la mayor parte de las diferencias puede explicarse fácilmente. 

El resultado es el mismo en el caso de las repeticiones de los mismos eventos históricos, los cuales han sido considerados como reduplicaciones legendarias de cosas que ocurrieron sólo una vez. Sólo hay dos sucesos milagrosos mencionados en la era mosaica de los que se dice que han sido repetidos; sólo dos casos, por lo tanto, en que es posible poner la repetición al relato de ficción legendaria: la alimentación del pueblo con codornices, y el hacer brotar agua de una roca para que éste pueda tomar. 

Pero ambos son de un carácter tal que la apariencia de la identidad se desvanece por completo ante los distintivos de los relatos históricos, y las diferencias en las circunstancias que los acompañaban. La primera alimentación con codornices tuvo lugar en el desierto de Sin, antes de la llegada de los israelitas a Sinaí, en el segundo mes del primer año; la segunda ocurrió después de su partida desde Sinaí, al segundo mes del segundo año, en los llamados sepulcros de lujuria. 

La segunda fue enviada como un juicio o plaga, la cual llevó a los murmuradores a los sepulcros de su lujuria; la primera meramente suplió la necesidad de alimentarse con comida animal. El agua fue extraída de la roca, por primera vez, en Refidim, durante el primer año de su viaje, en un sitio que fue llamado, como consecuencia de ello, Massah y Meribah; la segunda vez en Cades, en el año cuarenta, y en esa ocasión Moisés y Aarón pecaron por lo que no se les permitió entrar en Canaán.

El contenido histórico del Génesis parece ser diferente. Si Génesis fue escrito por Moisés, incluso entre la historia de los patriarcas y el tiempo de Moisés hay un intervalo de cuatro o cinco siglos, en que la tradición posiblemente podría haber sido corrompida u oscurecida. Pero inferir la realidad de la mera posibilidad sería un procedimiento muy acientífico, y estaría en oposición con la regla más simple de la lógica. 

Ahora, si vemos la historia que nos ha sido dada en el libro de Génesis desde los tiempos primitivos de la raza humana y de los días de los patriarcas, las tradiciones desde los tiempos primitivos están restringidas a unos sencillos incidentes descritos de manera natural, y a genealogías que exhiben el desarrollo de las primeras familias, y el origen de las diferentes naciones, en el estilo más llano posible. 

Estos relatos transmitidos tienen un sello histórico tan genuino que no se puede levantar duda alguna respecto a que su credibilidad esté bien fundamentada; mas por el contrario, toda la investigación histórica del origen de las diferentes naciones sólo tiende a su confirmación.

 Esto también se aplica a la historia patriarcal en que, con la excepción de las manifestaciones divinas, no sucede nada que pudiera traer a la mente, en el grado más remoto, los mitos y fábulas de las naciones paganas, en lo que respecta a la vida y hechos de sus héroes y progenitores. 

Hay tres relatos separados en las vidas de Abraham e Isaac de una abducción de sus esposas; y los críticos modernos no pueden ver en esto nada más que tres adornos míticos de un solo evento. Pero en una observación cercana y sin prejuicios de los tres relatos, las circunstancias que rodean los tres casos son tan peculiares, y corresponden tan exactamente a sus respectivas posiciones, que la apariencia de una legendaria multiplicación se desvanece, y los tres eventos históricos deben descansar sobre buen fundamento histórico. 

Hallamos nuevamente que en la guía de la raza humana, desde las edades más antiguas en adelante, de manera especial en la vida de los tres patriarcas, Dios preparó el camino por medio de revelaciones para el pacto que hizo en Sinaí con el pueblo de Israel. Pero en estos preparativos no podemos encontrar señal de alguna transferencia legendaria y antihistórica de circunstancias e instituciones, ya sea mosaicas o postmosaicas, a la edad patriarcal; y son suficientemente justificados por los mismos hechos, ya que la economía mosaica no habría sido posible traerla al mundo, como un deus ex machina, sin la más mínima preparación previa. 

La sencillez natural de la vida patriarcal, la cual brilla en toda narración, es algo más que produce en todo lector sin prejuicios, la impresión de una tradición histórica genuina. Esta tradición, por tanto, aunque en su mayor parte ha sido transmitida de generación en generación de forma oral, tiene todo el derecho a ser creíble, ya que fue perpetuada dentro de la familia patriarcal, «en la cual, de acuerdo con el mandato divino (Gn. 18:19), los recuerdos de las manifestaciones de Dios en las vidas de los padres fueron transmitidas como herencia, y eso con la mayor facilidad, en proporción a la longevidad de los patriarcas, la sencillez de sus vidas, y lo estrecho de su exclusión de influencias extrañas y discordantes. Tal tradición sin duda podría ser guardada con el mayor cuidado. Era el fundamento de la misma existencia del género escogido, el punto de su unidad, el espejo de sus responsabilidades, la seguridad de su futuro, y por tanto su más preciada heredad» (Delitzsch, ibid.). 

Pero en absoluto debemos suponer que todos los relatos e incidentes en el libro de Génesis dependían de la tradición oral; por el contrario, hay mucho que encontró su camino de documentos escritos desde los tiempos más antiguos. No sólo las genealogías antiguas, que se pueden distinguir de la narrativa al instante, por su antigüedad de estilo, con sus repeticiones de formularios casi estereotipados, y por formas peculiares de los nombres que contienen, sino ciertas secciones históricas —tales como, por ejemplo, el relato de la guerra en Gn. 14, con su sobreabundancia de relatos genuinos y exactos de una edad primitiva, tanto históricos como geográficos, y sus vocablos antiguos que desaparecieron del lenguaje vivo, antes del tiempo de Moisés, así como muchos otros— incuestionablemente fueron copiados por Moisés de documentos antiguos.

A todo esto debe añadirse el hecho de que los contenidos históricos, no sólo de Génesis, sino de todos los cinco libros de Moisés, están inundados y sostenidos por el espíritu de la religión verdadera. Este espíritu lo respira al principio del pentateuco el relato sencillo y a la vez sublime de la creación del mundo y especialmente la del hombre, que se diferencia fundamentalmente de los relatos extrabíblicos de la formación del cielo y de la tierra, de tal forma que presenta el sello de la autenticidad y personalidad del Dios creador. 

En él están basados junto con el reconocimiento de la personalidad infinita de Dios la personalidad del hombre en su propio contexto como creador. Habiendo sido formado por materiales terrenales y recibiendo el espíritu por un acto especial de aspiración divina, el hombre, que se diferencia así de los animales, establece desde un principio una relación con su creador, cuya naturaleza personal debería realizarse y se realiza de tal manera que el desarrollo temporal de esta relación forma el contenido de la historia sagrada, la que es entendida y presentada en todo el Antiguo Testamento como producto de la relación personal recíproca entre Dios y el hombre. 

Así como la creación del mundo es una condición para la historia del mundo, de igual manera es la personalidad de Dios y la del hombre la condición básica de toda religión verdadera y de moralidad. La personalidad finita del hombre está subordinada a la personalidad infinita de Dios que abarca en su poder y amor a todos los hombres. 

El trato del Dios creador y regente del mundo da a la vida del hombre su carácter de decencia religiosa, según el cual se define el destino del individuo y de los pueblos. Este conocimiento correcto de Dios y de la naturaleza del hombre no es presentado en la Tora de Moisés, la Escritura base del Antiguo y Nuevo Testamento, como hipótesis sino como basada en hechos que no pueden ser concebidos como producto de la mente humana. Ha sido inspirada por el Espíritu de Dios en el espíritu del hombre y este espíritu ha estampado a los escritos históricos del Antiguo Testamento el sello de la verdad que difiere de toda redacción histórica escrita por hombres de una manera específica y que se la puede reconocer al mostrar el camino al conocimiento de la salvación revelada por Dios a todo aquel que permita que el Espíritu actúe en él.


La opinión presentada por Ewald, que el libro de Josué sea el sexto libro del pentateuco (nota del traductor: la teoría del hexateuco) y que la obra haya sido realizada por el autor final o por el editor para presentar una obra completa que empieza con la creación del mundo y finaliza con la conquista de Canaán por los israelitas se basa en un desconocimiento del contenido y la razón de la Thora.

Cuando Vaihinger, buscando dar probabilidad a la idea de Ewald del crecimiento progresivo tanto de la legislación mosaica, como del Pentateuco, durante un periodo de nueve o diez siglos, afirma: «observamos en los libros de la ley de los antiguos Persas, en la Zendavesta, y en los escritos históricos de India y Arabia, que en el oriente se acostumbraba a reescribir las obras más antiguas, y después de un cierto tiempo el material era podado y suplantado por material nuevo, permaneciendo su base. Los postreros editores a menudo añadían nuevas fuentes a las antiguas, hasta que finalmente el círculo de leyendas e historias se cerraba, refinaba y transfiguraba. No se fijó absolutamente en la diferencia principal entre politeísmo y mitología pagana por un lado y entre monoteísmo y religión revelada, sino que confundió en diversas formas diferentes cosas.

Sin embargo nunca hallamos en las palabras de Moisés, o en el Pentateuco en general, el nombre de JEHOVÁ SABAOT, que era desconocido en la era mosaica, pero que estaba vigente en los tiempos de Samuel y David, y era favorecido por parte de los profetas.
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